El mandato de Dios a Adán

19 Abr 2018

Génesis 2:15-17 Y Jehová Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín del Edén para vestirlo y protegerlo. Y Jehová Dios le ordenó y le dijo: De cada árbol del jardín puedes comer libremente, pero no debes comer del árbol del conocimiento del bien y el mal porque el día que comas de él, definitivamente morirás.*

¿Qué sacáis de estos versículos? ¿Cómo os hace sentir esta parte de las Escrituras? ¿Por qué he decidido hablaros del mandato de Dios a Adán? ¿Tenéis cada uno de vosotros una imagen de Dios y de Adán en vuestra mente? Podéis intentar imaginar: si estuvierais en esa escena, en el fondo, ¿cómo pensáis que sería Dios? ¿Cómo os hace sentir esto? Es una imagen conmovedora y reconfortante. Aunque solo están Dios y el hombre, la intimidad entre ambos os llena de una sensación de admiración: de manera gratuita, Dios le concede al hombre Su amor desbordante y lo rodea; el hombre es inocente y puro, sin trabas ni preocupaciones, vive feliz bajo el ojo de Dios. Él se preocupa por el hombre, mientras este vive bajo Su protección y bendición; cada cosa que dice y hace está vinculada inextricablemente a Dios y es inseparable de Él.

Esto puede llamarse el primer mandato de Dios al hombre tras crearlo. ¿Qué conlleva este mandato? La intención de Dios, pero también Su preocupación por la humanidad. Este es el primer mandato de Dios, y también la primera vez que Él expresa preocupación por el hombre. Es decir, Dios ha sentido una responsabilidad hacia el hombre desde el momento en que lo creó. ¿Cuál es Su responsabilidad? Proteger al hombre, cuidar de él. Espera que este pueda confiar en Sus palabras y obedecerlas. Es, asimismo, la primera expectativa que Dios tiene del hombre, y con ella le indica lo siguiente: “De cada árbol del jardín puedes comer libremente, pero no debes comer del árbol del conocimiento del bien y el mal porque el día que comas de él, definitivamente morirás”.* Estas simples palabras representan la intención de Dios. También revelan que, en Su corazón, Dios ha comenzado a mostrar preocupación por el hombre. Sólo Adán, entre todas las cosas, fue hecho a imagen de Dios; Adán fue el único ser vivo con el aliento de vida de Dios; él podía caminar con Dios y conversar con Él. Por eso le dio Dios ese mandato, en el que le dejó muy claro al hombre lo que podía y no podía hacer.

Podemos ver el corazón de Dios en estas pocas simples palabras. ¿Pero qué tipo de corazón se muestra a sí mismo? ¿Hay amor en el corazón de Dios? ¿Hay preocupación en él? En estos versículos no solo se aprecia Su amor y Su preocupación, sino que también pueden sentirse íntimamente. ¿No estaríais de acuerdo? Después de oírme decir esto, ¿seguís pensando que no son más que unas pocas palabras simples? No son tan simples después de todo, ¿verdad? ¿Antes erais conscientes de ello? Si Dios te dirigiera personalmente estas pocas palabras, ¿cómo te sentirías en tu interior? Si no fueras una persona humana, si tu corazón fuera frío como el hielo, no sentirías nada, no apreciarías el amor de Dios ni tratarías de entender Su corazón. Pero como persona con conciencia y sentido de humanidad, te sentirías diferente. Sentirías calidez, te sentirías cuidado y amado y sentirías felicidad. ¿No es así? Cuando sientas estas cosas, ¿cómo actuarás hacia Dios? ¿Te sentirías apegado a Él? ¿Le amarías y le respetarías desde lo más profundo de tu corazón? ¿Se acercaría más tu corazón a Él? En esto puedes ver cuán importante es para el hombre el amor de Dios. Pero lo que es aún más crucial es la apreciación y comprensión del amor de Dios por parte del hombre. De hecho, ¿no dice Dios muchas cosas parecidas durante esta etapa de Su obra? ¿Hay gente hoy que aprecia el corazón de Dios? ¿Podéis apreciar la intención de Dios de la que acabo de hablar? No podéis apreciarla de verdad cuando es tan concreta, tangible, y real. Por esta razón digo que no tenéis conocimiento y entendimiento reales de Dios. ¿No es cierto? Pero vamos a dejarlo ahí de momento.

La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo I

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