La quinta coyuntura: La descendencia
Después de casarse, uno comienza a criar a la siguiente generación. Uno no tiene nada que decir en cuanto al número o al tipo de hijos que tiene; esto también viene determinado por el destino de una persona, predestinado por el Creador. Esta es la quinta coyuntura por la que debe pasar una persona.
Si uno nace con el fin de cumplir la función del hijo de alguien, cría a la siguiente generación con el fin de cumplir la función del padre de alguien. Este cambio de papeles hace que uno experimente fases diferentes de la vida desde perspectivas distintas. También le proporciona a uno diferentes series de experiencias vitales a través de las cuales llega a conocer la soberanía del Creador, que es siempre representada de la misma manera, y a través de la que uno se encuentra con el hecho de que nadie puede sobrepasar o alterar la predestinación del Creador.
1. Uno no tiene control sobre lo que pasa con sus hijos
El nacimiento, el crecimiento y el matrimonio producen diversos tipos y diferentes grados de decepción. Algunas personas no están satisfechas con sus familias o sus propios aspectos físicos; a algunos no les gustan sus padres; otros están resentidos o tienen muchas quejas sobre el entorno en el que crecieron. Y, para la mayoría de las personas, entre todas estas decepciones, el matrimonio es la más insatisfactoria. Independientemente de lo insatisfecho que uno esté con su nacimiento, su crecimiento o su matrimonio, todo el que ha pasado por estas cosas sabe que uno no puede elegir dónde y cuándo nace, qué aspecto tiene, quiénes son sus padres ni quién es su cónyuge, sino que debe solamente aceptar la voluntad del cielo. Pero cuando llegue el momento de que las personas críen a la siguiente generación, proyectarán todos sus deseos no realizados en la primera mitad de sus vidas sobre sus descendientes, esperando que ellos compensen todas las decepciones de la primera mitad de sus propias vidas. Así, las personas se permiten toda clase de fantasías sobre sus hijos: que sus hijas crecerán hasta ser asombrosas bellezas y, sus hijos elegantes caballeros; que sus hijas serán cultas y talentosas, y sus hijos, brillantes estudiantes y atletas estrella; que sus hijas serán amables, virtuosas y equilibradas y, sus hijos, inteligentes, capaces y sensibles. Esperan que su descendencia, ya sean hijas o hijos, respetarán a sus mayores, serán considerados con sus padres, serán amados y alabados por todos… En este punto, las esperanzas de la vida brotan de nuevo, y se encienden nuevas pasiones en los corazones de las personas. Estas saben que están impotentes y desesperanzadas en esta vida, que no tendrán otra oportunidad, ni otra esperanza, de destacar sobre los demás, y que no tienen elección sino aceptar sus destinos. Y, por tanto, proyectan todas sus esperanzas, sus deseos e ideales no realizados en la siguiente generación, esperando que sus descendientes puedan ayudarles a lograr sus sueños y materializar sus deseos; que sus hijas e hijos traigan gloria al apellido, sean importantes, ricos o famosos. En resumen, quieren que se disparen las fortunas de sus hijos. Los planes y las fantasías de las personas son perfectos; ¿no saben que el número de hijos que tienen, el aspecto de sus hijos, sus capacidades, etc., no es algo que ellos puedan decidir, que ni un poco de los destinos de sus hijos está en sus manos? Los humanos no son señores de su propio destino, pero esperan cambiar los destinos de la generación más joven; no tienen poder para escapar de sus propios destinos, pero intentan controlar los de sus hijos e hijas. ¿No están sobrevalorándose? ¿No es esto insensatez e ignorancia humanas? Las personas llegarán hasta donde sea por el bien de sus hijos, pero al final, los planes y deseos propios no pueden dictar cuántos hijos tiene o cómo son esos hijos. Algunas personas son pobres, pero engendran muchos hijos; algunas son ricas, pero no tienen ninguno. Algunos quieren una hija, pero se les niega ese deseo; algunos quieren un niño, pero son incapaces de tener un varón. Para algunos, los hijos son una bendición; para otros, una maldición. Algunas parejas son inteligentes, pero dan a luz hijos torpes; algunos padres son trabajadores y honestos, pero los hijos que crían son indolentes. Algunos padres son amables y rectos, pero tienen hijos que resultan ser astutos y maliciosos. Algunos padres están sanos de mente y cuerpo, pero dan a luz hijos discapacitados. Algunos padres son ordinarios y fracasados, pero tienen hijos que consiguen grandes éxitos. Algunos padres son de un estatus bajo, pero tienen hijos que llegan a ser eminencias…
2. Después de criar a la siguiente generación, las personas obtienen un nuevo entendimiento del destino
La mayoría de las personas que entra en el matrimonio lo hacen alrededor de los treinta años de edad, un momento en la vida en el que uno no tiene ningún entendimiento del destino humano todavía. Pero cuando las personas empiezan a criar a sus hijos, conforme sus descendientes crecen, ven a la nueva generación repetir la vida y todas las experiencias de la anterior, y ven sus propios pasados reflejados en ellos y se dan cuenta de que el camino recorrido por la generación más joven, como la suya, no puede planearse ni escogerse. Frente a esta realidad, no tienen elección sino admitir que el destino de cada persona está predestinado; y sin darse cuenta de ello dejan gradualmente de lado sus propios deseos, y las pasiones en sus corazones se consumen y mueren… Durante este período de tiempo, la gente, al haber pasado esencialmente los hitos importantes de la vida, ha obtenido un nuevo entendimiento de la vida, ha adoptado una nueva actitud. ¿Cuánto puede esperar del futuro una persona de esta edad y qué perspectivas tiene que esperar? ¿Qué mujer de cincuenta años sigue soñando con el Príncipe Azul? ¿Qué hombre de cincuenta años sigue buscando a su Blancanieves? ¿Qué mujer de mediana edad sigue esperando pasar de ser un patito feo a ser un cisne? ¿Tienen la mayoría de los hombres mayores la misma energía en su profesión que los jóvenes? En resumen, independientemente de si uno es un hombre o una mujer, cualquiera que viva hasta esta edad probablemente tenga una actitud relativamente racional y práctica hacia el matrimonio, la familia y los hijos. A esa persona no le quedan básicamente elecciones ni ansias de desafiar el destino. Hasta donde llega la experiencia humana, tan pronto como uno alcanza esta edad desarrolla naturalmente cierta actitud de “uno debe aceptar el destino; los hijos corren sus propias suertes; el destino humano es ordenado por el cielo”. La mayoría de las personas que no entienden la verdad, después de haber aguantado todas las vicisitudes, frustraciones y dificultades de este mundo, resumirán sus perspectivas de la vida humana con tres palabras: “¡Es el destino!”. Aunque esta frase sintetiza la comprensión de las personas mundanas del destino humano y la conclusión a la que llegan, aunque expresa la impotencia de la humanidad y podría describirse como incisiva y precisa, no tiene nada que ver con un entendimiento de la soberanía del Creador, y simplemente no sustituye el conocimiento de Su autoridad.
3. Creer en el destino no sustituye el conocimiento de la soberanía del Creador
Después de haber seguido a Dios durante tantos años, ¿existe una diferencia esencial entre vuestro conocimiento del destino y el de las personas mundanas? ¿Habéis entendido realmente la predestinación del Creador, y habéis llegado verdaderamente a conocer Su soberanía? Algunas personas tienen un entendimiento profundo y muy sentido de la frase “es el destino”, pero no creen en absoluto en la soberanía de Dios, no creen que Dios organiza y orquesta el destino humano, y no están dispuestas a someterse a Su soberanía. Esas personas están como a la deriva en el océano, lanzadas por las olas, llevadas por la corriente, sin otra elección que esperar pasivamente y resignarse al destino. Sin embargo, no reconocen que el destino humano está sujeto a la soberanía de Dios; no pueden llegar a conocerla por su propia iniciativa y, de ese modo, lograr el reconocimiento de la autoridad de Dios, someterse a Sus orquestaciones y arreglos, dejar de resistirse al destino y vivir bajo el cuidado, la protección y la dirección de Dios. En otras palabras, aceptar el destino no es lo mismo que someterse a la soberanía del Creador; creer en el destino no significa que uno acepte, reconozca y conozca la soberanía del Creador; creer en el destino es solo el reconocimiento de esta verdad y sus manifestaciones superficiales. Esto es distinto a conocer cómo gobierna el Creador el destino de la humanidad, a reconocer que el Creador es la fuente de dominio sobre los destinos de todas las cosas y, ciertamente, muy distinto a someterse a Sus orquestaciones y disposiciones para el destino de la humanidad. Si una persona solo cree en el destino, incluso si es profundamente sensible a ello, pero no es capaz aún de conocer y reconocer la soberanía del Creador sobre el destino de la humanidad, someterse a ella y aceptarla, entonces su vida no será más que una tragedia, una vida vivida en vano, un vacío; seguirán siendo incapaces de rendirse al dominio del Creador, de convertirse en un ser humano creado en el sentido más puro de la frase, y de disfrutar de Su aprobación. Una persona que conoce y experimenta verdaderamente la soberanía del Creador debería estar en un estado activo, no negativo ni impotente, sino aceptando tiempo que todas las cosas están destinadas, debería poseer una definición precisa de la vida y el destino: que toda vida está sujeta a la soberanía del Creador. Cuando uno mira atrás el camino que ha recorrido, cuando uno rememora cada fase de su viaje, ve que, en cada paso, ya fuera el viaje arduo o liso, Dios estaba dirigiendo su senda y planificándola. Fueron los arreglos meticulosos de Dios, Su planificación cuidadosa, los que llevaron a uno, inconscientemente, hasta hoy. Poder aceptar la soberanía del Creador, recibir Su salvación, ¡qué gran suerte! Si una persona tiene una actitud negativa hacia el destino, demuestra que se está resistiendo a todo lo que Dios ha organizado para ella, que no tiene una actitud sumisa. Si uno tiene una actitud positiva hacia la soberanía de Dios sobre el destino humano, cuando uno mira atrás a su viaje, cuando experimenta verdaderamente la soberanía de Dios, deseará con más empeño someterse a todo lo que Dios ha organizado, tendrá más determinación y confianza para dejar que Dios orqueste su destino, para dejar de rebelarse contra Dios. Porque uno ve que cuando no comprende el destino, cuando no entiende la soberanía de Dios, cuando anda a tientas caprichosamente, tambaleándose y cayendo, a través de la niebla, el viaje es demasiado difícil, demasiado descorazonador. Por tanto, cuando las personas reconocen la soberanía de Dios sobre el destino humano, los inteligentes escogen conocerla y aceptarla, decir adiós a los dolorosos días en los que intentaban construir una buena vida con sus propias manos, y dejar de luchar contra el destino y de perseguir a su propia manera los supuestos “objetivos de la vida”. Cuando uno no tiene a Dios, cuando no puede verlo, cuando no puede reconocer claramente la soberanía de Dios, cada día carece de sentido, es vano, miserable. Allí donde uno esté, cualquiera que sea su trabajo, sus medios de vida y la persecución de sus objetivos no le traen otra cosa que una angustia infinita y un sufrimiento que no se pueden aliviar, de forma que uno no puede soportar mirar hacia su pasado. Solo cuando uno acepta la soberanía del Creador, se somete a Sus instrumentaciones y disposiciones y busca la verdadera vida humana, empezará a librarse gradualmente de toda angustia y sufrimiento, y a deshacerse de todo el vacío de la vida.
4. Solo aquellos que se someten a la soberanía del Creador pueden alcanzar la verdadera libertad
Como las personas no reconocen las orquestaciones y la soberanía de Dios, siempre afrontan el destino desafiantemente, con una actitud rebelde, y siempre quieren desechar la autoridad y la soberanía de Dios y las cosas que el destino les tiene guardadas, esperando en vano cambiar sus circunstancias actuales y alterar su destino. Pero nunca pueden tener éxito y se ven frustrados a cada paso. Esta lucha, que tiene lugar en lo profundo del alma de uno, causa un dolor profundo, el tipo de dolor que se mete en los huesos, mientras uno está desperdiciando su vida todo ese tiempo. ¿Cuál es la causa de este dolor? ¿Es debido a la soberanía de Dios, o porque una persona nació sin suerte? Obviamente ninguna de las dos es cierta. En última instancia, es debido a las sendas que las personas toman, la forma en que eligen vivir su vida. Algunas personas pueden no haberse dado cuenta de estas cosas. Pero cuando conoces realmente, cuando verdaderamente llegas a reconocer que Dios tiene soberanía sobre el destino humano, cuando entiendes realmente que todo lo que Dios ha planeado y decidido para ti es un gran beneficio, y es una gran protección, sientes que tu dolor empieza a aliviarse gradualmente, y todo tu ser se queda relajado, libre, liberado. A juzgar por los estados de la mayoría de las personas, objetivamente, no pueden aceptar realmente el valor y el sentido prácticos de la soberanía del Creador sobre el destino humano, aunque en un nivel subjetivo no quieren seguir viviendo como antes y quieren aliviar su dolor; objetivamente, no pueden reconocer ni someterse realmente a la soberanía del Creador, y mucho menos saber cómo buscar y aceptar las orquestaciones y disposiciones del Creador. Así, si las personas no pueden reconocer realmente el hecho de que el Creador tiene soberanía sobre el destino humano y sobre todos los asuntos humanos, si no pueden someterse realmente a Su dominio, entonces será difícil para ellas no verse impulsadas y coartadas por la idea de que “el destino de uno está en sus propias manos”. Será difícil para ellas deshacerse del dolor de su intensa lucha contra el destino y la autoridad del Creador, y no hace falta decir que también será difícil para ellas estar verdaderamente liberadas y libres, convertirse en personas que adoran a Dios. Pero existe una forma muy simple de liberarse de este estado, que es decir adiós a la antigua forma de vida de uno, a los anteriores objetivos en la vida, resumir y diseccionar el estilo de vida, la visión de la vida, las búsquedas, los deseos y los ideales anteriores y compararlos después con las intenciones y las exigencias de Dios para el hombre, y ver si todos ellos son acordes con estas, si todos ellos transmiten los valores correctos de la vida, llevan a uno a un mayor entendimiento de la verdad, y le permiten vivir con humanidad y la semejanza de un ser humano. Cuando investigas repetidamente y analizas cuidadosamente los diversos objetivos que las personas persiguen en la vida y sus miles de formas diferentes de vivir, verás que ninguno de ellos encaja con el propósito original del Creador con el que creó a la humanidad. Todos ellos apartan a las personas de Su soberanía y Su cuidado; todos son trampas que provocan que las personas se vuelvan depravadas y que las llevan al infierno. Después de que reconozcas esto, tu tarea es dejar de lado tu antigua visión de la vida, mantenerte alejado de diversas trampas, dejar a Dios que se haga cargo de tu vida y haga arreglos para ti, es intentar someterte solamente a las orquestaciones y la dirección de Dios, vivir sin tener elección personal y convertirte en una persona que lo adora a Él. Esto suena fácil, pero es difícil de hacer. Algunos pueden soportar el dolor que ello conlleva, otros no. Algunos están dispuestos a obedecer, otros no. Los que no están dispuestos carecen del deseo y la determinación para hacerlo; son claramente conscientes de la soberanía de Dios, saben perfectamente bien que es Él quien planea y organiza el destino humano, pero siguen luchando por liberarse y sin reconciliarse con la idea de dejar sus destinos en las manos de Dios y someterse a Su soberanía y, además, están resentidos con Sus orquestaciones y Sus disposiciones. Así, habrá siempre algunas personas que quieran ver por sí mismas de lo que son capaces; quieren cambiar sus destinos con sus propias manos, o conseguir la felicidad con sus propias fuerzas, ver si pueden sobrepasar los límites de la autoridad de Dios y subir por encima de Su soberanía. La tragedia del hombre no es que busque una vida feliz ni que persiga fama y fortuna o luche contra su propio destino a través de la niebla, sino que después de haber visto la existencia del Creador, después de haber conocido la realidad de que Él tiene soberanía sobre el destino humano, siga sin enmendar sus caminos, sin poder sacar los pies del fango, y endurezca su corazón persistiendo en sus errores. Preferiría quedarse revolcándose en el barro, compitiendo obstinadamente contra la soberanía del Creador, resistiéndose a ella hasta el amargo final, sin la más mínima pizca de remordimiento. Solo cuando yace quebrantado y sangrando decide finalmente rendirse y darse la vuelta. Esto es lo realmente triste del ser humano. Así pues, digo que aquellos que deciden someterse son sabios, y aquellos que deciden luchar y huir son, sin duda, testarudos.
La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III
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