45. Salir del manicomio

Por Xiaocao, China

En enero de 2012 acepté el evangelio de Dios Todopoderoso de los últimos días. Tras comenzar a creer, el grave desgarro muscular lumbar y el hombro congelado que había padecido a causa del exceso de trabajo en mi negocio milagrosamente mejoraron. Mi marido y mi hijo estaban encantados; antes me dolían tanto los brazos que apenas podía levantarlos, hasta me costaba peinarme y vestirme, y la medicación no me mejoraba en nada. Al ver que había mejorado, apoyaban mucho mi fe. Sin embargo, varios meses después, mi marido vio algunas mentiras difundidas en internet por el Partido Comunista tendientes a difamar, atacar y condenar a la Iglesia de Dios Todopoderoso y, partir de entonces, empezó a oponerse a mi fe. Me dijo: “El Gobierno está en contra de este Dios tuyo. Si terminas detenida por ello, eso podría afectar la carrera de nuestro hijo. Debes dejarlo”. Una vez, recién había regresado de compartir el evangelio, me señaló con gesto sombrío: “Me convocó la Brigada de Seguridad Nacional para preguntarme si eres creyente y, en tal caso, has de entregar tus libros sobre Dios. También me pidieron que identifique a gente en un montón de fotos. Te van a detener si sigues creyendo”. Le respondí: “La fe en Dios es la senda correcta en la vida y no he hecho nada ilegal. ¡No tendrían derecho!”. Él replicó: “¡Qué ingenua! El Partido Comunista siempre la toma con los creyentes. Si sigues creyendo, es posible que te detengan y te den una paliza para que veas lo despiadados que son. ¡Debes dejar de creer!”. La oposición de mi esposo a mi fe sin duda me haría más difícil recorrer esta senda. Oré a Dios en mi interior para pedirle que me guiara en la senda que tenía ante mí. También decidí que, sin importar cómo se interpusiera mi esposo en mi camino, no renunciaría a mi fe.

En diciembre de 2012, un día, me detuvieron y privaron de libertad porque una persona malvada me había denunciado por predicar el evangelio. El día que me soltaron, un agente me advirtió: “Cuando llegues a casa, más te vale que dejes tu fe. Si no, ¡seguro te condenarán cuando te atrapen!”. Una media hora más tarde, me vino a buscar mi marido, que parecía muy enfadado y tenía mala cara. Se fue directo a la oficina de la policía. No supe de qué estuvieron hablando ahí dentro. Al llegar a casa, vi a mi hermano, mi hermana y mi cuñado que estaban en el patio. Mi hermano era dirigente del condado y había visto en internet toda clase de mentiras del Partido Comunista en las que condenaba a la Iglesia y blasfemaba contra ella. Trató de convencerme de que renunciara a mi fe, y dijo que si no renunciaba a ella, eso podría afectar a mi hijo y también a él mismo y ocasionar que perdiera su puesto de funcionario. Sabía que seguro estaban ahí para presionarme para que abandonara mi fe, así que, rápidamente, oré a Dios para pedirle que me protegiera de esas perturbaciones. Mi hermano, todo sonriente, me dijo: “Deberías dejar esta cosa de Dios. Quédate en casa y pórtate bien. Lo mejor que puedes hacer es cuidar bien de esta familia. Tu hijo tiene un buen empleo, que correrá peligro si continúas con esto. Te odiará por siempre”. Entonces me gritó mi cuñado, mientras gesticulaba: “¿Fe en Dios? ¿Dónde está Dios? ¡Yo no creo en Él y tengo una vida perfecta!”. Después, mi esposo comentó, airado: “No le fue fácil a nuestro hijo conseguir un buen empleo, que se fijaran en él. ¿Qué pasaría si lo perdiera por culpa de tu fe?”. Mi hermana vino a presionarme: “Deberías dejarlo. Tu marido es buenísimo contigo y tu hijo tiene un buen trabajo. Eso debería bastar. Simplemente cuida bien de tu familia”. Al oír todo esto, pensé: “Mi esposo y yo trabajamos tanto para ganar suficiente dinero para los estudios de nuestro hijo, que ahora se ganaba bien la vida, cosa nada fácil. El PCCh utiliza el trabajo de mi hijo para intimidarme y hacer que traicione a Dios, y si realmente pierde el trabajo por esto, ¿no me odiará por el resto de su vida?”. Sin embargo, si renunciaba a mi fe, eso sería traicionar a Dios. Como creyente, había aprendido algunas verdades, y sabía que, como ser creado, adorar a Dios era perfectamente natural y estaba justificado, y era la senda correcta a tomar. Dios había sanado mis lesiones. Tras haber gozado de tantas bendiciones concedidas por Dios, no podía ser tan carente de conciencia. Entonces, oré a Dios en silencio por dentro: “Dios mío, mi familia está intentando que renuncie a mi fe y me siento fatal. Te ruego que me des fe y fortaleza”. Recordé entonces estas palabras de Dios: “En cada paso de la obra que Dios hace en las personas, externamente parece que se producen interacciones entre ellas, como nacidas de disposiciones humanas o de la perturbación humana. Sin embargo, detrás de bambalinas, cada etapa de la obra y todo lo que acontece es una apuesta hecha por Satanás ante Dios y exige que las personas se mantengan firmes en su testimonio de Dios. Mira cuando Job fue probado, por ejemplo: detrás de escena, Satanás estaba haciendo una apuesta con Dios, y lo que aconteció a Job fue obra de los hombres y la perturbación de estos. Detrás de cada paso de la obra que Dios hace en vosotros está la apuesta de Satanás con Él, detrás de todo ello hay una batalla(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo amar a Dios es realmente creer en Él). Entendí que, detrás de la confabulación de mi familia contra mí, en realidad estaba Satanás, que me tentaba y atacaba. A mi familia la habían engañado los rumores y las mentiras del partido, y me intimidaba con el trabajo de mi hijo para que traicionara a Dios. No podía caer en la trampa de Satanás; debía mantenerme firme en el testimonio de Dios. El empleo que tuviera mi hijo dependía totalmente de lo que ordenara y dispusiera Dios. Nadie podría cambiar eso. Entonces dije: “Tener fe es lo correcto y apropiado y la senda correcta en la vida. No he infringido ninguna ley. El Partido Comunista me detuvo a mí y os arrastra a vosotros por su maldad. No deberíais seguirle el juego para oprimirme ni obstaculizar mi fe. Todos sabéis que, cuando aún no creía en Dios, estaba tan lesionada que no podía ni valerme por mí misma. Me recuperé completamente una vez que recibí la fe, todo ello por la gracia de Dios. Si traicionara a Dios, ¿tendría siquiera conciencia? No solo me he recuperado de mis lesiones desde que recibí la fe, sino que, además, he llegado a comprender muchas verdades, tengo plenitud interior y experimento un enorme gozo. Todas estas cosas son maravillosas. Sin embargo, vosotros no lo entendéis y os ponéis de parte del Partido Comunista, que se opone a mi fe. ¡Estáis confundidos y no distinguís el bien del mal! Por más que os opongáis, estoy comprometida con mi senda de fe”. Mi esposo, todo indignado, me señaló, diciendo: “¡Eres un caso perdido!”. Luego, él y mi hermano se miraron y se fueron juntos al fondo de la casa. Estaba confundida. ¿De qué hablaban tan a escondidas? Al rato, mi hermano volvió, le lanzó una mirada a mi hermana y exclamó con una misteriosa sonrisa en la cara: “¡Vamos a comer algo!”. Mi hermana y su yerno se acercaron a mí y me sacaron hacia el vehículo agarrándome de las manos, uno a cada lado. Algo me olió mal. Traté de soltarme de sus manos y les dije que no quería ir, pero me empujaron adentro del vehículo. Este se detuvo a la media hora aproximadamente; para mi sorpresa, estábamos en un hospital de salud mental. Mi hermano y mi marido salieron del vehículo. Quise salir corriendo, pero estaba activado el cierre de seguridad. Vi que ellos se dirigían a la oficina del hospital, y me sentí enfadada y disgustada. No me podía creer que me hubieran llevado a un lugar así. Qué desalmados eran. ¡Mis supuestos seres queridos! Recordé que, cuando mi esposo me fue a buscar a comisaría, había hablado un ratito a solas con la policía y que mis familiares se miraron con intención cuando dijeron que nos íbamos a comer. Comprendí que posiblemente era un plan fraguado por la policía. Lo hacían para que traicionara a Dios. Me angustié muchísimo y se me llenaron los ojos de lágrimas. Indignada, le dije a mi hermana: “Me traéis aquí para que me atormenten solo porque creo en Dios. ¡Los locos sois vosotros! Lo que hacéis ofende al Cielo y a la razón. ¡Recibiréis vuestro merecido!”. Justo entonces salieron del hospital un par de enfermeros con unas correas para ponérmelas. Mi marido y mi hermano se quedaron ahí mirándome sin pronunciar palabra. Estaba destrozada y absolutamente desesperada. Jamás, ni en mis peores pesadillas, imaginé que mi hermano y mi marido, solo por proteger sus intereses para que no los implicaran, de veras harían caso a las mentiras del Partido Comunista y me meterían en un hospital de salud mental, donde me atormentarían, sin importarles si iba a vivir o morir y estando yo perfectamente. No tenían nada de seres queridos; ¡eran unos demonios! Al pensarlo, no pude reprimir más el llanto. Ni siquiera quería mirarlos. Indignada, grité a los enfermeros: “¡No me pasa nada! Me engañaron para venir aquí y que me traten como paciente psiquiátrica solo porque creo en Dios. Ustedes ni lo han estudiado. ¿Por qué me están inmovilizando?”. Sin embargo, ellos me ignoraron por completo. Me ingresaron como paciente grave y me encerraron en el Pabellón 1.

Todos los pasillos, puertas y ventanas de ese pabellón tenían barras metálicas de soldadura. Mi habitación era de unos 4 metros cuadrados y estaba totalmente vacía. Solo había una cama individual, con una colcha sucia que tenía rastros de orina. Había un fuerte olor a orina. Había un baño unisex en el pasillo, que tenían cerrado. Tenía que ir a buscar a un enfermero cada vez que quería ir al baño y, si estaban ocupados, no abrían la puerta. Tenía que aguantarme. El sonido de los gemidos de los enfermos mentales llenaba continuamente el hospital. A veces cantaban, lloraban o se ponían a chillar: “¡Déjenme salir! ¡Déjenme salir!”. Además, golpeaban sin parar las barras metálicas. El lugar entero sonaba como si estuviera lleno de fantasmas gimientes y lobos aullando. Se me helaba la sangre. “¿Qué clase de sitio para seres humanos es este? En cuanto la policía me liberó, mi propia familia me llevó a un manicomio a que me atormentaran. Esto iba de mal en peor. ¿Cómo puedo vivir así? De no haber sido por la persecución del PCCh, mi familia no me estaría tratando así”. Cuanto más lo pensaba, peor me sentía, y me puse a llorar amargamente. Mientras lloraba, pensé en los hermanos y hermanas en las reuniones, cantando himnos y alabando a Dios. Deseaba tanto leer las palabras de Dios y cumplir con el deber junto a ellos, pero no podía salir y no sabía cuánto tiempo me tendrían allí dentro. ¿Cuándo se terminaría mi sufrimiento? Oré a Dios: “¡Oh, Dios mío! Estoy encerrada con enfermos mentales. Estoy muy triste. Dios mío, no sé cómo superar esto. Te ruego que me guíes”. Después de orar recordé un pasaje de las palabras de Dios: “Al embarcarse en una tierra que se opone a Dios, toda Su obra se enfrenta a tremendos obstáculos y cumplir muchas de Sus palabras lleva tiempo; así, la gente es refinada a causa de las palabras de Dios, lo que también forma parte del sufrimiento. Es tremendamente difícil para Dios llevar a cabo Su obra en la tierra del gran dragón rojo, pero es a través de esta dificultad que Dios realiza una etapa de Su obra, para manifestar Su sabiduría y acciones maravillosas, y usa esta oportunidad para hacer que este grupo de personas sean completadas(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Es la obra de Dios tan sencilla como el hombre imagina?). Entendí que, en China, los creyentes deben soportar muchas persecuciones del PCCh, porque el partido es enemigo de Dios a muerte y no permite que el pueblo tenga fe y siga a Dios. El partido detiene y persigue con furia a los creyentes, difunde rumores y mentiras de todo tipo y condena a la Iglesia de Dios Todopoderoso, para engañar a quienes no conocen la verdad. Implica a los familiares de los creyentes y destruye sus empleos y sus perspectivas profesionales, con lo que incentiva el odio a los creyentes por parte de su familia, a la cual utiliza para obligarlos a traicionar a Dios. ¡El partido es despreciable y malvado! Si bien sufrir este tipo de persecución por parte del partido me causó mucho dolor, me permitió discernir la malvada esencia del Partido Comunista y fue la manera en la cual Dios ponía a prueba mi fe. Tenía que confiar en Él y mantenerme firme en el testimonio de Él. Al pensarlo, oré a Dios para pedirle que permaneciera conmigo y me protegiera de la aflicción de Satanás y de los espíritus malvados. Cuanto más me oprimiera el gran dragón rojo, mayor sería mi fe en Dios.

Al día siguiente, un enfermero me trajo una medicación para que me la tomara. Furiosa, me quejé: “No me pasa nada. Soy perfectamente normal y no me voy a tomar eso”. Insistí en que no lo iba a tomar. El tercer día ingresó una persona con graves problemas y me trasladaron al Pabellón 3 porque en el Pabellón 1 no quedaban camas libres. Ese pabellón no estaba tan controlado: podía salir de la habitación a hacer actividades. Vi que algunos pacientes tenían los pantalones tan desgastados que se les veía el trasero, tenían la cara y el cuello sucios y el pelo como un nido de pájaros. La ropa de algunos estaba tan sucia que parecía grasienta, era absolutamente asqueroso. En ese pabellón tenía dos compañeras de habitación. Una tenía los ojos apagados e inexpresivos y a veces murmuraba cualquier cosa para sí misma. La otra cada mañana andaba sin parar por el pasillo mientras fumaba. Me daban mucho miedo. Me aterraba que, en uno de sus episodios, me golpearan o tiraran del pelo cuando no estuviera atenta o que me asfixiaran hasta matarme mientras dormía, así que nunca dormía bien por las noches. Siempre oraba una y otra vez a Dios en silencio para pedirle que me protegiera. Solo así podía relajarme lo bastante como para tener un sueño un poco reparador. Todos los días venía un enfermero a darnos la medicación una por una. Nos vigilaban, así que me la tenía que tomar. A veces, cuando no me miraban, me deshacía de ella. Otra paciente me vio y me dijo: “No se puede hacer eso. Una vez me pilló un enfermero tirando unas medicinas. Me dio un par de bofetadas, agarró un tubo de plástico que me metió en la nariz y me introdujo la medicación por él. Me dolió mucho”. Nunca supe si aquella mujer les contó a los enfermeros que había tirado la pastilla, pero, después, el personal del hospital estaba mucho más atento a que los pacientes tomaran la medicación. Cada día, los enfermeros nos supervisaban desde una mesa cuadrada de unos 60 centímetros de altura, y nos hacían abrir la boca y usaban una linterna para ver si habíamos tragado el medicamento. No me quedaba más remedio que tomarme las pastillas.

Unos días más tarde vino el director del hospital a inspeccionar las habitaciones y, de repente, me preguntó: “¿El gran desastre es el 21?”. Me pareció muy extraño, y contesté: “Solo Dios sabe cuándo vendrá el desastre”. Su respuesta fue: “Veo que estás muy enferma. Es preciso que te subamos la dosis”. Desde entonces tuve que tomar dos pastillas en vez de una. Estaba furiosa. El director no tenía idea de si realmente me pasaba algo, pero me dobló la dosis con toda tranquilidad. No tenía respeto por la vida humana. Un hospital debería ser un lugar para curar las enfermedades, pero se había convertido en un sitio donde el Partido Comunista podía perseguir a los cristianos. Me hacían daño con mala intención exclusivamente por mi fe. Odiaba a muerte al partido.

Diez días después de empezar con la medicación, comencé a sentirme muy débil, e incluso me costaba caminar. Pensé que solo había tomado la medicación unos días y ya estaba así. Me preocupaba que, si seguía tomándola, me iba a enfermar, cuando no había estado enferma de entrada. Y al enfrentarme a todos esos enfermos mentales a diario, triste y deprimida, sentía que iba a desarrollar problemas mentales por ese tormento. Oraba mucho a Dios mientras me hallaba en ese entorno, y le pedía que me guiara y me diera fe. Recuerdo que una vez, después de orar, me acordé de cuando el Señor Jesús hizo que Lázaro saliera de la tumba. Llevaba muerto cuatro días y su cuerpo ya hedía, pero Dios lo resucitó de entre los muertos con unas pocas palabras. Dios es omnipotente. Él rige el destino de la humanidad. ¿Acaso mi vida no estaba también en Sus manos? Recordé unas palabras de Dios: “De todo lo que acontece en el universo, no hay nada en lo que Yo no tenga la última palabra. ¿Hay algo que no esté en Mis manos?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 1). Tanto si aquella medicación me volvía loca como el hecho de cuándo saldría estaban en las manos de Dios. Tenía que superar aquello con mi fe y amparada en Dios. Esta idea me dio fe y ya no tenía tanto miedo.

Un par de semanas después, una noche se me ocurrió llamar a mi familia para ver si podía salir antes. A la mañana siguiente, mi esposo vino en su vehículo al hospital. Le dije que ese no era un lugar apto para los seres humanos, que estar allí demasiado tiempo volvía loca a una persona cuerda, y que me sacara de ahí. Llamó a mi hermano para hablarlo con él, y oí a mi hermano al teléfono: “¡Debe renunciar a su fe! Primero, que firme una garantía de renuncia a su fe, y entonces podrá salir. Si mantiene la fe, se puede morir ahí dentro”. Jamás imaginé que mi hermano diría algo así. Fue realmente escalofriante. ¿Qué clase de familia era esa? ¡No era más que un diablo! En vista de que mi esposo no tenía intención de sacarme, pensé: “Si me descarta aquí y me abandona, para no salir jamás, entonces, ¿cómo practicaré mi fe?”. Así pues, fingí estar de acuerdo. Tras llevarme a casa, él me seguía constantemente todos los días. No me dejaba ir a reuniones ni leer las palabras de Dios. A veces, durante el descanso de la tarde, incluso entraba a ver si estaba leyendo las palabras de Dios. Lo único que podía hacer era leerlas a escondidas en el MP5 cuando él no prestaba atención. Una mañana me pilló cargándolo. Lo agarró y, enfurecido, me gritó: “¿Cómo puedes seguir creyendo? Si te capturan, vas a la cárcel y nuestro hijo pierde el trabajo por tu culpa, ¿cómo podrás mirarlo a la cara? ¡No te permito que sigas más a Dios!”. Mientras decía eso, me empujó con fuerza y me di un batacazo en la cabeza contra un lado de la cama. Pensé: Yo solamente creo en Dios. No he hecho nada malo, pero me trata así. No solo me internó, sino que ahora me levanta la mano y no me deja leer las palabras de Dios. Sintiéndome cada vez peor, oré a Dios: “¡Oh, Dios mío! Mi esposo me coacciona terriblemente y estoy débil. No sé cómo permanecer en esta senda. ¡Por favor, guíame!”. Tras orar, recordé las palabras de Dios: “En la actualidad la mayoría de las personas no tienen ese conocimiento. Creen que sufrir no tiene valor, que el mundo reniega de ellas, que su vida familiar es problemática, que Dios no las ama y que sus perspectivas son sombrías. El sufrimiento de algunas personas llega al extremo y piensan en la muerte. Este no es el verdadero amor hacia Dios; ¡esas personas son cobardes, no perseveran, son débiles e impotentes! Dios está ansioso de que el hombre lo ame, pero cuanto más ame el hombre a Dios, mayor es su sufrimiento, y cuanto más el hombre lo ame, mayores son sus pruebas. […] Por lo tanto, durante estos últimos días debéis dar testimonio de Dios. No importa qué tan grande sea vuestro sufrimiento, debéis caminar hasta el final e, incluso hasta vuestro último suspiro, debéis seguir siendo fieles a Dios y estar a merced de Él; solo esto es amar verdaderamente a Dios y solo esto es el testimonio sólido y rotundo(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios). Meditando las palabras de Dios, me quedó claro que, aunque la coacción y las tribulaciones que padecía me hacían sufrir, de no haber sido por estas situaciones no vería mi verdadera estatura ni sería capaz de tener auténtica fe. Sufrir estas adversidades era valioso. Pero yo no comprendía la voluntad de Dios, y como no podía soportar el sufrimiento me volví negativa y débil. Vi lo cobarde que era. La revelación de los hechos también me permitió ver algunas cosas claramente. Para presionarme a fin de que abandonara mi fe, a mi marido no le importaba si yo vivía o moría, me llevó personalmente a un hospital de salud mental y ahora hasta me había pegado; entendí de veras que era un demonio que odiaba a Dios y estaba en Su contra. Me acordé de unas palabras de Dios: “Creyentes e incrédulos no son compatibles, sino que más bien se oponen entre sí(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios y el hombre entrarán juntos en el reposo). Mi esposo y yo éramos dos clases de personas distintas en sendas diferentes. Continuaría siguiendo a Dios por más que él me oprimiera. No me iba a frenar más. Así pues, le propuse: “Vamos a divorciarnos. Tú vas por una senda mundana en pos del dinero, y yo, por una senda de fe. Vamos por sendas distintas y no tenemos nada en común. Como temes por nuestro hijo, deberíamos divorciarnos. Mi fe, entonces, no os afectará a vosotros dos. No necesito ninguno de nuestros bienes, solamente un cuarto, un lugar donde vivir. Mientras pueda seguir a Dios, estaré bien”. Contestó: “Sé que eres buena mujer. Yo no quiero el divorcio”. Le repliqué: “Si no quieres el divorcio, dame libertad. Soy creyente y no puedes interponerte en mi camino”. Me dijo: “Puedes tener libertad, ¡pero primero has de firmar conmigo un acuerdo donde diga que dejarás de creer en Dios Todopoderoso!”. Le dije: “He de mantener la fe, no puedo firmar ese acuerdo”. Se quedó estupefacto. Después, dado que no podía impedirme creer, ya no me obstaculizaba tanto la práctica de mi fe. Podía vivir una vida de iglesia y cumplir con un deber con normalidad.

Pasó un tiempo. Posteriormente, una noche fui a ver a una hermana que vivía cerca para hablar del riego de los nuevos fieles. Apareció mi hijo nada más sentarnos y, con rabia, le gritó a la hermana: “¡Tú eres la que convirtió a mi madre!”. Luego intentó golpearla. Me apresuré a rodearlo con los brazos para contenerlo. En un arranque de ira, me llevó de vuelta a casa a rastras y, airado, me dijo: “Tienes que dejarlo. ¡Mira lo que dicen sobre tu Iglesia en internet!”. Repitió algunas mentiras con las que el Partido Comunista calumnia a la Iglesia de Dios Todopoderoso. Después vociferó: “¡Papá, llama al hospital de salud mental y devuélvesela!”. Creí que me iba a estallar la cabeza cuando lo oí. Nunca imaginé que mi hijo mandaría a su propia madre al psiquiátrico con tal de conservar el trabajo. ¡Fue brutal! Oí a mi esposo llamar al hospital y que, por teléfono, le informaban de que estaba lleno. Mi marido colgó y sugirió: “Llamemos a la policía y que se la lleven ellos”. Mi hijo respondió: “No la pueden encerrar allí. ¿Y si la tenemos en ese cuarto oscuro donde criábamos conejos?”. Los dos me llevaron a la fuerza a ese cuarto, cerraron la puerta de hierro y se marcharon. Fue de veras escalofriante ver que el partido había engañado a mi marido y mi hijo para que fueran tan brutos conmigo, y odié aún más al Partido Comunista de todo corazón. Recordé unas palabras de Dios: “Durante miles de años, esta ha sido la tierra de la suciedad. Es insoportablemente sucia, la miseria abunda, los fantasmas campan a su antojo por todas partes; timan, engañan, y hacen acusaciones sin razón; son despiadados y crueles, pisotean esta ciudad fantasma y la dejan plagada de cadáveres; el hedor de la putrefacción cubre la tierra e impregna el aire; está fuertemente custodiada. ¿Quién puede ver el mundo más allá de los cielos? El diablo ata firmemente todo el cuerpo del hombre, pone un velo ante sus ojos y sella con fuerza sus labios. El rey de los demonios se ha desbocado durante varios miles de años, hasta el día de hoy, cuando sigue custodiando de cerca la ciudad fantasma, como si fuera un ‘palacio de demonios’ impenetrable. […] ¿Antepasados de lo antiguo? ¿Amados líderes? ¡Todos ellos se oponen a Dios! ¡Su intromisión ha dejado todo lo que está bajo el cielo en un estado de oscuridad y caos! ¿Libertad religiosa? ¿Los derechos e intereses legítimos de los ciudadanos? ¡Todos son trucos para tapar el pecado!(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (8)). El partido detiene y persigue a cristianos, difunde toda clase de rumores y calumnias sobre la Iglesia de Dios Todopoderoso e implica a sus familiares. Así, el partido había engañado a mi familia, que le seguía la corriente al coaccionarme por mi fe, llegando al extremo de llevarme personalmente a un hospital de salud mental, donde me atormentaron, y de encerrarme ahora otra vez. A esto se había reducido una familia completamente feliz. El partido era el que realmente mandaba y yo odiaba a este demonio de todo corazón. Poco después, mi hijo tomó una banqueta, se sentó afuera de la puerta de hierro y dijo: “Mamá, debes dejar de creer en Dios. Trabajaste muchísimo en el negocio y no fue fácil sufragar mis estudios. Ahora trabajo y tengo algo de dinero. ¿Y si te pago yo un viaje?”. Me di cuenta de que esto era una trampa de Satanás, así que le contesté: “Cuando no era creyente, solo quería ganar dinero. Era una forma de vivir difícil y agotadora. Ahora que he encontrado a Dios y he comprendido algunas verdades, mi vida es mucho más libre y alegre. ¿No me podéis dejar en paz los dos? Mantendré la fe aunque tú me rechaces como madre y tu padre se divorcie de mí. Estoy comprometida con esta senda”. No replicó ni una palabra; simplemente se fue. Le estaba muy agradecida a Dios por reforzar mi fe y me sentía muy firme y tranquila. Me puse a cantar este himno: “El Dios verdadero todopoderoso, mi corazón te pertenece. La cárcel solo puede controlar mi cuerpo. No me impedirá seguir Tus pasos. En el doloroso sufrimiento, en un camino accidentado, guiado por Tus palabras, mi corazón no tiene miedo, acompañado por Tu amor, mi corazón está satisfecho” (Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos, Una elección sin remordimientos). Cantando este himno, sentía a Dios a mi lado. No me sentía triste aunque estuviera en aquel cuartito oscuro en el que no veía nada a mi alrededor. A la mañana siguiente, mi hijo abrió inesperadamente la puerta, me dejó salir y me dijo: “Mamá, ya te vamos a dejar en paz. Puedes hacer lo que quieras”. Al oír sus palabras, supe que Satanás había sido humillado y derrotado, y di gracias a Dios.

La detención por parte del Partido Comunista y la opresión de mi familia me ayudaron a apreciar plenamente la esencia demoníaca y contraria a Dios del partido. Detiene y persigue a los creyentes y difunde toda clase de rumores y mentiras para engañar al pueblo, con lo que los creyentes sufren la coacción y obstaculización de sus familias. Es el instigador que destroza las familias de los cristianos. Por sus propios intereses, mi esposo y mi hijo le siguieron la corriente al partido al coaccionarme por mi fe, y llegaron a internarme personalmente sin importarles si vivía o moría. Aprecié plenamente que su esencia es contraria a Dios, y no volveré a dejar que me frenen. Esta experiencia me ha enseñado que solo Dios nos ama y es el único que nos puede salvar. Cuando más triste y desamparada estaba, Dios, con Sus palabras, me dio esclarecimiento, me reconfortó, me alentó y me guio en aquellos días difíciles. Yo ya he experimentado personalmente que solo el amor de Dios es genuino. Estoy dispuesta a seguirlo y cumplir bien con el deber, y jamás lo lamentaré.

Anterior: 44. Interrogatorio secreto en un hotel

Siguiente: 46. Dar testimonio de Dios es cumplir un deber auténticamente

Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.

Contenido relacionado

53. Soltar los lazos que atan

Por Cuibai, ItaliaLas palabras de Dios dicen: “Por el bien de vuestro destino, debéis buscar la aprobación de Dios. Es decir, ya que...

Ajustes

  • Texto
  • Temas

Colores lisos

Temas

Fuente

Tamaño de fuente

Interlineado

Interlineado

Ancho de página

Índice

Buscar

  • Buscar en este texto
  • Buscar en este libro