3. Las palabras de Dios acabaron con mis malentendidos

Por Flavien, Benín

En septiembre de 2019 acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Más tarde me eligieron líder de grupo de las reuniones en la iglesia, y los hermanos y las hermanas decían que entendía las cosas con rapidez y que tenía aptitud. No mucho después, me eligieron diácono de evangelización, y cumplía con mis deberes de forma más activa que antes. Todos los días estaba ocupado con la prédica el evangelio y como anfitrión de reuniones. Los hermanos y las hermanas disfrutaban de mis enseñanzas y el líder de la iglesia decía que lo hacía bien. Esto me alegraba mucho y creía que, de verdad, tenía muy buena aptitud. Para lograr más admiración de la gente, leía más la palabra de Dios y miraba muchas películas de la casa de Dios y lecturas en video de Su palabra. Pero me conformaba simplemente con entender palabras y doctrinas para presumir, y no me centraba en comprender la voluntad de Dios ni en practicar la verdad. En las reuniones, enseñaba lo más detalladamente que podía para que los demás creyeran que comprendía más. Hasta enseñaba cosas que no entendía bien para que pensaran que lo sabía todo. A fin de generar buena imagen en el corazón de mi líder, fingía ser muy fuerte. Por ejemplo, al principio tenía nociones sobre la obra de Dios, pero creía que, si las expresaba, mi líder pensaría que no comprendía la verdad, así que se las ocultaba deliberadamente. Era como si llevara una máscara. Lo que los demás veían era una ilusión.

Unos meses después me eligieron líder de una iglesia, principalmente a cargo de la labor evangelizadora. Esta labor requería de aptitud, discernimiento y capacidad de trabajo. A mi parecer, nadie en la iglesia, salvo yo, cumplía estos requisitos, y por eso Dios había dispuesto que yo cumpliera con este deber. Mis reiterados ascensos hicieron que me creyera distinto a los demás, el que buscaba la verdad con más entusiasmo, alguien amado y favorecido por Dios. También sentía que era una persona especial en la iglesia, y que era indispensable en ella. Llegué a pensar que ser responsable de la labor evangelizadora era como ser guardia en la entrada de la iglesia: que podía decidir quién podía entrar y quién no. Gradualmente, me volví cada vez más arrogante y me creía por encima de los demás, que podía dar órdenes y que mis hermanos y hermanas eran mis “ejecutores” y tenían que hacerme caso. En el trabajo de la iglesia, siempre quería decidir por mi cuenta y tener la última palabra. Creía que era yo quien tenía capacidad de trabajo y había dominado los principios, así que no necesitaba aceptar las opiniones ni los consejos ajenos. Siempre menospreciaba a mis hermanos y hermanas. Había una líder de grupo de aptitud normal que yo desdeñaba. Más allá de que fuera efectiva en el deber, yo quería relevarla arbitrariamente. Además, consideraba a mis hermanos y hermanas subordinados y creía que podía criticarlos como quisiera. Una hermana tenía su propio método de práctica en el deber, pero, en mi opinión, no lo hacía bien, por lo que, sin enseñarle los principios, la critiqué severamente. Esto hizo que se pusiera tan negativa que no quería ser mi compañera. Posteriormente, durante una reunión, el líder nos preguntó a todos si había alguna dificultad, y esta hermana dijo directamente: “El hermano Flavien tiene un problema. No enseña la verdad, siempre critica a la gente y, cada vez que me critica a mí, siempre es muy duro”. A continuación, varios hermanos y hermanas más denunciaron que criticaba a la gente de forma arbitraria y, mediante las palabras de Dios, expusieron mi conducta arrogante.

De hecho, algunas personas ya me habían comentado el problema de mi conducta arrogante. Algunos hermanos y hermanas me vieron demasiado estricto cuando pregunté por el trabajo de los demás y me enviaron mensajes para comentarme: “Hermano, no estuvo bien hablar así. Harás que tus hermanos y hermanas se sientan negativos”. Mis hermanos y hermanas también habían mencionado que yo les hablaba a los demás con desprecio, que no me ponía en un lugar de igualdad con mis hermanos y hermanas, que algunos no querían hablar conmigo y que otros se sentían tan atacados que ya no querían continuar con su deber. Tras la reprensión y el trato reiterados de mis hermanos y hermanas, mi sentido del orgullo resultó golpeado. Me creía una persona amada y favorecida por Dios, pero que mis hermanos y hermanas me revelaran y rechazaran me hizo sentir muy abatido y negativo. Perdí la motivación por la búsqueda, y en mis deberes solo actuaba por inercia, no seguía el trabajo de mis hermanos y hermanas y no me centraba en resolver sus dificultades o problemas. No me importaba nada lo que más necesitaban.

Más adelante, una hermana me envió un pasaje de la palabra de Dios. Era muy relevante para mi estado. Dios dice: “Después de la corrupción de la humanidad por parte de Satanás, la naturaleza de las personas ha empezado a deteriorarse y han perdido, poco a poco, la razón que tiene la gente normal. Ahora ya no actúan como seres humanos en la posición del hombre, sino que están llenas de aspiraciones descabelladas; más allá de la posición del hombre. Sin embargo, anhelan algo más elevado. ¿Qué quiere decir eso de ‘más elevado’? Desean sobrepasar a Dios, los cielos y todo lo demás. ¿A qué se debe que la gente revele este carácter? Después de todo, la naturaleza del hombre es demasiado arrogante. La mayoría entiende el significado de la palabra ‘arrogancia’. Es un término peyorativo. Si alguien exhibe arrogancia, los demás creen que no es buena persona. Cuando alguien es increíblemente arrogante, los demás siempre presuponen que es un malhechor. Nadie quiere que lo relacionen con este término. Sin embargo, de hecho, todo el mundo es arrogante y todos los humanos corruptos tienen esa esencia. Algunas personas dicen: ‘No soy en absoluto arrogante. Nunca he querido ser el arcángel ni he querido superar a Dios o a todo lo demás. Siempre me he comportado especialmente bien y he sido responsable’. No es necesariamente así; estas palabras son incorrectas. Cuando las personas se vuelven arrogantes en naturaleza y esencia, pueden a menudo desobedecer a Dios y oponerse a Él, no prestar atención a Sus palabras, generar nociones acerca de Él, hacer cosas que lo traicionan y que las enaltecen y dan testimonio de sí mismas. Dices que no eres arrogante, pero supongamos que te entregaran una iglesia y te permitieran dirigirla; supongamos que Yo no tratara contigo ni nadie de la casa de Dios te criticara o ayudara, tras liderarla durante un tiempo, pondrías a la gente a tus pies y harías que se sometiera a ti incluso hasta el punto de admirarte y venerarte. ¿Y por qué habrías de hacer eso? Esto vendría determinado por tu naturaleza; no sería sino una revelación natural. No tienes necesidad alguna de aprender esto de otros, ni ellos tienen necesidad de enseñártelo. No es preciso que te lo impongan o te obliguen a hacerlo. Este tipo de situación surge de manera natural. Todo lo que haces es para que la gente te enaltezca, te alabe, te idolatre, se someta a ti y te haga caso en todo. Permitirte ser un líder hace surgir de manera natural esta situación, y eso no se puede cambiar. ¿Y cómo surge esta situación? Está determinada por la naturaleza arrogante del hombre. La manifestación de la arrogancia consiste en la rebelión contra Dios y la oposición a Él. Cuando las personas son arrogantes, engreídas y santurronas tienden a establecer sus propios reinos independientes y a hacer las cosas de cualquier manera que quieran. También traen a otras personas a sus manos y a sus brazos. Que la gente pueda hacer cosas así de arrogantes solo demuestra que la esencia de su naturaleza arrogante es la de Satanás, la del arcángel. Cuando su arrogancia y engreimiento alcanzan cierto nivel, ya no lleva a Dios en el corazón y lo deja de lado. Desea entonces ser Dios, hacer que la gente la obedezca, y se convierte en el arcángel. Si tienes una naturaleza satánica así de arrogante, no llevas a Dios en el corazón. Aunque creas en Dios, Él ya no te reconoce, te considera malhechor y te descartará(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Una naturaleza arrogante es la raíz de la resistencia del hombre a Dios). Tras leer las palabras de Dios recordé mi conducta hasta ese momento. Cuando me hice creyente, todos me admiraban y alentaban. Según ellos, tenía aptitud y enseñaba bien. Además, me ascendieron varias veces, así que me creía especial y mejor que los demás hermanos y hermanas y que estaba capacitado para tenerlos a mi cargo. Mi naturaleza arrogante y santurrona y mi ambición de conseguir estatus me hicieron creer que yo era una persona que daba júbilo a Dios y a quien Él favorecía. Me creía extraordinario y superior a los demás, por lo que comencé a utilizar mi puesto para reprender y limitar a otros. Incluso trataba de controlar a mis hermanos y hermanas y de que me hicieran caso. ¡Me comportaba igual que el arcángel! Me creía más de lo que era. Después de que mis hermanos y hermanas trataran conmigo y me rechazaran, me di cuenta de que no era tan perfecto como imaginaba. Había dado por sentado que estaba muy por encima de los demás y que Dios me favorecía, pero eran simples imaginaciones mías.

Varios días después leí dos pasajes de la palabra de Dios que exponían y analizaban a los anticristos. Dios dice: “Los anticristos pagan cualquier precio en aras de su estatus y la satisfacción de su ambición, por su objetivo de controlar la iglesia y ser Dios. A menudo trabajan hasta altas horas de la noche, se despiertan al amanecer y ensayan sus sermones de madrugada, y hasta anotan cosas brillantes que otros hayan dicho, todo con el fin de dotarse de la doctrina que necesitan para dar sermones elevados. Cada día ponderan qué palabras de Dios utilizar al predicar sus elevados sermones, qué palabras inspirarán la admiración y el elogio de los escogidos, y se las aprenden de memoria. Luego estudian cómo interpretar esas palabras de una manera que demuestre su brillantez y perspectiva. A fin de grabarse a fuego la palabra de Dios en el corazón, se esfuerzan por escucharla varias veces más. Hacen tales cosas con todo el esfuerzo de los estudiantes que compiten por una plaza en la universidad. Cuando alguien da un buen sermón, o uno que aporta iluminación o alguna teoría, un anticristo lo recopila, lo compendia y lo hace suyo. Ningún trabajo es excesivo para un anticristo. ¿Cuál es, entonces, la motivación e intención que subyacen a su labor? Poder predicar estas palabras de Dios, decirlas claramente y con facilidad, con fluidez, para que otros vean que el anticristo es más espiritual que ellos, que aprecia más las palabras de Dios, que ama más a Dios. De esta manera, un anticristo puede ganarse la admiración y la idolatría de algunas de las personas que lo rodean. Para un anticristo, esto es algo que merece la pena, así como cualquier esfuerzo, precio o dificultad(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 10 (VII)). “La esencia del comportamiento de los anticristos es usar constantemente varios medios y métodos para satisfacer sus ambiciones y deseos, engañar y atrapar a las personas, y para conseguir un estatus elevado a fin de que estas los sigan y los veneren. Es posible que, en lo profundo de su corazón, no estén compitiendo deliberadamente con Dios por la humanidad, pero algo es seguro: aunque no compitan con Dios por los humanos, sí quieren tener estatus y poder entre ellos. Incluso si llega el día en que se den cuenta de que compiten con Dios por estatus y se refrenen un poco, siguen usando varios métodos para buscar estatus y prestigio; tienen claro en su corazón que se ganarán un estatus legítimo ganándose la aprobación y la admiración de algunas personas. En resumen, aunque todo lo que los anticristos hacen parece un desempeño de sus deberes, su consecuencia es engañar a la gente, hacer que los adoren y sigan, en cuyo caso, desempeñar su deber de esta manera es exaltarse y dar testimonio de sí mismos. Su ambición por controlar a las personas —y por ganar estatus y poder en la iglesia— nunca cambiará. Así es un completo anticristo(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 5: Engañan, atraen, amenazan y controlan a la gente). Dios dice que los anticristos, a fin de recibir el elogio y la adoración de los demás, utilizan el sufrimiento aparente para generar una ilusión que engañe a la gente. ¿No era yo así? Siempre había ido en pos de la reputación y el estatus y todo lo hacía para que los demás me admiraran. Pasaba muchísimo tiempo leyendo la palabra de Dios y a veces no dormía hasta altas horas de la noche, pero mi objetivo era simplemente comprender más doctrinas para presumir mejor y hacer que los demás me admiraran y valoraran. Las palabras de Dios revelaron todas las manifestaciones que yo tenía. Creía que Dios ya me había condenado, que sería descartado, y me llené de la ansiedad. Sin embargo, no me atreví a contarles mi verdadero estado a mis hermanos y hermanas por temor a que me consideraran un anticristo y me expulsaran. Me esforcé por ocultar mi ansiedad ante los demás, pero sufría mucho por dentro, y sentía como si me hubieran condenado a muerte. En esa misma época, habían delatado y expulsado a un anticristo. Aparentemente se esforzaba por Dios y buscaba Su palabra para compartirla con los demás hermanos y hermanas, pero ella misma no la practicaba y, cuando sucedía algo que no concordaba con sus nociones, esparcía negatividad, y llegó a renegar de la obra de Dios en los últimos días y a perturbar a quienes estudiaban el camino verdadero. Me di cuenta de que algunas de mis manifestaciones eran iguales que las suyas. Por ejemplo, solía buscar la palabra de Dios para compartirla con mis hermanos y hermanas, pero yo mismo no la practicaba. Cuando tenía dificultades, confiaba en mi inteligencia y mi sabiduría para resolverlas, en vez de centrarme en buscar la voluntad de Dios o en practicar la verdad. Además, también tenía las manifestaciones de un anticristo que las palabras de Dios habían revelado. Sentí un temor aún mayor de convertirme en un anticristo y ser expulsado, pues creía tener una naturaleza mala, poder engañar y controlar fácilmente a mis hermanos y hermanas, y que algún día, al igual que aquel anticristo, perturbaría la labor de la iglesia. Pensar en eso exacerbó mi temor. Creía que no tenía esperanza de ser bendecido, por lo que empecé a quejarme: “Ignoré las objeciones de mi familia sobre creer en Dios y cumplir con mi deber. Incluso renuncié a mi futuro y dejé mi ciudad para difundir el evangelio en sitios nuevos. He pagado un altísimo precio, pese a lo cual, al final, voy a ir al infierno para ser castigado. De haber sabido que acabaría así, no me habría esforzado tanto. Al menos habría disfrutado de cierta felicidad carnal antes de morir”. En aquel entonces solo pensaba en mi destino y no estaba atento a buscar la voluntad de Dios, así que siempre estaba defendiéndome de Él y malinterpretándolo. Pensaba que, de continuar en un deber tan importante, seguro que me revelarían y expulsarían, así que renuncié al puesto de líder. Temía que mis hermanos y hermanas me criticaran y trataran conmigo tras descubrir mi verdadera cara, así que no me sinceré con ellos ni me hice compañero de nadie. Mi relación con mis hermanos y hermanas se volvió completamente distante. Después, con la excusa de ir a mi ciudad a predicar el evangelio, volví con mi familia de incrédulos. Ante la coerción y los obstáculos de mi familia, me volví más negativo todavía. Aunque continuaba asistiendo a reuniones, actuaba por pura inercia. Estaba muy débil y sentía que había llegado mi fin, así que decidí dejar la iglesia.

Tras dejar la iglesia sentía un gran vacío en el corazón. Me quedaba en mi cuarto todo el día y no quería hacer nada. Aunque mi familia ya no me perseguía y yo tenía bastante comodidad material, me embargaba la ansiedad y sentía mucha culpa. Constantemente me preocupaba que Dios me castigara por traicionarlo. Temía el infierno y la muerte; intenté superar esta ansiedad, pero fue en vano. Leí muchos libros de ciencias sociales con la esperanza de hallar en ellos algo que reconfortara mi alma, pero nada podía aliviar mi tormento interior. Parecía que solo podía esperar pasivamente la muerte. Un día, oré a Dios para pedirle que me sacara de mi turbación. Más tarde, empecé a escuchar himnos y a leer las palabras de Dios. Sus palabras sacudieron mi conciencia y me esclarecieron. Dios dice: “Algunas personas tienen el carácter de un anticristo y, a menudo, manifiestan la efusión de ciertas actitudes corruptas, pero, al mismo tiempo que evidencian tales revelaciones, también se analizan y se conocen a sí mismas y son capaces de aceptar y practicar la verdad y, después de un tiempo, se puede observar una transformación en ellas. Son posibles objetos de salvación(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 4: Se enaltecen y dan testimonio de sí mismos). “Hay quienes, al leer las palabras de Dios, con frecuencia tienen nociones y malentendidos porque Dios revela los estados corruptos de la gente y dice ciertas cosas que la condenan. Se vuelven negativos y débiles porque creen que las palabras de Dios van dirigidas a ellos, que Dios está tirando la toalla con ellos y no los va a salvar. Se hacen negativos hasta derramar lágrimas y ya no quieren seguir a Dios. En realidad, esto es malinterpretar a Dios. Cuando no entiendas el significado de las palabras de Dios, no deberías tratar de describirlo a Él. No sabes a qué clase de persona abandona Dios, en qué circunstancias Él deja a la gente por imposible ni en cuáles la deja de lado; todo esto tiene unos principios y un contexto. Si no tienes un entendimiento completo de estos asuntos precisos, serás muy propenso a la hipersensibilidad y te limitarás a una palabra de Dios. ¿No resulta esto problemático? Cuando Dios juzga a la gente, ¿cuál es el principal aspecto que condena de ella? Lo que Dios juzga y revela es el carácter y la esencia corruptos de la gente, condena su carácter y su naturaleza satánicos, condena las diversas manifestaciones y conductas de su rebeldía y oposición hacia Él, la condena por ser incapaz de obedecerlo, por oponerse siempre a Él y por tener siempre motivaciones y objetivos propios, pero dicha condena no implica que Dios haya abandonado a las personas de carácter satánico. Si no tienes esto claro, careces de capacidad de comprensión, lo que te convierte en una especie de enfermo mental, que siempre desconfía de todo y malinterpreta a Dios. La gente así está desprovista de auténtica fe, así que ¿cómo podría seguir a Dios hasta el final? Al oír una sola declaración de condena de Dios, piensas que, condenada por Él, la gente ha sido abandonada por Él y ya no se salvará, por lo que te vuelves negativo y caes en la desesperación. Esto es malinterpretar a Dios. A decir verdad, Dios no ha abandonado a la gente. Esta ha malinterpretado a Dios y se ha abandonado a sí misma. No hay nada más grave que cuando la gente se abandona a sí misma, como lo comprueban las palabras del Antiguo Testamento: ‘[…] los necios mueren por falta de entendimiento’ (Proverbios 10:21). No hay conducta más necia que cuando la gente cae en la desesperación. A veces lees palabras de Dios que parecen describir a la gente; en realidad no describen a nadie, sino que son expresión de la voluntad y opinión de Dios. Son palabras de verdad y de principios, no describen a nadie. Las palabras pronunciadas por Dios en momentos de ira o cólera también plasman el carácter de Dios, estas palabras son la verdad y, además, pertenecen a los principios. La gente debe entenderlo. El objetivo de Dios al decir esto es que la gente comprenda la verdad y los principios; en absoluto se trata de limitar a nadie. Esto no tiene nada que ver con el destino y la recompensa finales de la gente, y ni mucho menos es su castigo final. Son meras palabras pronunciadas para juzgar y tratar con ella, son fruto de la ira por el hecho de que la gente no cumpla con Sus expectativas, y son para despertarla, para apremiarla, y salen del corazón de Dios. Sin embargo, algunos se derrumban y abandonan a Dios por una sola declaración de juicio Suya. La gente así no sabe lo que le conviene, es insensible a la razón, no acepta la verdad en absoluto. […] Dios se aparta a veces de la gente y en otras ocasiones la hace de lado durante un tiempo para que haga introspección, pero no la ha abandonado; le está dando la oportunidad de arrepentirse. Dios solo abandona verdaderamente a los malvados, que cometen muchos actos malvados, a los no creyentes y a los anticristos. Algunos dicen: ‘Me siento desprovisto de la obra del Espíritu Santo y hace mucho tiempo que me falta Su esclarecimiento. ¿Me ha abandonado Dios?’. Es una idea errónea. También hay un problema de carácter: la gente es demasiado sentimental, siempre sigue su propio razonamiento, siempre es terca y está desprovista de racionalidad; ¿no es un problema de carácter? Dices que Dios te ha abandonado, que no te salvará; entonces, ¿ha establecido tu final? Dios te ha dirigido solamente unas pocas palabras indignadas. ¿Cómo podrías decir que ha tirado la toalla contigo, que ya no te quiere? Hay ocasiones en las que no puedes percibir la obra del Espíritu Santo, pero Dios no te ha privado del derecho a leer Sus palabras, ni ha determinado tu desenlace ni ha bloqueado tu senda a la salvación. Entonces, ¿por qué estás tan molesto? Te hallas en mal estado, existe un problema con tus motivos, tu forma de pensar y tu punto de vista presentan problemas, tu estado mental está trastocado, y sin embargo no tratas de arreglar estas cosas buscando la verdad, sino que constantemente malinterpretas y culpas a Dios, y le cargas a Él la responsabilidad e incluso dices: ‘Dios no me quiere, así que ya no creo en Él’. ¿Acaso no eres irracional? ¿No eres poco razonable?(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se corrigen las propias nociones es posible emprender el buen camino de la fe en Dios (1)). Las palabras de Dios me hablaban al corazón. Entendí que Dios no había renunciado a mí ni me había condenado, y que no había decidido mi resultado. De hecho, Dios sabía cuánto me había corrompido Satanás. Dios permitió que mis hermanos y hermanas me revelaran en el momento adecuado y, con Su palabra, reveló mi carácter corrupto y la senda equivocada que había tomado, ya que solo así podría conocerme a mí mismo. Era una gran oportunidad para transformarme. El juicio, el castigo, la poda y el trato de Dios no eran para condenarme ni descartarme, sino para salvarme. Él esperaba que yo pudiera conocerme de verdad y arrepentirme en serio. No obstante, con mis prejuicios y nociones personales, yo malinterpreté la voluntad de Dios, pues creía que, por tener las manifestaciones de un anticristo, seguro que Dios no me quería y que estaba condenado al mismo destino que quienes serían aniquilados. Creía que si alguien con el carácter de un anticristo, como yo, permanecía en la iglesia, tarde o temprano perturbaría la obra de la iglesia. Sin embargo, a decir verdad, todas mis manifestaciones eran normales a ojos de Dios. Había revelado las manifestaciones del carácter de un anticristo, pero aún no me había convertido en él. Dios descarta y castiga a aquellos que tienen la esencia de un anticristo. Son incapaces de arrepentirse porque su esencia naturaleza es malvada y aborrecen y detestan la verdad. Sin importar qué hagan mal, nunca admiten sus errores y hacen lo que sea necesario por mantener su prestigio y estatus, hasta la muerte. De todos modos, pude comprender que estaba muy hondamente corrompido y sabía de mi error, así que aún tenía la oportunidad de arrepentirme. Solamente tenía el carácter de un anticristo, no era un anticristo sin la capacidad de aceptar al menos la más mínima verdad o que detestaba la verdad. Dios no me había condenado por la corrupción que había revelado, sino que había intentado salvarme en la mayor medida posible, a la espera de que me arrepintiera. Pero yo había estado viviendo con nociones en contra de Dios y lo había malinterpretado, creyendo que Dios me descartaría. Así que renuncié y abandoné la iglesia, pues me preocupaba que, si seguía en ella, continuaría perturbando su obra y que yo sufriría un castigo aún mayor. No entendía la voluntad de Dios ni conocía Su amor ni Su carácter. Creía que, como Dios ya no me quería, todo esfuerzo que hiciera sería en vano. Si no gozaba de los placeres carnales en este mundo, no tendría nada. Al recordar ahora lo que hice, siento una vergüenza enorme. Juré muchas veces que seguiría a Dios toda la vida, pero, en cuanto enfrenté el juicio y la revelación, me volví pasivo, renegué de la salvación de Dios, perdí la fe en Él y elegí mis intereses personales sin titubear, y regresar al mundo y gozar del placer carnal. ¿Dónde estaba mi conciencia? Sentí un pesar muy hondo. Ahora, al comprender la voluntad de Dios, al parecer tenía esperanza de vivir otra vez, y sentía como si me hubiera levantado de entre los muertos. Renuncié a todos mis planes personales, incluidos mis estudios y mi trabajo, y empecé a meditar meticulosamente la palabra de Dios, a cantar himnos, a escuchar recitaciones de la palabra de Dios y a buscar Su voluntad en Sus palabras. Fue como comenzar de nuevo en la senda de la fe en Dios. Poco a poco, de nuevo recibí la misericordia de Dios y sentí el júbilo de Su presencia. Hallé la paz y el gozo interiores y también sentí de corazón el renovado deseo de volver a la iglesia. Sin embargo, no sabía si me aceptaría la iglesia. Así pues, oré a Dios para pedirle misericordia y que me salvara.

Semanas después, leí un pasaje de la palabra de Dios y comprendí algo más Su voluntad. Dios dice: “Varios años después de que comenzara esta etapa de la obra, hubo un hombre que creía en Dios, pero no perseguía la verdad; solo quería ganar dinero, encontrar una compañera y vivir con riquezas, y por eso se fue de la iglesia. Tras vagar durante años, regresó inesperadamente. Tenía mucho remordimiento en el corazón y derramó multitud de lágrimas. Esto demostraba que su corazón no había dejado a Dios por completo, lo que es bueno: todavía tenía la oportunidad y la esperanza de ser salvado. Si hubiera dejado de creer, si se hubiera vuelto igual que los incrédulos, habría estado completamente acabado. Si se puede arrepentir de verdad, entonces queda esperanza para él. Esto es raro y precioso. Independientemente de cómo actúe Dios en las personas, de cómo las trate, aunque las aborrezca, las deteste o maldiga, si llega un día en el que pueden dar un giro, recibiré un consuelo especial, pues eso significa que siguen teniendo ese pequeño espacio para Dios en su corazón, que no han perdido por completo su razón humana ni su humanidad, que siguen queriendo creer en Dios, y tienen al menos algo de intención de reconocerlo y de volver ante Él. A las personas que de verdad tienen a Dios en sus corazones, independientemente de cuándo dejaran la casa de Dios, si regresan y le siguen teniendo cariño a esta familia, me entrará un poco de apego sentimental y me consolaré con ello. Sin embargo, si nunca regresan, me parecerá una pena. Si pueden volver y arrepentirse sinceramente, entonces Mi corazón estará especialmente lleno de satisfacción y consuelo. El que este hombre siguiera siendo capaz de regresar implica que no había olvidado a Dios; regresó porque en su corazón todavía anhelaba a Dios. Vernos fue muy conmovedor. Cuando se marchó, sin duda era bastante negativo y su situación no era buena, pero ahora ha regresado, lo que demuestra que sigue teniendo fe en Dios. Sin embargo, no se sabe si es capaz de continuar avanzando, ya que las personas cambian con demasiada rapidez. En la Era de la Gracia, Jesús tuvo compasión y misericordia de las personas. Si se perdía una oveja de las cien, dejaba a las noventa y nueve y buscaba a esa. Esta línea no representa una acción mecánica ni una regla, pero muestra la intención urgente de Dios de salvar a la humanidad, además de Su profundo amor por ella. No es una forma de práctica, sino que es una clase de carácter y de mentalidad. Así pues, algunas personas se marchan de la iglesia durante un año o seis meses, o tienen muchas debilidades y malentendidos, y sin embargo su habilidad para despertar a la realidad y ser capaces de tener conocimiento, de dar un giro y volver al camino correcto me hace sentir especialmente reconfortado, y me causa un pequeño disfrute. En este mundo de alegría y esplendor, en esta era malvada, ser capaz de reconocer a Dios y tomar de nuevo el camino correcto es algo que realmente consuela y entusiasma. Por ejemplo, si crías niños, independientemente de que sean buenos hijos o no, ¿cómo te sentirías si no te reconocieran y se fueran de casa para no volver? En el fondo, siempre te seguirías preocupando por ellos, siempre preguntándote: ‘¿Cuándo volverá mi hijo? Me gustaría verlo. Es mi hijo después de todo, por algo lo he criado y amado’. Siempre has pensado de esta forma, has anhelado que ese día vuelva. Todo el mundo piensa igual al respecto, por no hablar de Dios, ¿no es la Suya una esperanza aún mayor de que el hombre encuentre el camino de vuelta después de haberse desviado, de que el hijo pródigo regrese? Hoy en día, las personas tienen una estatura pequeña, pero llegará el día en que entiendan la voluntad de Dios, a no ser que no tengan ninguna inclinación hacia la verdadera fe, a menos que sean los no creyentes, en cuyo caso a Dios no le preocupan en absoluto(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me conmovieron y se me cayeron las lágrimas. Sentía que Dios me hablaba cara a cara, como una madre a su hijo. Dios me salvó cuando estaba más desesperado, y me hizo darme cuenta de lo real que es Su amor. Comprendí que Dios no condena ni destruye a la gente a la ligera. Dios vino encarnado en los últimos días para salvar a la humanidad. Realmente Él nunca me había abandonado como yo había imaginado. En cambio, debido a mi carácter corrupto y a la senda equivocada que había tomado, Él me había ocultado Su rostro. Eso era Su justicia y santidad, a fin de disciplinarme y transformarme. Dios esperaba que me arrepintiera, pero yo tenía muchas nociones y malinterpretaciones acerca de Él. Siempre mantenía una postura personal y reemplazaba la voluntad de Dios con mis propias nociones, como si entendiera la verdad. Pese a ser tan rebelde, Dios conocía mi debilidad y sabía en qué caía y fallaba. El amor de Dios era más grande de lo que podría imaginarme jamás. Dios me guio paso a paso hasta que desperté. Me di cuenta de que el propósito de Dios de salvar a la gente es sincero. Siempre y cuando esta guarde el nombre y el camino de Dios, Él siempre tenderá Su mano salvadora. Dios es el responsable de la vida de todos, pero la gente debe cumplir activamente con las responsabilidades de un ser creado. A Dios no le gustan los cobardes como yo, le gustan los decididos. Siempre y cuando me arrepintiera sinceramente y me esforzara por buscar la verdad y transformarme, no era demasiado tarde aún. Todavía tenía una oportunidad de transformar mi carácter corrupto y salvarme. Una vez comprendida la voluntad de Dios, se corrigió mi estado de negatividad y malinterpretación.

Luego leí otro pasaje de la palabra de Dios que me hizo comprender un poco Su obra del juicio. Dios dice: “Hoy Dios os juzga, os castiga y os condena, pero debes saber que el propósito de tu condena es que te conozcas a ti mismo. Él condena, maldice, juzga y castiga para que te puedas conocer a ti mismo, para que tu carácter pueda cambiar y, sobre todo, para que puedas conocer tu valía y ver que todas las acciones de Dios son justas y de acuerdo con Su carácter y los requisitos de Su obra, que Él obra acorde a Su plan para la salvación del hombre, y que Él es el Dios justo que ama, salva, juzga y castiga al hombre. Si sólo sabes que eres de un estatus humilde, que estás corrompido y que eres desobediente, pero no sabes que Dios quiere poner en claro Su salvación por medio del juicio y el castigo que Él impone en ti hoy, entonces no tienes manera de ganar experiencia, ni mucho menos eres capaz de continuar hacia delante. Dios no ha venido ni a matar ni a destruir sino a juzgar, maldecir, castigar y salvar. Hasta que Su plan de gestión de 6000 años llegue a su término —antes de que revele el destino de cada categoría del hombre— la obra de Dios en la tierra será en aras de la salvación; el único propósito es hacer totalmente completos a aquellos que lo aman y hacerlos someterse a Su dominio. No importa cómo Dios salve a las personas, todo se logra haciéndolas escapar de su antigua naturaleza satánica; es decir, Él las salva haciéndolas buscar la vida. Si ellas no buscan la vida, entonces no tendrán manera de aceptar la salvación de Dios. La salvación es la obra del Dios mismo y la búsqueda de vida es algo que el hombre debe asumir con el fin de aceptar la salvación. A los ojos del hombre, la salvación es el amor de Dios y el amor de Dios no puede ser castigo, juicio y maldiciones; la salvación debe contener amor, compasión y, además, palabras de consuelo y bendiciones ilimitadas otorgadas por Dios. Las personas creen que cuando Dios salva al hombre lo hace conmoviéndolo con Sus bendiciones y Su gracia, de tal modo que puedan entregar su corazón a Dios. Es decir, tocar al hombre es salvarlo. Esta clase de salvación se hace mediante un trato. Solo cuando Dios le conceda cien veces más, el hombre llegará a someterse ante el nombre de Dios y luchará por hacer el bien por Él y darle gloria. Esto no es lo que pretende Dios para la humanidad. Dios ha venido para obrar en la tierra con el fin de salvar a la humanidad corrupta, no hay falsedad en esto. Si la hubiera, Él ciertamente no habría venido a cumplir con Su obra en persona. En el pasado, Su medio de salvación implicaba mostrar el máximo amor y compasión, tanto que le dio Su todo a Satanás a cambio de toda la humanidad. El presente no tiene nada que ver con el pasado: La salvación que hoy se os otorga ocurre en la época de los últimos días, durante la clasificación de cada uno de acuerdo a su especie; el medio de vuestra salvación no es el amor ni la compasión, sino el castigo y el juicio para que el hombre pueda ser salvado más plenamente. Así, todo lo que recibís es castigo, juicio y golpes despiadados, pero sabed que en esta golpiza cruel no hay el más mínimo escarmiento. Independientemente de lo severas que puedan ser Mis palabras, lo que cae sobre vosotros son solo unas cuantas palabras que podrían pareceros totalmente crueles y, sin importar cuán enfadado pueda Yo estar, lo que viene sobre vosotros siguen siendo palabras de enseñanza y no tengo la intención de lastimaros o haceros morir. ¿No es todo esto un hecho? Sabed esto hoy, ya sea un juicio justo o un refinamiento y castigo crueles, todo es en aras de la salvación. Independientemente de si hoy cada uno es clasificado de acuerdo con su especie, o de que las categorías del hombre se dejen al descubierto, el propósito de todas las palabras y la obra de Dios es salvar a aquellos que verdaderamente aman a Dios. El juicio justo se realiza con el fin de purificar al hombre, y el refinamiento cruel con el de limpiarlo; las palabras severas o la reprensión se hacen ambas para purificar y son en aras de la salvación(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Debes dejar de lado las bendiciones del estatus y entender la voluntad de Dios para traer la salvación al hombre). Tras leer las palabras de Dios, descubrí que no comprendía Su obra del juicio. Cuando acepté Su obra por primera vez, fue más para gozar de Su amor y Su misericordia y de la iluminación y el esclarecimiento del Espíritu Santo. Me conformaba con solo gozar de la gracia de Dios. Me creía un bebé en las manos de Dios, alguien amado por Él, especial y perfecto, y pensaba que Dios no debería juzgarme de ese modo severo. Por tanto, cuando Sus palabras severas expusieron mi corrupción y mi carácter de anticristo, creí que Él iba a descartarme. De hecho, no entendía la voluntad de Dios. Los seres humanos estaban corrompidos muy a fondo por Satanás, y el juicio y castigo severos de Dios eran lo único que podía transformar el carácter corrupto de la gente y salvarnos plenamente del poder de Satanás. Este me había corrompido muy profundamente; yo era tan arrogante y santurrón que necesitaba este juicio y castigo de las palabras de Dios para despertarme. Solo esta clase de obra podría hacerme ver la monstruosa estampa de mi corrupción a manos de Satanás, y sería entonces cuando podría llegar a detestarme y a renunciar a él. Sin eso, seguiría creyéndome perfecto y amado por Dios, y nunca cambiaría para buscar la verdad ni hacer introspección. Habría continuado por la senda equivocada de los anticristos hasta morir. Creía en Dios, pero no quería sufrir nada y quería que Dios me mimara, gozar de Su gracia y misericordia por siempre como un bebé. Así, ¿cómo podría purificarme Dios alguna vez? Mi ignorancia y mi egoísmo me hicieron malinterpretar a Dios, apartarme de Él y traicionarlo. No podía ver que detrás de Su obra del juicio estaban Su amor y Su salvación. Había pagado un alto precio por mi ignorancia y mi egoísmo. Una vez que comprendí la gran trascendencia de la obra del juicio y castigo de Dios, nuevamente tuve confianza para seguirlo y experimentar Su obra. Entendí que, tanto si la obra de Dios se ajustaba a mis nociones como si no, la llevaba a cabo para purificarme y transformar mi carácter corrupto, y para salvarme plenamente del poder de Satanás. El juicio y castigo de Dios son Su mejor modo de salvar al hombre.

Posteriormente, leí más palabras de Dios y entendí Sus requisitos. Dios quería que fuera un auténtico ser creado, aceptara Su soberanía y provisión, cumpliera con el deber, llegara a conocerlo y diera testimonio de Él. En realidad tenía el mismo estatus que mis hermanos y hermanas. Dios me había concedido algunos dones y talentos o la oportunidad de servir como líder, pero eso no significaba que mi estatus fuera superior al de mis hermanos y hermanas. Seguía siendo un ser creado, y todavía era una persona corrupta que necesitaba de la salvación de Dios. Estos dones y talentos me los había concedido Dios, así que no debería haber ostentado. Debería haber centrado mis esfuerzos en cumplir bien con el deber para satisfacer a Dios. Una vez que comprendí estas cosas, tuve una senda de práctica y una sensación de alivio. Ahora quería volver rápido a la iglesia a continuar con mi deber. En esa ocasión, mi determinación de seguir a Dios y cumplir con el deber era más firme. Eliminé de la computadora y del teléfono todo lo que no estuviera relacionado con la fe en Dios, pues quería dejar todo lo demás de lado y seguirlo. Días después, regresé a la iglesia y volví a predicar el evangelio. Estaba muy agradecido a Dios. En mis deberes, cooperé conscientemente con mis hermanos y hermanas. Cada vez que me topaba con un problema, les pedía a mis hermanos y hermanas sus opiniones y sugerencias y les pedía que participaran. Ya no tenía que tener yo la última palabra ni les imponía mis opiniones a mis hermanos y hermanas. En cambio, hablaba y debatía las cosas con todos. Ya no quería presumir para que me admiraran ni trataba de controlarlos. Ya no quería poder. Por el contrario, aprendí a buscar los principios verdad con mis hermanos y hermanas. Al practicar de este modo, me sentía mucho más tranquilo, algo que nunca había experimentado.

Tras esta experiencia, he logrado cierta comprensión de mis actitudes corruptas. También he adquirido cierto entendimiento de la obra de Dios y Su voluntad para salvar a la humanidad, así como una mayor fe. Creo de verdad que el juicio y el castigo de Dios no tienen que ver con la condena y la aniquilación, sino que, en cambio, son Su amor y Su salvación. Tal como dicen las palabras de Dios: “El castigo y el juicio de Dios son la luz, y la luz de la salvación del hombre, y no hay mejor bendición, gracia o protección para el hombre(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). ¡Doy gracias a Dios!

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