25. Después de ser denunciada
En 2016, un día recibí de repente una carta de denuncia contra mí. Era de dos hermanas a quienes había destituido previamente. Denunciaban que me había comportado de forma tiránica y arbitraria en el deber en su iglesia, que había promovido a dos personas que resultaron ser falsos líderes y que una de ellas, de apellido Zhang, era una hacedora de maldad que, tras convertirse en líder, perturbaba y alteraba la obra de la iglesia y que casi paralizó la labor de toda la iglesia. La carta también decía que, si hubiera escuchado sus consejos a tiempo o si me hubiera tomado más tiempo para consultar más con los hermanos y las hermanas, no habría elegido a esos dos falsos líderes ni habría provocado un perjuicio tan grande al trabajo de la iglesia. Al leer esa carta, quedé asombrada y me asusté un poco. Pensé: “¿Cómo es posible? Debe de ser un error”. No podía aceptar realmente este hecho. Tenía mala opinión de las dos hermanas que escribieron la carta y pensé que estaban intentando vengarse de mí. En un principio habían sido líderes de esa iglesia, pero tenían poca aptitud y no hacían un trabajo real. Habían resguardado y protegido a falsos líderes y condenaban y atacaban a quienes las denunciaran, así que al final fueron destituidas. Recordé que había consultado su opinión cuando promoví a Zhang. Lo único que dijeron fue que Zhang tenía poca humanidad y no sabía cooperar con nadie. Nunca afirmaron en concreto que fuera una hacedora de maldad, pero ahora que Zhang había sido revelada, me denunciaban a mí. ¿No tendrían rencor porque yo las había destituido? Además, las detenciones del PCCh eran tan duras en aquel entonces y la situación era tan difícil que no podíamos celebrar las elecciones correspondientes y durante un tiempo no hubo candidatos adecuados. Zhang tenía algo más de aptitud y más discernimiento que los demás, así que, en esa situación, ¿a quién más podía elegir? Había que elegir líder a alguien. También había consultado con varios hermanos y hermanas al momento de promoverla, y nadie dijo que fuera una hacedora de maldad. Todo el mundo comete errores en el deber. ¿Quién logra captar la esencia de alguien a primera vista? Es normal elegir a líderes inadecuados. ¿Quién puede garantizar que siempre se elija a la persona correcta? ¿No eran demasiado puntillosas? No dejaba de intentar justificarme mentalmente. Era muy renuente a la carta de denuncia. Sin embargo, las dos personas mencionadas en la denuncia, en efecto, habían sido reveladas como falsos líderes y Zhang, como hacedora de maldad. Como líderes, perjudicaron gravemente la labor de la iglesia y la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios. No había manera de eludir los hechos al verme confrontada con ellos. Admití a regañadientes que había sido incapaz de ver cómo eran realmente, que fui arrogante, santurrona y utilicé a unas personas sin reflexionar. Pero no comprendí ni recapacité sinceramente acerca de mis problemas, y el asunto se acabó pasando.
Para mi sorpresa, cuando mi líder se enteró de esto, también me reveló por convertir en líder a una hacedora de maldad, no hacer caso de las advertencias y ser arrogante y santurrona. Fue entonces cuando empecé a comprenderlo. ¿Me había equivocado realmente? ¿Realmente fui demasiado arrogante y santurrona? No obstante, en esa situación, ¿qué otra cosa podía haber hecho? No entendía en qué me había equivocado. En mi búsqueda, recordé la palabra de Dios: “Cuanto más sientas que en ciertas áreas lo has hecho bien o has hecho lo correcto, y más creas que puedes satisfacer la voluntad de Dios o que eres capaz de jactarte en ciertas áreas, entonces más vale la pena que te conozcas en esas áreas y que profundices en ellas para ver qué impurezas existen en ti, así como qué cosas en ti no pueden satisfacer la voluntad de Dios. […] Esto se debe a que lo que crees que es bueno es lo que decidirás que es correcto, y no dudarás de ello, ni reflexionarás sobre ello, ni analizarás si hay algo en ello que se opone a Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo reconociendo las propias opiniones equivocadas puede uno transformarse realmente). La palabra de Dios me despertó y me dio una senda de práctica. Meditaba la cuestión siempre que tenía tiempo y, a partir de buscar, entendí que, en efecto, fui demasiado arrogante y santurrona. Desde que recibiera la carta, había estado ofreciendo mi razonamiento: la situación en ese momento era muy difícil, no podíamos celebrar elecciones normales y no había candidatos adecuados. Zhang era la mejor candidata que había y, en ese contexto, no había sido un error seleccionarla. Nadie podría haber previsto que luego se revelaría como una hacedora de maldad. Desde luego, no nombré adrede a una hacedora de maldad para que perturbara la labor de la iglesia. Por eso, creí no haber hecho nada malo, no recapacité ni traté de conocerme, y me resistí mucho y sentí aversión hacia las hermanas que escribieron la carta de denuncia, e incluso por dentro juzgué que estaban tratando deliberadamente de culparme. Ahora que lo pienso, cuando elegí a Zhang, estas dos hermanas sí señalaron que ella tenía poca humanidad. Sabía también que les preocupaba que elegir como líder a un hacedor de maldad perjudicara el trabajo de la iglesia, pero en ese momento no apreciaban con claridad la esencia de Zhang, por lo que no se atrevieron a condenarla directamente por ser una hacedora de maldad. Pero fui demasiado arrogante y santurrona, y las desprecié. A mi parecer, la mayoría de la gente que había elegido en su época de líderes era inadecuada; si ellas no sabían juzgar a las personas, ¿de qué servían sus consejos? Cuando, después de tanto esfuerzo, por fin encontré a alguien que asumiera su trabajo, no estaban de acuerdo. Había creído que eran puntillosas adrede, así que no les había hecho ningún caso. Ahora, tras haberme hecho a un lado, reflexionar y buscar la verdad, comprobé que, en efecto, mi forma de elegir líderes presentaba problemas. Si bien una elección normal había sido imposible, debí haber buscado la aprobación de aquellos que comprendían la verdad antes de seleccionar a un líder. Simplemente lo había debatido con la hermana que era mi compañera y les consulté a algunas personas más lo que opinaban de Zhang. De entre ellas, las dos hermanas que escribieron la carta para denunciarme se opusieron a mi decisión, pero, a causa de mis prejuicios hacia ellas, no busqué más. Simplemente me apoyé en mis suposiciones subjetivas a la hora de considerar a Zhang una líder adecuada. En esta cuestión, claramente había vulnerado los principios sobre la promoción de personas a cargos de liderazgo en la casa de Dios. No había consultado más con los que estaban al tanto a fin de comprender mejor y tener claro el desempeño habitual de Zhang, y tampoco consulté a quienes comprendían la verdad. Es más, cuando me presentaron diversas opiniones, fui arrogante y santurrona. Rechacé e ignoré las sugerencias de otros y, en forma tiránica, nombré líder a Zhang por voluntad propia. Realmente estaba actuando con desatino. La casa de Dios ha subrayado reiteradamente que lo que más se prohíbe en la selección de líderes es elegir hacedores de maldad y mentirosos. Cuando mis dos hermanas dijeron que Zhang tenía poca humanidad, si de verdad yo tuviera un corazón temeroso de Dios, antes de seleccionarla habría consultado a más gente que estaba plenamente al tanto, habría esclarecido cómo era la humanidad de Zhang y habría comprobado si era una hacedora de maldad. Si, tras indagar, seguía sin estar segura y no había ninguna otra persona adecuada, podría haberla utilizado, observándola mientras tanto, y destituirla una vez que descubriera que no era buena persona y no iba por la senda correcta. Eso no habría perturbado el trabajo de la iglesia. De haber tenido algo de temor a Dios de corazón, no hay manera de que simplemente hubiera elegido a alguien como líder y luego pensara que todo iba a estar bien y me hubiera lavado las manos al respecto. Ahora entendía que lo que yo había creído correcto, lo que había sostenido como correcto, se basó exclusivamente en mis ideas, nociones y fantasías. Era una santurrona y me había aferrado obstinadamente en mis ideas, con lo que permití que una hacedora de maldad ejerciera de líder durante más de un año, lo que casi paralizó todo el trabajo de la iglesia. Fue entonces cuando por fin comprendí que no había cometido un pequeño error al elegir líder, sino que había hecho el mal, algo que se oponía gravemente a Dios. Para que los escogidos de Dios lo sigan, busquen la verdad y logren la salvación, deben tener un buen líder, pero yo no consideraba para nada que elegir líder fuera un asunto serio. No tenía un corazón temeroso de Dios. No solo no elegí un buen líder para mis hermanos y hermanas, sino que designé a una hacedora de maldad y permití que lastimara al pueblo escogido de Dios. En absoluto me ocupaba ni me responsabilizaba de la vida de mis hermanos y hermanas. Con mi actitud hacia el deber, ¿cómo iba a servir de líder? Al elegir líder, fui tan imprudente, temeraria, negligente, arrogante y santurrona que, cuando otros trataron de advertirme, no les hice caso. Fui tiránica y arbitraria, con lo que se vieron gravemente perjudicados el trabajo de la iglesia y la entrada en la vida de mis hermanos y hermanas. No podría subsanar ese daño de ninguna manera. Había elegido a una líder malvada para mis hermanos y hermanas y había cometido mucha maldad, y cuando mis dos hermanas me denunciaron y revelaron, no sentí culpa ni remordimiento, sino que objeté y me defendí. ¡Qué obstinada y detestable fui!
Luego comencé a reflexionar sobre por qué fui tan arrogante y tiránica como para no poder aceptar consejos ni buscar los principios verdad. ¿Qué clase de carácter era ese? ¿Cómo veía Dios esto? Un día encontré este pasaje de la palabra de Dios: “Ser arrogante y santurrón es el carácter satánico más ostensible del hombre, y si la gente no acepta la verdad, no tendrá manera de purificarlo. Todas las personas tienen un carácter arrogante y santurrón, y siempre son engreídas. Más allá de lo que piensen o digan, o de cómo vean las cosas, siempre creen que sus puntos de vista y sus actitudes son correctos, y que lo que dicen los demás no es tan bueno ni tan correcto como lo que ellas dicen. Siempre se aferran a sus opiniones y, sin importar quién hable, no lo escuchan. Aunque lo que esa persona diga sea correcto o concuerde con la verdad, no lo aceptan; solo aparentarán estar escuchando, pero en realidad no adoptarán la idea y, cuando llegue el momento de actuar, seguirán haciendo las cosas a su manera, creyendo siempre que lo que dicen es correcto y razonable. Es posible que lo que tú digas, en efecto, sea correcto y razonable, o que lo que hayas hecho sea correcto e irreprochable, pero ¿qué clase de carácter has revelado? ¿No es de arrogancia y santurronería? Si no desechas este carácter arrogante y santurrón, ¿no afectará el cumplimiento de tu deber? ¿No afectará tu práctica de la verdad? Si no resuelves tu carácter arrogante y santurrón, ¿no te causará graves reveses en lo sucesivo? Sin duda que sufrirás reveses, eso es inevitable. Decidme, ¿puede Dios ver tal comportamiento del hombre? ¡Dios es más que capaz de verlo! Él no solo escruta las profundidades del corazón de las personas, también observa cada una de sus palabras y actos en todo momento y lugar. ¿Qué dirá Dios cuando vea este comportamiento tuyo? Él dirá: ‘¡Eres intransigente! Es entendible que puedas aferrarte a tus ideas cuando no sepas que estás equivocado, pero cuando claramente sí lo sabes y de todos modos te aferras a ellas, y morirías antes que arrepentirte, no eres más que un necio obstinado y estás en problemas. Si, más allá de quién formule una sugerencia, tú siempre adoptas una actitud negativa y reticente al respecto y no aceptas ni siquiera un poco de la verdad, y si tu corazón es completamente reticente, está cerrado y es despectivo, entonces eres muy ridículo, ¡eres una persona absurda! ¡Eres muy difícil de tratar!’. ¿Por qué eres difícil de tratar? Porque lo que expresas no es un enfoque ni un comportamiento erróneo, sino que es una manifestación de tu carácter. ¿Una manifestación de qué carácter? Un carácter en el cual estás harto de la verdad y la odias. Una vez que se te ha identificado como una persona que odia la verdad, a ojos de Dios estás en problemas, y Él te detestará, rechazará e ignorará. Desde la perspectiva de la gente, lo máximo que dirán es: ‘El carácter de esta persona es malo, es sumamente obstinada, intransigente y arrogante. Es difícil llevarse bien con ella y no ama la verdad. Jamás ha aceptado la verdad y no la pone en práctica’. Como mucho, todo el mundo hará esta valoración de ti, pero ¿puede eso decidir tu destino? La valoración que la gente hace de ti no puede decidir tu destino, pero hay algo que no debes olvidar: Dios escruta el corazón de las personas y, al mismo tiempo, observa cada una de sus palabras y actos. Si Dios te cataloga así y dice que odias la verdad, si Él no dice simplemente que tú tengas un carácter un poco corrupto o que seas un poco desobediente, ¿no es este un problema grave? (Es grave). Eso implica un problema, y este problema no radica en la manera en la cual la gente te ve o en cómo te valora, sino en la forma en la que Dios ve tu carácter corrupto de odio hacia la verdad. Así pues, ¿cómo lo ve Dios? ¿Dios simplemente ha determinado que odias la verdad y no la amas, y eso es todo? ¿Es tan simple como eso? ¿De dónde proviene la verdad? ¿A quién representa? (Representa a Dios). Meditad sobre esto: si una persona odia la verdad, desde la perspectiva de Dios, ¿cómo la verá Él? (Como Su enemigo). ¿No es este un problema grave? Cuando alguien odia la verdad, ¡odia a Dios! ¿Por qué digo que odia a Dios? ¿Maldijo a Dios? ¿Se opuso a Él frente a frente? ¿Lo criticó o lo condenó a Sus espaldas? No necesariamente. Entonces ¿por qué digo que manifestar un carácter de odio a la verdad implica odiar a Dios? No se trata de exagerar, es la realidad de la situación. Es igual que con los fariseos hipócritas que crucificaron al Señor Jesús porque odiaban la verdad: las consecuencias posteriores fueron terribles. Esto significa que si una persona tiene un carácter que está harto de la verdad y la odia, este puede brotar en cualquier momento y lugar, y si vive de acuerdo con él, ¿no se opondrá a Dios? Cuando se enfrente a algo que atañe a la verdad o implique tomar una decisión, si no puede aceptar la verdad y vive según su carácter corrupto, naturalmente se opondrá a Dios y lo traicionará, porque su carácter corrupto odia a Dios y odia la verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se vive a menudo ante Dios es posible tener una relación normal con Él). La palabra de Dios señalaba la esencia y el quid del problema, sobre todo estas palabras: “¿Por qué eres difícil de tratar? Porque lo que expresas no es un enfoque ni un comportamiento erróneo, sino que es una manifestación de tu carácter. ¿Una manifestación de qué carácter? Un carácter en el cual estás harto de la verdad y la odias”. Este apartado me traspasó el corazón y me golpeó muy duro. No esperaba que el carácter corrupto que había revelado supusiera, para Dios, aborrecer, detestar y no aceptar la verdad. ¡Es el carácter de un hacedor de maldad y de un anticristo! Si Dios me definiera como alguien que aborrece y detesta la verdad, esto me convertiría en un diablo, un satanás, alguien incapaz de salvarse. Tuve mucho miedo. Aunque sabía que tenía un carácter arrogante y santurrón, que no aceptaba consejos de nadie fácilmente y por ello cometí algunas transgresiones, solamente lo reconocía. A veces llegaba a pensar que la arrogancia y la santurronería eran rasgos comunes en los seres humanos corruptos, nada fácil de cambiar, así que me complacía a mí misma y no las consideraba un problema grave que necesitara resolver. Por ello, en el deber solía revelar mi carácter arrogante y santurrón, pero no le daba importancia. Solo sentí tristeza y remordimiento cuando me podaron y trataron conmigo, y entonces me refrenaba conscientemente, pese a lo cual volvía a revelarlo después sin querer. Quienes me conocían me evaluaron como arrogante y santurrona y, en el trabajo que me daba mi líder, solía advertirme e indicarme que no fuera así y que escuchara más las opiniones ajenas, no fuera cosa que mi arrogancia y santurronería perjudicaran la labor de la iglesia. Ahora, gracias a lo revelado por la palabra de Dios, entendí que era arrogante y santurrona y que no aceptaba la verdad, por lo que, por muy certeros o útiles que fueran los consejos de otros para la labor de la iglesia, yo me aferraba obstinadamente a mis ideas. Si alguien hablaba de los principios verdad o hacía sugerencias, me caía mal y me resistía a él. Odiaba y me negaba a tolerar que me revelaran. Esto indicaba que tenía la actitud, propia del anticristo, de odio y aborrecimiento por la verdad. Al principio, mis dos hermanas me habían advertido sobre una líder que yo había elegido y que no era apta, por temor a que permitiera que una hacedora de maldad perjudicara a la iglesia, pero yo no había hecho ningún caso a sus consejos y me había empeñado obstinadamente en mis opiniones. Ahora que las dos hermanas ya no se sentían limitadas por mi posición, escribieron una carta para exponerme y denunciar mis problemas. Lo hicieron para proteger la labor de la iglesia, pero también me sirvió de advertencia. Sin embargo, no solo me negué a aceptarlo y a reflexionar y tratar de conocerme, sino que en el fondo las detesté, las rechacé y hasta las juzgué y condené por intentar conseguir algo que pudieran usar en mi contra. ¿Acaso no era esta actitud aborrecer y odiar la verdad? Recordé otro pasaje de la palabra de Dios: “¿Qué clase de gente creéis que está harta de la verdad? ¿La que se resiste y opone a Dios? Puede que no se resista abiertamente a Dios, pero su esencia naturaleza es negar y resistirse a Él, lo que equivale a decirle abiertamente: ‘No me gusta oír lo que dices, no lo acepto, y como no acepto que Tus palabras sean la verdad, no creo en Ti. Creo en quien me es provechoso y beneficioso’. ¿Es esta la actitud de los incrédulos? Si esta es tu actitud hacia la verdad, ¿no eres abiertamente hostil a Dios? Y si eres abiertamente hostil a Dios, ¿Él te salvará? No. De ahí la ira de Dios hacia todos los que lo niegan y se resisten a Él” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Comprender la verdad es lo más importante para cumplir bien con el deber). Dios dice que nuestra actitud hacia la verdad es nuestra actitud hacia Él, por lo que, al odiar y detestar la verdad, ¿no estaba yo detestando a Dios y considerándolo mi enemigo? ¡Esa era una manifestación clarísima de un carácter satánico! Quienes detestan la verdad son unos hacedores de maldad, diablos y satanases. Si los consejos de mis hermanos y hermanas provenían del esclarecimiento del Espíritu Santo, concordaban con la verdad y eran útiles para la labor de la iglesia, pero yo era muy arrogante y santurrona y no buscaba, no aceptaba ni me sometía, entonces estaba yendo en contra del esclarecimiento del Espíritu Santo y resistiéndome a Dios. Una vez que lo entendí, tuve aún más miedo, pues supe que mi problema era muy grave. No era, como había creído, algo tan simple como ser un poco arrogante y santurrona y no aceptar consejos ajenos. El problema implicaba mi actitud hacia la obra del Espíritu Santo y hacia Dios, así como mi resistencia a Dios.
Más adelante, mi líder también me analizó respecto a este asunto: “Cuando promoviste a la hacedora de maldad, te advirtieron que esta persona tenía graves problemas, pero no hiciste caso y solo te fiaste de tus propias opiniones. Si estas se basan en la palabra de Dios, puedes confiar en ti misma, pero si no, si son nociones absurdas tuyas, la confianza en ti misma es un problema de humanidad. No estabas actuando según los principios, y careces del sentido de la equidad. Fuiste irracional e injusta”. Lo que dijo mi líder me traspasó de verdad el corazón. Era cierto, no solo tenía un carácter arrogante y santurrón, sino también problemas de humanidad, y no sabía tratar justamente a la gente. Tras elegir a una persona y planear utilizarla, no acepté que nadie la criticara, en especial si los que daban sugerencias eran aquellas que despreciaba o que habían sido destituidas. Las menosprecié y desoí sus consejos. Supuse que quienes habían sido destituidas por no cumplir bien con el deber no podían dar buenos consejos. En el fondo había rechazado por completo a esas dos hermanas. Trataba y elegía a la gente en función de mis emociones e ideas. No sabía tratarla justamente según los principios verdad. Eso indica que mi humanidad, mi temperamento y mi carácter tenían problemas. Cuanto más reflexionaba, más grave me parecía mi problema. Por mi arrogancia y santurronería, no escuché los consejos de mis hermanas sobre una labor importante de la iglesia, lo que perjudicó enormemente a la iglesia. En el transcurso de mi fe en Dios, esto era una mala acción más, una mancha más. Me sentí muy mal y culpable, y empecé a preguntarme por qué siempre hacía el mal y me resistía a Dios sin querer. ¿Cuál era la causa profunda? Las palabras de Dios me dieron la respuesta. Dice Dios: “Si, en el fondo, realmente comprendes la verdad, sabrás cómo practicarla y obedecer a Dios y, naturalmente, te embarcarás en la senda de búsqueda de la verdad. Si la senda por la que vas es la correcta y conforme a la voluntad de Dios, la obra del Espíritu Santo no te abandonará, en cuyo caso serán cada vez menores las posibilidades de que traiciones a Dios. Sin la verdad es fácil hacer el mal, y no podrás evitar hacerlo. Por ejemplo, si tienes un carácter arrogante y engreído, que se te diga que no te opongas a Dios no sirve de nada, no puedes evitarlo, escapa a tu control. No lo haces intencionalmente, sino que esto lo dirige tu naturaleza arrogante y engreída. Tu arrogancia y engreimiento te harían despreciar a Dios y verlo como algo insignificante; harían que te ensalzaras a ti mismo, que te exhibieras constantemente; te harían despreciar a los demás, no dejarían a nadie en tu corazón más que a ti mismo; te quitarían el lugar que ocupa Dios en tu corazón, y finalmente harían que te sentaras en el lugar de Dios y exigieras que la gente se sometiera a ti y harían que veneraras tus propios pensamientos, ideas y nociones como la verdad. ¡Cuántas cosas malas hacen las personas bajo el dominio de esta naturaleza arrogante y engreída!” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo buscando la verdad puede uno lograr un cambio en el carácter). Era cierto. Mi naturaleza era muy arrogante y desenfrenadamente irracional. Siempre pensaba que tenía razón, como si mis perspectivas y opiniones fueran la verdad, y no permitía que me cuestionaran ni mucho menos que me dieran sugerencias distintas. En la cuestión de elegir líder, por ejemplo, la casa de Dios estipula claramente que no se puede elegir a nadie malvado ni mentiroso. Está prohibido y es un gravísimo problema. Cuando mis dos hermanas me advirtieron de la escasa humanidad de Zhang, solo consulté superficialmente a unas pocas personas y, encima, a raíz de mis suposiciones subjetivas, rechacé ciegamente sus consejos. No consulté a los hermanos y las hermanas que comprendían la verdad ni esclarecí la diferencia entre alguien de poca humanidad y alguien con una esencia de hacedor de maldad, y tampoco traté de averiguar el motivo concreto por el que Zhang no podía cooperar con nadie, es decir, si el problema tenía que ver con un carácter corrupto o con una humanidad ruin. Si era una mera cuestión de carácter corrupto y ella era capaz de aceptar la verdad, cambiaría y no se le podría definir como malvada. Si era alguien de humanidad ruin que aborrecía y detestaba la verdad, era una hacedora de maldad. Sin importar cómo se tratara con ella por sus actos malvados, ni lo admitiría ni se arrepentiría sinceramente nunca. Si yo hubiera buscado la verdad entonces y hubiera evaluado la conducta típica de Zhang según la esencia y las características de los hacedores de maldad, habría tenido cierto discernimiento de ella, no me habría empeñado en utilizarla y podría haber evitado semejante perjuicio al trabajo de la iglesia. Las consecuencias resultantes se debieron exclusivamente a que fui demasiado arrogante y no busqué la verdad. Si hubiera tenido el más mínimo temor de Dios y obediencia a Él, no habría cometido un error tan grande ni semejante maldad. Pero había sido arrogante y santurrona, y en este serio asunto de seleccionar a un líder no había buscado la verdad ni había hecho caso a las sugerencias de mis hermanas. Había seleccionado a una persona malvada como líder, y había llevado la totalidad de la labor de la iglesia a un estado de parálisis. Por ello, muchos hermanos y hermanas habían sufrido y su vida había sido perjudicada, y yo había cometido una transgresión irreparable. ¡Fui demasiado inflexible y obstinada! Me aborrecí y maldije de corazón. Oré a Dios con el deseo de arrepentirme sinceramente.
Leí otro pasaje de la palabra de Dios y hallé una senda de práctica. Dios dice: “¿Cómo debes reflexionar sobre ti mismo e intentar conocerte, cuando has hecho algo que vulnera los principios verdad y es desagradable para Dios? Cuando estabas a punto de hacer eso, ¿le oraste? ¿Consideraste alguna vez: ‘¿Hacer las cosas de este modo concuerda con la verdad? ¿Cómo vería Dios este asunto si fuera llevado ante Él? ¿Se alegraría o se irritaría si se enterara? ¿Abominaría de ello o le repugnaría?’? No lo buscaste, ¿verdad? Incluso si te lo recordaran, seguirías pensando que el asunto no tenía importancia, no iba en contra de ningún principio ni era pecado. Como resultado, ofendiste el carácter de Dios y lo enfureciste, hasta tal punto que te despreció. Esto lo causa la rebeldía de la gente. Por lo tanto, deberías buscar la verdad en todas las cosas. Eso es lo que debes seguir. Si puedes presentarte con seriedad ante Dios para orar de antemano, y luego buscar la verdad según Sus palabras, no te equivocarás. Tal vez haya algunas anomalías en tu práctica de la verdad, pero eso es difícil de evitar, y serás capaz de practicar correctamente tras adquirir cierta experiencia. Sin embargo, si sabes actuar de acuerdo con la verdad pero no la practicas, el problema es que esta te desagrada. Quienes no aman la verdad jamás la buscan, sin importar lo que les suceda. Los que aman la verdad son los únicos que tienen un corazón temeroso de Dios, y cuando suceden cosas que no comprenden, son capaces de buscar la verdad. Si no puedes captar la voluntad de Dios y no sabes practicar, deberías hablar con algunas personas que entiendan la verdad. Si no encuentras a quienes comprenden la verdad, deberías buscar a algunas personas que tengan un entendimiento puro para orar juntos a Dios en unión de mente y espíritu, buscar a partir de Dios, aguardar Su momento, y esperar a que Él os abra un camino. Siempre y cuando todos anhelen la verdad, la busquen y compartan sobre ella juntos, quizá llegue el momento en que a alguno de vosotros se le ocurra una buena solución. Si a todos os parece que la solución es adecuada y un buen camino, entonces eso tal vez haya sido gracias al esclarecimiento y la iluminación del Espíritu Santo. Si, entonces, seguís compartiendo juntos a fin de descubrir una senda de práctica más correcta, sin duda concordará con los principios verdad. En tu práctica, si descubres que tu camino de práctica sigue siendo algo inadecuado, debes corregirlo de inmediato. Si erras levemente, Dios no te condenará, porque tus intenciones en lo que haces son correctas, y estás practicando de acuerdo con la verdad. Solo estás un poco confundido acerca de los principios y has cometido un error en tu práctica, lo cual es excusable. Pero cuando la mayoría de la gente hace cosas, las hace en función de cómo imagina que han de hacerse. No utilizan las palabras de Dios como base para contemplar cómo practicar conforme a la verdad o cómo recibir el visto bueno de Dios. En cambio, lo único en lo que piensan es en cómo beneficiarse, y cómo hacer que los demás los respeten y los admiren. Hacen las cosas enteramente según sus propias ideas y exclusivamente para satisfacerse a sí mismos, lo que es un problema. Tales personas jamás harán las cosas de acuerdo con la verdad, y Dios siempre las detestará. Si de veras eres alguien con conciencia y razón, pase lo que pase, deberías ser capaz de presentarte ante Dios a orar y buscar, de analizar seriamente las motivaciones e impurezas de tus actos, de determinar qué corresponde hacer según las palabras y los requisitos de Dios, y de ponderar y contemplar reiteradamente qué acciones complacen a Dios, cuáles le disgustan y cuáles reciben Su visto bueno. Debes repasar mentalmente estas cuestiones una y otra vez hasta que las comprendas claramente. Si sabes que tienes tus propias motivaciones al hacer algo, debes reflexionar sobre cuáles son, si se trata de satisfacerte a ti mismo o de satisfacer a Dios, si te beneficia a ti o al pueblo escogido de Dios, y qué consecuencias acarrearán… Si buscas y contemplas más de esta manera en tus oraciones, y te haces más preguntas para buscar la verdad, entonces las anomalías de tus actos serán cada vez menores. Quienes pueden buscar la verdad de esta manera son los únicos que son considerados con la voluntad de Dios y le temen, porque buscan de acuerdo con los requisitos de las palabras de Dios y con un corazón obediente, y las conclusiones a las que lleguen a partir de buscar así coincidirán con los principios verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). La palabra de Dios me dictó los principios de práctica: haga lo que haga, debo tener un corazón temeroso de Dios y buscar la verdad y los principios según los cuales hacer las cosas. Sobre todo en asuntos que atañen al trabajo y los intereses de la iglesia, no puedo actuar a ciegas según mis ideas. Si no, una vez que cause un grave daño a la iglesia o perturbe su labor, habré cometido el mal y pecado contra Dios. Además, no puedo decidir las cosas por mi cuenta al cumplir con mi deber ni hacerlas a mi modo y ser tiránica. Debo debatir las cosas con los hermanos y hermanas que son mis compañeros, consultar más y hablar con los hermanos y las hermanas que comprendan la verdad y escuchar opiniones distintas a las mías. Al margen de que alguien tenga o no estatus, dones o talentos especiales, debo escuchar humildemente sus consejos. En cuestiones que no entienda, debo buscar de inmediato la guía de mi líder, esclarecer los principios pertinentes y aprender a actuar según la verdad y sin ofender a Dios antes de hacer nada. Asimismo, debo aprender a renunciar a mí misma. Cuanto más correcto considere algo, menos debo aferrarme a ello, y debo ver si concuerda o no con los principios verdad. Esto puede resolver el problema de la arrogancia y la santurronería, y puede protegerme de hacer el mal y ofender el carácter de Dios. Anteriormente, no me conocía ni tenía conciencia de mí misma y sí tenía demasiada seguridad. Fue después de este doloroso fracaso que entendí que, cuando estaba segura de mí misma, cuando no creía que pudiera estar equivocada, e incluso cuando tenía una base sólida para pensar que tenía la razón, los hechos demostraron que no solo estaba equivocada, sino terrible, absurda y odiosamente equivocada, y las consecuencias fueron desastrosas. Cometí muchísimas transgresiones por arrogancia en el pasado. En aquel entonces pensaba realmente que tenía razón y a veces hasta me basaba en las palabras de Dios. No obstante, más tarde, los hechos revelaron que estaba equivocada porque no comprendía realmente la palabra de Dios ni captaba los principios. En cambio, utilizaba aquella indiscriminadamente y aplicaba las reglas a ciegas. Una vez que me di cuenta, admití de corazón que me faltaban las realidades verdad, que no veía a las personas ni las cuestiones con claridad y que algunas de mis opiniones eran absurdas y ridículas. Encima, tenía poca aptitud, era ingenua y no pensaba bien las cosas ni comprendía la verdad. Solo conocía algunas doctrinas y seguía rígidamente ciertas normas. En ese momento me convencí de que era una completa inútil, deficiente y patética, y ya no quería insistir más en mis opiniones.
Después de eso, cuando ahora me dan sugerencias distintas a las mías, siempre que tengo ganas de empeñarme en hacer las cosas a mi modo, recuerdo estas dolorosas lecciones. Me acuerdo de cuántas perspectivas que creía indudablemente correctas resultaban totalmente equivocadas al contrastarlas con la verdad, y Dios las condenó. Ya no se me ocurre insistir en mis opiniones, y de inmediato consulto las opiniones y los consejos de otros. A veces, al debatir las cosas, inconscientemente rechazo las sugerencias de otras personas, pero cuando me percato de ello, enseguida pregunto qué opina la mayoría, no sea cosa que no siga los consejos correctos y perjudique la labor de la iglesia. En asuntos en que creo tener la razón, ya no me atrevo a decidir por mi cuenta y, conscientemente, soy capaz de pedir consejo a los hermanos y las hermanas que son mis compañeros o de buscar la guía de mi líder. Esto me hace sentir mayor tranquilidad y también evita que perjudique el trabajo de la iglesia por actuar en forma tiránica. En la actualidad, si bien aún exhibo un carácter arrogante y santurrón, es mucho mejor que antes.
Soy una persona extremadamente arrogante y santurrona. Cuando creo tener la razón, me cuesta renunciar a mí misma o hacer caso a las sugerencias ajenas. De no haber sido por el juicio y la revelación de las palabras de Dios, por lo denunciado y expuesto por mis hermanos y hermanas, y por que Dios me delató y trató conmigo reiteradamente, jamás habría sido capaz de conocerme y de renunciar a mí misma. Actualmente, la pequeña transformación que he logrado, el hecho de tener algo de razonamiento y semejanza humana, se debe exclusivamente al trabajo meticuloso de Dios, y es fruto del esclarecimiento y guía de Sus palabras. Doy gracias a Dios de todo corazón por salvarme.