Cómo perseguir la verdad (19)
¿Relacionáis a menudo los himnos que escucháis con vuestros propios estados y experiencias? ¿Escuchas y reflexionas con atención sobre aquellas palabras y temas en particular que guardan relación con tus experiencias y tu entendimiento, o que eres capaz de lograr? (Dios, cuando experimento ciertas vivencias, algunas veces relaciono los himnos que oigo con mi propia situación, mientras que otras solo me dejo llevar por la inercia). Casi siempre te dejas llevar por la inercia, ¿verdad? Si el 95 por ciento del tiempo que pasáis escuchando himnos no lo hacéis conscientemente, ¿qué sentido tiene? ¿Qué propósito tiene escuchar himnos? Como poco, le permite a la gente calmarse, apartar su corazón de diversos asuntos y pensamientos complicados, estar en silencio ante Dios y presentarse ante Sus palabras a fin de escuchar con atención y reflexionar sobre cada frase y cada párrafo. ¿Tan ocupados estáis ahora con vuestras tareas que os falta tiempo para escuchar y energía para reflexionar o simplemente no sabéis cómo orar-leer las palabras de Dios, meditar sobre la verdad y manteneros en silencio ante Él? Os limitáis a afanaros en cumplir con vuestro deber a diario y, aunque pueda resultar duro y agotador, creéis que cada día es pleno y no os sentís vacíos ni espiritualmente indefensos. Os parece que no se ha malgastado el día, que tiene valor. A vivir todos los días sin rumbo se le llama andar perdido. ¿No es cierto? (Sí). Contadme, si las cosas continúan así, en otros tres, cinco, ocho o diez años, ¿tendréis algo significativo que mostrar? (No). Si no os topáis con ningún incidente o circunstancia especial que Dios haya dispuesto, si no existe la guía personal ni el liderazgo de lo Alto para ofreceros reuniones y charlas y diseccionar la esencia de diversas personas, acontecimientos y cosas, al tiempo que se os toma de la mano y se os enseña, malgastáis cada día mucho tiempo, vuestro progreso es lento y en vuestra entrada en la vida no ganáis casi nada. Por tanto, cuando algo sucede, vuestra capacidad para discernir no crece, vuestra experiencia y entendimiento de la verdad no progresa y, además, no lográis experimentar ni avanzar en vuestra fe y sumisión a Dios. La próxima vez que os enfrentáis a algo, seguís sin saber cómo manejarlo según los principios-verdad. Mientras cumplís con vuestro deber y experimentáis diversas vivencias, seguís sin poder buscar de manera activa los principios y la práctica de acuerdo con los principios-verdad. Estáis perdiendo el tiempo. ¿Cuáles son las principales consecuencias a las que conduce malgastar el tiempo? Desperdiciáis vuestro tiempo y energía y el coste de vuestros arduos esfuerzos es en balde. La senda que habéis caminado todos estos años viene marcada por la de Pablo. Si has sido líder u obrero durante mucho tiempo, pero tu entrada en la vida es superficial, tu estatura es pequeña y no entiendes ningún principio-verdad, no eres la persona indicada para esa función y eres incapaz de completar la tarea de manera independiente. Los líderes y obreros no son los adecuados para sus roles, y los hermanos y hermanas corrientes no pueden vivir la vida de iglesia ni pueden comer o beber las palabras de Dios de manera autónoma, no saben cómo experimentar la obra de Dios y tampoco tienen entrada en la vida. Si nadie los supervisa o los guía, podrían desviarse. Si no se supervisa o dirige a los líderes y obreros, podrían descarriarse, fundar un reino independiente y, aunque convencidos de que se están gastando por Dios, podrían acabar siendo desorientados por los anticristos e incluso seguirlos sin darse cuenta. ¿No es una lástima? (Lo es). Esta es exactamente vuestra situación actual: tan pobre como lamentable. A la hora de enfrentaros a las situaciones, estáis indefensos y no tenéis adónde ir. En lo que respecta a los auténticos problemas y al contenido real de la obra, no sabéis cómo actuar ni qué hacer; todo es un enredo y no tenéis ni idea de cómo solucionarlo. Aunque os hace bastante felices estar tan ocupados todos los días, estáis físicamente exhaustos e intelectualmente os encontráis bajo mucha presión, los resultados de vuestra obra no son los esperados. Se os han dado a conocer con claridad todos los principios de toda verdad y las sendas de práctica, por medio de los arreglos de obra de la casa de Dios. Sin embargo, no tenéis senda en vuestra obra, no sois capaces de encontrar los principios, os confundís al enfrentaros a estas situaciones, no sabéis cómo actuar y vuestro trabajo es un completo desastre. ¿Acaso no es una condición lamentable? (Sí). No cabe duda de que lo es.
Hay quienes dicen: “Llevo diez años creyendo en Dios; soy un creyente experimentado”. Otros afirman: “Yo creo en Dios desde hace veinte”. Y algunos aseguran: “¿Qué son veinte años de fe? Yo llevo más de treinta”. Hace varios años que creéis en Dios y algunos habéis servido como líderes u obreros durante mucho tiempo y contáis con gran cantidad de experiencia. Sin embargo, ¿cómo va vuestra entrada en la vida? ¿Qué tan bien podéis captar los principios-verdad? Habéis servido como líderes u obreros durante muchos años y ganado algo de experiencia en vuestro trabajo, pero al enfrentaros a toda clase de tareas, personas y situaciones, ¿basas tu práctica en los principios-verdad? ¿Defiendes el nombre de Dios? ¿Proteges los intereses de la casa de Dios? ¿Salvaguardas Su obra? ¿Eres capaz de mantenerte firme en tu testimonio? Al enfrentarte a los trastornos y perturbaciones que causan los anticristos y las personas malvadas en la obra de la iglesia, ¿tienes la confianza y la fuerza para luchar contra ellos? ¿Puedes proteger al pueblo escogido de Dios y defender la obra y los intereses de Su casa, así como Su nombre, para que nadie lo deshonre? ¿Eres capaz de hacerlo? Según lo que he visto, ni sois capaces ni lo habéis hecho. Os pasáis todos los días muy ocupados, ¿en qué? Todos estos años habéis sacrificado vuestra familia y vuestra carrera, habéis aguantado sufrimientos, pagado el precio e invertido mucho esfuerzo, pero habéis ganado poco. Algunos líderes y obreros han afrontado incluso acontecimientos, personas y circunstancias similares en muchas ocasiones, sin embargo, continúan cometiendo los mismos errores y dejan a su paso las mismas transgresiones. ¿Acaso muestra esto que han crecido en sus vidas? ¿Significa esto que han ganado la verdad? (No). ¿No es esto evidencia de que Satanás todavía los tiene bajo su oscuro poder y que no han logrado la salvación? (Sí). Cuando en diferentes momentos surgen y poco a poco se desarrollan a tu alrededor toda clase de acontecimientos en la iglesia, eres incapaz de hacer nada. Sobre todo, a la hora de enfrentarse a los anticristos y las personas malvadas que causan trastornos y perturbaciones en la obra de la iglesia, no sabéis cómo encargaros de ello. Os limitáis a dejarlo correr o, como mucho, os enfadáis y podáis a los que provocan la perturbación, pero el problema sigue sin resolverse y no contáis con ningún plan de acción alternativo. Algunos incluso piensan: “Me he entregado con toda mi fortaleza y todo mi corazón, ¿no dijo Dios que debíamos hacer eso? Lo he dado todo, si aún no hay resultados, no es mi culpa. La gente es terrible. Incluso cuando compartís con ella acerca de la verdad, no escucha”. Dices haber entregado toda tu fortaleza y todo tu corazón, pero la obra no logró ningún resultado. No defendiste la obra de la iglesia, ni protegiste los intereses de la casa de Dios, y permitiste que las personas malvadas tomaran el control de la iglesia. Dejaste que Satanás se desbocara y avergonzara el nombre de Dios, mientras que, a pesar de la autoridad con la que contabas, mirabas desde un costado, incapaz de intervenir ni de ocuparte de nada. No pudiste mantenerte firme en tu testimonio a Dios, pero crees que entendiste la verdad y diste todo tu corazón y tu fortaleza. ¿Eso es lo que significa ser un buen mayordomo? (No). Cuando surgen toda clase de personas malvadas e incrédulos y desempeñan diversos roles como diablos y satanases, van en contra de los arreglos de obra y hacen algo enteramente diferente, mienten y engañan a la casa de Dios; cuando ves que trastornan y perturban la obra de Dios, hacen cosas que avergüenzan Su nombre y manchan Su casa, la iglesia, no haces más que enfadarte, pero eres incapaz de plantarte para defender la justicia, desenmascarar a las personas malvadas, respaldar la obra de la iglesia, abordar y encargarte de las personas malvadas e impedir que perturben la obra de la iglesia y manchen la casa de Dios, la iglesia. Al no hacer nada de eso, no logras dar testimonio. Algunos dicen: “No me atrevo a hacer tales cosas. Si me ocupo de tanta gente, temo que pueda causar su enojo y si se unen contra mí para castigarme y echarme del cargo, ¿qué voy a hacer?”. Decidme, ¿acaso son cobardes y timoratos, no poseen la verdad y no saben distinguir a las personas ni desentrañar la perturbación de Satanás, o es que son desleales en el cumplimiento de su deber y solo tratan de protegerse a sí mismos? ¿Cuál es aquí el verdadero problema? ¿Has pensado alguna vez en ello? Si eres timorato, frágil, cobarde y temeroso por naturaleza y, sin embargo, tras muchos años de creer en Dios y basándote en la comprensión de ciertas verdades, desarrollas una auténtica fe en Él, ¿acaso no serás capaz de superar algunas de las debilidades, reparos y fragilidades humanas además de dejar de temer a las personas malvadas? (Sí). Entonces, ¿cuál es la raíz de vuestra incapacidad para manejar y abordar a las personas malvadas? ¿Acaso es porque tu humanidad es cobarde, timorata y temerosa por naturaleza? Esa no es la causa principal ni la esencia del problema. La esencia es que las personas no le son leales a Dios, se protegen a sí mismas, su seguridad personal, su reputación, su estatus y su vía de escape. Su deslealtad se pone de manifiesto en la manera en la que siempre se resguardan a sí mismas, se esconden como una tortuga en su caparazón cada vez que afrontan algo y esperan hasta que pase antes de volver a sacar la cabeza. Da igual con qué se encuentren, siempre caminan sobre brasas calientes, tienen mucha ansiedad, preocupación y aprensión, y son incapaces de alzarse y defender la obra de la iglesia. ¿Cuál es el problema? ¿Acaso no es la falta de fe? No tienes auténtica fe en Dios, no crees que sea soberano sobre todas las cosas y tampoco que tu vida, tu todo, se encuentre en Sus manos. No crees lo que Él asegura: “Sin el permiso de Dios, Satanás no se atreve a tocar ni un pelo de tu cuerpo”. Confías en tus propios ojos y juzgas los hechos, emites juicios sobre la base de tus propios cálculos y te proteges a ti mismo en todo momento. No estás convencido de que el destino de una persona está en manos de Dios; tienes miedo de Satanás, te asustan las personas y las fuerzas malvadas. ¿No es eso una falta de fe genuina en Dios? (Sí). ¿Por qué no existe la verdadera fe en Dios? ¿Acaso es porque las experiencias de la gente son demasiado superficiales y no puede desentrañar tales aspectos o porque aquello que comprende acerca de la verdad es muy limitado? ¿Cuál es la razón? ¿Tiene algo que ver con las actitudes corruptas de la gente? ¿Se debe a que es extremadamente falsa? (Sí). Por mucho que experimente, por numerosos que sean los hechos que le pongan delante, no cree que esta sea la obra de Dios o que el destino de una persona esté en Sus manos. Ese es un aspecto. Otra cuestión capital es que la gente se preocupa demasiado de sí misma. No está dispuesta a pagar ningún precio ni a realizar ningún sacrificio por Dios, por Su obra, por los intereses de la casa de Dios, por Su nombre ni por Su gloria. No está dispuesta a hacer nada que involucre siquiera el menor peligro. ¡Se preocupa demasiado de sí misma! Debido a su miedo a la muerte, a la humillación o a que la atrapen las personas malvadas y verse en algún tipo de apuro, la gente se esfuerza mucho por preservar su propia carne y evitar involucrarse en situaciones peligrosas. Por una parte, semejante conducta evidencia la excesiva malicia de las personas, mientras que, por otra, revela su deseo de autopreservación y su egoísmo. No quieres entregarte a Dios y, cuando aseguras estar dispuesto a gastarte por Él, solo se trata de un anhelo. En lo que respecta a ofrecerse de verdad y dar testimonio de Dios, luchar contra Satanás y enfrentarse al peligro, a la muerte y a diversas dificultades y penurias de manera sincera, ya no estás dispuesto. Tu pequeño deseo se desmorona y, primero, te empeñas al máximo en protegerte a ti mismo y, luego, realizas algo de trabajo superficial que te toca hacer y que es visible para todo el mundo. La mente de una persona sigue siendo más ágil que la de una máquina. Sabe cómo adaptarse, cuándo se encuentra en alguna situación, sabe qué acciones contribuyen a sus propios intereses y cuáles no, y aplica con rapidez todos los métodos que se encuentran a su disposición. Por consiguiente, cada vez que afrontas ciertos asuntos, tu escasa confianza en Dios no puede mantenerse firme. Actúas contra Él con falsedad, utilizas tácticas en Su contra y te sirves de engaños. Todo esto revela tu falta de auténtica fe en Él. Crees que Dios no es digno de confianza, que quizá no pueda protegerte o garantizar tu seguridad y que, incluso, podría dejarte morir. Te parece que Él no es de fiar, y que solo si confías en ti mismo podrás estar seguro. ¿Qué ocurre al final? No importa a qué circunstancias o asuntos te enfrentes, los abordas utilizando estos métodos, tácticas y estrategias, y eres incapaz de mantenerte firme en tu testimonio de Dios. Sean cuales sean las circunstancias, eres incapaz de ser un líder u obrero apto, de exhibir las cualidades o acciones de un mayordomo y de mostrar una lealtad plena, por lo que te quedas sin tu testimonio. Independientemente de cuántos asuntos enfrentes, eres incapaz de confiar en tu fe en Dios para poner en práctica tu lealtad y tu responsabilidad. Por eso, al final no ganas nada. En cada circunstancia que Dios ha instrumentado para ti y en aquellas oportunidades en las que has batallado contra Satanás, siempre has elegido retirarte y escapar. No has seguido la trayectoria indicada por Dios o la que te ha fijado para que experimentes. Así que, en mitad de esta batalla, te pierdes la verdad, el entendimiento y las experiencias que deberías haber obtenido. Cada vez que te encuentras en circunstancias instrumentadas por Dios, las sobrellevas del mismo modo y las terminas de igual manera. Al final, la doctrina y las lecciones que aprendes son las mismas. No tienes ningún entendimiento auténtico, solamente has absorbido unas pocas experiencias y lecciones, como: “No debería hacer esto en el futuro. Cuando me encuentre en situaciones similares, debería ser cauto al respecto, he de recordármelo a mí mismo, debería tener cuidado con este tipo de persona, evitar a este otro y estar alerta con respecto a aquel tipo de persona”. Eso es todo. ¿Qué es lo que has ganado? ¿Es sentido común y perspicacia o experiencia y lecciones? Si no tiene nada que ver con la verdad, entonces no has ganado nada de lo que deberías. Por tanto, en aquellas circunstancias que Dios instrumentó para ti lo has defraudado; no obtuviste lo que Él pretendía para ti, por lo que, seguramente, lo has decepcionado. En esta prueba o condición instrumentada por Dios, no obtuviste la verdad que Él quería que tuvieras. Tu corazón temeroso de Dios no ha crecido, las verdades que deberías entender siguen siendo poco claras, continúas careciendo de entendimiento con respecto a aquellos ámbitos donde necesitas comprenderte a ti mismo, no has aprendido las lecciones que deberías haber asimilado y has dejado pasar los principios-verdad que debes seguir. Al mismo tiempo, tu fe en Dios tampoco ha crecido. Continúa como al principio. Estás marcando el paso. Entonces, ¿qué ha aumentado? Tal vez ahora comprendas ciertas doctrinas que antes desconocías o hayas descubierto la faceta desagradable de un determinado tipo de persona que antes no entendías. Pero cualquier ínfima pizca de verdad sigue siendo invisible para ti, no la comprendes ni la reconoces y tampoco la experimentas. Continúas con tu trabajo o cumples con tu deber, pero sigues sin entender ni aprender los principios que deberías seguir. Esto es muy decepcionante para Dios. Como poco, en esta circunstancia en particular, no has fortalecido tu lealtad a Dios ni has incrementado la fe que debería haber crecido en ti. No has logrado ninguna de las dos, ¡es lamentable! Alguien podría decir: “Aseguras que no he ganado nada, pero no es así. Al menos, he adquirido conocimiento sobre mí mismo y una mejor comprensión de las personas, los acontecimientos y las cosas que me rodean. Poseo un entendimiento más profundo de la humanidad y de mí mismo”. ¿Cuenta entender estas cosas como auténtico progreso? Aunque no creas en Dios, cuando vives hasta los cuarenta o cincuenta años, tales cosas te resultarán más o menos familiares. Aquellos de pequeño o mediano calibre pueden lograrlo; son capaces de comprenderse a sí mismos, de entender las ventajas y las desventajas, las virtudes y los defectos de su humanidad, aparte de aquello para lo que son buenos y para lo que no. Para cuando alcancen los cuarenta o los cincuenta, deberían, en cierta medida, comprender la humanidad de los diversos tipos de personas con las que se suelen relacionar. Deberían saber con qué tipo de gente es apropiado interactuar y con cuál no, con qué personas relacionarse y con quienes no, a quién sería mejor mantener a distancia y a quién acercarse; son más o menos capaces de entender todo ello. Si alguien es atolondrado, carece de suficiente calibre, es un idiota o un discapacitado mental, no es capaz de comprenderlo. Si llevas muchos años creyendo en Dios, has oído mucha verdad y experimentado tantas circunstancias diferentes y tu única ganancia está en el reino de la humanidad de las personas, en discernirlas o entender algunas cuestiones simples, ¿se lo puede considerar una auténtica ganancia? (No). Entonces, ¿qué lo es? Guarda relación con tu estatura. Si ganas algo, progresas y creces en estatura; si en realidad no obtienes beneficio alguno, tu estatura se mantiene igual. Por tanto, ¿a qué se refiere esta ganancia? Cuanto menos, está relacionada con la verdad; más en concreto, con los principios-verdad. Una vez que entiendes y puedes seguir y practicar los principios-verdad que te corresponden cuando tratas diversos asuntos y personas y estos se convierten en tus principios y estándares para el propio comportamiento, estamos ante una auténtica ganancia. Cuando estos principios-verdad se convierten en principios y criterios a seguir para tu propio comportamiento, pasan a ser parte de tu vida. Cuando este aspecto de la verdad se forja en ti, se convierte en tu vida y es entonces cuando esta crece. Si aún no has captado los principios-verdad relativos a esta clase de asuntos, y sigues sin saber cómo manejarlos cuando te los encuentras, no has obtenido la verdad en este asunto. Claramente, ese aspecto de la verdad no es tu vida y esta no ha crecido. De nada sirve ser un orador hábil, de una forma u otra, todo es doctrina. ¿Puede medirse? (Sí). ¿Habéis realizado progresos durante este tiempo? (No). Simplemente habéis usado vuestra voluntad e intelecto humanos para resumir algunas experiencias, como decir: “Esta vez he aprendido qué tipo de cosas no voy a volver a decir o hacer, qué haré con mayor o menor asiduidad, y qué es lo que no haré de ninguna manera”. ¿Es esto una señal de crecimiento en vuestra vida? (No lo es). Indica una grave falta de entendimiento espiritual. Lo único que podéis hacer es resumir preceptos, palabras y consignas, lo cual no tiene nada que ver con la verdad. ¿Acaso no es eso lo que hacéis? (Sí). Cada vez que experimentas algo, después de cada evento significativo, te aconsejas a ti mismo y dices: “Caray, en el futuro debería hacerlo de esta forma o de tal otra”. Pero la próxima vez que se presenta una situación similar, termina igualmente en fracaso, te frustras y dices: “¿Por qué soy así?”. Te enfadas contigo mismo, piensas que no has conseguido cumplir con tus propias expectativas. ¿Es eso útil? No es que no lograras cumplir con tus propias expectativas, o que seas estúpido, o que las circunstancias que instrumentó Dios sean equivocadas, y desde luego no es que Él trate a la gente injustamente. Es porque no persigues ni buscas la verdad, no actúas de acuerdo con las palabras de Dios y tampoco las escuchas. Siempre dejas que la voluntad humana se involucre en ello; eres tu propio amo y no permites que las palabras de Dios tomen el mando. Antes que escucharlas, prefieres atender las de las personas. ¿No es como digo? (Sí). ¿Crees que has hecho progresos al acumular algunas experiencias y lecciones a partir de un simple acontecimiento o determinada circunstancia? Si de verdad ha sido así, cuando Dios te ponga a prueba la próxima vez, podrás defender el nombre de Dios, proteger los intereses y la obra de Su casa, asegurarte de que todo el trabajo funcione sin sobresaltos y que no sufra ninguna perturbación u obstrucción. Te encargarás de que el nombre de Dios permanezca sin tacha ni mácula, de que el crecimiento de las vidas de tus hermanos y hermanas no sufra pérdidas, y de que las ofrendas de Dios estén protegidas. Eso significa que has progresado, que eres apto para el uso y que posees la entrada en la vida. En este momento, todavía no habéis llegado aún a ese punto. A pesar de su reducido tamaño, vuestro cerebro está repleto de cosas y no sois simples. Aunque puede que seáis sinceros al gastaros por Dios y deseéis desprenderos y abandonarlo todo por Él, también, cuando os enfrentáis a los asuntos, sois incapaces de rebelaros contra vuestros diversos caprichos, propósitos y planes. Mientras más dificultades de toda índole encuentren la casa de Dios y Su obra, más te empequeñecerás, más invisible te volverás y menos probable será que te plantes y te encargues de esa tarea para salvaguardar los intereses de la casa de Dios y Su obra. Entonces, ¿qué ha pasado con tu sinceridad para esforzarte por Dios? ¿Por qué es tan frágil y vulnerable ese pequeño ápice de sinceridad? ¿Qué le pasó a tu pequeña cuota de buena disposición para ofrecerlo todo y abandonarlo por completo por Dios? ¿Por qué es incapaz de mantenerse firme? ¿Qué la hace tan vulnerable? ¿Qué se confirma con esto? Que careces de verdadera estatura, que es ridículamente pequeña y cualquier diablillo puede confundirte fácilmente. Con solo una mera interrupción, acabarías por seguir a ese diablillo. Aunque tengas algo de estatura, se limita a tu experiencia en ciertos temas superficiales no relacionados con tus propios intereses, y sigues siendo apenas capaz de proteger los intereses de la casa de Dios y de hacer unas pocas cosas pequeñas que te parece que puedes lograr y se hallan dentro del ámbito de tus capacidades. Cuando realmente se trata de mantenerse firme en tu testimonio, cuando la iglesia afronta una importante cantidad de medidas enérgicas y las perturbaciones de las personas malvadas y los anticristos, ¿dónde te encuentras tú? ¿Qué estás haciendo? ¿En qué estás pensando? Esto ilustra claramente el problema, ¿verdad? Si al cumplir con su deber, un anticristo engaña a aquellos por encima y por debajo de él y actúa con imprudencia, trastorna y perturba la obra de la iglesia, despilfarra las ofrendas y desorienta a los hermanos y hermanas para que los sigan, mientras tú, no solo no lo disciernes ni frenas sus afanes ni lo denuncias, sino que incluso lo acompañas y lo ayudas a que consiga los resultados a los que pretende llegar haciendo todas esas cosas, dime, ¿qué consecuencias tiene tu escasa determinación para gastarte por Dios? ¿No es esa tu verdadera estatura? Cuando los anticristos, las personas malvadas y toda clase de incrédulos vienen a perturbar y a destruir la obra de la casa de Dios, en especial cuando manchan la iglesia y deshonran Su nombre, ¿qué haces tú? ¿Te has alzado para levantar la voz en defensa de la obra de la casa de Dios? ¿Te has plantado para frenar sus esfuerzos o limitarlos? No solo no has podido plantarte ni detenerlos, sino que has acompañado a los anticristos cuando han cometido el mal, los has asistido e instigado, y has actuado como su herramienta y su esbirro. Además, cuando alguien escribe una carta para informar sobre un problema con los anticristos, la archivas y eliges no ocuparte de ella. Entonces, ¿produjeron tu determinación y tu deseo de abandonarlo todo para gastarte sinceramente para Dios algún efecto en absoluto en este momento crucial? Si no han causado ningún efecto, es bastante obvio que este supuesto deseo y determinación no representan tu verdadera estatura, no son lo que has ganado al creer en Dios durante tantos años. No pueden sustituir a la verdad; no son ni la verdad ni la entrada en la vida. No son emblema de una persona que tiene vida, son meras ilusiones, un anhelo y una añoranza que la gente tiene de algo hermoso; no tienen nada que ver con la verdad. Por tanto, tenéis que despertar y ver con claridad vuestra auténtica estatura. No pienses que solo porque tienes un poco de calibre y has abandonado muchos aspectos como la educación, la carrera, la familia, el matrimonio, y las perspectivas de la carne, tu estatura tiene un cierto tamaño. Hay quienes han sido líderes u obreros desde que sentaron las bases de su fe inicial en Dios. Con los años, han acumulado ciertas experiencias y lecciones y pueden predicar algunas palabras y doctrinas. A causa de esto, sienten que su estatura es mayor que la de otros, que tienen entrada en la vida y que son pilares y columnas dentro de la casa de Dios y a quienes Él está perfeccionando. Es incorrecto. No penséis que sois buenos: ¡estáis muy lejos de serlo! Ni siquiera sois capaces de discernir a los anticristos; no tenéis estatura real. Aunque hayas servido como líder u obrero durante muchos años, todavía no hay un ámbito en el que puedas ser apto, eres incapaz de hacer mucho trabajo real, y solo se os puede utilizar con reticencia. No eres una persona de gran talento. Si algunos de vosotros tenéis espíritu para trabajar duro y soportar penurias, a lo sumo sois una bestia de carga. No sois aptos. Algunas personas se convierten en líderes u obreros simplemente porque son entusiastas, porque tienen una base educativa y poseen cierto calibre. Además, a algunas iglesias se les hace imposible encontrar a la persona ideal para que ocupe el cargo, así que se los asciende a ellos como excepciones a la regla y se convierten en sujetos de formación. Entre estos individuos, a algunos se los ha ido sustituyendo paulatinamente y se los ha descartado durante el proceso en el que se dejó en evidencia a varios tipos de personas. Aunque algunos que han sido seguidores hasta ahora aún permanecen, siguen sin poder discernir nada. Solo han podido quedarse porque no han hecho nada malvado. Además, la posibilidad de que realicen algún trabajo está supeditada por completo a los arreglos de obra que provienen de lo Alto y al asesoramiento directo, la supervisión, la investigación, el seguimiento, la vigilancia y la poda; eso no significa que sean aptos. Se debe a que a menudo veneráis a otros, los seguís, os desviáis, hacéis cosas equivocadas y se os envía a una espiral de confusión a causa de ciertas herejías y falacias, perdéis el sentido de la orientación y al final no sabéis en quién creéis realmente. Esta es vuestra estatura real. Si Yo dijera que no tenéis entrada en la vida en absoluto, sería injusto con vosotros. Solo puedo decir que el alcance de vuestra experiencia es demasiado limitado. Mostráis algo de entrada después de que os poden y os disciplinen a fondo, pero en lo que respecta a aquello que implica principios significativos, en especial a la hora de enfrentarse a anticristos, falsos líderes que desorientan a las personas y causan perturbaciones, no tenéis nada que mostrar y carecéis por completo de testimonio. En lo relativo a las experiencias de vida y a la entrada en esta, son demasiado superficiales y carecéis de auténtica comprensión de Dios. Todavía no tenéis nada que mostrar a este respecto. Como tampoco lo tenéis en lo que se refiere a la obra real de la iglesia, no sabéis cómo compartir sobre la verdad y resolver los problemas. En estos aspectos, no tenéis nada que mostrarles a los demás. Por tanto, no sois apropiados para los roles de líder y obrero. Si bien como creyentes corrientes, la mayoría de vosotros contáis con un poco de entrada en la vida, esta es muy pequeña y se queda corta respecto a la realidad-verdad. Está todavía por ver que puedas sobrellevar las pruebas. Solo cuando de verdad surjan grandes pruebas, tentaciones significativas o el serio y directo castigo y juicio de Dios, se podrá probar si tienes auténtica estatura y realidad-verdad, si puedes mantenerte firme en tu testimonio, cuáles serán las respuestas de tu examen y si cumples con los requisitos de Dios; será entonces cuando se revele tu verdadera estatura. De momento, todavía resulta prematuro decir que la tienes. En cuanto al papel de líder y obrero, carecéis de auténtica estatura. Cuando afrontáis los asuntos, os confundís, y cuando os enfrentáis a las perturbaciones causadas por personas malvadas o anticristos, acabáis derrotados. No podéis completar ninguna tarea importante de manera independiente, siempre es necesario que alguien os supervise, guíe y coopere con vosotros para que terminéis el trabajo. En otras palabras, no sabéis llevar el timón. Ya interpretéis el papel principal o uno secundario, no podéis encargaros vosotros solos de él ni completar tarea alguna autónomamente; sois totalmente incapaces de terminar bien ninguna sin la supervisión y la atención de lo Alto. Si resulta que una revisión de vuestro trabajo indica que os ha ido bien en todos los aspectos, que habéis invertido todo vuestro corazón en cada faceta de vuestro trabajo, que lo habéis hecho todo bien y lo habéis manejado todo correctamente y de acuerdo con los principios-verdad, y que habéis trabajado sobre la base de una comprensión clara de la verdad y de la búsqueda de los principios-verdad, de modo que sois capaces de resolver problemas y hacer bien vuestro trabajo, entonces sois aptos. Sin embargo, hasta este momento, a tenor de todo lo que habéis experimentado, no lo sois. La clave de vuestra aptitud es que, en un sentido, no sois capaces de realizar de forma autónoma las tareas que se os encomiendan. En otro, sin la supervisión de lo Alto, podríais descarriar a la gente o hacerla abandonar la senda correcta. No podéis conducirlos ante Dios ni llevar a los hermanos y hermanas de la iglesia hacia la realidad-verdad o al rumbo correcto de la fe en Dios, de modo que todo Su pueblo escogido pueda cumplir con su deber. No eres capaz de lograr nada parecido. Si durante un periodo lo Alto no lleva a cabo ninguna investigación, siempre se producen muchas desviaciones y fallas dentro del trabajo del que sois responsables, además de problemas de toda forma y tamaño; y si lo Alto no los corrige, supervisa o maneja personalmente, quién sabe lo lejos que estas desviaciones llegarán o cuándo cesarán. Tal es vuestra verdadera estatura. Por eso digo que sois muy poco aptos. ¿Es algo que os agrade oír? ¿Acaso no os sentís negativos al escucharlo? (Dios, nos incomoda bastante en el corazón, pero no cabe duda de que lo que dices es un hecho. No tenemos ni un ápice de estatura o realidad-verdad. Cuando los anticristos aparecen, no sabemos discernirlos). Tengo que señalaros estas cosas, de lo contrario, os sentiríais agraviados y maltratados todo el tiempo. No entendéis la verdad, solo sabéis cómo hablar sobre algunas palabras y doctrinas. Durante las reuniones, ya no soléis preparar un borrador para hablar sobre doctrina ni sufrís miedo escénico, así que os parece que tenéis estatura. Si la tienes, ¿por qué no eres apto? ¿Por qué no puedes compartir la verdad y abordar los asuntos? Solo sabes hablar de palabras y doctrinas a fin de ganarte la aprobación de los hermanos y hermanas. Esto no satisface a Dios y no te convierte en el apropiado. Tu capacidad para hablar sobre estas palabras y doctrinas no puede resolver ningún problema real. Dios dispone un ligero momento de tensión en el que se te desenmascara y se deja claro cuán pequeña es tu estatura, tu poca capacidad para entender la verdad y desentrañar nada y esto evidencia que eres pobre, lamentable, ciego e ignorante. ¿Acaso no es así? (Sí). Si sois capaces de aceptar estas cosas, muy bien; si no, tomaos vuestro tiempo y pensad en ellas. Considerad lo que digo. ¿Tiene sentido, se basa en la realidad? ¿Se relaciona contigo? Aunque así sea, no os volváis negativos. Ser negativo no os va a ayudar a resolver ningún problema. Como creyente en Dios, si quieres cumplir con tu deber y ser un líder u obrero, no puedes abandonar cuando te encuentres con reveses o fracasos. Has de volver a levantarte y seguir adelante. Te debes centrar en equiparte con ciertos aspectos de la verdad en ámbitos donde cuentas con carencias o deficiencias y en los que tienes problemas graves. Ser negativo o quedarte paralizado no va a resolver nada. Al enfrentarte a los problemas, deja de sacar palabras y doctrinas, así como diferentes clases de razonamientos objetivos. Eso no va a servir de ayuda. Cuando Dios te pone a prueba y dices: “En ese momento no gozaba de muy buena salud, era joven y mi entorno no era el más relajado”, ¿escuchará Él algo de eso? Dios te preguntará: “¿Oíste la verdad cuando se te compartió?”. Si contestas: “Sí, la oí”, te preguntará: “¿Tienes los arreglos de obra que se transmitieron?”. Tú responderás: “Sí, los tengo”, y Él continuará: “Entonces, ¿por qué no los has seguido? ¿Por qué has fallado tan estrepitosamente? ¿Por qué no pudiste permanecer firme en tu testimonio?”. Cualquier razón objetiva en la que hagas hincapié no se sostiene. A Dios no le interesan tus excusas ni tus razonamientos. No se fija en cuánta doctrina eres capaz de decir ni en lo bien que se te da defenderte a ti mismo. Lo que Dios quiere es tu auténtica estatura y que tu vida crezca. No importa cuándo ni qué nivel de liderazgo alcances ni lo alto que sea tu estatus, nunca olvides quién eres y qué eres ante Dios. No importa cuánta doctrina seas capaz de decir, no importa la práctica que tengas a la hora de expresarla, tampoco lo que hayas hecho o las contribuciones que hayas realizado a la casa de Dios, nada de esto demuestra que poseas verdadera estatura ni tampoco es señal de que tengas vida. Cuando entres en la realidad-verdad, captes los principios-verdad, te mantengas firme en tu testimonio al enfrentarte a los asuntos, seas capaz de completar tareas de manera independiente y seas apto para que se te dé uso, tendrás verdadera estatura. Muy bien, concluyamos aquí esta charla y pasemos al tema principal de nuestra charla.
¿Dónde nos quedamos en nuestra charla de la reunión anterior? (En la última reunión, Dios compartió sobre “desprenderse de las cargas que provienen de la propia familia”. Uno de los aspectos de este tema se relaciona con desprenderte de las expectativas hacia tu descendencia. Dios nos lo explicó en dos fases, una relacionada con la conducta de los padres mientras sus hijos todavía son menores y la otra con la manera en que lo abordan cuando los hijos ya son adultos. Al margen de la edad de sus hijos, sean adultos o no, la conducta y las acciones de los padres, en realidad, van contra la soberanía y los arreglos de Dios. Siempre quieren controlar el destino de sus hijos e interferir en sus vidas, pero la senda que elijan y las búsquedas que realicen no las pueden determinar los padres. No pueden controlar los destinos de nadie. Dios también señaló el punto de vista correcto desde el que contemplar estos asuntos. Sea cual sea la etapa de la vida del hijo, basta con que los padres cumplan con sus responsabilidades y, por lo demás, se sometan a la soberanía, los arreglos y la predestinación de Dios). La última vez compartimos que las personas deberían desprenderse de las expectativas de los padres hacia su descendencia. Por supuesto, están impulsadas por la voluntad y la imaginación humanas y no coinciden con el hecho de que Dios dispone el destino humano. Tales expectativas no forman parte de la responsabilidad humana, la gente debería desprenderse de ellas. Independientemente de lo maravillosas que sean y por muy correctas y adecuadas que los padres las consideren, si van en contra de la verdad de que Dios es soberano sobre el destino humano, es necesario desprenderse de ellas. Esta actitud dista de ser apropiada o positiva, por lo que se podría decir que tiene un matiz negativo. Va en contra de las responsabilidades parentales, excede su ámbito y se compone de expectativas y exigencias irreales que van en contra de la humanidad. La última vez compartimos sobre algunas acciones y conductas anormales, y sobre ciertos comportamientos extremos que muestran los padres hacia los hijos que no han alcanzado la edad adulta, que conducen a toda clase de influencias negativas y presiones que arruinan el bienestar físico, mental y espiritual de los niños pequeños. Esto indica que el comportamiento de los padres no es apropiado ni adecuado. Son pensamientos y acciones de los que la gente que persigue la verdad debería desprenderse porque, desde la perspectiva de la humanidad, son una manera cruel e inhumana de destruir el bienestar físico y mental de un niño. Por tanto, en lugar de planear, controlar, instrumentar o determinar el futuro y el destino de los hijos que no han llegado a la adultez, los padres deberían cumplir con sus responsabilidades hacia ellos. La vez anterior planteamos dos aspectos importantes relacionados con las responsabilidades de los padres hacia sus hijos menores de edad, ¿verdad? (Sí). Si estos dos aspectos se llevan a buen término, habrás cumplido con tu responsabilidad. Si no, aunque críes a tu hijo para que sea una especie de artista o una persona talentosa, sigues sin cumplirla. Con independencia de los esfuerzos que dediquen los padres a sus hijos, incluso si eso implica que les salgan canas de la preocupación y lleguen al punto de enfermarse debido al cansancio; por muy alto que sea el precio que paguen, por mucho que vuelquen el corazón o grande que sea la fortuna que desembolsen, nada de eso puede considerarse cumplir con sus responsabilidades. Entonces, cuando digo que los padres deberían desempeñar sus responsabilidades hacia sus hijos, ¿qué significa? ¿Cuáles son los dos principales aspectos? ¿Quién los recuerda? (En la reunión anterior, Dios compartió acerca de dos responsabilidades. Una es cuidar de la salud física de los hijos y otra la de guiarlos, educarlos y ayudarlos en lo que respecta a su salud mental). Es bastante simple. En realidad, cuidar de la salud física de un niño es fácil. Simplemente, evita que se golpee o que le salgan moretones y que coma lo que no debe, no hagas nada que afecte negativamente a su crecimiento. Además, en la medida de lo posible, asegúrate de que disponga de suficiente comida, que coma bien y de manera saludable, que descanse adecuadamente, que no se enferme, o que solo se enferme ocasionalmente, y, en ese caso, que sea tratado a tiempo. ¿Puede la mayoría de los padres cumplir esos estándares? (Sí). Es factible, pues Dios le encarga a la gente tareas sencillas. Los animales también pueden cumplirlos, por tanto, ¿aquella persona que es incapaz de alcanzarlos, no es peor que un animal? (Sí). Si los humanos no pueden lograr, lo que incluso los animales pueden hacer, significa que son realmente deplorables. Esta es la responsabilidad que los padres tienen hacia la salud física de sus hijos. En cuanto a su bienestar mental, también es otra responsabilidad que los padres deberían cumplir mientras educan a sus hijos pequeños. Cuando están saludables físicamente, los padres deberían asimismo promover su salud mental y la de sus pensamientos, y asegurarse de que reflexionen acerca de los problemas de maneras y en direcciones positivas, activas y optimistas, para que puedan llevar una vida mejor y eviten las actitudes extremas, propensas a la distorsión u hostiles. ¿Qué más? Deberían ser capaces de crecer para ser normales, saludables y felices. Por ejemplo, cuando los niños empiezan a entender lo que sus padres están diciendo y pueden entablar con ellos conversaciones simples y normales, al tiempo que empiezan a mostrar interés en cosas nuevas, les pueden contar relatos bíblicos o compartir con ellos narraciones simples sobre el comportamiento propio para guiarlos. De este modo, serán capaces de entender qué significa comportarse y de qué manera conducirse para ser un buen hijo y una buena persona. Sería una especie de guía mental para sus hijos. Los padres no deberían solo decirles que cuando sean mayores deben ganar mucho dinero o convertirse en funcionarios superiores, que esto les generará una riqueza infinita e impedirá que sufran o tengan que esforzarse en trabajos manuales y les dará poder y prestigio para mandonear a los demás. No deberían inculcarles tales aspectos negativos, sino compartirles aquello que es positivo. O, deberían contarles historias que sean apropiadas para su edad y que transmitan un mensaje positivo y educativo. Por ejemplo, enseñarles a no mentir y a no ser mentirosos, hacerles entender que uno debe asumir las consecuencias de ello, explicarles su propia actitud hacia la mentira y hacer hincapié en que los niños que mienten son malos y no le gustan a nadie. Como poco, deberían hacerles saber que deben ser honestos. Además, los padres deben impedir que los hijos desarrollen ideas radicales o extremas. ¿Cómo se puede prevenir esto? Los padres han de enseñarles a ser tolerantes con los demás, a ejercer la paciencia y el perdón, a no ser obstinados ni egoístas cuando surge algo, a aprender a ser amables y equilibrados en sus relaciones con los demás. Si se encuentran con personas malvadas o malas que intentan hacerles daño, en lugar de a abordar las situaciones por medio de la confrontación y la violencia deberían aprender a alejarse. Los padres deberían evitar cultivar aquellas semillas o pensamientos que generan tendencias violentas en sus jóvenes mentes. Deberían dejar claro que los padres no aprecian la violencia y que los hijos propensos a ella no son buenos. Aquellas personas que poseen tendencias violentas pueden acabar cometiendo crímenes y enfrentándose a la represión social y al castigo de la ley. No son buenas personas, no son bien vistas. Por otra parte, los padres deberían educar a sus hijos para que sean autosuficientes. No deberían limitarse a esperar recibir ropa y comida, sino aprender a desenvolverse por su cuenta cada vez que puedan o sepan cómo hacerlo, para así evitar una actitud de pereza constante. Los padres deberían guiar a los hijos para que entiendan estos aspectos positivos y correctos de diversas maneras. Por supuesto, cuando ven que suceden o surgen asuntos negativos, deberían simplemente informar a sus hijos de que tal comportamiento no es correcto, de que eso no es lo que hacen los buenos hijos, que a ellos mismos no les gusta semejante comportamiento y que los hijos que hacen eso puede que se enfrenten en el futuro al castigo de la ley, a multas y represalias. En resumen, los padres deberían transmitirles a sus hijos los principios más simples y fundamentales acerca de cómo comportarse y actuar. Al menos, mientras no sean todavía adultos, deben aprender a practicar el discernimiento, a distinguir entre el bien y el mal, a diferenciar qué acciones definen a una buena persona respecto de una mala, qué actitudes ponen de manifiesto que una persona tiene buena conducta y qué comportamientos se consideran malvados y evidencian la conducta de aquellos que son malos. Estos son los principios fundamentales que se les han de enseñar. Además, los hijos deberían entender que los demás detestan ciertas conductas, como robar o tomar las pertenencias ajenas sin permiso, usar artículos de su propiedad sin su aprobación, difundir chismes y sembrar la discordia entre la gente. Todas estas acciones, al igual que otras similares, son indicativas de la conducta de una mala persona, son negativas y no le resultan agradables a Dios. A medida que se hacen un poco mayores, se les debería enseñar a no ser obstinados en nada de lo que hacen, a no perder el interés enseguida ni ser impulsivos ni imprudentes. Deberían tener en cuenta las consecuencias de cualquier acción que realicen y que, si saben que pueden ser desfavorables o desastrosas, deberían abstenerse y no permitir que se les suban a la cabeza los beneficios ni los deseos. Los padres también deberían educar a sus hijos en lo referente a las palabras y las acciones características de las malas personas, ofrecerles un conocimiento básico acerca de ellas y de los estándares que nos permiten evaluarlas. Deberían aprender a no confiar en los extraños o en sus promesas con demasiada facilidad y a no aceptar nada de ellos sin la debida precaución. Debido a que el mundo y la sociedad son malvados y están llenos de trampas, es necesario que sepan todo esto. Los niños no deberían confiar a la ligera en cualquiera, deberían aprender a reconocer a las personas malvadas y a las malas personas, a ser cautos y distanciarse de ellos, a fin de que sean capaces de evitar que los calumnien o engañen. En cuanto a estas lecciones fundamentales, los padres deberían guiar y dirigir a sus hijos desde una perspectiva positiva durante sus años formativos. Por una parte, deberían esforzarse por asegurar que sus hijos crezcan saludables y fuertes durante la crianza, y por otra, deberían fomentar el desarrollo de su salud mental. ¿Qué señales definen a una mente sana? Que es una persona que posee la perspectiva de vida adecuada y la capacidad de tomar la senda correcta. Aunque no crea en Dios, evita seguir las tendencias malvadas durante sus años de formación. Si los padres notan alguna alteración en la conducta de sus hijos, deberían examinarla enseguida y corregirla, y guiarlos adecuadamente. Por ejemplo, si están expuestos a algunos asuntos que ocurren en el marco de ciertas tendencias malvadas o a razones o pensamientos y puntos de vista particularmente incorrectos durante sus primeros años, en casos donde no tienen discernimiento, puede que los sigan o imiten. Los padres deben detectarlo en etapas tempranas y proporcionar una inmediata corrección y una guía acertada. Esta es además su responsabilidad. En resumen, el objetivo es asegurar que los hijos cuenten con un rumbo esencial, positivo y correcto para el desarrollo en sus pensamientos, su comportamiento propio, su trato con los demás y la percepción de diversas personas, acontecimientos y cosas, de modo que puedan madurar en una dirección constructiva en lugar de una perversa. Por ejemplo, los no creyentes dicen: “La vida y la muerte están predestinadas; la riqueza y el honor los decide el Cielo”. Dios determina la cantidad de sufrimiento y de disfrute que debe experimentar una persona en su vida y los humanos no la pueden cambiar. Por una parte, los padres deberían comunicarles estos hechos objetivos a sus hijos, y por otra, enseñarles que la vida no se limita únicamente a las necesidades físicas y, sin duda, no se reduce al placer. Hay cosas más importantes que hacer en esta vida que comer, beber y buscar entretenimiento; deberían creer en Dios, perseguir la verdad y la salvación de Dios. Si solo viven para el placer, para comer, beber y buscar entretenimiento en la carne, entonces son como zombis y sus vidas no tienen absolutamente ningún valor. No crean valores positivos ni significativos, y no merecen vivir ni ser siquiera humanos. Aunque un hijo no crea en Dios, al menos permite que sea una buena persona y que se ocupe del deber que le corresponde. Por supuesto, si Dios lo escoge y está dispuesto a participar en la vida de iglesia y a cumplir con su propio deber a medida que se hace mayor, mejor todavía. Si sus hijos son así, estos padres deberían cumplir incluso más con sus responsabilidades hacia los menores en función de los principios que Dios ha advertido a las personas. Si no sabes si van a creer en Dios o si Él los va a escoger, al menos deberías cumplir con las responsabilidades que tienes hacia tus hijos durante sus años formativos. Aun si no sabes ni eres capaz de comprenderlo, de todas maneras, es necesario que cumplas con tus responsabilidades. En la mayor medida posible, deberías llevar a cabo las obligaciones y responsabilidades que has de cumplir, y compartir con ellos los pensamientos y las cosas positivas que ya conoces. Como mínimo, asegúrate de que su crecimiento espiritual siga una dirección constructiva y de que sus mentes estén limpias y sanas. No les hagas estudiar toda clase de destrezas y conocimientos desde pequeños bajo la presión de tus expectativas, tu formación o incluso tu opresión. Incluso más grave, algunos padres acompañan a sus hijos cuando participan en diversos concursos de talentos y en competiciones académicas o atléticas, de modo que siguen toda clase de tendencias sociales y acuden a eventos como ruedas de prensa, firmas de autógrafos y sesiones de estudio, y asisten a cualquier tipo de competencia y discurso de aceptación en ceremonias de premios, etcétera. Como padres, al menos deberían evitar que sus hijos sigan sus pasos y que hagan lo mismo. Si llevan a los hijos a realizar tales actividades, por una parte, está claro que no han cumplido con sus responsabilidades como padres. Por otra, guían abiertamente a sus hijos por una senda de no retorno, les impiden un desarrollo mental constructivo. ¿Hacia dónde han conducido estos padres a sus hijos? Hacia las tendencias malvadas. Los padres no deberían hacer eso. Además, en cuanto a la senda que van a tomar sus hijos en el futuro y la carrera profesional que van a desarrollar, los padres no deberían inculcarles cosas como: “Mira a tal o cual, es pianista y empezó a tocar a los cuatro o cinco años. No perdió el tiempo jugando, no tenía amigos ni juguetes y practicaba piano a diario. Sus padres lo acompañaron a las lecciones, consultaron a varios maestros y lo apuntaron a competiciones. Mira lo famoso que es ahora, qué bien alimentado, qué bien vestido, el aura de luz y respeto que lo rodea allá donde va”. ¿Es esta la clase de educación que promueve el desarrollo saludable de la mente de un niño? (No). ¿De qué clase de educación se trata entonces? De la del diablo. Este tipo de formación resulta dañino para cualquier mente joven. Los anima a aspirar a la fama, a codiciar diversas auras, honores, posiciones y disfrutes. Los hace anhelar y perseguir todo esto desde pequeños, los lleva a la ansiedad, a un intenso temor y a la preocupación. Incluso, provoca que paguen todo tipo de precios para conseguirlo, que se despierten pronto y trabajen hasta tarde para repasar los deberes y perfeccionar diferentes destrezas, que pierdan su infancia, que cambien todos esos preciados años a cambio de cosas semejantes. En cuanto a aquello que promueven las tendencias malvadas, los menores de edad no tienen la capacidad de resistirse o discernirlo. Por tanto, como guardianes de estos hijos menores, los padres deberían cumplir con esta responsabilidad ayudándoles a discernir y resistirse a los diversos puntos de vista que provienen de las tendencias malvadas del mundo y de todo aquello que resulta negativo. Deberían aportarles guía y educación positivas. Por supuesto, todo el mundo tiene sus propias aspiraciones y a algunos niños pequeños, aunque sus padres los desanimen a emprender ciertas búsquedas, puede que aun así las anhelen. Déjalos desear lo que quieran; los padres deben cumplir con sus responsabilidades. Como padre, tienes la obligación y la responsabilidad de regular los pensamientos de tus hijos y guiarlos en una dirección positiva y constructiva. Es su elección personal elegir escucharte o querer poner en práctica tus enseñanzas cuando crezcan, no puedes interferir ni controlarlo. En resumen, durante estos años formativos, los padres tienen la responsabilidad y la obligación de inculcar en las mentes de sus hijos diversos pensamientos y puntos de vista saludables, apropiados y positivos, además de objetivos de vida. Es la responsabilidad de los padres.
Algunos padres dicen: “No tengo idea cómo educar a mis hijos. He estado confundido desde niño, solo hacía lo que me decían mis padres, sin distinguir lo correcto de lo incorrecto. Incluso ahora, sigo sin saber cómo educar a mis hijos”. No te preocupes si no lo sabes, no es necesariamente malo. Peor es saberlo y no ponerlo en práctica, seguir educando a tus hijos exclusivamente en la excelencia, mientras dices: “Ya no soy bueno, pero quiero que mis hijos me superen. La generación más joven se beneficia de la luz de sus mayores y debe superarlos. En estos momentos soy jefe de sección; por tanto, mi hijo debe ser alcalde, gobernador, o incluso ascender a altos cargos del gobierno o convertirse en presidente”. No hace falta decirles nada más a esas personas. No nos relacionamos con gente así. La responsabilidad paterna de la que hablamos es positiva, proactiva y está relacionada con la verdad. En cuanto a aquellos que persiguen la verdad, si deseas cumplir con tu responsabilidad hacia tus hijos, pero no estás seguro de cómo hacerlo, empieza a aprender desde el principio, es fácil. Enseñar a los adultos no resulta sencillo, pero a los niños sí, ¿verdad? Aprende y enseña simultáneamente, al tiempo que enseñas lo que acabas de aprender. ¿No es sencillo? Educar a tus hijos es fácil. Mejor aún es cumplir con tu responsabilidad respecto a su salud mental. Aunque no lo hagas a la perfección, es mejor que no educarlos. Los niños son jóvenes e ingenuos; si les permites informarse a través de la televisión y otras fuentes, perseguir lo que quieran y pensar y actuar como les venga en gana sin educación ni normas, no has cumplido con tu responsabilidad como padre. Has fracasado en tu deber, y no has finalizado tu responsabilidad y obligación. Para que los padres cumplan con su responsabilidad hacia su descendencia, no pueden mostrarse pasivos, sino que deben estudiar activamente algunos conocimientos y aprendizajes que puedan ayudar a nutrir la salud mental de sus hijos, o algunos principios básicos relacionados con la verdad, y para ello han de comenzar desde el principio. Es todo lo que los padres deberían hacer, se le llama cumplir con su responsabilidad. Por supuesto, tu aprendizaje no será en vano. Mientras aprendes y les enseñas a tus hijos, tú también obtendrás algo, porque al enseñarles a tus hijos a desarrollar su salud mental en una dirección constructiva, como adulto, entrarás inevitablemente en contacto con ciertas ideas positivas y aprenderás sobre ellas. Cuando abordes estas ideas o principios y criterios positivos para comportarte y actuar de manera meticulosa y seria, ganarás algo inconscientemente; no será en vano. Cumplir con tu responsabilidad hacia tus propios hijos no es algo que hagas en beneficio de los demás; debes hacerlo motivado por vuestra relación, tanto emocional como de sangre. Incluso si después de hacerlo, tus hijos actúan o se comportan de una manera que no cumple con tus expectativas, habrás, al menos, ganado algo. Sabes lo que significa educar a tus hijos y cumplir con tu responsabilidad hacia ellos. Ya has cumplido con tu deber. Respecto a la senda que tus hijos decidan seguir luego, cómo eligen comportarse y los destinos que les aguardan en la vida, eso ya no te incumbe. Cuando lleguen a la edad adulta, solo puedes esperar y observar cómo se desarrollan paulatinamente sus vidas y su destino. Ya no tienes la obligación ni la responsabilidad de participar. Si no les aportaste a tiempo, guía, educación y límites respecto a ciertos asuntos cuando eran menores, probablemente te arrepentirás de ello cuando, ya adultos, digan o hagan cosas inesperadas o muestren pensamientos o conductas que no tenías previsto. Por ejemplo, cuando eran jóvenes, los educabas constantemente, decías: “Estudia mucho, ve a la universidad, realiza estudios de posgrado o un doctorado, encuentra un buen trabajo, un buen partido para casarte y formar una familia, y entonces tendrás una buena vida”. Por medio de tu educación, tus ánimos y diversas formas de presión, vivieron y persiguieron el rumbo que les fijaste y lograron lo que esperabas, solamente conforme a tus deseos, y ahora son incapaces de volver atrás. Si después de haber llegado a entender ciertas verdades y las intenciones de Dios mediante tu fe, y de haber adquirido los pensamientos y los puntos de vista correctos, ahora les pides que no sigan persiguiendo esas cosas, es probable que respondan diciendo: “¿Acaso no estoy haciendo exactamente lo que querías? ¿No me enseñaste esto cuando era más pequeño? ¿Acaso no me lo exigías? ¿Por qué me lo impides ahora? ¿Estoy cometiendo un error? Me lo he ganado y ahora lo puedo disfrutar, deberías estar contento, satisfecho y orgulloso de mí, ¿no?”. ¿Cómo te sentirías al oír esto? ¿Deberías ponerte contento o echarte a llorar? ¿No sentirías remordimientos? (Sí). Ya no puedes volver a ganártelos. Si no los hubieras educado de esa manera cuando eran jóvenes, si les hubieras dado una infancia feliz sin presiones, sin enseñarles a ser mejores que el resto, a ostentar un alto cargo o a hacer mucho dinero, o a perseguir la fama, los privilegios y el estatus, si les hubieras permitido limitarse a ser personas buenas, corrientes, sin exigirles que ganen grandes sumas de dinero, que disfruten tanto o te retribuyan mucho, si solo les hubieras pedido que estuvieran sanos y contentos, que sean personas simples y felices, tal vez habrían estado dispuestos a escuchar alguno de los pensamientos y puntos de vista que sostienes ahora que crees en Dios. Entonces, ahora, su existencia podría ser feliz y se sentirían menos presionados por la vida y la sociedad. Aunque no ganaran fama y privilegios, al menos tendrían el corazón contento, tranquilo y en paz. Sin embargo, durante sus años de crecimiento, debido a tu constante instigación e insistencia, presionados por ti, persiguieron sin descanso el conocimiento, el dinero, la fama y los privilegios. Acabaron obteniendo fama, privilegios y estatus, sus vidas mejoraron, la disfrutaron aún más y ganaron más dinero, pero su vida resulta agotadora. Cada vez que los ves, se les nota el cansancio en el rostro. Solo cuando vuelven a casa, cuando vuelven a verte, se atreven a quitarse la máscara y a admitir que están cansados y quieren descansar. Pero en cuanto ponen un pie fuera, ya no son los mismos, se vuelven a colocar la máscara. Observas su expresión cansada y penosa, y te provocan lástima, pero careces del poder para hacerlos retroceder. Ya les resulta imposible. ¿Cómo ha ocurrido esto? ¿Acaso no tiene que ver con la manera en la que los criaste? (Sí). No sabían nada de esto ni lo perseguían de un modo natural desde una edad temprana, está definitivamente relacionado con la crianza que les proporcionaste. Cuando les ves la cara, cuando ves su vida en semejante estado, ¿no te sientes molesto? (Sí). No obstante, te sientes indefenso; solo persisten el pesar y la pena. Puede que te parezca que Satanás se ha apoderado completamente de tu hijo, que es incapaz de dar un paso atrás, y careces del poder para rescatarlo. Esto se debe a que no has cumplido con tu responsabilidad como padre. Fuiste tú el que les provocó el daño, el que los descarrió con tu fallida educación ideológica y guía. Nunca podrán volver y, al final, a ti solo te quedan remordimientos. Observas impotente mientras tu hijo sufre, corrompido por esta sociedad malvada, abrumado por las presiones de la vida, y no tienes forma de ayudarlo. Lo único que puedes decirle es: “Ven a casa más a menudo y te cocinaré algo rico”. ¿Qué problema puede resolver una comida? Ninguno. Sus pensamientos ya han madurado y cobrado forma, y no están dispuestos a desprenderse de la fama y el estatus que han adquirido. Solo les queda seguir adelante y no volver atrás. Este es el pernicioso resultado de que los padres orienten mal e inculquen ideas equivocadas en sus hijos durante sus años de formación. Por tanto, durante ese periodo, los padres deben cumplir con su responsabilidad, guiar la salud mental de sus hijos y orientar sus pensamientos y acciones hacia una dirección constructiva. Es un asunto muy importante. Puede que digas: “No sé mucho sobre educar hijos”, pero ¿no puedes, al menos, cumplir con tu responsabilidad? Si de verdad comprendes el mundo y esta sociedad, captas qué son la fama y los privilegios, si eres capaz de abandonar la vertiente mundana de ambas, deberías proteger a tus hijos y no permitirles que durante sus años de formación acepten prematuramente estas ideas incorrectas de la sociedad. Por ejemplo, al ingresar en la escuela secundaria, algunos niños empiezan a fijarse en cosas como los miles de millones de dólares en bienes que tiene un determinado magnate de los negocios, el tipo de coches de lujo que posee la persona más rica de su localidad, el cargo que ocupa otra, a cuánto asciende su fortuna, cuántos coches tiene estacionados en su casa y todo aquello de lo que disfruta. Sus mentes empiezan a preguntarse: “Ahora estoy en la secundaria. ¿Y si no encuentro un buen trabajo después de la universidad? Sin un trabajo, ¿qué haré si no puedo permitirme una mansión y coches de lujo? Sin dinero, ¿cómo podré ser superior a los demás?”. Se empiezan a preocupar y a envidiar a aquellos que poseen prestigio en la sociedad y cuyas vidas son extravagantes y lujosas. Cuando los hijos toman conciencia de tales cosas, empiezan a asimilar información, acontecimientos y fenómenos varios de la sociedad, y en sus jóvenes mentes empiezan a sentirse presionados y ansiosos y comienzan a preocuparse y a planear su futuro. En esa situación, ¿no deberían los padres cumplir con su responsabilidad y proporcionar consuelo y guía, ayudar a entender cómo contemplar y encargarse de estos asuntos de un modo adecuado? Deberían asegurarse de que sus hijos no se vean atrapados en tales situaciones desde una edad temprana, para que puedan desarrollar el punto de vista correcto hacia ellas. Decidme, ¿cómo deberían abordar los padres esos asuntos con sus hijos? ¿Acaso no están expuestos hoy en día a varios aspectos de la sociedad desde muy pequeños? (Sí). En estos tiempos, saben mucho sobre cantantes, estrellas de cine, deportistas, así como de famosos de internet, magnates de los negocios, gente rica y multimillonaria, ¿verdad? ¿Saben cuánto dinero ganan, qué visten, qué les gusta, cuántos coches de lujo tienen, etcétera? (Sí). Por tanto, en esta sociedad compleja, los padres deberían cumplir con su responsabilidad paterna, proteger a sus hijos y procurarles una mente sana. Cuando los hijos toman conciencia de estos asuntos u oyen y reciben información dañina, los padres deberían enseñarles a desarrollar los pensamientos y puntos de vista adecuados para que sean capaces de apartarse a tiempo de esos temas. Como mínimo, deberían impartirles una simple doctrina: “Todavía eres joven y tu responsabilidad a esta edad es estudiar mucho y aprender lo necesario. No has de pensar en otras cosas. Respecto a cuánto dinero vas a ganar o qué vas a comprar, no tienes que ocuparte de nada de eso, ya tocará cuando te hagas mayor. Por ahora, céntrate en hacer los deberes, completar las tareas que te mandan tus maestros y encargarte de los asuntos de tu propia vida. No hace falta que pienses demasiado sobre nada más. Después de que empieces a formar parte de la sociedad y te pongas en contacto con ellos, no será demasiado tarde para considerar estos asuntos. Lo que acontece en la sociedad en este momento es asunto de los adultos. Tú no eres adulto, así que no son cuestiones en las que debas pensar o participar. Ahora mismo, céntrate en hacer bien tus tareas y en escuchar lo que te decimos. Somos adultos y sabemos más que tú, así que deberías atender a cualquier cosa que digamos. Si te enteras de estos temas de la sociedad y los sigues e imitas, no será beneficioso para tus estudios y tus deberes, y puede afectar tu aprendizaje. La clase de persona en la que te convertirás después o el tipo de profesión que tengas en el futuro, son temas que considerar más adelante. Ahora mismo, tu deber es ocuparte de tus estudios. Si no destacas en ellos, tu educación fracasará y no serás un buen hijo. No pienses en otros temas, no son relevantes para ti. Los entenderás cuando seas mayor”. ¿No es esta la doctrina más fundamental que la gente debe entender? (Sí). Hazles saber a los hijos: “Tu tarea ahora es estudiar, no preocuparte por comer, beber y divertirte. Si no estudias, malgastarás tu tiempo y descuidarás tu educación. Aquello relacionado con comer, beber, buscar entretenimiento y otras diversas cuestiones en la sociedad son asuntos de adultos. Los que todavía no son adultos no deben ocuparse de tales actividades”. ¿Aceptan los hijos con facilidad estas palabras? (Sí). No los estás privando del derecho a conocer estos temas ni a que sientan envidia. Al mismo tiempo, les señalas lo que deberían hacer. ¿Es esta una buena manera de educar a los hijos? (Sí). ¿Es un modo de proceder sencillo? (Sí). Mientras les sea posible, los padres deberían aprender y estudiar cómo educar y ocuparse de sus hijos menores en función de su propia capacidad, condiciones y calibres. Deberían cumplir con su responsabilidad hacia ellos y hacer todo esto de la mejor manera posible. No hay estándares estrictos o rígidos para esto; varía entre una persona y otra. Las circunstancias familiares de cada uno son diferentes, al igual que sus calibres. Por tanto, en lo que respecta a cumplir con la responsabilidad de educar a un hijo propio, cada persona tiene sus métodos. Deberías hacer lo que sea más efectivo, lo que dé lugar a los resultados deseados. Lo ideal sería que te adaptaras a la personalidad, la edad y el género de tus hijos. Alguno puede que necesite más severidad, mientras que otro requiera un planteamiento más amable. Algunos podrían beneficiarse de un estilo más exigente, mientras que otros podrían prosperar en un entorno más relajado. Los padres deben ajustar sus métodos en función de la situación individual de sus hijos. En cualquier caso, el objetivo final es garantizar su salud mental, guiarlos en una dirección constructiva tanto en relación con sus pensamientos como a los criterios para su comportamiento. No les impongas nada que pueda ir en contra de la naturaleza humana, nada que contradiga las leyes del desarrollo natural o que sobrepase lo que son capaces de conseguir en su franja de edad actual o el alcance de sus calibres. Cuando los padres logran todo esto, ya han cumplido con su responsabilidad. ¿Es difícil lograrlo? Es sencillo.
Hay dos aspectos involucrados en las expectativas de los padres hacia su descendencia. Uno está relacionado con las expectativas que albergan durante el periodo formativo de los hijos, y el otro con las que tienen cuando estos se hacen adultos. La vez anterior, nuestra charla trató brevemente este segundo aspecto. ¿Sobre qué compartimos? (Dios, compartimos acerca de las esperanzas de los padres de que sus hijos tengan un entorno laboral sin sobresaltos, matrimonios felices y satisfactorios y carreras exitosas). En general, hablamos sobre eso. Una vez que los padres crían a los hijos hasta la edad adulta, estos se hacen mayores y afrontan circunstancias relacionadas con el trabajo, la carrera, el matrimonio, la familia y el hecho de vivir por sus propios medios de forma autónoma, e incluso la crianza de su propia descendencia. Dejarán a su padre y a su madre y serán independientes, afrontarán solos cualquier problema que encuentren en la vida. Como ya son mayores, los padres ya no cargan con la responsabilidad de cuidar de la salud física de sus hijos o de involucrarse de manera directa en sus vidas, su trabajo, matrimonio, familia, etcétera. Por supuesto, debido a los lazos emocionales y familiares, los padres pueden aportar un cuidado superficial, brindar algún consejo ocasional, hacer unas cuantas sugerencias, servir de ayuda desde el papel de alguien con experiencia o aportar de manera temporal la asistencia necesaria. En resumen, una vez que los hijos se convierten en adultos, los padres ya han cumplido con la mayor parte de sus responsabilidades hacia ellos. Por tanto, ciertas expectativas que puedan tener los padres respecto a sus hijos adultos son innecesarias, al menos desde Mi punto de vista. ¿Por qué son innecesarias? Porque al margen de las proyecciones que hagan sobre el futuro de sus hijos, ya sea con respecto al tipo de matrimonio, familia, trabajo o la carrera que esperan que tengan, si van a ser ricos o pobres, o cualquiera de ellas, no son más que eso, expectativas y, como adultos, la vida de sus hijos depende, en última instancia, de ellos mismos. Por supuesto, si nos referimos a lo esencial, Dios dispone el destino de la totalidad de su vida y si será rico o pobre. Los padres no tienen la responsabilidad ni la obligación de supervisar estos temas, ni tampoco el derecho a intervenir. Por tanto, las expectativas de los padres no son más que una especie de buenos deseos cimentados en su afecto. Ningún padre quiere que su hijo sea pobre, soltero o divorciado, que tenga una familia disfuncional o pase apuros en el trabajo. Nadie espera eso para su hijo o hija, no cabe duda de que les desean lo mejor. Sin embargo, si las expectativas de los padres entran en conflicto con la realidad de la vida de sus hijos, o si esa realidad contradice sus expectativas, ¿cómo han de abordarlo? Necesitamos compartir sobre ello. Como padres, en cuanto a la actitud que uno debe adoptar frente a sus hijos adultos, aparte de bendecirlos en silencio y depositar en ellos buenas expectativas, y con independencia de su modo de sustento y el destino o la vida que posean, a los padres no les queda más remedio que aceptarlos. Ningún padre puede cambiar nada de esto, ni tampoco controlarlo. Aunque engendraste a tus hijos y los criaste, como hemos discutido antes, los padres no son los amos del destino de sus hijos. Conciben su cuerpo físico y los crían hasta que son adultos, pero en cuanto a la clase de destino que tendrán, sus padres no se lo conceden ni lo eligen y, desde luego, no lo deciden. Quieres que a tus hijos les vaya bien, pero ¿garantiza eso que sea así? No deseas que se enfrenten a desgracias, a la mala suerte ni a cualquier tipo de sucesos desafortunados, pero ¿significa eso que puedan evitarlos? Independientemente de aquello a lo que se enfrenten los hijos, nada de eso está sujeto a la voluntad humana ni viene determinado por tus necesidades o expectativas. Entonces, ¿qué te dice esto? Desde que se han convertido en adultos, los hijos son capaces de cuidarse, de tener pensamientos, puntos de vista, sus propios principios de comportamiento y perspectivas sobre la vida independientes, y sus padres ya no ejercen ninguna influencia sobre ellos y tampoco los dominan, limitan o supervisan, por lo cual son verdaderos adultos. ¿Qué implica que se hayan convertido en adultos? Que sus padres deberían desprenderse. En el lenguaje escrito, a esto se le llama “desprenderse”, permitirles explorar de manera independiente y tomar su propia senda en la vida. ¿Qué decimos en el lenguaje hablado? “Echarse a un lado”. En otras palabras, los padres deberían dejar de darles órdenes a sus hijos adultos, de decirles cosas como: “Deberías buscar este empleo, trabajar en aquel sector de la industria. ¡No hagas eso, es demasiado arriesgado!”. ¿Resulta apropiado que los padres les den órdenes a sus hijos adultos? (No). Siempre quieren tener bajo control y al alcance de la vista las vidas, el trabajo, el matrimonio y la familia de sus hijos y, ante aquello que no conocen o no pueden controlar, se angustian, se inquietan, se sienten atemorizados y se preocupan, y dicen: “¿Y si mi hijo no considera ese asunto con cuidado? ¿Podría meterse en problemas legales? ¡No tengo dinero para juicios! Si lo demandan y no hay dinero, ¿podría acabar en la cárcel? Si acaba encerrado, ¿no es posible que acabe cumpliendo ocho o diez años de condena por las falsas acusaciones de las personas malvadas? ¿Lo dejará su mujer? ¿Quién cuidará de los hijos?”. Mientras más lo piensan, más preocupaciones aparecen. “A mi hija no le va bien en el trabajo, la maltratan todo el tiempo y su jefe tampoco es bueno con ella. ¿Qué podemos hacer? ¿Le encontramos otro empleo? ¿Tiramos de algunos hilos, hacemos contactos, invertimos algo de dinero y le conseguimos empleo en un departamento del gobierno donde tenga un trabajo ligero como funcionaria? Aunque el salario no sea alto, al menos no la van a tratar mal. Nunca nos vimos forzados a pegarle cuando era pequeña, la mimamos como a una princesa y ahora la acosan otras personas. ¿Qué debemos hacer?”. Se preocupan al punto de no comer ni dormir, y se les llena la boca de llagas debido a la ansiedad. Cuando sus hijos se enfrentan a cualquier cosa, se angustian y se lo toman a pecho. Quieren involucrarse en todo, meterse en cualquier situación. Cada vez que los hijos se enferman o se ven en alguna dificultad, les parece que agonizan y son desdichados, dicen: “Solo quiero que estés bien. ¿Por qué no lo estás? Quiero que no tengas problemas con nada, que te vaya exactamente como deseas, tal como has planeado. ¡Quiero que goces de éxito, que no tengas mala suerte, no te engañen, no te incriminen ni te metas en problemas legales!”. Algunos hijos hipotecan la casa durante treinta o cincuenta años. Sus padres se empiezan a preocupar: “¿Cuándo se van a liquidar todos esos préstamos? ¿Acaso no son unos esclavos de la hipoteca? Nuestra generación no necesitaba una hipoteca para comprar una casa. Vivíamos en apartamentos que proporcionaba la empresa y pagábamos una miseria por el alquiler mensual. Nuestra vida era muy relajada. Estos jóvenes lo tienen realmente complicado hoy en día; desde luego, no lo tienen fácil. Tienen que cargar con una hipoteca y, aunque vivan bien, trabajan todos los días a destajo, ¡están agotados! A menudo se quedan despiertos hasta tarde haciendo horas extra, sus horarios para comer y dormir son irregulares, siempre piden comida a domicilio, así que tanto su estómago como su salud sufren. Tengo que cocinarles y limpiarles la casa. He de hacerles la limpieza porque ellos no tienen tiempo, su vida es un desastre. Ahora soy una señora mayor de huesos viejos y no puedo hacer mucho, así que seré su criada. Si contratan a una de verdad, tendrán que gastar dinero y puede que no sea digna de confianza. Así que seré su criada y no les cobraré ni un centavo”. Entonces, se convierte en su sirvienta, les limpia a diario la casa, la ordena, cocina a la hora de comer, compra verduras y cereales y se encarga de un sinfín de responsabilidades. Pasa de ser una madre a ser una vieja sirvienta, una criada. Cuando sus hijos vuelven a casa y no están de buen humor, tiene que fijarse en qué cara traen y hablar con cautela hasta que vuelven a estar contentos y, solo entonces, puede estar ella contenta. Es feliz si sus hijos lo son y se preocupa cuando ellos se preocupan. ¿Vale la pena vivir así? No es muy diferente a perderse a uno mismo.
¿Les resulta posible a los padres asumir el coste de los destinos de sus hijos? A fin de perseguir la fama, el beneficio y los placeres mundanos, los hijos están dispuestos a soportar cualquier adversidad que encuentren. Además, como adultos, ¿está bien que se enfrenten a cualquier adversidad que sea necesaria para su propia supervivencia? Así como disfrutan, también deben estar preparados para sufrir, es lo natural. Sus padres han cumplido con sus responsabilidades, por lo que, independientemente de aquello que sus hijos deseen disfrutar, no deberían correr con los gastos. Por muy buena vida que los padres pretendan para sus hijos, si estos últimos quieren disfrutar de cosas buenas, los que deben soportar toda la presión y el sufrimiento son ellos mismos, no sus padres. Por tanto, si siempre quieren hacerlo todo por sus hijos y asumir el coste de sus dificultades, y de buen grado se convierten en sus esclavos, ¿acaso no es demasiado? Es innecesario porque excede lo que se espera de los padres. Otra razón importante es que, no importa qué o cuánto hagas por tus hijos, no puedes cambiar su destino ni aliviar su sufrimiento. Cada persona que intenta salir adelante en la sociedad, tanto si persigue la fama y el beneficio como si toma la senda correcta en la vida, debe asumir la responsabilidad de sus propios deseos e ideales como adulto, y ha de costearse su propio camino. Nadie debe encargarse de nada en su lugar; ni siquiera sus padres, las personas que los parieron y los criaron, las más cercanas a ellos, están obligadas a pagar ni a compartir su sufrimiento. Los padres no son diferentes en este sentido porque no pueden cambiar nada. Por tanto, cualquier cosa que hagas por tus hijos es en vano. Siendo así, deberías renunciar a seguir este modo de proceder. Aunque probablemente los padres sean mayores y ya hayan cumplido con sus responsabilidades y obligaciones respecto a sus hijos, aunque cualquier cosa que hagan resulte insignificante a ojos de su descendencia, deben mantener su propia dignidad, sus propias búsquedas y contar con su propia misión que cumplir. Como alguien que cree en Dios y persigue la verdad y la salvación, deberías emplear la energía y el tiempo que te queda de vida en cumplir con tu deber y con aquello que Dios te ha encomendado; no deberías dedicar nada de tiempo a tus hijos. Tu vida no les pertenece y no debes consumirla en aras de su existencia o su supervivencia, ni en satisfacer tus expectativas respecto a ellos. En su lugar, deberías dedicarla al deber y a la tarea que Dios te ha encomendado, además de a la misión que deberías cumplir como ser creado. Aquí es donde radica el valor y el significado de tu vida. Si estás dispuesto a perder tu propia dignidad y a convertirte en esclavo de tus hijos, a preocuparte y hacer cualquier cosa por ellos para satisfacer tus propias expectativas hacia ellos, entonces todo esto carece de significado y valor, y no será recordado. Si insistes en hacerlo y no te desprendes de estas ideas y acciones, solo puede significar que no eres alguien que persigue la verdad, que no eres un ser creado apto y que eres bastante rebelde. No aprecias ni la vida ni el tiempo que Dios te da. Si gastas tu vida y tu tiempo solo en tu carne y tus afectos, y no en el deber que Dios te ha encomendado, tu existencia es innecesaria y carece de valor. No mereces vivir, no mereces disfrutar de la vida ni de todo lo que Él te ha concedido. Él solo te dio hijos para que disfrutaras del proceso de criarlos, para que ganaras experiencia de vida y conocimiento de ello como padre, para darte la oportunidad de experimentar algo especial y extraordinario en la vida humana, y luego permitir que tu descendencia se multiplicara… Por supuesto, también lo hizo para que cumplieras con la responsabilidad de un ser creado en calidad de padre. Es la responsabilidad y el rol como padre que Dios dispuso que cumplieras para con la próxima generación. Por una parte, es para que pasaras por este extraordinario proceso y, por otra, para que desempeñaras un papel en la reproducción de la siguiente generación. Una vez cumplida esta obligación, cuando tus hijos se convierten en adultos, si llegan a gozar de mucho éxito o si siguen siendo personas normales, sencillas y corrientes, nada tiene que ver contigo porque tú no determinas ni eliges y, desde luego, tampoco les concedes su destino, sino que lo ordena Dios. Dado que Él lo ha dispuesto, no debes entrometerte ni meter las narices en su vida ni en su supervivencia. Sus hábitos, sus rutinas diarias y su actitud ante la vida, cualquier estrategia de supervivencia que tengan, cualquier perspectiva de la vida y cualquier actitud ante el mundo son sus propias decisiones y no te conciernen. No tienes obligación alguna de corregirlos ni de sufrir por ellos para garantizar que sean felices todos los días. Todo esto es innecesario. Dios determina el destino de cada persona; por tanto, nadie puede por sí mismo predecir ni cambiar la cantidad de bendiciones o sufrimientos que experimenta en la vida, el tipo de familia, el matrimonio o los hijos que tenga, las experiencias que viva en la sociedad y los acontecimientos que vivencie en su existencia, y los padres tienen todavía menos capacidad para cambiarlos. Por consiguiente, si los hijos se encuentran con alguna dificultad, en caso de que los padres tengan la habilidad para hacerlo, deben ayudarlos de forma positiva y proactiva. Si no, mejor que se relajen y contemplen estos asuntos desde la perspectiva de seres creados y, de la misma manera, traten a sus hijos como seres creados. Ellos deben experimentar tu mismo sufrimiento, vivir tu vida, también atravesarán el mismo proceso que tú has vivenciado al criar a niños pequeños, así como los vericuetos, fraudes y engaños que experimentas en la sociedad y entre la gente, los enredos emocionales y los conflictos interpersonales, y cualquier cosa similar que hayas experimentado. Ellos, como tú, son todos seres humanos corruptos llevados por las corrientes de la maldad, los ha corrompido Satanás; no puedes escapar de tal cosa y ellos tampoco. Por tanto, pretender ayudarlos a evitar todo sufrimiento y disfrutar de todas las bendiciones del mundo es una ilusión tonta y una idea estúpida. Da igual lo amplias que puedan ser las alas de un águila, no pueden proteger a los jóvenes aguiluchos toda su vida. Llegarán a un punto en el que crezcan y vuelen solos. Cuando la joven ave elige volar sola, nadie sabe en qué tramo de cielo o dónde elegirá hacerlo. Por tanto, la actitud más racional para los padres después de que crezcan sus hijos es la de desprenderse, dejar que experimenten la vida por sí mismos, permitirles vivir de manera independiente y afrontar, manejar y resolver por su propia cuenta los diversos desafíos de la existencia. Si buscan tu ayuda, y tienes la capacidad y las condiciones para dársela, por supuesto, puedes echarles una mano y aportarles la ayuda necesaria. Sin embargo, el requisito previo es que, sin importar la ayuda que les proporciones, ya sea financiera o psicológica, solo puede ser temporal y no puede cambiar ningún problema sustancial. Deben transitar su propia senda en la vida y no tienes la obligación de cargar con ninguno de sus asuntos o sus consecuencias. Esta es la actitud que los padres deben tener hacia sus hijos adultos.
Una vez que los padres entienden las actitudes que deben adoptar con sus hijos adultos, ¿deberían desprenderse también de las expectativas que tienen hacia ellos? Algunos padres ignorantes no son capaces de comprender la vida ni el destino, no reconocen la soberanía de Dios y tienden a manifestar comportamientos ignorantes respecto a sus hijos. Por ejemplo, una vez que estos se independizan, puede que se encuentren con ciertas situaciones especiales, adversidades o grandes incidentes. Algunos afrontan enfermedades, otros, se ven involucrados en demandas judiciales, se divorcian, los engañan o los estafan, a otros los secuestran, les hacen daño, les dan brutales palizas o se enfrentan a la muerte. Algunos hijos, incluso, caen en el abuso de drogas y en otras cosas. ¿Qué deberían hacer los padres en estas situaciones especiales y significativas? ¿Cuál es la típica reacción de la mayoría de ellos? ¿Hacen lo que les corresponde como seres creados con identidad de padres? No es común que se enteren de este tipo de asuntos y reaccionen como si le hubiera pasado a un extraño. La mayoría de los padres se pasa la noche en vela hasta que su cabello se vuelve gris, pierde el sueño una noche tras otra, no tiene apetito durante el día, se devana los sesos pensando. Algunos incluso lloran con amargura, al punto que se les enrojecen los ojos y se quedan sin lágrimas. Oran con fervor a Dios, para que tenga en cuenta su fe y proteja a sus hijos, les muestre Su favor y los bendiga, para que sea misericordioso con ellos y les perdone la vida. En esa situación, quedan de manifiesto sus debilidades y vulnerabilidades humanas y sentimientos hacia sus hijos. ¿Qué más se pone de manifiesto? Su rebeldía contra Dios. Le imploran y le oran, le suplican que aleje a sus hijos de las desgracias. Si ocurre alguna catástrofe, oran para que sus hijos no mueran, puedan escapar del peligro, los malhechores no les hagan daño, sus enfermedades se alivien y no se agraven, etcétera. ¿Para qué oran en realidad? (Dios, estas oraciones son exigencias hacia Él, con un matiz de queja). Por una parte, están extremadamente descontentos con la difícil situación de sus hijos, se quejan de que Dios no debería haber permitido que les sucedieran tales cosas. Su insatisfacción se mezcla con la queja y le piden a Dios que cambie de opinión, que no actúe así, que aparte a sus hijos del peligro, que los mantenga a salvo, que cure su enfermedad, los ayude a escapar de los litigios, a evitar el desastre cuando ocurra, etcétera. En resumen, que todo vaya bien. Al orar así, por una parte, le reclaman a Dios, y por otra, le hacen exigencias. ¿Acaso no manifiestan rebeldía? (Sí). Dicen de manera implícita que lo que Dios hace no es correcto ni bueno, que no debería actuar así. Como se trata de sus hijos y creen en Dios, consideran que Él no debería permitir que les pasaran estas cosas. Sus hijos son diferentes a los demás, deberían tener preferencia a la hora de recibir bendiciones de Dios. Su fe en Él es motivo para que Dios bendiga a sus hijos y, si no lo hace, se angustian, lloran, cogen una rabieta y ya no quieren seguirlo. Si su hijo muere, sienten que ellos tampoco pueden seguir viviendo. ¿Es ese el sentimiento que tienen en mente? (Sí). ¿No se trata de una forma de protestar contra Dios? (Sí). Es protestar contra Él. Es como los perros que exigen que los alimenten a su hora y se ponen rabiosos si se produce el menor retraso. Agarran el cuenco con la boca y lo golpean contra el suelo: ¿acaso no es ilógico? (Sí). Si les das carne un par de días consecutivos, pero a veces pasan un día sin comerla, es posible que, de acuerdo con el temperamento propio de un animal, vuelquen la comida o cojan el cuenco con la boca y lo aporreen contra el suelo, para decirte que quieren carne, que creen que te corresponde dársela y que es inaceptable que no lo hagas. La gente puede ser igual de ilógica. Cuando sus hijos afrontan problemas, se queja a Dios, le hace exigencias y protesta contra Él. ¿Acaso no se comporta parecido a los animales? (Sí). Los animales no entienden la verdad ni las supuestas doctrinas y sentimientos humanos. En cierto modo, es entendible que monten escándalos o se comporten mal. Sin embargo, cuando la gente protesta contra Dios de esta manera, ¿es razonable? ¿Se la puede perdonar? Si los animales se comportan así, hay quien podría decir: “Esta criaturita tiene bastante carácter. Sabe incluso cómo protestar; es bastante lista. Supongo que no deberíamos subestimarla”. Le parece divertido y cree que este animal es cualquier cosa menos simple. Entonces, cuando un animal coge un berrinche, la gente lo respeta. Si alguien protestara contra Dios, ¿debería Él mostrar el mismo respeto y decir: “Este tipo viene con estas exigencias; ¡no son nada sencillas!”? ¿Tendría una buena opinión de ti? (No). Entonces, ¿cómo define Dios este comportamiento? ¿Acaso no es rebeldía? (Sí). ¿No saben los que creen en Dios que este comportamiento está mal? ¿Acaso no pasó hace mucho la época en la que “Bienaventurada será toda la familia de aquel que cree en el Señor”? (Sí). Entonces, ¿por qué siguen ayunando y orando así, y le imploran desvergonzadamente a Dios que proteja y bendiga a sus hijos? ¿Por qué se atreven todavía a protestar y pelear contra Dios, y dicen: “Si Tú no lo haces de esta manera, seguiré orando, ¡ayunaré!”? ¿Qué significa ayunar? Hacer huelga de hambre, lo que en otro sentido implica actuar con desvergüenza y tener una rabieta. Cuando alguien no manifiesta pudor frente a los demás, puede que patalee y diga: “Oh, mi hijo ha muerto, ya no quiero vivir más. ¡No puedo continuar!”. Ante Dios no se muestra así; en cambio, habla con bastante elegancia, dice: “Dios, te imploro que protejas a mi hijo y cures su enfermedad. Dios, Tú eres el gran médico que salva a la gente, Tú lo puedes todo. Te ruego que lo vigiles y lo protejas. Tu Espíritu está en todas partes. Eres justo, eres un Dios que le muestra misericordia a las personas. Te importan y las aprecias”. ¿Qué se quiere decir con esto? Nada de lo que afirma es un error, lo que sucede es que no es el momento adecuado para decirlo. Lo que insinúa es que si Dios no salva a tu hijo ni lo protege, si Él no cumple tus deseos, no es un Dios amoroso, carece de amor, no es un Dios misericordioso y no es Dios. ¿Me equivoco? ¿No es eso actuar con desvergüenza? (Sí). Los que actúan descaradamente, ¿honran la grandeza de Dios? ¿Tienen un corazón temeroso de Dios? (No). Aquellos que obran con desvergüenza son como los bribones, carecen de un corazón temeroso de Dios. Se atreven a pelear y protestar contra Dios, e incluso a obrar de un modo irracional. ¿No es esto lo mismo que buscar la muerte? (Sí). ¿Por qué son tan especiales tus hijos? Cuando Dios instrumenta o rige el destino de alguien, te parece bien mientras no tenga nada que ver contigo. Pero ¿consideras que no debería poder regir el destino de tus hijos? A ojos de Dios, toda la humanidad está bajo Su soberanía y nadie puede escapar de la soberanía y los arreglos dispuestos por la mano de Dios. ¿Por qué iban a ser tus hijos una excepción? Dios planea y ordena Su soberanía. ¿Está bien que tú quieras cambiarla? (No). No está bien. Por tanto, nadie debe hacer cosas tan necias e irrazonables. Todo aquello que Dios hace se basa en causas y efectos de vidas anteriores, ¿qué tiene que ver contigo? Si te resistes a la soberanía de Dios, buscas la muerte. Si no quieres que tus hijos experimenten esas cosas, lo haces desde el afecto, no desde la justicia, la misericordia o la amabilidad; es meramente el resultado de tu afecto. El afecto es el portavoz del egoísmo. No merece la pena exhibir esa emoción que tienes, ni siquiera puedes justificártela a ti mismo y, sin embargo, sigues queriendo usarla para chantajear a Dios. Los hay incluso que dicen: “¡Mi hijo está enfermo y, si muere, no voy a seguir viviendo!”. ¿De verdad te atreves a morir? ¡Intenta morirte entonces! ¿Tienen esas personas auténtica fe? ¿De verdad dejarías de creer en Dios si muriera tu hijo? ¿Qué puede cambiar su muerte? Si no crees en Dios, ni Su estatus ni Su identidad van a cambiar. Dios todavía es Dios. No es Dios porque creas en Él, ni tampoco deja de serlo por tu incredulidad. Aunque nadie en la humanidad creyera en Dios, Su identidad, Su esencia y Su estatus permanecerían inmutables. Siempre será el Único soberano sobre el destino de toda la humanidad y el mundo universal. Si crees o no carece de importancia. En caso de que creas, se te mostrará favor. Si no, no tendrás oportunidad de salvarte, ni lo lograrás. Amas y proteges a tus hijos, les tienes afecto y no puedes desprenderte de ellos, así que no permites que Dios haga nada. ¿Tiene esto sentido? ¿Concuerda con la verdad, la moralidad, o la humanidad? No concuerda con nada, ni siquiera con la moralidad, ¿no es cierto? No aprecias a tus hijos, los proteges, estás bajo la influencia de tus sentimientos. Dices, incluso, que no vas a seguir viviendo si tu hijo muere. Dado que eres tan irresponsable respecto a tu propia vida y no aprecias la que Dios te ha dado, si quieres vivir para tus hijos, entonces, adelante, muere con ellos. Da igual la enfermedad que contraigan, tú también deberías infectarte enseguida y morirte junto con ellos. O mejor busca una cuerda para ahorcarte, ¿no sería sencillo? Después de que mueras, ¿seréis tú y tus hijos de la misma clase? ¿Seguiréis teniendo la misma relación física? ¿Continuaréis sintiendo afecto el uno por el otro? Cuando regresas al otro mundo, cambias. ¿Acaso no será así? (Sí). Cuando la gente observa las cosas a través de sus ojos y juzga si son buenas o malas, o cuál es su naturaleza, ¿en qué confía? En sus pensamientos. Al mirar solo con sus ojos, no puede ver más allá del mundo material, no puede ver el reino espiritual. ¿Qué pasa por la mente de la gente? “En este mundo, aquellos que me engendraron y me criaron son para mí los más cercanos y queridos. Además, los amo. No importa cuándo, mi hijo siempre será el más cercano a mí y lo apreciaré eternamente más que a nadie”. Esta es la medida de su paisaje y horizonte mental, así es de “amplio”. ¿Es una necedad decirlo o no? (Lo es). ¿Acaso no es infantil? (Sí). ¡Muy infantil! La relación que tienen tus hijos contigo en esta vida solo es de sangre; y ¿qué relación tenían contigo en la vida pasada? ¿Dónde irán después de morir? Una vez que mueren, su cuerpo suelta el último aliento, su alma parte y se despiden por completo de ti. Ya no te reconocerán, ni siquiera se quedarán ni un segundo más, simplemente regresarán al otro mundo. Cuando regresan a ese otro mundo, lloras, los echas de menos y te sientes desdichado y atormentado, afirmas: “¡Oh, mi hijo ha muerto y jamás podré volver a verlo!”. ¿Tiene conciencia un muerto? No tiene conciencia de ti, no te echa de menos para nada. Una vez que abandona su cuerpo, se convierte enseguida en alguien ajeno y ya no tiene relación contigo. ¿Qué piensa de ti? Dice: “¿Por quién llora esa vieja, ese viejo? Oh, lloran por un cuerpo, me parece que me acaban de separar de ese cuerpo, ya no soy tan pesado ni tengo el dolor de la enfermedad, soy libre”. Eso es lo que sienten. Tras morir y abandonar su cuerpo, continúan existiendo en el otro mundo, aparecen de una forma diferente y ya no tienen relación contigo. Tú aquí los lloras y añoras, sufres por ellos, pero ellos ni sienten ni saben nada. Pasados muchos años, debido al destino o la coincidencia, es probable que se conviertan en tu colaborador o en tu compatriota, o puede que vivan lejos de ti. A pesar de que vivís en el mismo mundo, seréis dos personas diferentes sin conexión entre sí. Aunque alguien pueda acreditar que fue tal o cual en su vida pasada debido a circunstancias especiales o por algo concreto que se dijo, él no siente nada al verte y tú tampoco al verlo a él. Si bien en una vida anterior fue tu hijo, ahora no sientes nada por él, tú solo piensas en tu hijo fallecido. Él tampoco siente nada por ti. Tiene sus propios padres, su propia familia y un apellido diferente, no guarda relación contigo. Pero tú sigues ahí echándolo de menos. ¿Qué echas de menos? Solo el cuerpo físico y el nombre que una vez estuvo relacionado contigo por sangre; es solo una imagen, una sombra que permanece en tus pensamientos o en tu mente, sin auténtico valor. Se ha reencarnado, se ha transformado en humano o en cualquier otra criatura viva, no guarda relación contigo. Por tanto, cuando algunos padres dicen: “¡Si mi hijo muere, yo tampoco seguiré viviendo!”, es pura ignorancia. Su tiempo en esta vida ha llegado a su fin, pero ¿por qué ibas tú a dejar de vivir? ¿Por qué hablas con esa irresponsabilidad? La vida de tu hijo ha terminado, Dios ha cortado su hilo y ahora tiene otra tarea, ¿qué tiene que ver eso contigo? Si tú tienes otra tarea, Dios también te cortará a ti los hilos, pero todavía no es así, así que tienes que seguir viviendo. Si Dios te quiere vivo, no puedes morir. Independientemente de que se trate de tus padres, tus hijos o cualquier otro pariente o persona con vínculos de sangre en tu vida, en lo que respecta al afecto, la gente debe tener el siguiente punto de vista y comprensión: Si el afecto que existe entre las personas conlleva vínculos de sangre, basta con cumplir con la propia responsabilidad. Aparte de hacerlo, nadie tiene la obligación ni la capacidad de cambiar nada. Por tanto, resulta irresponsable que los padres digan: “Si nuestro hijo ha muerto, si como padres debemos enterrar a nuestro propio hijo, no vamos a seguir viviendo”. Si de veras los padres entierran a sus hijos, resulta evidente que ese era el tiempo con el que contaban en este mundo y tenían que marcharse. Pero sus padres permanecen aquí, así que deberían continuar viviendo bien. Por supuesto, de acuerdo con su humanidad, es normal que la gente piense en sus hijos, pero no debería malgastar el tiempo que le queda echando de menos a los que han fallecido. Es una necedad. Por tanto, al tratar este asunto, la gente debería, por una parte, responsabilizarse de su propia vida, y por otra, comprender por completo las relaciones familiares. La verdadera relación que existe entre las personas no se basa en lazos carnales y de sangre, sino en la que se establece entre un ser vivo y otro creado por Dios. Esta clase de relación no entraña lazos carnales y de sangre, se da solo entre dos seres vivos independientes. Si lo piensas desde semejante ángulo, como padre, cuando tus hijos sufren la desgracia de caer enfermos o de que su vida esté en peligro, debes afrontar estos asuntos adecuadamente. No deberías renunciar al tiempo que te queda, a la senda que deberías tomar o a las responsabilidades y obligaciones que has de cumplir a causa de las desgracias o la muerte de tus hijos; deberías afrontar este asunto correctamente. Si cuentas con los pensamientos y puntos de vista adecuados y puedes desentrañarlos, serás capaz de superar rápidamente la desesperación, la pena y la añoranza. Pero ¿y si no puedes desentrañarlos? Entonces es posible que te ronden el resto de tu vida, hasta el día que te mueras. Sin embargo, si eres capaz de desentrañar esta circunstancia, esta temporada de tu vida tendrá un límite. No durará para siempre, no te acompañará en la última parte de tu existencia. Si puedes comprenderlo en su totalidad, entonces puedes desprenderte de parte de ello, lo cual es algo bueno para ti. Pero si no desentrañas los lazos familiares que compartes con tus hijos, serás incapaz de desprenderte y resultará siendo cruel para ti. Ningún padre carece de emociones cuando su hijo muere. Cuando cualquier padre o madre experimenta tener que enterrar a su hijo, o si observa que este se halla en una situación desafortunada, pasa el resto de su vida pensando y preocupándose por él atrapado en el dolor. Nadie puede escapar de ello, supone una cicatriz y una marca indeleble en el alma. A nadie le resulta fácil desprenderse de su apego emocional mientras vive en la carne, así que se sufre por ello. Sin embargo, si puedes desentrañar este apego emocional hacia tus hijos, se volverá mucho menos intenso. Por supuesto que sufrirás, pero en mucha menor medida, resulta imposible no sufrir en absoluto, sin embargo, en gran parte, el sufrimiento se reducirá. Si no eres capaz de desentrañarlo, este tema caerá sobre ti con crueldad. Si eres capaz, habrá sido una experiencia especial que causó un trauma emocional grave, te concederá una más profunda apreciación y entendimiento de la vida, de los lazos familiares y de la humanidad, y enriquecerá tu experiencia vital. Por supuesto, este tipo específico de enriquecimiento es algo que nadie quiere poseer o encontrarse. Nadie quiere afrontar esta situación, pero si surge, has de ocuparte de ella adecuadamente. Para evitar ser cruel contigo mismo, deberías desprenderte de los pensamientos y puntos de vista tradicionales, podridos y equivocados que solías tener. Deberías afrontar tus lazos emocionales y de sangre de la manera correcta, y contemplar el fallecimiento de tus hijos de un modo apropiado. Una vez que de veras lo comprendas, serás capaz de desprenderte de ello por completo, y este asunto ya no te atormentará. Me entiendes, ¿verdad? (Sí).
Alguna gente dice: “Los hijos son bienes que Dios les da a los padres, así que son su propiedad privada”. ¿Es correcta esta afirmación? (No lo es). Ciertos padres, al oír esto, aseguran: “Es una afirmación correcta. Lo único que nos pertenece son nuestros hijos, que son de nuestra sangre y nuestra carne. Para nosotros, son lo más querido”. ¿Es correcta esta afirmación? (No). ¿Qué tiene de incorrecto? Por favor, explicad vuestro razonamiento. ¿Es apropiado tratar a los hijos como propiedad privada? (No). ¿Por qué no? (Porque la propiedad privada pertenece a uno mismo y no a los demás. Sin embargo, en realidad la relación entre los hijos y los padres solo es carnal. La vida humana viene de Dios, es el aliento que Él concede. Si alguien cree que les ha dado la vida a sus hijos, su perspectiva y su posición son incorrectas, y además no cree en absoluto en la soberanía y el arreglo de Dios). ¿Es así? Aparte de la relación física, a ojos de Dios, las vidas de los hijos y los padres son independientes. No pertenecen el uno al otro, tampoco mantienen una relación jerárquica. Por supuesto, no se trata en absoluto de una relación en la que uno posee y el otro es poseído. Sus vidas provienen de Dios y Él es soberano sobre su destino. Simplemente, los hijos nacen de sus padres; los padres son mayores que los hijos y los hijos más jóvenes que sus padres. Sin embargo, según esta relación, este fenómeno superficial, la gente cree que los hijos son los accesorios y la propiedad privada de sus padres. No observan el asunto desde la raíz, sino que solo lo miran desde la superficie, desde la carne y sus afectos. Por tanto, esta manera de considerarlo es en sí misma equivocada y una perspectiva errónea. ¿No es así? (Sí). Dado que los hijos no son los accesorios ni la propiedad privada de sus padres, sino personas independientes, al margen del tipo de expectativas que tengan para sus hijos después de que se hagan mayores, estas deben permanecer como ideas en su mente; no se pueden convertir en realidad. Como es evidente, aunque los padres tengan expectativas hacia sus hijos adultos, no deberían tratar de cumplirlas, ni tampoco usarlas para hacer valer sus promesas, realizar cualquier sacrificio o pagar cualquier precio por ellos. Entonces, ¿qué deberían hacer los padres? Deberían elegir desprenderse una vez que sus hijos adultos han emprendido vidas independientes y tienen la capacidad de sobrevivir. Desprenderse es el único camino verdadero para mostrarles respeto y responsabilizarnos de ellos. Querer siempre dominar a sus hijos, controlarlos o pretender entrometerse y participar en sus vidas y su supervivencia es un comportamiento ignorante y sin sentido por parte de los padres, una manera infantil de hacer las cosas. Con independencia del alcance de las expectativas que los padres tengan hacia sus hijos, no pueden cambiar nada y no se harán realidad. Por tanto, si los padres son prudentes, deberían desprenderse de estas expectativas, ya sean realistas o no, adoptar una perspectiva y una postura correcta desde la que manejar su relación con sus hijos y lidiar con cualquier acción que, como adultos, realicen o con los acontecimientos que les sucedan. Ese es el principio. ¿Resulta apropiado? (Sí). Si puedes aplicarlo, demuestra que aceptas estas verdades. Si no puedes, e insistes en hacer las cosas a tu modo, piensas que el afecto de la familia es lo más maravilloso, importante y significativo del mundo, como si pudieras supervisar el destino de tus hijos y sostenerlo en tus manos, entonces adelante, inténtalo, a ver cuál es el resultado final. No hace falta decir que terminará en una miserable derrota, que no tendrá un buen desenlace.
Además de estas expectativas hacia los hijos adultos, los padres les imponen también una exigencia que es común a todos los padres del mundo: esperan que sean capaces de ser buenos hijos y los traten bien. Por supuesto, en algunos grupos étnicos y regiones concretas se les plantean requisitos más específicos. Por ejemplo, además de ser buenos hijos, también han de cuidar de sus padres hasta que mueran y organizar sus funerales, vivir con ellos tras alcanzar la edad adulta y hacerse cargo de su sustento. Este es el último aspecto relacionado con las expectativas de los padres hacia su descendencia que vamos a tratar: exigir que sean buenos hijos y cuiden de ellos durante su vejez. ¿No es esta la intención original de todos los padres al tener hijos, así como el requisito básico que les plantean? (Sí). Cuando aún son pequeños y no entienden nada, los padres les preguntan: “Cuando crezcas y ganes dinero, ¿en quién te lo vas a gastar? ¿Te lo gastarás en papi y mami?”. “Sí”. “¿Te lo vas a gastar en los padres de papi?”. “Sí”. “¿Te lo vas a gastar en los padres de mami?”. “Sí”. ¿Cuánto dinero es capaz de ganar un niño en total? Tiene que mantener a sus padres, a los dos pares de abuelos e incluso a otros parientes lejanos. Decidme, ¿no es esta una carga pesada para un niño? ¿Acaso no son desafortunados? (Sí). Aunque hablen de la manera inocente e ingenua propia de los niños, y en realidad no sepan lo que están diciendo, esto refleja una realidad incuestionable: los padres crían a sus hijos con un propósito que no es ni puro ni simple. Cuando sus hijos son todavía muy jóvenes, los padres empiezan a hacerles exigencias y siempre los ponen a prueba, les preguntan: “Cuando seas mayor, ¿mantendrás a mami y papi?”. “Sí”. “¿Mantendrás a los padres de papi?”. “Sí”. “¿Mantendrás a los padres de mami?”. “Sí”. “¿Quién te gusta más?”. “Me gusta más mamá”. Entonces papá se pone celoso. “¿Y qué pasa con papá?”. “Me gusta más papá”. Mamá se pone celosa: “¿Quién te gusta más de verdad?”. “Mami y papi”. Entonces los dos se quedan satisfechos. Desde que apenas han empezado a hablar se empeñan en convertirlos en buenos hijos y esperan que cuando crezcan los traten bien. Aunque estos pequeños no pueden expresarse con claridad y no entienden gran cosa, los padres insisten en oír promesas en las respuestas de sus hijos. Al mismo tiempo, también quieren ver en ellos su propio futuro, y esperan que los hijos que están criando no sean desagradecidos, sino unos buenos hijos que los cuiden, e incluso más, que sean su apoyo y los mantengan cuando sean mayores. Aunque les hayan estado haciendo dichas preguntas desde que sus hijos eran pequeños, estas no tienen nada de simple. Se trata por entero de requerimientos y esperanzas que surgen del fondo del corazón de estos padres, de exigencias y esperanzas muy reales. Por tanto, en cuanto los hijos empiezan a obtener entendimiento de las cosas, los padres esperan que muestren preocupación por ellos cuando se pongan enfermos, que sus hijos los acompañen junto a la cama y los cuiden, aunque sea solo para darles un vaso de agua. Si no pueden hacer mucho, si no les es posible aportar ayuda financiera u otra más práctica, al menos deberían exhibir esa piedad filial. Los padres desean ver que sus hijos jóvenes sienten esa piedad filial y, de vez en cuando, se ocupan de confirmarlo. Por ejemplo, cuando no se sienten bien o están cansados del trabajo, se fijan en si a sus hijos se les ocurre traerles algo de beber o los zapatos, lavarles la ropa o prepararles una comida sencilla, aunque sean unos huevos revueltos con arroz, o en si les preguntan a sus padres: “¿Estás cansado? Si es así, deja que te haga algo de comer”. Algunos padres, de manera deliberada, salen durante su día libre y no vuelven a la hora de comer para preparar la comida, con el único fin de comprobar si sus hijos han madurado y se han vuelto sensatos, si saben prepararse algo en la cocina, ser buenos hijos y considerados, si pueden compartir sus penurias, o si son unos ingratos desalmados y los criaron para nada. A medida que los hijos se hacen mayores, e incluso durante la edad adulta, sus padres los ponen a prueba constantemente y se muestran curiosos acerca de esta cuestión, mientras que al mismo tiempo no paran de hacerles exigencias a sus hijos: “No deberías ser un ingrato desalmado. ¿Para qué te hemos criado nosotros, tus padres? Lo hicimos para que nos cuidaras cuando fuéramos mayores. ¿Te hemos criado para nada? No deberías desafiarnos. No nos resultó fácil. Fue un trabajo arduo. Deberías ser considerado y saber estas cosas”. En especial durante la supuesta fase rebelde, es decir, la transición de la adolescencia a la edad adulta, algunos hijos no son sensatos ni tienen criterio, y suelen desafiar a sus padres y causar problemas. Los padres lloran, montan una escena y los atosigan, dicen: “¡No sabes lo mucho que sufrimos para cuidarte cuando eras pequeño! No esperábamos que fueras así al crecer, tan mal hijo, que supieras tan poco acerca de compartir la carga de las tareas de casa o de nuestras penurias. No sabes lo difícil que es todo esto para nosotros. ¡No eres un buen hijo, eres un insolente, no eres una buena persona!”. Además de enfadarse con ellos por ser desobedientes o exhibir una conducta extrema en sus estudios o en su vida diaria, otra razón de su enojo es que no pueden ver en sus hijos su propio futuro, o que se dan cuenta de que no van a ser filiales, que no son considerados ni les dan pena sus padres, que no los llevan en el corazón o, para ser más concretos, que no saben ser buenos hijos con ellos. Así que, a los padres les parece que no pueden depositar sus esperanzas en tales hijos y es probable que sean desagradecidos o insolentes. Entonces, a sus padres se les parte el corazón, les parece que las inversiones y los gastos que hicieron por sus hijos fueron en vano, que no hicieron un buen negocio, que no merecía la pena, y se arrepienten de ello, se sienten tristes, afligidos y angustiados. Sin embargo, no pueden recuperar lo que gastaron, y mientras más es así, más se arrepienten, más quieren exigirles a sus hijos un comportamiento filial, dicen: “¿Puedes ser un poco mejor hijo? ¿Puedes ser más sensato? ¿Podemos contar contigo cuando te hagas mayor?”. Por ejemplo, digamos que a los padres les hace falta dinero y no dicen nada al respecto, pero los hijos les llevan dinero a casa. Supongamos que los padres desean comer carne o algo delicioso y nutritivo y no lo mencionan, pero los hijos les llevan esa comida. Son especialmente considerados con sus padres, no importa lo ocupados que estén con el trabajo o lo pesadas que sean sus propias cargas familiares, siempre los tienen en mente. Entonces estos pensarán: “Ay, puedo contar con mi hijo, por fin se ha hecho mayor, toda la energía y el dinero que se ha gastado en criarlo ha merecido la pena, hemos recuperado la inversión”. Sin embargo, si hacen algo ligeramente por debajo de lo que esperan, los padres lo juzgarán según lo buenos hijos que sean, decidirán que son malos, que no son dignos de confianza, que son unos ingratos y los criaron en balde.
También hay algunos padres que a veces están ocupados con el trabajo o haciendo recados, y al volver a casa un poco tarde se encuentran con que sus hijos han preparado la cena y no les han dejado nada. Cuando los hijos son todavía muy jóvenes, puede que no piensen en ello ni tengan el hábito de hacerlo, o es posible que a algunos simplemente les falte esa humanidad y no sean capaces de mostrar consideración o cuidado por otros. Además, puede que sus padres hayan influido en ellos, o que posean una humanidad egoísta por naturaleza, así que cocinan y comen por su cuenta, y no les dejan nada a sus padres, ni tampoco cocinan un poco de más. Cuando los padres vuelven a casa y se encuentran con esto, se lo toman a pecho y se disgustan. ¿Por qué se disgustan? Consideran que no son ni buenos ni sensatos. A las madres solteras, sobre todo, les disgusta incluso más ver a sus hijos actuar así. Empiezan a llorar y a gritar: “¿Crees que para mí fue sencillo criarte tantos años? He sido tu padre y tu madre, te he criado todo este tiempo. Trabajo sin descanso y ni siquiera me preparas algo de comer cuando llego a casa. Incluso un plato de gachas que ni siquiera esté caliente sería un bonito gesto de amor. ¿Cómo no puedes entenderlo a tu edad?”. No lo entienden ni actúan adecuadamente, pero si tal expectativa no existiera, ¿te enojarías tanto con ellos? ¿Te tomarías tan en serio el asunto? ¿Lo considerarías un criterio relacionado con la piedad filial? Si no cocinan para ti, tú misma puedes prepararte algo. Si no estuviesen, ¿acaso no tendrías que continuar viviendo? Si no son buenos hijos contigo, ¿acaso no deberías ni siquiera haberlos engendrado? Si de veras jamás aprenden a apreciarte y a cuidar de ti en toda su vida, ¿qué deberías hacer? ¿Tratar el asunto con corrección o estar enfadado, disgustado y tener remordimientos al respecto, estar siempre en pugna con ellos? ¿Qué es lo correcto? (Abordar el tema correctamente). En resumidas cuentas, sigues sin saber qué hacer. Al final, te limitas a aconsejarle a la gente: “No tengáis hijos. Uno se arrepiente de cada hijo que engendra. Tener hijos y criarlos no tiene nada de bueno. ¡Siempre se acaban convirtiendo en unos ingratos desalmados! Lo mejor es ser bueno con uno mismo y no depositar esperanzas en nadie. Nadie es digno de confianza. Todos afirman que se puede confiar en los hijos, pero ¿en qué puedes confiar? Más bien ellos pueden confiar en ti. Los tratas bien de cientos de maneras diferentes, pero a cambio, ellos creen que ser un poquito más amable contigo supone una inmensa bondad, y que eso cuenta como hacer bien las cosas contigo”. ¿Es errónea esta afirmación? ¿Es una especie de opinión, un pensamiento y un punto de vista que existe en la sociedad? (Sí). “Todo el mundo dice que criar hijos ayuda a que se te cuide en la vejez. Que te preparen una comida resulta una complicación, ni hablar que te atiendan en la vejez. ¡No cuentes con ello!”. ¿Qué clase de afirmación es esta? ¿Acaso no son un montón de quejas? (Sí). ¿De dónde surge tanto refunfuñar? ¿Acaso no es porque las expectativas de los padres son demasiado altas? Les imponen estándares y condiciones, les exigen que sean buenos hijos, considerados, que obedezcan cada palabra que digan una vez que crezcan, que hagan lo que sea necesario para ser filiales y que cumplan con sus obligaciones de hijo. Una vez que has establecido estas exigencias y estándares, hagan lo que hagan, a los hijos se les hace imposible satisfacerlos, tú refunfuñas sin cesar y acumulas un montón de quejas. Con independencia de lo que hagan, lamentarás haberlos engendrado, te parecerá que las pérdidas no compensan las ganancias y que no has recuperado la inversión. ¿Me equivoco? (No). ¿Será porque tu objetivo a la hora de criar a tus hijos no es el adecuado? (Sí). ¿Es acertado o no provocar tales consecuencias? (No lo es). Es un error que surjan, y está claro que tu objetivo inicial al criarlos tampoco era el correcto. La crianza es, en sí misma, una responsabilidad y una obligación de los seres humanos. En su origen estaba ligada al instinto humano y más tarde se convirtió en una obligación y una responsabilidad. No es necesario que sean buenos hijos ni que mantengan a sus padres durante su vejez, ni se trata de que la gente solo deba tener hijos porque se espera de ellos que sean filiales. El origen de este objetivo es, en sí mismo, impuro, de modo que, en última instancia, lleva a la gente a expresar este tipo de pensamiento y punto de vista erróneo: “Oh, cielos, hagas lo que hagas, no críes hijos”. Como el objetivo es impuro, los pensamientos y puntos de vista resultantes también son incorrectos. Así pues, ¿no es necesario corregirlos y desprenderse de ellos? (Sí). ¿De qué manera nos desprendemos de ellos y los corregimos? ¿Qué tipo de objetivo a lograr se considera puro? ¿Qué clase de pensamiento y punto de vista es el correcto? En otras palabras, ¿cuál es la manera acertada de manejar la relación con los hijos? Ante todo, criarlos es elección tuya, tú los engendraste voluntariamente y ellos desempeñaron un rol pasivo en su nacimiento. Aparte de la tarea y la responsabilidad de producir descendencia que Dios les concedió a los humanos y dejando de lado la ordenación de Dios, la razón subjetiva y el punto de partida de los padres es que estuvieron dispuestos a alumbrar a sus hijos. Si estás dispuesto a ello, deberías criarlos y nutrirlos hasta que sean adultos y permitir que se vuelvan independientes. Estás dispuesto a tener hijos y ya has ganado mucho al criarlos, te has beneficiado mucho. Para empezar, mientras vivías con ellos, has disfrutado de una época alegre y del proceso de la crianza. Aunque este proceso haya tenido sus altibajos, es necesario para la humanidad y, en su mayor, parte estuvo colmado de la felicidad que representa acompañar a tus hijos o que ellos te acompañaran a ti. Lo has disfrutado y ellos ya te han premiado en gran medida, ¿verdad? Los hijos traen felicidad y compañía a sus padres y son ellos los que, mediante su esfuerzo y la inversión de su tiempo y energía, llegan a ver cómo estas pequeñas vidas se convierten poco a poco en adultas. Sus hijos empiezan siendo vidas jóvenes y despistadas que no saben nada en absoluto y poco a poco aprenden a hablar, a adquirir la capacidad de juntar palabras, a aprender y distinguir diversos tipos de conocimientos, a mantener conversaciones y comunicarse con sus padres y a contemplar las cosas desde una postura equitativa. Este es el tipo de proceso que atraviesan los padres. A sus ojos, ningún otro acontecimiento o rol puede reemplazarlo. Los padres ya han disfrutado y obtenido estas cosas de sus hijos y para ellos supone un gran consuelo y una recompensa. Efectivamente, solo por el hecho de tener y criar hijos, ya has ganado mucho de ellos. En cuanto a si son buenos hijos, a si puedes contar con ellos antes de morir y a lo que puedes obtener de ellos, se trata de aspectos que dependen de si estáis destinados a vivir juntos y de la ordenación de Dios. Por otra parte, la clase de entorno en el que viven tus hijos, sus condiciones de vida y si estas le permiten cuidar de ti, si no tienen problemas económicos y si disponen de dinero extra para aportarte disfrute material y asistencia, también depende de la ordenación de Dios. Además, desde tu perspectiva subjetiva de padre, que tu destino sea disfrutar de las cosas materiales, el dinero o el consuelo emocional que te den tus hijos, también depende de la ordenación de Dios. ¿No es así? (Sí). No les corresponde a los humanos pedirlas. Como ves, a algunos padres no les gustan sus hijos y no están dispuestos a vivir con ellos, pero Dios ha ordenado que convivan, así que no pueden viajar lejos ni dejar a sus padres. Están atrapados con ellos para toda la vida, no podrías separarlos ni aunque lo intentaras. Algunos hijos, por otra parte, tienen padres que están muy dispuestos a estar con ellos, son inseparables, siempre se echan de menos, pero por diversas razones, no les resulta posible residir en la misma ciudad o incluso en el mismo país. Es difícil para ellos verse las caras y hablar. Aunque se hayan desarrollado tanto los métodos de comunicación y sea posible hacer videollamadas, sigue siendo diferente a vivir juntos un día sí y otro también. Por cualquier motivo, los hijos se van al extranjero, trabajan, viven en otro lugar después de casarse o cualquier otra cosa, y una larga, larga distancia los separa de sus padres. No es fácil coincidir ni una sola vez y hacer una llamada o una videollamada depende de la hora. Debido a las diferencias horarias o a otros inconvenientes, no tienen la posibilidad de comunicarse con sus padres muy a menudo. ¿Con qué se relacionan estos aspectos importantes? ¿No están todos relacionados con la ordenación de Dios? (Sí). No es algo que se pueda decidir a partir de los deseos subjetivos del padre o del hijo. La mayoría depende de la ordenación de Dios. En otro respecto, a los padres les preocupan la posibilidad de contar con sus hijos en el futuro. ¿Para qué quieres contar con ellos? ¿Para que te sirvan té o agua? ¿Qué clase de dependencia es esa? ¿No puedes hacerlo solo? Si estás sano y eres capaz de moverte y cuidar de ti mismo, de hacerlo todo por tu cuenta, ¿acaso no es maravilloso? ¿Por qué tienes que depender de otros para que te sirvan? ¿De veras la felicidad es disfrutar del cuidado y la compañía de tus hijos, además de que te sirvan tanto en la mesa como fuera de ella? No necesariamente. Si eres incapaz de moverte y es realmente necesario que tengan que servirte de esa manera, ¿es eso la felicidad para ti? Si te dieran a elegir, ¿elegirías estar sano y no necesitar del cuidado de tus hijos, o escogerías estar paralizado en la cama con ellos a tu lado? ¿Qué escogerías? (Estar sano). Es mucho mejor estar sano. Ya vivas hasta los 80, los 90 o incluso los 100 años, puedes seguir ocupándote de ti mismo. Es una buena calidad de vida. Aunque puede que te hagas mayor, tu ingenio se vuelva más lento, tengas mala memoria, comas menos, hagas las cosas más despacio y peor, y salir no resulte tan cómodo, no deja de ser estupendo que puedas ocuparte de tus necesidades básicas. Basta con recibir de vez en cuando una llamada de tus hijos para saludarte o que vengan a casa a quedarse contigo durante las vacaciones. ¿Para qué exigirles más? Dependes siempre de tus hijos; ¿solo serás feliz cuando se conviertan en tus esclavos? ¿No resulta egoísta pensar así? Siempre estás exigiendo que sean buenos hijos y que puedas contar con ellos; ¿para qué? ¿Contaban tus padres contigo? Si ni siquiera tus padres pudieron contar contigo, ¿por qué crees que deberías contar con tus propios hijos? ¿Acaso no es eso ser irracional? (Sí).
En cuanto al asunto de que los padres esperen que sus hijos manifiesten respeto por los lazos filiales que los unen, por una parte, deben saber que todo está instrumentado por Dios y depende de Su ordenación. Por otra, la gente tiene que ser razonable. Dar a luz a sus hijos es una experiencia que, por su naturaleza, resulta especial en la vida de los padres. Ya se han beneficiado en gran medida de sus hijos y han llegado a apreciar las penas y las alegrías de ser padres. Para sus vidas, este proceso es rico en experiencias y, además, memorable. Compensa los defectos y la ignorancia que existen en su humanidad. Como padres, ya han obtenido lo que les correspondía ganar por criar a sus hijos. Si no están contentos con esto, exigen que les sirvan como cuidadores o esclavos y esperan que les muestren piedad filial como retribución por haberlos criado, que cuiden de ellos en su vejez, los despidan con un entierro, los metan en un ataúd, impidan que su cuerpo se pudra en su casa, derramen lágrimas amargas cuando fallezcan, estén de luto y los lloren durante tres años, etcétera. Permitir que sus hijos se sirvan de esto para devolver su deuda se vuelve entonces irracional e inhumano. Mira, en cuanto a las enseñanzas de Dios referidas a la manera en la que los hijos deben tratar a sus padres, Él solo les pide que sean buenos, pero de ningún modo les exige que los mantengan hasta su muerte. Dios no le encomienda a nadie esa responsabilidad y obligación, nunca dijo nada semejante. Dios solo les aconseja a los hijos que sean buenos con sus padres. Mostrar piedad filial a los padres es una declaración general de amplio alcance. En concreto, ahora significa cumplir con tus responsabilidades en la medida de tus capacidades y condiciones, con eso basta. Es así de simple, es lo único que les pide. Por tanto, ¿cómo deben entender esto los padres? Dios no exige “Los hijos deben ser buenos con sus padres, cuidarlos en la vejez y despedirlos”. Por tanto, los padres deberían desprenderse de su egoísmo y no esperar que toda la existencia de sus hijos gire en torno a ellos solo porque les dieron la vida. Si los hijos no giran alrededor de los padres y no los consideran el centro de sus vidas, no está bien que los padres los regañen constantemente, les minen la conciencia y les digan cosas como: “No eres buen hijo, eres desagradecido y desobediente, e incluso después de haberte criado durante tanto tiempo no he logrado confiar en ti”. Siempre regañan a sus hijos así y les imponen cargas. Les exigen que sean buenos hijos y los acompañen, que los cuiden en la vejez y los entierren, y que piensen constantemente en ellos, vayan donde vayan; es un modo de proceder inherentemente erróneo y corresponde a un pensamiento y una idea inhumanos. Este tipo de pensamiento puede existir en mayor o menor medida en distintos países o entre diferentes etnias, pero si analizamos la cultura china tradicional, encontramos que los chinos hacen particular hincapié en la piedad filial. Desde tiempos pasados hasta el presente, ha sido motivo de discusión y se la ha destacado como parte de la humanidad de las personas y como estándar que permite medir su calidad moral. Por supuesto, en la sociedad existe, además, una práctica común y una opinión generalizada que indica que, si los hijos no se comprometen con el vínculo familiar, sus padres también se sentirán avergonzados y los hijos serán incapaces de soportar esta marca en su reputación. Debido a la influencia de varios factores, los padres han sido profundamente influenciados por este pensamiento tradicional y les exigen que sean buenos hijos, sin pensarlo ni discernirlo. ¿Qué finalidad tiene criar a los hijos? No es para tus propios fines, sino que se trata de una responsabilidad y una obligación que Dios te ha encomendado. Por una parte, criar a los hijos está ligado al instinto humano, mientras que por otra es parte de la responsabilidad humana. Eliges engendrar a hijos motivado por el instinto y la responsabilidad, no en aras de prepararte para la vejez y de que te cuiden cuando seas mayor. ¿Acaso no es correcto este punto de vista? (Sí). ¿Pueden evitar envejecer aquellos que no tienen hijos? ¿Significa envejecer que necesariamente uno vaya a ser desdichado? No necesariamente, ¿verdad? La gente sin hijos puede, aun así, vivir hasta la vejez y algunos hasta permanecen saludables, disfrutan de sus últimos años y se van en paz a la tumba. ¿Puede la gente con hijos disfrutar con toda seguridad de sus últimos años siendo felices y permaneciendo sanos? (No necesariamente). Por tanto, la salud, la felicidad y las condiciones de vida de los padres que alcanzan la vejez, además de la calidad de su vida material, en realidad, poco tienen que ver con que sus hijos sean buenos, y no existe relación directa entre estos dos factores. Tus condiciones de vida y la calidad de la misma, así como tu estado físico durante la vejez, guardan relación con lo que Dios ha ordenado para ti y el entorno vital que Él ha dispuesto para ti, y no se relacionan en absoluto con si tus hijos son buenos o no contigo. Ellos no tienen la obligación de cargar con la responsabilidad de tus condiciones de vida durante tus últimos años. ¿Me equivoco? (No). Por tanto, independientemente de los comportamientos que manifiesten hacia sus padres, ya estén dispuestos a cuidar de ellos, a hacerlo de manera deficiente o a no cuidarlos en absoluto, es su actitud como hijos. Dejemos de lado de momento la perspectiva de los hijos y hablemos en su lugar solo desde la de los padres. No deberían exigirles ser buenos hijos, que los cuiden durante la vejez y lleven la carga de sus últimos años; no hay necesidad. Por una parte, es una actitud que deberían mostrar hacia sus hijos y, por otra, tiene que ver con la dignidad que deberían poseer. Por supuesto, hay un aspecto más importante, el principio al que los padres, como seres creados, deben atenerse al tratar a sus hijos. Si son atentos, respetan la relación filial y están dispuestos a cuidarte, no hace falta que los rechaces; si no están dispuestos a hacerlo, no es necesario que te quejes y lloriquees todo el día, ni que te sientas internamente molesto o insatisfecho ni que les guardes rencor. Deberías responsabilizarte y llevar la carga de tu propia vida y tu supervivencia en la medida que te sea posible y no deberías delegársela a nadie, menos a tus hijos. Deberías afrontar de manera proactiva y correcta una vida sin la compañía ni la ayuda de tus hijos y saber que, aunque vivas alejado de ellos, puedes, aun así, afrontar por tu cuenta cualquier cosa que te surja en la vida. Naturalmente, si necesitas ayuda de tus hijos para algo esencial, puedes pedírsela, pero no debería ser pensando que han de ser buenos hijos contigo ni que cuentas con ellos. En su lugar, ambas partes deberían enfocarse en hacer cosas el uno por el otro desde la perspectiva del cumplimiento del deber, de modo que manejen la relación entre padre e hijo con prudencia. Por supuesto, si ambas partes son prudentes, se dan espacio y se respetan mutuamente, no cabe duda de que, a la larga, serán capaces de llevarse mejor y con mayor armonía y de apreciar este afecto familiar, el cuidado, el interés y el amor que sienten el uno por el otro. Sin duda, hacer estas cosas con base en el respeto y el entendimiento mutuo es lo más humano y apropiado. ¿No es así? (Sí). Cuando los hijos puedan lidiar con las responsabilidades o llevarlas a cabo correctamente y, como su padre o madre, ya no les impongas exigencias excesivas o superfluas, te darás cuenta de que todo lo que hacen es bastante natural y normal, y te va a parecer muy bien. Ya no los tratarás con el mismo ojo crítico que antes, nada de lo que hagan te parecerá desagradable, equivocado o insuficiente para retribuir la deuda de haberlos criado. Por el contrario, lo afrontarás todo con la actitud adecuada, le agradecerás a Dios la compañía y la piedad filial que aportan tus hijos y pensarás que son lo suficientemente decentes y humanos. Incluso sin la compañía y la piedad filial de tus hijos, no vas a culpar a Dios, ni lamentarás haberlos criado, y mucho menos los odiarás. En resumen, es fundamental que los padres afronten correctamente cualquier actitud que tengan sus hijos hacia ellos mismos. Afrontarlo de la manera adecuada implica no depositar exigencias excesivas ni comportarse con ellos de manera extrema y, desde luego, no hacer críticas o juicios inhumanos o negativos sobre todo lo que hacen. De este modo, empezarás a vivir con dignidad. Como padre o madre, debes disfrutar de todo aquello que Dios te da en función de tu propia capacidad, condiciones y, por supuesto, la ordenación de Dios, y si no te da nada, debes estar también agradecido y someterte a Él. No deberías compararte con nadie ni decir: “Mira la familia de tal o cual, su hijo es bueno con sus padres, siempre los lleva por ahí con el coche y se van de vacaciones al sur. A la vuelta siempre vienen cargados de bolsas de todos los tamaños. ¡Es tan buen hijo! No hay más que verlo, es alguien en el que pueden confiar. Tendrías que criar a un hijo así para tener a alguien que cuide de ti en la vejez. Ahora, fíjate en el nuestro. Viene a casa con las manos vacías y nunca nos compra nada, y ya no se trata solo de eso, además es que apenas viene si no lo llamo. Pero cuando aparece, lo único que busca es comida y bebida, y ni siquiera quiere hacer ninguna tarea”. Así que, no lo llames para que venga. Si lo haces, ¿no te estás buscando desdichas? Sabes que cuando venga a casa comerá y beberá gratis, así que ¿por qué llamarlo? Si no tienes ningún motivo para hacerlo, ¿le seguirías pidiendo que vaya a casa? ¿No es simplemente porque te estás rebajando y siendo egoísta? Siempre quieres confiar en él, con la esperanza de no haberlo criado en vano, de que alguien que criaste tú mismo no sea un ingrato desalmado. Pretendes demostrar, en todo momento, que no es un desagradecido sin corazón, que es un buen hijo. ¿De qué sirve hacerlo? ¿No puedes vivir bien tu propia vida? ¿Eres incapaz de vivir sin hijos? (Sí). Puedes continuar con tu vida. Existen demasiados ejemplos como este, ¿verdad?
Alguna gente se aferra a una noción podrida y caduca, dice: “No importa si la gente tiene hijos para que sean buenos con ella, ni si estos no lo manifiestan mientras los padres están con vida, pero cuando mueren, deben sacarlos en un ataúd. Si no tienen a sus hijos junto a ellos, nadie se dará cuenta de que han muerto y su cuerpo se pudrirá en su casa”. ¿Y si nadie se entera? Cuando mueres, estás muerto y dejas de ser consciente de todo. Cuando tu cuerpo perece, tu alma lo abandona de inmediato. No importa dónde se halle tu cuerpo o qué aspecto tenga después de morir, ¿acaso no está muerto de todas formas? Aunque se lo transporte en un ataúd durante un gran funeral y se lo entierre, se va a pudrir igual, ¿verdad? La gente piensa: “Tener hijos a tu lado para meterte en un ataúd, para que se pongan ropa acorde a la situación y se maquillen y organicen un gran funeral es algo maravilloso. Si mueres sin que nadie te organice un funeral o te despida, es como si tu vida no tuviera una conclusión adecuada”. ¿Es correcta esta idea? (No). Hoy en día, los jóvenes no le prestan mucha atención a estas cosas, pero sigue habiendo personas en zonas remotas y gente anciana algo ignorante que tienen el pensamiento y punto de vista plantado en lo más profundo de su corazón, de que los hijos deben cuidar de los padres en la vejez y despedirlos. Da igual cuánto compartas sobre la verdad, no la aceptan, ¿cuál es la consecuencia última de esto? Sufren mucho. Este tumor lleva mucho tiempo escondido dentro de ellos y los envenena. Cuando lo extraigan y lo eliminen, ya no los envenenará y sus vidas serán libres. Los pensamientos equivocados causan todo tipo de acciones erróneas. Si temen morir y pudrirse en su casa, siempre pensarán: “Tengo que criar a un hijo. No puedo permitir que se vaya muy lejos cuando crezca. ¿Qué pasa si no está a mi lado cuando me muera? ¡Si no tengo a nadie que cuide de mí en la vejez o que me despida, me arrepentiré toda la vida! Si cuento con alguien para que lo haga por mí, no habré vivido en vano. Sería una vida perfecta. Pase lo que pase, no quiero quedar en ridículo frente a mis vecinos”. ¿Acaso no es una ideología podrida? (Sí). Es estrecha de miras y degenerada, le da demasiada importancia al cuerpo físico. Este no tiene ningún valor en realidad. Tras experimentar el nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte, no queda nada. Solo si la gente ha ganado la verdad durante la vida, vivirá para siempre cuando se salve. Si no has obtenido la verdad, cuando tu cuerpo muera y se descomponga, no quedará nada. Da igual lo buenos que sean tus hijos contigo, no serás capaz de disfrutarlo. Cuando una persona muere y sus hijos la entierran en un ataúd, ¿puede sentir algo ese viejo cuerpo? ¿Es capaz de notar nada? (No). No percibe nada en absoluto. Pero en la vida, la gente le da mucha importancia a este asunto, impone muchas exigencias relacionadas con la posibilidad de que la despidan, lo cual es una necedad, ¿verdad? (Sí). Algunos hijos les dicen a sus padres: “Creemos en Dios. Mientras estéis vivos, seremos buenos hijos contigo, te cuidaremos y te serviremos, pero cuando mueras, no te organizaremos un funeral”. Cuando los padres oyen esto, se enfadan. No les enfada ninguna otra cosa que digas, pero en cuanto lo mencionas, explotan y dicen: “¿Qué has dicho? ¡Te voy a partir las piernas, mal hijo! Ojalá no te hubiera engendrado, ¡te mataré!”. Ninguna otra cosa que digas provoca su enojo, excepto esto. Los hijos dispusieron de muchas oportunidades de tratarlos bien a lo largo de su vida, pero insistieron en que les dieran el último adiós. Dado que sus hijos empezaron a creer en Dios, les dijeron: “Cuando mueras, no celebraremos ninguna ceremonia: te cremaremos y buscaremos un lugar donde guardar la urna. Mientras estés vivo, te dejaremos disfrutar de la bendición de tenernos cerca, te proporcionaremos comida y ropa, evitaremos que te agravien”. ¿No es esto realista? Los padres responden: “Nada de eso importa. Cuando muera, quiero que me organicéis un funeral. Si no te ocupas de mí en la vejez ni me haces una despedida, ¡no lo perdonaré nunca!”. Cuando una persona es así de necia, no puede entender un razonamiento tan simple, y da igual cómo se lo expliques, seguirá sin comprenderlo: es como un animal. Por consiguiente, si persigues la verdad, lo primero, como padre o madre, es desprenderte de los pensamientos y puntos de vista tradicionales, podridos y degenerados en torno a si tus hijos te manifiestan amor filial, si te cuidan en la vejez y te despiden con un entierro, y abordar este asunto adecuadamente. Si tus hijos respetan los lazos filiales que poseen contigo, acéptalo de la manera adecuada. Pero si no poseen las condiciones, la energía o el deseo de respetarlo, y cuando envejeces no pueden quedarse a tu lado para cuidarte, no hace falta que se lo exijas ni que te sientas triste. Todo está en manos de Dios. El nacimiento tiene su momento, la muerte su lugar, y Dios ha ordenado dónde nace y muere la gente. Aunque tus hijos te hagan promesas, te dicen: “Cuando mueras, no cabe duda de que estaré a tu lado; no te decepcionaré nunca”. Dios no ha instrumentado estas circunstancias. Cuando estés a punto de morir, puede que tus hijos no estén a tu lado y, por mucho que se den prisa en volver, puede que no lleguen a tiempo y no alcancen a verte una última vez. Es posible que hayan pasado entre tres y cinco días desde que exhalaras tu último aliento, tu cuerpo ya casi se haya descompuesto y sea entonces cuando vuelvan. ¿Valen de algo sus promesas? Ni siquiera son capaces de ser amos de su propia vida. Esto ya te lo he dicho, pero, simplemente, no te lo crees. Insistes en hacérselos prometer. ¿Tienen valor sus promesas? Te satisfaces a ti mismo con ilusiones y crees que tus hijos pueden atenerse a sus promesas. ¿De verdad lo crees? No pueden. Dónde van a estar y qué van a hacer cada día, así como lo que les deparará el futuro, es algo que ni siquiera ellos mismos saben. En realidad, sus promesas sirven para engañarte, te brindan una falsa sensación de seguridad y tú te las crees. Sigues sin comprender que el destino de una persona está en manos de Dios.
¿Hasta qué punto están los padres y sus hijos destinados a estar juntos? ¿Cuánto pueden obtener los padres de sus hijos? Los no creyentes se refieren a esto como “recibir ayuda” o “no recibir ayuda”. No sabemos lo que significa. Al final, la posibilidad de contar o no con tus hijos está, lisa y llanamente, predestinada y ordenada por Dios. Todo no sale exactamente como uno lo desea. Por supuesto, todo el mundo quiere que las cosas vayan bien y cosechar beneficios de sus hijos. Pero ¿por qué no has considerado nunca si estás destinado a ello, si está escrito en tu destino? De la ordenación de Dios depende cuánto va a durar el vínculo entre tú y tus hijos, si cualquier trabajo que hagas en la vida va a tener alguna conexión con ellos, si Dios ha dispuesto que tus hijos participen en los acontecimientos significativos de tu vida y si ellos estarán entre las personas implicadas cuando experimentes un gran evento en tu vida. Si Él no lo ha ordenado, después de criarlos hasta la edad adulta, aunque no los eches tú de casa, ellos mismos se irán por su cuenta llegado el momento. Es necesario que la gente comprenda este asunto. Si eres incapaz de entenderlo, siempre te aferrarás a deseos y exigencias personales y establecerás diversas reglas, a la vez que aceptarás diferentes ideologías en aras de tu propio disfrute físico. ¿Qué sucederá al final? Lo averiguarás cuando mueras. Has cometido un montón de necedades en tu vida y se te han cruzado por la cabeza ideas para nada realistas que no concuerdan con los hechos ni con la ordenación de Dios. ¿No será demasiado tarde si te das cuenta de todo esto en tu lecho de muerte? ¿Acaso no es así? (Sí). Aprovecha que sigues vivo y que todavía tienes la capacidad para pensar con claridad y comprender aquello que es positivo y puedes aceptarlo con rapidez. Aceptarlo no significa que lo conviertas en una teoría ideológica o una consigna, sino que intentas hacerlo y ponerlo en práctica. Despréndete paulatinamente de tus propias ideas y de tus deseos egoístas y no pienses que, como padre o madre, cualquier cosa que hagas es correcta y aceptable, o que tus hijos deberían aceptarla. Esta clase de razonamiento no existe en ningún lugar del mundo. Los padres son seres humanos, ¿acaso no lo son sus hijos? No son tus accesorios ni tus esclavos; son seres creados independientes. ¿Qué tiene que ver contigo que sean buenos hijos o no? Por tanto, no importa qué clase de padre o madre seas, la edad de tus hijos o si estos han llegado a la edad de comprometerse con vuestro vínculo filial o de vivir por su cuenta, desde tu lugar, deberías adoptar estas ideas y establecer los pensamientos y puntos de vista correctos respecto a cómo tratar a tus hijos. No hay que llegar a extremos, ni medirlo todo según esos pensamientos y puntos de vista erróneos, decadentes o anticuados. Puede que concuerden con las nociones e intereses humanos y con las necesidades físicas y emocionales de los seres humanos, pero no son la verdad. Con independencia de si piensas que son apropiados o no, al final, tales pensamientos y puntos de vista solo pueden traerte diversos problemas y cargas, meterte en varios aprietos y provocar que les reveles a tus hijos tu impulsividad. Tú vas a expresar tu razonamiento, ellos el suyo, y al final os odiaréis y os culparéis el uno al otro. La familia ya no se comportará como tal, os volveréis en contra unos de otros y os convertiréis en enemigos. Si todos aceptan la verdad y los pensamientos y puntos de vista correctos, estos asuntos serán fáciles de afrontar y se resolverán las diferencias y disputas que surjan de ellos. Sin embargo, si insisten en las nociones tradicionales, estos problemas no solo quedarán sin resolver, sino que las contradicciones serán más profundas. La cultura tradicional no es un criterio en sí mismo para evaluar los asuntos. Está relacionada con la humanidad, pero también está compuesta de cuestiones de la carne como los afectos, los deseos egoístas y la impulsividad de la gente. Por supuesto, también trae consigo un elemento esencial de la cultura tradicional, la hipocresía. Las personas se sirven de lo buenos que son sus propios hijos para demostrar que los educaron bien y poseen humanidad. De igual modo, los hijos se sirven de lo correcto de su trato hacia sus padres para demostrar que no son desagradecidos sino caballeros y señoras tan humildes como modestos y, de esta manera, ganan una posición entre diversas razas y grupos de la sociedad y lo convierten en su medio de supervivencia. Es, esencialmente, el aspecto más hipócrita y básico de la cultura tradicional y no constituye un criterio para evaluar ningún asunto. Por tanto, los padres deberían desprenderse de estas exigencias hacia sus hijos y, al momento de tratarlos y contemplar sus actitudes hacia ellos, deberían emplear los pensamientos y puntos de vista correctos. Si no posees ni entiendes la verdad, al menos deberías observarla desde la perspectiva de la humanidad. ¿Cómo la ve uno desde la perspectiva de la humanidad? Los hijos que viven en esta sociedad, en distintos grupos, puestos de trabajo y clases sociales, no tienen una vida fácil. Hay cosas que han de afrontar y con las que han de lidiar en varios entornos diferentes. Tienen su propia vida y un destino establecido por Dios. Cuentan, además, con sus propios métodos de supervivencia. Por supuesto, en la sociedad moderna, las presiones a las que se somete a cualquier persona independiente son muy grandes. Se enfrentan a problemas de supervivencia, a las relaciones entre superiores y subordinados, a problemas relacionados con los hijos, etcétera. La presión que implica todo esto es enorme. Para ser justos, nadie lo tiene fácil. En especial, nadie tiene una vida sencilla en el entorno caótico y acelerado de hoy en día, sobrado de competencia y conflictos sangrientos por todas partes, a todos se nos hace bastante difícil. No voy a meterme en cómo ha surgido todo esto. Al vivir en tal entorno, si una persona no cree en Dios y no cumple con su deber, no le queda otra senda que tomar. La única de la que dispone es la de perseguir el mundo y adaptarse constantemente a él, mantenerse con vida y esforzarse por su futuro y supervivencia a toda costa, a fin de sobrellevar cada día. De hecho, para ellos cualquier día es doloroso y una lucha. Por tanto, si los padres además continúan exigiendo que sus hijos hagan esto o aquello, para colmo de males, su cuerpo y su mente acabarán destrozados y martirizados. Los padres cuentan con sus propios círculos sociales, estilos de vida y entornos vitales, y los hijos tienen sus propios entornos y espacios vitales, así como contextos para vivir. Si los padres intervienen o les exigen demasiado, si les piden que hagan esto y aquello para así retribuir los esfuerzos que en su día hicieron por ellos, resulta bastante inhumano visto desde esta perspectiva, ¿verdad? Al margen de cómo vivan o sobrevivan sus hijos o de las dificultades que afronten en la sociedad, los padres no tienen ninguna responsabilidad ni obligación de hacer nada por ellos. Ahora bien, también deben abstenerse de agregar problemas o cargas a la complicada vida de sus hijos o a sus difíciles situaciones vitales. Eso deberían hacer. No les pidas demasiado a tus hijos ni los culpes en exceso. Los deberías tratar de manera justa e igualitaria y tener en cuenta su situación con empatía. Por supuesto, los padres también deberían ocuparse de sus propias vidas. De este modo, los hijos respetarán a los padres y estos serán dignos de su estima. Como padre o madre, si crees en Dios y desempeñas tus deberes, con independencia de los que cumplas en la casa de Dios, no tendrás tiempo de pensar acerca de cosas como exigirles a tus hijos que sean buenos contigo, ni confiarás en que te cuidarán en la vejez. Si todavía hay personas así, no se trata de auténticos creyentes y resulta evidente que no persiguen la verdad. Todos son atolondrados e incrédulos. ¿No es así? (Sí). Si los padres están ocupados con el trabajo y los deberes que han de cumplir, desde luego, no deberían cuestionar el amor filial de sus hijos. Si siempre lo mencionan y dicen: “No son buenos hijos, no puedo confiar en ellos y no van a poder mantenerme en la vejez”, significa que no son más que unos indolentes y unos vagos que buscan problemas sin motivo. ¿No es así? ¿Qué deberíais hacer al encontraros con padres semejantes? Darles una lección. ¿Cómo? Limitaos a decirles: “¿Acaso no puedes vivir por tu cuenta? ¿Has llegado a un punto en el que ya no puedes comer ni beber? ¿En el que eres incapaz de sobrevivir? Si puedes vivir, entonces adelante, vive; si no, ¡muérete!”. ¿Os atrevéis a decir algo así? Decidme, ¿resulta inhumano decirlo? (No me atrevo a hacerlo). No os atrevéis, ¿verdad? No soportáis decirlo. (Eso es). Podréis cuando os hagáis un poco mayores. Si tus padres han hecho demasiadas cosas irritantes, serás capaz de decirlo. Han sido muy buenos contigo y nunca te hicieron daño; si te lo hicieron, podrás ser capaz de expresarlo. ¿Me equivoco? (No). Si siempre te exigen que regreses a casa, si te dicen: “¡Vuelve a casa y tráeme dinero, hijo ingrato!”, y te regañan y te maldicen todos los días, entonces podrás decirlo. Afirmarás: “Si eres capaz de vivir, adelante, vive; si no, ¡muérete! ¿Acaso no puedes seguir viviendo sin hijos? Fíjate en esos ancianos que nunca los tuvieron, ¿consideras que no viven bien y no son lo suficientemente felices? Se ocupan de su propia vida día tras día y si tienen algo de tiempo libre, salen a pasear y ejercitan su cuerpo. Su vida parece bastante plena, un día tras otro. Mírate a ti, no te falta de nada, ¿por qué no puedes entonces seguir viviendo? ¡Te estás rebajando y mereces morir! ¿Hemos de ser buenos hijos contigo? No somos tus esclavos ni tu propiedad privada. Debes caminar por tu propia senda y no estamos obligados a cargar con esta responsabilidad. Te hemos dado suficiente para comer, para vestirte y para tus gastos. ¿Por qué enredas? Si sigues igual, ¡te mandaremos a una residencia!”. Así es como hay que lidiar con semejantes padres, ¿verdad? No puedes consentirlos. Si sus hijos no están allí para ocuparse de ellos, lloran y gimotean todo el día, como si se les cayera el mundo encima, como si no fueran capaces de seguir viviendo. Si no pueden vivir, que se mueran y lo comprueben por sí mismos; pero no van a morir, aprecian demasiado sus vidas. Su filosofía de vida es depender de otros para vivir mejor, más libres y de manera caprichosa. Han de construir su alegría y su felicidad sobre el sufrimiento de sus hijos. ¿Acaso no deberían morir estos padres? (Sí). Si los hijos les brindan compañía y los sirven todos los días, se sienten felices, alegres y orgullosos, mientras que sus hijos tienen que sufrir y aguantar. ¿No merecen morir estos padres? (Sí).
Concluyamos nuestra charla de hoy acerca del último punto vinculado a las expectativas de los padres hacia su descendencia. ¿Ha quedado clara la cuestión relativa al enfoque de los padres respecto a si sus hijos son buenos y dignos de confianza, a si cuidan de ellos en su vejez y los despiden? (Sí). Como padres, no deberías hacer tales exigencias, tener esos pensamientos y puntos de vista, ni depositar tales esperanzas en tus hijos. No te deben nada. Criarlos es tu responsabilidad, que lo hagas bien o mal ya es otra cuestión. No te deben nada. Son buenos contigo y te cuidan meramente para cumplir con una responsabilidad, no para retribuir ninguna deuda, ya que no te deben nada. Por tanto, no están obligados a ser buenos hijos ni a ser alguien del que puedas depender y en el que confiar. ¿Lo entiendes? (Sí). Cuidan de ti, puedes confiar en ellos y te dan algo de dinero para tus gastos; esa es su única responsabilidad como hijos, no ser buenos. Ya hemos mencionado antes la metáfora de los cuervos que alimentan a sus padres y los corderos que se arrodillan para mamar. Incluso los animales entienden esta doctrina y la llevan a cabo, ¡desde luego que los humanos también deberían hacerlo! Los humanos son las criaturas más avanzadas entre todos los seres vivos, Dios los creó con pensamientos, humanidad y sentimientos. Como seres humanos, lo entienden sin que haga falta enseñarles. Que los hijos sean buenos o no depende en gran medida de si Dios ha ordenado que exista un destino entre vosotros dos, de si va a existir una relación complementaria y de apoyo mutuo entre ambos, y de si puedes disfrutar de esta bendición. En particular, depende de si tus hijos poseen humanidad. Si de verdad poseen conciencia y razón, no hace falta que los eduques, pues lo entenderán desde una edad temprana. Si lo entienden todo desde muy jóvenes, ¿no crees que entenderán más, si cabe, a medida que se hagan mayores? ¿Me equivoco? (No). Desde una edad temprana, entienden doctrinas como: “Ganar dinero para gastarlo en mamá y papá es lo que hacen los niños buenos”, así que, ¿acaso no lo entenderán mejor cuando crezcan? ¿Hace falta todavía que se los eduque? ¿Aún tienen los padres que enseñarles tales lecciones ideológicas? No es necesario. Por tanto, es de necios que los padres exijan a sus hijos que sean buenos, cuiden de ellos en la vejez y los despidan. ¿No son seres humanos los hijos que engendras? ¿Acaso son árboles o flores de plástico? ¿De verdad no lo entienden, de verdad hace falta educarlos? Hasta los perros lo entienden. Fíjate, cuando dos perritos están con su madre, si otros perros se ponen a correr hacia ella y a ladrarle, no lo consienten. Protegen a su madre desde detrás de la valla y no permiten que le ladren. Lo entienden hasta los perros, ¡por supuesto que los humanos también deberían entenderlo! No hace falta enseñarles. Los seres humanos son capaces de cumplir con sus responsabilidades y los padres no necesitan inculcarles a sus hijos este tipo de pensamientos: ellos lo harán por su cuenta. Por más que suceda en las condiciones adecuadas, si no poseen humanidad, no lo harán. En cambio, cuando poseen humanidad y se dan las condiciones propicias, lo harán de forma natural. Por consiguiente, a los padres no les hace falta exigirles, alentarlos o culparlos respecto a si son o no buenos hijos. Todo eso es innecesario. Si puedes disfrutar de la piedad filial de tus hijos, cuenta como una bendición. Si no, no te supone una pérdida. Dios lo ha dispuesto todo, ¿verdad? Bien, vamos a terminar aquí por hoy nuestra charla. ¡Adiós!
27 de mayo de 2023