La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre
Debéis llegar a conocer las visiones de la obra de Dios y comprender la dirección general de Su obra. Esta es la entrada positiva. Una vez que hayas dominado con precisión la verdad de las visiones, tu entrada estará segura; no importa cómo cambie la obra de Dios, permanecerás firme en tu corazón, tendrás claridad sobre las visiones y tendrás una meta para tu entrada y tu búsqueda. De esta manera, toda la experiencia y el conocimiento que haya dentro de ti se irán profundizando y se volverán más detallados. Una vez que hayas comprendido el panorama general en su totalidad, no sufrirás pérdidas en la vida ni te descarriarás. Si no llegas a conocer estos pasos de la obra, sufrirás pérdidas a cada paso, te tomará más que unos cuantos días cambiar las cosas y tampoco podrás entrar en el camino correcto ni siquiera en un par de semanas. ¿Acaso esto no provocará retrasos? Hay mucho en el camino de la entrada y la práctica positivas que debéis dominar. En cuanto a las visiones de la obra de Dios, debes comprender los siguientes puntos: la importancia de Su obra de conquista, la senda futura para ser perfeccionado, lo que se debe lograr a través de experimentar pruebas y tribulaciones, la importancia del juicio y el castigo, los principios detrás de la obra del Espíritu Santo y los principios detrás del perfeccionamiento y la conquista. Todo esto pertenece a la verdad de las visiones. El resto son las tres etapas de la obra en la Era de la Ley, la Era de la Gracia y la Era del Reino, así como el testimonio futuro. Estas, también, son la verdad de las visiones y son lo más fundamental y lo más crucial. En la actualidad, hay mucho en lo que debéis entrar y que debéis practicar, y ahora está más estratificado y detallado. Si no tienes conocimiento de estas verdades, esto prueba que todavía tienes que lograr la entrada. La mayor parte del tiempo, el conocimiento que tienen las personas de la verdad es demasiado superficial; son incapaces de poner en práctica ciertas verdades básicas y ni siquiera saben cómo manejar los asuntos triviales. La razón por la que las personas son incapaces de practicar la verdad es porque su carácter es rebelde y porque su conocimiento de la obra de la actualidad es demasiado superficial y unilateral. Así pues, no es tarea fácil para las personas ser perfeccionadas. Eres demasiado rebelde y conservas demasiado de tu antiguo yo; eres incapaz de permanecer del lado de la verdad y eres incapaz de practicar hasta las verdades más evidentes. Las personas así no pueden ser salvas y son las que no han sido conquistadas. Si tu entrada no tiene ni detalles ni objetivos, tu crecimiento será lento. Si no existe la más mínima realidad en tu entrada, entonces tu búsqueda será en vano. Si no eres consciente de la esencia de la verdad, permanecerás sin cambios. El crecimiento en la vida del hombre y los cambios en su carácter se logran a través de entrar en la realidad y, además, por medio de entrar en las experiencias detalladas. Si tienes muchas experiencias detalladas durante tu entrada y tienes mucho conocimiento y entrada reales, tu carácter cambiará con rapidez. Incluso si en el presente no tienes absoluta claridad sobre la práctica, al menos debes tener claridad acerca de las visiones de la obra de Dios. Si no, serás incapaz de entrar; la entrada solo es posible una vez que tienes conocimiento de la verdad. Solo si el Espíritu Santo te esclarece en tu experiencia, obtendrás una comprensión más profunda de la verdad y una entrada más profunda. Debéis llegar a conocer la obra de Dios.
En el principio, después de la creación de la humanidad, fueron los israelitas los que sirvieron como la base de la obra de Dios. Toda Israel fue la base de la obra de Jehová en la tierra. La obra de Jehová consistió en dirigir y pastorear al hombre directamente mediante el establecimiento de leyes para que el hombre pudiera vivir una vida normal y adorar a Jehová de una manera normal en la tierra. En la Era de la Ley, Dios no podía ser ni visto ni tocado por el hombre. Como todo lo que Él hizo fue guiar a los primeros hombres corrompidos por Satanás, enseñándolos y pastoreándolos, Sus palabras solo contenían leyes, estatutos y normas de comportamiento humano, y no les proveyó las verdades de la vida. Bajo su liderazgo, los israelitas no habían sido profundamente corrompidos por Satanás. Su obra de la ley fue solo la primera etapa de la obra de salvación, el principio mismo de la obra de salvación, y prácticamente no tuvo nada que ver con los cambios en el carácter de vida del hombre. Por lo tanto, al principio de la obra de salvación no hubo necesidad de que Él asumiera la carne para Su obra en Israel. Por eso requirió un medio —una herramienta— a través del cual interactuar con el hombre. Así pues, surgieron entre los seres creados quienes hablaron y obraron en nombre de Jehová, y así fue como los hijos del hombre y los profetas llegaron a obrar entre los hombres. Los hijos del hombre obraron entre los hombres en nombre de Jehová. Que Jehová los llame “hijos del hombre” significa que esas personas enunciaron las leyes en nombre de Jehová. También eran sacerdotes entre el pueblo de Israel, sacerdotes a los que Jehová vigilaba y protegía, y en quienes obraba el Espíritu de Jehová; eran líderes entre las personas y servían directamente a Jehová. Los profetas, por otra parte, se dedicaban a hablar, en nombre de Jehová, a los habitantes de todas las naciones y tribus. También profetizaban la obra de Jehová. Tanto los hijos del hombre como los profetas, todos fueron elevados por el Espíritu de Jehová mismo y tenían en ellos la obra de Jehová. Entre las personas, ellos eran quienes representaban directamente a Jehová; ellos llevaron a cabo su obra solo porque Jehová los elevó y no porque fueran la carne en la que se hubiera encarnado el Espíritu Santo mismo. Por lo tanto, aunque fueran parecidos en sus palabras y en sus obras en nombre de Dios, esos hijos del hombre y profetas en la Era de la Ley no eran la carne de Dios encarnado. La obra de Dios en la Era de la Gracia y en la última etapa, era, precisamente, lo opuesto, porque la obra de salvación y el juicio del hombre fueron llevados a cabo, ambos, por Dios encarnado mismo y, por lo tanto, simplemente no hubo necesidad de elevar otra vez a profetas e hijos del hombre para que obraran en Su nombre. A los ojos del hombre, no hay diferencias esenciales entre la esencia y el método de su obra. Y es por esta razón que las personas confunden constantemente la obra de Dios encarnado con la de los profetas y la de los hijos del hombre. La apariencia de Dios encarnado era, básicamente, la misma que la de los profetas y la de los hijos del hombre. Y Dios encarnado era todavía más normal y práctico que los profetas. Por consiguiente, el hombre es incapaz de distinguir entre ellos. El hombre sólo se enfoca en las apariencias, y no es consciente en absoluto de que, aunque ambos son parecidos en que obran y hablan, existe una diferencia esencial entre ellos. Como la habilidad de discernir del hombre es muy pobre, es incapaz de distinguir entre asuntos sencillos, y es todavía menos capaz de discernir algo tan complejo. Cuando los profetas y las personas usadas por el Espíritu Santo hablaban y obraban, era para desempeñar los deberes del hombre; era para cumplir la función de un ser creado y era algo que el hombre debía hacer. Sin embargo, las palabras y la obra de Dios encarnado tenían como propósito llevar a cabo Su ministerio. Aunque Su forma externa era la de un ser creado, Su obra no consistía en llevar a cabo Su función sino Su ministerio. El término “deber” se usa en relación con los seres creados, mientras que “ministerio” se usa en relación con la carne de Dios encarnado. Existe una diferencia sustancial entre ambos; no son intercambiables. La obra del hombre sólo consiste en llevar a cabo su deber, mientras que la obra de Dios consiste en gestionar y llevar a cabo Su ministerio. Por lo tanto, aunque el Espíritu Santo usó a muchos apóstoles y muchos profetas estaban llenos de Él, su obra y sus palabras fueron, simplemente, para cumplir con su deber como seres creados. Tal vez sus profecías pueden haber excedido el camino de vida del que habló Dios encarnado, y su humanidad puede incluso haber trascendido la de Dios encarnado, pero ellos seguían llevando a cabo su deber, no cumpliendo un ministerio. El deber del hombre se refiere a la función del hombre; es lo que el hombre puede alcanzar. Sin embargo, el ministerio que lleva a cabo Dios encarnado se relaciona con Su gestión y eso es inalcanzable para el hombre. Ya sea que Dios encarnado hable, obre o manifieste maravillas, Él está llevando a cabo una gran obra en medio de Su gestión y tal obra no la puede hacer el hombre en Su lugar. La obra del hombre consiste únicamente en llevar a cabo su deber como ser creado en una etapa dada de la obra de gestión de Dios. Sin la gestión de Dios —es decir, si el ministerio de Dios encarnado se perdiera— el deber de un ser creado se perdería. La obra de Dios al llevar a cabo Su ministerio es gestionar al hombre, mientras que el desempeño de su deber por parte del hombre es el cumplimiento de su obligación de satisfacer las demandas del Creador y, de ninguna manera, se puede considerar que esté cumpliendo con su ministerio. Para la sustancia inherente de Dios, —para Su Espíritu— Su obra es Su gestión, pero para Dios encarnado, que está vestido con la forma externa de un ser creado, Su obra consiste en llevar a cabo Su ministerio. Cualquiera que sea la obra que Él realice, es para llevar a cabo Su ministerio; lo único que el hombre puede hacer es hacer su mejor esfuerzo en el ámbito de la gestión de Dios y bajo Su guía.
Que el hombre lleve a cabo su deber es, de hecho, el cumplimiento de todo lo que es inherente a él; es decir, lo que es posible para él. Es entonces cuando su deber se cumple. Los defectos del hombre durante su servicio se reducen gradualmente a través de la experiencia progresiva y del proceso de pasar por el juicio; no obstaculizan ni afectan el deber del hombre. Los que dejan de servir o ceden y retroceden por temor a que puedan existir inconvenientes en su servicio son los más cobardes de todos. Si las personas no pueden expresar lo que deben expresar durante el servicio ni lograr lo que por naturaleza es posible para ellas y, en cambio, actúan mecánicamente, han perdido la función que un ser creado debe tener. A esta clase de personas se les conoce como “mediocres”; son desechos inútiles. ¿Cómo pueden esas personas ser llamadas apropiadamente seres creados? ¿Acaso no son seres corruptos que brillan por fuera, pero que están podridos por dentro? Si un hombre se llama a sí mismo Dios, pero no es capaz de expresar el ser de la divinidad, ni hacer la obra de Dios mismo, ni representar a Dios, entonces no cabe duda de que no es Dios, porque no tiene la sustancia de Dios, y lo que Dios puede lograr por naturaleza no existe dentro de él. Si el hombre pierde lo que, por naturaleza, puede alcanzar, ya no se le puede considerar un hombre y no es digno de permanecer como ser creado ni de venir delante de Dios y servirlo. Además, no es digno de recibir la gracia de Dios ni de ser cuidado, protegido y perfeccionado por Dios. Muchos que han perdido la confianza de Dios pasan a perder la gracia de Dios. No solo no odian sus acciones malvadas, sino que propagan con descaro la idea de que el camino de Dios es incorrecto, y los rebeldes incluso niegan la existencia de Dios. ¿Cómo pueden esas personas, que poseen tal rebeldía, tener derecho a gozar de la gracia de Dios? Quienes no cumplen con su deber son muy rebeldes con Dios, y le deben mucho, pero se dan la vuelta y arremeten contra Él diciendo que está equivocado. ¿Cómo podría esa clase de hombre ser digno de ser perfeccionado? ¿Acaso no es esto antecedente para ser descartados y castigados? Las personas que no llevan a cabo su deber delante de Dios ya son culpables de los crímenes más atroces, para los cuales hasta la muerte es un castigo insuficiente, pero tienen el descaro de discutir con Dios y enfrentarse a Él. ¿Cuál es el valor de perfeccionar a semejantes personas? Cuando las personas no cumplen con su deber, deben sentirse culpables y en deuda; deben odiar su debilidad e inutilidad, su rebeldía y su corrupción y, aun más, deben entregarle su vida a Dios. Solo entonces son seres creados que aman verdaderamente a Dios, y solo ese tipo de personas son dignas de disfrutar las bendiciones y la promesa de Dios y de que Él las perfeccione. ¿Y qué pasa con la mayoría de vosotros? ¿Cómo tratáis al Dios que vive entre vosotros? ¿Cómo habéis llevado a cabo vuestro deber delante de Él? ¿Habéis hecho todo lo que fuisteis llamados a hacer, incluso a expensas de vuestra propia vida? ¿Qué habéis sacrificado? ¿Acaso no habéis recibido mucho de Mí? ¿Podéis discernir? ¿Qué tan leales sois a Mí? ¿Cómo me habéis servido? ¿Y qué hay de todo lo que os he otorgado y he hecho por vosotros? ¿Habéis tomado medida de todo esto? ¿Habéis juzgado y comparado esto con la poca conciencia que tenéis dentro de vosotros? ¿De quién podrían ser dignas vuestras palabras y acciones? ¿Podría ser que ese minúsculo sacrificio vuestro sea digno de todo lo que os he otorgado? No tengo otra opción y me he dedicado a vosotros con todo el corazón, pero vosotros albergáis intenciones malvadas y sois tibios conmigo. Ese es el alcance de vuestro deber, vuestra única función. ¿No es así? ¿No sabéis que habéis fracasado rotundamente en cumplir con el deber de un ser creado? ¿Cómo podéis ser considerados seres creados? ¿No os queda claro qué es lo que estáis expresando y viviendo? No habéis cumplido con vuestro deber, pero buscáis obtener la tolerancia y la gracia abundante de Dios. Esa gracia no ha sido preparada para unos tan inútiles y viles como vosotros, sino para los que no piden nada y se sacrifican con gusto. Las personas como vosotros, semejantes mediocres, sois totalmente indignos de disfrutar la gracia del cielo. ¡Solo dificultades y un castigo interminable acompañarán vuestros días! Si no podéis ser fieles a Mí, vuestro destino será el sufrimiento. Si no podéis ser responsables ante Mis palabras y Mi obra, vuestro destino será el castigo. Ni la gracia, ni las bendiciones ni la vida maravillosa del reino tendrán nada que ver con vosotros. ¡Este es el fin que merecéis tener y es una consecuencia de vuestras propias acciones! Los ignorantes y arrogantes no solo no hacen su mejor esfuerzo ni llevan a cabo su deber, sino que estiran las manos para recibir la gracia como si merecieran lo que piden. Y, si no obtienen lo que piden, se vuelven cada vez menos fieles. ¿Cómo pueden esas personas ser consideradas razonables? Sois de bajo calibre y estáis desprovistos de razón, completamente incapaces de cumplir el deber que debéis cumplir durante la obra de gestión. Vuestra valía ya se ha desplomado. Vuestro fracaso en recompensarme por mostraros esa gracia ya es un acto de extrema rebeldía, suficiente para condenaros y demostrar vuestra cobardía, incompetencia, vileza e indignidad. ¿Qué os da derecho a mantener las manos extendidas? Que sois incapaces de ser de la más mínima ayuda para Mi obra, que sois incapaces de ser leales y de manteneros firmes en el testimonio de Mí, esas son vuestras fechorías y fracasos, pero vosotros, en cambio, me atacáis, decís mentiras de Mí y os quejáis de que soy injusto. ¿Es esto lo que constituye vuestra lealtad? ¿Es esto lo que constituye vuestro amor? ¿Qué otra obra podéis hacer además de esta? ¿Cómo habéis contribuido a toda la obra que se ha hecho? ¿Qué tanto os habéis esforzado? Ya he mostrado gran tolerancia al no culparos, pero vosotros seguís poniendo excusas desvergonzadamente y os quejáis de Mí en privado. ¿Tenéis aunque sea un mínimo rastro de humanidad? Aunque el deber del hombre está manchado por su mente y sus nociones, debes cumplir con tu deber y mostrar tu lealtad. Las impurezas en la obra del hombre son un problema de su calibre, mientras que, si el hombre no cumple con su deber, eso muestra su rebeldía. No existe correlación entre el deber del hombre y que él reciba bendiciones o sufra desgracias. El deber es lo que el hombre debe cumplir; es la vocación que le dio el cielo y no debe depender de recompensas, condiciones o razones. Solo entonces el hombre está cumpliendo con su deber. Recibir bendiciones se refiere a cuando alguien es perfeccionado y disfruta de las bendiciones de Dios tras experimentar el juicio. Sufrir desgracias se refiere a cuando el carácter de alguien no cambia tras haber experimentado el castigo y el juicio; no experimenta ser perfeccionado, sino que es castigado. Pero, independientemente de si reciben bendiciones o sufren desgracias, los seres creados deben cumplir su deber, haciendo lo que deben hacer y haciendo lo que son capaces de hacer; esto es lo mínimo que una persona, una persona que busca a Dios, debe hacer. No debes llevar a cabo tu deber solo para recibir bendiciones, y no debes negarte a actuar por temor a sufrir desgracias. Dejadme deciros esto: lo que el hombre debe hacer es llevar a cabo su deber, y si es incapaz de llevar a cabo su deber, esto es su rebeldía. Es por medio del proceso de llevar a cabo su deber que el hombre es cambiado gradualmente, y es por medio de este proceso que él demuestra su lealtad. Así pues, cuanto más puedas llevar a cabo tu deber, más verdad recibirás y más real será tu expresión. Los que solo cumplen con su deber por inercia y no buscan la verdad, al final serán descartados, pues esas personas no llevan a cabo su deber en la práctica de la verdad y no practican la verdad en el desempeño de su deber. Ellos son los que permanecen sin cambios y sufrirán desgracias. No solo sus expresiones son impuras, sino que todo lo que expresan es malvado.
En la Era de la Gracia, Jesús también dijo muchas palabras y llevó a cabo mucha obra. ¿Cómo fue Él diferente de Isaías? ¿Cómo fue Él diferente de Daniel? ¿Fue un profeta? ¿Por qué se dice que Él es Cristo? ¿Cuáles son las diferencias entre ellos? Todos ellos fueron hombres que hablaron palabras y sus palabras les parecían más o menos iguales a los hombres. Todos dijeron palabras y obraron. Los profetas del Antiguo Testamento hablaron profecías y, de manera similar, también Jesús pudo hacerlo. ¿Por qué es esto así? La distinción aquí se basa en la naturaleza de la obra. Para discernir este asunto, no debéis considerar la naturaleza de la carne ni la profundidad o la superficialidad de sus palabras. Siempre debes considerar primero su obra y los resultados que su obra logra en el hombre. Las profecías que hablaron los profetas en ese tiempo no suministraban la vida del hombre, y las inspiraciones que recibieron personas como Isaías y Daniel eran, simplemente, profecías y no el camino de la vida. Si no hubiera sido por la revelación directa de Jehová, nadie hubiera realizado esa obra, la cual es imposible para los mortales. Jesús también dijo muchas palabras, pero esas palabras eran el camino de la vida a partir del cual el hombre podía encontrar una senda para practicar. Es decir, en primer lugar, Él podía suplir la vida del hombre porque Jesús es vida; en segundo lugar, Él podía revertir los aspectos distorsionados del hombre; en tercer lugar, Su obra podía suceder a la de Jehová con el fin de seguir adelante con la era; en cuarto lugar, Él podía comprender cuáles eran las necesidades internas del hombre y sus carencias; en quinto lugar, Él podía marcar el comienzo de una nueva era y dar por terminada la vieja. Es por esto que se llama Dios y Cristo; no solo es Él diferente de Isaías, sino también de todos los otros profetas. Considera a Isaías como una comparación de la obra de los profetas. En primer lugar, él no podía suplir la vida del hombre; en segundo lugar, no podía marcar el comienzo de una nueva era. Él obraba bajo el liderazgo de Jehová y no para marcar el comienzo de una nueva era. En tercer lugar, las palabras que él pronunció lo superaban. Él recibía revelaciones directamente del Espíritu de Dios y los demás no entendían, incluso después de haberlas escuchado. Tan solo estas cosas son suficientes para probar que sus palabras no eran más que profecías, no más que un aspecto de la obra hecha en lugar de Jehová. Sin embargo, él no podía representar completamente a Jehová. Era el siervo de Jehová, un instrumento en la obra de Jehová. Solo estaba haciendo la obra dentro de la Era de la Ley y dentro del alcance de la obra de Jehová; no obró más allá de la Era de la Ley. Por el contrario, la obra de Jesús era distinta. Él superó el alcance de la obra de Jehová; obró como Dios encarnado y padeció la crucifixión con el fin de redimir a toda la humanidad. Es decir, llevó a cabo una nueva obra fuera de la obra que había hecho Jehová. Esto marcó el comienzo de una nueva era. Además, pudo hablar de lo que el hombre no podía alcanzar. Su obra fue una obra dentro de la gestión de Dios e involucraba a toda la humanidad. No obró en solo unos cuantos hombres, ni Su obra fue guiar a un número limitado de hombres. En cuanto a cómo Dios se hizo carne para ser un hombre, cómo el Espíritu dio las revelaciones en aquel momento y cómo el Espíritu descendió sobre un hombre para hacer la obra, estos son asuntos que el hombre no puede ver o tocar. Es completamente imposible que estas verdades sirvan como una prueba de que Él es Dios encarnado. Así pues, solo se puede hacer una distinción entre las palabras y la obra de Dios, que son tangibles para el hombre. Solo esto es real. Esto es así porque los asuntos del Espíritu no son visibles para ti y sólo Dios mismo los sabe con claridad, y ni siquiera la carne encarnada de Dios lo sabe todo; solo puedes verificar si Él es Dios por la obra que Él ha hecho. De Su obra se puede ver que, en primer lugar, Él puede abrir una nueva era; en segundo lugar, puede suplir la vida del hombre y mostrarle el camino a seguir. Esto es suficiente para establecer que Él es Dios mismo. Como mínimo, la obra que Él hace puede representar completamente al Espíritu de Dios, y de tal obra se puede ver que el Espíritu de Dios está dentro de Él. Ya que la obra que llevó a cabo el Dios encarnado fue, principalmente, para marcar el comienzo de una nueva era, dirigir una nueva obra y abrir un nuevo reino, estas condiciones son suficientes para establecer que Él es Dios mismo. Esto lo diferencia de Isaías, Daniel y los otros grandes profetas. Isaías, Daniel y todos los demás pertenecían a una clase de hombres muy educados y cultos; fueron hombres extraordinarios bajo el liderazgo de Jehová. La carne de Dios encarnado también tenía conocimiento y no carecía de sentido, pero Su humanidad era particularmente normal. Él era un hombre corriente y, a simple vista, no se podía discernir ninguna humanidad especial acerca de Él o detectar nada en Su humanidad que fuera diferente a la de los demás. Él no era sobrenatural o único en lo absoluto, y no poseía ninguna educación, conocimiento o teoría superiores. La vida de la que Él habló y el camino que guio no se obtuvieron por medio de la teoría, por medio del conocimiento, por medio de la experiencia de vida o por medio de la educación familiar. Más bien, fueron la obra directa del Espíritu, la cual es la obra de la carne encarnada. Es debido a que el hombre tiene grandes nociones de Dios, y, particularmente, porque estas nociones constan de demasiados elementos vagos y sobrenaturales, que, a los ojos del hombre, un Dios normal con debilidad humana, que no puede obrar señales y prodigios, seguramente no es Dios. ¿Acaso no son estas las nociones falaces del hombre? Si la carne de Dios encarnado no era un hombre normal, ¿entonces cómo se podía decir que se hizo carne? Ser de la carne es ser un hombre corriente y normal; si Él hubiera sido un ser trascendente, entonces no hubiera sido de la carne. Para probar que Él es de la carne, Dios encarnado necesitaba poseer una carne normal. Esto era solo para completar la relevancia de la encarnación. Sin embargo, este no fue el caso de los profetas y los hijos de los hombres. Fueron hombres dotados usados por el Espíritu Santo; a los ojos del hombre, su humanidad era particularmente grandiosa y desempeñaban muchos actos que superaban la humanidad normal. Por esta razón, el hombre los veía como Dios. Ahora todos vosotros debéis entender esto con claridad, porque ha sido el tema que con mayor facilidad han confundido todos los hombres en las eras pasadas. Además, la encarnación es la más misteriosa de todas las cosas y lo más difícil que el hombre puede aceptar es Dios encarnado. Lo que digo es propicio para cumplir vuestra función y vuestro entendimiento del misterio de la encarnación. Todo esto se relaciona con la gestión de Dios, con las visiones. Vuestro entendimiento de esto será más beneficioso para que obtengáis un conocimiento de las visiones; es decir, de la obra de gestión de Dios. De esta manera, también obtendréis mucho entendimiento del deber que las diferentes clases de personas deberían llevar a cabo. Aunque estas palabras no os muestran directamente el camino, siguen siendo de gran ayuda para vuestra entrada, porque vuestra vida, en el presente, tiene una gran deficiencia de visiones, y esto se volverá un obstáculo importante que impida vuestra entrada. Si no habéis podido entender estas cuestiones, entonces no habrá ninguna motivación que impulse vuestra entrada. ¿Y cómo puede una búsqueda así permitiros cumplir con vuestro deber como corresponde?