65. La semejanza humana se logra resolviendo la arrogancia
En marzo de 2017, comencé a hacer trabajos de diseño gráfico para la iglesia, en su mayoría pósteres de películas y viñetas. Al comienzo no conocía bien el aspecto técnico, así que constantemente aprendía principios y habilidades de diseño. Con modestia, pedía ayuda a hermanas y hermanos y procuraba aplicar a mis diseños los consejos de los demás. Con el tiempo, ya manejaba mejor las destrezas que necesitaba para el deber. Mis viñetas se publicaban en línea y la tasa de clics era bastante buena. Un póster en particular, para un documental, fue muy elogiado por varios hermanos y hermanas. La gente me consultaba mucho sobre asuntos técnicos, así que sentía que tenía verdadero talento en el área de diseño gráfico. Sin darme cuenta me volví arrogante.
Luego, mientras diseñaba viñetas, algo más fácil que los pósteres de películas, sentí que estaba capacitada para terminarlas rápido. Así que comencé a hacerlas basándome en mis destrezas técnicas, sin pensarlas demasiado ni considerando los principios. Como resultado, en su devolución, los hermanos y hermanas dijeron que ni la luz ni el color iban con el tema. Ni consideré ni acepté su devolución, pero pensé: “¿Acaso no tienen buen gusto? Mi diseño es audazmente creativo. Consideré lo que dijeron pero no me pareció un problema. Sugieren cosas desde la ignorancia”. Mantuve mi postura firme e incluso me enfadé. Me negué a hacer modificaciones. Como resultado, algunas de mis viñetas fueron rechazadas por problemas con las imágenes. Supe luego que una hermana se sintió muy restringida por mí y temía hacerme más sugerencias. Me sentí un poco mal cuando me enteré, pero no reflexioné sobre mí misma a la luz de lo que había pasado.
Al poco tiempo, trabajé en el diseño de otro póster. La película era sobre una creyente controlada y engañada por pastores y ancianos y limitada por sus nociones religiosas, que por ende no aceptaba la nueva obra de Dios. Al final, luego de buscar la verdad, aceptó la obra de los últimos días de Dios Todopoderoso, y comenzó a vivir bajo Su luz. Tuve en cuenta este tema y pensé: “El póster debería mostrar el paso de la oscuridad a la luz, no hay mejor idea que esa”. Estuve siglos buscando un póster similar para usar como referencia. Cuando miré mi imagen final, pensé que era realmente buena y que parecía un póster de un éxito de taquilla. Me estaba felicitando a mí misma, cuando una hermana vio mi póster y me hizo esta sugerencia: “Aquí es muy oscuro. No hay detalles y es demasiado aburrido”. Otra hermana sugirió: “Es demasiado oscuro en general, no es claro. Es un tanto sombrío. La película da testimonio de Dios, las imágenes no deberían ser demasiado oscuras”. Me resistí mucho a lo que decían y pensé: “Para mí es genial. Ustedes no saben manejar el sombreado y me dicen a mí cómo hacerlo. ¿No estarán siendo quisquillosos?”. Pero dije: “¿No es este el sombreado correcto? Tiene que haber una distinción entre la luz y la oscuridad. Además, es el póster de una película, la idea es trabajar el sombreado. Así se hacen este tipo de pósteres. El mío no tiene nada de malo”. Luego les envié copia de uno de los pósteres al que me había referido. Ante mi sorpresa, dijeron que mi póster tenía demasiados espacios oscuros y que no estaba tan bien como el otro. Cuando dijeron esto me enfurecí y pensé: “No olviden que siempre me piden consejo sobre el sombreado. No tienen siquiera un manejo básico del tema, pero me dicen cómo hacerlo. ¿No están tratando de enseñar a un pez a nadar?”. Para probar que tenía razón, les envié a otros hermanos y hermanas la imagen que había diseñado, pero también les pareció demasiado oscura. Tuve que hacer de tripas corazón y cambiarla. Aún pensaba que mi idea era correcta y que se ajustaba a los principios del sombreado, “así que hice pequeños cambios, pero igual no fue aceptada”. Como resultado, llevaba casi un mes trabajando en una imagen que debería haberme llevado una semana. La terminaron descartando por problemas conceptuales de diseño. Lo sentí como una bofetada. Estaba muy desalentada y desanimada y no quise abrirme para compartirlo con los demás. Caí en un pozo oscuro y doloroso. Luego, el líder del grupo me recordó que ninguno de mis diseños recientes había sido bueno y que de inmediato debía reflexionar sobre mí misma ante Dios. Recién allí me presenté ante Dios y reflexioné y descubrí algunas de Sus relevantes palabras.
Un día, leí esto en mi devocional: “Cuando se te presenten problemas, no debes ser santurrón y pensar, ‘Entiendo los principios y tengo la última palabra. Vosotros no sois aptos para hablar. ¿Qué sabéis vosotros? Vosotros no entendéis; ¡yo sí!’ Esto es ser santurrón. Ser santurrón es un carácter satánico corrupto; no es algo dentro de la humanidad normal”. “Si siempre eres santurrón e insistes en tus propias ideas diciendo: ‘No escucharé a nadie. Y si lo hago, solo será para guardar la apariencia; no cambiaré. Haré las cosas a mi manera. Siento que estoy en lo correcto y completamente justificado’, ¿qué pasará? Puedes estar justificado y puede no haber falta en lo que haces; puede que no hayas cometido ningún error, y puede que tengas un mejor entendimiento que otros sobre un aspecto técnico de un asunto, pero una vez que te comportas y practicas de esta manera, otros lo verán y dirán: ‘¡El carácter de esta persona no es bueno! Cuando se le presentan problemas, no acepta nada de lo que dicen los demás, sea acertado o no. Todo es resistencia. Esta persona no acepta la verdad’. Y si las personas dicen que no aceptas la verdad, ¿qué debe pensar Dios? ¿Es capaz Dios de ver estas expresiones tuyas? Dios las puede ver con enorme claridad. Dios no sólo examina el corazón más íntimo del hombre, sino que Él también observa todo lo que dices y haces en todo momento, en todas partes. Y cuando Él ve estas cosas, ¿qué hace? Él dice: ‘Estás endurecido. Eres así cuando se da el caso de que tienes razón y eres igual cuando estás equivocado. En todos los casos, todas tus revelaciones y expresiones son conflictivas y de oposición. No aceptas ninguna de las ideas o sugerencias de otros. Todo en tu corazón es contradicción, cerrazón y rechazo. ¡Eres muy difícil!’” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Si no puedes vivir siempre delante de Dios, eres un incrédulo). Dios sí que ve el interior de nuestro corazón y nuestra mente. Esto dejó expuesto mi estado. Había estado revelando el carácter satánico de la arrogancia. Cuando mis hermanas y hermanos aprobaban y elogiaban mis pósteres, pensaba que era por mis propias destrezas y que nadie podía estar a la altura de mis diseños y conocimiento técnico. Cuando los demás me sugerían algo, me negaba a aceptarlo, pensando que no entendían. Incluso cuando varios me hacían la misma sugerencia, me ponía realmente rígida. Fingía aceptar lo que decían, pero me aferraba a mi propio parecer. Solo cambiaba lo que me era fácil aceptar y rechazaba aquello con lo que no estaba de acuerdo. Encontraba todo tipo de excusas para discutir con los demás e incluso perdía los estribos. Así, terminé sometiendo a una hermana. Me di cuenta de que yo era arrogante más allá de todo sentido. ¡Era completamente irracional! Tan arrogante y santurrona que no quería aceptar las sugerencias de nadie. Mis imágenes no solo debían ser editadas una y otra vez, retrasando el trabajo, sino que mi propio estado seguía deteriorándose. Si no hubiera afrontado esos fracasos y contratiempos, jamás me habría puesto ante Dios para reflexionar y conocerme. Si no revertía esto y seguía viviendo regida por mi carácter arrogante, los demás me rechazarían y Dios se indignaría. Estaba llena de arrepentimiento y sentí un poco de miedo ante esa noción. Me puse de inmediato ante Dios en mis oraciones, dispuesta a arrepentirme.
Luego, me abrí a las hermanas del equipo sobre la corrupción que había demostrado y les dije que estaba dispuesta a aceptar sugerencias y a que me abordaran. De allí en más, en mi deber, hermanos y hermanas me hicieron varias sugerencias y al principio fue bastante difícil aceptarlas. Pero al recordar mis recientes fracasos, oraba y me hacía a un lado. Pensaba en por qué habían hecho esa sugerencia, qué se podía lograr si la seguía y dónde radicaba el problema. Luego la consideraba basándome en los principios. Con este enfoque, me fue más fácil entender y aceptar las sugerencias de los demás y mis correcciones fueron mucho mejor recibidas. También descubrí qué maravillo es practicar la verdad. Pero mi carácter arrogante estaba muy arraigado así que no pude deshacerme de él con una sola experiencia de fracaso.
Volví a hundirme en la arrogancia poco después. Una vez tuve que diseñar las viñetas de unos himnos de la iglesia. Pensé que como se trata de hermanos y hermanas alabando a Dios luego de experimentar Su obra, las viñetas debían tener un estilo cálido y romántico. Recurrí a algo de lo aprendido sobre teoría de color, sobre que el morado encarna ese tipo de sentimiento y que denota majestuosidad y elegancia. Sentí que al usar morado como color primario no me iba a equivocar. Cuando terminé, algunos hermanos y hermanas dijeron que les gustó la lógica aplicada y que el color era bonito. Estaba contenta conmigo misma y pensé que, después de todo, estaba capacitada y tenía cierta aptitud para el diseño. Entonces me sorprendió la sugerencia de una hermana que apenas había comenzado en el diseño: “Los himnos de la iglesia son experiencias y conocimientos reales de hermanos y hermanas. El morado remite a algo demasiado onírico y no encaja con la atmósfera de los himnos. No es muy bonito. Sugiero cambiarlo”. Leí la sugerencia pero sentí una verdadera resistencia interna. Pensé: “Hay mucho material instructivo que dice que el morado da una bonita calidez. Además, hay muchos otros diseños en línea donde se usa así. ¿Por qué dices que no es bonito? Como si fuera poco, estás dando tus primeros pasos y casi no has diseñado nada sola y me haces sugerencias. No conoces tus límites”. Pero, como no me sentía cómoda con rechazarla de plano, la desestimé y le dije que consideraría las sugerencias de otros hermanos y hermanas. Pero no volví a pedir opinión a nadie y le resté importancia.
Unos días después, otra hermana me hizo la misma devolución. Dijo que el color que había usado era deprimente y sugirió que lo cambiara. El líder del equipo me recordó que no fuera obstinada y que hiciera cambios para seguir revisando el diseño. A esa altura, no me atreví a mantenerme firme en mi postura así que intenté hacer algunos cambios. Pero no estaba muy dispuesta a renunciar al diseño morado. Pensé: “Mi diseño con este color no puede estar tan mal. A algunos les gustó, ¿por qué debería cambiarlo?”. Pero si pensaba así, me costaba cambiarlo. Luego de algunos intentos, seguía sin gustarme. En eso, mientras editaba la imagen, surgió un error y dediqué horas a buscar una solución, sin éxito. Me sentía increíblemente frustrada, sin saber qué hacer y sentí ganas de abandonarlo todo. Recordé que había trabajado un mes en esa imagen, que la había editado seis veces y que los demás me habían hecho muchas sugerencias. Todavía no la tenía lista y estaba retrasando nuestro trabajo. Estaba realmente molesta. Recordé que antes había entorpecido nuestro trabajo por ser arrogante y no saber recibir devoluciones. Ahora estaba siendo arrogante otra vez y rechazaba las sugerencias de los demás. ¿No era el problema de siempre? De inmediato me puse ante Dios en mi oración: “Oh, Dios, mi carácter arrogante es cosa seria. En esta situación no puedo someterme. Esclaréceme y guíame para que pueda entender Tu voluntad, para conocerme de veras y poder salir de este estado”.
Más tarde leí este pasaje de la palabra de Dios: “La arrogancia es la raíz del carácter corrupto del hombre. Cuanto más arrogante es la gente, más propensa es a oponerse a Dios. ¿Hasta dónde llega la gravedad de este problema? Las personas de carácter arrogante no solo consideran a todas las demás inferiores a ellas, sino que lo peor es que incluso son condescendientes con Dios. Aunque algunas personas, por fuera, parezcan creer en Dios y seguirlo, no lo tratan en modo alguno como a Dios. Siempre creen poseer la verdad y tienen buen concepto de sí mismas. Esta es la esencia y la raíz del carácter arrogante, y proviene de Satanás. Por consiguiente, hay que resolver el problema de la arrogancia. Creerse mejor que los demás es un asunto trivial. La cuestión fundamental es que el propio carácter arrogante impide someterse a Dios, a Su gobierno y Sus disposiciones; alguien así siempre se siente inclinado a competir con Dios por el poder sobre los demás. Esta clase de persona no venera a Dios lo más mínimo, por no hablar de que ni lo ama ni se somete a Él. Las personas que son arrogantes y engreídas, especialmente las que son tan arrogantes que han perdido la razón, no pueden someterse a Dios al creer en Él e, incluso, se exaltan y dan testimonio de sí mismas. Estas personas son las que más se resisten a Dios. Si las personas desean llegar al punto en que veneren a Dios, primero deben resolver su carácter arrogante. Cuanto más minuciosamente resuelvas tu carácter arrogante, más veneración tendrás por Dios, y solo entonces podrás someterte a Él y serás capaz de obtener la verdad y conocerle” (La comunión de Dios). Esto me ayudó a entender que la arrogancia es la raíz de la resistencia a Dios. Controlada por mi carácter arrogante, siempre pensaba que tenía razón, como si mi punto de vista fuera la verdad y tuviera autoridad. No sentía deseo alguno de buscar la verdad ni de someterme a Dios. No aceptaba las sugerencias de nadie. Sobre todo cuando provenían de gente sin mis destrezas técnicas o que no entendía ciertos aspectos técnicos. Me resistía mucho. Fingía aceptar las sugerencias, pero en realidad, no las tomaba en serio. Dios me recordó en varias oportunidades a través de los demás que debía poner mi voluntad de lado, concentrarme en lo que beneficiaba a la casa de Dios, y buscar, intentar y crear la mejor versión. Pero era increíblemente obstinada y engreída. Consideraba mis ideas y mi experiencia como la verdad y me ponía firme cuando las sugerencias de los demás no me parecían satisfactorias. Esto obstaculizaba la obra de la casa de Dios. Finalmente comencé a entender Su palabra: “Las personas de carácter arrogante no solo consideran a todas las demás inferiores a ellas, sino que lo peor es que incluso son condescendientes con Dios”. “Cuanto más arrogante es la gente, más propensa es a oponerse a Dios”. Me convencí por completo de esto. Y también sentí un poco de miedo. Me hizo recordar a los anticristos en la iglesia. Estos eran muy arrogantes y dictatoriales y nunca escuchaban las sugerencias de los demás. Incluso arremetían contra los que les daban devoluciones y los excluían, obstaculizando la obra de la casa de Dios y ofendiendo Su carácter. Los anticristos fueron erradicados por Dios. Yo jamás hubiera hecho el mal que hicieron ellos, pero ¿en qué se diferenciaba el carácter que demostré yo? Fui allí que me di cuenta de lo serio de las consecuencias si no resolvía mi arrogancia. Me puse de inmediato en presencia de Dios con mis oraciones, dispuesta a arrepentirme.
Luego, leí este pasaje de Su palabra: “Contemplándolo ahora, ¿es difícil cumplir adecuadamente con el deber? En realidad, no; la gente solo debe ser capaz de tener una actitud humilde, un poco de sentido y una posición adecuada. Independientemente de la formación que creas tener, de los premios que hayas ganado o lo mucho que hayas conseguido, y por muy elevadas que consideres tu aptitud y tu jerarquía, debes empezar por dejar de lado todas estas cosas, pues no valen nada. Por muy grandes y buenas que sean, en la casa de Dios no pueden estar por encima de la verdad; no son la verdad ni pueden ocupar su lugar. Por eso digo que debes tener lo que se denomina sentido. Si dices: ‘Tengo mucho talento, una mente muy aguda y reflejos rápidos, aprendo enseguida y tengo excelente memoria’, y siempre utilizas estas cosas como tu capital, esto ocasionará problemas. Si consideras estas cosas la verdad o por encima de la verdad, te costará aceptarla y ponerla en práctica. A los altivos y arrogantes, que siempre actúan con superioridad, les cuesta más que a nadie aceptar la verdad y son los más propensos a caer. Si uno es capaz de corregir el problema de su arrogancia, se le hará fácil poner en práctica la verdad. Por lo tanto, primero has de dejar y negar aquellas cosas que a primera vista parecen agradables y elevadas y provocan envidia. No son la verdad; más bien pueden impedirte entrar en ella” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es el desempeño adecuado del deber?). Allí entendí que debía hacerme a un lado y debía negarme a mí misma para resolver mi carácter arrogante. Las destrezas humanas, las capacidades, la experiencia y los dones no son la verdad, por más maravilloso que sea uno. Son solo herramientas para cumplir con nuestro deber. No deberíamos intentar capitalizarlas. Buscar la verdad, actuar según los principios, trabajar bien con los demás y aprender de ellos es la clave. Es la única manera de cumplir bien con nuestro deber. Luego observé algunos de los mejores pósteres que había diseñado y descubrí claros problemas de concepto, sombreado, color y composición en mis imágenes originales. Pero después de editarlas basándome en la devolución de mis hermanos y hermanas, las pude mejorar mucho y algunas sufrieron una transformación total. Me avergonzó observar esto. Pensé que había alcanzado cierto éxito en mi trabajo y que los demás me habían elogiado porque tenía mejores destrezas técnicas y más experiencia que ellos. Capitalicé esto, negándome a escuchar a nadie. Pero, en realidad, mis diseños solo habían sido exitosos porque me había regido por los principios de la verdad y aceptado sugerencias. Mis diseños estaban hechos con la guía y el esclarecimiento de Dios y trabajando en armonía con hermanos y hermanas. Cuando solo me apoyaba en mis destrezas técnicas, sin perseguir los principios de la verdad ni aceptando devoluciones, mis imágenes no eran buenas y esto realmente entorpecía la obra de la iglesia. Sentía mucha vergüenza al recordar el enfoque arrogante y santurrón que había tenido. Claramente, yo no era nada especial. Solo sabía algunas cosas de diseño, lejos estaba de ser una verdadera profesional. Aún así estaba muy segura de mí misma y era arrogante. Había sido tan presumida… Al darme cuenta de esto, elevé una oración y abandoné mi punto de vista. Acepté las devoluciones de los demás y pensé en cómo hacer correcciones para obtener mejores resultados. No solo resolví el problema principal sino que encontré un color mejor. Corregí la imagen muy rápido y los hermanos y hermanas dijeron que con los cambios estaba mucho mejor. Me sentí muy avergonzada de ver esto. Habíamos hecho varias revisiones de la imagen, solo por mi arrogancia, hice perder tiempo valioso a los demás y fui una molestia. Esto interrumpió la obra de la casa de Dios. Y no solo mis destrezas se estancaron, sino que mi entrada en la vida sufrió un revés. Me di cuenta de que vivir regida por mi carácter arrogante solo me perjudicaba. Me arrepentí profundamente y, en silencio, resolví: “Sin importar la devolución que reciba, aprenderé a hacerme a un lado, a buscar la verdad y a priorizar los intereses de la casa de Dios. No puedo seguir viviendo en la arrogancia”.
Hace poco diseñé una viñeta para el video de una lectura de la palabra de Dios y cuando les mostré el primer boceto a mis hermanos y hermanas, dijeron que la imagen del globo era demasiado grande y que quedaba apiñada en el centro y que el campo visual no era lo suficientemente abierto. Me enviaron algunas imágenes como referencia para ayudarme a mejorarla. Pensé: “El globo tiene que ser así de grande para que tenga el efecto adecuado y ustedes no tienen ni capacitación ni experiencia profesional en diseño gráfico. Yo estoy más cualificada en esta área. No gano nada con su devolución”. Así que leí muy por encima sus comentarios y quise editar la imagen según mi propio criterio. Me di cuenta de que estaba de nuevo mostrando mi arrogancia y de que no había considerado con calma ni la devolución ni el resultado final. Estaba juzgando ciegamente y eso iba en contra de la voluntad de Dios. Oré de inmediato, pidiéndole a Dios que aquietara mi corazón para poder practicar la verdad y abandonar mi carne. Luego, leí este pasaje de Su palabra: “Primero debes tener una actitud de humildad, dejar de lado lo que crees correcto y permitir que todos hablen. Aunque creas que lo que dices es correcto, no debes seguir insistiendo en ello. Esa, para empezar, es una suerte de paso adelante; demuestra una actitud de búsqueda de la verdad, abnegación y satisfacción de la voluntad de Dios. Una vez que tienes esta actitud, a la vez que no te apegas a tu propia opinión, oras. Como no distingues el bien del mal, dejas que Dios te revele y diga qué es lo mejor y lo más adecuado que puedes hacer. Mientras todos comparten juntos, el Espíritu Santo les otorga esclarecimiento. Dios da esclarecimiento a las personas de acuerdo con un procedimiento que, a veces, simplemente hace balance de tu actitud. Si tu actitud es de autoafirmación inflexible, Dios te ocultará Su rostro y se aislará de ti; te dejará en evidencia y se asegurará de que te topes contra un muro. Si, por el contrario, tu actitud es correcta —ni empeñada en tener razón, ni mojigata, arbitraria e imprudente, sino una actitud de búsqueda y aceptación de la verdad—, cuando hables con el grupo y el Espíritu Santo empiece a obrar entre vosotros, quizá te guíe hacia el conocimiento a través de las palabras de otra persona” (La comunión de Dios). Allí entendí que, en mi deber, cuando me topaba con ideas diferentes de otros, eso era algo que Dios permitía. Dios observa todos nuestros pensamientos y acciones, así que yo debería practicar la verdad y aceptar Su escrutinio. No podía tomar las cosas de manera literal y juzgar el profesionalismo de los demás. Por más que tuviera más conocimientos y que mi idea me pareciera razonable, debía bajarme del caballo, dejar de lado mis propios planes, perseguir la verdad y hacer lo que fuera más efectivo. Incluso si resultaba que tuviera razón, al menos habría perseguido y practicado la verdad. Eso es invalorable. Dios detestaba mi carácter satánico, que es enemigo de Él, así que desplegar mi arrogancia era peor que cometer un error. Pensé en cómo mi arrogancia había realmente alterado la obra de la casa de Dios y sentía que ya no podía ser tan obstinada. Debía encarar las sugerencias con calma y esforzarme por mejorar la imagen. Luego de esto tomé seriamente las sugerencias de los demás y noté que una imagen de referencia era de muy buen gusto y que podía aprender de ella. Lo conversé con los demás miembros del equipo y coincidieron en que las correcciones debían hacerse según lo sugerido. Volví a trabajar en el diseño y en algunos aspectos más y de buenas a primeras lo tuve listo. Sentí que todo lo había logrado a través del esclarecimiento y la guía de Dios. Si bien recibí unas pocas sugerencias más, las manejé apropiadamente y no me sentí tan resistente. Fui feliz de cambiar el diseño cuanto fuera necesario para dar testimonio de Dios. Luego de algunas pasadas de revisión, todos dijeron que estaba genial y que no tenían más sugerencias. Me di cuenta de lo maravilloso que era realizar mi deber de esa manera.
Luego de que me disciplinaran y me expusieran, y al leer la palabra de Dios, finalmente entendí y odié mi carácter satánico arrogante y entendí que es clave buscar y aceptar la verdad en todo. Ya no soy arrogante como era antes y puedo aceptar las sugerencias de los demás. Hice ese cambio únicamente por el juicio, el castigo y la disciplina de Dios.