52. Así me desprendí de mi actitud dominante
El año pasado, me asignaron al riego de nuevos fieles. Al principio, gestionaba dos iglesias por mi cuenta. Más tarde, por algún motivo, la líder nos envió a la hermana Liliana y a mí a encargarnos de una sola iglesia. Al ver eso, me molesté un poco. “Antes gestionaba dos iglesias yo sola, ahora gestiono una sola, pero igual me asignan una compañera. ¿Realmente es necesario? Los logros, sin duda, se considerarían de dos personas, yo no sería el centro de atención y nadie me admiraría. Si me ocupaba yo misma, los hermanos y hermanas me verían capaz por asumir tanto yo sola. Sin duda me verían capaz en ese trabajo, como un pilar indispensable de ese deber. Eso sería muy admirable. Además, con una compañera no tendría la última palabra; ¿no tendría entonces la mitad de poder? Tendría que recabar la opinión de mi compañera acerca de todo y yo parecería inepta”. Esa forma de pensar me hizo muy reacia a ese sistema y me preguntaba si la líder se había equivocado o si me menospreciaba. Sabía que las demás iglesias tenían dos encargados, pero me creía especialmente capaz, así que no deberían haberme tratado igual que a los demás. Dejaba mucho de lado a Liliana y ni siquiera le contaba muchas cosas que hacía.
En cierto momento, dos grupos tuvieron que unirse porque no habían miembros suficientes en ninguno de los dos. Supuse que yo misma sabría hacer algo así de sencillo. Como me había ocupado anteriormente de todo eso sola, no hacía falta debatirlo con Liliana, así que fui y los uní. Al preguntarme Liliana, le dije confiadamente que yo me había ocupado. En otra ocasión, el líder quizo que viéramos a qué nuevos fieles se podría capacitar para predicar el evangelio, así que, directamente, formé un grupo de buenos candidatos. Cuando estaban aprendiendo los principios de la comunicación del evangelio, advertí que uno de ellos solía estar ocupado en su trabajo. Sin conversarlo con nadie más, lo cambié de grupo y no le dejé participar en la difusión del evangelio. Cuando se enteró el hermano encargado de la labor evangelizadora, trató conmigo diciéndome que era autoritaria y arbitraria por tomar decisiones sin mi compañera. En ese momento solo contesté que tenía razón, pero no creía de corazón que mi corrupción fuera tan grave.
Tras muchos sucesos como ese, un día me buscó Liliana para comentarme: “Somos compañeras. Aunque sepas hacer cosas tú sola, deberías mantenerme informada para saber yo también cómo avanza el trabajo. Cada vez que surge algo con Reese, esta siempre hace el esfuerzo de debatir las cosas con su compañera. Lo hablan todo ellas dos”. Pensé: “Si te lo cuento, seguirás mis consejos, así que ¿es relamente necesario cumplir con esa formalidad? Reese siempre pregunta porque no sabe hacer algunas cosas. ¿Por qué habría de molestarme yo si me las arreglo muy bien? Es mucho jaleo tener una compañera, tener que hablarte de todo. Pareceré una subordinada que informa a su superior, lo que me hará parecer inepta”. Más tarde, me lo comentó algunas veces más, pero yo seguía haciendo las cosas como antes. A veces me preguntaba cosas concretas de nuestros deberes, pero yo la ignoraba pues pensaba que me preguntaba cosas que ya habíamos debatido. En los debates de trabajo, de vez en cuando oía que Liliana suspiraba una y otra vez y me preguntaba si yo la cohibía. Sí sentía un poco de remordimiento, pero luego pensaba que no le había hecho nada, por lo que no me lo tomaba en serio. Un día me preguntó si yo podría gestionar esta iglesia por mi cuenta. No comprendí entonces por qué me lo había preguntado y me pregunté si la iban a trasladar. Me parecía estupendo: no tendría que informarle de nada, y podría estar al frente. Así que simplemente contesté que sí. El escuchar eso, Liliana no dijo nada. Más adelante supe que sí se sentía muy frenada por mí, como si no pudiera hacer nada, e incluso quería renunciar. En ese momento, solo reconocí que no tenía una buena actitud hacia ella, pero no hice introspección.
La líder mandó a Liliana a centrar parte de sus esfuerzos en otro proyecto, así que yo me responsabilicé de más trabajo de la iglesia. Me alegré en secreto, pues creía que ahora por fin luciría mis habilidades y tendría poder de decisión. Sin embargo, las cosas no resultaron para nada así. Evidentemente, mi deber se puso mucho más difícil, y cuando los hermanos y hermanas enfrentaban problemas en su deber, no percibía su esencia, con lo que no lo podía resolver de raíz. Con el tiempo fueron más los nuevos fieles que no se reunían habitualmente, y la líder me dijo que mi desempeño laboral era muy malo. Liliana también señaló muchas veces mis problemas: que hacía las cosas sola, que no consultaba con nadie y que no buscaba la verdad en las cosas. En esa época era muy obstinada y ni lo asimilaba ni hacía introspección. Mi estado era cada vez peor tras aquello y siempre estaba confundida. Un día, la líder me dijo que quería charlar conmigo y fijó un encuentro con otra hermana. Había oído que la conducta de esa hermana era deficiente, así que interpreté que eso significadba que la líder creía que yo era igual. Ante este pensamiento, me asusté bastante. ¿Tan grave era realmente mi problema? ¿Iba a ser despedido? Todo iba bien antes, cuando gestionaba dos iglesias, y ahora, con una sola, en un trabajo que conocía y había hecho antes, ¿por qué no me iba bien? Tenía que haber algo de malo en mí. Me presenté ante Dios a orar y le pedí que me guiara para reflexionar y entender mi problema.
Un día leí este pasaje de las palabras de Dios: “Cuando dos personas son responsables de algo, y una de ellas tiene la esencia de un anticristo, ¿qué se exhibe en tal persona? Da igual de qué se trate, ellos y solo ellos son los que mueven los hilos, los que hacen las preguntas, los que ordenan las cosas y los que aportan una solución. Y la mayoría de las veces, mantienen a su compañero en la ignorancia. ¿Qué es su compañero a sus ojos? No es su adjunto, sino un mero elemento decorativo. A ojos del anticristo, los compañeros simplemente no son compañeros. Cada vez que hay un problema, el anticristo lo considera, y una vez que ha decidido una vía de acción, informa a todo el mundo de que así es como se debe hacer, y a nadie se le permite cuestionarlo. ¿Cuál es la esencia de su cooperación con los demás? Básicamente es tener la última palabra, no discutir nunca los problemas con nadie más, asumir la responsabilidad exclusiva del trabajo y convertir a sus compañeros en meros escaparates. Siempre actúan solos y nunca cooperan con nadie. Nunca discuten ni se comunican sobre su trabajo con nadie más, suelen tomar decisiones por su cuenta y resolver los problemas solos, y respecto a muchas cosas, otras personas solo se enteran de cómo se finalizaron o se manejaron las cosas después de que el hecho está consumado. Los demás les dicen: ‘Tienes que discutir todos los problemas con nosotros. ¿Cuándo trataste con esa persona? ¿Cómo lo manejaste? ¿Cómo no nos hemos enterado?’. Ni dan explicaciones ni prestan atención; para ellos, sus compañeros no tienen ninguna utilidad y solo son un adorno, un mero escaparate. Cuando ocurre algo, lo consideran y toman su propia decisión y actúan como les parece. No importa cuántas personas haya a su alrededor, es como si no estuvieran allí. Para el anticristo no son nada. Debido a esto, ¿se obtiene algo real de su compañerismo con los demás? En absoluto, solo se limitan a actuar por inercia y representar un papel. Otros les dicen: ‘¿Por qué no hablas con todos los demás cuando te encuentras con un problema?’. Ellos responden: ‘¿Qué saben ellos? Yo soy el líder del equipo, a mí me corresponde decidir’. Los demás dicen: ‘¿Y por qué no hablaste con tu compañero?’. Responden: ‘Se lo dije, y no tenía opinión al respecto’. Se aprovechan de que los demás no tengan opinión o no sean capaces de pensar por sí mismos como excusas para ocultar el hecho de que están actuando según su propia ley. Y esto no va seguido de la más mínima introspección. Sería imposible que esta clase de persona aceptara la verdad. Este es un problema de la naturaleza del anticristo” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8: Querrían que se les obedeciera solo a ellos, no a la verdad ni a Dios (I)). Las palabras de Dios describían mi estado a la perfección. Parecía que, con cada palabra, Dios me delataba directamente. Por fin entendí que querer tener siempre la última palabra, tratar a Liliana como si no existiera y no consultarle con la excusa de que yo sabía hacerlo era dictatorial e implicaba tomar la senda de un anticristo. En retrospectiva, había cumplido así con el deber desde el principio. Cuando llegó el momento de unir los dos grupos, lo hice sin hablarlo con Liliana ni ponerla al tanto. Cuando vi a un nuevo fiel ocupado en su trabajo, no debatí el mejor plan de acción con ella, sino que lo eché del grupo y lo retiré del deber. Cuando Liliana me preguntaba acerca del progreso de ciertos proyectos y nuevos creyentes, en vez de responderle con paciencia, me molestaba y me resistía porque creía que era como informar a un superior, como estar por debajo de ella, así que era despectiva con ella. Siempre quería tener la última palabra, tener autoridad. Era autoritaria y arbitraria en el deber, pues no quería trabajar con nadie, y frenaba a Liliana. ¿Acaso era eso cumplir con mi deber? Era perturbar el trabajo de la iglesia y hacer de esbirra de Satanás.
Más tarde, encontré otro pasaje de las palabras de Dios: “Aunque los líderes y obreros tienen compañeros, todo el mundo que cumple con algún deber tiene uno, los anticristos piensan que tienen buen calibre y son mejores que las personas corrientes, así que estas no son dignas de ser sus colaboradores y son todas inferiores a ellos. Por eso a los anticristos les gusta tomar las decisiones y no les gusta hablar las cosas con nadie más. Piensan que esto les haría parecer estúpidos e incompetentes. ¿Qué clase de punto de vista es ese? ¿Qué clase de carácter es este? ¿Se trata de un carácter arrogante? Piensan que cooperar y discutir las cosas con los demás, hacerles preguntas y buscar respuestas, es indigno y degradante, una afrenta a su autoestima. Y por eso, para proteger su autoestima, no permiten la transparencia en nada de lo que hacen, ni se lo cuentan a los demás, y mucho menos lo discuten con ellos. Piensan que discutir con otros es mostrarse como incompetentes; que pedir siempre la opinión de otros equivale a ser estúpidos e incapaces de pensar por sí mismos; que trabajar con los demás para completar una tarea o resolver algún problema les hace parecer inútiles. ¿Acaso no es esta su mentalidad arrogante y absurda? ¿Acaso no es este su carácter corrupto? La arrogancia y la santurronería que hay en ellos son demasiado obvias; han perdido toda su razón humana normal y no están bien de la cabeza del todo. Siempre se piensan que tienen habilidades, que pueden terminar las cosas ellos solos y que no necesitan coordinarse con los demás. Como tienen esas actitudes corruptas, son incapaces de alcanzar una cooperación armoniosa. Creen que trabajar con otros es diluir y fragmentar su poder, que cuando el trabajo se comparte con otros, su propio poder disminuye y no pueden decidirlo todo ellos mismos, con lo que carecen de poder real, lo que a ellos les supone una tremenda pérdida. Y así, no importa lo que les ocurra, si creen que lo entienden y saben cómo manejarlo, entonces no lo discutirán con nadie, seguirán queriendo mantener el control sobre ello. Preferirán equivocarse a informar a los demás, preferirán estar en un error a compartir el poder con alguien, y preferirán la destitución a dejar que otras personas interfieran en su trabajo. Eso es un anticristo. Prefieren dañar y poner en peligro los intereses de la casa de Dios que compartir su poder con nadie. Creen que cuando están haciendo un trabajo o encargándose de algún asunto, eso no es el cumplimiento de un deber, sino una oportunidad de lucirse y destacar sobre los demás, y una ocasión para ejercer su poder. Por tanto, aunque dicen que van a cooperar armoniosamente con los demás y van a discutir con ellos cualquier tema que surja, la verdad es que en el fondo de su corazón no están dispuestos a renunciar a su poder o estatus. Les parece que mientras entiendan algunas doctrinas y sean capaces de hacerlo por su cuenta, no les hace falta colaborar con nadie más. Creen que lo deben desempeñar y completar solos, y que solo eso los hace competentes. ¿Es esta idea correcta? No saben que, si violan los principios, no están cumpliendo su deber, así que no pueden llevar a cabo la comisión de Dios, y simplemente prestan servicio. En vez de buscar los principios verdad cuando cumplen con el deber, ejercen poder según sus pensamientos e intenciones, alardean y se jactan. Sin importar quién sea su compañero o lo que hagan, nunca quieren hablar las cosas, siempre quieren actuar por su cuenta y siempre quieren tener la última palabra. Obviamente juegan con el poder y lo utilizan para hacer las cosas. Todos los anticristos aman el poder, y cuando tienen estatus, quieren más poder. Cuando tienen poder, los anticristos tienden a utilizar su estatus para alardear y jactarse, para hacer que los admiren y conseguir su objetivo de destacar entre los demás. Así, los anticristos se obsesionan con el poder y el estatus, y nunca jamás lo abandonan” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8: Querrían que se les obedeciera solo a ellos, no a la verdad ni a Dios (I)). Cuando leí esto, recapacité que había sido tan dominante y reticente a trabajar con los demás porque me preocupaba que, con más gente involucrada en la labor de la iglesia, se repartiera mi poder y no fuera la única al mando, la que llevara la voz cantante, ni me admirara nadie. Ya me había responsabilizado antes del trabajo de la iglesia y creía tener experiencia, buen criterio y capacidad. Me aproveché de esto y me volví arrogante, pues me creía especial y superior a los demás. Liliana quería que conversara las cosas con ella antes de hacer algo, pero, en mi opinión, hacer eso me haría parecer incompetente, así que las hacía yo sola. A veces me preguntaba si debía consultarla, pero, a fin de lucirme y recibir la admiración ajena, mencionaba alguna razón, pues pensaba que ella no tendría ninguna opinión e incluso que, si efectivamente lo debatía con ella, estaría de acuerdo conmigo de todos modos. Utilicé esto como una excusa para no trabajar con Liliana. Se nos ordenó que hiciéramos las dos juntas el trabajo de la iglesia. Ella tenía derecho a participar en todos los proyectos, a conocer sus pormenores y avances, pero yo la arrinconaba para hacer las cosas por mi cuenta, con lo que le quitaba el derecho a saber cosas y hablar y la convertía en una simple figurante. Tenía todo el trabajo en mis manos y no dejaba que participara. Mi esencia al hacer esto, ¿no era la de un anticristo que fundaba su propio imperio? Me acordé de la dictadura del gran dragón rojo y su control extremo, que el pueblo ha de hacerle caso sin cuestionarlo. En cuanto a mí, yo quería estar a cargo en todo lo que hiciera, dominante y reticente a debatir las cosas con otros. Era dictatorial en la iglesia y tenía el control final. ¿En qué me diferenciaba del gran dragón rojo? Cuanto más lo pensaba, más me daba cuenta de lo grave que era mi problema de negarme a colaborar con los demás y estaba algo asustada. Cristo y la verdad ejercen el poder en la iglesia. Pase lo que pase, debemos buscar la verdad y hacer las cosas según los principios. Pero yo siempre quería tener la última palabra en la iglesia que gestionaba. ¿No quería comportarme como una reina? No pensaba en cómo practicar la verdad y proteger los intereses de la iglesia; en cambio, solo pensaba en si se verían satisfechos mis intereses personales. Al final, el trabajo de la iglesia se desorganizó por completo por mi culpa, y yo solo perturbaba y obstaculizaba. Podía hacer ese deber por la gracia de Dios. La voluntad de Dios era que buscara realmente la verdad, trabajara bien con los hermanos y hermanas y regara adecuadamente a los nuevos creyentes para que pronto se afianzaran en el camino verdadero. Pero para mí era una oportunidad de lucirme, de ejercer mi poder y hacer que me admiraran. Siempre era mandona y presumía de habilidades. Esto no solo obstaculizó el trabajo de la iglesia, sino que también dañó a los hermanos y hermanas y perjudicó mi propia vida.
Vi un vídeo de lectura de las palabras de Dios que cambió mis opiniones equivocadas. Dios Todopoderoso dice: “La cooperación armoniosa implica muchas cosas. Al menos, una de estas muchas cosas es permitir que los demás hablen y hagan sugerencias diferentes. Si eres realmente razonable, sin importar el tipo de trabajo que realices, primero debes aprender a buscar los principios verdad, y también debes tomar la iniciativa de buscar las opiniones de otros. Mientras te tomes en serio todas las sugerencias, y luego trabajes conjuntamente para resolver los problemas, en esencia lograrás una cooperación armoniosa. De este modo, encontrarás muchas menos dificultades en tu deber. Más allá de los problemas que surjan, será fácil resolverlos y afrontarlos. Este es el efecto de la cooperación armoniosa. A veces surgen disputas por asuntos triviales, pero mientras no afecten al trabajo, no supondrán un problema. Sin embargo, en los asuntos clave y en los importantes que afectan al trabajo de la iglesia, debes llegar a un consenso y buscar la verdad para resolverlos. Como líder u obrero, si siempre te consideras por encima de los demás y te deleitas en tu deber como si fueras funcionario del gobierno, siempre entregándote a las ventajas de tu puesto, siempre haciendo tus propios planes, considerando y disfrutando tu propia fama y estatus, siempre ocupándote de tus propios asuntos, y siempre buscando ganar estatus mayor, manejar y controlar a más personas y extender el ámbito de tu poder, esto es un problema. Es peligroso tratar un deber importante como una oportunidad para disfrutar de tu posición como si fueras un funcionario del gobierno. Si siempre actúas así, sin deseo de trabajar con otros, sin querer diluir tu poder y compartirlo con nadie, que ningún otro tenga la sartén por el mango ni te robe el protagonismo, si solo quieres disfrutar del poder por tu cuenta, entonces eres un anticristo. Pero si buscas a menudo la verdad, dejas de lado la carne, renuncias a tus propias motivaciones y designios, y eres capaz de asumir la colaboración con los demás, abres tu corazón para consultar y buscar con otros, escuchas atentamente sus ideas y sugerencias, y aceptas los consejos que son correctos y están en consonancia con la verdad, venga de quien venga, entonces estás practicando de forma sabia y correcta y eres capaz de evitar tomar la senda incorrecta, lo que te protege. Has de olvidarte de los títulos de liderazgo, dejar de lado el sucio aire del estatus, tratarte a ti mismo como una persona corriente, ponerte al mismo nivel que los demás y tener una actitud responsable hacia tu deber. Si siempre tratas tu deber como un título oficial y un estatus, o como una especie de laurel, e imaginas que los demás están ahí para servir a tu posición, es un problema, y Dios te despreciará y se disgustará contigo. Si crees que eres igual a los demás, que solo tienes un poco más de comisión y responsabilidad de Dios, si puedes aprender a equipararte con ellos, e incluso puedes rebajarte a preguntar lo que piensan los demás, y si puedes escuchar con seriedad, atención y cuidado lo que dicen, entonces trabajarás en armonía con los demás. ¿Qué efecto tendrá esta cooperación armoniosa? El efecto es enorme. Ganarás cosas que nunca habías tenido, que son la luz de la verdad y las realidades de la vida; descubrirás las virtudes de los demás y aprenderás de sus puntos fuertes. Hay algo más: tú concibes a los demás como estúpidos, poco inteligentes, tontos, inferiores a ti, pero cuando prestes atención a sus opiniones, o cuando otras personas se abran a ti, descubrirás, sin darte cuenta, que nadie es tan ordinario como crees, que todos pueden ofrecer pensamientos e ideas diferentes, y que todos tienen cosas que enseñarte. Si aprendes a cooperar en armonía, además de ayudarte a aprender de los puntos fuertes de los demás, eso puede revelar tu arrogancia y santurronería, y te evitará imaginarte que eres inteligente. Cuando dejes de considerarte más inteligente y mejor que los demás, dejarás de vivir en ese estado narcisista y de autoapreciación. Y eso te protegerá, ¿verdad? Esta es la lección que debes aprender y el beneficio de trabajar con otros” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8: Querrían que se les obedeciera solo a ellos, no a la verdad ni a Dios (I)). Al ver esto, comprendí que no quería colaborar con Liliana y tenía miedo a que se repartiera mi poder porque no veía el deber que me había otorgado Dios como mi responsabilidad. En cambio, me lo tomaba como un cargo oficial, como si fuera mi puesto y mi corona. Me negaba a colaborar con los demás, y siempre era arrogante y altiva porque quería destacar yo sola. Esa era la senda equivocada. En realidad, lo que reveló esa época fue que comprendía la verdad y abordaba los problemas de forma superficial. Tampoco pensaba en nuestro trabajo como un todo y apenas hacía un trabajo práctico. Era complicado ayudar a los hermanos y hermanas con sus problemas de entrada en la vida y había mucho trabajo que no sabía hacer yo sola. Necesitaba a otra persona allí para trabajar, debatir y recabar opiniones, para aprender de sus fortalezas y, así, reforzar mis debilidades. Recordé que Dios encarnado expresa muchísimas verdades para salvar a la humanidad, pero no exhibe la menor arrogancia. Escucha las sugerencias de la gente en muchos asuntos y no presume nunca. Siempre expresa, en silencio, verdades para regar y sustentar a la humanidad. La esencia de Dios es tan amable y hermosa. Pero yo había sido corrompida por Satanás, estaba llena de actitudes satánicas, y no comprendía la verdad. Había mucho que no entendía. Pero a pesar de eso, era altiva y arrogante porque me creía especial, que podía asumir por mi cuenta un montón de trabajo sin una compañera, sin tener en cuenta en absoluto a nadie más. Era sumamente arrogante e irracional. En realidad, es razonable y prudente debatir las cosas y hablar más en el deber, eso no muestra incompetencia. Es aprender de otros cosas que no percibimos o no entendemos y eludir la senda equivocada, fruto de nuestro engreimiento. Este el único modo de cumplir bien con un deber y recibir protección de Dios. Entonces comprendí la voluntad de Dios. Debatir, colaborar y reforzar las respectivas debilidades es la única forma de cumplir bien con un deber y complacer a Dios.
Más tarde, me topé con otro pasaje de las palabras de Dios, el cual me hizo encontrar la senda a seguir. Dicen las palabras de Dios: “Cuando estáis colaborando con otros para cumplir con vuestros deberes, ¿podéis abriros a opiniones diferentes? ¿Podéis dejar que hablen los demás? (Sí, un poco. Antes, muchas veces no escuchaba las sugerencias de los hermanos y hermanas e insistía en hacer las cosas a mi manera. Fue después, cuando los hechos demostraron que estaba equivocado, cuando vi que la mayoría de sus sugerencias habían sido correctas, que la resolución de la que hablaban todos era la realmente adecuada, y que al confiar en mis propias opiniones era incapaz de ver las cosas con claridad y tenía carencias. Tras experimentar esto, me di cuenta de lo importante que es colaborar en armonía). ¿Y qué puedes ver a partir de esto? Tras experimentar esto, ¿recibiste algún beneficio y entendiste la verdad? ¿Creéis que hay alguien perfecto? Por muy fuerte, capaz e ingeniosa que sea la gente, no es perfecta. La gente debe reconocerlo, es un hecho, y es la postura que las personas deben adoptar para abordar correctamente sus propios méritos y sus puntos fuertes o defectos; esta es la racionalidad que deben poseer. Con esa racionalidad podrás abordar adecuadamente tus puntos fuertes y débiles, así como los de los demás, lo que te permitirá trabajar armónicamente con ellos. Si has entendido este aspecto de la verdad y eres capaz de entrar en este aspecto de la realidad verdad, podrás llevarte armónicamente con tus hermanos y hermanas, al utilizar sus puntos fuertes para compensar cualquier debilidad que tengas. Así, independientemente de cuál sea tu deber o actividad, siempre mejorarás en ello y tendrás la bendición de Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Cierto. Por más excelente y capaz que seas, no eres una persona perfecta. Todo el mundo tiene fortalezas y debilidades y hay que abordarlas adecuadamente. Hemos de aprender a escuchar las sugerencias ajenas y a reforzarnos unos a otros. Solo teniendo tal sensatez podemos colaborar bien con el prójimo. Anteriormente solo prestaba atención al riego de nuevos creyentes, mientras que Liliana asumía la labor evangelizadora. Si me hubiera encargado de todo ese trabajo, imposible que lo hubiera gestionado o hecho bien. Y tenía una perspectiva limitada en muchas cosas del deber. Me precipitaba. Cuando nuestra líder me preguntó por mi trabajo, señaló muchos errores y cosas hechas incorrectamente. Comprendí que realmente no podía cumplir bien con mi deber sin una compañera. Antes no lo entendía y no me conocía a mí misma. Era arrogante, siempre quería mandar y no sabía trabajar con otras personas. Esto retrasaba la labor de la iglesia. Al darme cuenta de esto, me sentí sumamente culpable, oré en silencio a Dios y le dije que ya no quería vivir en la corrupción y estaba dispuesta a trabajar bien con Liliana en el deber.
En el trabajo posterior juntas, descubrí que Liliana tenía muchos puntos fuertes. Era más considerada que yo y buscaba los principios verdad cuando surgían inconvenientes. Hablaba pormenorizadamente al compartir la verdad. Yo no llevaba mucho como líder, por lo que solo tenía una vaga idea de cómo gestionar la labor de la iglesia. Cuando se trataba de los pormenores sobre cómo hacer el trabajo y cómo enseñar la verdad para resolver los problemas, me faltaba cierta lucidez. No estaba a su altura en eso. Y ella era más amorosa que yo; cuando ayudaba a los nuevos creyentes, les enseñaba una y otra vez. Cuando yo creía que ella ya había hecho un gran trabajo, alegaba que tenía que hacerlo mejor. Pensé en que no había colaborado con ella, sino que la había considerado superflua. Ella era a veces negativa, pero enseguida cambiaba su estado y continuaba cumpliendo con el deber en forma proactiva. Aunque había sido despectiva hacia ella, no dejaba de preguntarme reiteradamente. Era cariñosa y paciente y se responsabilizaba sinceramente del deber. Yo carecía de todas esas cualidades. Me sentí realmente fatal cuando caí en la cuenta. Vi cuánto daño había hecho mi carácter corrupto a Liliana y al trabajo de la iglesia. Si hubiera deseado colaborar con ella desde el principio y hubiera debatido todo con ella, las cosas no habrían salido así. Estaba llena de pesar, y me presenté ante Dios a orar: “Dios mío, veo mi corrupción y mis fallos y ya comprendo Tu voluntad. A partir de ahora voy a colaborar con Liliana y a vivir con semejanza humana”.
En mi trabajo posterior con Liliana me aseguraba de preguntarle cosas como: “¿Te parece bien esto? ¿Tienes alguna otra sugerencia?”. Una vez, debatiendo sobre el trabajo, me preguntó qué tal iba el riego de los nuevos fieles. Pensé: “Lo hablamos hace un par de días; ¿para qué volver a ello? Si hay algún problema, puedo ocuparme de él”. Quise ignorarla de nuevo. Me di cuenta de que estaba reapareciendo mi antiguo problema de querer mandar. Enseguida oré para pedirle a Dios que me guiara y, así, yo no actuara a partir de mi carácter corrupto. Después de orar recordé todas mis faltas desde el principio, lo dictatorial y dominante que era por querer siempre hacer las cosas a mi modo y presumir. Todo eso era expresión de Satanás. Tenía que renunciar a mí misma, practicar las palabras de Dios y colaborar con ella. Por tanto, compartí sinceramente con ella todo lo que sabía de mi trabajo y, cuando terminé, Liliana me dio su opinión. Aprendí algunas cosas de lo que me habló y me pareció que esa era una fabulosa manera de cumplir con un deber.
Después de aquello, cuando enfrentaba problemas en mi deber, la buscaba para debatirlos, buscábamos la verdad y hablábamos de esos problemas. Tras un tiempo así, mejoraron mi estado y mi desempeño en el deber. Le estoy muy agradecida a Dios. Y he comprobado que solo recibo la guía de Dios cuando nos dejamos de lado a nosotros mismos en el deber, trabajamos bien con otras personas y nos compensamos nuestras deficiencias.