Cómo perseguir la verdad (18)

Hace unos días tuvo lugar un grave incidente en el que los anticristos perturbaron la obra de expansión del evangelio. ¿Todos sabéis acerca de ello? (Sí). Después de este incidente, comenzó la reorganización de la obra del evangelio de la casa de Dios, y se empezó a reasignar y a transferir a algunas personas y también se ajustaron algunos asuntos relacionados con la obra, ¿verdad? (Sí). Esta especie de gran acontecimiento ocurrió en la casa de Dios y los anticristos surgieron a vuestro alrededor. ¿Habéis podido aprender algunas lecciones tras enfrentaros a un acontecimiento tan significativo? ¿Habéis buscado la verdad? ¿Habéis observado la esencia de algunos problemas y habéis podido aprender alguna lección de un asunto tan relevante? Cuando algo ocurre, ¿acaso no es cierto que la mayoría de las personas simplemente toman algunas lecciones de forma superficial a partir de ello y comprenden algunas pocas doctrinas, sin profundizar en su esencia, y no aprenden a contemplar a las personas y las cosas, ni a comportarse y actuar de acuerdo con la verdad? Hay quienes, independientemente de lo que les pase, se limitan a reflexionar siguiendo sus propios pensamientos y sus cálculos. No alcanzan los principios-verdad y carecen de inteligencia y sabiduría. Simplemente resumen algunas lecciones y luego toman una decisión: “Cuando vuelvan a ocurrir estas cosas en el futuro, he de tener cuidado y prestar atención a lo que no puedo decir, a lo que no puedo hacer, y saber de qué personas he de guardarme y de cuáles debo mantenerme cerca”. ¿Cuenta esto como aprendizaje y una manera de adquirir experiencia? (No). Entonces, cuando suceden cosas como estas, al margen de que sean acontecimientos mayores o menores, ¿cómo debería la gente experimentarlos, abordarlos y adentrarse profundamente en ellos para poder aprender lecciones, comprender algunas verdades y crecer en estatura mientras se enfrenta a estos entornos? La mayoría no reflexiona sobre estas cosas, ¿verdad? (Cierto). Si no lo hacen, ¿son entonces personas que buscan la verdad?, ¿son personas que persiguen la verdad? (No). ¿Creéis que perseguís la verdad? ¿En qué os basáis para creer que sois alguien que no persigue la verdad? ¿Y en qué os basáis para pensar de vez en cuando que sí lo hacéis? Cuando soportáis un poco de sufrimiento y pagáis algo de precio en el cumplimiento de vuestro deber, y en ocasiones os mostráis un poco más serios respecto a vuestro trabajo, o contribuís con algo de dinero, o abandonáis a vuestra familia, dimitís de vuestro trabajo, dejáis vuestros estudios y renunciáis al matrimonio para entregaros a Dios, u os abstenéis de seguir las tendencias mundanas, o evitáis a las personas malvadas con las que os cruzáis, etcétera; cuando sois capaces de hacer estas cosas, ¿os parece que perseguís la verdad y que sois auténticos creyentes? ¿No es eso lo que pensáis? (Sí). Ahora bien, ¿de dónde sacáis esa idea? ¿De las palabras de Dios y la verdad? (No). No es más que una idea ilusoria, estáis emitiendo vuestro propio veredicto. Cuando en ocasiones seguís algunos preceptos y hacéis las cosas conforme a las normas, y dais señales de buena humanidad, cuando podéis ser pacientes y tolerantes, cuando en apariencia sois humildes, discretos, sencillos y no evidenciáis arrogancia, y cuando sois capaces de tener un poco de determinación o mentalidad responsable en la obra de la casa de Dios, de veras os parece que habéis perseguido la verdad y sois alguien que la persigue de corazón. Entonces, ¿constituyen estas manifestaciones la búsqueda de la verdad? (No). Para ser precisos, estas acciones, comportamientos y señales visibles no suponen la búsqueda de la verdad. Por lo tanto, ¿por qué siempre piensan que lo son? ¿Por qué siempre creen ser personas que persiguen la verdad? (Según sus nociones, piensan que esforzarse y gastarse un poco indica que persiguen la verdad. Así que, cuando pagan algún precio o sufren un poco cuando cumplen con sus deberes, consideran que son personas que persiguen la verdad, pero nunca se han preocupado de buscar lo que dice la palabra de Dios sobre este asunto o cómo Él juzga si alguien está persiguiendo la verdad. Por tanto, siempre viven enfrascadas en sus nociones y figuraciones, creen que son estupendas). Nunca dejan de lado sus nociones y en lo que respecta al crucial asunto de determinar si persiguen la verdad, siempre confían en sus propias nociones y figuraciones, en sus ideas ilusorias. ¿Por qué actúan de esta manera? ¿Acaso no es porque se sienten cómodas al pensar y obrar así, creen que no necesitan realmente pagar un precio para perseguir la verdad, y que aun así pueden, en última instancia, recibir beneficios y ser bendecidas? Hay otra razón, y es que los supuestos buenos comportamientos de las personas, como sus renuncias, su sufrimiento, el precio que pagan, etc., son cosas que pueden lograr y alcanzar, ¿verdad? (Sí). A la gente le resulta fácil renunciar a sus familias y sus trabajos, pero no perseguir realmente la verdad, practicarla o actuar de acuerdo con los principios-verdad; eso no es algo que le resulte sencillo conseguir. Aunque entiendas una parte de la verdad, te será muy difícil rebelarte contra tus propias ideas, nociones o actitudes corruptas y aferrarte a los principios-verdad. Si eres alguien que persigue la verdad, ¿por qué parece que no has progresado nada en lo relativo a los diversos aspectos de esta en los años que llevas creyendo en Dios? Al margen de que hayas pagado un precio, o de tus renuncias o abandonos, ¿los resultados definitivos que has obtenido son aquellos que has alcanzado persiguiendo y practicando la verdad? No importa cuántos precios has pagado, cuánto has sufrido o a cuántas cosas carnales has renunciado, ¿qué has obtenido en definitiva? ¿La verdad? ¿Has obtenido algo relacionado con la verdad? ¿Has progresado en tu entrada en la vida? ¿Has transformado tus actitudes corruptas? ¿Posees verdadera sumisión a Dios? No vamos a hablar de una lección o práctica tan profunda como la sumisión a Dios. En su lugar, nos ocuparemos de algo más sencillo. Lo has abandonado todo, has sufrido y pagado precios durante muchos años, ¿eres capaz de salvaguardar los intereses de la casa de Dios? En particular, cuando los anticristos y los malvados hacen el mal para perturbar el trabajo de la iglesia, ¿haces la vista gorda, respetas los intereses de esas personas malvadas y te proteges a ti mismo o te pones del lado de Dios para preservar los intereses de Su casa? ¿Has practicado de acuerdo con los principios-verdad? Si no lo has hecho, entonces tu sufrimiento y el precio que has pagado no son diferentes a los de Pablo. Solo han servido para obtener bendiciones y son completamente inútiles. Es lo mismo que dijo Pablo sobre haber peleado las batallas y haber concluido la carrera que le correspondían, para al final obtener bendiciones y una recompensa: no hay ninguna diferencia. Recorres la senda de Pablo, no persigues la verdad. Te parece que tus renuncias, tu gasto, tu sufrimiento y el precio que has pagado son la práctica de la verdad. Entonces, ¿cuántas verdades has comprendido a lo largo de estos años? ¿Cuántas realidades-verdad posees? ¿En cuántos asuntos has salvaguardado los intereses de la casa de Dios? ¿En cuántos te has puesto del lado de la verdad y de Dios? ¿En cuántas de tus acciones te has abstenido de hacer el mal o de seguir tu propia voluntad porque tienes un corazón temeroso de Dios? Las personas han de entender y examinar todas estas cosas. Si no las examinan, mientras más tiempo pasen creyendo en Dios y, en particular, mientras más tiempo pasen cumpliendo con un deber, más les parecerá que han hecho una contribución meritoria, y que sin duda van a ser salvados y que pertenecen a Dios. Si un día los destituyen, los ponen al descubierto y los descartan, dirán: “Aunque no haya prestado un servicio meritorio, al menos he trabajado duro, y aunque no haya sido así, al menos he terminado agotado. En vista del sufrimiento que he padecido y los precios que he pagado durante tantos años, la casa de Dios no debería expulsarme ni tratarme así. ¡No debería simplemente deshacerse de mí después de haber trabajado para ella!”. Si de veras eres alguien que persigue la verdad, no deberías decir tales cosas. Si persigues la verdad, entonces, ¿cuántas veces has puesto en marcha los arreglos de obra de la casa de Dios a fondo y al pie de la letra? ¿Cuántos has implementado? ¿De cuántos aspectos de la obra has hecho un seguimiento? ¿Cuántos has comprobado? Dentro del alcance de tus responsabilidades y tu deber, y dentro de los límites que pueden alcanzar tu calibre, capacidad de comprensión y entendimiento de la verdad, ¿cuánto has hecho con el máximo esfuerzo? ¿Qué deberes has cumplido bien? ¿Cuántas buenas acciones has preparado? Estos son los estándares que miden si alguien persigue la verdad. Si eres un desastre en todas estas cosas y no has obtenido ningún resultado, significa que has sufrido y pagado precios durante estos años con la esperanza de recibir bendiciones y que no estás practicando la verdad ni sometiéndote a Dios. Todo lo que has hecho ha sido en tu propio beneficio, por estatus y bendiciones, y no sigue el camino de Dios. Entonces, ¿qué es todo eso que has hecho? ¿Acaso la gente así no termina como Pablo? (Sí). Estas personas recorren la senda de Pablo y, naturalmente, su desenlace será el mismo. No creas que has realizado una contribución meritoria solo porque crees en Dios y has renunciado a tu trabajo, a tu familia o, en algunos casos, incluso a tus hijos pequeños. No has hecho ninguna contribución meritoria, no eres más que un ser creado, lo haces todo en tu propio beneficio, y se trata de cosas que debes hacer. ¿Serías capaz de sufrir y pagar precios si no fuera por recibir bendiciones? ¿Serías capaz de renunciar a tu familia y tu trabajo? No creas que renunciar a tu familia, abandonar tu trabajo, sufrir y pagar precios es comparable a perseguir la verdad y gastarte para Dios. Solo te engañas a ti mismo.

Cada vez que se hace una gran limpieza en la casa de Dios se desenmascara y se echa uno a uno a aquellos que no aceptan la verdad ni aceptan que se los pode en absoluto. Luego de dejarlos en evidencia, a aquellos cuyos problemas no son tan graves, se les permite permanecer en observación y se les ofrece la oportunidad de arrepentirse. Otros tienen problemas demasiado graves, siguen siendo incorregibles a pesar de las repetidas críticas, hacen las mismas cosas y cometen los mismos errores una y otra vez y perturban, trastornan y destruyen el trabajo de la iglesia, de modo que al final se les echa y expulsa conforme a los principios y ya no se les dan más oportunidades. Hay quien dice: “Siento lástima por ellos porque no se les conceden más oportunidades”. ¿No se les han dado suficientes? La motivación que tienen para creer en Dios no es escuchar Sus palabras, aceptar el castigo y el juicio de estas o Su purificación y salvación, sino ocuparse de sus propios asuntos. Después de empezar a llevar a cabo el trabajo de la iglesia o a cumplir con diversos deberes, cometen todo tipo de fechorías, perturban, trastornan y causan serios daños a la obra de la iglesia, además de graves pérdidas a los intereses de la casa de Dios. Tras concederles reiteradas oportunidades y haberlos descartado poco a poco de varios grupos para el cumplimiento del deber, la casa de Dios dispone que trabajen en el equipo evangélico, pero al llegar allí, no se esfuerzan en absoluto en el cumplimiento de su deber y siguen cometiendo fechorías de diversa índole, sin arrepentirse ni cambiar en lo más mínimo. Da igual cómo la casa de Dios comparte la verdad o la manera en la que organiza el trabajo, aunque les dé oportunidades y les haga advertencias, e incluso los pode, no sirve de nada. No significa que estén extremadamente insensibilizados, sino que son demasiado intransigentes. Desde luego, esta intransigencia se expresa desde la perspectiva de sus actitudes corruptas. En esencia, no son personas sino diablos. Al entrar en la iglesia, aparte de actuar como satanases, no hacen nada en beneficio de la obra de la casa de Dios ni del trabajo de la iglesia. Solo hacen cosas malas; solo vienen a perturbar y destruir el trabajo de la iglesia. Tras ganar a unas pocas personas predicando el evangelio, les parece que cuentan con cierto capital y que han hecho una contribución meritoria. Empiezan a dormirse en los laureles, a pensar que pueden regir como reyes sobre la casa de Dios, que pueden dar órdenes y tomar decisiones con respecto a cualquier aspecto de la obra y obligar a la gente a ponerlas en práctica y ejecutarlas. No importa la manera en que lo Alto comparte la verdad u organiza la obra, esta gente no se lo toma en serio. A la cara te dicen cosas que suenan muy agradables: “La organización del trabajo en la casa de dios es correcta, es exactamente lo que necesitamos, ha corregido las cosas justo a tiempo, de otro modo no nos habríamos dado cuenta de lo equivocados que estábamos”. En cuanto se dan la vuelta se transforman y empiezan a difundir sus propias ideas. Decidme, ¿son realmente humanas estas personas? (No). Si no, ¿qué son entonces? En apariencia, están recubiertos de piel humana, pero en esencia no hacen cosas propias de humanos, ¡son demonios! El papel que desempeñan en la iglesia es concretamente el de perturbar las diversas tareas de la obra de la casa de Dios. Perturban cualquier trabajo que hacen y nunca han buscado la verdad o los principios, ni tampoco han observado la organización del trabajo, ni han actuado conforme a ella. En cuanto tienen algo de poder, alardean de ello y se dan aires delante del pueblo escogido de Dios. Todos tienen rostros de demonios y ninguna semejanza humana. Nunca han defendido los intereses de la casa de Dios, solo salvaguardan los suyos propios y su estatus. Al margen del nivel de liderazgo que ocupen al prestar servicio o qué parte de la obra supervisen, en cuanto se les encomienda una tarea, se convierte en suya, tienen la última palabra y no permiten que a nadie se le ocurra controlar, supervisar o hacer un seguimiento de esta y, menos aún, intervenir de ningún modo. ¿Acaso no se trata de auténticos anticristos? (Sí). ¡Y esta gente quiere todavía recibir bendiciones! Para tales personas me reservo dos palabras: irrazonables e irredimibles. Aquellos que no persiguen la verdad pueden tropezar con cualquier obstáculo y no llegarán lejos. En el pasado siempre os decía: “Si puedes ser mano de obra hasta el final y ser un contribuyente de mano de obra leal, también está bastante bien”. Hay quienes no aman la verdad ni están dispuestos a perseguirla. ¿Qué conviene hacer al respecto? Deben ser la mano de obra. Si eres capaz de contribuir con mano de obra sin descanso y de no causar trastornos o perturbaciones, si no cometes ninguna maldad que pueda conducir a que te echen, puedes garantizar que no harás el mal y sigues siendo mano de obra hasta el final, entonces podrás sobrevivir. Aunque no te será posible recibir gran cantidad de bendiciones, al menos habrás sido mano de obra durante el periodo de la obra de Dios, serás un contribuyente de mano de obra leal y, al final, Él no te tratará mal. Sin embargo, ahora mismo hay algunos contribuyentes de mano de obra que de veras no pueden ser mano de obra hasta el final. ¿Y eso por qué? Porque carecen de espíritu humano. No examinaremos qué clase de espíritu reside en ellos, pero, como poco, si nos fijamos en qué conducta adoptan de principio a fin, su esencia es la de un diablo, no la de una persona. No aceptan la verdad en absoluto, y se hallan además lejos de perseguirla.

Hace diez años, cuando no se habían compartido todos los aspectos de la verdad en detalle, la gente no entendía qué significaba perseguir la verdad o lidiar con las cosas según los principios-verdad. Algunos actuaban en función de su propia voluntad, sus figuraciones y nociones o seguían los preceptos. Esto era disculpable, porque carecían de entendimiento. Pero en la actualidad, diez años después, si bien nuestra enseñanza sobre los diferentes aspectos de la verdad aún no ha concluido, al menos se han explicado las diversas verdades fundamentales relacionadas con que la gente trabaje y realice deberes con claridad y en términos de principios. Al margen de qué clase de deber cumpla, la gente que posee corazón y espíritu, que ama la verdad y puede perseguirla, debería ser capaz de practicar parte de los principios-verdad mediante su conciencia y razón. Hay quienes se quedan cortos y no logran alcanzar verdades más elevadas y profundas y no pueden desentrañar la esencia de algunos problemas o las esencias relacionadas con la verdad, pero deberían ser capaces de poner en práctica las verdades a las que sí pueden llegar y que se han estipulado expresamente. Como mínimo, deberían poder aferrarse, implementar y distribuir la organización del trabajo que la casa de Dios ha estipulado expresamente. Sin embargo, aquellos que pertenecen a los demonios no pueden hacer tales cosas. Son del tipo de persona que no puede contribuir con mano de obra hasta el final. Si es así, significa que se les va a expulsar del vagón a mitad de camino. ¿Por qué? Si permanecieran sentados en silencio, durmiendo, quietos o, aunque se estuvieran divirtiendo, mientras no perturbaran a nadie más ni afectaran la dirección de avance del tren completo, ¿quién iba a ser tan cruel como para echarlos del vagón? Nadie. Si de veras pudieran contribuir con mano de obra, Dios tampoco los expulsaría. Pero usar ahora a estas personas para ser mano de obra supone perder más de lo que se gana. Los diversos aspectos de la obra de la casa de Dios han sufrido grandes pérdidas por culpa de las perturbaciones que causó esta gente. ¡Generan demasiadas preocupaciones! No entienden la verdad, da igual el modo en que esta se comparta, y encima luego hacen cosas malas. Interactuar con estas personas implica hablar sin parar y experimentar una ira infinita. La cuestión fundamental es que han cometido demasiada maldad y causado demasiadas pérdidas importantes a la obra de expansión del evangelio de la casa de Dios. En el poco deber que hacen, provocan trastornos y perturbaciones y las pérdidas que causan en la obra de la casa de Dios son irreparables. Esta gente hace todo tipo de maldades. Mientras engrosan las filas de los miembros ordinarios de la iglesia, hacen lo que les place, despilfarran las ofrendas, inflan el número de gente que han ganado mientras difundían el evangelio y se aprovechan de otros de manera inapropiada. Se sirven exclusivamente de alguna gente malvada, confundida o que se desmanda y comete maldades. No escuchan las sugerencias de nadie, y reprimen y castigan a los que expresan una opinión. Bajo su órbita, las palabras de Dios, los requisitos y la organización del trabajo no se ponen en práctica, más bien se dejan de lado. Estas personas se convierten en acosadores y déspotas locales; se vuelven tiranos. Decidme, ¿se puede mantener a gente así? (No). Por ahora se ha despedido a algunos y después de su marcha hablan de “someterse a los planes de la casa de dios” para mostrar que son muy nobles, muy sumisos, y que persiguen la verdad con ahínco. Cuando aseguran esto, implican que no tienen nada que decir sobre lo que haga la casa de Dios, y que están dispuestos a someterse a sus arreglos. Si afirman esto, ¿por qué han hecho las maldades que han obligado a la iglesia a despedirlos? ¿Por qué no lo entienden? ¿Por qué no lo han explicado? Causaron diversos problemas y pérdidas a la obra de la casa de Dios mientras trabajaban; ¿acaso no tendrían que abrirse y sincerarse al respecto? ¿Para cerrar el asunto basta con dejar de mencionarlo? Dicen que quieren someterse a la organización de la casa de Dios y muestran lo nobles y geniales que son, pero es pura pretensión y engaño. Si están aprendiendo a someterse a los planes de la casa de Dios, ¿por qué no se sometieron antes a la organización del trabajo? ¿Por qué no los implementaron? ¿Qué hacían entonces? ¿A quién obedecen realmente? ¿Por qué no lo cuentan? ¿Quién es su amo? ¿Llevaron a cabo cada aspecto de la obra que arregló la casa de Dios? ¿Lograron resultados? ¿Podría su trabajo soportar una atenta inspección? ¿Cómo van a reparar las pérdidas que han causado a la obra de la casa de Dios al hacer el mal de manera descontrolada? ¿No merece este asunto algún comentario? ¿Tanto les cuesta afirmar que van a someterse sin más a los arreglos de la casa de Dios? Decidme, ¿tienen humanidad los que son así? (No). Carecen de ella, como de razón y conciencia, y ¡no tienen vergüenza! No perciben que hayan hecho tanto mal y causado esas grandes pérdidas en la casa de Dios. Han provocado muchos trastornos y perturbaciones sin sentir remordimiento alguno, no les parece que estén en deuda ni reconocen nada. Si intentas que se responsabilicen, siempre tienen excusas y dirán: “Yo no fui el único que lo hizo”. Se refieren a que no se puede aplicar un castigo si todo el mundo es culpable, y que como todos hicieron el mal, a ellos no se les debe cargar con la culpa de manera individual. Eso es un error. Deben rendir cuentas de cualquier maldad que hayan cometido; es la obligación de cada individuo. Han de someterse a los arreglos de la casa de Dios y abordar sus propios problemas correctamente. Si poseen tal actitud, es posible que se les dé otra oportunidad de quedarse, pero ¡no pueden hacer siempre el mal! Si sus consciencias no despiertan, si les resulta imposible sentir que están de alguna manera en deuda con Dios y no se arrepienten en absoluto, desde una perspectiva humana, se les puede dar una oportunidad, permitirles seguir realizando su deber y no hacerlos responsables, pero ¿cómo ve esto Dios? Si nadie los hace responsables, ¿tampoco Dios? (No). Él trata con principios a todas las personas y las cosas. Dios no te realizará concesiones para suavizar la situación, no será un complaciente como tú. Dios tiene principios, un carácter justo. Si vulneras los principios y los decretos administrativos de la casa de Dios, tanto esta como la iglesia han de tratarte de acuerdo con los principios y las estipulaciones de los decretos administrativos. En cuanto a las consecuencias de tu ofensa a Dios, de hecho, en tu corazón sabes como Él te ve o te trata. Si de veras tratas a Dios como tal, has de presentarte ante Él para confesar, admitir tus pecados y arrepentirte. Si careces de esta actitud, entonces eres un incrédulo, un diablo, un enemigo de Dios y ¡se te debería maldecir! ¿Qué sentido tiene entonces que escuches sermones? Deberías marcharte, ¡no mereces escucharlos! Las verdades se dicen para que los humanos corruptos normales las oigan; aunque tales personas tengan actitudes corruptas, tienen la determinación y están dispuestos a aceptar la verdad, son capaces de reflexionar sobre sí mismas cada vez que algo les sucede y pueden confesar, arrepentirse y transformarse cuando hacen algo equivocado. Se puede salvar a esas personas y las verdades que se dicen van destinadas a ellas. Aquellos que no tienen la actitud de arrepentirse, les pase lo que les pase, no son humanos corruptos corrientes, son otra cosa totalmente distinta; su esencia es la de un diablo, no la de una persona. Aunque tampoco puedan perseguir la verdad, los humanos corruptos corrientes suelen ser capaces de contenerse para no hacer nada malo gracias a su conciencia, a esa pizca de vergüenza que posee su humanidad normal y a la escasa razón con la que cuentan, y no albergan ninguna intención de causar trastornos y perturbaciones. En circunstancias normales, pueden contribuir con mano de obra, continuar hasta el final y lograr sobrevivir. Sin embargo, existe un tipo de persona que no posee conciencia ni razón, que no tiene sentido del honor ni vergüenza en absoluto, que no alberga remordimientos en el corazón por mucha maldad que haga, y que se oculta sin vergüenza alguna en la casa de Dios, en la que todavía conserva la esperanza de recibir bendiciones, y no sabe cómo arrepentirse. Cuando alguien dice: “Has causado un trastorno y una perturbación al hacer eso”, ellos reaccionan así: “¿En serio? Entonces me he equivocado, lo haré mejor a la próxima”. La otra persona responde: “Entonces deberías llegar a conocer tus actitudes corruptas”, y ellos dicen: “¿De qué actitudes corruptas hablas? Solo he sido un ignorante y un necio. Lo haré mejor la próxima vez”. Les falta un entendimiento profundo y engatusan a la gente con sus palabras. ¿Se pueden arrepentir los que tienen esta actitud? Ni siquiera tienen vergüenza, ¡no son personas! Algunos dicen: “Si no lo son, ¿acaso son bestias?”. Sí, pero son incluso inferiores a los perros. Pensadlo, cuando un perro hace algo o se porta mal, si se lo reprochas una vez, se siente mal enseguida y sigue siendo bueno contigo, como queriendo decir: “Por favor, no me odies, no lo volveré a hacer”. Cuando vuelva a pasar algo parecido, el perro te mirará con toda la intención, como si te dijera: “No lo voy a hacer, no te preocupes”. No importa que el animal tenga miedo de que le peguen o que se esté intentando ganar el favor de su amo, al margen de cómo consideres este asunto, cuando el perro sabe que algo no le gusta a su amo o que no lo permite, no lo hace. Es capaz de contenerse, tiene sentido de la vergüenza. Incluso los animales tienen vergüenza, pero esta gente no. Por tanto, ¿siguen siendo personas? Son menos que los animales, son inhumanos y seres sin vida, son auténticos diablos. Nunca reflexionan sobre sí mismos ni confiesan, por mucha maldad que hagan, y, desde luego, no saben cómo arrepentirse. Hay algunos que se sienten avergonzados al enfrentarse a sus hermanos y hermanas porque cometieron cierto grado de maldad, y si los hermanos y hermanas los eligen para un deber, dirán: “No voy a encargarme de esto. No soy apto. Hice algunas tonterías en el pasado que provocaron pérdidas en el trabajo de la iglesia. No merezco este puesto”. La gente así tiene sentido de la vergüenza, además de conciencia y razón. Pero esas otras personas malvadas no lo poseen. Si les pides que se conviertan en líderes, se levantarán de inmediato y dirán: “¡Vaya! ¿Qué os parece? La casa de dios no puede funcionar sin mí. Soy un pez gordo. Soy muy capaz”. Decidme, ¿acaso no resulta difícil hacer que esta gente sienta vergüenza? ¿Cómo de difícil? Más complicado que escalar los muros del Paso Shanhai de la Gran Muralla China, ¡son unos desvergonzados! Da igual el mal que hayan hecho, siguen holgazaneando con desvergüenza en la iglesia. Nunca han mostrado humildad al relacionarse con los hermanos y hermanas, siguen viviendo como siempre y, en ocasiones, alardean de sus “grandes logros”, de sus renuncias, gastos y sufrimientos pasados y de los precios que han pagado, y de su “gloria y grandeza” pasadas. En cuanto tienen oportunidad, se levantan de inmediato para hacer alarde y presumir de sí mismos, para hablar de su capital y sus cualificaciones; y, sin embargo, nunca mencionan cuánto mal han hecho, cuántas ofrendas de Dios han malgastado o las muchas pérdidas que han causado a la obra de la casa de Dios. Ni siquiera confiesan cuándo oran en privado y nunca derraman una lágrima por los errores cometidos o las pérdidas que han causado a la casa de Dios. Así de intransigentes y sinvergüenzas son. ¿Acaso no son del todo irrazonables e irredimibles? (Sí). Son irredimibles y no se les puede salvar. No importa que les des oportunidades, es como hablar con un muro, o poner puertas al campo, o pedirles a los diablos y a Satanás que adoren a Dios. Entonces, en lo que respecta a las personas, al final, la postura que adopta la casa de Dios es la de abandonarlas. Si están dispuestas a cumplir con su deber, pueden hacerlo, la casa de Dios les dará una pequeña oportunidad. Si no están dispuestas y dicen: “Me voy a marchar para trabajar, ganar dinero y dejar que transcurran los días; voy a gestionar mi propio negocio”, entonces adelante, la puerta de la casa de Dios está abierta, que se den prisa y se vayan. No quiero volver a verles la cara, ¡son repugnantes! ¿Qué pretenden al fingir? El poco sufrimiento que han soportado, el escaso precio que han pagado, sus pequeñas renuncias y gastos, no eran más que requisitos previos que ponían para poder hacer el mal. Si permanecen en la casa de Dios, ¿qué clase de servicio pueden prestar? ¿Qué beneficios pueden aportar a la obra de la casa de Dios? ¿Tienes idea de cuántos trastornos y perturbaciones pueden producir en el trabajo de la iglesia las acciones malvadas y lo que haga una persona tal, un anticristo, en un periodo de seis meses? Decidme, ¿cuántos hermanos y hermanas se tienen que poner a trabajar para repararlos? ¿Acaso merece la pena usar a esa persona malvada, a ese anticristo, para prestar un poco de servicio? (No). No hablaremos de la magnitud de las pérdidas que pueden causar una panda de anticristos que se asocian para hacer cosas malas, pero ¿cuánto daño puede producirse en el trabajo de la iglesia por una falacia o un enunciado demoniaco que dice un anticristo o por una orden absurda que emita este? Decidme, ¿cuánta gente se tendrá que poner a trabajar y durante cuánto tiempo para reparar el daño? ¿Quién asumirá la responsabilidad de la pérdida? ¡Nadie puede! ¿Es posible repararla? (No). Hay quien dice: “Si logramos que ayude más gente, y los hermanos y hermanas padecen un poco más de sufrimiento, puede que sea posible repararlo”. Aunque tal vez reparéis una parte, ¿cuántos recursos humanos y materiales tendrá que gastar la casa de Dios? En concreto, ¿quién puede reparar el tiempo malgastado y las pérdidas que ha sufrido el pueblo escogido de Dios en lo relativo a la entrada en la vida? Nadie. Por tanto, ¡los agravios que cometen los anticristos son imperdonables! Todavía hay quien dice: “Los anticristos afirmaron que compensarán el dinero perdido”. Desde luego que deben compensarlo. “También dijeron: ‘Traeremos más gente para que reemplace a la que nos dejamos por el camino’”. Es lo menos que pueden hacer. ¡Tienen que reparar el daño que han causado! Pero ¿quién recuperará el tiempo malgastado? ¿Acaso pueden ellos? Es imposible. Así que, ¡los agravios que cometen estas personas son los pecados más atroces! Son imposibles de perdonar. Decidme, ¿es que acaso no es así? (Sí).

Al observar que la casa de Dios se ocupa de los anticristos con bastante severidad, que no les da ninguna oportunidad y los echa directamente, cierta gente se plantea alguna cuestión al respecto: “¿No dice la casa de Dios que le da oportunidades a la gente? Cuando alguien comete un pequeño error, ¿ya no lo quieren por allí? ¿No le dan una oportunidad? Deberían dársela, ¡en la casa de Dios falta amor!”. Decidme, ¿cuántas oportunidades se les han dado a esas personas? ¿Cuántos sermones han escuchado? ¿Son acaso demasiado pocas oportunidades? Cuando están trabajando, ¿no saben que están cumpliendo con el deber? ¿Saben que están difundiendo el evangelio y realizando la obra de la casa de Dios? ¿O no saben nada de eso? ¿Acaso están dirigiendo un negocio, una empresa o una fábrica? ¿O gestionando su propia empresa? ¿Cuántas oportunidades le ha concedido la casa de Dios a esta gente? Todos y cada uno de ellos han contado con muchas. En cuanto a aquellos a los que se trasladó desde varios grupos al equipo evangélico, ¿se despidió a alguno después de pasar un par de días en esa labor? A ninguno, a menos que la maldad que cometieran fuera tan flagrante que no quedara remedio. A todos se les dieron suficientes oportunidades, el problema es que no saben apreciarlas ni arrepentirse. Hacen las cosas a su manera, caminan siempre por la senda de Pablo. Dicen palabras que suenan muy bonitas y claras, pero no se comportan como humanos. ¿Se les deberían seguir dando oportunidades a personas así? (No). Cuando se les dieron, se les trató como a humanos, pero no lo son. No hacen las cosas propias de los humanos, así que, lo siento, la puerta de la casa de Dios está abierta de par en par, lo mejor es que se vayan. No se les va a dar más uso aquí. La casa de Dios es libre de usar a la gente, está en su derecho. ¿Está bien que no los use a ellos? Si quieren creer, pueden hacerlo fuera de la casa de Dios. En cualquier caso, la casa de Dios no los va a usar; no puede hacerlo, ¡causan demasiados problemas! Han causado pérdidas demasiado grandes y aquí nadie puede correr con ese gasto, ¡y ellos no se lo pueden permitir! No es que no tengan suerte, no es que la casa de Dios no les haya dado una oportunidad, no es que aquí falte amor y se haya sido muy severo con ellos y, desde luego, no es que la casa de Dios se deshaga de ellos una vez que terminan su trabajo. Lo que pasa es que estas personas han ido demasiado lejos, ya no se podía tolerar su conducta, y no podían rendir cuentas de lo que habían hecho. La casa de Dios ha aportado principios de obra para cada una de las partes de esta, y lo Alto en persona ha provisto de guía, revisiones y correcciones. No es que la casa de Dios y lo Alto se reunieran un par de veces e intercambiaran unas pocas palabras; se han dicho muchas y han mantenido multitud de reuniones, han exhortado a todo el mundo con fervor y, al final, lo que han recibido a cambio han sido engaños y, en última instancia, la obra de la iglesia terminó trastornada y perturbada, y se convirtió en un auténtico desastre. Decidme, ¿quién estaría todavía dispuesto a darle a esta gente una oportunidad? ¿Quién querría retenerla aquí? Ellos pueden desbocarse haciendo el mal, pero, ¿acaso no le están prohibiendo a la casa de Dios que los maneje según los principios? Tratarlos de esa manera no se debería considerar falta de amor, sino poseer principios. Se les brinda amor a quienes se puede amar, a la gente ignorante que es posible perdonar; no se lo entrega a los malvados, a los diablos o a aquellos que provocan trastornos y perturbaciones deliberadas, no se lo da a los anticristos. ¡Los anticristos solo merecen que se les maldiga! ¿Por qué es eso lo único que merecen? Porque por mucha maldad que cometan, no se arrepienten, no confiesan ni se transforman, sino que compiten con Dios hasta el final. Se presentan ante Él y afirman: “Cuando muera, será de pie. Soy inquebrantable. Cuando me presente ante ti, no me arrodillaré ni me inclinaré. ¡No admitiré la derrota!”. ¿Qué es esto? Incluso a punto de morir, todavía dicen: “Me seguiré resistiendo a la casa de dios hasta el final. No confesaré mis pecados, ¡no he hecho nada malo!”. Muy bien, si no han hecho nada malo, pueden irse. La casa de Dios no va a hacer uso de ellos. ¿Está bien que no los use? ¡Claro que sí! Hay quien dice: “Si la casa de dios no me usa a mí, es que no hay nadie a quien pueda usar”. Esta gente debería fijarse bien en si de verdad no hay nadie, ¿qué parte de la obra de la casa de Dios depende de la gente? Sin la obra del Espíritu Santo ni la protección de Dios, ¿quién habría llegado donde está hoy? ¿Qué parte de la obra se podría haber mantenido hasta ahora? ¿Acaso se creen que están en el mundo secular? Si cualquier grupo en el mundo secular perdiera la salvaguarda de un equipo de individuos talentosos o dotados, no sería capaz de completar ningún proyecto. La obra en la casa de Dios es diferente; es Él quien la salvaguarda, lidera y guía. No os penséis que la obra de la casa de Dios depende del apoyo de ninguna persona. No es así, ese es el punto de vista de un incrédulo. ¿Os parece adecuado que la casa de Dios abandone a personas malvadas como los anticristos y los incrédulos? (Sí). ¿Por qué? Porque las pérdidas que ocasiona hacer uso de esas personas en la obra son demasiado grandes, despilfarran sin restricciones tanto los recursos humanos como los financieros, y carecen por completo de principios. No escuchan las palabras de Dios y se comportan por entero en función de sus propias ambiciones y deseos. No respetan en absoluto las palabras de Dios ni los arreglos de la obra de Su casa, pero cuando un anticristo dice algo, le profesan el mayor respeto y practican siguiendo su ejemplo. Me han contado sobre un idiota que vivía en Europa, pero llevaba a cabo ciertas obras en Asia. La casa de Dios decidió que lo trasladaría a Europa para difundir el evangelio, y así ahorrarle el problema de la diferencia horaria, pero él no aceptó y no quiso volver a Europa a trabajar en esas tareas, aunque eso era lo que había dispuesto la casa de Dios. El motivo era que el anticristo al que veneraba se hallaba en Asia, y no estaba dispuesto a separarse de su amo. ¿Acaso no es un idiota? (Sí). Decidme, ¿es digno de cumplir con su deber? ¿Lo queremos aquí? Los arreglos de obra que hizo la casa de Dios fueron los adecuados. Si estás en Europa, deberías encargarte de las tareas que tienen su base en Europa, y no en Asia. Sea cual sea el continente en el que estés, allí es donde debes ocuparte de las tareas, y así evitas la diferencia horaria, ¡es lo mejor! Sin embargo, esta persona no accedió a ello. Las palabras de la casa de Dios no tuvieron efecto en él, no lograron que se trasladara, necesitaba que su amo lo decidiera por él. Si el amo le sugiriera: “Vuelve a trabajar en Europa”, eso es lo que haría. Pero si le dijera: “No puedes volver a las tareas en Europa, te necesito aquí”, él respondería: “Entonces no puedo volver”. ¿A quién prestaba servicio? (A su amo). Así es, a un anticristo. Entonces, ¿no habría que depurarlo junto a su amo? ¿No habría que expulsarlo? (Sí). ¿Por qué me enfada tanto la gente así? Porque cometen demasiada maldad, cualquiera se pondría furioso al oír tales cosas. Esta gente trata de engañar a Dios a sabiendas, ¡tiene mucha malicia! Decidme, ¿por qué me enfado tanto con estas personas? (Dicen creer en Dios, pero en realidad escuchan a sus amos. No siguen ni se someten a Dios de veras). Se han entregado por completo a seguir a los diablos y satanases. Cuando dicen que siguen a Dios es solo una fachada. Siguen y sirven a satanases con el pretexto de seguir a Dios y gastarse para Él, y al final todavía quieren obtener recompensas y bendiciones de Dios. ¿Acaso no es una completa desvergüenza? ¿No es del todo irrazonable e irredimible? (Sí). Decidme, ¿retendría la casa de Dios a gente así? (No). Entonces, ¿cuál es la mejor manera de ocuparse de ellos? (Depurarlos junto a sus amos). Les gusta seguir a sus amos y están totalmente empeñados en trabajar a destajo para ellos; no salvaguardan los intereses de la casa de Dios en el cumplimiento de su deber, no lo cumplen mientras viven ante Dios, sino que sirven a sus amos en el seno de una banda de anticristos: esa es la esencia de su trabajo. Por consiguiente, por más que hagan, no se les va a elogiar. Hay que depurar a la gente así, ¡ni siquiera son dignos de prestar servicio! Entonces, ¿pensáis que la gente como esta solo se comporta así porque se encuentra con malvados o porque hace este tipo de obra? ¿Le influye su entorno o es que la gente malvada la engaña? (Ninguna de las dos cosas). ¿Entonces por qué son así estas personas? (Su esencia-naturaleza es la propia de esta clase de persona). Tienen la misma esencia-naturaleza que sus amos anticristos. Son del mismo tipo. Comparten aficiones, pensamientos y puntos de vista, así como los medios y métodos para hacer las cosas; tienen un lenguaje común y la misma senda de búsqueda, y comparten los mismos deseos, motivos y métodos de práctica para traicionar a Dios y perturbar la obra de Su casa. Pensadlo, comparten la misma actitud en lo referente a los arreglos de obra de la casa de Dios, la de mentir a sus superiores y ocultarles cosas a los que están por debajo. Tienen políticas para los de arriba y estrategias para los de abajo. Con los de arriba parecen comportarse de manera absolutamente obediente en apariencia, y con los de abajo, se desmandan y hacen el mal. Comparten las mismas formas y métodos. Cuando lo Alto los poda, dicen: “¡Cometí un error, me equivoqué, soy malo, soy rebelde, soy un diablo!”. Y luego se dan la vuelta y dicen: “¡No vamos a implementar los arreglos de obra de lo alto!”. Después de eso hacen las cosas a su manera. Predican el evangelio por pura inercia, inflan los números y engañan a la casa de Dios. Estos son los métodos de estas bandas de anticristos. Siempre abordan los arreglos de obra con sus propias estrategias y métodos, ¿acaso no se han revelado sus rostros demoníacos? ¿Son siquiera personas? No lo son, ¡son demonios! No nos relacionamos con demonios, así que vamos a darnos prisa en sacarlos de aquí. No quiero ver sus rostros demoníacos, ¡deben marcharse! A aquellos que estén dispuestos a contribuir con mano de obra se les puede mandar al grupo B, a los que no, se les puede expulsar. ¿Es esta forma de proceder la correcta? (Sí). ¡Lo es! Comparten una misma esencia, así que no les cuesta nada hablar y actuar juntos, y al hacerlo ostentan una increíble unión y un tácito entendimiento entre ellos. En cuanto los amos abren la boca, sean cuales sean las cosas diabólicas que digan, sus seguidores las repetirán enseguida, y en sus corazones se sentirán incluso orgullosos, y pensarán: “Tienes razón, ¡hagámoslo así! Los arreglos de obra de lo alto son demasiado puntillosos, no podemos hacerlo a su manera”. No importa lo bien que estén enunciados los arreglos de obra de lo Alto o lo específicos que sean, esta gente no los aplica, y por más distorsionadas o absurdas que sean las cosas de los diablos y satanases, las escucha igualmente. ¿A quién le presta servicio entonces? ¿Puede la gente así ser mano de obra en la casa de Dios hasta el mismísimo final? (No). No pueden. Aunque Dios muestre paciencia hacia una persona o hacia las acciones del diablo, siempre hay un límite. Él muestra tolerancia hacia la gente en la mayor medida posible, pero llegado a cierto punto, desenmascara y descarta a los que corresponde. A esa altura, esa gente habrá llegado al final del camino. No se trata simplemente de que no persiga o no ame la verdad, es que su esencia-naturaleza es adversa a ella. Piénsalo, cada vez que hablas de cosas positivas, de entendimiento puro o de principios que concuerdan con la verdad, estas personas no escuchan. Mientras más puras son tus palabras, peor se sienten. En cuanto empiezas a hablar sobre principios-verdad, no pueden parar quietos y buscan excusas para desviar la conversación, cambian de tema o simplemente van a servirse un vaso de agua. En cuanto compartes sobre la verdad o hablas acerca de conocerte a ti mismo, sienten repulsión y no quieren escuchar. Si no necesitan ir al baño, es que tienen sed o hambre, o que les entra sueño, o han de atender una llamada u ocuparse de un asunto. Siempre encuentran una excusa y son incapaces de estarse quietos. Si usas sus métodos y hablas sobre sus enunciados y enfoques, que sin excepción causan trastornos y perturbaciones, se dinamizan y son capaces de continuar sin parar. Si no compartes una lengua común con ellos, sienten rechazo hacia ti y te evitan. ¡Son típicos diablos! Hay quienes de momento no han podido todavía desentrañar a esta clase de diablos y piensan simplemente que estas personas no persiguen la verdad. ¿Cómo pueden ser tan simples de mente? ¿Cómo es que son capaces de decir cosas tan ignorantes? ¿Será que estas personas solo no persiguen la verdad? No, son demonios malvados y se oponen totalmente a ella hasta el extremo. Esa gente se comporta bastante bien en las reuniones, pero todo es una falsedad. ¿De veras escuchan el contenido que se comparte o las palabras de Dios que se leen en las reuniones? ¿Cuántas escuchan de verdad? ¿Cuántas aceptan? ¿A cuántas pueden someterse? Ni siquiera son capaces de hablar sobre las doctrinas más simples y más comúnmente habladas. Las personas como esas no pueden predicar sermones ni hablar sobre sus propias experiencias, por mucho que trabajen o al margen del nivel de líder o supervisor en el que sirvan. Si alguien les pide: “Habla un poco sobre tu conocimiento respecto a algo. No hace falta que tengas experiencia en ello, limítate a hablar sobre el conocimiento y la comprensión que tengas de ello”, no podrán ni abrir la boca, será como si la tuvieran pegada, y ni siquiera serán capaces de hablar sobre algunas doctrinas. Si se las arreglan para forzarse a decir algunas palabras al respecto, sonarán incómodos y extraños. Algunos hermanos y hermanas dicen: “¿Por qué cuando algunos líderes predican sermones suenan como un maestro que les lee un texto a unos niños? ¿Por qué suena tan raro y extraño?”. Porque no saben predicar sermones. ¿Y por qué no? Porque carecen de realidad-verdad. ¿Y eso por qué? Porque no aceptan la verdad, en su corazón se oponen a ella y se resisten a cualquier principio o enunciado de la verdad. Si se dice que se resisten, es posible que no puedas darte cuenta desde fuera, entonces, ¿cómo se sabe que se resisten? Da igual cómo comparta la casa de Dios respecto a la verdad, ellos la niegan y rechazan en su corazón y sienten una increíble repulsión hacia ella. Sea cual sea la manera en la que otros compartan su conocimiento de la verdad, ellos piensan: “Puede que tú te creas eso, pero yo no”. ¿Cómo juzgan si una cosa es la verdad? Mientras se trate de algo que creen que es bueno y correcto, pensarán que es la verdad. Si no les gusta un enunciado, da igual lo correcto que sea, no lo considerarán la verdad. Por tanto, cuando nos fijamos en la raíz de esta cuestión, en lo profundo de su corazón se resisten a la verdad, sienten repugnancia por ella y la odian. No ocupa ningún lugar en absoluto en su corazón, la desprecian. Puede que alguna gente no desentrañe esto y diga: “No suelo verlos decir nada que insulte a Dios, que blasfeme contra la verdad o vulnere los principios-verdad”. Entonces, hay un hecho que sí ven: cada detalle específico que se estipula en los arreglos de obra de la casa de Dios es necesario, y se plantea para proteger los intereses de la obra de Dios, el progreso vital de Su pueblo escogido, el orden normal de la vida de iglesia y la expansión normal de la obra evangélica. La función de los arreglos de obra en cada periodo y el despliegue específico, la organización y modificación de cada aspecto del trabajo tienen como objetivo proteger el desarrollo normal de la obra de la casa de Dios y, más aún, ayudar a los hermanos y hermanas a entender y entrar en los principios-verdad. Para ser más precisos, se puede decir que estas cosas traen a los hermanos y hermanas ante Dios y los ayudan a entrar en las realidades-verdad, que conducen y motivan a cada persona a avanzar, los toman de la mano al tiempo que los enseñan, apoyan y proveen. En cuanto a la implementación de los arreglos de obra, con independencia de que consistan en compartir una enseñanza específica sobre esto durante las reuniones o se vayan difundiendo por el boca a boca, el objetivo es facilitar al pueblo escogido de Dios que experimente Su obra y gane verdadera entrada en la vida, ya que para esto último los arreglos de obra siempre resultan beneficiosos. No hay un solo arreglo que vaya en detrimento de la obra de la casa de Dios o la entrada en la vida de Su pueblo escogido, y ninguno crea perturbaciones ni destrucción. Y, sin embargo, los anticristos nunca respetan estos arreglos de obra ni los aplican. En su lugar, los desprecian, les parecen demasiado simples y anodinos, que no son tan impresionantes respecto a su propia forma de trabajar, y que no recibirán grandes beneficios para su prestigio, estatus y reputación mientras realizan esta tarea. En consecuencia, nunca escuchan los arreglos de obra, ni los aceptan, y menos aún los implementan. En su lugar, hacen las cosas a su manera. Con base en esto, decidme, ¿acaso los anticristos simplemente no persiguen la verdad? En este punto, podéis observar con claridad que odian la verdad. Si se dice que odian la verdad, no seréis capaces de desentrañar esto, pero al fijaros en cómo abordan los anticristos la implementación de los arreglos de obra, podréis adoptar una perspectiva sobre el asunto. Queda muy claro que, en cuanto a cómo enfocan los arreglos de obra, los falsos líderes y obreros, como máximo, se limitan a hacerlo por inercia, hablan de ellos una sola vez y eso es todo. No llevan a cabo el seguimiento y la vigilancia posterior, ni el trabajo específico adecuado. Son falsos líderes. Al menos son capaces de seguir implementando los arreglos de obra, actuar por inercia y mantenerlos. Los anticristos no pueden mantenerlos, simplemente se niegan a aceptarlos o implementarlos y, en cambio, hacen las cosas a su manera. ¿Qué es lo que consideran? Su propio estatus, fama y prestigio. Lo que tienen en cuenta es si lo Alto los aprecia, cuántos hermanos y hermanas los apoyan, en cuántos de sus corazones ocupan un lugar y además rigen sobre ellos, si controlan a esas personas y a cuántas tienen en sus garras. Les importan estas cosas. Nunca consideran la manera de regar o proveer a los hermanos y hermanas para cimentar en ellos una base en el camino verdadero y, desde luego, no tienen en cuenta cómo evoluciona la entrada en la vida de estos, cómo cumplen con su deber, ya sea el de difundir el evangelio o cualquier otro, o si pueden obrar de acuerdo con los principios, y nunca les ha preocupado cómo llevar a los hermanos y hermanas ante Dios. Tales cosas no les importan. ¿Acaso no se presentan todos estos hechos delante de vuestros ojos? ¿No son estas las manifestaciones que veis a menudo en los anticristos? ¿No son estos hechos suficiente prueba de que esta gente odia la verdad? (Sí). En todo momento, las únicas cosas que le importan a un anticristo son el estatus, la fama y el prestigio. Digamos que pones a un anticristo a cargo de la vida de iglesia con el objetivo de facilitar a los hermanos y hermanas que la vivan de manera adecuada, de ayudarlos a entender la verdad y cimentar en ellos una base mientras lo hacen, de que posean verdadera fe en Dios, se presenten ante Él y sean capaces de obtener la capacidad de vivir con independencia y la fe para cumplir con su deber. De este modo, la obra de expansión evangélica de la casa de Dios contaría con algunas fuerzas de repuesto y se podrían añadir constantemente más obreros evangélicos talentosos para cumplir con el deber de la expansión del evangelio. ¿Es así como pensaría el anticristo? En ningún caso. Diría: “¿Qué importa la vida de iglesia? Si todo el mundo la vive plenamente y lee las palabras de dios, y si todos entienden la verdad, ¿quién va a escuchar mis órdenes? ¿A quién le voy a importar? ¿Quién me va a prestar atención a mí? No puedo permitir que todo el mundo se enfoque en la vida de iglesia todo el tiempo o se obsesione con ella. Si todos están siempre leyendo las palabras de dios y se han presentado ante él, ¿quién va a permanecer a mi alrededor?”. ¿No es esta la actitud de un anticristo? (Sí). Creen que si se enfocan en proveer a los hermanos y hermanas para que obtengan la verdad y la vida, eso irá en detrimento de su búsqueda de prestigio, beneficio y estatus. Piensan: “Si me paso todo el tiempo haciendo cosas para los hermanos y hermanas, ¿seguiré teniendo tiempo para perseguir prestigio, beneficio y estatus? Si los hermanos y hermanas alaban el nombre de dios y lo siguen, todos dejarán de obedecerme a mí. ¡Me resultará muy extraño!”. Este es el rostro de un anticristo. No solo es que no logren perseguir la verdad, sienten extrema aversión por ella. En su conciencia subjetiva no dicen: “Odio la verdad, odio a dios y todos los arreglos de obra, enunciados y prácticas que benefician a los hermanos y hermanas”. No afirman nada semejante. Para oponerse a los arreglos de obra de la casa de Dios se sirven de algunos enfoques y conductas, cuya esencia es la de hacer las cosas a su propio modo y obligar a la gente a que les rinda pleitesía y los obedezcan. En consecuencia, no importa lo que haga la casa de Dios, no lo respetarán. ¿Estoy en lo cierto? (Sí). Anteriormente, hemos compartido bastante sobre estas manifestaciones de los anticristos. Sois de escasa estatura y vuestro entendimiento de la verdad es superficial; los anticristos han cometido mucha maldad justo delante de vuestros ojos y no habéis podido discernirla. Sois estúpidos y lamentables, estáis adormecidos y sois torpes, miserables y ciegos. Estas son vuestras verdaderas manifestaciones y vuestra auténtica estatura. Los anticristos causan muchos problemas y grandes pérdidas para la obra de la casa de Dios, y sigue habiendo quienes dicen que se les debería usar para prestar servicio. Hacerlo ha causado más mal que bien y, sin embargo, no sabéis cómo despedirlos o lidiar con ellos; ¿cuántos años harán falta para que cambien esta estatura y estas ideas vuestras? Algunos siempre presumen: “Soy una persona que persigue la verdad”, pero no pueden discernir a los anticristos cuando se topan con ellos, y puede incluso que los sigan. ¿En qué se manifiesta entonces su búsqueda de la verdad? Han escuchado muchos sermones, pero aún carecen de discernimiento. De acuerdo, voy a terminar aquí nuestra enseñanza sobre esta cuestión, a continuación hablaremos sobre nuestro tema principal.

En nuestra última reunión compartimos contenido relacionado con las expectativas parentales en el marco de “desprenderse de las cargas que provienen de tu familia”. Ya hemos terminado de compartir sobre los principios relevantes y los temas más importantes relativos a este asunto. A continuación, hablaremos sobre otro aspecto relacionado con ello: “desprenderse de las expectativas hacia tu descendencia”. Esta vez vamos a cambiar los papeles. En cuanto al contenido referente a abordar las expectativas de los padres, estas son algunas de las cosas que la gente debería hacer desde la perspectiva de un hijo o hija. Cuando se trata de cómo deben los hijos enfocar y manejar las diversas expectativas que sus padres tienen hacia ellos y los varios planteamientos que los padres emplean en los hijos y de qué principios deberían practicar, nos referimos a cómo abordar correctamente los diferentes problemas de los padres desde la perspectiva de un hijo o hija. Hoy vamos a hablar sobre “desprenderse de las expectativas hacia tu descendencia”, es decir, cómo manejar los variados problemas que se le presentan a la gente con sus hijos desde la perspectiva de un padre o una madre. De esto se deben aprender lecciones y observar principios. Como hijo, lo más importante es la manera de afrontar las expectativas de tus padres, qué clase de actitud adoptar hacia ellas, así como qué camino has de seguir y qué principios de práctica debes poseer en tal situación. Naturalmente, cualquiera tiene oportunidad de ser padre o madre, o puede que ya lo sea. Esto incide en las expectativas y actitudes que pueda tener alguien hacia su descendencia. Ya seas uno de los padres o el hijo, debes poseer diferentes principios para lidiar con las expectativas de la otra parte. Los hijos han de observar determinados principios a la hora de abordar las expectativas de los padres y, como es natural, los padres también han de observar principios-verdad para enfocar las expectativas de sus hijos. Así que primero pensadlo, ¿qué principios veis o cuáles se os ocurren que tengan que observar los padres al tratar a sus hijos? Si hablamos de principios, esto tal vez os resulte un poco ajeno, y el tema podría ser tal vez demasiado amplio y profundo, así que en vez de eso vamos a hablar de qué expectativas debes tener hacia tu descendencia si eres padre. (Dios, si algún día fuera padre, lo primero que esperaría es que mis hijos estuvieran sanos y crecieran saludables. Asimismo, esperaría que pudieran tener sus propios sueños y la ambición de cumplirlos a lo largo de su vida, que albergaran buenas perspectivas. Estas son las dos cosas fundamentales que esperaría). ¿Tendrías la esperanza de que tus hijos se convirtieran en funcionarios superiores o se hicieran muy ricos? (Eso también. Esperaría que al menos avanzaran en el mundo, que fueran mejores que los demás y que otros los admiraran). Las exigencias más básicas que tienen los padres respecto a sus hijos son que gocen de buena salud física, que tengan una carrera exitosa, que prosperen en el mundo y que todo les vaya bien en la vida. ¿Acaso los padres esperan algo diferente para su descendencia? Contadme los que tengáis hijos. (Espero que mis hijos estén sanos, que no encuentren contratiempos en su vida y que su existencia sea pacífica y segura. Espero que tengan armonía con su familia y sean capaces de respetar a los mayores y cuidar de los jóvenes). ¿Algo más? (Si algún día tengo descendencia, aparte de las expectativas que se han mencionado, también esperaría que mis hijos fueran obedientes y sensatos, que me mostraran piedad filial y poder contar con ellos para cuidarme en la vejez). Esta expectativa es fundamental. Que los padres esperen que sus hijos les muestren piedad filial es una idea relativamente tradicional que todo el mundo alberga en sus nociones y en su subconsciente. Se trata de un asunto bastante representativo.

Desprenderse de las expectativas hacia tu descendencia es una parte muy importante de desprenderse de las cargas que provienen de tu familia. Todos los padres depositan ciertas expectativas en sus hijos. Ya sean grandes o pequeñas, cercanas o lejanas, estas expectativas forman parte de la actitud que los padres tienen hacia el comportamiento, las acciones y las vidas de sus hijos, o la manera en que sus hijos se relacionan con ellos. Son también una especie de exigencia específica. Desde la perspectiva de los hijos, tales requerimientos específicos son cosas que deben hacer porque, según las nociones tradicionales, no pueden contradecir las órdenes de sus padres. Si lo hacen, no son buenos hijos. Por tanto, mucha gente acarrea grandes y pesadas cargas derivadas de esta cuestión. Así pues, ¿acaso no debería entender la gente si las expectativas concretas que los padres tienen hacia su descendencia son razonables y si siquiera debieran tenerlas, además de cuáles de estas expectativas son razonables o irrazonables, cuáles legítimas y cuáles forzadas e ilegítimas? Asimismo, hay principios-verdad que la gente necesita entender y observar respecto a cómo deben abordar las expectativas parentales, cómo deben aceptarlas o rechazarlas, y la actitud y perspectiva desde la que deberían contemplarlas y abordarlas. Cuando estas cosas no se han resuelto, a menudo los padres asumen este tipo de cargas, creen que es su responsabilidad y obligación depositar esperanzas en sus hijos y en su descendencia y, como es natural, que ellas son otra cosa más que deben poseer. Consideran que no albergar expectativas hacia su descendencia sería lo mismo que no cumplir con sus responsabilidades u obligaciones hacia ella y equiparable a no hacer lo que les corresponde como padres. Creen que esto los convierte en malos padres, en el tipo de padres que no cumplen con sus responsabilidades. Por tanto, en lo que respecta a la cuestión de las expectativas que tienen hacia su descendencia, la gente genera sin querer diversos requerimientos para sus hijos, que a la vez son distintos para cada niño en diferentes momentos y circunstancias. Puesto que tienen este tipo de punto de vista y esta carga en relación con sus hijos, los padres recurren a hacer las cosas que les corresponden en virtud de estas normas no escritas, sin que importe si son correctas o no. Los padres hacen exigencias a sus hijos, al tiempo que consideran estos planteamientos como una especie de obligación, de responsabilidad y, a su vez, se los imponen, los obligan a lograrlos. Vamos a dividir este asunto en varias partes en nuestra enseñanza y así quedará más claro.

Antes de que los hijos lleguen a la edad adulta, los padres ya les plantean varios requerimientos. Por supuesto, entre estos también incluyen distintos tipos de expectativas. Así, al tiempo que los padres imponen a sus hijos tales expectativas, ellos mismos pagan precios de toda índole y adoptan varias clases de planteamientos a fin de materializar tales esperanzas. Por tanto, antes de que los hijos alcancen la edad adulta, los padres los educan de diversas maneras y les exigen distintas cosas. A modo de ejemplo, desde muy pequeños les dicen: “Tienes que estudiar mucho y bien. Solo si te va bien en los estudios serás mejor que los demás y nadie te menospreciará”. También hay padres que les enseñan a sus hijos que han de mostrar piedad filial cuando sean mayores, hasta tal punto que con apenas dos o tres años siempre les preguntan: “¿Cuidarás de tu papá cuando te hagas mayor?”. Y el niño dice: “Sí”. Continúan: “¿Y vas a cuidar de tu mamá?”. “Sí”. “¿Quieres más a papá o a mamá?”. “Quiero a mi papá”. “No, primero tienes que decir que quieres a tu mamá y luego que quieres a tu papá”. Así, los niños aprenden ese tipo de cosas de sus padres. Se sirven de sus palabras y del ejemplo para darles una educación a sus hijos y terminan influyendo profundamente en sus jóvenes mentes. Por supuesto, esta educación les aporta también ciertos conocimientos básicos, les enseña que sus padres son las personas que más los quieren y adoran en el mundo, y a las que más obediencia y piedad filial les han de mostrar. Naturalmente, en sus mentes juveniles está grabada la idea de que “como mis padres son las personas más cercanas a mí en el mundo, debo obedecerlos siempre”. Al mismo tiempo surge en ellos la idea de que, si sus padres son las personas más cercanas a ellos, todo lo que hagan debe ir orientado a garantizarles una vida mejor a sus hijos. Por consiguiente, piensan que deberían aceptar de manera incondicional las acciones de sus padres; con independencia de qué tipo de métodos usen, ya sean humanos o inhumanos, les parece que han de aceptarlos. A una edad en la que todavía carecen de la capacidad para discernir lo correcto de lo incorrecto, la educación de sus padres, por medio de la palabra o el ejemplo, inculca en ellos esta idea. Guiados por este tipo de ideas, los padres pueden requerir a sus hijos que hagan distintas cosas con el pretexto de que quieren lo mejor para ellos. Aunque algunas de esas cosas no concuerdan con la humanidad ni los talentos, el calibre o las preferencias de los hijos, en esas circunstancias, en las que los niños no tienen derecho a actuar por su propia iniciativa ni con autonomía, no tienen posibilidad de elegir ni capacidad para resistirse a todo aquello que implican estas supuestas expectativas y demandas de sus padres. Lo único que pueden hacer los hijos es obedecerlos en todo, dejar que se salgan con la suya, ponerse a su merced y permitirles que los conduzcan a la senda que sea. Entonces, antes de que sus hijos lleguen a la edad adulta, cualquier cosa que hagan los padres, ya sea accidental o surgida de sus buenas intenciones, causará cierto impacto positivo o negativo en el comportamiento y las acciones de sus vástagos. Es decir, cualquier cosa que hagan plantará en sus hijos distintas ideas y puntos de vista que pueden acabar enterrados en el fondo de su subconsciente hasta que llegan a adultos, cuando influirán profundamente en cómo contemplen a las personas y las cosas, en cómo se comporten y actúen e incluso en la senda que recorran.

Antes de llegar a la edad adulta, los niños no disponen de los medios para resistirse a los entornos de vida, a la herencia o la educación que sus padres les transmiten, ya que no son todavía adultos y aún no entienden muy bien las cosas. Cuando me refiero al periodo antes de que un niño se haga adulto, hablo de cuando un niño no es capaz de pensar o distinguir el bien del mal de forma autónoma. En estas circunstancias, solo le queda ponerse a merced de sus padres. Y precisamente porque son los padres los que llevan la voz cantante en todo antes de que sus hijos lleguen a la edad adulta, en esta época malvada los padres adoptarán los correspondientes métodos de educación, ideas y puntos de vista basados en las tendencias sociales para incitar a sus hijos a hacer determinadas cosas. Por ejemplo, ahora mismo la competencia en la sociedad es feroz. Los padres se han visto influenciados por el clima de diversas tendencias y consensos sociales, así que aceptan este mensaje de la competencia feroz, y se lo transmiten rápidamente a sus hijos. Lo que aceptan es el fenómeno y la tendencia de que la competencia en la sociedad es salvaje, aunque lo que sienten es una especie de presión. Al sentirla piensan enseguida en sus hijos y dicen: “Ahora la competencia en la sociedad es muy feroz, en nuestra juventud no era así. Si nuestros hijos estudian, trabajan y abordan la sociedad y a las diversas personas y cosas del mismo modo que lo hicimos nosotros, la sociedad los descartará enseguida. Así que debemos aprovecharnos del hecho de que todavía son jóvenes, tenemos que empezar a trabajar ahora en ellos, no podemos permitir que nuestros hijos pierdan en la línea de salida”. Actualmente, la competencia es encarnizada y todo el mundo deposita grandes esperanzas en sus hijos, así que los padres les pasan muy rápido este tipo de presión que han aceptado de la sociedad. ¿Pero son sus hijos conscientes de esto? Para nada, ya que todavía no son adultos. No saben si esta presión que les transmiten sus padres está bien o mal, o si deben rechazarla o aceptarla. Cuando los padres ven a sus hijos actuar así, se lo reprochan: “¿Cómo has podido ser tan estúpido? Con la feroz competencia que hay ahora en la sociedad y tú sigues sin entender nada. ¡Ve a toda prisa al jardín de infancia!”. ¿A qué edad van los niños al jardín de infancia? Algunos empiezan a los tres o cuatro años. ¿Y eso por qué? Hay una frase que circula ahora en la sociedad: no puedes permitir que tus hijos pierdan en la línea de salida, la educación debe empezar a una edad muy temprana. Fíjate, los niños muy pequeños sufren y comienzan el jardín de infancia a los tres o cuatro años. ¿Y cómo es el que eligen para ellos sus padres? En los jardines de infancia normales, los maestros juegan con los niños a “la gallinita ciega”, así que a los padres les parece mejor no elegir uno de ese tipo. Creen que deben optar por uno sofisticado, bilingüe. Y para ellos no es suficiente aprender un solo idioma. Cuando los niños todavía no dominan su lengua madre, tienen que aprender una segunda. ¿No es eso complicarles las cosas? ¿Pero qué dicen los padres? “No podemos permitir que nuestro hijo pierda en la línea de salida. Ahora las niñeras educan en casa a los niños de un año. Los padres les hablan en la lengua madre y las niñeras hablan otro idioma, les enseñan inglés, español o portugués. Nuestro hijo tiene cuatro años, ya es un poco mayor. Si no empezamos a enseñarle ahora, será demasiado tarde. Tenemos que empezar a educarlo lo antes posible y encontrar un jardín de infancia bilingüe, donde los maestros tengan licenciaturas y másteres”. La gente les dice: “Una escuela de ese tipo es demasiado cara”, y ellos responden: “No pasa nada. Tenemos una casa grande, podemos mudarnos a una más pequeña. Venderemos nuestra casa de tres dormitorios y la cambiaremos por una de dos. Ahorraremos ese dinero y lo emplearemos en enviar a nuestro hijo a un jardín de infancia sofisticado”. Elegir una buena escuela no basta, consideran que deben buscar tutores que ayuden a estudiar a sus hijos para las olimpiadas matemáticas en su tiempo libre. Aunque por naturaleza les desagrade estudiar para eso, tienen que hacerlo igualmente y, si no se les da bien, entonces estudiarán baile. Si no son buenos en el baile, les apuntarán a clases de canto. Y si lo de cantar no funciona y sus padres ven que su hija tiene buenas medidas, las piernas y los brazos largos, les parece que puede ser modelo y la mandan a una escuela de arte a estudiar modelaje. Es así como empiezan a enviar a los hijos a internados a la edad de cuatro o cinco años, y la casa familiar pasa de tres a dos dormitorios, luego de dos a uno, y de uno a mudarse a una casa alquilada. Las tutorías a las que asisten sus hijos fuera de la escuela aumentan progresivamente en número, y la casa es cada vez más pequeña. Hay algunos padres que trasladan a la familia al sur o al norte, se mudan de un lado a otro para que sus hijos vayan a buenas escuelas y, al final, ya no saben adónde ir, los hijos no saben cuál es su ciudad natal y todo es un gran embrollo. Los padres pagan precios de todo tipo en aras del futuro de sus hijos antes de que hayan alcanzado la edad adulta, para que no pierdan en la línea de salida y se puedan adaptar a esta sociedad crecientemente competitiva, y más adelante tengan un buen trabajo e ingresos estables. Algunos padres son muy capaces, regentan grandes negocios o son funcionarios de alto rango, y realizan elevadas y enormes inversiones en sus hijos. Otros no son tan capaces, pero quieren enviar a sus hijos a escuelas sofisticadas como hacen los demás, que asistan a varias clases extraescolares, que reciban lecciones de baile y arte, que estudien diferentes idiomas y música y, de este modo, someten a mucha presión y dolor a los hijos. Por su parte, el niño piensa: “¿Cuándo se me permitirá jugar un poco? ¿Cuándo voy a crecer y poder tomar yo las decisiones como hacen los adultos? ¿Cuándo no tendré que ir más a la escuela, como un adulto? ¿Cuándo podré ver un poco la tele, dejar la mente en blanco e ir a dar un paseo a alguna parte yo solo, sin que me lleven mis padres de aquí para allá?”. No obstante, los padres suelen responderle: “Si no estudias, en el futuro tendrás que mendigar comida. Mira lo poco prometedor que eres. Todavía no es momento de jugar, ya lo harás cuando seas mayor. Si juegas ahora, no tendrás éxito en el futuro; si lo haces más adelante, te divertirás más y mejor, hasta podrás viajar al extranjero. ¿No has visto a toda esa gente rica por el mundo? ¿Jugaban cuando eran jóvenes? Se limitaban a estudiar”. Sus padres les mienten. ¿Acaso han visto con sus propios ojos que esa gente rica no jugaba y solo se dedicaba a estudiar? ¿Entienden algo sobre eso? Es un hecho constatado que algunas de las personas más ricas y poderosas del mundo nunca han ido a la universidad. A veces los padres engañan a sus hijos. Antes de que alcancen la edad adulta, les cuentan todo tipo de mentiras a fin de dominar su futuro, controlarlos y obligarlos a obedecer. Desde luego, a causa de ello, también padecen toda clase de sufrimientos y pagan todo tipo de precios. Este es el denominado “amor encomiable de un padre”.

Los padres depositan muchas esperanzas en sus hijos a fin de convertir en realidad las expectativas que tienen hacia su descendencia. Por tanto, no solo los educan, guían e influencian por medio de sus palabras, al mismo tiempo también se sirven de acciones concretas para controlar a sus hijos y hacer que los obedezcan, que obren y vivan conforme a la trayectoria que ellos han diseñado y a la dirección que han fijado. Con independencia de si sus hijos están o no dispuestos a hacer esto, al final los padres solo dicen una cosa: “¡Te arrepentirás si no me escuchas! Si no me obedeces ni te tomas en serio tus estudios, algún día lo vas a lamentar, y no acudas a mí entonces, ¡no me digas que no te lo advertí!”. En una ocasión nos hallábamos en cierto edificio para resolver unos asuntos y vimos a unos mozos de mudanza que subían muebles por las escaleras con mucho esfuerzo. Se toparon de frente con una madre que iba bajando con su hijo. Si una persona normal se encontrara esta escena, diría: “Están subiendo muebles, vamos a apartarnos de su camino”. Los que bajan se tendrían que dar prisa en quitarse del medio, sin chocarse con nada ni molestar a los mozos. Sin embargo, cuando la madre se encontró con la escena, aprovechó la oportunidad para empezar a ejercer un poco de educación situacional. Todavía tengo muy fresco en la memoria lo que dijo. ¿Qué fue? Dijo: “Mira lo pesadas que son las cosas que están subiendo, debe ser agotador. No se tomaron en serio los estudios cuando eran niños y ahora no encuentran buenos trabajos, así que tienen que cargar muebles y trabajar muy duro. ¿Te das cuenta?”. El hijo pareció entenderlo en parte y creía que lo que decía su madre era correcto. Una expresión sincera de miedo, terror y convicción apareció en sus ojos, y asintió con la cabeza antes de volver a mirar a los mozos. La madre se valió de esta ocasión para no perder el tiempo y darle una lección a su hijo, le dijo: “¿Lo ves? Si no te tomas en serio los estudios cuando eres joven, cuando seas mayor tendrás que cargar muebles y trabajar muy duro como ellos para poder ganarte la vida”. ¿Eran ciertas estas afirmaciones? (No). ¿En qué se equivocaban? La madre aprovechaba cualquier oportunidad para darle lecciones a su hijo, ¿cuál crees que era el estado mental de este al oír aquello? ¿Fue capaz de discernir si estos enunciados eran correctos o equivocados? (No). Entonces, ¿qué es lo que pensó? (“Si no me tomo en serio los estudios, tendré que trabajar así de duro en el futuro”). Pensó: “Oh, no, los que tienen estos trabajos tan pesados no se tomaron en serio los estudios. Debo escuchar a mi mamá y esforzarme mucho. Mi mamá tiene razón, todo el que no estudia acaba trabajando duro”. Las ideas que recibe de su madre se convierten en verdades para toda la vida en su corazón. Decidme, ¿no es esta madre una idiota? (Sí). ¿En qué sentido? Si se sirve de esta cuestión para incitar a su hijo al estudio, ¿acaso eso asegura que vaya a llegar a algo en el futuro? ¿Garantiza que no le hará falta trabajar muy duro ni sudar? ¿Es bueno que la madre use esta situación, esta escena, para meterle miedo a su hijo? (Es malo). Va a proyectar una sombra de por vida sobre él. No es nada bueno. Aunque el niño adquiera un poco de discernimiento sobre estas palabras cuando crezca, todavía le resultará difícil eliminar de su corazón y su subconsciente esta teoría que la madre le expuso. En cierta medida, engañará y atará sus pensamientos y orientará sus puntos de vista sobre las cosas. La mayoría de las expectativas que los padres tienen respecto a sus hijos antes de que lleguen a adultos son que puedan estudiar mucho, esforzarse, esmerarse y no quedarse cortos en cuanto a sus expectativas. Por tanto, antes de que sus hijos lleguen a adultos, los padres hacen de todo por ellos sin importar el coste; sacrifican su propia juventud, sus años y su tiempo, además de su salud y su vida normal. Algunos incluso renuncian a sus propios trabajos, a sus viejas aspiraciones o hasta a su propia fe, a fin de formar a sus hijos y ayudarles en sus estudios de la escuela. En la iglesia hay bastante gente que pasa todo el tiempo con sus hijos, los forman, para poder permanecer a su lado a medida que crecen, para que tengan carreras de éxito, un trabajo estable y exitoso en el futuro. Estos padres no van a las reuniones ni cumplen deberes. Albergan en el corazón ciertas exigencias relativas a su propia fe y poseen algo de determinación y algunas aspiraciones, pero como no pueden desprenderse de las expectativas que tienen hacia sus hijos, eligen acompañarlos durante este periodo anterior a alcanzar la edad adulta, abandonan sus propios deberes como seres creados y sus propias búsquedas en la fe. Es algo muy trágico. Algunos padres pagan muchos precios al formar a sus hijos para que se conviertan en actores, artistas, escritores o científicos, y hacen lo posible para que satisfagan sus expectativas. Dejan su trabajo, abandonan su carrera e incluso sus propios sueños y su felicidad para acompañar a sus hijos. Incluso hay padres que renuncian a su vida de casados por ellos. Tras divorciarse, asumen la pesada carga de educar y formar a sus hijos por sí solos, apuestan su vida a esa carta, y se dedican por entero al futuro de estos con tal de hacer realidad las expectativas que tienen puestas en ellos. También hay padres que hacen muchas cosas que no deberían, que pagan precios innecesarios, sacrifican su tiempo, su salud física y sus aspiraciones antes de que sus hijos lleguen a la edad adulta, con el objetivo de que en el futuro estos puedan progresar en el mundo y encuentren su sitio en la sociedad. En un aspecto, se trata de sacrificios innecesarios para los padres. En otro, estos planteamientos suponen para los hijos una enorme presión y una carga que acarrean hasta la vida adulta. Esto se debe a que sus padres han pagado un precio demasiado alto, han gastado en exceso tanto en cuestiones monetarias como de tiempo o energía. No obstante, puesto que todavía carecen de la capacidad para discernir lo correcto de lo incorrecto, los hijos no tienen elección antes de alcanzar la adultez; solo pueden dejar que sus padres obren de esta manera. Aunque alberguen algún pensamiento en el fondo de su mente, acatarán las acciones de sus padres. En tales circunstancias, los niños comienzan de manera imperceptible a pensar que sus padres han pagado un gran precio para formarlos y que no van a lograr retribuirlos ni recompensarlos por completo en esta vida. Por consiguiente, durante el tiempo que sus padres se pasan formándolos y acompañándolos, creen que lo único que pueden hacer para corresponderlos es hacerlos felices, alcanzar grandes metas para satisfacerlos y no decepcionarlos. En cuanto a los padres, a lo largo de este periodo previo a que sus hijos sean adultos, después de haber pagado estos precios y a medida que sus esperanzas respecto a su descendencia se vuelven cada vez mayores, su mentalidad se torna poco a poco en exigencia hacia sus hijos. Es decir, después de que los padres hayan pagado estos supuestos precios y realizado estos supuestos gastos, demandan que sus hijos tengan éxito y logren grandes cosas para retribuirles. Por tanto, ya miremos esto desde la perspectiva de un padre o de un hijo, en esta relación de “gastarse para” y “ser gastado para”, las expectativas que los padres tienen de los hijos son cada vez mayores. Esta última frase es una buena manera de referirse a ello. En realidad, en el fondo del corazón de los padres, mientras más gastan y se sacrifican, más piensan que sus hijos deberían retribuirlos con su éxito y, a su vez, más creen que los hijos están en deuda con ellos. A medida que los padres gastan más, y mientras mayores son las esperanzas que tienen, más altas son sus expectativas respecto a que sus hijos les retribuyan. Las esperanzas que depositan en su descendencia antes de que llegue a la edad adulta, desde “han de aprender muchas cosas, no pueden perder en la línea de salida” a “cuando crezcan tienen que progresar en el mundo y consolidarse en la sociedad”, se convierten poco a poco en una especie de exigencia para con sus hijos. El requerimiento es el siguiente: cuando crezcas y te consolides en la sociedad, no te olvides de tus raíces, no te olvides de tus padres, tienes que retribuirlos primero, has de mostrarles piedad filial y ayudarles a llevar una buena vida, porque son tus benefactores en este mundo, son las personas que te formaron. Que estés consolidado ahora en la sociedad, además de aquello de lo que disfrutas y lo que posees, todo se compró con los denodados esfuerzos de tus padres, así que debes emplear el resto de tu vida en retribuirles, recompensarlos y ser bueno con ellos. Las expectativas que los padres tienen hacia sus hijos antes de que alcancen la edad adulta, como que se consoliden en la sociedad y progresen en el mundo, evolucionan hasta este punto, poco a poco pasan de una esperanza parental normal a una especie de exigencia y requerimiento que los padres les hacen a sus hijos. Supongamos que estos niños no sacan buenas notas durante este periodo anterior a llegar a adultos; digamos que se rebelan, que no quieren estudiar ni obedecer a sus padres y los desobedecen. Sus padres dirán: “¿Crees que para mí es fácil? ¿Para quién crees que hago todo esto? Lo hago por tu propio bien, ¿no te das cuenta? Todo lo que hago, lo hago por ti y tú no lo aprecias. ¿Acaso eres estúpido?”. Emplearán estas palabras para intimidar a sus hijos y mantenerlos prisioneros. ¿Es correcto este planteamiento? (No). No lo es. Esta parte tan “noble” de los padres es a la vez la más despreciable. ¿Qué tienen exactamente de malo estas palabras? (Que los padres tengan expectativas puestas en sus hijos y los formen es una tarea unilateral. Les imponen cierta presión, les hacen estudiar esto y aquello a fin de que tengan un buen futuro, les den una alegría a sus padres y les muestren piedad filial en el futuro. En realidad, todo lo que hacen los padres es para sí mismos). Si dejamos de lado el hecho de que los padres son interesados y egoístas, y solo hablamos sobre las ideas con las que adoctrinan a sus hijos antes de que estos lleguen a adultos, de la presión que ejercen sobre ellos al exigirles que estudien esto o aquello, que cuando sean mayores se dediquen a tal o cual carrera y que logren un éxito de este o tal calibre; ¿cuál es la naturaleza de estos planteamientos? Por ahora, no vamos a evaluar por qué los padres hacen tales cosas o si estos planteamientos son o no apropiados. Primero vamos a compartir y diseccionar la naturaleza de dichos planteamientos y encontrar una senda de práctica más precisa basada en nuestro análisis de su esencia. Si compartimos sobre este aspecto de la verdad y llegamos a entenderlo desde esa perspectiva, será acertado.

En primer lugar, ¿son estas exigencias y planteamientos que tienen los padres respecto a sus hijos correctos o incorrectos? (Son incorrectos). Al final, ¿a qué se pueden achacar fundamentalmente estos planteamientos que los padres utilizan con sus hijos? ¿Las expectativas que tienen hacia ellos? (Sí). En la conciencia subjetiva de los padres, se prevén, planifican y determinan distintos asuntos relativos al futuro de los hijos que finalmente generan dichas expectativas. Alentados por ellas, los padres exigen a sus hijos que se formen para desarrollar ciertas habilidades, que aprendan teatro, danza, arte, etcétera. Les demandan que se conviertan en personas talentosas y que a partir de entonces sean los superiores, no los subordinados. Les exigen que sean funcionarios de alto rango y no meros reclutas; los obligan a que se conviertan en los gerentes, directores generales y ejecutivos que trabajen para una de las 500 empresas más importantes del mundo, y demás. Estas son las ideas subjetivas de los padres. Ahora bien, ¿tienen los hijos idea de las expectativas de sus padres antes de alcanzar la edad adulta? (No). No tienen noción alguna de tales cosas, no las entienden. ¿Qué entienden los niños pequeños? Lo único que comprenden es sobre ir a la escuela a aprender a leer, estudiar mucho y ser buenos y educados. Eso, en sí, está bastante bien. Hay que ir a la escuela, asistir a clase en el horario estipulado y volver a casa para terminar los deberes; eso es lo que entienden los niños. El resto de su tiempo es solo jugar, comer, tener fantasías, sueños, etcétera. Los niños no se forman ningún concepto relativo a aquello que les aguarda en sus sendas de vida antes de alcanzar la adultez, ni tampoco se lo imaginan. Todo aquello que estos niños imaginan o determinan acerca del periodo posterior a alcanzar la edad adulta proviene de sus padres. Así pues, las esperanzas erróneas que los padres depositan en sus hijos no tienen nada que ver con estos. Los hijos solo necesitan discernir la esencia de las expectativas de sus padres. ¿En qué se basan? ¿De dónde provienen? De la sociedad y del mundo. La finalidad de todas estas expectativas de los padres es permitir a los hijos adaptarse a este mundo y a esta sociedad, impedir que sean expulsados de ambos y posibilitar su consolidación en la sociedad y el acceso a un empleo seguro, a una familia y a un futuro estables y, de este modo, los padres ostentan diversas expectativas subjetivas para su descendencia. Por ejemplo, ahora mismo está bastante de moda ser ingeniero informático. Se dice: “Mi hijo va a ser ingeniero informático. En ese campo se gana mucho dinero, van de un lado a otro con una computadora ejerciendo la ingeniería informática. ¡Y de paso yo también quedo bien como padre!”. En estas circunstancias, en las que los niños no tienen idea de nada en absoluto, los padres disponen de su futuro. ¿Acaso no es una equivocación? (Lo es). Los padres depositan esperanzas en sus hijos sobre una base totalmente fundamentada en la forma de ver las cosas de los adultos, y también en las opiniones, perspectivas y preferencias de estos sobre las cuestiones del mundo. ¿No es eso subjetivo? (Sí). Para expresarlo con delicadeza, podría decirse que es subjetivo, pero ¿qué es en realidad? ¿Qué otra interpretación tiene esa subjetividad? ¿Acaso no es egoísmo? ¿No es coacción? (Sí). Te gusta este o aquel trabajo y tal o cual carrera, disfrutas de estar consolidado, vives una vida glamurosa, te desempeñas como funcionario o cuentas con una posición acomodada en la sociedad, así que obligas a tus hijos a hacer también lo mismo, a ser la misma clase de persona y a caminar por el mismo tipo de senda, pero ¿disfrutarán ellos viviendo en ese entorno y ejerciendo ese trabajo en el futuro? ¿Son buenos para eso? ¿Cuál es su destino? ¿Cuáles son los planes y las decisiones de Dios con respecto a ellos? ¿Sabes algo de esto? Hay quien dice: “Todo eso me parece irrelevante, lo que importa es lo que me guste a mí como padre. Mis preferencias dictarán las esperanzas que deposite en mis hijos”. ¿No es una perspectiva muy egoísta? (Sí). ¡Es muy egoísta! Dicho de manera amable, es muy subjetivo; ellos llevan la voz cantante, pero ¿cómo es en realidad? ¡Muy egoísta! Estos padres no tienen en consideración el calibre o los talentos de sus hijos, no les importan los arreglos que Dios dispone para el destino y la vida de cada persona. No toman en cuenta nada de eso, se limitan a imponer sus propias preferencias, intenciones y planes a sus hijos mediante pensamientos ilusorios. Alguna gente dice: “Tengo que imponerles estas cosas a mis hijos. Son muy jóvenes para entenderlas, y cuando lo hagan ya será demasiado tarde”. ¿Esto es acertado? (No). Si de verdad llega a ser demasiado tarde, es porque es su destino, no es responsabilidad de los padres. Si impones a tus hijos aquello que tú entiendes, ¿lo van a entender ellos más rápido solo porque lo hagas tú? (No). No existe relación entre cómo educan los padres a sus hijos y cuándo llegan estos a entender cuestiones como qué clase de senda de vida o qué carrera elegir, o cómo serán sus vidas. Los hijos cuentan con su propia senda, su propio ritmo y sus propias leyes. Piénsalo, cuando son pequeños, su conocimiento de la sociedad es totalmente nulo, da igual cómo los hayan educado sus padres. Una vez que madure su humanidad, empezarán a ser conscientes de la competitividad, la complejidad y la oscuridad de la sociedad, y de las muchas cosas injustas que suceden en ella. Esto no es algo que los padres puedan enseñar a sus hijos desde una edad temprana. Aunque desde pequeños les eduquen en que: “Debes guardarte algo cuando te relaciones con la gente”, ellos solo se lo tomarán como una especie de doctrina. Solo podrán actuar realmente conforme al consejo de sus padres cuando lo hayan entendido de verdad. Si no alcanzan a entenderlo, el empeño que pongan en educarlos carece de sentido, pues para los hijos seguirá siendo una especie de doctrina. Por tanto, la idea que tienen los padres de que “El mundo es muy competitivo y la gente vive bajo mucha presión; si no empiezo a educar a mis hijos desde muy jóvenes, en el futuro padecerán sufrimiento y dolor”, ¿acaso es sostenible? (No). Obligas a tus hijos a asumir esa presión muy pronto, a fin de que sufran menos en el futuro, y empiezan a cargar con ella a una edad en la que todavía no entienden nada. ¿No les haces daño con esta forma de actuar? ¿De verdad es por su propio bien? Lo mejor es que no entiendan nada de esto, así, podrán vivir unos cuantos años de una manera cómoda, feliz, pura y simple. Si lo entendieran todo tan pronto, ¿sería una bendición o una desgracia? (Una desgracia). Sí, sería una desgracia.

Lo que cada uno debe hacer en determinada etapa de la vida depende de su edad y de la madurez de su humanidad, no de la educación que reciba de sus padres. Antes de llegar a la edad adulta, los niños deberían limitarse a jugar, a adquirir unos pocos conocimientos sencillos y a recibir algo de educación básica, a aprender diferentes cosas, a relacionarse con otros niños, a llevarse bien con los adultos y aprender a lidiar con ciertos elementos de su entorno que no entienden. No deberían hacer cosas de adultos antes de serlo. No tienen por qué soportar ninguna presión, normas u otras complicaciones que a los adultos no les queda otro remedio que asumir. Tales exigencias provocan daños psicológicos en aquellos que no han llegado a adultos, y no representan ningún tipo de beneficio. Mientras más pronto aprendan sobre estas cuestiones propias de los adultos, mayor será el golpe para sus jóvenes mentes. No solo no van a servir de ayuda en absoluto para sus vidas o existencias una vez que alcancen la edad adulta, sino todo lo contrario. Al conocer o encontrarse prematuramente con dichas cuestiones, estas se tornan en una especie de carga o proyectan una sombra invisible en las mentes de los niños, hasta el punto de que puede que los atormenten toda la vida. Pensadlo, cuando la gente muy joven oye algo terrible, algo que es incapaz de aceptar, algún asunto de adultos que nunca sería capaz de imaginar ni entender, esa escena o esa cuestión, o incluso las personas, objetos y palabras vinculados a ella, la acompañarán toda la vida. Proyectará una especie de sombra en ellos, afectará sus personalidades y sus maneras de conducirse en la vida. Por ejemplo, todos los niños son un poco traviesos a los seis o siete años. Supongamos que un maestro regaña a un niño por cuchichear con otro en mitad de clase, y el maestro no solo lo reta de manera directa, sino que lo ataca personalmente, le dice que tiene cara de hurón y ojos de rata, y hasta lo reprende así: “Mira lo poco prometedor que eres. ¡Vas a ser un fracasado toda tu vida! Si no estudias mucho, en el futuro no serás más que un jornalero. ¡Tendrás que mendigar comida! Tienes pinta de ladrón, eso es lo que pareces”. Aunque el niño no entiende lo que le dice, ni por qué o si es verdad o no, tales palabras, este ataque personal, se convertirán en una especie de fuerza invisible y malvada en su corazón, perforarán su autoestima y le harán daño. “¡Tienes cara de hurón, ojos de rata y una cabeza diminuta!”, las palabras utilizadas en este ataque personal por parte de su maestro lo perseguirán toda la vida. Cuando elija una carrera, cuando se enfrente a sus superiores y compañeros de trabajo o a sus hermanos y hermanas, ese ataque personal de su maestro aflorará de vez en cuando y afectará sus emociones y su vida. Por supuesto, algunas de las expectativas inadecuadas que tus padres tienen hacia ti y ciertas emociones, mensajes, palabras, pensamientos, puntos de vista y otras cosas que te han transmitido también proyectan una sombra sobre tu joven mente. Si lo vemos desde la perspectiva de su conciencia subjetiva, tus padres no albergan malas intenciones, pero debido a su ignorancia y a que son humanos corruptos no disponen de métodos adecuados que se ajusten a los principios relacionados con cómo tratarte; solo son capaces de seguir los modos de trato que siguen las tendencias del mundo y, como resultado, te transmiten mensajes y emociones negativas de diversa índole. En circunstancias en las que careces de todo discernimiento, cualquier cosa que digan tus padres y todas las ideas erróneas que te inculcan y fomentan se vuelven dominantes en ti porque te has visto expuesto a ellas en primer lugar. Se convierten en la meta de tu búsqueda y en la lucha que mantienes durante toda la vida. Aunque las expectativas que tus padres depositan en ti antes de que llegues a la edad adulta suponen una especie de golpe y desconsuelo para tu joven mente, sigues viviendo sometido a ellas, además de a los precios que tus padres pagan por ti, entiendes sus decisiones y aceptas y les agradeces sus múltiples actos de gentileza. Tras aceptar los diferentes esfuerzos y sacrificios que hacen por ti, te sientes en deuda con tus padres, en el fondo de tu corazón te avergüenzas de enfrentarte a ellos y te parece que debes retribuirlos cuando crezcas. ¿Retribuirles qué? ¿Sus expectativas irrazonables hacia ti? ¿La desolación que te han causado antes de hacerte adulto? ¿Acaso no es eso confundir el blanco con el negro? En realidad, si hablamos desde la raíz y la esencia del asunto, las expectativas de tus padres solo son subjetivas, solo son pensamientos ilusorios. En absoluto son cosas que los hijos deban poseer, practicar ni vivir, ni tampoco algo que necesiten. Para seguir las tendencias del mundo, adaptarse a este y mantener el ritmo de su progreso, tus padres te obligan a seguir todo ello, a soportar esta presión y a aceptar y seguir estas tendencias malvadas. Por tanto, ante las fervientes expectativas de sus padres, muchos niños se esfuerzan y se forman en variadas destrezas, toman diferentes cursos y adquieren distintos tipos de conocimientos. Pasan de intentar satisfacer las expectativas de sus padres, a buscar de manera proactiva los objetivos pretendidos a raíz de ellas. En otras palabras, antes de llegar a la edad adulta, aceptan las expectativas de sus padres de forma pasiva y, una vez que poco a poco se convierten en adultos, adoptan de forma proactiva las expectativas de la conciencia subjetiva de sus padres, y aceptan de buen grado este tipo de presión y esta desorientación, el control y la atadura procedentes de la sociedad. En resumen, poco a poco pasan de participantes pasivos a activos en el asunto. De este modo, sus padres se sienten satisfechos. En los hijos también surge una sensación de paz interior, de que no han decepcionado a sus padres, de que al fin les han dado lo que desean y de que han crecido. Y crecer no solo implica hacerse adulto, sino convertirse en individuos con talento a ojos de sus padres y estar a la altura de sus expectativas. Aunque logren ambas cosas, y en apariencia parezca que han retribuido los precios que pagaron sus padres y que sus expectativas hacia ellos no han quedado en nada, ¿cuál es la realidad? Sus logros son haber conseguido convertirse en marionetas de sus padres, haber contraído una enorme deuda con estos y dedicarse el resto de sus vidas a hacer realidad las expectativas que depositaron en ellos, representar un espectáculo en su honor, traerles crédito y prestigio, satisfacerlos y convertirse en su orgullo y su alegría. Allá donde vayan sus padres, mencionan a sus hijos. “Mi hija es la gerente de tal o cual empresa”. “Mi hija es la diseñadora de esta o aquella marca famosa”. “Mi hija tiene un nivel no sé cuántos en esa lengua extranjera, la habla con fluidez, es traductora de no sé qué idioma”. “Mi hija es ingeniera informática”. Estas hijas han logrado convertirse en el orgullo y la alegría de sus padres, y han llegado a convertirse en la sombra de estos, porque ellas van a usar los mismos métodos para educar y formar a sus propios hijos. Les parece que sus padres las han formado con éxito, así que van a copiar esos métodos educativos para formar a sus propios hijos. De este modo, su descendencia tendrá que soportar la misma miseria, el mismo trágico sufrimiento y la misma desolación que sus padres causaron en ellas.

Todo aquello que hacen los padres para materializar las expectativas que tienen hacia sus hijos antes de que se hagan mayores contradice a la conciencia, la razón y las leyes naturales. Si cabe es más contrario a la ordenación y a la soberanía de Dios. Aunque los hijos no tienen la capacidad de distinguir lo que está bien de lo que está mal o de pensar de manera independiente, sus destinos se hallan bajo la soberanía de Dios, no los rigen sus padres. Por tanto, aparte de albergar en su conciencia expectativas respecto a sus hijos, estos padres tan necios llevan además a cabo más acciones y sacrificios, y pagan precios relacionados con su conducta, hacen por los hijos cualquier cosa que les parece y que estén dispuestos a hacer, con independencia de que suponga gastar dinero, tiempo, energía o lo que sea necesario. Aunque los padres llevan a cabo todo esto de manera voluntaria, es algo inhumano, pues excede al ámbito de sus responsabilidades y de sus propias capacidades, y no les corresponde a ellos. ¿Por qué digo esto? Porque los padres empezaron a intentar planear y controlar el futuro de sus hijos, a tratar de determinarlo antes de que llegaran a adultos. ¿No es eso una necedad? (Sí). Por ejemplo, digamos que Dios ordenó que un hombre fuera un trabajador corriente, y que en esta vida solo podría ganar un sueldo básico para alimentarse y vestirse, pero sus padres insisten en que se convierta en una celebridad, en alguien rico, en un funcionario superior. Hacen planes y arreglos para su futuro desde que es pequeño, pagan todo tipo de supuestos precios, tratan de controlar su vida y su futuro. ¿No es eso una necedad? (Sí). Aunque su hijo saque muy buenas notas, vaya a la universidad, aprenda y adquiera diversas destrezas una vez que llegue a adulto, cuando finalmente salga a buscar empleo, por mucho que se esfuerce, siempre acabará siendo un trabajador corriente. Como mucho tendrá suerte y le nombrarán capataz, que tampoco está mal. Al final, solo gana un salario básico y nunca logra alcanzar el de un funcionario superior o el de alguien acaudalado, como le exigían sus padres. Estos siempre quieren que ascienda en el mundo, que gane mucho dinero, que se convierta en un funcionario superior, para así poder compartir con ellos el centro de atención. Como le iba bien en la escuela y era tan obediente, nunca esperaron que a pesar de los precios que pagaron por él y de haber ido a la universidad, su destino en la vida sería acabar como un trabajador ordinario. Si hubieran podido adelantarse a esto, no se habrían atormentado tanto en su momento. Pero ¿pueden los padres evitar atormentarse? (No). Venden sus casas, sus tierras, las posesiones de la familia y algunos incluso un riñón para que sus hijos vayan a universidades de prestigio. Cuando el hijo se muestra en desacuerdo con esto, la madre dice: “Tengo dos riñones. Si pierdo uno, me queda el otro. Ya soy vieja, solo necesito un riñón”. ¿Qué siente su hijo al oír eso? “Aunque signifique no ir a la universidad, no puedo permitirte que vendas un riñón”. Y la madre responde: “¿Cómo no vas a ir? ¡Eres un hijo desobediente y desamorado! ¿Para qué vendo yo un riñón entonces? ¿Acaso no es para garantizar tu éxito futuro?”. Al hijo le conmueve oír esto, y piensa: “Que mamá venda entonces el riñón. No la quiero decepcionar”. La madre lo acaba haciendo, cambia un riñón por el futuro de su hijo y, al final, este se convierte en un trabajador ordinario y no tiene éxito. La madre solo ha obtenido eso a cambio de su riñón, ¿acaso es apropiado? (No). Al darse cuenta de ello, dice: “El único destino que te espera es ser un trabajador. Si lo hubiera sabido antes, no hubiera vendido un riñón para mandarte a la universidad. Podrías haberte puesto a trabajar directamente, ¿no? ¿De qué sirvió que fueras a la universidad?”. ¡Es demasiado tarde! ¿Quién la obligó a actuar de un modo tan estúpido en aquel momento? ¿Quién la obligó a soñar con la idea de que su hijo se convirtiera en un funcionario superior y ganara mucho dinero? La cegó la avaricia, ¡se lo tiene merecido! Pagó muchos precios por su hijo, pero ¿le debe él algo? No. Su madre pagó estos precios voluntariamente y recibió su merecido. Aunque hubiera vendido los dos riñones, lo hubiera hecho por voluntad propia. Para enviar a sus hijos a universidades prestigiosas, algunos venden sus córneas, otros su sangre y hay quienes lo sacrifican todo y venden las posesiones de la familia, ¿merece la pena? Es como si pensaran que vender un poco de sangre o un órgano puede decidir el futuro de una persona y cambiar su destino. ¿Sirve de algo? (No). ¡La gente es tan estúpida! Quiere una devolución rápida, la ciega el prestigio y el beneficio. Siempre piensa: “Bueno, mi vida es así”, entonces, deposita sus esperanzas en sus hijos. ¿Garantiza eso que el destino de estos vaya a ser mejor que el suyo? ¿Que sus hijos van a ser capaces de ascender en el mundo? ¿Que van a ser diferentes? ¿Cómo puede ser la gente tan idiota? ¿Solo por tener tan altas expectativas hacia sus hijos serán estos superiores a los demás o estarán a la altura de dichas aspiraciones? Los destinos de las personas no los deciden los padres, los decide Dios. Por supuesto, ningún padre desea que sus hijos acaben siendo mendigos. Es más, no hace falta que insistan en que sus hijos asciendan en el mundo, se conviertan en funcionarios superiores o personas prominentes de la clase alta de la sociedad. ¿Qué tiene de bueno pertenecer a la clase alta? ¿Y ascender en el mundo? Son unos lodazales, no son cosas buenas. ¿Es bueno convertirse en una celebridad, en una gran figura, en un superhombre o en alguien con posición y estatus? La vida es más cómoda cuando se es una persona corriente. ¿Qué tiene de malo llevar una vida un poco más pobre, más dura, más agotadora, con comida y ropa un poco peores? Al menos hay una cosa garantizada, y es que al no vivir entre las tendencias sociales de la clase alta de la sociedad pecarás menos y te resistirás en menor medida a Dios. Como persona corriente, no te enfrentarás a tentaciones tan grandes o frecuentes. Aunque la vida sea un poco más dura, al menos tu espíritu no estará cansado. Piénsalo, como trabajador, de lo único que tienes que preocuparte es de asegurarte tres comidas al día. Cuando eres funcionario es distinto. Hay que luchar, y nunca se sabe cuándo llegará el día en que tu puesto ya no esté asegurado. Y eso no es todo, pues la gente a la que has ofendido te buscará para ajustar cuentas, te castigará. La vida es muy agotadora para las celebridades, las personas notables y los ricos. Los ricos siempre temen no serlo tanto en el futuro y no poder seguir adelante si eso sucede. A las celebridades siempre les preocupa que sus halos desaparezcan y siempre quieren resguardarlos, pues temen que tanto esta época como las tendencias los descarten. ¡Llevan una vida muy agotadora! Los padres nunca se dan cuenta de tales cosas, y quieren siempre empujar a sus hijos al corazón de esta lucha, enviarlos a semejantes leoneras y lodazales. ¿De verdad albergan los padres buenas intenciones? Si digo que no, no vais a estar dispuestos a oírlo. Si os digo que las expectativas de vuestros padres os afectan negativamente y de muchas maneras, ¿estáis dispuestos a reconocerlo? (Sí). Os hacen un daño muy profundo, ¿verdad? Algunos de vosotros no estáis dispuestos a reconocerlo, decís: “Mis padres quieren lo mejor para mí”. Dices que tus padres quieren lo mejor para ti; ¿y qué es lo mejor? Tus padres quieren lo mejor para ti, pero ¿cuántas cosas positivas te han ayudado a comprender? Tus padres quieren lo mejor para ti, pero ¿cuántos de tus pensamientos y puntos de vista incorrectos e indeseables han corregido? (Ninguno). Entonces, ¿puedes ahora desentrañar estas cosas? Te das cuenta de que las expectativas de tus padres no son realistas, ¿verdad?

Al analizar minuciosamente la esencia de las expectativas de los padres hacia sus hijos, nos damos cuenta de que todas ellas son egoístas, que van en contra de la humanidad y que, además, no tienen nada que ver con las responsabilidades propias de los padres. Cuando les imponen diversas expectativas y exigencias a sus hijos, no están cumpliendo con dichas responsabilidades. Entonces, ¿cuáles son sus “responsabilidades”? Las más básicas consisten en enseñar a sus hijos a hablar, a ser bondadosos y a no ser malas personas, y guiarlos en una dirección positiva. Estos son sus deberes más elementales. Además, deben ayudarlos a adquirir cualquier clase de conocimiento, habilidad, y demás, que mejor les convenga en función de su edad, de lo que puedan abarcar y de su calibre e intereses. Unos padres un poco mejores ayudarán a sus hijos a entender que Dios creó a las personas y que Él existe en el universo, los guiarán para que oren y lean las palabras de Dios, y les compartirán algunos relatos bíblicos, con la esperanza de que al hacerse mayores sigan a Dios y cumplan el deber de un ser creado en lugar de perseguir las tendencias mundanas, quedar atrapados en complicadas relaciones interpersonales y ser devastados por las diversas tendencias de este mundo y de la sociedad. Las expectativas no tienen nada que ver con las responsabilidades que deben cumplir los padres. Al desempeñar este papel, son responsables de aportarles una guía positiva y una adecuada atención antes de alcanzar la edad adulta, así como de ocuparse debidamente de su vida carnal en cuanto a la comida, el vestido, la vivienda o en caso de enfermedad. Si sus hijos se enferman, los padres han de ocuparse de cualquier dolencia que sea necesario tratar, no deben descuidarlos ni decirles: “Sigue yendo a la escuela, no dejes de estudiar, no puedes quedarte atrás en las clases, si te atrasas mucho no vas a poder recuperarlas”. Cuando los hijos necesiten descanso, los padres deben dejar que lo tengan; cuando estén enfermos, deben ayudarlos a recuperarse. Estas son las responsabilidades de los padres. Por una parte, deben cuidar del bienestar físico de sus hijos, por otra, deben atenderlos, educarlos y auxiliarlos en lo relativo a su salud mental. Esto es lo que a los padres les corresponde hacer, en lugar de imponer a sus hijos ninguna expectativa o exigencia poco realista. Es su deber cumplir con las responsabilidades que incumben tanto a las necesidades emocionales de sus hijos como a las de su vida física. No pueden permitir que pasen frío en invierno, han de enseñarles una serie de conocimientos generales acerca de la vida, como en qué circunstancias es posible que pillen un resfriado, la necesidad de comer platos calientes, que les dolerá el estómago al comer cosas frías y que no deberían exponerse al viento a la ligera ni desvestirse en lugares con corrientes de aire cuando hace frío, para, de este modo, ayudarlos a aprender a ocuparse de su propia salud. Además, cuando en sus jóvenes mentes surjan ideas infantiles e inmaduras sobre su futuro o algún pensamiento extremo, los padres deben proporcionales una guía correcta en cuanto se den cuenta de ello, en lugar de someterlos a una represión forzosa. Deben lograr que sus hijos expresen y expongan sus ideas, para que puedan efectivamente resolver el problema. En esto consiste cumplir con sus responsabilidades. Implica, por un lado, cuidar de sus hijos y, por otro, orientarlos, corregirlos y guiarlos hacia los pensamientos y puntos de vista correctos. En realidad, las obligaciones que los padres han de cumplir no guardan relación con las esperanzas que tengan puestas en su descendencia. Puedes desear que tus hijos gocen de buena salud física y posean humanidad, conciencia y razón cuando se hagan mayores, o esperar que te muestren piedad filial, pero no que se conviertan en tal o cual celebridad o en una persona importante, y menos aún deberías decirles a menudo: “¡Mira qué obediente es Xiaoming, el vecino!”. Tus hijos son tus hijos: no te corresponde decirles lo bueno que es su vecino ni procurar que aprendan de él. No es algo que un padre deba hacer. Cada persona es diferente. La gente difiere en sus pensamientos, puntos de vista, intereses, aficiones, calibre y personalidad, y en si su esencia-humanidad es buena o despiadada. Hay quienes nacen parlanchines, mientras que otros son introvertidos por naturaleza y no se sienten molestos si se pasan un día entero sin pronunciar una sola palabra. Por tanto, si los padres desean cumplir con sus responsabilidades, deberían intentar comprender la personalidad, las actitudes, los intereses y el calibre de sus hijos, además de las necesidades de su humanidad, en vez de convertir sus propias búsquedas mundanas de adulto, de prestigio y de riqueza en expectativas hacia sus hijos e imponerles todo esto que proviene de la sociedad. Los padres le ponen a esto un nombre que suena bien, “expectativas hacia sus hijos”, pero en realidad no se trata de eso. Está claro que pretenden empujar a sus hijos al pozo de fuego y echarlos en brazos de los diablos. Si eres realmente un padre o una madre idóneo, deberías cumplir con tus responsabilidades respecto a la salud física y mental de tus hijos, en lugar de imponerles tu voluntad antes de que sean adultos, y obligar a sus jóvenes mentes a sobrellevar cosas que jamás deberían. Si los amas y los aprecias de verdad y quieres atender a tus responsabilidades hacia ellos, debes cuidar de su cuerpo físico y asegurarte de que están sanos. Por supuesto, algunos niños nacen frágiles y delicados de salud. Si sus padres están en condiciones, pueden proporcionarles más suplementos alimenticios, o consultar a un médico especialista en medicina tradicional china o a un nutricionista. De esta manera, demuestran un poco más de cuidado hacia esos niños. Además, en cada etapa anterior a su llegada a la edad adulta, desde la infancia y la niñez hasta la adolescencia, los padres tienen que prestar un poco más de atención a los cambios en la personalidad y en los intereses de sus hijos y a sus necesidades con respecto a la exploración de su humanidad y preocuparse por ellos un poco más. Asimismo, tanto en lo que atañe a sus cambios psicológicos e ideas equivocadas como a algunos aspectos desconocidos relativos a las necesidades de su humanidad, deberían proporcionarles orientación, ayuda y apoyo positivos y humanos, por medio de la perspectiva práctica, la experiencia y las lecciones que ellos mismos adquirieron al haber pasado por lo mismo. En cada etapa, los padres deben ayudarlos a crecer sin sobresaltos y a evitar que tomen sendas tortuosas, giren en falso o se desvíen hacia los extremos. Cuando sus jóvenes y confusas mentes se hacen daño o sufren un golpe, sus padres deben atenderlos con prontitud y ofrecerles atención, afecto, cuidados y guía. Esas son las responsabilidades que han de cumplir los padres. Respecto a cualquier plan que tengan los hijos para su propio futuro, ya deseen ser maestros, artistas, funcionarios o lo que sea, si son razonables, los padres pueden animarlos y aportarles cierta ayuda o asistencia en función de sus propias circunstancias, educación, calibre, humanidad, contexto familiar, etcétera. Sin embargo, los padres no deberían sobrepasar el ámbito de sus propias capacidades, no deberían vender su coche, su casa, los riñones o su sangre. No hace falta nada de eso, ¿verdad? (Cierto). Deberían limitarse a ofrecerles a sus hijos cierta ayuda de acuerdo con sus capacidades como padres. Si los hijos dicen: “Quiero ir a la universidad”, los padres pueden responder: “Si quieres ir a la universidad, te apoyaré y no me voy a oponer, pero no somos una familia rica. De ahora en adelante, tendré que ahorrar a diario para pagarte un año de universidad. Si llegado el momento he ahorrado lo suficiente, irás a la universidad. En caso de que no, tendrás que buscar tú una solución por tu cuenta”. Los padres deben alcanzar esta especie de pacto con sus hijos, mostrarse de acuerdo y llegar juntos a un consenso para resolver el problema de las necesidades que tienen en cuanto a su futuro. Desde luego, si los padres no son capaces de materializar los planes e intenciones futuros de sus hijos, no deben sentirse culpables ni pensar: “Los he defraudado, soy un inútil y han tenido que sufrir por ello. Los hijos de los demás comen bien, se ponen ropa de marca, van en coche a la universidad y viajan a casa en avión. Los míos ocupan los peores asientos del tren, ni siquiera puedo permitirme que vayan en el coche cama. ¡He defraudado a mis hijos!”. No hace falta que se sientan culpables, esta es su realidad, y aunque vendieran un riñón no podrían proporcionarles esas cosas, deben aceptar su destino. Dios instrumentó esta clase de entorno para ellos, así que estos padres no tienen por qué sentirse culpables en relación con sus hijos en ningún caso, ni decir: “Te he defraudado. Si no nos muestras piedad filial en el futuro, no me voy a quejar. Somos incompetentes y no te hemos brindado buenas condiciones de vida”. No es necesario que lo digan. Los padres solo necesitan cumplir con sus responsabilidades con la conciencia tranquila, hacer todo lo que puedan y propiciar que sus hijos sean sanos tanto de cuerpo como de mente. Con eso, es suficiente. Cuando decimos “sanos” nos referimos simplemente a que los padres se esfuercen al máximo para asegurarse de que sus hijos tengan pensamientos positivos, así como ideas y actitudes activas, superadoras y optimistas ante la vida cotidiana y su existencia. Los hijos no deben pillar rabietas cuando se alteran por algo, ni tampoco tratar de suicidarse, darles problemas a sus padres o regañarlos por ser unos inútiles incapaces que no saben ganar dinero, ni decirles: “Fijaos en los padres de los demás. Conducen buenos coches, viven en mansiones, se embarcan en cruceros de lujo y viajan a Europa. Y mira nosotros, ¡no hemos salido nunca de nuestra ciudad natal, ni hemos cogido un tren de alta velocidad, ni siquiera una vez!”. Si hacen semejantes berrinches, ¿cómo has de responder? Debes decir: “Tienes razón, así de incompetentes somos. Naciste en esta familia y debes aceptar tu destino. Si eres capaz, en el futuro podrás ganar dinero por tus propios medios. No seas irrespetuoso con nosotros ni nos exijas que hagamos cosas por ti. Ya hemos cumplido con nuestras responsabilidades y no te debemos nada. Algún día tendrás tus propios hijos y deberás hacer lo mismo”. Cuando los tengan, se darán cuenta de que a los padres no les es fácil ganar dinero para sustentarse a sí mismos y a todos los miembros, tanto jóvenes como mayores, de la familia. En definitiva, debes enseñarles algunos principios acerca de cómo comportarse. Si tus hijos son capaces de aceptarlo, debes compartir con ellos la fe en Dios y la senda de la búsqueda de la verdad para alcanzar la salvación, así como algunos de los pensamientos y puntos de vista correctos que has entendido de parte de Dios. Si tus hijos están dispuestos a aceptar la obra de Dios y a creer en Él junto contigo, aún mejor. Si no sienten este tipo de necesidad, basta con que cumplas con tus responsabilidades hacia ellos; no es necesario que sigas insistiendo o trayendo a colación algunas palabras y doctrinas relacionadas con la fe en Dios con la intención de predicárselas. No hace falta hacerlo. Aunque tus hijos no crean, mientras te apoyen, podéis seguir conservando una buena amistad, y hablar y discutir de cualquier cosa juntos. No debes convertirte en su enemigo ni guardarles rencor. Después de todo, existe un vínculo de sangre entre vosotros. Si tus hijos están dispuestos a cumplir con sus responsabilidades hacia ti, a mostrarte piedad filial y a obedecerte, es posible que mantengas tu relación familiar con ellos y que interactúes con ellos con normalidad. No es necesario que los maldigas o los regañes constantemente porque tengan opiniones y puntos de vista diferentes a los tuyos respecto a la fe. No hace falta. No es preciso que te exaltes ni que pienses que el hecho de que ellos no crean en Dios es un gran problema, como si se te escapara la vida y el alma. No es tan grave. Si no creen, pues, es natural que tengan sendas propias que han elegido recorrer. Tú también posees una senda que debes recorrer y un deber que cumplir y no tienen nada que ver con tus hijos. Si no creen, no hace falta que insistas. Quizá no ha llegado el momento adecuado o, simplemente, Dios no los ha escogido. Si es así e insistes en obligarlos a creer, eres un ignorante y un rebelde. Por supuesto, si Dios los ha escogido, pero no es el momento oportuno y les exiges que crean ahora, será demasiado pronto. Si Dios desea actuar, nadie puede escapar a Su soberanía. Si Dios ha dispuesto que tus hijos crean, puede lograrlo con solo una palabra o un pensamiento. Y si no lo ha dispuesto, no se sentirán afectados y eso no va a cambiar por mucho que les hables; no servirá de nada. Si tus hijos no creen, no estás en deuda con ellos; si lo hacen, tampoco es mérito tuyo. ¿No es así? (Sí). Con independencia de si tienes objetivos comunes con tus hijos en materia de fe o de si sois afines en este sentido, en cualquier caso, basta con que cumplas con tus responsabilidades hacia ellos. Si has cumplido con ellas, no significa que les hayas demostrado bondad, y si tus hijos no creen, no significa que les debas algo, puesto que has llevado a cabo tus obligaciones y punto. Vuestro vínculo no cambió, y podéis seguir interactuando como hasta ahora. Cuando se encuentren en dificultades, debes ayudarlos todo lo que puedas. Si dispones de los medios materiales para ayudarlos, no dudes en hacerlo. Si eres capaz de corregir los pensamientos y puntos de vista de tus hijos a nivel psicológico o mental, y de aportarles cierto grado de guía y ayuda que les permita que escapen de sus dilemas, está bastante bien. En resumen, lo que los padres deben hacer antes de que los hijos lleguen a adultos es desempeñar las responsabilidades que les corresponden, averiguar lo que quieren hacer y cuáles son sus intereses y aspiraciones. Si lo que quieren es matar gente, iniciar incendios y cometer delitos, los padres deberían disciplinarlos enérgicamente o incluso castigarlos. Sin embargo, si son obedientes y no son diferentes a cualquier otro niño normal, se comportan bien en la escuela y hacen todo lo que les dicen sus mayores, los padres deben simplemente cumplir con sus responsabilidades hacia ellos. Aparte de esto, estas supuestas expectativas, exigencias y opiniones que rodean su futuro son todas superfluas. ¿Por qué lo digo? Dios ordena el destino de toda persona, los padres no pueden decidir sobre ello. Sean cuales sean las expectativas que los padres tienen hacia sus hijos, es imposible que todas se hagan realidad y que determinen su futuro o sus vidas. Da igual lo grandes que sean las esperanzas que hayan depositado en ellos, o los enormes sacrificios o precios que hayan pagado por tales expectativas, todo es en vano; tales cosas no pueden influir en el futuro o las vidas de sus hijos. Por tanto, los padres no deben hacer necedades. No deberían sacrificarse innecesariamente por sus hijos antes de que lleguen a la edad adulta y, naturalmente, no deberían estresarse tanto por ello. Educar a los hijos consiste en que un padre o una madre aprenda y adquiera diversos tipos de experiencias mientras transita distintos entornos, para que luego los hijos puedan paulatinamente beneficiarse de ello. No es necesario que los padres hagan nada más. Respecto al futuro de los hijos y su futura senda de vida, no tienen nada que ver con las expectativas de sus padres. Es decir, estas esperanzas no pueden decidir tu futuro. No es que sean muy altas, ni que el hecho de que existan suponga que vas a disfrutar de una vida próspera y a vivir bien, ni que si tus padres no tuvieran expectativas sobre ti significara que fueras a acabar siendo un mendigo. No hay necesariamente relación entre tales conceptos. Decidme, ¿resultan fáciles de entender estos temas que he compartido? ¿Es sencillo para la gente conseguir estas cosas? ¿Son difíciles? Los padres solo han de cumplir con las responsabilidades hacia sus hijos, educarlos y criarlos hasta que lleguen a adultos. No es necesario que los críen para que se conviertan en personas talentosas. ¿Es fácil de conseguir? (Sí). Es muy sencillo: no tienes que responsabilizarte del futuro ni de la vida de tus hijos, ni hacer planes para ellos, ni suponer en qué tipo de personas se convertirán, qué tipo de vida llevarán, qué círculos sociales frecuentarán más adelante, cómo será su calidad de vida en este mundo en el futuro o qué estatus tendrán entre la gente. No tienes por qué presuponer ni controlar nada de esto; simplemente tienes que cumplir con tus responsabilidades como padre o madre. Es así de sencillo. Cuando tus hijos lleguen a la edad escolar, debes encontrar una escuela y matricularlos, pagar cuando corresponda y adquirir todo lo que allí necesiten. Con eso es suficiente. En cuanto a lo que comen y la ropa que visten a lo largo del año, solo hace falta que cuides de su cuerpo físico en función de las circunstancias. No consientas que una enfermedad mal curada persista en ellos durante el periodo anterior a alcanzar la edad adulta, cuando no entienden cómo cuidar de su propio cuerpo. Corrige de inmediato sus defectos y malos hábitos, ayúdalos a desarrollar otros mejores y después aconseja y guía sus mentes y asegúrate de que no se desvíen hacia los extremos. Si les gustan algunas cosas malas, pero te das cuenta de que son buenos hijos y que solo se han dejado influenciar por las tendencias malvadas del mundo, debes corregirlos rápidamente y ayudarlos a enmendar sus defectos y malos hábitos. Estas son las responsabilidades y las funciones que deben desempeñar. No deben empujar a sus hijos hacia las tendencias de la sociedad, ni tampoco exponerlos demasiado pronto, antes de hacerse mayores, a distintos tipos de presión que únicamente deberían afrontar los adultos. Los padres no deben hacer este tipo de cosas. Es muy sencillo alcanzarlo, pero hay quienes no pueden lograrlo. Como esas personas no pueden desprenderse de su búsqueda de prestigio y beneficios mundanos, ni de las tendencias malvadas del mundo, y temen que se los descarte de él, hacen que sus hijos se integren a la sociedad muy pronto y se adapten a ella muy rápidamente a nivel mental, antes de llegar a la edad adulta. Los niños con padres así no son afortunados. Al margen de los métodos o pretextos que pongan en nombre del amor, el aprecio y el esfuerzo que hacen por ellos, en el caso de los hijos de familias como estas, no son necesariamente buenos; incluso se los podría considerar como algo similar a catastróficos. La razón es que, a raíz de sus expectativas, lo que esos padres provocan en las jóvenes mentes de sus hijos es desolación. O, en otras palabras, las expectativas de esos padres no tienen que ver con que tengan una mente y un cuerpo sanos, sino en que sean capaces de consolidarse en la sociedad y evitar que esta los descarte. El objetivo de tales expectativas es que tengan una buena vida o sean superiores a los demás, evitar que se conviertan en mendigos y que otros los discriminen o acosen, y que al final logren integrarse en tendencias y grupos de personas malvados. ¿Son buenas estas cosas? (No). Por tanto, no hace falta que os toméis a pecho estas expectativas de los padres. Si alguna vez las tuvieron hacia ti, o si pagaron muchos precios para que se hicieran realidad en ti, de modo que te sientes en deuda con ellos y pretendes pasarte la vida entera retribuyéndoles lo que han sacrificado en tu nombre, si albergas esta clase de idea y deseo, debes desprenderte de él enseguida. No les debes nada, en cambio, son tus padres los que te han dejado desolado y lisiado. No solo no han logrado cumplir sus responsabilidades como padres, sino que te han hecho daño, te han infligido diversas heridas en tu joven mente y han dejado atrás un amplio rango de improntas y recuerdos negativos. En resumen, no son buenos padres. Si antes de alcanzar la edad adulta, la forma en que tus padres te educaron, te condicionaron y te hablaron siempre se caracterizó por la esperanza de que estudiaras mucho, triunfaras y no acabaras siendo un jornalero, de que gozaras de buenas perspectivas en el futuro, te convirtieras en un motivo de orgullo para ellos y les reportaras honor y gloria, a partir de ahora debes dejar de lado sus supuestas muestras de cariño y ya no debes tomártelas tan a pecho. ¿Acaso no es así? (Sí). Esas son las expectativas que los padres tienen puestas en sus hijos antes de que alcancen la edad adulta.

Cuando los hijos pasan de la niñez a la edad adulta, las expectativas de sus padres siguen teniendo la misma naturaleza. Aunque sus hijos adultos pueden pensar de manera independiente y comunicar, hablar y discutir con ellos desde el estatus y el punto de vista de un adulto, los padres siguen albergando las mismas expectativas hacia ellos desde su propia perspectiva. Pasan de ser las esperanzas que se tienen hacia un niño a convertirse en las que se depositan en un adulto. Aunque las expectativas que los padres tienen de los adultos son distintas a las que depositan en los menores que no han alcanzado la adultez, en su calidad de personas corrientes y corruptas, de integrantes de la sociedad y del mundo, los padres siguen albergando el mismo tipo de expectativas hacia sus hijos. Desean que no tengan problemas en el trabajo, que tengan matrimonios felices y familias perfectas, que reciban aumentos de sueldo y ascensos, que se ganen el reconocimiento de sus jefes y que todo les vaya especialmente bien en sus empleos sin toparse con dificultad alguna. ¿De qué sirven estas expectativas? (Son inútiles). Lo son, además de innecesarias. Aunque ya eres un adulto, tus padres creen que, como te han criado y mantenido, te pueden leer la mente y, por consiguiente, les parece que saben todo lo que estás pensando, qué quieres y cómo es tu personalidad. Y, si bien eres un adulto independiente y puedes ganar dinero para sustentarte a ti mismo, piensan que aún pueden controlarte y que siguen teniendo derecho a opinar, involucrarse, decidir, interferir o incluso ejercer cierto dominio en cualquier asunto relacionado contigo. Es decir, creen que tienen la última palabra. Por ejemplo, en lo que concierne al matrimonio, si estás saliendo con alguien, enseguida dirán: “No está bien, no tiene tu mismo nivel de educación, no es muy guapa y su familia vive en el campo. Cuando te cases con ella, sus parientes del campo vendrán en masa, no sabrán usar el baño y dejarán todo muy sucio. Desde luego, esa no va a ser una buena vida para ti. No está bien. No doy mi consentimiento para que te cases con ella”. ¿No es esto interferir? (Sí). ¿No resulta innecesario y repugnante? (Es innecesario). Los hijos e hijas todavía tienen que obtener el consentimiento de los padres cuando buscan pareja. Por consiguiente, algunos ni siquiera les cuentan que han encontrado pareja, solo por evitar su intromisión. Cuando les preguntan: “¿Tienes pareja?”, solo dicen: “No, todavía es pronto. Aún soy joven, no hay prisa”, pero en realidad hace dos o tres años que tienen pareja, solo que no se lo han contado a sus padres. ¿Y por qué no lo hacen? Porque quieren entrometerse en todo y son muy quisquillosos, así que se lo callan. Cuando están a punto de casarse, directamente llevan a su pareja a casa de los padres y preguntan: “¿Dais vuestro consentimiento? Me caso mañana. Voy a hacerlo deis o no vuestro consentimiento. Si os negáis, igualmente continuaremos adelante y tendremos hijos”. Estos padres se entrometen demasiado en la vida de sus hijos, incluso en sus matrimonios. Si la pareja que encuentran no es la que ellos esperan, no se llevan bien con ella o no les agrada, tratan de romper su relación. Si sus hijos no están de acuerdo con ellos, los padres se echan a llorar, arman un escándalo y amenazan con suicidarse, hasta tal punto que sus hijos no saben qué hacer, si reír o llorar. Hay también algunos hijos e hijas que dicen ser demasiado mayores y no quieren casarse, y sus padres les dicen: “Eso no está bien. Había puesto esperanzas en que te hicieras mayor, te casaras y tuvieras hijos. Te he visto crecer y ahora quiero ver que te casas y tienes hijos. Entonces, podré morir en paz. Si no te casas, nunca podré cumplir ese deseo. No podré morirme y, si me muero, no será en paz. Debes casarte, date prisa y encuentra una pareja. Incluso me vale con que te busques una pareja pasajera y me dejes echarle un vistazo”. ¿No es eso entrometerse? (Sí). A la hora de que sus hijos adultos elijan una pareja para casarse, los padres pueden aconsejarles de un modo apropiado, motivarlos o ayudar a evaluar a su pareja, pero no deben interferir ni colaborar en la toma de ninguna decisión. Los hijos tienen sus propios sentimientos respecto a si les gusta su pareja, si se llevan bien, si tienen intereses similares o si serán felices juntos en el futuro. Los padres no tienen necesariamente que saber nada de esto y, aunque lo sepan, lo único que pueden hacer es dar alguna sugerencia, no obstruir de manera flagrante ni interferir gravemente en el asunto. Hay incluso algunos padres que dicen: “Cuando mi hijo o hija encuentre una pareja, debe ser de la misma posición social que mi familia. Si no lo es y esconde alguna motivación respecto a él o ella, no dejaré que se casen. Tendré que trastornar sus planes. ¡Si quiere entrar en mi casa, no se lo voy a permitir!”. ¿Es apropiada esta expectativa? ¿Es racional? (No lo es). Este asunto es muy importante en la vida de su hijo, resulta irracional que los padres se entrometan en ello. Sin embargo, desde su punto de vista, existe más motivo, si cabe, para interferir en las cuestiones significativas de las vidas de sus hijos. Si se hacen amigos de una persona del sexo opuesto con quien hablar de vez en cuando, no se entrometen; pero, si se trata de un asunto de tanto peso como el matrimonio, consideran que sí deben hacerlo. Incluso hay padres que dedican mucho esfuerzo a espiar a sus hijos, en averiguar de qué miembros del sexo opuesto tienen datos de contacto e información en sus teléfonos y computadoras y, de este modo, se entrometen y los vigilan, hasta el punto de que sus hijos no disponen de ningún recurso para confrontar, rebatir ni eludir este obstáculo. ¿Acaso está actuando el padre de manera correcta? (No). Si los padres provocan que sus hijos se harten de ellos, será que son problemáticos, ¿no? Los padres deben seguir asumiendo sus responsabilidades y obligaciones como tales, ayudar a sus hijos adultos en su senda de vida futura y darles consejos, advertencias y recomendaciones razonables y valiosas para que no los engañen en el trabajo o cuando se crucen con diversos tipos de personas, acontecimientos y asuntos; para que eviten dar rodeos, toparse con problemas innecesarios o incluso que los demanden. Los padres deben adoptar la perspectiva de alguien con experiencia y dar a sus hijos consejos y puntos de referencia útiles y valiosos. Ya depende de ellos hacerles caso o no. La única obligación de los padres es cumplir con sus responsabilidades. No pueden controlar cuánto sufrimiento experimentarán sus hijos, cuánto dolor padecerán ni las bendiciones que disfrutarán. Si a pesar de que los padres les han enseñado lo necesario, a los hijos les toca soportar algunas tribulaciones en esta vida y cuando les ocurre algo siguen siendo muy obstinados, entonces les corresponde sufrir, ese es su destino y los padres no han de culparse por ello, ¿no es cierto? (Sí). En algunos casos, los matrimonios no funcionan, los cónyuges no se llevan bien y deciden divorciarse, a partir de ahí surgen disputas sobre quién criará a los hijos. Sus padres esperaban que todo resultara bien a nivel laboral, que fueran felices y dichosos en sus matrimonios, que no aparecieran desavenencias ni problemas, pero al final nada salió como pretendían. Por consiguiente, estos padres se preocupan por sus hijos, lloran, se lamentan de ello con sus vecinos y ayudan a sus hijos o hijas a buscar abogados para que luchen por la custodia de sus propios hijos. Hay incluso algunos padres que entienden que sus hijas han sido humilladas y se alzan para luchar por ellas, van a casa de sus maridos y les gritan: “¿Por qué has agraviado así a mi hija? ¡No pienso consentir este insulto!”. Incluso, acuden acompañados de otros familiares para que descarguen su ira en favor de su hija y la cosa acaba a golpes. Como resultado, se monta un escándalo. Si no hubiera venido toda la familia a hacer ese alboroto, y las tensiones entre el marido y la mujer se hubieran apaciguado poco a poco, luego de calmarse, probablemente no se habrían divorciado. Sin embargo, el escándalo de los padres complicó enormemente las cosas; no pudieron evitar la ruptura de su matrimonio y se abrió una brecha. Como resultado del alboroto que armaron, el matrimonio no funcionó bien y también tuvieron que preocuparse por eso. Decidme, ¿valía la pena tanto revuelo? ¿De qué les sirvió entrometerse? Ya se trate del matrimonio de sus hijos o de su trabajo, los padres siempre piensan que tienen una gran responsabilidad: “Debo involucrarme, he de seguir este asunto y observarlo de cerca”. Evalúan si los matrimonios de sus hijos son felices o no, si surgen problemas afectivos y si sus hijos o yernos tienen aventuras. Hay padres que se entrometen, critican o incluso idean planes relativos a diversos aspectos de la vida de sus hijos con el fin de satisfacer cierta expectativa que albergan acerca de su matrimonio o de otros diversos aspectos, y esto afecta seriamente el orden normal de la vida y el trabajo de sus hijos. ¿Acaso este tipo de padres no es detestable? (Sí). Incluso hay algunos que se meten en el estilo y los hábitos de vida de sus hijos y, cuando no tienen nada que hacer, visitan sus casas para ver cómo les va a sus nueras, para averiguar si envían regalos o dinero a escondidas a sus propias familias o si tienen relaciones amorosas con otros hombres. Los hijos consideran que su proceder es realmente repulsivo y repugnante. Si los padres insisten en ese comportamiento, a sus hijos les parece detestable y asqueroso, de modo que queda muy claro que esta manera de actuar es absurda. Por supuesto, si lo miramos desde otra perspectiva, son actos inmorales que carecen de humanidad. No importa qué clase de expectativas tengan los padres respecto a sus hijos, después de llegar a la edad adulta, los padres no deberían entrometerse en su círculo personal o laboral ni en sus familias, y mucho menos deberían intentar interferir o controlar los diferentes aspectos de su vida. Hay incluso algunos padres a los que les encanta el dinero, y les dicen a sus hijos: “Para hacer dinero más rápido, tienes que ampliar tu negocio. Mira al hijo de tal o cual, ha expandido su negocio, ha convertido su pequeña tienda en una más grande, y luego esa en una franquicia, y ahora sus padres comen y beben bien junto a él. Tienes que ganar más dinero. Gana más y abre más tiendas, y luego nos regodearemos juntos por ello”. Al margen de las dificultades o deseos de sus hijos, ellos solo quieren satisfacer sus propias preferencias y deseos egoístas; solo quieren usar a sus hijos para ganar mucho dinero y lograr su objetivo, disfrutar de los placeres carnales. Los padres no deberían hacer nada de esto. Es inmoral y carece de humanidad, además, este tipo de padres no cumple con sus responsabilidades. Esta no es la actitud que los padres deben tener hacia sus hijos adultos. En cambio, se aprovechan de que son mayores e interfieren, entre otras cosas, en las vidas, el trabajo y los matrimonios de sus hijos adultos, con el pretexto de evidenciar su responsabilidad hacia ellos. Con independencia de lo capaces que sean los hijos de uno o cómo sea su calibre, qué lugar ocupan en la sociedad o su nivel de ingresos, este es el destino que Dios ha dispuesto para ellos; se encuentra bajo Su soberanía. Los padres no deben interferir en la clase de vida que llevan sus hijos, a menos que no estén recorriendo la senda correcta o vulneren la ley, en cuyo caso los padres han de ser estrictos en su disciplina. Sin embargo, en circunstancias normales, en las que estos adultos están en sus cabales y tienen la capacidad de vivir y sobrevivir de forma independiente, sus padres deberían dar un paso atrás, puesto que sus hijos ya son adultos. Si acaban de llegar a la edad adulta, tienen 20 o 21 años y aún no saben acerca de las diversas situaciones complejas de la sociedad ni cómo comportarse en la vida, no entienden de qué manera socializar y carecen de habilidades para la supervivencia, estos padres deben ofrecerles una ayuda adecuada que les permita realizar una transición progresiva hasta el punto en que puedan vivir de forma independiente. A esto se lo llama cumplir con su responsabilidad. Pero en cuanto hayan colocado a sus hijos en el buen camino y estos tengan la capacidad de sobrevivir de forma independiente, dichos padres deberían apartarse. No deberían seguir tratando a sus hijos como si aún no fueran adultos o fueran deficientes mentales. No deberían albergar expectativas poco realistas hacia ellos, ni interferir en su vida privada o en sus actitudes, puntos de vista y proceder relativos al trabajo, la familia, el matrimonio, las personas y los acontecimientos, bajo el pretexto de que albergan expectativas respecto a ellos. Si hacen cualquiera de esas cosas, no están cumpliendo con sus responsabilidades.

Cuando los hijos e hijas son capaces de continuar su vida de manera independiente, los padres solo deberían demostrarles el debido interés y preocupación en lo que respecta a su trabajo, su vida y su familia, o proporcionarles la ayuda adecuada en situaciones donde no pueden conseguir algo en particular u ocuparse de una tarea determinada por sus propios medios. Por ejemplo, supongamos que tu hijo o hija tiene un bebé y sus actividades laborales son muy demandantes. El bebé es todavía muy pequeño y, a veces, ninguno de ellos puede cuidarlo. En estas circunstancias, puedes colaborar con el cuidado del niño. Es la responsabilidad de un padre porque, después de todo, son carne de tu carne y sería más seguro que te encargaras tú que cualquier otra persona. Si tu hijo confía en ti para que cuides de su bebé, deberías hacerlo. Si no les da seguridad dejártelo y no quieren que lo cuides, si no te permiten hacerlo porque te aprecian, porque son considerados contigo y temen que tu condición física no sea la adecuada, no deberías poner reparos en ello. Hay incluso algunos hijos e hijas que simplemente no confían en sus padres, les parece que no son capaces de cuidar de su bebé, que solo saben malcriarlo y lo maleducan, y que al momento de alimentarlo no son lo suficientemente cuidadosos. Si tu hijo o hija duda de ti y no quiere que cuides de su bebé, es todavía mejor, tendrás más tiempo libre. A esto se le llama consentimiento mutuo: ni el padre ni el hijo interfieren con el otro y, a la vez, se muestran consideración entre sí. Cuando sus hijos necesitan ayuda, atención y cuidado, los padres solo tienen que mostrarles la preocupación, el cuidado y el apoyo económico oportunos y necesarios tanto a nivel emocional como en otros aspectos. Imaginemos, por ejemplo, que uno de los padres tiene algunos ahorros o es bueno en su trabajo y tiene una fuente de ingresos. Si los hijos necesitan dinero, y le es posible, puede ayudarlos hasta cierta medida. Si no es posible, no es necesario que se deshaga de todas sus posesiones o le pida dinero prestado a un usurero para ayudarlos. Es suficiente con que haga lo que esté en su mano para cumplir con sus responsabilidades en el contexto del parentesco. No es necesario que venda todo lo que tiene, ni tampoco los riñones o su sangre, ni que se mate a trabajar para ayudar a sus hijos. Tu vida te pertenece a ti, te la otorgó Dios y te corresponden misiones propias. Posees esta vida para poder desempeñarlas. Tus hijos también tienen la suya a fin de que puedan concluir sus sendas de vida y completar sus misiones en ella, no para mostrar piedad filial. Por tanto, no importa si sus hijos son adultos o no, la vida de los padres les pertenece solo a sí mismos, no a sus hijos. Naturalmente, los padres no son sus niñeras gratuitas ni tampoco sus esclavos. Por mucho que los padres esperen de sus hijos, no es necesario que consientan que les den órdenes arbitrarias a cambio de nada, ni que se conviertan en sus sirvientes, criadas o esclavos. Más allá de los sentimientos que albergues por tus hijos, tú sigues siendo una persona independiente. No deberías hacerte responsable de sus vidas adultas solo porque sean tu descendencia, como si eso fuera lo más correcto. No hace ninguna falta. Son adultos, ya has cumplido con tu responsabilidad de criarlos. En cuanto a si van a pasarla bien o mal en el futuro, si van a ser ricos o pobres y si van a experimentar una existencia plena o desdichada, es asunto suyo. Son cosas que a ti no te atañen. Como padre o madre, tu obligación no es cambiar esas circunstancias. Si no son felices, no estás obligado a decir: “Como eres infeliz, voy a pensar en maneras de remediarlo, venderé todo lo que tengo, dedicaré todos mis esfuerzos a hacerte feliz”. No es necesario. Solo tienes que cumplir con tus responsabilidades, eso es todo. Si quieres ayudarlos, puedes preguntarles por qué son infelices y ofrecerles asistencia para que comprendan el problema a un nivel teórico y psicológico. Si aceptan tu ayuda, mejor aún. Si no, solo tienes que atender tus responsabilidades como padre y ahí concluye la cuestión. Si tus hijos quieren sufrir, es su problema. No hace falta que te preocupes ni te alteres por eso, o que no comas ni duermas adecuadamente. Resultaría excesivo. ¿Por qué? Porque son adultos. Deberían adquirir la habilidad de manejar por sí mismos todo lo que se les presente en la vida. Si te preocupas por ellos, es solo por afecto; si no te preocupas, no quiere decir que no tengas corazón y que no hayas cumplido con tus responsabilidades. Son adultos y, como tales, han de afrontar los problemas de los adultos y lidiar con todo lo que a estos les corresponde. No deberían depender de sus padres para todo. Desde luego, una vez que los hijos se hacen mayores, los padres no tendrían que responsabilizarse de cómo les va en el trabajo, la carrera, la familia o el matrimonio. Puedes preocuparte por esos temas e interesarte por ellos, pero no hace falta que te los eches por completo a la espalda, que los encadenes a tu lado, que los lleves contigo a todas partes, que los vigiles vayan donde vayan y pienses: “¿Han comido bien hoy? ¿Son felices? ¿Les va bien en el trabajo? ¿Los aprecia su jefe? ¿Lo ama su cónyuge? ¿Son obedientes sus hijos? ¿Sacan buenas notas?”. ¿Qué tienen que ver contigo semejantes cosas? Tus hijos pueden resolver sus propios problemas, no hace falta que te involucres. ¿Por qué te pregunto qué tienen que ver estas cosas contigo? Porque con esto pretendo darte a entender que no tienen que ver contigo en absoluto. Has cumplido con tus responsabilidades hacia tus hijos, los has criado hasta la edad adulta, así que deberías dar un paso al costado. En cuanto lo des, no querrá decir que no te quede nada por hacer. Todavía quedan muchas cosas pendientes por hacer. En lo que se refiere a las misiones que tienes que completar en esta vida, aparte de criar a tus hijos hasta que se hacen adultos, también tienes otras. No solo eres padre o madre de tus hijos, eres un ser creado. Debes presentarte ante Dios y aceptar el deber que ha establecido para ti. ¿Cuál es tu deber? ¿Lo has llevado a cabo? ¿Te has dedicado a él? ¿Has tomado la senda de la salvación? Estos son los aspectos sobre los que debes reflexionar. En cuanto a dónde irán tus hijos al hacerse adultos, cómo serán sus vidas y sus circunstancias, si serán felices y estarán alegres, no tienen nada que ver contigo. Tus hijos ya se han emancipado, tanto externa como mentalmente. Deberías dejarlos ser independientes, desprenderte, y no deberías intentar controlarlos. Ya sea en términos del aspecto externo de las cosas, el afecto o el parentesco carnal, has cumplido con tus responsabilidades y no existe ninguna relación entre tú y tus hijos. Sus misiones y las tuyas no están relacionadas, como tampoco lo están las sendas de vida que caminan y tus expectativas. Tanto estas, como tus responsabilidades hacia ellos, ya han concluido. Naturalmente, no deberías depositar esperanzas en tus hijos. Ellos son ellos y tú eres tú. Si no se casan, sois individuos completamente desconectados e independientes en lo relativo a vuestros destinos y misiones. Si se casan y forman una familia, vuestras familias no tienen conexión alguna. Tus hijos tienen sus hábitos y estilos de vida, además de sus necesidades asociadas a su calidad de vida, y tú tienes tus propios hábitos y necesidades referentes a la tuya. Cuentas con tu propia senda en la vida y ellos con la suya. Tú tienes tus misiones y ellos las suyas. Evidentemente, tu fe no es la misma que la suya. Si la de ellos radica en el dinero, el prestigio y el lucro, sois personas completamente diferentes. Si comparten la misma fe, si persiguen la verdad y caminan por la senda de la salvación, naturalmente también seguís siendo individuos completamente diferentes. Tú eres tú y ellos son ellos. No deberías inmiscuirte en lo que respecta a las sendas que caminan. Puedes apoyarlos, ayudarlos y proveer para ellos, puedes hacerles recordar y exhortarlos, pero no hace falta que interfieras ni te involucres. Nadie puede determinar qué clase de senda recorrerá otra persona, en qué tipo de individuo se convertirá o qué clase de aspiraciones tendrá. Pensadlo, ¿en qué me fundamento para estar aquí sentado, charlando con vosotros y hablándoos sobre estas cosas? En vuestra voluntad de escuchar. Yo hablo porque vosotros estáis dispuestos a escuchar Mis sinceras exhortaciones. Si no fuera así o si vosotros os marcharais, ya no hablaría más. El número de palabras que digo depende de si estáis o no dispuestos a escucharlas y a emplear vuestro tiempo y energías en hacerlo. Si me dijeras: “No entiendo lo que dices, ¿podrías entrar en más detalles?”, me esforzaría por hacerlo, por ayudarte a entender y a entrar en Mis palabras. Cuando te haya puesto en el camino correcto, te haya traído ante Dios y la verdad, y te haya permitido entenderla y seguir el camino de Dios, Mi tarea habrá finalizado. Sin embargo, en lo que respecta a si estarás dispuesto a practicar Mis palabras después de oírlas, la clase de senda que caminarás y qué clase de vida elegirás o qué perseguirás, no es de Mi incumbencia. Si me dijeras: “Tengo una pregunta acerca de ese aspecto de la verdad, quiero buscar sobre él”, la respondería con paciencia. Si nunca desearas buscar la verdad, ¿te podaría por ese motivo? No. No te obligaría a buscar la verdad, ni me burlaría ni me reiría de ti y, desde luego, no tendría una actitud fría hacia ti. Actuaría como lo hice antes. Si cuando cumples con tu deber cometes un error o provocas un trastorno o una perturbación deliberada, tengo Mis principios y Mis métodos para lidiar contigo. Sin embargo, puede que digas: “No quiero oírte hablar sobre estas cosas y no estoy dispuesto a aceptar esos puntos de vista Tuyos. Voy a seguir cumpliendo con mi deber como siempre lo he hecho”. En ese caso, no debes vulnerar los principios o los decretos administrativos. Si lo haces, me ocuparé de ti. Pero si no lo haces y mientras vives la vida de iglesia te comportas adecuadamente, por más que no persigas la verdad, no me meteré contigo. No voy a entrometerme en tu vida personal, en lo que quieras comer, la ropa que te pongas o las personas con las que quieras relacionarte. Te concedo libertad en esos aspectos. ¿Por qué? Te he hablado claro sobre todos los principios y el contenido relativo a estos asuntos. El resto depende de tu propia libre elección. Es obvio que la senda que elijas dependerá de la clase de persona que eres. Si no eres una persona que ama la verdad, ¿quién puede forzarte a hacerlo? En definitiva, cada persona asumirá la responsabilidad de la senda que recorra y de las consecuencias que deba enfrentar. A Mí no me hace falta responsabilizarme de eso. Tanto si persigues la verdad como si no lo haces, es tu propia elección, nadie te la obstaculiza. Si persigues la verdad, nadie te estará animando a ello ni se te concederá una gracia especial o bendiciones materiales. Solo estoy desempeñando y cumpliendo Mis responsabilidades, os estoy contando todas las verdades que deberíais entender y en las que hace falta que entréis. En cuanto a cómo vivís vuestra vida en privado, nunca os lo he preguntado ni he metido las narices en ello. Esta es Mi actitud. Los padres también deberían actuar así con sus hijos. Los adultos cuentan con la capacidad de decir qué es correcto y qué no. Lo que los hijos elijan, es asunto suyo. Ya sea bueno o malo, blanco o negro, positivo o negativo, lo que elijan depende de sus necesidades internas. Si posee una esencia malvada, no va a elegir cosas positivas. Si una persona se esfuerza por ser buena y posee humanidad, conciencia y sentido de la vergüenza, elegirá cosas positivas. Y, aunque muestre lentitud al hacerlo, acabará por emprender la senda correcta. Es inevitable. Por tanto, los padres deben tener esta clase de actitud hacia sus hijos y no interferir en sus elecciones. Las exigencias que algunos padres les ponen a sus hijos son: “Nuestros hijos deben tomar la senda correcta, deben creer en Dios, abandonar el mundo secular y renunciar a sus trabajos. De otro modo, cuando nosotros entremos en el reino, ellos no podrán acceder y nos separaremos. ¡Qué maravilloso sería que todos los miembros de nuestra familia pudieran entrar juntos en el reino! Podríamos estar juntos en el cielo, igual que lo estamos en la tierra. Mientras estemos en el reino, no debemos abandonarnos los unos a los otros, ¡debemos permanecer juntos a lo largo de las eras!”. Luego resulta que sus hijos no creen en Dios y que en su lugar persiguen cosas mundanas y se esfuerzan por ganar mucho dinero y hacerse muy ricos. Visten lo que está de moda, hacen o hablan sobre aquello que es tendencia y no cumplen los deseos de los padres. Por este motivo, los padres se sienten molestos, oran y ayunan; alargan ese ayuno una semana, diez días o quince, y dedican mucho esfuerzo a este asunto en aras de sus hijos. Muchas veces tienen tanta hambre que se sienten mareados, y oran a menudo entre llantos. Sin embargo, no importa cómo oren o cuánto esfuerzo le dediquen, sus hijos permanecen indiferentes y no saben despertar. Mientras más se niegan a creer, más se dicen sus padres: “Oh, no, les he fallado a mis hijos, los he defraudado. No he sido capaz de compartirles el evangelio y no los he traído conmigo a la senda de la salvación. Qué idiotas… ¡Es la senda de la salvación!”. No son idiotas, simplemente no tienen esa necesidad. Al intentar obligar a sus hijos a recorrer esta senda, los necios son los padres, ¿no es cierto? Si tuvieran tal necesidad, ¿haría falta que estos padres hablaran sobre esos temas? Sus hijos llegarían a la fe por sus propios medios. Estos padres siempre piensan: “He defraudado a mis hijos. Los he animado a ir a la universidad desde pequeños y, desde que se fueron, no han vuelto atrás. No dejan de perseguir cosas mundanas, y cada vez que regresan solo hablan de trabajo, de hacer dinero, sobre quién ha obtenido un ascenso o se ha comprado un coche, de quién se ha casado con alguien rico, de quién fue a Europa para realizar estudios avanzados o como estudiante de intercambio, y cuentan lo maravillosas que son las vidas de los demás. Cada vez que vuelven a casa, hablan de eso. No quiero oírlos, pero tampoco puedo hacer nada al respecto. Da igual lo que les diga para tratar de hacerlos creer en Dios, siguen sin escuchar”. En consecuencia, se distancian de sus hijos. Cada vez que los ven, se les ensombrece el rostro; cada vez que hablan con ellos, adoptan una expresión amarga. Algunos hijos no saben qué hacer y piensan: “No sé qué les sucede a mis padres. Si no creo en Dios, pues no creo en Él y ya está. ¿Por qué tienen siempre esa actitud conmigo? Pensaba que cuanto más profunda fuera la fe de alguien en Dios, en mejor persona se convertía. ¿Cómo pueden los creyentes tener tan poco afecto por sus familias?”. Estos padres se preocupan tanto por sus hijos que pierden los estribos y dicen: “¡No son mis hijos! ¡Voy a cortar los lazos con ellos, los desheredaré!”. Aunque lo digan, no es lo que sienten en realidad. ¿No son necios? (Sí). Siempre quieren controlar y apoderarse de todo, desean tomar el control del futuro de sus hijos, de su fe y de las sendas que caminan en todo momento. ¡Qué tontería más grande! No es adecuado. En concreto, hay algunos hijos que persiguen cosas mundanas, que reciben ascensos a puestos directivos y hacen mucho dinero. Les traen a sus padres ginseng en grandes cantidades, pendientes y collares de oro, y estos les dicen: “No quiero nada de esto. Solo espero que estéis bien de salud y me sigáis en la fe en Dios. ¡Creer en Dios es algo maravilloso!”. Y sus hijos dicen: “No empieces con eso. Me han ascendido y ni siquiera has hecho nada para darme la enhorabuena. Cuando los padres de los demás se enteran del ascenso de su hijo, abren el champán, salen a comer y pagan comilonas, pero cuando yo te compro collares y pendientes, no te pones contento. ¿En qué te he decepcionado? ¿Estáis resentidos solo porque no creo en Dios?”. ¿Es apropiado que estos padres se enfaden así? La gente tiene aspiraciones diferentes, caminan por sendas distintas que ellos mismos eligieron. Los padres deberían abordar esta cuestión de la manera correcta. Si tus hijos no reconocen la existencia de Dios, no deberías exigirles que crean en Él; forzar las cosas nunca funciona. Si no quieren creer en Dios y no son esa clase de persona, mientras más lo menciones, más molesto te sentirás con tus hijos y tú también los fastidiarás a ellos; ambos os sentiréis contrariados. Pero vuestra contrariedad no es lo importante, sino que Dios te aborrecerá y dirá que tus afectos son demasiado fuertes. Puesto que eres capaz de pagar precios tan altos solo porque tus hijos no creen en Dios, y te molesta tanto que persigan cosas mundanas, si un día Él se los llevara, ¿qué harías entonces? ¿Te quejarías de Dios? Si en tu corazón tus hijos lo son todo para ti, si son tu futuro, tu esperanza y tu vida, ¿eres todavía alguien que cree en Dios? ¿No aborrecerá Dios que actúes así? Te comportas con demasiada imprudencia, de un modo incompatible con los principios, y Dios no estará satisfecho con eso. Por consiguiente, si eres sabio, no harás este tipo de cosas. Si tus hijos no creen, deberías olvidar el asunto. Ya has expuesto todos los argumentos que debías y has dicho lo que se suponía que debías decir, así que deja que ellos tomen sus propias decisiones. Continúa manteniendo la relación que tenías antes con tus hijos. Si quieren mostrarte piedad filial, si desean apreciarte y cuidarte, no es necesario que lo rechaces. Si quieren llevarte de viaje a Europa, pero eso entorpece el cumplimiento de tu deber y no quieres ir, no vayas. Pero si quieres ir y tienes tiempo, ve. No tiene nada de malo ampliar tus horizontes. No te vas a ensuciar las manos por ello y Dios no lo va a condenar. Si tus hijos te compran cosas bonitas, comida o ropa de calidad, y te parece apropiado que un santo las vista o las use, disfrútalas y considéralas una gracia de Dios. Si las desprecias, si no las disfrutas, si crees que son molestas y desagradables, y si no estás dispuesto a disfrutarlas, puedes rechazarlas y decir: “Me alegro de veros, no hace falta que me traigáis regalos o gastéis dinero en mí, no necesito nada. Solo quiero que estéis sanos y contentos”. ¿No es maravilloso? Si dices estas palabras, y las crees de corazón, si de verdad no les exiges a tus hijos que te ofrezcan ninguna comodidad material o que te ayuden a apropiarte de sus méritos, te admirarán, ¿verdad? En cuanto a las dificultades a las que se enfrenten en su trabajo o en su vida, intenta ayudarlos siempre que puedas. Si hacerlo puede afectar al cumplimiento de tu deber, puedes negarte, es tu derecho. Como ya no les debes nada, no tienes ninguna responsabilidad hacia ellos y son adultos independientes, pueden arreglárselas solos. No hace falta que les sirvas sin condiciones y en todo momento. Si te piden ayuda y no estás dispuesto a dársela, o si al hacerlo dificultas el cumplimiento de tu deber, puedes negarte. Es tu derecho. Aunque tengas un vínculo de sangre con ellos y seas su padre o su madre, se trata únicamente de una relación formal, de sangre y afecto; en lo que respecta a tus responsabilidades, te has liberado ya de toda relación con ellos. Por tanto, si los padres son sabios, no albergarán ninguna expectativa, exigencia o estándar para sus hijos una vez que alcancen la edad adulta, y no les demandarán que actúen de una determinada manera o que hagan ciertas cosas desde la perspectiva o la posición de un padre o una madre, porque sus hijos ya son independientes. Si tu descendencia es autosuficiente, significa que has cumplido con todas tus responsabilidades hacia ella. Por tanto, hagas lo que hagas por tus hijos cuando las circunstancias lo permitan, que les muestres o no atención y cuidado no deja de ser solo afecto, y es superfluo. O si tus hijos te piden que hagas algo, eso también es superfluo, no estás obligado a ello. Debes comprenderlo. ¿Queda todo claro? (Sí).

Supongamos que uno de vosotros dijera: “Nunca podré desprenderme de mis hijos. Han tenido una salud delicada desde su nacimiento y son cobardes y tímidos por naturaleza. Además, tampoco tienen buen calibre y los demás siempre los acosan en la sociedad. No puedo desprenderme de ellos”. Que no seas capaz de hacerlo no significa que no hayas terminado de cumplir con tus responsabilidades hacia ellos, esto es solo producto de tus sentimientos. Puede que digas: “Siempre estoy preocupado y me pregunto si mis hijos han estado comiendo bien o si tienen problemas estomacales. Si no mantienen horarios regulares de comidas y se alimentan a base de comida chatarra durante mucho tiempo, ¿desarrollarán problemas estomacales? ¿Contraerán algún tipo de enfermedad? Y si están enfermos, ¿habrá alguien que los cuide, que les muestre amor? ¿Se preocupan sus cónyuges por ellos? ¿Los cuidan?”. Tus preocupaciones son simplemente el fruto de tus sentimientos y el lazo de sangre que tienes con tus hijos, pero no son tus responsabilidades. La única responsabilidad que Dios les ha impuesto a los padres es la de criar y cuidar de los hijos hasta que llegan a adultos. Después de eso, ya no tienen ninguna más hacia ellos. En esto consiste observar la responsabilidad de los padres desde la perspectiva de la ordenación de Dios. ¿Lo entiendes? (Sí). No importa que tan intensos sean tus sentimientos ni el momento en el que tus instintos paternales comienzan a hacer efecto, eso no es cumplir con tus responsabilidades, es solo el resultado de tus sentimientos hacia ellos. Sus consecuencias no provienen de la razón humana ni de los principios que Dios le ha enseñado al hombre, tampoco de la sumisión de este a la verdad y, desde luego, no derivan de sus responsabilidades. En cambio, surgen de los sentimientos del hombre y así se los llama, sentimientos. Una mínima cantidad de amor paternal y parentesco se mezclan con esto. Al tratarse de tus hijos, te preocupas por ellos constantemente, te preguntas si sufren y si los acosan. Te preguntas si les va bien en el trabajo, si comen a su hora. Te preguntas si han contraído una enfermedad y si podrán pagar los gastos médicos. Estos asuntos, ajenos a tus responsabilidades como padre, rondan constantemente en tu mente. Si no puedes desprenderte de tales preocupaciones, solo puede decirse que vives enfrascado en tus sentimientos y que eres incapaz de librarte de ellos. En lugar de vivir de acuerdo con las normas dictadas por Dios referidas a las responsabilidades parentales, experimentas estas emociones de manera muy profunda y te ocupas de tus hijos conforme a ellas. No vives según las palabras de Dios, solo sientes, contemplas y lidias con este asunto en función de tus sentimientos. Es decir, no sigues el camino de Dios. Resulta obvio. Tus responsabilidades parentales, de acuerdo con la enseñanza de Dios, concluyeron en el momento en que tus hijos llegaron a la edad adulta. ¿Acaso no es este método de práctica que te enseñó Dios fácil y simple? (Lo es). Si practicas conforme a las palabras de Dios, no realizarás esfuerzos inútiles y les concederás a tus hijos cierta libertad y la oportunidad para desarrollarse, sin causarles problemas ni molestias adicionales ni imponerles cargas extra. Y, dado que son adultos, hacerlo de esta manera les permitirá afrontar el mundo, sus vidas y los diversos problemas que encuentren en su día a día y en su existencia desde una perspectiva madura, utilizando métodos para el abordaje y la observación de situaciones autónomos y una visión del mundo independiente propia de un adulto. Estas son las libertades y los derechos de tus hijos, y más aún, son acciones que deben llevar a cabo como adultos y que no tienen nada que ver contigo. Si siempre quieres implicarte en estas cosas, eso resulta bastante repugnante. Si te empeñas en entrometerte e interferir en tales aspectos, provocarás perturbación y destrucción. Además, no solo resultará contrario a tus deseos, sino que provocarás que tus hijos sientan una mayor aversión hacia ti y te sentirás agobiado. Al final, no pararás de lamentarte, te quejarás de que tus hijos no tienen un vínculo filial contigo, que no son obedientes ni considerados, que son ingratos, desagradecidos e insensibles. También hay padres groseros e irracionales que lloran, arman un escándalo y amenazan con matarse, y usan cualquier truco que esté en su mano. Esto es incluso más repugnante, ¿verdad? (Sí). Si eres sabio, permitirás que las cosas sigan su curso natural, vivirás de manera relajada y te limitarás a cumplir con tus responsabilidades parentales. Si aseguras que el amor que sientes por ellos te motiva a cuidarlos y a mostrarles cierta preocupación, una manifestación apropiada de interés es permisible. No estoy diciendo que los padres deban cortar los lazos con sus hijos en cuanto lleguen a adultos y ya hayan cumplido con sus responsabilidades. Los padres no deben desatender por completo a sus hijos adultos, decirles que se las arreglen solos o ignorarlos, por muy complicadas que sean las dificultades que afronten, incluso si estas los llevan al borde de la muerte, no deben dejar de tenderles a sus hijos una mano cuando la necesiten. Eso también está mal, es excesivo. Cuando a tus hijos les haga falta confiar en ti, debes prestarles atención y, tras escucharlos, preguntarles qué se les pasa por la cabeza y qué pretenden hacer. También puedes ofrecerles sugerencias. Si ellos ya tienen sus propias ideas y planes y no las aceptan, les dices: “Muy bien. Como ya te has decidido, sean cuales sean las consecuencias de esto en el futuro, has de afrontarlas tú solo. Es tu vida. Tienes que caminar y finalizar tu propia senda de vida. Tú eres el único responsable de tu vida. Si ya te has decidido, te apoyaré. Si te hace falta dinero, puedo darte algo. Si necesitas que te ayude, puedo hacer lo que esté en mi mano. Después de todo eres mi hijo, así que no hay nada más que decir. Pero si aseguras que no necesitas ayuda ni dinero y solo me pides que te escuche, es incluso más sencillo”. Entonces, habrás dicho lo que tenías que decir y ellos también habrán desahogado todas sus quejas y descargado toda su ira. Se secarán las lágrimas, harán lo que tengan que hacer y tú habrás cumplido con tus responsabilidades como padre. Lo haces por afecto, no tiene otro calificativo. ¿Y eso por qué? Porque como padre, no tienes intenciones maliciosas respecto a tus hijos. No vas a hacerles daño ni a maquinar contra ellos ni a burlarte y desde luego no te vas a reír de ellos por ser débiles e incompetentes. Tus hijos pueden llorar, desahogarse y quejarse delante de ti sin restricciones, como si fueran niños pequeños; pueden ser unos malcriados, ponerse de mal humor o ser obstinados. No obstante, en cuanto acaben de desfogar todas esas emociones y de comportarse de esa manera, han de encargarse de lo que les corresponde y lidiar con lo que sea que tengan delante. Si pueden lograrlo sin que hagas nada por ellos o les ofrezcas ayuda alguna, muy bien, así, tendrás algo de tiempo libre, ¿verdad? Y puesto que han sido tus hijos quienes lo han dicho, debes ostentar cierta autoconciencia. Han crecido, son independientes. Solo querían hablar contigo sobre ese asunto, no te han pedido ayuda. Si no tienes sentido común, podrías pensar: “Es una cuestión importante. El hecho de que me lo cuentes demuestra que me respetas, así que debería darte algún consejo, ¿verdad? ¿Acaso no debería ayudarte a tomar una decisión?”. Sobreestimas tu propia capacidad. Tus hijos se han limitado a contarte algo, pero tú te consideras muy importante. No es lo adecuado. Te hablaron sobre este asunto porque eres su padre o madre y te respetan y confían en ti. En realidad, hace tiempo que albergan ideas propias al respecto, pero ahora tú no paras de querer intervenir en la cuestión. No corresponde. Tus hijos confían en ti y debes ser digno de esa confianza. Debes respetar su decisión y no inmiscuirte en el asunto ni interferir en él. Si quieren que te involucres, puedes hacerlo. Y supongamos que, cuando lo haces, te das cuenta de que: “¡Oh, menudo problemón! Va a afectar al cumplimiento de mi deber. En realidad, no puedo implicarme en esto, como creyente, no puedo hacer estas cosas”. Entonces, debes darte prisa en desligarte del asunto. Digamos que siguen queriendo que intervengas, y piensas: “No voy a intervenir. Deberías ocuparte tú mismo. He tenido la amabilidad de escuchar cómo expresabas tus quejas y te desahogabas de toda esta basura. Ya he cumplido con mis responsabilidades parentales. No puedo intervenir en este asunto de ninguna manera. Es el pozo de fuego y no voy a saltar en él. Si quieres saltar tú, adelante”. ¿Acaso no es esto lo apropiado? A esto se lo llama tener una postura. Nunca deberías desprenderte de los principios ni de tu posición. Es lo que les corresponde hacer a los padres. ¿Lo has entendido? ¿Es fácil lograrlo? (Sí). En realidad, es sencillo, pero si siempre te guías por tus sentimientos y estás enfrascado en ellos, te resultará muy difícil conseguirlo. Te parecerá muy desgarrador hacerlo, que no puedes abandonar este asunto, ni tampoco echártelo a los hombros, ni avanzar ni retroceder. ¿Qué palabra se puede usar para describir esto? “Atascado”. Te quedarás atascado ahí. Deseas escuchar las palabras de Dios y practicar la verdad, pero no puedes desprenderte de tus sentimientos. Tienes un profundo amor por tus hijos, pero te parece que no es apropiado hacerlo, que va en contra de las enseñanzas y de las palabras de Dios; estás en un aprieto. Debes tomar una decisión. Puedes desprenderte de lo que esperas de tu descendencia, dejar de intentar manejarlos y, en su lugar, permitirles volar libres como los adultos independientes que son, o bien puedes seguirlos. Has de elegir entre una de estas dos opciones. Si eliges seguir el camino de Dios y escuchar Sus palabras, y te desprendes de tus preocupaciones y sentimientos respecto a tus hijos, entonces debes hacer lo que le corresponde a un padre, mantenerte firme en tu postura y en tus principios y abstenerte de hacer aquello que Dios encuentra detestable y repugnante. ¿Eres capaz? (Sí). De hecho, es fácil hacerlo. Puedes conseguirlo en cuanto te desprendes del afecto que albergas. El método más simple es no involucrarte en las vidas de tus hijos y dejar que hagan lo que quieran. Si desean hablarte de sus dificultades, escúchalos. A ti te basta con saber cómo son las cosas. Cuando terminen de hablar, diles: “Entendido. ¿Hay algo más que quieras contarme? Si quieres comer, puedo prepararte algo. Si no, vete a casa. Si te hace falta dinero, colaboraré con algo. Si necesitas ayuda, haré lo que pueda. Si no soy capaz de ayudarte, tendrás que encontrar una solución por tu cuenta”. Si insisten en que los ayudes, puedes decir: “Ya hemos cumplido con nuestras responsabilidades contigo. Nuestra capacidad es limitada, como puedes ver; no somos tan hábiles como tú. Si pretendes buscar el éxito en el mundo, eso es asunto tuyo, no trates de involucrarnos. Somos bastante viejos y nuestro momento ya ha pasado. Nuestra única responsabilidad como padre era criarte hasta adulto. En cuanto a la clase de senda que tomas y cómo te atormentas a ti mismo, no nos metas en tus asuntos. No vamos a atormentarnos contigo. Ya hemos completado nuestra misión respecto a ti. Tenemos nuestros propios asuntos y maneras de vivir, además de nuestras propias misiones, y ninguna de ellas consiste en hacer nada por ti, no nos hace falta tu ayuda para completarlas. Lo haremos por nuestra cuenta. No nos pidas que nos impliquemos en tu vida cotidiana o en tu existencia. No tienen nada que ver con nosotros”. Exprésate con claridad y el asunto acabará ahí; luego puedes ponerte en contacto, comunicarte y ponerte al día con ellos cuando sea necesario. ¡Es así de simple! ¿Cuáles son los beneficios de actuar de este modo? (Facilita mucho la vida). Al menos habrás lidiado apropiadamente el asunto del amor familiar carnal de la manera adecuada. Tanto tu mundo mental como el espiritual estarán en paz, no harás ningún sacrificio innecesario ni pagarás ningún precio extra; te someterás a las instrumentaciones y arreglos de Dios, y permitirás que Él se encargue de todo. Cumplirás con cada una de las responsabilidades que te corresponde como persona y no harás nada indebido. No moverás ni un dedo para involucrarte en aquello que la gente no debe hacer y vivirás de acuerdo con las directrices de Dios. La forma en que Dios le dice a la gente que viva es la mejor senda, le permite llevar una vida muy relajada, feliz, alegre y pacífica. Pero lo más importante es que vivir de esta manera no solo te permitirá disfrutar de más tiempo libre y energía para cumplir bien con tu deber y mostrarle devoción, sino que también contarás con más energía y tiempo para dedicarle esfuerzo a la verdad. En cambio, si tu energía y tu tiempo se encuentran a merced de tus sentimientos, tu carne, tus hijos y tu amor hacia la familia, no dispondrás de energía adicional para perseguir la verdad. ¿Me equivoco? (No).

Cuando la gente del mundo desarrolla una profesión, en lo único que piensa es en perseguir objetivos como las tendencias mundanas, el prestigio, el beneficio y el disfrute carnal. ¿Qué implica esto? Que todo esto ocupa y devora toda tu energía, tu tiempo y tu juventud. ¿Son significativos? ¿Qué beneficios te reportarán al final? Incluso si obtienes prestigio y ganancias, serán solo falsas promesas. ¿Y si cambias tu manera de vivir? Si dedicas todo tu tiempo, tu energía y tu mente a la verdad y los principios, y si te enfocas en los aspectos positivos como, por ejemplo, cómo cumplir correctamente con tu deber y cómo presentarte ante Dios, y si solo empleas tu energía y tu tiempo en estos aspectos positivos, las recompensas que obtendrás serán diferentes. Conseguirás beneficios de lo más sustanciosos. Sabrás cómo vivir, cómo comportarte, cómo enfrentarte a cualquier clase de persona, acontecimiento y asunto. Una vez que lo sepas, esto te permitirá en gran medida someterte con naturalidad a las instrumentaciones y arreglos de Dios. Cuando seas capaz de hacerlo, te convertirás sin darte cuenta en la clase de persona que Dios acepta y ama. Piénsalo, ¿no te parece bien? Tal vez todavía no lo sepas, pero a medida que vives y aceptas las palabras de Dios y los principios-verdad, llegarás de manera imperceptible a vivir, a contemplar a las personas y las cosas y a comportarte y actuar de acuerdo con las palabras de Dios. Eso significa que te someterás a Sus palabras inconscientemente, te someterás a Sus exigencias y las satisfarás. Te habrás convertido entonces, sin darte cuenta, en la clase de persona que Dios acepta, en quien confía y a quien ama. ¿No es maravilloso? (Sí). Por tanto, si gastas tu energía y tu tiempo en perseguir la verdad y en cumplir con tu deber de manera apropiada, al final, obtendrás beneficios de lo más valiosos. Por el contrario, si siempre vives en función de tus sentimientos, la carne, tus hijos, tu trabajo y el prestigio y el beneficio, si siempre estás enredado en estos asuntos, ¿qué ganarás en última instancia? Solo falsas promesas. No obtendrás nada en absoluto y te apartarás cada vez más de Dios, hasta que, con el tiempo, Él te desdeñe por completo. Tu vida habrá terminado y habrás perdido tu oportunidad de salvación. Por consiguiente, independientemente de sus expectativas, los padres deben desprenderse de todas sus preocupaciones emocionales, apegos y enredos relacionados con sus hijos adultos. No deberían depositar ninguna esperanza en sus hijos a nivel emocional que surja del estatus o la posición de un padre o madre. Si eres capaz de lograrlo, ¡estupendo! Cuanto menos, habrás cumplido con tus responsabilidades parentales y, a los ojos de Dios, serás una persona aceptable, que, casualmente, es padre o madre. Sea cual sea la perspectiva humana desde la que contemples esto, existen principios que determinan lo que las personas deben hacer, así como la perspectiva y la postura que han de adoptar, y Dios cuenta con estándares para tales cosas, ¿verdad? (Sí). Concluyamos aquí nuestra enseñanza sobre las expectativas que los padres tienen hacia su descendencia y los principios que deben practicar una vez que sus hijos llegan a la edad adulta. ¡Hasta la vista!

21 de mayo de 2023

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