Mediante su capacidad auditiva, Job escucha hablar de Dios (Parte 1)

20 Abr 2018

Job 9:11 Si Él pasara junto a mí, no le vería; si me pasara adelante, no le percibiría.

Job 23:8-9 He aquí, me adelanto, y Él no está allí, retrocedo, pero no le puedo percibir; cuando se manifiesta a la izquierda, no le distingo, se vuelve a la derecha, y no le veo.

Job 42:2-6 Yo sé que tú puedes hacer todas las cosas, y que ningún propósito tuyo puede ser estorbado. “¿Quién es este que oculta el consejo sin entendimiento?”. Por tanto, he declarado lo que no comprendía, cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no sabía. “Escucha ahora, y hablaré; te preguntaré y tú me instruirás”. He sabido de ti solo de oídas, pero ahora mis ojos te ven. Por eso me retracto, y me arrepiento en polvo y ceniza.

Aunque Dios no se ha revelado a Job, él cree en Su soberanía

¿Cuál es la idea central de estas palabras? ¿Os habéis dado cuenta de que aquí hay una realidad? En primer lugar, ¿cómo supo Job que había un Dios? ¿Entonces cómo sabía que los cielos y la tierra, y todas las cosas, son gobernados por Dios? Hay un pasaje que responde estas dos preguntas: “He sabido de ti solo de oídas, pero ahora mis ojos te ven. Por eso me retracto, y me arrepiento en polvo y ceniza”. De estas palabras aprendemos que, en lugar de haber visto a Dios con sus propios ojos, Job había sabido de Él a partir de la leyenda. Bajo estas circunstancias comenzó a andar por el camino de seguir a Dios, tras lo cual confirmó Su existencia en su vida, y entre todas las cosas. Aquí encontramos un hecho innegable; ¿cuál es? A pesar de ser capaz de seguir el camino de temer a Dios y apartarse del mal, Job nunca lo había visto. ¿Acaso no era igual, en esto, a las personas actuales? Job nunca había visto a Dios, lo que implica que aunque había oído de Él, no sabía dónde estaba, cómo era ni qué estaba haciendo. Todos estos son factores subjetivos; objetivamente hablando, aunque seguía a Dios, Él nunca se le apareció ni le habló. ¿No es esto una realidad? Aunque Él no le había hablado a Job ni le había dado ningún mandamiento, este había visto Su existencia, observaba Su soberanía entre todas las cosas y en leyendas en las que había oído de Dios mediante el sentido auditivo, tras lo cual comenzó a vivir temiendo a Dios y apartándose del mal. Estos eran los orígenes y el proceso por los cuales Job seguía a Dios. Pero, independientemente de su forma de temerle y de apartarse del mal, de cómo se agarrara firmemente a su integridad, Dios nunca se le apareció. Leamos este pasaje. Él dijo: “Si Él pasara junto a mí, no le vería; si me pasara adelante, no le percibiría” (Job 9:11). Lo que estas palabras están indicando es que Job podría, o no, haber sentido a Dios a su alrededor; sin embargo, nunca lo pudo ver. Había momentos en los que se lo imaginaba pasando delante de él, actuando, o guiando al ser hombre, pero nunca lo había conocido. Dios viene al hombre cuando este no lo espera; el ser humano no sabe cuándo Dios viene a él ni dónde lo hace, porque no puede verlo y, por tanto, para el hombre Dios está escondido de él.

La fe de Job en Dios no se tambalea por el hecho de que Dios esté escondido de él

En el siguiente pasaje de las escrituras, Job dice: “He aquí, me adelanto, y Él no está allí, retrocedo, pero no le puedo percibir; cuando se manifiesta a la izquierda, no le distingo, se vuelve a la derecha, y no le veo” (Job 23:8-9). En este relato, aprendemos que en las experiencias de Job, Dios se había escondido totalmente de él; no se le había aparecido ni le había hablado abiertamente palabra alguna, pero en su corazón, Job confiaba en la existencia de Dios. Siempre había creído que Él podía estar caminando delante de él, o actuando a su lado, y que aunque no podía verlo, estaba junto a él gobernando su todo sobre él. Job nunca había visto a Dios, pero podía mantenerse fiel a su fe, algo que ninguna otra persona podía hacer. ¿Por qué no podían otras personas hacer esto? Porque Dios no habló a Job ni se le apareció, y si no hubiera creído de verdad, no habría podido seguir adelante ni haberse aferrado al camino de temer a Dios y apartarse del mal. ¿No es esto cierto? ¿Cómo te sientes cuando lees sobre Job pronunciando estas palabras? ¿Sientes que la perfección y la rectitud de Job, y su justicia delante de Dios, son reales y no una exageración por parte de Dios? Aunque Él tratara a Job igual que a otras personas, y no se le apareciera ni le hablara, él seguía firme en su integridad, continuaba creyendo en Su soberanía y, además, ofrecía con frecuencia holocaustos y oraba delante de Dios como consecuencia de su miedo a ofenderle. En su capacidad de temerle sin haberlo visto, percibimos cuánto amaba las cosas positivas, y cuán firme y real era su fe. No negaba la existencia de Dios porque estuviera escondido de él ni perdía su fe, abandonándolo por no haberle visto nunca. En su lugar, en medio de la obra oculta de Dios de gobernar todas las cosas, había sido consciente de Su existencia, y sentía Su soberanía y Su poder. No dejó de ser recto porque Dios estuviera escondido ni abandonó el camino de temerle y apartarse del mal porque Él nunca se le apareciera. Job nunca había pedido que Dios se le manifestara abiertamente para demostrar Su existencia, porque ya había observado Su soberanía en medio de todas las cosas, y creía haber obtenido las bendiciones y las gracias que otros no habían recibido. Aunque Dios seguía escondido para él, su fe en Él nunca se tambaleó. Así pues, cosechó lo que nadie más tenía: la aprobación y la bendición de Dios.

Job bendice el nombre de Dios y no piensa en las bendiciones o el desastre

Hay un hecho al que nunca se hace referencia en las historias de Job en las Escrituras, y hoy nos centraremos en él. Aunque Job nunca había visto a Dios ni había oído Sus palabras con sus propios oídos, Él tenía un lugar en su corazón. ¿Cuál era la actitud de Job hacia Dios? Era, como ya mencionamos anteriormente, “bendito sea el nombre de Jehová”.* Bendecía el nombre de Dios de manera incondicional, sin reservas y sin razones. Vemos que le había entregado su corazón, permitiendo que Él lo controlara; todo lo que pensaba, lo que decidía, y lo que planeaba en su corazón estaba expuesto abiertamente para Dios y no cerrado a Él. Su corazón no se oponía a Él, y nunca le pidió que hiciera algo por él, que le concediera algo ni albergó deseos extravagantes de conseguir alguna cosa por su adoración a Dios. Job no habló de negocios con Dios, y no le pidió ni le exigió nada. Alababa Su nombre por el gran poder y autoridad de este en Su dominio de todas las cosas, y no dependía de si obtenía bendiciones o si el desastre lo golpeaba. Job creía que, independientemente de que Dios bendiga a las personas o acarree el desastre sobre ellas, Su poder y Su autoridad no cambiarán; y así, cualesquiera que sean las circunstancias de la persona, debería alabar el nombre de Dios. Que Dios bendiga al hombre se debe a Su soberanía, y también cuando el desastre cae sobre él. El poder y la autoridad divinos dominan y organizan todo lo del hombre; los caprichos de la fortuna del ser humano son la manifestación de estos, e independientemente del punto de vista que se tenga, se debería alabar el nombre de Dios. Esto es lo que Job experimentó y llegó a conocer durante los años de su vida. Todos sus pensamientos y sus actos llegaron a los oídos de Dios, y a Su presencia, y Él los consideró importantes. Dios estimaba este conocimiento de Job, y le valoraba a él por tener un corazón así, que siempre aguardaba el mandato de Dios, en todas partes, y cualesquiera que fueran el momento o el lugar aceptaba lo que le sobreviniera. Job no le ponía exigencias a Dios. Lo que se exigía a sí mismo era esperar, aceptar, afrontar, y someterse a todas las disposiciones que procedieran de Él; creía que esa era su obligación, y era precisamente lo que Él quería. Nunca había visto a Dios ni le había oído hablar palabra alguna, emitir mandato alguno, comunicar una enseñanza o instruirlo sobre algo. En palabras actuales, que fuera capaz de poseer semejante conocimiento de Dios y una actitud así hacia Él, aun cuando Él no le había facilitado esclarecimiento, dirección ni provisión respecto a la verdad, era algo valioso; que demostrara estas cosas bastaba para Dios, que elogió y apreció su testimonio. Job nunca le había visto ni oído pronunciar personalmente ninguna enseñanza para él, pero para Dios su corazón y él mismo eran mucho más preciados que esas personas que, delante de Él, solo podían hablar de profundas teorías, jactarse, y departir sobre ofrecer sacrificios, pero nunca habían tenido un conocimiento verdadero de Dios ni le habían temido en realidad. Y es que el corazón de Job era puro, no estaba escondido de Dios, su humanidad era honesta y bondadosa, y amaba la justicia y lo que era positivo. Solo un hombre así, con un corazón y una humanidad semejante era capaz de seguir el camino de Dios, de temerle y apartarse del mal. Este tipo de hombre podía ver la soberanía, la autoridad y el poder de Dios, a la vez que tenía la capacidad de lograr la sumisión a Su soberanía y a Sus disposiciones. Solo un hombre así podía alabar realmente el nombre de Dios, porque no consideraba si Él lo bendecía o traía el desastre sobre él, porque sabía que Su mano lo controla todo, y la preocupación del hombre es señal de necedad, ignorancia y una falta de razón, así como una señal de dudar del hecho de la soberanía de Dios sobre todas las cosas, y de no temerle. El conocimiento de Job era precisamente lo que Dios quería. ¿Acaso tenía Job un mayor conocimiento teórico de Dios que vosotros? La obra y las declaraciones divinas en aquella época eran muy pocas, y no resultaba fácil adquirir el conocimiento de Dios. Ese logro de Job no era una nimiedad. Él no había experimentado la obra de Dios ni le había oído hablar, ni había visto Su rostro. Que fuera capaz de tener esa actitud hacia Él era la consecuencia de su humanidad y su búsqueda personal, que las personas no poseen hoy. De ahí que, en aquel tiempo, Dios declaró: “No hay ningún otro como él en la tierra, un hombre perfecto y recto”.* Él ya había efectuado esa valoración de Job y había llegado a esa conclusión. ¿Cuánto más cierta sería hoy?

La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II

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