34. Liberada de los grilletes del hogar
En junio de 2012, acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. A partir de leer las palabras de Dios, tuve la certeza de que Dios Todopoderoso es el Señor Jesús que ha regresado, el Salvador venido a la tierra para salvar a la humanidad, y me llené de entusiasmo. Pensé en mi marido, que siempre iba a la iglesia con su supervisor cuando era alumno de posgrado en China. Cuando viajó al exterior, también solía ir a la iglesia con la comunidad china local. Quería contarle lo antes posible la buena nueva.
Mi esposo regresó a China a principios de septiembre, y le di testimonio de la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Tras oírme, me sorprendió que encontrara en internet todo tipo de rumores inventados por el PCCh y propaganda negativa que difamaba a la Iglesia de Dios Todopoderoso. Me miró mal y gritó: “¡Mira esto! Crees es en el Relámpago Oriental, perseguido durante años por el PCCh. En cuanto te arresten, te condenarán y enviarán a prisión. ¡No te permitiré que sigas creyendo en esto!”. Luego rompió todos mis libros de la palabra de Dios. En ese momento, me puse furiosa, pero luego pensé que mi marido se oponía a mi fe debido a que los rumores del PCCh lo habían engañado momentáneamente, pero que más tarde entendería. Sin embargo, yo tenía claro que, pasara lo que pasara, creer en Dios era la senda correcta en la vida, y que jamás renunciaría. Después de eso, mi marido me llamaba a diario para controlarme. Yo estaba estudiando un posgrado, así que para evitar su vigilancia, asistía a reuniones cerca de la facultad, y solo volvía a casa los fines de semana. A finales de 2012, el PCCh lanzó una campaña más feroz de represión y arrestos contra la Iglesia de Dios Todopoderoso. En Internet, la televisión y los periódicos, había rumores y bulos que calumniaban y atacaban a la Iglesia de Dios Todopoderoso en todos sitios, y el Gobierno usaba esto como excusa para arrestar creyentes en Dios por todas partes. Mi marido temía que me arrestaran por creer en Dios, pues podría afectarle a él y a nuestra hija, y se volvió cada vez más severo conmigo. Además amenazaba con divorciarse de mí si seguía creyendo en Dios. Aquello me molestó mucho. En China, creer en Dios no solo conlleva el riesgo de que nos condenen a prisión, sino que además sufrimos la persecución de nuestras familias incrédulas. Tenemos las cosas muy difíciles. Si mi marido y yo nos divorciábamos, ¿qué pasaría con nuestra hija? Aquellos días no puse interés en cumplir con mi deber. Me sentía muy mal.
Cuando una hermana se enteró de mi estado, me leyó un pasaje de la palabra de Dios. Dice Dios: “En cada paso de la obra que Dios hace en las personas, externamente parece que se producen interacciones entre ellas, como nacidas de disposiciones humanas o de la perturbación humana. Sin embargo, detrás de bambalinas, cada etapa de la obra y todo lo que acontece es una apuesta hecha por Satanás ante Dios y exige que las personas se mantengan firmes en su testimonio de Dios. Mira cuando Job fue probado, por ejemplo: detrás de escena, Satanás estaba haciendo una apuesta con Dios, y lo que aconteció a Job fue obra de los hombres y la perturbación de estos. Detrás de cada paso de la obra que Dios hace en vosotros está la apuesta de Satanás con Él, detrás de todo ello hay una batalla” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo amar a Dios es realmente creer en Él). Las palabras de Dios me hicieron entender que, desde fuera, estas circunstancias difíciles parecían deberse a que mi marido me limitaba y me perseguía, pero en realidad detrás de esto estaba la manipulación y perturbación de Satanás. Dios quiere salvarme, pero Satanás crea todo tipo de perturbaciones y alteraciones para hacerme traicionar a Dios, perder Su salvación y acabar arrastrándome con él al infierno. ¡Satanás es muy siniestro y despiadado! Sabiendo esto, le oré a Dios: “Dios mío, mi estatura es demasiado pequeña, te pido que me des fe y que me permitas mantenerme firme ante las perturbaciones de Satanás. Aunque mi marido se divorcie de mí, no te traicionaré, y no caeré en los ardides de Satanás”. Después de orar no me pareció tan difícil de sobrellevar, y seguí difundiendo el evangelio y cumpliendo mi deber.
Poco tiempo después, la policía me arrestó en una reunión. También me acusó de “alterar el orden social” y me retuvo 30 días. En el interrogatorio, los agentes me amenazaron: “Tu facultad ya sabe que te han arrestado por creer en Dios, y piensan expulsarte. Pero si cooperas y nos dices lo que sabes, hablaremos con el decano y podrás continuar tu posgrado. Piénsalo bien”. Cuando se fueron, miré los fríos barrotes de la celda, y me sentí muy triste y deprimida. Pensé: “Si me expulsan de la facultad por creer en Dios, será una cuestión política, y se registrará en mi expediente estudiantil y policial, ningún hospital me contratará y mi sueño de ser médica quedará en nada. Con solo 30 años, mis estudios, mi trabajo y mi futuro se esfumarán por completo. ¿Cómo seguiría viviendo? ¿Cómo afrontaría la discriminación y las burlas de mi entorno?”. No pude comer ni dormir bien durante días.
En esos tiempos, le oraba a Dios sobre eso a menudo. Una mañana, entoné sin darme cuenta un himno de la palabra de Dios titulado “La vida más significativa”: “Eres un ser creado, debes por supuesto adorar a Dios y buscar una vida con significado. Como eres un ser humano, ¡te debes gastar para Dios y soportar todo el sufrimiento! El pequeño sufrimiento que estás experimentando ahora, lo debes aceptar con alegría y con confianza y vivir una vida significativa como Job y Pedro. Vosotros sois personas que buscáis la senda correcta, los que buscáis mejorar. Sois personas que os levantáis en la nación del gran dragón rojo, aquellos a quienes Dios llama justos. ¿No es esa la vida con mayor sentido?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Práctica (2)). Mientras cantaba ese himno, me sentí muy conmovida, y no pude contener las lágrimas. Soy un ser creado y, como corresponde, debo creer en Dios y adorarlo. Hacerlo es lo natural y correcto. Dios dispuso que naciera en una familia creyente en el Señor para que conociera la existencia de Dios desde niña. En los últimos días, Dios me concedió su gracia y me permitió escuchar la voz del Señor y recibirlo. Me permitió gozar del riego y la provisión de Su palabra, aceptar Su juicio y purificación, y tener la oportunidad de recibir Su salvación. ¡Es una bendición increíble! Pensé en las generaciones de personas que han seguido a Dios. Sufrieron persecución y dificultades para difundir el evangelio de Dios, y muchos entregaron sus vidas. Todos ellos crearon un hermoso y rotundo testimonio para Dios. ¿Qué representaba mi escaso sufrimiento a la luz de eso? Pensé: “Si renuncio a creer en Dios para proteger mis intereses y mi futuro, ¿tengo conciencia? ¿Soy digna de ser llamada humana?”. Ese pensamiento me dio fuerzas, y juré que me expulsaran o no, fuera cual fuera mi futuro y mi destino, aunque la gente cercana me rechazara o calumniara, jamás traicionaría a Dios, y me mantendría firme en el testimonio para Él. En mi último interrogatorio, le dije a la policía con mucha calma: “Si me expulsan de la facultad, solo pido que le digan a mi marido que vaya a recoger mis cosas”. Al verme tan decidida, los policías se marcharon, desanimados. Estaba muy agradecida a Dios.
Después de salir libre, mi marido me dijo enfadado: “La policía me ha dicho que si te arrestan de nuevo por creer en Dios, no será solo un mes de detención. Nos afectará a mí y a nuestra hija. Las posibilidades de nuestra hija de ir a la universidad y conseguir empleo se verán afectadas, y no podrá trabajar en la administración pública. ¿No lo entiendes? Yo también he sufrido este mes que has pasado detenida por tu fe. He llorado muchas veces, y casi tuve un accidente de coche. He estado suplicando ayuda y avergonzándome por completo para poder sacarte del centro de detención. No quiero volver a sufrir así. ¿Podrías dejar de creer y pensar más en nuestra familia?”. Después, para evitar que me pusiera en contacto con mis hermanos y hermanas, me vigilaba como a un criminal. No me dejaba salir de casa y no tenía ninguna independencia. Cuando se iba a trabajar, hacía que me vigilara su madre. Me llamaba sin parar para saber dónde estaba y qué estaba haciendo. Me hablaba sin cesar de los distintos movimientos revolucionarios del PCCh y de sus violentos métodos, para que supiera las consecuencias de desobedecer y que me olvidara de mi fe en Dios. También me dijo: “Sé que los rumores que inventa el PCCh sobre tu iglesia son falsos. Quieres creer en Dios, pero ellos no lo permiten. Si desobedeces, te arruinarán la vida. Mira la gente que acabó muriendo trágicamente en la Revolución Cultural y en el incidente del 4 de junio. Si ofendes al PCCh, ni siquiera puedes huir al extranjero”. Mi suegra añadió: “El PCCh no es bueno, pero tiene el poder. Somos gente corriente y sin importancia, no tenemos fuerza para oponernos a ellos”. Después, me expulsaron de la universidad por mi fe en Dios, y mi marido culpó a mi fe de todo lo malo que le ocurría a nuestra familia. Cuando algo le molestaba, me regañaba, me criticaba y se burlaba de mí. Esa forma de vivir me dejaba muy deprimida, y además no podía leer la palabra de Dios ni contactar con mis hermanos y hermanas; estaba muy triste, y no sabía cuándo acabarían esos días.
En esa época, a menudo le oraba a Dios para que me esclareciera, me guiara y me permitiera comprender Su voluntad. Un día recordé un pasaje de la palabra de Dios: “El gran dragón rojo persigue a Dios y es Su enemigo, y por lo tanto, en esta tierra, los que creen en Dios son sometidos a humillación y opresión […]. Al embarcarse en una tierra que se opone a Dios, toda Su obra se enfrenta a tremendos obstáculos y cumplir muchas de Sus palabras lleva tiempo; así, la gente es refinada a causa de las palabras de Dios, lo que también forma parte del sufrimiento. Es tremendamente difícil para Dios llevar a cabo Su obra en la tierra del gran dragón rojo, pero es a través de esta dificultad que Dios realiza una etapa de Su obra, para manifestar Su sabiduría y acciones maravillosas, y usa esta oportunidad para hacer que este grupo de personas sean completadas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Es la obra de Dios tan sencilla como el hombre imagina?). En las palabras de Dios entendí que el gran dragón rojo odia a Dios y se opone a Él ferozmente, y, como creyentes en Dios en China, debemos soportar gran sufrimiento, pero este tiene un sentido. Dios usa esa persecución y tribulación para perfeccionar nuestra fe y darnos discernimiento. El PCCh me detuvo solo por creer en Dios, hizo que me expulsaran, usó el trabajo y el futuro de mi familia para amenazarme y obligarme a renunciar al camino verdadero. ¡El PCCh es muy malvado! Mi marido trató de impedir que creyera en Dios porque temía sus medidas violentas. Al vivir en persona la persecución del PCCh pude ver su esencia demoníaca, que es ferozmente malvado y odia la verdad. Pensé: “Cuanto más me persiga el PCCh, más lo rechazaré, lo abandonaré y seguiré a Dios hasta el final”. Diez meses después, encontré una oportunidad de ponerme en contacto con los hermanos y las hermanas. Cuando finalmente pude volver a leer la palabra de Dios, me emocioné y sentí aún más su preciosidad. Cuanto más leía, más iluminada y revitalizada me sentía.
Varios meses después, un día mi marido encontró mis notas devocionales en mi cuarto. Al ver que seguía creyendo en Dios, perdió el control, me tiró al suelo de un puñetazo y luego me golpeó al menos veinte veces más en la cabeza. Veías las estrellas, y tenía chichones del tamaño de un huevo de paloma en la cabeza. Recuerdo la furia intensa en la cara de mi marido y a mi hija de 6 años muy asustada, sollozando: “¡No le pegues a mamá! ¡No le pegues!”. Mi marido me agarró del cuello de la camisa y me echó de casa, diciendo furioso: “¡Si sigues creyendo en Dios, sal de mi casa!”. Al observar el cambio de mi marido, lo cruel y despiadado que era, sin importarle para nada nuestros años juntos, sentí que se me rompía el corazón. Lo más insoportable fue notar el miedo de mi hija ante su temperamento violento. Cuando se acercaba a mí, la niña pensaba que él iba a pegarme, se ponía delante para protegerme con sus bracitos y decía: “¡Aléjate de mamá!”. A veces, si yo estaba arriba, cuando él se acercaba a la escalera, mi hija le gritaba que no subiera. Cada vez que veía su carita con tanto miedo y ansiedad, el daño psicológico de la violencia doméstica siendo tan pequeña era como un cuchillo que se retorcía en mi corazón, y odiaba aún más al gran dragón rojo. Todas esas desgracias eran por culpa de la persecución del Partido Comunista.
Un día, cuando mi marido regresó del trabajo, sacó su móvil y dijo, enfadado: “Mira, el PCCh ha arrestado a mucha gente otra vez. ¿Aún quieres tener fe? ¿Quieres morir? Si quieres creer en Dios, está bien, pero no nos arrastres a mí y a nuestra hija. Si te vuelven a arrestar, nos harán la vida imposible. No me habría casado contigo si hubiera sabido que tomarías la senda de creer en Dios”. Eso me hirió profundamente. Recordé el tiempo anterior, cuando me había dado menos libertad que a un criminal solo por creer en Dios, las frecuentes palizas, y el daño que eso le causaba a mi hija, y entendí que no podía comprometerme más, así que acepté su petición de divorcio. Cuando vio que insistía en mi fe en Dios, llamó a mi hermano para que me convenciera. Mi hermano siempre me quiso y estuvo orgulloso de mí, pero como el PCCh me perseguía, me expulsaron de la facultad y no pude continuar mi posgrado. Si además me divorciaba, terminaría de convertirme en el hazmerreír del pueblo. Decepcionaría mucho a mi hermano. No sabía cómo enfrentarme a él, clamé a Dios en mi interior y le pedí que me protegiera para poder mantenerme firme en el testimonio para Él y que, pasara lo que pasara, nunca abandonara mi fe en Él. Entonces, recordé un pasaje de la palabra de Dios: “Debes poseer Mi valentía dentro de ti y debes tener principios cuando te enfrentes a parientes que no creen. Sin embargo, por Mi bien, tampoco debes ceder a ninguna fuerza oscura. Confía en Mi sabiduría para seguir el camino perfecto; no permitas que triunfe ninguna de las tramas de Satanás” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 10). Cierto. Dios creó a la humanidad, y creer en Él y seguirlo es lo natural y correcto. Debemos mantenernos firmes en la elección de nuestra senda, y no dejarnos engañar por Satanás. Ni las personas más cercanas pueden interferir. Cuando vino mi hermano, mi marido no paraba de criticarme frente a él, diciendo que no debería creer en Dios. Al verme tan tranquila, levantó la mano para golpearme, pero mi hermano lo detuvo. Mi hermano me dijo, calmado: “Eres adulta y puedes tomar tus propias decisiones sobre tu vida. Pero debes pensar qué le pasará a tu hija si te divorcias. Fíjate lo que le pasó a la mía, así verás lo que puede pasarle a la tuya”. Sus palabras me entristecieron un momento, porque pensé en su divorcio y en cómo el entorno despreciaba y se burlaba de su hija. Es una pena que un niño se quede sin madre. Como estaban las cosas para mí en ese momento, si me divorciaba, sin duda mi marido recibiría la custodia de nuestra hija, que se quedaría sin madre. ¿Acaso no sufriría la discriminación y la burla de sus maestros y compañeros? Sin mí a su lado, viviendo con su padre incrédulo y sus abuelos, ¿sería capaz de recorrer la senda de la fe en Dios? Pensé en lo pequeña que era, y sentí que no podría soportar separarme de ella. Me sentía muy triste en aquel momento, así que le oré a Dios: “Dios mío, no puedo abandonar a mi hija. Me apena pensar en su futuro. Te pido que me esclarezcas, me guíes y me protejas”.
Luego leí dos pasajes de la palabra de Dios: “Además del nacimiento y la crianza, la responsabilidad de los padres en la vida de sus hijos es simplemente proveerle un entorno formal para que crezca en él, porque nada excepto la predestinación del Creador tiene influencia sobre el destino de la persona. Nadie puede controlar qué clase de futuro tendrá una persona; se ha predeterminado con mucha antelación, y ni siquiera los padres de uno pueden cambiar su destino. En lo que respecta a este, todo el mundo es independiente, y tiene el suyo propio. Por tanto, los padres no pueden evitar el destino de uno ni ejercer la más mínima influencia sobre el papel que uno desempeña en la vida. Podría decirse que la familia en la que uno está destinado a nacer, y el entorno en el que crece, no son nada más que las condiciones previas para cumplir su misión en la vida. No determinan en modo alguno el destino de la persona en la vida ni la clase de destino en el que cumplirá su misión. Y, por tanto, los padres no pueden ayudarle en el cumplimiento de su misión ni tampoco puede ningún familiar ayudarle a asumir su papel en la vida. Cómo cumple uno su misión y en qué tipo de entorno desempeña su papel viene determinado por el destino de uno en la vida. En otras palabras, ninguna otra condición objetiva puede influenciar la misión de una persona, que es predestinada por el Creador. Todas las personas maduran en el entorno particular en el que crecen, y después poco a poco, paso a paso, emprenden sus propios caminos en la vida y cumplen los destinos planeados para ellas por el Creador. De manera natural e involuntaria entran en el inmenso mar de la humanidad y asumen sus propios puestos en la vida, donde comienzan a cumplir con sus responsabilidades como seres creados por causa de la predestinación y la soberanía del Creador” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). “Los planes y las fantasías de las personas son perfectos; ¿no saben que el número de hijos que tienen, el aspecto de sus hijos, sus capacidades, etc., no es algo que ellos puedan decidir, que ni un poco de los destinos de sus hijos está en sus manos? Los humanos no son señores de su propio destino, pero esperan cambiar los destinos de la generación más joven; no tienen poder para escapar de sus propios destinos, pero intentan controlar los de sus hijos e hijas. ¿No están sobrevalorándose? ¿No es esto insensatez e ignorancia humanas?” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). A partir de las palabras de Dios entendí que Él creó y tiene soberanía sobre todo, y que el destino de todas las personas está en Sus manos. Los padres solo están para criar a sus hijos, pero no pueden cambiar el destino de estos. Siempre pensé que podía influenciar y controlar la vida de mi hija, que ella hallaría la felicidad mientras yo estuviera a su lado y que podría llevarla por la senda de la fe en Dios. Pero, pensándolo bien, yo ni siquiera controlaba mi propio destino, así que, ¿cómo iba a controlar el de mi hija? Recordé que mi hija había caído enferma y se había desmayado unos días antes, y yo no pude ayudarla a aliviar su dolor, solo quedarme mirando. Solo podía rogarle a Dios que la protegiera. Una vez tropezó cuando estaba escalando y se cayó por un acantilado. Yo no pude hacer nada. Pero misteriosamente se salvó por un tronco que había en el filo de la montaña. Estos incidentes me hicieron comprender que, aunque cuidara de mi hija lo mejor posible, no existía garantía alguna de que no se enfermara ni sufriera alguna desgracia. La vida de las personas está en manos de Dios. El sufrimiento que alguien padece a lo largo de su vida y la senda que toma fueron predestinados por Dios hace mucho. La gente no tiene decisión ni influencia alguna sobre tales cosas. Cuando entendí esto, sentí una gran liberación. Me di cuenta de que debía poner a mi hija en manos de Dios y obedecer Su soberanía y arreglos. Como ser creado, era lo que debía hacer.
Posteriormente, cuando mi marido vio que insistía en creer en Dios, decidió divorciarse. Me pidió que me fuera de casa sin nada y se negó a darme la custodia de nuestra hija. Hasta quería privarme de las visitas. Cuando le pregunté por la división de bienes, incluso me golpeó con una taza de acero en la cabeza. Me protegí con las manos pero me magullé las muñecas, con lo cual no pude cargar nada pesado durante más de dos meses. Además, me golpeó ferozmente varias veces en la espalda, con lo que estuve más de un mes con una fuerte tos. Después de todo eso, se apropió de los cientos de miles que tenía ahorrados del trabajo. Me dijo: “Crees en Dios, ¿no? Entonces pídele a tu Dios que te dé comida y agua”. Al ver que era tan poco razonable y tan cruel, recordé las palabras de Dios: “Si un hombre se enfurece y entra en cólera cuando se menciona a Dios, ¿acaso lo ha visto? ¿Sabe quién es? No sabe quién es Dios, no cree en Él, y Dios no le ha hablado. Él nunca le ha molestado; ¿por qué se enfada entonces? ¿Podríamos decir que esta persona es mala? Las tendencias mundanas, comer, beber, la búsqueda del placer y perseguir a personas famosas son cosas que no molestarían a un hombre así. Sin embargo, la sola mención de la palabra ‘Dios’ o de la verdad de las palabras de Dios le hace entrar en cólera, ¿no se considera esto tener una naturaleza malvada? Esto es suficiente para probar que esta es la naturaleza malvada del hombre” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único V). Lo revelado por las palabras de Dios me permitió ver claramente la naturaleza malvada de mi marido de oposición a Dios. Al principio, cuando él se enteró de que creía en Dios Todopoderoso, se mostró muy hostil, incluso rompió mis libros de la palabra de Dios. Luego comenzó a tratar desesperadamente de impedir que creyera en Dios y me trató como una prisionera, me privó de libertad, y a menudo me golpeaba con saña. Parecía querer matarme. Cuando nos divorciamos, se apropió de mis bienes, buscando mi desesperación y para que me resultara imposible vivir mi vida. Pretendía hacerme traicionar a Dios y negarlo. Ahora veo claramente la esencia naturaleza de mi marido. Era un demonio que odia a Dios y se opone a Él. Mi marido y yo no hablábamos el mismo idioma. Viviendo con él, yo no tenía libertad, y estaba sometida a golpes y restricciones. ¡Era una agonía! ¿Cómo iba a ser eso un hogar? No eran más que grilletes. Era un infierno.
Tras el divorcio, ya no estuve controlada ni limitada por mi marido. Podía ir a las reuniones y leer las palabras de Dios con normalidad, y pronto asumí deberes en la iglesia. Sentí una profunda sensación de tranquilidad y liberación. ¡Gracias a Dios por salvarme!