5. Mi esfuerzo por hablar con honestidad

Por Weniela, Filipinas

Acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días en 2017. El tiempo que pasaba en comunicación con los hermanos y hermanas era muy feliz para mí porque siempre lograba aprender más verdades y obtener algo de cada reunión. Al principio todo era por chat de texto; es decir, nos comunicábamos online por escrito. Por ello, yo no ocultaba nada y era muy activa al hablar sobre mi comprensión de las palabras de Dios. Los líderes decían a menudo que tenía una buena comprensión, y los hermanos y hermanas me admiraban. Decían que les gustaba lo que compartía y que hablaba bien inglés. Me ilusionaban sus elogios y creía estar haciéndolo bien. Luego, una hermana sugirió las llamadas de voz para las reuniones y empezaron a surgir los problemas.

En la primera llamada de voz, tras leer las palabras de Dios, un par de hermanas compartieron primero lo que habían entendido del pasaje. Yo estaba nerviosa y en realidad no había oído la comunicación. Antes todo era mediante texto, así que no estaba muy acostumbrada a la comunicación directa por voz. La comunicación por voz es mi punto débil. Cuando era mediante texto, podía escoger las palabras y perfeccionar las cosas, pero en el chat en directo no tenía tiempo de prepararme. Aunque comprendía un poco las palabras de Dios, temía que mi comunicación fuera caótica y desorganizada, que mi inglés no fuera fluido, y temía decepcionar a los hermanos y hermanas. Estos problemas me preocuparon durante toda la reunión. Dudaba si debía hablar o no. Si no lo hacía, los demás pensarían seguramente que no participaba activamente en la comunicación y los líderes estarían decepcionados conmigo. Sin embargo, si hablaba, tenía que encender el micrófono, y me daba miedo de que, de hacerlo mal, los hermanos y hermanas me despreciarían. Se hundiría mi buena imagen ante ellos. Estos pensamientos me pusieron tan nerviosa que no pude hablar. Las dos hermanas que me habían convertido estaban presentes en la reunión, y pensé que se sentirían decepcionadas si no comunicaba bien. Flora Shi, una líder, me dijo entonces: “Hermana Weniela, ¿puedes compartir? El resto lo ha hecho. ¿Se te ha olvidado compartir la comunicación?”. Por su tono de voz, creí que estaba decepcionada. Me sentí muy incómoda y avergonzada. Para ocultar este defecto mío y conservar mi imagen ante sus ojos, decidí que, de ahí en adelante, escribiría antes de la reunión lo que quería compartir y luego simplemente podría leerlo cuando fuera mi turno. Entonces no estaría tan nerviosa. Creerían que era una oradora fluida y que mi comunicación era acertada. Me pareció que era buena idea.

Una tarde condujeron la reunión un par de hermanas de China. Todos nos comunicábamos en inglés porque era lo más conveniente. Algunos hermanos y hermanas eran muy tímidos porque su inglés no era muy bueno, pese a lo cual supieron compartir su entendimiento de las palabras de Dios. Cuando llegó mi turno, estuve muy activa en la comunicación y sonaba muy confiada porque había escrito todo lo que iba a decir de antemano. Yo fui la última en comunicar. Me esmeré mucho para hablar con total naturalidad y que no notaran que estaba leyendo. Después, todos halagaron mis palabras y afirmaron que les resultaban muy útiles y que mi inglés era estupendo. En el fondo, estaba contenta con sus elogios y creía habérmelos ganado. Después me eligieron líder del grupo y me centré aún más en lo que opinaran los demás de mí. No obstante, empecé a sentirme culpable y algo incómoda cada vez que ellos me elogiaban, pues sabía que estaba mal lo que hacía, que no dejaba que vieran mi yo real. No me sentía bien por ello, pero seguí haciendo lo mismo. En las reuniones, realmente no escuchaba lo que compartían los demás porque estaba ocupada redactando mi propia comprensión. Siempre me centraba en escribir algo que sonara bien para satisfacer mi vanidad y salvaguardar mi reputación. Eso me impedía aprender más de aquellas reuniones y perdieron para mí su significado. Sabía que actuar de esta manera estaba mal, y quería cambiar, decirles a los otros la verdad, pero no me atrevía a dar ese paso. Temía que, si los demás se enteraban de que escribía mi comunicación de antemano, me despreciaran y podrían decir que era muy deshonesta, que mentía y era astuta. Quise dejar de hacerlo muchas veces porque no me beneficiaba en nada y me dejaba muy inquieta, pero esa ansiedad no tenía tanto peso como mi imagen y la admiración ajena, porque me preocupaba más eso y lo que pensaran de mí los demás. Sin embargo, cada vez que hacía esas cosas, me sentía sumamente culpable. Hasta trataba de convencerme de que solo lo hacía para poder compartir mi entendimiento de forma más clara y precisa y que los demás pudieran comprender mejor lo que decía. No paraba de decirme que estaba bien, pero me seguían atormentando la desazón y la culpa. Pensé que: “Si puedo renunciar al orgullo y decirles la verdad a todos, podré salir de esto. Pero me da miedo que si se enteran de que mi inglés no es realmente estupendo, se reirán de mí. Entonces, ¿cómo podré dar la cara ante ellos?”. Luché contra esto mucho tiempo, pero todavía no conseguía abrirme. Sin saber qué más hacer, probé a trabajar mis habilidades lingüísticas. Practicaba la comunicación yo sola en casa grabándome y escuchándolo a ver cómo sonaba. Pense: “Si puedo mejorar la expresión oral de esta manera, no tendré que seguir escribiendo mis palabras de antemano, y podré compartirlas directamente. Entonces no habrá necesidad de decirles la verdad a todos. Siempre que, de todos modos, yo sepa comunicarme bien y mi inglés suene con fluidez, se mantendrá su respeto hacia mí”. Sin embargo, por más que ensayaba, me ponía nerviosa cada vez que comunicaba en las reuniones, así que leía mis palabras como había hecho desde el principio. Estaba muy decepcionada conmigo misma y, como estaba atrapada en un estado negativo, eso también afectó a mi deber. Al final acabaron por destituirme.

Una vez, en una reunión, una hermana compartió este pasaje de las palabras de Dios, que me conmovieron mucho, decían lo siguiente: “Si deseas que otros confíen en ti, primero debes ser honesto. Para ser una persona honesta, primero debes exponer tu corazón de modo que todos puedan mirarlo, ver todo lo que estás pensando y contemplar tu verdadero rostro. No debes tratar de disfrazarte ni encubrirte a ti mismo. Solo entonces confiarán los demás en ti y te considerarán una persona honesta. Esta es la práctica más fundamental y un prerrequisito para ser una persona honesta. Si siempre estás fingiendo, aparentando santidad, nobleza, grandeza y un gran talante; si no permites que nadie vea tu corrupción y tus fallos; si presentas una falsa imagen de ti a las personas, para que crean que tienes integridad, que eres grande, abnegado, justo y desinteresado, ¿acaso no es esto engaño y falsedad? ¿No será capaz la gente de calarte, con el tiempo? Así que no te pongas un disfraz y no te encubras. En su lugar, ponte al descubierto y desnuda tu corazón para que los demás lo vean. Si puedes abrir tu corazón para que otros lo vean, si puedes exponer todos tus pensamientos y planes, tanto positivos y negativos, entonces ¿no es eso honestidad? Si puedes exponerte para que otros te vean, entonces Dios también te verá. Dirá: ‘Si te has expuesto para que otros te vean, por tanto, no cabe duda de que también eres honesto delante de Mí’. Pero si solo te expones delante de Dios, fuera de la vista de los demás, y siempre finges ser grande y noble, o justo y desinteresado cuando estás con ellos, entonces ¿qué pensará de ti? ¿Qué dirá Él? Dirá: ‘Eres una persona completamente taimada. Eres totalmente hipócrita y vil y no eres una persona honesta’. Así pues, Dios te condenará. Si deseas ser una persona honesta, entonces, ya estés delante de Dios o de otra gente, debes ser capaz de dar una descripción pura y sincera de tu estado interno y de las palabras en tu corazón. ¿Es esto fácil de lograr? Requiere un periodo de formación, así como oración frecuente a Dios y confianza en Él. Debes formarte para decir las palabras en tu corazón de un modo sencillo y sincero en todas las cosas. Con este tipo de formación, puedes progresar. Si te topas con una dificultad importante, debes orar a Dios y buscar la verdad; tienes que luchar dentro de ti y vencer la carne hasta que puedas poner en práctica la verdad. Al prepararte de este modo, tu corazón se abrirá poco a poco. Te volverás cada vez más puro, y los efectos de tus palabras y acciones serán distintos a los de antes. Tus mentiras y tretas disminuirán cada vez más y podrás vivir ante Dios. Entonces te habrás vuelto, en esencia, una persona honesta(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La práctica verdaderamente fundamental de ser una persona honesta). En las palabras de Dios vi que a Él le agradan los honestos, y no le gustan la picardía ni la deshonestidad. Se trate de algo bonito o feo, hemos de abrirnos de corazón en la comunicación, hablar sin mentir y no tener picardia en nuestros corazones. No debemos fingir ser algo que no somos delante de los demás, ni tampoco enmascararnos. Eso es ser honestos. Me sentí muy culpable al leer estas palabras de Dios porque sabía que no era honesta. Tenía muchas ganas de sincerarme con todos, de renunciar a mi vanidad y reputación, pero aunque lo intenté bastantes veces, no pude lograrlo. Ansiaba la imagen en exceso. Era presa de mi propia vanidad. Descubrí que, en realidad, era sumamente corrupta. Me sentía muy culpable y molesta al mismo tiempo. Pensaba para mí misma: “¿Por qué estoy siempre fingiendo, dando una falsa impresión positiva de mí? ¿Por qué no puedo practicar la verdad y dejar de mentir? ¿Era mi fe en Dios para nada? ¿Eran inútiles aquellas reuniones y toda esa búsqueda de la verdad?”. Creía que no podría librarme de las ataduras de mi vanidad. Quería dejar el grupo y tomarme un tiempo para recuperar el estado correcto; una vez hecho eso, podría volver a las reuniones y dejar de hacer esas cosas. Así, abandoné el grupo y dejé de usar mi cuenta, pues quería estar a solas y hacer introspección. Durante un tiempo estuve muy triste, frustrada y también sola. Estaba muy decepcionada conmigo misma. Hacía dos años que era creyente, pero me seguía costando ser honesta y renunciar a la vanidad. Me importaba demasiado la opinión ajena sobre mí. Solo imaginarme la reacción de los demás tras conocer la verdad me hacía sentir muy avergonzada.

Lo único que podía hacer entonces era leer las palabras de Dios. Un día vi este pasaje: “Para buscar la verdad hay que centrarse en practicarla, pero ¿por dónde hay que empezar a practicarla? No hay reglas para esto. Debes practicar cualquier aspecto de la verdad que comprendas. Si has empezado en un deber, debes comenzar a practicar la verdad a la hora de cumplirlo. En el cumplimiento del deber hay muchos aspectos de la verdad que practicar, y debes practicar cualquier aspecto de la verdad que comprendas. Por ejemplo, puedes empezar por ser una persona honesta, hablar con honestidad y abrir tu corazón. Si hay algo acerca de lo cual te sientas muy avergonzado como para hablarlo con tus hermanos y hermanas, entonces debes arrodillarte y decírselo a Dios por medio de la oración. ¿Qué deberías decirle a Dios? Dile a Dios lo que tienes en tu corazón; no des cumplidos vacíos ni intentes engañarlo. Comienza siendo honesto. Si has sido débil, entonces di que has sido débil; si has sido malvado, entonces di que has sido malvado; si has sido mentiroso, entonces di que has sido mentiroso; si has tenido pensamientos perversos e insidiosos, cuéntale a Dios sobre ellos. Si siempre estás compitiendo por estatus, también díselo a Dios. Permite que Dios te discipline; permítele que disponga ambientes para ti. Permite que Dios te ayude a superar todas tus dificultades y a resolver todos tus problemas. Debes abrir tu corazón a Dios; no lo mantengas cerrado. Aun si lo dejas fuera a Él, aun así Él puede ver lo que hay dentro de ti. Sin embargo, si le abres tu corazón, puedes alcanzar la verdad. ¿Y qué senda debes escoger? Debes abrir tu corazón y contarle a Dios lo que hay en él. Bajo ningún concepto debes decir nada falso ni disfrazarte. Debes empezar por ser honesto. Durante años hemos comunicado sobre la verdad que concierne a ser una persona honesta y, sin embargo, hoy en día todavía hay muchas personas que continúan indiferentes, que solo hablan y actúan de acuerdo con sus propias intenciones, deseos y objetivos y a quienes nunca se les ha ocurrido arrepentirse. Esta no es la actitud de las personas honestas. ¿Por qué le pide Dios a la gente que sea honesta? ¿Para facilitar la comprensión de la gente? En absoluto. Dios exige que la gente sea honesta porque Él ama a los honestos y los bendice. Ser una persona honesta implica ser una persona con conciencia y razón. Implica ser alguien digno de confianza, alguien al que Dios ama y capaz de practicar la verdad y amar a Dios. Ser una persona honesta es la manifestación más fundamental de una humanidad normal y de una vida con auténtica semejanza humana. Si alguien no ha sido nunca honesto ni ha pensado serlo, es una persona que no puede comprender la verdad, y ni mucho menos alcanzarla. Si no me crees, compruébalo tú mismo, ve a experimentarlo por tu cuenta. Solo si eres una persona honesta puede estar tu corazón abierto a Dios, puedes aceptar tú la verdad, puede convertirse esta en tu vida y puedes tú comprender y alcanzar la verdad. Si tu corazón está siempre cerrado, si no te abres ni le dices a nadie lo que hay en él, de modo que nadie pueda entenderte, entonces tus muros son demasiado gruesos y eres la persona más taimada. Si crees en Dios, pero no puedes abrirte a Él con pureza, si eres capaz de mentirle o de exagerar para engañarlo, si no puedes abrir tu corazón a Dios y eres capaz, de todos modos, de hablar con rodeos y ocultar tus intenciones, solo te perjudicarás a ti mismo, y Dios te ignorará y no obrará en ti. No comprenderás nada de la verdad ni alcanzarás nada de ella(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Seis indicadores de crecimiento vital). Este pasaje me enseñó que comprender la verdad es más importante que nada, más que mi imagen y mi vanidad. Para obtener la verdad, tenía que empezar por ser honesta. Las cosas como son: basta de fingir o engañar. Durante mucho tiempo había hecho teatro, había engañado a los demás. Escribía aquello de lo que quería hablar para que creyeran que tenía un buen entendimiento y que hablaba bien inglés, y siguieran elogiándome y admirándome. Aunque me invadían la culpa y la ansiedad, no tenía valor para abrirme a los hermanos y hermanas. No quería que vieran mis imperfecciones, me despreciaran y dijeran que era una mentirosa. Hasta preferí dejar el grupo antes que decirles la verdad. Era realmente retorcida. Me di cuenta de que estaba tan deprimida por el daño que me hacía Satanás y que vivir de esta manera estaba frenando mi entrada en la vida. Podría llegar a hundirme. Debía reunir el valor para contarles a los demás lo que había realmente en mi corazón para poder practicar precisamente algo de honestidad. Por muy vergonzoso que fuera decir la verdad, sabía que tenía que dejar de hacer las cosas mal. A Dios le agradan los honestos y le repugnan los taimados. Si continuaba haciendo teatro, dando una falsa impresión y no siendo directa, seguiría viviendo en tinieblas y no podría recibir la obra del Espíritu Santo. Nunca recibiría la verdad. Tenía que abrirme de par en par a Dios para que pudiera ayudarme a corregir esta falsedad en mi interior. Así que oré para pedirle a Dios que me guiara para practicar la verdad y ser honesta.

Más tarde, por fin me sinceré y comuniqué con nuestra líder, la hermana Connie. Le conté por qué había dejado el grupo y desactivado mi cuenta. Tras escucharme, la hermana Connie señaló: “Jamás te despreciaría por eso y valoro mucho tu honestidad”. Me alivió enormemente abrirme y comunicar con ella. Experimenté de veras lo estupendo que es ser honesta, porque practicar la verdad me liberó de toda ansiedad. La hermana Connie también me dio un consejo: que, al compartir mi entendimiento de las palabras de Dios, no es preciso que hable con gran elocuencia ni que comparta teorías elevadas de ningún tipo. Basta con que salga del corazón, que sea algo que de verdad siento y que conozco. Acepté la sugerencia y me sentí preparada para ponerla en práctica.

Después, otra hermana me mandó un pasaje de las palabras de Dios que era muy esclarecedor. Las palabras de Dios decían: “En vez de buscar la verdad, la mayoría de la gente tiene sus propios planes mezquinos. Sus propios intereses, su imagen y el lugar o posición que ocupan en la mente de los demás tienen gran importancia para ellos. Estas son las únicas cosas que aprecian. Se aferran a ellas con mucha fuerza y las consideran como su propia vida. Y cómo los vea o los trate Dios tiene para ellos una importancia secundaria. Es algo que, de momento, ignoran. Lo único que les importa es si son el jefe del grupo, si otros los admiran y si sus palabras tienen peso. Su primera preocupación es la de ocupar esa posición. Cuando se encuentran en un grupo, casi todas las personas buscan este tipo de posición, este tipo de oportunidades. Si tienen un gran talento, por supuesto que quieren estar en lo más alto; si tienen una capacidad normal, querrán tener una posición superior en el grupo; y si están en una posición baja, siendo de calibre y habilidades normales, también desearán que los demás los admiren, no querrán que los miren por encima del hombro. La imagen y la dignidad de estas personas es donde marcan el límite: tienen que aferrarse a tales cosas. Puede que no tengan integridad, y no posean ni la aprobación ni la aceptación de Dios, pero en absoluto pueden perder entre los demás el respeto, el estatus o la estima por los que se han esforzado. Ese es el carácter de Satanás. Sin embargo, las personas no son conscientes de ello. Creen que tienen que aferrarse a ese poquito de imagen hasta el final. No son conscientes de que solo cuando renuncien por completo a estas cosas vanas y superficiales y las den de lado, se convertirán en una persona real. Si una persona protege como a su vida estas cosas que deberían desecharse, su vida está perdida. Desconocen lo que está en juego. Y así, cuando actúan, siempre se guardan algo, siempre tratan de proteger su propia imagen y estatus, los colocan en primer lugar, hablan solo para sus propios fines, para su propia defensa espuria. Lo hacen todo para ellos mismos. Se lanzan hacia cualquier cosa que destaque, para hacer saber a todo el mundo que formaron parte de ella. En realidad no tuvieron nada que ver, pero jamás quieren quedar en segundo plano, siempre tienen miedo de que los demás los desprecien, temen siempre que los demás digan que no son nada, que no son capaces, que no tienen aptitudes. ¿Acaso no está todo esto dirigido por sus actitudes satánicas? Cuando seas capaz de deshacerte de cosas como la imagen y el estatus, estarás mucho más relajado y libre; habrás puesto el pie en la senda de ser honesto. Pero para muchos, no es algo fácil de conseguir. Cuando aparece la cámara, por ejemplo, las personas se lanzan a ponerse delante; les gusta que les enfoque, cuanto más lo haga, mejor. Temen que no sea suficiente, y pagarán el precio que sea necesario para tener la oportunidad de que así sea. ¿Y acaso no está todo ello dirigido por sus actitudes satánicas? Estas son sus actitudes satánicas. Entonces logras estar en el foco, ¿y ahora qué? La gente piensa bien de ti, ¿y qué? Te idolatran, ¿y qué? ¿Demuestra algo de esto que poseas la realidad verdad? No tiene ningún valor. Cuando puedas superar estas cosas, cuando te vuelvas indiferente hacia ellas y ya no las consideres importantes, cuando la imagen, la vanidad, el estatus y la admiración de las personas ya no controlen tus pensamientos y tu comportamiento, y mucho menos la forma en que cumples con tu deber, entonces serás cada vez más eficaz y más puro en el cumplimiento de esos deberes(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Dios expone que la gente valora la imagen y el estatus más que su vida y que lo primero en lo que piensa ante cualquier cosa es en su reputación, vanidad y posición, y para nada en la voluntad de Dios. Dios no quiere que hagamos teatro ni que prioricemos la reputación o busquemos estatus entre la gente. Estas cosas no son las que nos ayudan a hacernos ganar la aprobación de Dios, ni pueden hacernos transformar nuestro carácter ni salvarnos. La reputación y el estatus son métodos que usa Satanás para corrompernos y atarnos, para ir en pos de ellos nos vuelve cada vez más vanidosos y retorcidos. Así acabamos perdiendo la salvación de Dios. A Dios no le agradan los retorcidos ni quiere que la gente se haga la lista para ganarse alabanzas o admiración ajena. Quiere que renunciemos a la reputación y el estatus, busquemos la verdad y seamos honestos. Sea ante Dios o ante los demás, no podemos ser astutos ni falsos. No me había abierto de manera consistente para compartir mis luchas con los demás porque me importaban demasiado mi imagen y mi vanidad. Firmemente enganchada a mi carácter satánico, no podía practicar la verdad. Mi deseo de imagen y estatus era demasiado fuerte.

Luego leí otro pasaje de las palabras de Dios: “¿Os parece que hacer pequeños favores para comprar a la gente y atraerla, o alardear o engañar a la gente con ilusiones es la senda correcta a tomar, pese a los muchos beneficios y la mucha satisfacción que aparentemente obtenga una persona a partir de ello? ¿Es una senda de búsqueda de la verdad? ¿Es una senda que pueda producir la propia salvación? Es muy evidente que no. Todos estos métodos y trucos, por muy brillante que haya sido la forma de concebirlos, no pueden engañar a Dios, y terminan condenados y aborrecidos por Dios, pues a dichas conductas subyacen la ambición personal y una actitud y esencia de desear ponerse en contra de Él. En el fondo, Dios no reconocería absolutamente nunca a una persona así como alguien que cumple con el deber, y la definiría, en cambio, como una malhechora. ¿A qué conclusión llega Dios cuando trata a los malhechores? ‘Apartaos de mí, los que practicáis la iniquidad’. Cuando Dios dice: ‘Apartaos de mí’, ¿dónde quiere Él que vaya esa gente? Se los está entregando a Satanás, a los lugares habitados por hordas de satanases. ¿Cuál es la consecuencia final para ellos? Los espíritus malvados los atormentan hasta la muerte, es decir, son engullidos por Satanás. Dios ya no quiere a este tipo de personas. Que no los quisiera supone que no los salvaría. No son del rebaño de Dios, y ni mucho menos uno de Sus seguidores, así que no están entre aquellos a los que salvará. Así es como se define a una persona de este tipo(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 1: Tratan de ganarse a la gente). En las palabras de Dios descubrí que las personas se vuelven hipócritas y falsas con tal de robar un hueco en el corazón de la gente. Aunque se ganen el respeto de los demás y vean satisfechos sus ambiciones y deseos. ¿qué consiguen al final? Actuando de esta manera pueden engañar a la gente por un instante, pero no a Dios. Al final serán desdeñados y descartados por Él. Como Dios es santo, aborrece a quienes no buscan la verdad, albergan intenciones propias y quieren ocupar un hueco en el corazón de los demás. Los considera hacedores de maldad y Él no reconoce el deber que cumplen. Reflexioné sobre mi comportamiento y me di cuenta de que realmente había tomado la senda de oposición a Dios, porque todos mis pensamientos y acciones tenían como fin ser alabada y admirada por los demás. Si seguía así, al final me arruinaría. Ante este pensamiento tuve varios temores: temía ser abandonada por Dios, temía que Dios me entregara a Satanás, y temía perder la salvación de Dios. Yo quería realmente cambiar y escapar de ese estado, ser mi verdadero yo, y dejar para siempre de mentir o ser astuta.

Pero cuando llegó el momento de la verdadera práctica, al pensar en sincerarme ante los hermanos y hermanas sobre mi corrupción y mis defectos, dudé mucho. Entonces vi otro pasaje de las palabras de Dios que me dio valor. La palabra de Dios dice: “Debes buscar la verdad para resolver cualquier problema que surja, sea el que sea, y bajo ningún concepto simular o dar una imagen falsa ante los demás. Tus defectos, carencias, fallos y actitudes corruptas… sé totalmente abierto acerca de todos ellos y compártelos. No te los guardes dentro. Aprender a abrirse es el primer paso para la entrada en la vida y el primer obstáculo, el más difícil de superar. Una vez que lo has superado, es fácil entrar en la verdad. ¿Qué significa dar este paso? Significa que estás abriendo tu corazón y mostrando todo lo que tienes, bueno o malo, positivo o negativo; que te estás descubriendo ante los demás y ante Dios; que no le estás ocultando nada a Dios ni estás disimulando ni disfrazando nada, libre de mentiras y trampas, y que estás siendo igualmente sincero y honesto con otras personas. De esta manera, vives en la luz y no solo Dios te escrutará, sino que otras personas podrán comprobar que actúas con principios y cierto grado de transparencia. No necesitas ningún método para proteger tu reputación, imagen y estatus, ni necesitas encubrir o disfrazar tus errores. No es necesario que hagas estos esfuerzos inútiles. Si puedes dejar de lado estas cosas, estarás muy relajado, vivirás sin estar encadenado y sin dolor y completamente en la luz. Aprender a abrirse cuando se comparte es el primer paso para la entrada en la vida. Luego has de aprender a analizar tus pensamientos y actos para ver cuáles están equivocados y cuáles no agradan a Dios, y es preciso que los corrijas inmediatamente y los rectifiques. ¿Cuál es el propósito de rectificarlos? Es aceptar y asumir la verdad, al tiempo que te deshaces de las cosas en tu interior que le pertenecen a Satanás y las reemplazas con la verdad. Antes, hacías todo según tu carácter astuto, que es mentiroso y taimado; sentías que no podías lograr nada sin mentir. Ahora que entiendes la verdad y detestas la forma de hacer las cosas que tiene Satanás, ya no te comportas de ese modo, actúas con una mentalidad de honestidad, pureza y obediencia. Si no te guardas nada, si no te pones una careta, una impostura, si no encubres las cosas, si te expones ante los hermanos y hermanas, si no ocultas tus ideas y pensamientos más íntimos, sino que permites que los demás vean tu actitud sincera, entonces la verdad echará raíces poco a poco en ti, florecerá y dará frutos, dará gradualmente resultados. Si tu corazón es cada vez más honesto y está cada vez más orientado hacia Dios, y si sabes proteger los intereses de la casa de Dios cuando cumples con tu deber, y tu conciencia se turba cuando no proteges estos intereses, entonces esto es una prueba de que la verdad ha tenido efecto en ti y se ha convertido en tu vida(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). A partir de las palabras de Dios, entendí que estas pueden transformar de veras a la gente. Cuando aprendemos a sincerarnos acerca de nuestra auténtica corrupción y buscamos la verdad, nuestras ideas equivocadas y nuestras actitudes corruptas pueden transformarse poco a poco. Dios desenmascaró mi forma errónea de pensar, reveló mi búsqueda equivocada de reputación y estatus y me guio con Sus palabras hasta hallar la senda correcta de práctica. Tenía que dar el primer paso para abrirme a los demás, dejar de pensar en mi reputación e imagen, dejar de ser retorcida, astuta y falsa. Tenía que practicar las palabras de Dios y dejar que tuvieran vía libre dentro de mí.

Ese domingo por la mañana, me uní a la reunión como de costumbre y me dije que tenía que ser sincera. Oré: “Amado Dios, esta vez quiero practicar la verdad, librarme de las ataduras de Satanás y revelar mi hipocresía y falsedad. Aunque me desprecien. Solo quiero ser honesta para satisfacerte a Ti. Te pido ayuda para ser abierta y honesta”. Me sentí más relajada tras esta oración. En la reunión reflexioné con diligencia sobre las palabras de Dios y escuché detenidamente las palabras de los otros sobre su experiencia y entendimiento, y no dediqué ese tiempo a escribir mis propias palabras ni pensé en cuáles agradarían a los demás. Al hacerlo recibí nuevo esclarecimiento de la comunicación de los otros sobre sus experiencias. Cuando estaba a punto de comunicar, aunque estaba bastante nerviosa, no pensé en lo buena o elocuente que era mi comunicación y no me importaba lo que dijeran después de que la conocieran. Hablé sobre un pasaje de las palabras de Dios que me había conmovido mucho: “Honestidad significa dar tu corazón a Dios; ser auténtico y abierto con Dios en todas las cosas, nunca esconder los hechos, no tratar de engañar a aquellos por encima y por debajo de ti, y no hacer cosas solo para ganarte el favor de Dios. En pocas palabras, ser honesto es ser puro en tus acciones y palabras, y no engañar ni a Dios ni al hombre. […] Si tienes muchas confidencias que eres reacio a compartir, si eres tan reticente a dejar al descubierto tus secretos, tus dificultades, ante los demás para buscar el camino de la luz, entonces digo que eres alguien que no logrará la salvación fácilmente ni saldrá de las tinieblas(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tres advertencias). Relacioné este pasaje de las palabras de Dios con mi experiencia, y les revelé a mis hermanos y hermanas mi rostro absolutamente más auténtico. Les dije: “Durante todo este tiempo he hecho un gran teatro y he aparentado hablar inglés con fluidez. Lo cierto es que escribía de antemano todas mis palabras y hasta las grababa para ensayar y que sonaran naturales, de modo que todos pensarais que podía comunicar bien. Solo lo hacía por ganarme vuestros elogios y para que me admirarais. Os he engañado…”. Creía que estarían decepcionados conmigo, pero no fue ese el caso, me dijeron que no tenía que preocuparme por no comunicar bien. Dios quiere que seamos sinceros, no poéticos y poco prácticos. Si no hablaba de corazón y eran simples palabras y doctrinas, ¿de qué servía eso? Me emocioné mucho. No me despreciaron en absoluto y algunos dijeron que entendían mi situación y que mi experiencia los ayudaba. Fue una agradable sorpresa para mí. Tras abrirme a todos acerca de mi corrupción, me sentí liberada. Con la vanidad y la reputación, Satanás me ata y me impide practicar la verdad, pero, al conocerme por medio de las palabras de Dios, practicar la honestidad y abrirme con sinceridad, me sentí un paso más cerca de Dios y eliminé estas dudas y barreras entre mis hermanos y hermanas y yo. Durante mucho tiempo, había optado por disfrazarme para satisfacer mi vanidad y disfrutar de los elogios ajenos, pero Dios no deseaba eso. De hecho, durante mucho tiempo había lastimado a Dios, pero Él fue siempre misericordioso y paciente y esperó que yo cambiara. Le estoy sumamente agradecida por Su amor.

Esta experiencia me enseñó la vital importancia de buscar la verdad. El único modo de librarnos de las cadenas de un carácter corrupto es ser honestos y practicar la verdad. Practicar la verdad es el único modo de conseguir la felicidad y la paz reales. Yo era muy ladina e hipócrita, pero ahora he decidido practicar la verdad y ser honesta. Eso es lo principal para mí. Lo único que quiero es que Dios siga guiándome para poder poner en práctica más verdad.

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