27. El fruto de predicar el evangelio
En septiembre de 2017, conocí por internet a una cristiana filipina, Teresa. Decía que no le reportaban nada los servicios religiosos y que cada vez más creyentes seguían las tendencias seculares. Notaba su iglesia desolada y quería encontrar una que tuviera la obra del Espíritu Santo. También me dijo que quería leer más palabras de Dios, conocerlo y tener una vida nueva. En vista de su anhelo espiritual, tenía ganas de predicarle el evangelio para que oyera la voz de Dios y aceptara Su obra de los últimos días. Una vez le pregunté qué quería de su fe. Me respondió: “Quiero ir al reino de Dios a estar por siempre con Él, pero soy pecadora e indigna de Su reino”. Le respondí que hemos de entender las normas del reino de Dios para entrar en él, y le pregunté si quería aprender sobre este aspecto de la verdad. Muy emocionada, contestó: “¡Por supuesto!”. Vi que era una creyente sincera que quería saber más, por lo que deseaba darle testimonio de la obra de Dios de los últimos días, pero tenía que irse a trabajar, así que tuvimos que poner fin a la charla de ese día.
Posteriormente, ella estaba ocupadísima en el trabajo desde temprano hasta altas horas de la noche, y después estaba agotada y necesitaba descansar. Además, el poco tiempo libre que tenía a la semana tenía que pasarlo en los servicios religiosos, así que no teníamos mucha ocasión de charlar. Casi siempre que contactaba con ella, estaba trabajando, por lo que realmente no teníamos tiempo de hablar. Al cabo de un tiempo empecé a desanimarme. En mi opinión, teníamos que comunicarnos por internet porque no estábamos en el mismo país, por lo que, si no tenía tiempo de conectarse, ¿cómo podía predicarle la obra de Dios de los últimos días? Empecé a creer que no podía hacer nada, así que debía olvidarme de ello. Tal vez otra persona le podía predicar el evangelio. Justo a punto de rendirme, recordé unas palabras de Dios: “¿Eres consciente de la carga que llevas a cuestas, de tu comisión y tu responsabilidad? ¿Dónde está tu sentido de misión histórica? ¿Cómo servirás adecuadamente como señor en la próxima era? ¿Tienes un fuerte sentido del señorío? ¿Cómo describirías al señor de todas las cosas? ¿Es realmente el señor de todas las criaturas vivientes y todas las cosas físicas del mundo? ¿Qué planes tienes para el progreso de la siguiente fase de la obra? ¿Cuántas personas están esperando a que seas su pastor? ¿Es pesada tu tarea? Son pobres, lastimosos, ciegos, están confundidos, lamentándose en las tinieblas: ¿dónde está el camino? ¡Cómo anhelan que la luz, como una estrella fugaz, descienda repentinamente y disperse a las fuerzas de la oscuridad que han oprimido a los hombres durante tantos años! ¿Quién puede conocer el alcance total de la ansiedad con la que esperan, y cómo anhelan día y noche esto? Incluso cuando la luz les pase por delante, estas personas que sufren profundamente permanecen encarceladas en una mazmorra oscura, sin esperanza de liberación; ¿cuándo dejarán de llorar? Es terrible la desgracia de estos espíritus frágiles que nunca han tenido reposo y han estado mucho tiempo atrapados en este estado por ataduras despiadadas e historia congelada. Y ¿quién ha oído los sonidos de sus gemidos? ¿Quién ha contemplado su estado miserable? ¿Has pensado alguna vez cuán afligido e inquieto está el corazón de Dios? ¿Cómo puede soportar Él ver a la humanidad inocente, que creó con Sus propias manos, sufriendo tal tormento? Después de todo, los seres humanos son las víctimas que han sido envenenadas. Y, aunque el hombre ha sobrevivido hasta hoy, ¿quién habría sabido que el maligno envenenó a la humanidad hace mucho tiempo? ¿Has olvidado que eres una de las víctimas? ¿No estás dispuesto a esforzarte por salvar a estos sobrevivientes por tu amor a Dios? ¿No estás dispuesto a dedicar toda tu energía para retribuir a Dios, que ama a la humanidad como a Su propia carne y sangre?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Cómo deberías ocuparte de tu misión futura?). Al meditar las palabras de Dios, me sentí muy mal. No había hecho todo lo posible por predicarle el evangelio a Teresa y ni siquiera le había contado que ya había regresado el Señor Jesús. Ella tenía fe sincera en el Señor y deseaba comprender Su voluntad, pero estaba en las tinieblas espirituales, sin sustento. Yo desistí de ayudarla justo cuando ella realmente necesitaba ayuda; ¿Cuándo oiría la voz de Dios? Ahora que aumentan los desastres, si no le daba ya mismo testimonio de la obra de Dios de los últimos días, ella podría perder la salvación. Al pensarlo me sentí aún peor, y oré a Dios: “Dios mío, sé que contigo todo es posible. Quiero hacer lo que esté en mi mano por predicarle el evangelio a la hermana Teresa. Te ruego que me guíes”. Tras orar, de pronto se me ocurrió que ella andaba corta de tiempo, pero yo podía quedar de antemano para orar juntas. Le pregunté y aceptó inmediatamente. Quedamos a las 5 y algo de la madrugada todos los días. Estaba ocupadísima en mi deber en esa época y trabajaba hasta tarde cada noche. Pensaba que apenas dormiría si tenía que levantarme tan pronto, pero me decía a mí misma que, si me preocupaba mi comodidad física, Teresa tardaría más en presentarse ante Dios. Eso me daba culpa. Recordé unas palabras de Dios: “La carne pertenece a Satanás. Dentro de ella hay deseos extravagantes, la carne solo piensa en sí misma, quiere disfrutar de comodidades, deleitarse en el ocio y regodearse en la pereza y la holgazanería. Una vez que la hayas satisfecho hasta un determinado punto, te terminará comiendo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo amar a Dios es realmente creer en Él). Sabía que satisfacer la carne implicaba satisfacer a Satanás. No daría testimonio ni cumpliría con mi deber y perdería la ocasión de dar testimonio de la obra de Dios de los últimos días. Oré, dispuesta a darle la espalda a la carne. Aunque tuviera que pagar un mayor precio, tenía que predicarle el evangelio. Empezamos a quedar para la oración matinal, y cuando oré con gran sinceridad por ella, con la esperanza de que tuviera más tiempo para hablar de las palabras de Dios, me dijo muy seriamente: “Percibo lo sincera que eres. Gracias por tu oración. Estoy muy emocionada”. Esto me resultó muy reconfortante y comprobé que la gente nota de veras cuándo una persona es sincera. Decidí en silencio ante Dios que me aseguraría de compartirle el testimonio de la obra de Dios de los últimos días. Así pues, le sugerí que hiciéramos hueco para compartir en comunión. Aceptó, y logró hacerme un hueco de 30 minutos al día para hablar y me volvió a comentar que quería saber cómo entrar en el reino de Dios.
Lo hablamos en la enseñanza justo al día siguiente. Le dije: “Todo creyente quiere entrar en el reino de los cielos; ¿y qué hemos de hacer? Escuchar al Señor. El Señor Jesús dijo: ‘No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos’ (Mateo 7:21). El Señor fue muy claro: la clave para entrar en el reino de los cielos es hacer la voluntad de Dios. ¿Qué significa eso? En pocas palabras, hacer la voluntad de Dios es practicar las palabras del Señor y obedecer Sus mandamientos. Supone abandonar el pecado y poner en práctica las palabras de Dios, amarlo y someterse a Él de corazón. Los que constantemente mienten, pecan, se oponen a Dios y a Sus exigencias no hacen Su voluntad; entonces, ¿son dignos de entrar en el reino de los cielos?”. Me contestó: “No. Constantemente mentimos, pecamos de palabra, y más creyentes siguen las tendencias mundanas en pos del dinero. No adoramos sinceramente a Dios y ni siquiera los pastores son una excepción. ¿Cómo podemos entrar en el reino de los cielos de esa forma?”. Le respondí: “Sí. El Señor Jesús nos ha redimido y perdonado los pecados, pero aún mentimos y pecamos. Pecamos de día y confesamos de noche. Según la Biblia: ‘Sin santidad, ningún hombre contemplará al Señor’ (Hebreos 12:14).* No somos santos ahora y no somos dignos del reino de Dios así. Sin embargo, todos quieren salvarse y entrar en Su reino. ¿Y cómo hace Dios que nos suceda esto? Dice la Biblia: ‘Así también Cristo, habiendo sido ofrecido una vez para llevar los pecados de muchos, aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvación de los que ansiosamente le esperan’ (Hebreos 9:28). El Señor regresa en los últimos días a salvarnos, a librarnos por completo de las ataduras del pecado, a hacernos sumisos a Dios y hacedores de Su voluntad para que nos salvemos plenamente y entremos en Su reino”. Emocionadísima, Teresa comentó: “Me encantaría dejar de pecar. ¿Y cómo nos salva Dios del pecado?”. Le envié unos versículos de la Escritura: “Santifícalos en la verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17). “Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y vi a un ángel poderoso que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y de desatar sus sellos?” (Apocalipsis 5:1-2). “Mira, el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido para abrir el libro y sus siete sellos” (Apocalipsis 5:5). Le dije: “El Señor afirmó que santificaría a la humanidad con la verdad, y tanto el Apocalipsis como el Libro de Daniel manifiestan que en los últimos días se abrirá un libro sellado. Este libro se refiere a las nuevas palabras de Dios en los últimos días, la verdad que santificará a la humanidad. Solo el propio Dios puede abrirlo y expresar la verdad para salvar a la humanidad. Cuando el Señor llega en los últimos días, declara muchas verdades para purificarnos y transformarnos, para salvarnos del pecado. Además, el Apocalipsis señala varias veces: ‘El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias’ (Apocalipsis Capítulos 2, 3). Dios hablará a las iglesias en los últimos días. Hemos de estar atentos a Su voz. No podemos recibir al Señor a menos que oigamos Su voz, y es nuestra única oportunidad de que Dios nos purifique y nos salve para ser dignos de Su reino”.
En este punto de mi enseñanza, Teresa me preguntó: “¿Por qué ha de declarar nuevas palabras el Señor en los últimos días? Toda la vida he leído la Biblia, y me ha dado fe y me ha enseñado mucho: tolerancia, paciencia y perdón. Creo que basta con la Biblia y nuestro pastor siempre dice que toda palabra de Dios está en la Biblia, que nada fuera de ella es palabra de Dios”. Veía que Teresa tenía algunas nociones acerca de que el Señor hable en los últimos días, que no lo aceptaba, así que no lo refuté directamente. Le conté mi propia experiencia. Le dije: “Yo pensaba lo mismo. Creía que todo lo manifestado por el Señor estaba en la Biblia y que no había nuevas palabras de Dios aparte de esas. Sin embargo, luego oí a un hermano comentar algo que había dicho el Señor Jesús y me hizo verlo de otra forma. El Señor Jesús dijo: ‘Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis soportar. Pero cuando Él, el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad’ (Juan 16:12-13). El Señor Jesús fue muy claro al respecto. Dijo que tenía muchas más cosas que decir, pero que a la gente le faltaba estatura y no podría soportarlo entonces. Él hablaría más en los últimos días para guiarla hasta que comprenda y entre en todas las verdades y, así, nos libremos de las ataduras del pecado y nos salvemos plenamente. Imagínate a un niño pequeño. De chiquitín, cuando su mamá le enseñara a hablar y andar, ¿le diría que se ganara bien la vida para poder cuidar a papá y mamá? Claro que no. Sería demasiado pequeño para entenderlo, por lo que, a esa edad, sus padres solo le dirán cosas que entienda. Después, cuando crezca y aprenda más, le hablarán más de la vida: por ejemplo, sobre buscar empleo y tener familia. Es como cuando, en la Era de la Gracia, el Señor Jesús realizó la obra redentora según las necesidades de su plan de gestión y de la gente, expresando el camino del arrepentimiento y enseñándole a ser humilde y tolerante, a abrazar una cruz, a perdonar setenta veces siete. Sin embargo, hubo otras cosas que el Señor Jesús no le contó a la gente: todas las verdades que purifican y salvan a la humanidad. Se las guardó para cuando el Señor venga en los últimos días y ese es el libro sellado profetizado en el Libro del Apocalipsis. En estos 2000 años nadie leyó ese libro porque no se abrió hasta que regresó el Señor en los últimos días. ¿Crees que sería posible que lo escrito en ese libro estuviera en la Biblia?”. Seria, me contestó: “Eso no podría estar en la Biblia”. Le enseñé esto unas pocas veces más hasta que afirmó haberlo entendido.
Creía que las nociones de la hermana Teresa se habían resuelto, pero, al día siguiente, cuando mencioné de nuevo que el Señor pronuncia nuevas palabras en los últimos días, me dijo que todas las palabras del Señor para los últimos días deberían estar en la Biblia. Pensé haberla oído mal, pero tras confirmarlo con ella me sentí muy decepcionada y desanimada. Pensé que, para empezar, me había costado mucho quedar a una hora con ella y que ahora todavía no lo entendía pese a habérselo explicado varias veces. ¿Iba a poder comprenderlo? No dije nada, pero empecé a pensar en desistir. No obstante, luego comprendí que no era que ella no hubiera sacado nada de la enseñanza. Encasillar así de fácil a alguien no era conforme a la voluntad de Dios. Después, de pronto recordé estas palabras de Dios: “Si Dios te ha confiado el deber de difundir el evangelio, debes aceptar la comisión de Dios con deferencia y obediencia. Debes esforzarte por tratar con amor y paciencia a toda persona que esté investigando el camino verdadero, y debes ser capaz de soportar las dificultades y el trabajo duro. Muestra diligencia a la hora de asumir la responsabilidad de compartir el evangelio; habla de manera clara sobre la verdad, de modo que puedas rendir cuenta de ello ante Dios. Esta es la actitud con la que uno debe cumplir su deber” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Difundir el evangelio es el deber al que están obligados por honor todos los creyentes). “Si una persona que está investigando el camino verdadero reitera una pregunta, ¿cómo debes responder? No debería importarte tomarte el tiempo y la molestia de contestarle, y deberías buscar el modo de hablarle con claridad acerca de su pregunta hasta que la entienda y no la vuelva a hacer. Entonces habrás cumplido con tu responsabilidad y tu corazón estará libre de culpa. Ante todo, tú estarás libre de culpa respecto a Dios en esta materia, pues Él te encomendó este deber, esta responsabilidad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Difundir el evangelio es el deber al que están obligados por honor todos los creyentes). Me avergoncé de mí misma al pensar en lo que exige Dios. Solo le había enseñado unas pocas veces a Teresa, pero no quería intentarlo más porque aún no había abandonado sus nociones. No estaba mostrando amor. También yo tenía muchas nociones cuando me hice creyente, pero los hermanos y hermanas me enseñaron una y otra vez y oraron por mí hasta que abandoné aquellas nociones y me presenté ante Dios a aceptar Su salvación. Esto se debió al amor y la tolerancia de Dios. Entonces, ¿por qué no podía enseñarle pacientemente cuando le predicaba el evangelio? En ese momento, oré a Dios: “Oh, Dios mío, si es una de Tus ovejas, te ruego que me guíes. Haré todo lo posible por cooperar contigo”. Tras orar, reflexioné sobre que la Biblia había sido el fundamento de la fe de Teresa todos esos años. Era comprensible que no pudiera aceptar de inmediato y del todo que las nuevas palabras de Dios para los últimos días no están en la Biblia. Se me ocurrió que podría hablarle de ello desde otra perspectiva. Después compartí con ella un par de pasajes de las palabras de Dios: “Dios mismo es la vida y la verdad, Su vida y verdad coexisten. Los que no pueden obtener la verdad nunca obtendrán la vida. Sin la guía, el apoyo y la provisión de la verdad, solo obtendrás palabras, doctrinas y, por encima de todo, la muerte. La vida de Dios siempre está presente, Su verdad y vida coexisten. Si no puedes encontrar la fuente de la verdad, entonces no obtendrás el alimento de la vida; si no puedes obtener la provisión de vida, entonces, seguramente no tienes la verdad, y así, aparte de las imaginaciones y las nociones, la totalidad de tu cuerpo no será nada más que carne, tu apestosa carne. Debes saber que las palabras de los libros no cuentan como vida, los registros de la historia no se pueden adorar como la verdad, y las normas del pasado no pueden servir como un registro de palabras que Dios pronuncia en el presente. Sólo lo que Dios expresa cuando viene a la tierra y vive entre los hombres es la verdad, la vida, la voluntad de Dios y Su manera actual de obrar” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo el Cristo de los últimos días le puede dar al hombre el camino de la vida eterna). “El hecho que quiero explicar aquí es este: lo que Dios es y tiene es inagotable e ilimitado por siempre. Dios es la fuente de la vida y de todas las cosas. Dios no puede ser dimensionado por ningún ser creado. Por último, debo todavía recordar a todos: no delimitéis otra vez a Dios a libros, palabras o a Sus declaraciones pasadas. Hay una sola palabra para describir la característica de la obra de Dios: nueva. A Él no le gusta tomar caminos antiguos o repetir Su obra, y mucho menos quiere que la gente lo adore mientras que lo delimita a un cierto ámbito. Este es el carácter de Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Epílogo). Después le enseñé esto: “Dios es el Creador, y Su sabiduría, infinita. Dios siempre puede expresar más verdades según Su plan de gestión y las necesidades de la humanidad. ¿Cómo va a limitarse a lo que dice la Biblia? ¿Eso no restringe a Dios al contenido de la Biblia?”. Le conté entonces la fábula china de la rana en el fondo del pozo, de este modo: “Una rana vivía en el fondo de un pozo y solo veía el cielo a través de la boca del pozo, por lo que creía que el cielo era del tamaño de esa boca. Un día cayó tal tormenta que pudo saltar del pozo por lo mucho que había llovido. Contempló la infinita inmensidad del cielo, realmente mucho más grande que la boca del pozo. Se dio cuenta de que no había visto el cielo entero porque estaba en el fondo del pozo”. Le dije que yo también me había sentido así y que mi entendimiento de Dios había sido muy superficial. Dios es muy grande, y nosotros, muy pequeños. ¡Dios es abundante! Sus palabras son como las aguas de la vida, que fluyen eternamente y sin límites. No podemos saber lo que Él tiene y es por medio de nuestro razonamiento. ¿Cómo podríamos acotar a Dios? El Señor Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Juan 14:6). Dios es la fuente de la vida. Le pregunté si Dios podía expresar más verdades que las de la Biblia, cosas todavía más elevadas, todo lo que necesita la gente en los últimos días. Contestó: “Claro que puede”. Comprobé que empezaban a flaquear sus nociones, que se estaba abriendo su corazón. Le envié ese mismo versículo: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Apocalipsis 2:7). Le expliqué que lo que el Espíritu dice a las iglesias es justo lo que dice el Señor Jesús a Su regreso en los últimos días y que la Biblia relata lo que Dios habló e hizo en la Era de la Ley y la Era de la Gracia. Todo eso fue registrado por seres humanos y posteriormente se compiló en un libro una vez que Dios realizó esa obra. Al preguntarle si era posible que estuvieran de antemano en la Biblia las nuevas palabras del Señor Jesús a Su regreso, sonrió y me respondió: “Ya entiendo. La Biblia no contiene las palabras del Señor a Su regreso y Dios puede declarar palabras aparte de las de la Biblia”. Hondamente emocionada, me dijo que la gente no comprende lo suficiente a Dios. Quería leer más palabras de Dios y entenderlo mejor.
Yo estaba encantada y muy agradecida por la guía de Dios al ver que Teresa reconociera que el Señor regresará y hablará de nuevo, así que le pregunté: “Dado que el Señor regresará y seguirá hablando, ¿por qué medio crees que hará Sus declaraciones?”. Respondió: “Por el Espíritu”. Le dije que eso creía yo también, pero que estudié la Escritura con los hermanos y hermanas y descubrí esto: “Porque como el relámpago al fulgurar resplandece desde un extremo del cielo hasta el otro extremo del cielo, así será el Hijo del Hombre en su día. Pero primero es necesario que Él padezca mucho y sea rechazado por esta generación” (Lucas 17:24-25); “Tal como ocurrió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del Hombre” (Lucas 17:26); “También vosotros estad preparados, porque a la hora que no pensáis vendrá el Hijo del Hombre” (Mateo 24:44). Le dije: “Según todos estos versículos, el Señor regresará como el ‘Hijo del hombre’. ‘Hijo del hombre’ significa que nace del hombre y tiene una humanidad normal. No lo llamarían así si tuviera forma espiritual. Como Jehová Dios tenía forma espiritual, no lo llamaban el Hijo del hombre. Eso implica que el Señor vuelve encarnado en los últimos días. Si llegara en un cuerpo espiritual resucitado, apareciéndose públicamente a todos los pueblos sobre una nube, todo el mundo se postraría temblando de miedo y nadie se atrevería a rechazarlo. ¿Cómo se cumplirían entonces las palabras del Señor ‘primero es necesario que Él padezca mucho y sea rechazado por esta generación’?”. Parecía que Teresa estaba meditando algo, por lo que le pregunté: “Cuando el Señor aparece y obra en los últimos días, ¿por qué decidiría venir encarnado, y no como Espíritu?”. Movió la cabeza. Señalé: “La gente no puede ver ni tocar a Dios en forma espiritual. Si de pronto apareciera y hablara un cuerpo espiritual, ¿qué sentirías?”. Me respondió: “Miedo”. Le dije: “Sí, la gente tendría miedo y estaría confundida. ¿Quiere Dios que todo el mundo se asuste mientras Él nos hable? Por supuesto que no. Y la humanidad corrupta está demasiado viciada; no somos dignos de contemplar el Espíritu de Dios. Nos mataría el hecho de contemplarlo. Por eso es tan importante para nosotros, la humanidad corrupta, que Dios venga encarnado en los últimos días a expresar verdades para nuestra salvación”. Después, le leí un par de pasajes más de las palabras de Dios: “La salvación del hombre por parte de Dios no se lleva a cabo directamente utilizando el método del Espíritu y la identidad del Espíritu, porque el hombre no puede ni tocar ni ver Su Espíritu, ni tampoco acercarse a Él. Si Él tratara de salvar al hombre directamente utilizando la perspectiva del Espíritu, el hombre sería incapaz de recibir Su salvación. Si Dios no se hubiera vestido con la forma exterior de un hombre creado, no habría forma de que el hombre recibiera esta salvación, pues el hombre no tiene forma de acercarse a Él, igual que nadie podía acercarse a la nube de Jehová. Solo volviéndose un ser humano creado, es decir, solo poniendo Su palabra en el cuerpo de carne en el que está a punto de convertirse, puede Él obrar personalmente la palabra en todos los que le siguen. Solo entonces puede el hombre ver y oír personalmente Su palabra, y, además, poseer Su palabra y, por estos medios, llegar a ser totalmente salvo. Si Dios no se hubiera hecho carne, nadie de carne y hueso podría recibir una salvación tan grande ni se salvaría una sola persona. Si el Espíritu de Dios obrara directamente en medio de la humanidad, la humanidad entera sería fulminada o, sin una forma de entrar en contacto con Dios, Satanás se la llevaría totalmente cautiva” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El misterio de la encarnación (4)). “Esta era la ventaja de Dios al hacerse carne: podía aprovecharse del conocimiento de la humanidad y usar el lenguaje humano para hablar a las personas y para expresar Su voluntad. Él le explicó o le ‘tradujo’ al hombre Su profundo lenguaje divino, que resultaba difícil de entender para las personas en lenguaje humano, de forma humana. Esto ayudó a las personas a entender Su voluntad y a saber qué quería hacer Él. También pudo tener conversaciones con personas desde la perspectiva humana, usar el lenguaje humano y comunicarse con ellas de una forma en la que entenderían. Hasta podía hablar y obrar usando el lenguaje y el conocimiento humanos, de forma que las personas pudieran sentir la bondad y la cercanía de Dios, y ver Su corazón” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo III). Tras leer las palabras de Dios, continué con mi enseñanza: “Dios decidió venir en la carne y tener una vida real entre nosotros para estar más cerca y proveernos la verdad que nos salva. Es como los padres con un hijo. ¿Querría un progenitor que su hijo tuviera miedo cada vez que lo viera? Por supuesto que no. Los padres nunca querrían que su hijo tuviera miedo y se escondiera cuando los viera. ¿Y Dios? Si Dios solamente hablara desde los cielos, tendríamos miedo y nos alejaríamos de Él. Dios no quiere que nos alejemos, que creamos que es difícil estar cerca de Él, por lo que el regreso del Señor en los últimos días es como cuando el Señor Jesús apareció y obró. Vino encarnado en un Hijo del hombre normal y corriente que comía y hablaba con Sus discípulos y siempre los ayudaba a resolver sus problemas y confusiones. Que el verdadero Dios vivo, en efecto, viva entre los hombres nos ayuda a sentirnos mucho más cerca de Dios. Queremos acercarnos más a Él, apoyarnos en Él. Dios encarnado puede interactuar con nosotros sin distancia alguna, y sabe expresar en nuestro propio idioma la verdad que nos sustenta y alimenta. Puede usar ejemplos y analogías para que entendamos mejor Su voluntad y nos sea más fácil comprender la verdad y entrar en ella. ¡Qué práctico y real es el amor de Dios por nosotros! Haciéndose carne, Dios tolera gran humillación y sufrimiento por hablar y obrar para que comprendamos la verdad, nos libre de pecado y nos salve plenamente. Esta es Su salvación para la humanidad corrupta”. En este momento Teresa se conmovió hasta las lágrimas. Dijo: “Ya lo entiendo. El Señor vuelve en forma encarnada en los últimos días. También yo quiero que Dios venga entre nosotros en la carne. Él ha pagado un precio altísimo por nuestra salvación. No somos dignos de ello…”. Me enterneció la emoción de Teresa y recordé unas palabras de Dios: “¿Puedes comunicar el carácter expresado por Dios en cada era de una manera concreta, en un lenguaje que trasmita adecuadamente la importancia de dicha era? ¿Puedes tú, que experimentas la obra de Dios de los últimos días, describir en detalle el carácter justo de Dios? ¿Puedes dar testimonio del carácter de Dios de manera precisa y clara? ¿Cómo transmitirás lo que has visto y experimentado a esos creyentes religiosos lastimosos, pobres y devotos, hambrientos y sedientos de justicia, y que están esperando a que tú los pastorees?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Cómo deberías ocuparte de tu misión futura?). “Para poder dar testimonio de la obra de Dios debes confiar en tu experiencia, en tu conocimiento y en el precio que has pagado. Solo así puedes satisfacer Su voluntad” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Antes, cuando predicaba el evangelio, a menudo a la gente solo le predicaba teorías y nunca había pensado si realmente comprendía a Dios, si podía compartir testimonios de experiencias reales y personales mías. Esta experiencia me enseñó que predicar el evangelio no es solamente hablar con más gente, sino una oportunidad para mí de conocer mejor a Dios. También yo sentía el amor de Dios al hablar con Teresa. Si Él no hubiera venido a obrar y hablar en la carne, no podríamos comprender la verdad ni purificar nuestro carácter corrupto. Terminaríamos destruidos en los desastres. Cuanto más lo pensaba, más percibía lo grande y real que es amor de Dios por nosotros.
Tras nuestra charla, Teresa comentó: “La enseñanza de hoy es totalmente novedosa para mí. He aprendido muchísimo de esto”. Me encantó que dijera esto, y repliqué: “El Señor Jesús ya ha regresado como Dios Todopoderoso encarnado. Dios Todopoderoso ha expresado nuevas palabras y está realizando la obra del juicio de los últimos días para purificar y salvar plenamente a la humanidad. Esto cumple las profecías bíblicas, como ‘Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios’ (1 Pedro 4:17), y ‘Ni aun el Padre juzga a nadie, sino que todo juicio se lo ha confiado al Hijo’ (Juan 5:22)”. Teresa estaba emocionadísima de saber que el Señor ya ha regresado, pero también confundida. Me preguntó: “El Señor Jesús ya nos perdonó los pecados cuando lo crucificaron. ¿Por qué habría de regresar el Señor a realizar la obra del juicio para salvar al hombre en los últimos días?”. Le leí dos pasajes de las palabras de Dios Todopoderoso relacionadas con su pregunta: “Tú sólo sabes que Jesús descenderá durante los últimos días, pero ¿cómo lo hará exactamente? Un pecador como vosotros, que acaba de ser redimido y que no ha sido cambiado ni perfeccionado por Dios, ¿puede ser conforme al corazón de Dios? Para ti, que aún eres del viejo ser, es cierto que Jesús te salvó y que no perteneces al pecado gracias a la salvación de Dios, pero esto no demuestra que no seas pecador ni impuro. ¿Cómo puedes ser santo si no has sido cambiado? En tu interior, estás cercado por la impureza, egoísmo y mezquindad, pero sigues deseando descender con Jesús; ¡qué suerte tendrías! Te has saltado un paso en tu creencia en Dios: simplemente has sido redimido, pero no has sido cambiado. Para que seas conforme al corazón de Dios, Él debe realizar personalmente la obra de cambiarte y purificarte; si sólo eres redimido, serás incapaz de alcanzar la santidad. De esta forma no serás apto para participar en las buenas bendiciones de Dios, porque te has saltado un paso en la obra de Dios de gestionar al hombre, que es el paso clave del cambio y el perfeccionamiento. Tú, un pecador que acaba de ser redimido, eres, por tanto, incapaz de heredar directamente la herencia de Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Acerca de los apelativos y la identidad). “Aunque Jesús hizo mucha obra entre los hombres, sólo completó la redención de toda la humanidad y se convirtió en la ofrenda por el pecado del hombre; no lo libró de la totalidad de su carácter corrupto. Salvar al hombre totalmente de la influencia de Satanás no sólo requirió que Jesús se convirtiera en la ofrenda por el pecado y cargara con los pecados del hombre, sino también que Dios realizara una obra incluso mayor para librar completamente al hombre de su carácter satánicamente corrompido. Y, así, ahora que el hombre ha sido perdonado de sus pecados, Dios ha vuelto a la carne para guiar al hombre a la nueva era, y comenzó la obra de castigo y juicio. Esta obra ha llevado al hombre a una esfera más elevada. Todos los que se someten bajo Su dominio disfrutarán una verdad más elevada y recibirán mayores bendiciones. Vivirán realmente en la luz, y obtendrán la verdad, el camino y la vida” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prefacio). Tras leer las palabras de Dios, le dije: “Sí, el Señor Jesús nos redimió. ¿Qué consiguió esta redención? Redimirnos de los pecados para que no se nos castigue más por infringir la ley. Esto fue lo que logró la obra de redención del Señor Jesús. Se nos perdonan los pecados por nuestra fe en el Señor, pero aún no podemos evitar mentir y pecar constantemente. Vivimos en un círculo vicioso de pecar de día y confesar de noche sin poder escapar jamás de las cadenas del pecado. ¿Por qué? Porque no hemos desechado nuestra naturaleza pecaminosa. Esta naturaleza pecaminosa es como un tumor maligno muy dentro de nosotros. Si no nos lo quitamos, podemos ser perdonados mil o diez mil veces, pero nunca nos libraremos del pecado ni seremos dignos del reino de los cielos. Por eso es necesario que regrese el Señor, que exprese verdades y realice la obra del juicio. Esa obra del juicio pretende corregir nuestra naturaleza pecaminosa para que nos libremos por completo de las cadenas del pecado, nos purifiquemos y nos salvemos plenamente”.
Teresa se alegró mucho de oír esto, y me preguntó con apremio: “¿Puedes hablarme de la obra del juicio? ¿Cómo realiza Dios este juicio para salvarnos del pecado?”. Le leí un pasaje de las palabras de Dios: “Cristo de los últimos días usa una variedad de verdades para enseñar al hombre, para exponer la sustancia del hombre y para analizar minuciosamente sus palabras y acciones. Estas palabras comprenden verdades diversas tales como el deber del hombre, cómo el hombre debe obedecer a Dios, cómo debe ser leal a Dios, cómo debe vivir una humanidad normal, así como la sabiduría y el carácter de Dios, etc. Todas estas palabras están dirigidas a la sustancia del hombre y a su carácter corrupto. En particular, las palabras que exponen cómo el hombre desdeña a Dios se refieren a que el hombre es una personificación de Satanás y una fuerza enemiga contra Dios. Al realizar Su obra del juicio, Dios no aclara simplemente la naturaleza del hombre con unas pocas palabras; la expone, la trata y la poda a largo plazo. Todos estos métodos diferentes de exposición, de trato y poda no pueden ser sustituidos con palabras corrientes, sino con la verdad de la que el hombre carece por completo. Solo los métodos de este tipo pueden llamarse juicio; solo a través de este tipo de juicio puede el hombre ser doblegado y completamente convencido acerca de Dios y, además, obtener un conocimiento verdadero de Dios. Lo que la obra de juicio propicia es el entendimiento del hombre sobre el verdadero rostro de Dios y la verdad sobre su propia rebeldía. La obra de juicio le permite al hombre obtener mucho entendimiento de la voluntad de Dios, del propósito de la obra de Dios y de los misterios que le son incomprensibles. También le permite al hombre reconocer y conocer su esencia corrupta y las raíces de su corrupción, así como descubrir su fealdad. Estos efectos son todos propiciados por la obra del juicio, porque la esencia de esta obra es, en realidad, la obra de abrir la verdad, el camino y la vida de Dios a todos aquellos que tengan fe en Él. Esta obra es la obra del juicio realizada por Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Cristo hace la obra del juicio con la verdad). Tras leer esto, le expliqué: “En los últimos días, Dios realiza Su juicio con palabras que exponen la naturaleza satánica del hombre, de oposición a Él. Revela todas las expresiones de nuestro carácter satánico y nuestra oposición a Dios para que sepamos cuán a fondo nos ha corrompido Satanás y, además, comprobemos el carácter santo y justo de Dios. Juzgados, castigados, podados y tratados por las palabras de Dios, vemos todas las actitudes satánicas que revelamos, como la arrogancia y la astucia. Puede que seamos capaces de sacrificarnos por Dios, pero cuando nos pasa algo que nos disgusta, como enfermar o afrontar un desastre, malinterpretamos y culpamos a Dios. Recién en ese momento vemos que aún tenemos una naturaleza contraria a Dios, y aunque nos sacrifiquemos por Él, lo hacemos para recibir bendiciones y premios y entrar en el reino de los cielos. Hacemos un trato con Dios. No tenemos devoción ni sumisión sinceras a Él, y ni mucho menos un amor sincero. Con el juicio y castigo de las palabras de Dios y lo que revelan las cosas que nos pasan, vemos la verdad de nuestra corrupción y llegamos a detestarla. También experimentamos el carácter santo y justo de Dios, que no tolera ofensa, y tenemos un corazón que le teme y le obedece. Solo así podemos ver hasta qué punto nos ha corrompido Satanás. Sin el juicio y castigo de Dios en los últimos días, nunca podríamos apreciar la verdad de nuestra corrupción ni librarnos de ella. Sobre todo, no tendríamos amor ni obediencia hacia Dios. Esto es como un enfermo: si no sabe que le pasa algo, no irá a tratarse ni sabrá qué tratamiento necesita, con lo que no mejorará. Sin embargo, si va al médico, este podrá decirle qué le pasa, qué lo provoca y cómo tratarlo, y mejorará si sigue los consejos del médico. Así, Dios juzga a la humanidad con Sus palabras en los últimos días para corregir nuestra naturaleza pecaminosa y nuestro carácter satánico. Hemos de aceptar ese juicio y castigo de Sus palabras para librarnos del pecado, desechar nuestro corrupto carácter satánico, ser salvados por Dios y entrar en el reino de los cielos”. En ese momento dijo Teresa: “Ya entiendo. Con la obra del juicio, Dios nos purifica y salva. Si quiero escapar a esta vida de pecado y confesión, he de aceptar el juicio y la purificación de Dios”. Después miramos juntas unas películas del evangelio y leímos multitud de palabras de Dios Todopoderoso. Teresa me comentó, entusiasmada: “Estas palabras tienen gran autoridad y poder. Son trascendentales. ¡Son la voz de Dios! Dios Todopoderoso es realmente el regreso del Señor Jesús. ¡Es el regreso del Señor para purificarnos y salvarnos!”. Luego me preguntó, apremiante: “¿Cómo puedo conseguir un ejemplar de las palabras de Dios Todopoderoso? ¿Dónde puedo hablar en persona con otros creyentes?”. Le dije que podía presentarle a miembros de la iglesia local y le envié la versión digital de La Palabra manifestada en carne. Estaba tan emocionada que abrió expresivamente los ojos y dijo que quería recibir el libro y leer las palabras de Dios Todopoderoso cuanto antes. Al verla tan exultante por recibir al Señor, le di muchas gracias a Dios por Su esclarecimiento y guía, gracias a los cuales Teresa oyó Su voz y entró en Su casa.
Dos o tres días más tarde, me dijo que le había contado a su mejor amiga que el Señor ya había regresado y aquella le había advertido que no se lo creyera. También su pastor la llamaba para amenazarla con expulsarla de la iglesia si continuaba con su fe en Dios Todopoderoso. Según ella, “Seguro que Dios Todopoderoso es el Cristo de los últimos días, pues Sus palabras son la verdad, y Cristo, el único que puede expresarla. Él es el regreso del Señor Jesús. Ni mi amiga me influirá ni el pastor puede detenerme”. También señaló: “Llevo años buscando una iglesia verdadera, pero siempre me he decepcionado. Ninguna es enriquecedora y cada vez más miembros siguen las tendencias mundanas. Me sentía desamparada. Le estoy muy agradecida a Dios. Nunca soñé que oiría la voz de Dios y recibiría al Señor. Por fin he encontrado la iglesia de Dios”. Estaba emocionadísima y con lágrimas en los ojos: una imagen llena de esperanza. Yo estaba sumamente conmovida. Comprobé que, cuando una de las ovejas de Dios oye Su voz, lo sigue y conserva su fe por más que se inmiscuya Satanás. Sin embargo, al pensar que me había desanimado y querido rendir ante un obstáculo, y que estuve dispuesta a descartarla, a punto de dejar de predicarle el testimonio de la obra de Dios de los últimos días, me llené de pesar y culpa. Entendí, además, que solo Dios nos ama y cuida realmente, pues, a punto de rendirme, Sus palabras me dieron esclarecimiento y guía justo a tiempo para que viera mi rebeldía y entendiera el apremio de Su voluntad de salvar al hombre. Entonces pude transformarme poco a poco y cumplir mi deber.
Asimismo, me supuso una experiencia profunda ver que predicar el evangelio implica utilizar mi propia experiencia y mi comprensión de la obra y las palabras de Dios para dar testimonio de Él, para llevar ante Dios a la gente que anhela el regreso del Señor. Nada tiene mayor sentido. También percibí la voluntad apremiante de Dios y Su esperanza de que más creyentes verdaderos vayan ante Él y reciban Su salvación. Hay muchísima gente de toda denominación que enfrenta la agonía de vivir en las tinieblas anhelando la aparición de Dios. Dios está afligido y angustiado por esa gente. Por ello, sentí aún más que predicar el evangelio es mi responsabilidad. Le juré a Dios que, ante cualquier obstáculo, confiaré en Él y cumpliré con el deber y la responsabilidad de predicar el evangelio. Daré testimonio de mi sincero entendimiento de Dios y llevaré a Sus ovejas ante Él para que en breve reciban Su salvación en los últimos días.