Cómo conocer la esencia divina de Cristo
Las palabras relevantes de Dios:
El Dios encarnado se llama Cristo y Cristo es la carne vestida con el Espíritu de Dios. Esta carne es diferente a cualquier hombre que es de la carne. La diferencia es porque Cristo no es de carne y hueso; Él es la personificación del Espíritu. Tiene tanto una humanidad normal como una divinidad completa. Su divinidad no la posee ningún hombre. Su humanidad normal sustenta todas Sus actividades normales en la carne, mientras que Su divinidad lleva a cabo la obra de Dios mismo. Sea Su humanidad o Su divinidad, ambas se someten a la voluntad del Padre celestial. La esencia de Cristo es el Espíritu, es decir, la divinidad. Por lo tanto, Su esencia es la de Dios mismo; esta esencia no interrumpirá Su propia obra y Él no podría hacer nada que destruyera Su propia obra ni tampoco pronunciaría ninguna palabra que fuera en contra de Su propia voluntad.
La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La esencia de Cristo es la obediencia a la voluntad del Padre celestial
Aquel que es Dios encarnado poseerá la esencia de Dios, y Aquel que es Dios encarnado tendrá la expresión de Dios. Puesto que Dios se hace carne, manifestará la obra que pretende llevar a cabo y puesto que se hace carne expresará lo que Él es; será, asimismo, capaz de traer la verdad al hombre, de concederle la vida y de señalarle el camino. La carne que no contiene la esencia de Dios definitivamente no es el Dios encarnado; de esto no hay duda. Si el hombre pretende investigar si es la carne encarnada de Dios, entonces debe corroborarlo a partir del carácter que Él expresa y de las palabras que Él habla. Es decir, para corroborar si es o no la carne encarnada de Dios y si es o no el camino verdadero, la persona debe discernir basándose en Su esencia. Y, así, a la hora de determinar si se trata de la carne de Dios encarnado, la clave yace en Su esencia (Su obra, Sus declaraciones, Su carácter y muchos otros aspectos), en lugar de fijarse en Su apariencia externa. Si el hombre sólo analiza Su apariencia externa, y como consecuencia pasa por alto Su esencia, esto muestra que el hombre es ignorante.
La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prefacio
Conocer a Dios debe lograrse a través de la lectura y la comprensión de Sus palabras. Algunas personas dicen: “Yo no he visto a Dios encarnado; así pues, ¿cómo debería conocer a Dios?”. De hecho, las palabras de Dios son una expresión de Su carácter. A partir de la palabra de Dios puedes ver Su amor y salvación hacia los seres humanos, además de Su método para salvarlos… Esto se debe a que Sus palabras las expresa Dios mismo, no las escriben los seres humanos. Han sido expresadas personalmente por Dios; Dios mismo está expresando Sus propias palabras y Su voz interior. ¿Por qué se las llama palabras de corazón? Porque se emiten desde lo más profundo y expresan Su carácter, Su voluntad, Sus pensamientos, Su amor por la humanidad, Su salvación de la humanidad y las expectativas que tiene de esta… Las declaraciones de Dios incluyen palabras severas y palabras amables y consideradas, además de algunas palabras reveladoras que no están alineadas con los deseos humanos. Si solo te fijas en las palabras reveladoras, te podría parecer que Dios es bastante estricto. Si solo te fijas en las palabras amables, te parecería que Dios no es muy autoritario. Por lo tanto, no debes sacarlas de contexto, sino verlo desde todos los ángulos. Algunas veces Dios habla desde una perspectiva amable y compasiva y entonces las personas ven Su amor por la humanidad; otras, Él habla desde una perspectiva muy estricta y entonces las personas ven el carácter de Dios que no tolerará ninguna ofensa. El hombre es deplorablemente sucio y no es digno de ver el rostro de Dios o de acudir ante Él. Que ahora las personas tengan permitido acudir ante Dios se debe meramente a Su gracia. La sabiduría de Dios puede verse a partir de la forma en la que Él obra y a partir del significado de Su obra. Las personas todavía pueden ver estas cosas en las palabras de Dios, incluso sin tener contacto directo con Él. Cuando alguien que tiene un auténtico entendimiento de Dios entra en contacto con Cristo, su encuentro con este se puede corresponder con su conocimiento existente de Dios, pero cuando alguien que únicamente tiene un entendimiento teórico se encuentra con Dios, no puede ver la correlación. Este aspecto de la verdad es el misterio más profundo; es difícil de desentrañar. Resume las palabras de Dios sobre el misterio de la encarnación, obsérvalas desde todos los ángulos y luego ora junto a otros, reflexiona y comunica más acerca de este aspecto de la verdad. Al hacerlo, podrás obtener el esclarecimiento del Espíritu Santo y llegar a entender. Porque los seres humanos no tienen oportunidad alguna de tener contacto directo con Dios, deben basarse en este tipo de experiencia para ir buscando su camino y entrar un poco cada vez para lograr tener un verdadero conocimiento de Dios.
La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer a Dios encarnado
Aunque el aspecto exterior de Dios encarnado fuera exactamente igual al de un ser humano, y aunque Él aprendiera el conocimiento humano, aunque hablara el lenguaje humano y, en ocasiones, hasta expresara Sus ideas a través de los propios medios o las formas de hablar del hombre, Su modo de ver a los seres humanos y ver la esencia de las cosas era absolutamente distinto a como las personas corruptas veían estas mismas cosas. Su perspectiva y la altura en la que se halla es algo inalcanzable para una persona corrupta. Esto se debe a que Dios es la verdad, porque Su carne también posee la esencia de Dios y Sus pensamientos y lo que expresa Su humanidad también son la verdad. Para las personas corruptas, lo que Él expresa en la carne son provisiones de la verdad y de la vida. Estas provisiones no son solo para una persona, sino para toda la humanidad. En su corazón, una persona corrupta solo se relaciona con algunas personas. Se preocupan e interesan solo por ese manojo de personas. Cuando se asoma algún desastre, piensa primero en sus propios hijos, en su cónyuge o en sus padres. Como mucho, alguien más compasivo dedicaría algún pensamiento a algún familiar o un buen amigo; pero ¿pueden extenderse más que eso los pensamientos de una persona incluso así de compasiva? ¡Jamás! Los seres humanos son, después de todo, humanos, y solo pueden ver las cosas desde la perspectiva y la elevación de un ser humano. Sin embargo, Dios encarnado es totalmente diferente de una persona corrupta. Independientemente de lo corriente, normal y humilde que sea la carne del Dios encarnado, o de la cantidad de desprecio con que lo miren todos, Sus pensamientos y Su actitud hacia la humanidad es algo que ningún hombre podría poseer o imitar. Él siempre observará a la humanidad desde la perspectiva de la divinidad, desde la elevación de Su posición como Creador. Siempre contemplará a la humanidad a través de la esencia y de la mentalidad de Dios. No puede verla en absoluto desde la humilde elevación de una persona normal ni desde la perspectiva de una persona corrupta. Cuando el hombre mira a la humanidad, lo hace con una visión humana, y usan cosas como el conocimiento, las normas y las teorías humanas como punto de referencia. Esto está dentro del alcance de lo que las personas pueden ver con los ojos, dentro del alcance de lo que puede lograr una persona corrupta. Cuando Dios mira a la humanidad, lo hace con visión divina; usa como referencia Su esencia y lo que Él tiene y es. Esto alcanza cosas que las personas no pueden ver, y en esto es en lo que Dios encarnado y los humanos corruptos son totalmente diferentes. Esta divergencia viene determinada por la esencia de los seres humanos, que es distinta a la de Dios, y que determina las identidades y las posiciones, así como la perspectiva y la elevación desde la que ven las cosas.
La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo III
Nunca veréis que Dios tenga opiniones parecidas a las de los seres humanos sobre las cosas, ni tampoco le veréis usar los puntos de vista de la humanidad, su conocimiento, su ciencia, su filosofía o la imaginación del hombre para encargarse de algo. En su lugar, todo lo que Dios hace y todo lo que Él revela está relacionado con la verdad. Es decir, cada palabra que Él ha dicho y cada acción que ha llevado a cabo están atadas a la verdad. Esta verdad no es producto de una fantasía sin base; esta verdad y estas palabras son expresadas por Dios por medio de Su esencia y Su vida. Como estas palabras y la esencia de todo lo que Dios ha hecho son la verdad, podemos afirmar que la esencia de Dios es santa. En otras palabras, todo lo que Dios dice y hace aporta vitalidad y luz a las personas; les permite ver cosas positivas y la realidad de las mismas, y le señala el camino a la humanidad para que pueda andar por la senda correcta. Todas estas cosas se determinan por la esencia de Dios y la de Su santidad.
La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único V
El que tengas o no experiencias de sociedad, y cómo realmente vivas en tu familia y experimentes en ella, se puede ver en lo que expresas; mientras que no puedes ver la obra de Dios encarnado si Él tiene experiencias sociales o no. Él es muy consciente de la sustancia del hombre; puede poner de manifiesto todas las clases de prácticas que pertenecen a todas las clases de personas. Se le da incluso mejor poner de manifiesto el carácter corrupto y el comportamiento rebelde de los humanos. No vive entre las personas mundanas, pero es consciente de la naturaleza de los mortales y de todas las corrupciones de las personas mundanas. Este es Su ser. Aunque no trata con el mundo, conoce las reglas para tratar con el mundo porque entiende completamente la naturaleza humana. Conoce acerca de la obra del Espíritu que los ojos del hombre no pueden ver y los oídos del hombre no pueden escuchar, tanto del presente como del pasado. Esto incluye una sabiduría que no es una filosofía de vivir y prodigios que son difíciles de comprender por el hombre. Eso es Su ser, abierto a las personas pero también escondido de las personas. Lo que Él expresa no es el ser de una persona extraordinaria, sino los atributos y el ser inherentes del Espíritu. No viaja por el mundo pero sabe todo del mismo. Él se pone en contacto con los “antropoides” que no tienen ningún conocimiento o discernimiento, pero expresa palabras que son más elevadas que el conocimiento y que están por encima de los grandes hombres. Vive entre un grupo de personas torpes e insensibles que no tienen humanidad y que no entienden las convenciones y las vidas humanas, pero le puede pedir a la humanidad que viva una humanidad normal al mismo tiempo que pone de manifiesto la humanidad vil y baja del ser humano. Todo esto es Su ser, más elevado que el ser de cualquier persona de carne y hueso. Para Él no es necesario experimentar una vida social complicada, engorrosa y sórdida para hacer la obra que tiene que hacer y revelar a fondo la sustancia de la humanidad corrupta. Una vida social sórdida no edifica Su carne. Su obra y palabras solo revelan la desobediencia del hombre y no le proporcionan al hombre la experiencia y las lecciones para tratar con el mundo. No necesita investigar la sociedad o la familia del hombre cuando le da al hombre la vida. Exponer y juzgar al hombre no es una expresión de las experiencias de Su carne; es Su revelación de la injusticia del hombre después de conocer por mucho tiempo la desobediencia del hombre y aborrecer la corrupción de la humanidad. Toda la obra que Él hace es para revelar Su carácter al hombre y expresar Su ser. Sólo Él puede hacer esta obra; no es algo que una persona de carne y hueso pueda lograr. A partir de Su obra, el hombre no puede decir qué clase de persona es Él. El hombre también es incapaz de clasificarlo como una persona creada sobre la base de Su obra. Su ser también lo hace inclasificable como una persona creada. El hombre sólo lo puede considerar un no humano pero no sabe en qué categoría ponerlo, así que el hombre se ve obligado a listarlo en la categoría de Dios. Para el hombre no es irrazonable hacer esto porque Dios ha hecho entre las personas mucha obra que el hombre no es capaz de hacer.
La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra de Dios y la obra del hombre
Mientras Dios obra en la carne, nunca pierde de vista el deber que el hombre en la carne debe cumplir; Él es capaz de adorar a Dios en el cielo con un corazón sincero. Tiene la esencia de Dios y Su identidad es la de Dios Mismo. Es solo que ha venido a la tierra y se ha vuelto un ser creado, con el caparazón exterior de un ser creado y que ahora posee una humanidad que antes no tenía; es capaz de adorar a Dios en el cielo. Este es el ser de Dios Mismo y que el hombre no puede imitar. Su identidad es Dios mismo. Es desde la perspectiva de la carne que Él adora a Dios; por lo tanto, las palabras “Cristo adora a Dios en el cielo” no son incorrectas. Lo que Él pide del hombre es precisamente Su propio ser; ya ha logrado todo lo que pide del hombre antes de que se lo demande. Nunca exigiría cosas a los demás para librarse Él de exigencias, porque todo esto constituye Su ser. Independientemente de cómo lleve a cabo Su obra, no actuaría de una manera en la que desobedeciera a Dios. No importa qué pida Él del hombre, ninguna exigencia excede lo que el hombre puede lograr. Todo lo que Él hace es hacer la voluntad de Dios y es en aras de Su gestión. La divinidad de Cristo está por encima de todos los hombres; por lo tanto, Él es la autoridad suprema de todos los seres creados. Esta autoridad es Su divinidad, es decir, el carácter y el ser de Dios mismo, que determina Su identidad. Por lo tanto, no importa qué tan normal sea Su humanidad, es innegable que tiene la identidad de Dios mismo; no importa desde qué punto de vista hable y la manera en la que Él obedezca la voluntad de Dios, no puede decirse que no sea Dios mismo.
La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La esencia de Cristo es la obediencia a la voluntad del Padre celestial
Dios se hace carne solo para completar la obra de la carne y no simplemente para permitirles a los hombres verlo. Más bien, deja que Su obra afirme Su identidad y permite que lo que Él revela dé testimonio de Su esencia. Su esencia no es infundada; Su mano no se apoderó de Su identidad; Su identidad está determinada Su obra y Su esencia. Aunque tiene la esencia de Dios Mismo y es capaz de hacer la obra de Dios Mismo, sigue siendo, después de todo, carne distinta al Espíritu. Él no es Dios con las cualidades del Espíritu; es Dios con un caparazón de carne. Por lo tanto, no importa qué tan normal y qué tan débil sea y de qué manera busque la voluntad de Dios Padre, Su divinidad es innegable. En el Dios encarnado existe no solo una humanidad normal con sus debilidades; existe también lo maravilloso e insondable de Su divinidad, así como todas Sus acciones en la carne. Por esto, tanto la humanidad como la divinidad existen de una manera real y práctica dentro de Cristo. Esto no es en absoluto algo vano o sobrenatural. Él viene a la tierra con el objetivo primordial de llevar a cabo la obra; es imperativo que posea una humanidad normal para llevar a cabo la obra en la tierra; de otro modo, por más grande que fuera el poder de Su divinidad, no se podría aprovechar su función original. Aunque Su humanidad sea de gran importancia, no es Su esencia. Su esencia es la divinidad; por lo tanto, el momento en el que Él comienza a desempeñar Su ministerio en la tierra es el momento en el que comienza a expresar el ser de Su divinidad. Su humanidad existe solo para sustentar la vida normal de Su carne, de modo que Su divinidad pueda llevar a cabo la obra normalmente en la carne; es la divinidad la que dirige Su obra por completo. Cuando Él complete Su obra, habrá cumplido Su ministerio. Lo que el hombre debe conocer es la totalidad de Su obra, y es por medio de Su obra que Él le permite al hombre conocerlo. En el transcurso de Su obra, expresa plenamente el ser de Su divinidad, que no es un carácter contaminado por la humanidad ni un ser contaminado por el pensamiento y el comportamiento humanos. Cuando llegue el momento en que todo Su ministerio haya llegado a su fin, ya habrá expresado de una manera perfecta y plena el carácter que debió expresar. Su obra no está guiada por las instrucciones de ningún hombre; la expresión de Su carácter también es bastante libre y no está controlada por la mente ni procesada por el pensamiento, sino que se revela de manera natural. Esto no es algo que pueda lograr ningún hombre. Incluso si el entorno es adverso o las condiciones no son favorables, es capaz de expresar Su carácter en el momento apropiado. Alguien que es Cristo expresa el ser de Cristo, mientras que los que no lo son no poseen el carácter de Cristo. Por lo tanto, incluso si todos lo resisten o tienen nociones acerca de Él, ninguno puede negar sobre la base de las nociones del hombre que el carácter que Cristo expresa es el de Dios. Todos los que van tras Cristo con un corazón sincero o buscan a Dios intencionalmente, admitirán que Él es Cristo, basándose en la expresión de Su divinidad. Nunca negarían a Cristo sobre la base de ningún aspecto de Él que no se ajuste a las nociones del hombre. Aunque el hombre sea muy necio, todos saben exactamente lo que es la voluntad del hombre y lo que emana de Dios. Es solo que muchas personas se resisten deliberadamente a Cristo, como resultado de sus intenciones. Si no fuera por esto, entonces ni un solo hombre tendría razón para negar la existencia de Cristo, porque la divinidad que Cristo expresa realmente existe y Su obra no se puede ver a simple vista.
La obra y la expresión de Cristo determinan Su esencia. Es capaz de completar con un corazón sincero lo que se le ha confiado. Es capaz de adorar a Dios en el cielo con un corazón sincero y con un corazón sincero buscar la voluntad de Dios Padre. Todo esto lo determina Su esencia. Y también Su esencia determina Su revelación natural; la razón por la que la llamo Su “revelación natural” es porque Su expresión no es una imitación o el resultado de la educación impartida por el hombre o el resultado de muchos años de cultivo en manos del hombre. Él no la aprendió ni se adornó con ella; más bien, es inherente a Él. El hombre puede negar Su obra, Su expresión, Su humanidad y toda la vida de Su humanidad normal, pero nadie puede negar que Él adora a Dios en el cielo con un corazón sincero; nadie puede negar que ha venido a cumplir la voluntad del Padre celestial y nadie puede negar la sinceridad con la que busca a Dios Padre. Aunque Su imagen no sea agradable a los sentidos, Su discurso no posea un aire extraordinario y Su obra no impacte la tierra ni estremezca el cielo como el hombre lo imagina, Él es, en realidad, Cristo, Aquel que cumple la voluntad del Padre celestial con un corazón sincero, que se somete por completo al Padre celestial y que es obediente hasta la muerte. Esto se debe a que Su esencia es la esencia de Cristo. Esta verdad es difícil de creer para el hombre, pero es un hecho. Cuando el ministerio de Cristo se haya cumplido por completo, el hombre podrá ver a partir de Su obra que Su carácter y Su ser representan el carácter y el ser de Dios en el cielo. En ese momento, la suma de toda Su obra podrá afirmar que Él es en realidad el Verbo que se hizo carne, y no la carne semejante a la de un hombre de carne y hueso.
La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La esencia de Cristo es la obediencia a la voluntad del Padre celestial
El Espíritu de Dios es la autoridad sobre toda la creación. La carne, con la esencia de Dios, también posee autoridad, pero Dios en la carne puede hacer toda la obra que obedece la voluntad del Padre celestial. Esto no lo puede alcanzar ni concebir una persona sola. Dios Mismo es la autoridad, pero Su carne puede someterse a Su autoridad. Esto es lo que implican las siguientes palabras: “Cristo obedece la voluntad de Dios Padre”. Dios es un Espíritu y puede hacer la obra de salvación, de la misma manera que lo puede hacer Dios hecho hombre. De cualquier manera, Dios Mismo hace Su propia obra; Él no interrumpe ni interfiere, ni, mucho menos, lleva a cabo una obra que se contradiga a sí misma, porque la esencia de la obra que hace el Espíritu y la carne es igual. Sea el Espíritu o la carne, ambos obran para cumplir una voluntad y para gestionar la misma obra. Aunque el Espíritu y la carne tienen dos cualidades dispares, sus esencias son las mismas; ambas poseen la esencia de Dios mismo y la identidad de Dios mismo. Dios mismo no tiene elementos de desobediencia; Su esencia es buena. Él es la expresión de toda la belleza y bondad, así como de todo el amor. Incluso en la carne, Dios no hace nada que desobedezca a Dios Padre. Incluso a costa de sacrificar Su vida, estaría dispuesto de todo corazón a hacerlo y no elegiría otra cosa. Dios no posee elementos de santurronería ni prepotencia, arrogancia o altivez; no posee elementos de ruindad. Todo lo que desobedece a Dios proviene de Satanás; Satanás es el origen de toda maldad y fealdad. La razón por la que el hombre tiene cualidades similares a las de Satanás es porque Satanás ha corrompido al hombre y ha trabajado en él. Satanás no ha corrompido a Cristo; por lo tanto, Él solo posee las características de Dios y ninguna de las de Satanás. No importa qué tan ardua sea la obra o débil la carne, Dios, mientras vive en la carne, nunca hará nada que interrumpa la obra de Dios mismo, y, mucho menos, abandonará la voluntad de Dios Padre en desobediencia. Él preferiría sufrir dolores en la carne que traicionar la voluntad de Dios Padre; así como Jesús lo dijo en la oración: “Padre mío, si es posible, que pase de Mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú quieras”. La gente toma sus propias decisiones, pero Cristo no. Aunque tiene la identidad de Dios mismo, aún así busca la voluntad de Dios Padre y cumple lo que Dios Padre le confió, desde la perspectiva de la carne. Esto es algo inalcanzable para el hombre.
La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La esencia de Cristo es la obediencia a la voluntad del Padre celestial
La carne vestida por el Espíritu de Dios es la propia carne de Dios. El Espíritu de Dios es supremo; Él es todopoderoso, santo y justo. De igual forma, Su carne también es suprema, todopoderosa, santa y justa. Carne como esa solo puede hacer lo que es justo y beneficioso para la humanidad; lo que es santo, glorioso y poderoso. Es incapaz de hacer cualquier cosa que viole la verdad, la moralidad y la justicia; mucho menos, cualquier cosa que traicione al Espíritu de Dios. El Espíritu de Dios es santo y, por lo tanto, Su carne no es susceptible de corrupción por Satanás; Su carne es de una esencia diferente a la carne del hombre. Porque es el hombre, no Dios, el que es corrompido por Satanás; Satanás no podría corromper la carne de Dios. Así pues, a pesar del hecho de que el hombre y Cristo moran dentro del mismo espacio, es solo el hombre a quien Satanás posee, usa y engaña. Por el contrario, Cristo es eternamente inmune a la corrupción de Satanás porque Satanás nunca será capaz de ascender al lugar más alto y nunca será capaz de acercarse a Dios. Hoy, todos vosotros debéis entender que sólo la humanidad, que ha sido corrompida por Satanás, es la que me traiciona. La traición jamás será un asunto que involucre a Cristo en lo más mínimo.
La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Un problema muy serio: la traición (2)
Sin que nosotros lo sepamos, este hombre insignificante nos ha introducido un paso tras otro en la obra de Dios. Sufrimos un sinnúmero de pruebas, soportamos innumerables castigos y somos probados por la muerte. Aprendemos del carácter justo y majestuoso de Dios; disfrutamos, también, Su amor y compasión, y llegamos a valorar el gran poder y sabiduría de Dios; somos testigos de la hermosura de Dios y contemplamos el deseo ansioso de Dios de salvar al hombre. En las palabras de esta persona ordinaria, llegamos a conocer el carácter y la esencia de Dios, a entender la voluntad de Dios, a conocer la esencia-naturaleza del hombre, y a ver el camino de salvación y perfección. Sus palabras nos hacen “morir” y nos hacen “volver a nacer”; Sus palabras nos dan consuelo, pero también nos atormentan con la culpa y un sentimiento de deuda; Sus palabras nos dan alegría y paz, pero también nos causan infinito dolor. A veces somos como ovejas al matadero en Sus manos; a veces somos como la niña de Sus ojos y gozamos Su tierno amor; a veces somos como Sus enemigos, y ante Su mirada nos convertimos en ceniza por Su ira. Somos la raza humana a la que Él salvó; somos gusanos a Sus ojos, y somos los corderos perdidos que noche y día se empeña en encontrar. Él es misericordioso con nosotros, nos desprecia, nos levanta, nos consuela y nos exhorta, nos guía, nos esclarece, nos castiga y nos disciplina, y hasta nos maldice. Nunca deja de preocuparse por nosotros, noche y día, nos protege y cuida y nunca se aparta de nuestro lado, sino que derrama toda la sangre de Su corazón y paga cualquier precio por nosotros. Entre las declaraciones de este pequeño y común cuerpo de carne, hemos gozado la totalidad de Dios y contemplado el destino que Dios nos ha concedido. No obstante, la vanidad todavía crea problemas en nuestro corazón, y todavía seguimos sin estar dispuestos a aceptar activamente a una persona así como nuestro Dios. Aunque nos ha dado tanto maná, tanto para disfrutar, nada de esto puede ocupar el lugar del Señor en nuestro corazón. Honramos la identidad y el estatus especiales de esta persona solo con gran renuencia. Mientras Él no abra Su boca para pedirnos que reconozcamos que Él es Dios, nunca nos encargaríamos de reconocerlo como el Dios que pronto llegará y que sin embargo ha estado obrando entre nosotros hace tiempo.
Dios continúa con Sus declaraciones, y Él emplea varios métodos y perspectivas para advertirnos sobre qué debemos hacer mientras, al mismo tiempo, da voz a Su corazón. Sus palabras llevan la energía de la vida, nos muestran el camino que debemos recorrer y nos permiten entender cuál es la verdad. Nos empiezan a atraer Sus palabras, comenzamos a enfocarnos en el tono y la manera en la que habla, y subconscientemente comenzamos a interesarnos en los sentimientos internos de esta persona que no tiene nada de especial. Vierte la sangre de su corazón al obrar para nosotras, pierde el sueño y el apetito por nosotros, llora por nosotros, suspira por nosotros, se queja en la enfermedad por nosotros, sufre humillación por el bien de nuestro destino y salvación, y nuestra insensibilidad y rebeldía le arrancan lágrimas y sangre del corazón. Esta forma de ser y de tener no pertenece a ninguna persona corriente y ninguno de los seres humanos corruptos las puede poseer o conseguir. Muestra una tolerancia y paciencia que no tiene ninguna persona ordinaria, y Su amor no lo posee ningún ser creado. Nadie excepto Él puede saber todos nuestros pensamientos, o tener un conocimiento tan claro y completo de nuestra naturaleza y esencia, o juzgar la rebeldía y corrupción de la humanidad, o hablarnos y obrar entre nosotros así en nombre del Dios del cielo. Nadie aparte de Él está dotado de la autoridad, la sabiduría y la dignidad de Dios; el carácter de Dios, y lo que Él tiene y es, emana en su totalidad de Él. Nadie salvo Él nos puede mostrar el camino y traernos la luz. Nadie salvo Él puede revelar los misterios que Dios no ha revelado desde la creación hasta el día de hoy. Nadie salvo Él nos puede salvar de la esclavitud de Satanás y de nuestro carácter corrupto. Él representa a Dios, expresa el corazón interior de Dios, las exhortaciones de Dios y Sus palabras de juicio hacia toda la humanidad. Él ha comenzado una nueva época, una nueva era, y ha iniciado un nuevo cielo y una nueva tierra, una nueva obra, y nos ha traído esperanza, poniendo fin a la vida que llevábamos en la indefinición, y permitiendo a nuestro ser por entero, con total claridad, contemplar el camino de salvación. Él ha conquistado todo nuestro ser y ha ganado nuestro corazón. Desde ese momento en adelante, nuestra mente se hace consciente y nuestro espíritu parece haber sido revivido: esta persona ordinaria e insignificante, que vive entre nosotros y a la que hemos rechazado desde hace ya mucho tiempo, ¿no es este el Señor Jesús, que siempre está en nuestros pensamientos, despiertos o soñando, y a quien anhelamos noche y día? ¡Es Él! ¡Realmente es Él! ¡Él es nuestro Dios! ¡Él es la verdad, el camino y la vida! Él nos ha permitido vivir otra vez y ver la luz, y ha evitado que nuestro corazón se desvíe. Hemos regresado a la casa de Dios, hemos regresado ante Su trono, estamos cara a cara con Él, hemos sido testigos de Su rostro, y hemos visto el camino que está por delante. Ahora, Él ha conquistado nuestros corazones por completo; ya no dudamos quién es Él, ni nos oponemos a Su obra y Su palabra y nos postramos completamente ante Él. No queremos otra cosa que seguir las huellas de Dios por el resto de nuestras vidas, y ser hechos perfectos por Él, y recompensarle por Su gracia, y recompensar Su amor por nosotros, y obedecer Sus arreglos y disposiciones, y cooperar con Su obra, y hacer todo lo que podamos para completar lo que Él nos confíe.
La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice IV: Contemplando la aparición de Dios en Su juicio y Su castigo
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