55. He encontrado mi sitio
Desde que empecé a creer en Dios, buscaba con gran entusiasmo. Sin importar qué deber me dispusiera la iglesia, obedecía. Cuando tenía dificultades o problemas en el deber, también era capaz de sufrir y pagar el precio para buscar una solución sin quejarme. Pronto comencé a practicar el riego a nuevos fieles, donde me ascendían continuamente. Creía ser un talento, alguien a quien formaba la iglesia, que buscaba más que otra gente, por lo que, mientras me esforzara en el deber, me ascenderían y darían cargos importantes. Me sentía muy complacida conmigo misma al pensarlo.
Un tiempo después, veía a muchos hermanos y hermanas en torno a mi edad habían servido como líderes de equipo o supervisores, y tenía envidia. Pensaba: “Si tan jóvenes pueden cumplir con unos deberes tan importantes, ser valorados por los líderes y admirados por los hermanos y hermanas, yo no puedo conformarme con la situación actual. He de buscar bien y esforzarme por lograr un grandísimo avance en el deber para poder tener yo también un cargo importante”. Así, me esforcé más en el deber. No me daba miedo trasnochar y sufrir. Cuando tenía problemas en el deber, buscaba las palabras de Dios para resolverlos. Sin embargo, mi arduo trabajo no causaba cambio alguno. Por mi poca capacidad de trabajo, me asignaban tareas rutinarias. Después, al ver que ascendían a gente de mi entorno, tenía más envidia aún. Me sabía aún muy inferior a ellos, por lo que siempre me animaba a no desanimarme ni conformarme con esta situación, debía buscar y mejorar, todavía tenía que comer y beber más de la palabra de Dios y esforzarme más en mi entrada en la vida. Creía que, una vez que mejorara mis competencias profesionales y me esforzara más por entrar en la vida, sin duda me ascenderían. Así, mientras me esforzaba por mejorar, también esperaba ansiosa el día que me ascendieran.
Sin darme cuenta, transcurrieron dos años, y no paraban de ir y venir nuevos compañeros. A algunos los ascendieron y otros llegaron a líderes y obreros. Empecé a sospechar: “Llevo un tiempo en este deber y ascienden uno tras otro a quienes llevan menos en él; ¿y por qué a mí aún no me han cambiado nunca de deber? ¿Creen los líderes que no vale la pena formarme y que solo soy adecuada para trabajos rutinarios? ¿Será que no tengo absolutamente ninguna posibilidad de ascenso? ¿Me quedaré atrapada por siempre en este deber en la sombra?”. Al pensarlo, de pronto me sentía como una pelota desinflada. Ya no tenía entusiasmo, no era tan diligente en el deber como antes y no sentía ninguna urgencia por ocuparme de las tareas que había que hacer. Simplemente cumplía con las formalidades diarias o salía del paso hasta con las tareas. En consecuencia, mi trabajo solía presentar anomalías y equivocaciones, pero ni me lo tomaba en serio ni hacía introspección adecuadamente. Más adelante me enteré de que estaban ascendiendo a más hermanos y hermanas que conocía, y sentí un malestar aún mayor. Pensé: “Algunos cumplían con el mismo deber que yo, pero uno por uno, ya los han ascendido a todos mientras yo estoy atascada justo donde empecé. Quizá no sea alguien que busque la verdad ni un sujeto digno de recibir formación”. Esta idea se sentía como un gran peso sobre mí. Me puso muy triste. Esos días estuve deprimidísima y desmotivada en el deber. No paraba de pensar en que no tenía futuro en mi fe en Dios. Me sentía muy agraviada y no aceptaba lo que pasaba. Pensaba: “¿Será que en serio soy tan mala? ¿Será que realmente solo soy adecuada para trabajos rutinarios? ¿No sirve de nada formarme? No quiero sino una oportunidad. ¿Por qué tengo que quedarme todo el tiempo arrinconada donde nadie repara en mí?”. Cuanto más lo pensaba, más agraviada y deprimida me sentía. Suspiraba todo el día y me pesaban demasiado las piernas como para moverme. A veces, lloraba en silencio en la cama por la noche, mientras reflexionaba: “Si mis competencias profesionales son inferiores a las de otros, me esforzaré en la búsqueda de la verdad. Leeré más palabras de Dios y me centraré más en la entrada en la vida. Cuando sepa enseñar con cierto conocimiento práctico y vean los líderes que me centro en buscar la verdad, ¿no me ascenderán a mí también?”. No obstante, al pensar de esta manera, también me sentía algo culpable. Pensaba: “La búsqueda de la verdad es una cosa positiva y lo que debe buscar un creyente, pero yo la aprovecho para destacar sobre los demás. Si busco de ese modo, con ambición y deseo, Dios lo detestará y aborrecerá, ¿no? ¿Por qué no estoy dispuesta a cumplir con el deber en la sombra?”. Me sentía acusada, así que oré a Dios llorando: “Dios mío, sé que está mal ir en pos del estatus, pero mis ambiciones y deseos son irrefrenables. No dejo de sentirme una inútil por cumplir con el deber así, en la sombra. Dios mío, no puedo salir de este estado. Te pido que me dirijas y guíes para comprender Tu voluntad y conocerme a mí misma”.
Un día, leí las palabras de Dios: “Para los anticristos el estatus y el prestigio son su vida. Sin importar cómo vivan, el entorno en que vivan, el trabajo que realicen, aquello por lo que se esfuercen, los objetivos que tengan y su rumbo en la vida, todo gira en torno a tener una buena reputación y un puesto alto. Y este objetivo no cambia, nunca pueden dejar de lado tales cosas. Estos son el verdadero rostro y la esencia de los anticristos. Podrías dejarlos en un bosque primitivo en las profundidades de las montañas y seguirían sin dejar de lado su búsqueda del estatus y el prestigio. Puedes dejarlos en medio de cualquier grupo de gente, igualmente, no pueden pensar más que en el estatus y el prestigio. Si bien los anticristos también creen en Dios, consideran que la búsqueda de estatus y prestigio es equivalente a la fe en Dios y le asignan la misma importancia. Es decir, a medida que van por la senda de la fe en Dios, también van en pos del estatus y el prestigio. Se puede decir que los anticristos creen de corazón que la fe en Dios y la búsqueda de la verdad son la búsqueda del estatus y el prestigio; que la búsqueda del estatus y el prestigio es también la búsqueda de la verdad, y que adquirir estatus y prestigio supone adquirir la verdad y la vida. Si les parece que no tienen prestigio ni estatus, que nadie les admira ni les venera ni les sigue, entonces se sienten muy frustrados, creen que no tiene sentido creer en Dios, que no vale de nada, y se dicen: ‘¿Es tal fe en Dios un fracaso? ¿Es inútil?’. A menudo reflexionan sobre esas cosas en sus corazones, sobre cómo pueden hacerse un lugar en la casa de Dios, cómo pueden tener una reputación elevada en la iglesia, con el fin de que la gente los escuche cuando hablan, y los apoyen cuando actúen, y los sigan dondequiera que vayan; con el fin de tener una voz en la iglesia, una reputación, de disfrutar de beneficios y poseer estatus; tales son las cosas en las que de verdad se concentran. Estas son las cosas que buscan esas personas” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). “Para un anticristo, si se ataca o quita su reputación o estatus es algo incluso más grave que intentar quitarles la vida. Da igual cuántos sermones escuchen o cuántas palabras de Dios lean, no sienten tristeza o arrepentimiento por no haber practicado nunca la verdad y haber tomado la senda del anticristo, ni por poseer la esencia naturaleza de un anticristo. Por el contrario, siempre se devanan los sesos buscando formas de ganar estatus y mejorar su reputación. […] En su búsqueda constante de reputación y estatus, también niegan con descaro lo que Dios ha hecho. ¿Por qué digo eso? En el fondo de su corazón, el anticristo cree: ‘La propia persona es la que obtiene toda la reputación y todo el estatus. La única manera de gozar de las bendiciones de Dios es logrando una posición firme entre las personas y obteniendo reputación y estatus. La vida solo tiene valor cuando la gente logra poder absoluto y estatus. Solo eso es vivir como un ser humano. En contraste, sería inútil vivir de una manera en la que se someta a la soberanía y las disposiciones de Dios en todo, que se pusiera voluntariamente en la posición de un ser creado, y que viviera como una persona normal, como se dice en la palabra de Dios. Nadie admiraría a una persona así. El estatus, la reputación y la felicidad de una persona deben ser ganados a través de sus propias luchas, se debe luchar por ellos y acometerlos con una actitud positiva y proactiva. Nadie más te los va a dar, esperar de manera pasiva solo puede llevar al fracaso’. Así es como calcula un anticristo. Este es el carácter de un anticristo” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). Dios revelaba que los anticristos consideran el estatus más importante que la vida. Todo cuanto dicen y hacen gira en torno al estatus y la reputación y no piensan más que en adquirirlos y conservarlos. Una vez que pierden el estatus, pierden la motivación por vivir. Por el estatus son capaces incluso de resistirse a Dios, traicionarlo y fundar su propio reino. Comprendí que siempre había considerado muy importante el estatus. Cuando era joven, mi familia a menudo me enseñaba cosas como “quien algo quiere, algo le cuesta” y “el hombre lucha hacia arriba; el agua fluye hacia abajo”. Siempre había considerado estas reglas satánicas de supervivencia como palabras según las cuales vivir. Siempre había creído que solo logrando estatus y el aprecio ajeno podía alguien llevar una vida digna que valía la pena, mientras que contentarme con mi destino y ser sensata demostraba falta de aspiraciones y de verdaderos objetivos. Creía que vivir así era inútil. Desde que creía en Dios, no había cambiado de idea ni de opinión. Aparentemente no competía ni rivalizaba, pero mis ambiciones y deseos no eran menores. Solo quería cumplir con un deber más importante, lograr alto estatus y conseguir la admiración de los demás. Cuando a la gente de mi entorno la ascendían a líderes de equipo y supervisores, esto no hacía más que encender mi deseo todavía más, y me hacía sentirme más descontenta con mi situación actual. A fin de que me ascendieran, madrugaba y trasnochaba y estaba dispuesta a sufrir y pagar cualquier precio por el deber. Frustradas mis esperanzas una y otra vez, me embargaron las quejas y la resistencia hacia la situación en la que estaba. Llegué a sentir que no tenía sentido creer en Dios y perdí la motivación por el deber. Cumplía con las formalidades y salía del paso en lo que podía. Comprobé que, como creía en Dios, la senda que tomé no era para nada la de la búsqueda de la verdad. Todo lo hacía por la reputación y el estatus. En el deber, Dios espera seamos capaces de buscar la verdad, entrar en sus realidades y librarnos de nuestras actitudes corruptas. Pero yo descuidaba la tarea. No me centraba en buscar la verdad, no deseaba sino lograr un estatus elevado y, frustrado mi deseo, empezaba a holgazanear y a hundirme más. ¡Realmente no tenía conciencia ni razón! Reflexioné que, pese a creer en Dios desde hacía años, como no buscaba la verdad, ni siquiera ahora conocía mucho mi propio carácter corrupto. Ni siquiera sabía cumplir bien con mi deber actual. Seguía saliendo del paso y solía haber problemas y anomalías en mi trabajo. Aun así, quería que me ascendieran y tener un trabajo más importante. ¡Qué desvergonzada! Fue entonces cuando me di cuenta de que por creer en Dios sin buscar la verdad e ir ciegamente en pos del estatus solo me volvería más ambiciosa y mi carácter más arrogante, siempre deseosa de estar por encima del resto, pero incapaz de obedecer la soberanía y las disposiciones de Dios. Esa búsqueda es autodestructiva y Dios la aborrece y maldice. Igual que esos anticristos expulsados de la iglesia que no buscaban la verdad y siempre iban en pos de la reputación, la ganancia y el estatus. Buscaban que los admiraran e idolatraran, y trataban de atrapar y controlar a la gente. El resultado de esto fue que cometieron demasiada maldad y Dios los reveló y los descartó. ¿No eran mis objetivos los mismos que los suyos? ¿No iba por la senda de resistencia a Dios? El carácter de Dios es justo y no puede ser ofendido. Si me negaba a corregirme, seguro que Dios me rechazaría y descartaría. Teniéndolo presente, me juré a mí misma: “A partir de ahora, no iré en pos del estatus y me someteré a las instrumentaciones y disposiciones de Dios. Buscaré la verdad y cumpliré mi deber adecuadamente y con los pies en la tierra”.
Un día leí la palabra de Dios en mis devociones: “Como las personas no reconocen las orquestaciones y la soberanía de Dios, siempre afrontan el destino desafiantemente, con una actitud rebelde, y siempre quieren desechar la autoridad y la soberanía de Dios y las cosas que el destino les tiene guardadas, esperando en vano cambiar sus circunstancias actuales y alterar su destino. Pero nunca pueden tener éxito y se ven frustrados a cada paso. Esta lucha, que tiene lugar en lo profundo del alma de uno, causa un dolor profundo, el tipo de dolor que se mete en los huesos, mientras uno está desperdiciando su vida todo ese tiempo. ¿Cuál es la causa de este dolor? ¿Es debido a la soberanía de Dios, o porque una persona nació sin suerte? Obviamente ninguna de las dos es cierta. En última instancia, es debido a las sendas que las personas toman, la forma en que eligen vivir su vida. Algunas personas pueden no haberse dado cuenta de estas cosas. Pero cuando conoces realmente, cuando verdaderamente llegas a reconocer que Dios tiene soberanía sobre el destino humano, cuando entiendes realmente que todo lo que Dios ha planeado y decidido para ti es un gran beneficio, y es una gran protección, sientes que tu dolor empieza a aliviarse gradualmente, y todo tu ser se queda relajado, libre, liberado. A juzgar por los estados de la mayoría de las personas, objetivamente, no pueden aceptar realmente el valor y el sentido prácticos de la soberanía del Creador sobre el destino humano, aunque en un nivel subjetivo no quieren seguir viviendo como antes y quieren aliviar su dolor; objetivamente, no pueden reconocer ni someterse realmente a la soberanía del Creador, y mucho menos saber cómo buscar y aceptar las orquestaciones y disposiciones del Creador. Así, si las personas no pueden reconocer realmente el hecho de que el Creador tiene soberanía sobre el destino humano y sobre todos los asuntos humanos, si no pueden someterse realmente a Su dominio, entonces será difícil para ellas no verse impulsadas y coartadas por la idea de que ‘el destino de uno está en sus propias manos’. Será difícil para ellas deshacerse del dolor de su intensa lucha contra el destino y la autoridad del Creador, y no hace falta decir que también será difícil para ellas estar verdaderamente liberadas y libres, convertirse en personas que adoran a Dios” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). Las palabras de Dios me agitaron el corazón. Nunca antes había comparado mi estado con lo revelado en estas palabras de Dios. Me parecían unas palabras dirigidas a los incrédulos, mientras que yo estaba entre los fieles, creía en Dios y obedecía Su soberanía. Sin embargo, fue recién cuando me calmé y medité este pasaje de la palabra de Dios que me di cuenta de que reconocer la soberanía de Dios no implica conocer Su soberanía omnipotente, y mucho menos obedecer Su soberanía. Aunque creía en Dios, mis opiniones sobre las cosas seguían siendo las de los incrédulos. Los incrédulos siempre creen que la gente tiene su destino en sus manos y siempre luchan contra él. Quieren cambiar su destino con su propio esfuerzo y tener una vida excelente. En consecuencia, sufren mucho y pagan un alto precio hasta que al final reciben un golpe tras otro, y ni siquiera despiertan a la realidad cuando se llenan de cicatrices. ¿No era yo igual? Siempre quería cambiar la situación con mi propio esfuerzo y confiaba en ello para ser ascendida y recibir cargos importantes. A tal fin, sufría en silencio, pagaba un precio y trabajaba duro para adquirir competencias profesionales. Cuando se frustraba mi deseo, me volvía pasiva y reacia y me hundía más. Fue entonces cuando entendí que estaba tan triste y cansada porque iba por la senda equivocada y había elegido el modo de vida incorrecto. Consideraba falacias satánicas como “cada quien tiene su destino en sus propias manos” y “el hombre puede crear un agradable hogar con sus propias manos” como máximas de vida. Creía que, para lograr mi objetivo, tenía que confiar en mi propio esfuerzo para alcanzarlo. Ante mis deseos frustrados una y otra vez, y al ser incapaz de conseguir ascensos o puestos importantes, no podía someterme y siempre quería luchar contra Dios, zafarme de Sus disposiciones, y obtener estatus y reputación con mi propio esfuerzo. Fue entonces cuando vi que solo creía en Dios de palabra. En realidad, no creía de corazón en la soberanía de Dios y mucho menos estaba dispuesta a obedecer Sus disposiciones. ¿Qué diferencia había entre una creyente como yo y un no creyente? Dios es el Señor de la creación y tiene la soberanía y el control de todo. El destino de cada persona, su aptitud, sus fortalezas, el deber que puede cumplir en la iglesia, las situaciones que vive y en qué momento, etc., todo está dispuesto y predestinado por Dios y nadie puede librarse de ello ni cambiar nada. Solo si obedecemos la soberanía y las disposiciones de Dios podemos tener el corazón en paz. Cuando lo supe, de pronto me sentí lamentable y patética. Llevaba años creyendo en Dios y si bien había comido y bebido de gran parte de Su palabra, aún era igual que una incrédula. No conocía la omnipotencia y soberanía de Dios. ¡Qué arrogante e ignorante! La palabra de Dios dice: “Cuando entiendes realmente que todo lo que Dios ha planeado y decidido para ti es un gran beneficio, y es una gran protección, sientes que tu dolor empieza a aliviarse gradualmente, y todo tu ser se queda relajado, libre, liberado” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). Meditando la palabra de Dios, me pregunté cómo podía saber que este entorno era beneficioso para mí y me protegía. Conforme buscaba, comprendí que, desde que empecé a creer en Dios, nunca había pasado por fracasos ni reveses importantes, y no me habían destituido ni trasladado. Me habían ascendido y formado continuamente. Sin darme cuenta, empecé a creerme una persona que buscaba la verdad y clave para que me formara la iglesia, por lo que, claro está, había llegado a ver el “ascenso” como mi objetivo. Cada vez que me ascendían, no lo aceptaba como una responsabilidad y un deber de parte de Dios, y no buscaba la verdad de una forma sensata ni pensaba en cómo usar los principios en el deber. En cambio, veía mi deber como un instrumento para ir en pos del estatus y ser admirada. Creía que, cuanto más elevados el deber y el estatus, más me admirarían y valorarían, por eso me interesaban mucho los ascensos y me pasaba los días preocupándome por estas pérdidas y ganancias. Hacía mucho que había olvidado lo que en verdad debía buscar en mi fe en Dios. Echando la vista atrás, mi ambición y mis deseos eran excesivos, y si de verdad me hubieran ascendido y me hubieran dado un puesto importante como quería, no sé lo arrogante que habría podido llegar a ser ni qué maldad habría podido cometer. Hay demasiados ejemplos de fracasos semejantes. Muchos son capaces de cumplir sinceramente con el deber cuando no tienen estatus, pero, en cuanto lo tienen, aumentan sus ambiciones, comienzan a hacer el mal y engañan y atrapan a la gente. Por conservar su reputación, sus ganancias y su estatus, excluyen y reprimen a otras personas, con lo que se acarrean la ruina a sí mismos. Descubrí que el estatus, para quienes buscan la verdad y van por la senda correcta, es práctica y perfección. Pero para quienes no buscan la verdad o van por la senda equivocada, es tentación y revelación. Por entonces, aún no tenía estatus, y solo por no haber sido ascendida o considerada importante, estaba tan resentida que ni siquiera quería cumplir con el deber. Vi que mis ambiciones y deseos eran enormes y que, si efectivamente me hubieran ascendido a un deber importante, seguro que fracasaba tanto como los que habían fracasado. A esas alturas, realmente percibí que, con el permiso de Dios, no me ascendían a líder de equipo o supervisora. En este entorno, Dios me forzaba a parar y hacer introspección, para que pudiera rectificarme e ir por la senda de búsqueda de la verdad. Este entorno era lo que necesitaba mi vida y era una gran protección para mí. Al pensar en esto, sentí que había sido muy ignorante y ciega y que no había entendido la voluntad de Dios. Lo había malinterpretado y culpado. Había hecho mucho daño al corazón de Dios.
Luego leí la palabra de Dios: “¿Qué clase de corazón quiere Dios que tengan las personas? Ante todo, este corazón debe ser honesto, y deben ser capaces de cumplir concienzudamente su deber con los pies en la tierra, capaces de sostener la obra de la iglesia, dejando de tener las llamadas ‘grandes ambiciones’ o ‘metas elevadas’. Cada paso deja una huella mientras siguen y adoran a Dios, se comportan como seres creados; ya no buscan convertirse en una persona excepcional o grande, y mucho menos en alguien especialmente funcional, y no adoran a las creaciones de otros planetas. Además, este corazón debe amar la verdad. ¿Cuál es el significado primordial de amar la verdad? Es amar las cosas positivas, tener un sentido de justicia, ser capaz de gastarse sinceramente por Dios, amarlo de verdad, someterse y dar testimonio de Él” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Las cinco condiciones que hay que cumplir para emprender el camino correcto de la fe en Dios). Tras leer la palabra de Dios me emocioné mucho. Percibí las esperanzas y exigencias de Dios respecto a la gente. Dios no quiere que la gente sea famosa, importante ni elevada. Dios no nos pide que nos dediquemos a grandes proyectos ni que tengamos gloriosos logros. Dios solo espera que la gente busque la verdad, se someta a Su soberanía y Sus disposiciones y cumpla con el deber de manera sensata. Sin embargo, yo no entendía la voluntad de Dios ni me conocía. Siempre quise estatus y ser una figura elevada o poderosa. Sin estatus y atención, creía llevar una vida deprimida e inútil. No tenía nada de humanidad ni de razón. Era obvio que yo era hierba que quería ser árbol, pinzón que quería ser águila, con lo que me esforcé hasta sentirme desdichada y agotada. Al comprenderlo, oré a Dios: “¡Dios mío! Antes, siempre iba en pos del estatus, la reputación y la ganancia. Siempre quería que me admiraran y me elogiaran. No me conformaba con cumplir con mi deber en la sombra, cosa que aborreces y detestas. Ahora entiendo que este es el camino equivocado. Deseo someterme a Tu soberanía y Tus disposiciones. Pueda o no ser ascendida en un futuro, buscaré la verdad sensatamente y cumpliré bien con el deber”. Después de orar, sentí una gran liberación y más cercanía con Dios.
Más tarde, con la lectura de la palabra de Dios, conocí un poco mis ideas equivocadas sobre la búsqueda. Las palabras de Dios dicen: “Cuando se promociona a alguien para que sirva como líder u obrero, o se le cultiva para ser el supervisor de algún tipo de trabajo técnico, se trata nada más que de la casa de Dios confiándole una carga. Es una comisión, una responsabilidad, y por supuesto, también es un deber especial, una oportunidad extraordinaria; es una elevación excepcional, y esta persona no tiene nada de qué vanagloriarse. Cuando la casa de Dios asciende y forma a alguien, eso no implica que tenga dentro de ella una posición o un estatus especial por el que pueda gozar de un trato y un favor especiales. En cambio, después de haber sido exaltado excepcionalmente por la casa de Dios, se le ofrecen condiciones excelentes para recibir formación de esta, para practicar realizando algo de trabajo substancial para la iglesia, y al mismo tiempo la casa de Dios esperará estándares más altos de esa persona, lo cual resulta muy beneficioso para su entrada en la vida. Cuando una persona es ascendida y formada en la casa de Dios, eso significa que será sometida a estrictas exigencias y supervisada rigurosamente. La casa de Dios inspeccionará y supervisará estrictamente el trabajo que haga, y llegará a comprender y prestar atención a su entrada en la vida. Bajo estos puntos de vista, ¿goza la gente ascendida y formada por la casa de Dios de un trato, un estatus y una posición especiales? En absoluto, y ni mucho menos de una identidad especial. Los que han sido ascendidos y cultivados, si creen tener un capital como resultado de cumplir con su deber de manera efectiva, entonces se estancan y dejan de buscar la verdad, entonces están en peligro ante las pruebas y tribulaciones. Si la estatura de la gente es demasiado pequeña, es probable que sean incapaces de mantenerse firmes. Algunos afirman: ‘Si a alguien lo ascienden y lo forman para líder, tiene una identidad. Aunque no sea primogénito, al menos tiene esperanza de llegar a formar parte del pueblo de Dios. Como a mí nunca me han ascendido ni formado, ¿qué esperanza tengo de formar parte del pueblo de Dios?’. Es un error pensar así. Para llegar a formar parte del pueblo de Dios, debes tener experiencia de vida y ser obediente a Dios. Sea líder, obrero o seguidor normal, cualquiera que posea las realidades verdad forma parte del pueblo de Dios. Aunque tú seas líder u obrero, si careces de las realidades verdad, sigues siendo hacedor de servicio” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (5)). En la palabra de Dios entendí que los ascensos y la formación en la iglesia no implican que la gente tenga un estatus especial ni que reciba un trato especial como las autoridades del mundo. Es, simplemente, una oportunidad de practicar. Solo es una responsabilidad mayor para la gente. Ser ascendida y formada solamente implica que una persona cambie de deber. No significa que la identidad y el estatus de alguien sean superiores a los de los demás ni que la persona comprenda la verdad o posea sus realidades. Que no te asciendan no significa que seas inferior ni que no tengas futuro y no puedas salvarte. En resumen, sea cual sea el deber que cumplas, te asciendan o no, Dios trata justamente a todos y a cada persona se le da la oportunidad de practicar su deber. La iglesia dispone los deberes razonablemente según la aptitud y las fortalezas de cada uno para que cada persona las pueda aprovechar al máximo. Esto beneficia tanto al trabajo de la iglesia como a nuestra entrada personal en la vida. Te asciendan o no a un deber importante, las expectativas de Dios hacia la gente y Su provisión para todos son las mismas. Dios quiere que la gente busque la verdad y transforme su carácter mientras cumple con el deber. Por tanto, la salvación de Dios a la gente jamás depende del estatus o la cualificación de aquella. Depende, más bien, de su actitud hacia la verdad y el deber. Si vas por la senda de búsqueda de la verdad, mientras cumples con el deber puedes adquirir práctica, y seguirás progresando en la vida. Si no buscas la verdad, por muy alto que sea tu estatus, no durarás. Tarde o temprano te destituirán y descartarán. Antes no tenía un entendimiento puro de los ascensos. Siempre pensaba que ascender implicaba más estatus y que, a mayor estatus, mejor futuro y destino. Por ello, no me centraba en buscar la verdad en el deber y únicamente iba en pos del estatus. ¡Recién ahora comprendo lo absurdo de esta idea de las cosas! En realidad, la iglesia me dio la oportunidad de practicar, pero tenía muy poca aptitud para tareas más importantes. Pero como no me conocía a mí misma, siempre me creía capaz y que podrían ascenderme para hacer un trabajo más importante. Realmente no me conocía nada. Sea cual sea nuestro trabajo en la casa de Dios, todos debemos comprender la verdad y entrar en los principios verdad para que nuestro trabajo consiga buenos resultados. No obstante, yo no comprendía la verdad ni sabía hacer ningún trabajo práctico. Aunque me ascendieran, ¿para qué podría servir? ¿No estaría solo estorbando? Aparte de que estaría totalmente agotada, también entorpecería la labor de la iglesia. No merecería la pena. En ese momento por fin comprendí que mi actual deber era muy adecuado para mí. Sabía hacerlo, y aprovechaba mis puntos fuertes. Esto me ayudaba en mi entrada en la vida y beneficiaba el trabajo de la iglesia. Con el esclarecimiento y la guía de las palabras de Dios, fui más consciente de Su voluntad, encontré mi sitio, supe qué deber debía cumplir y se corrigió mi estado de negatividad.
Después ya no me controlaban tanto la reputación, la ganancia y el estatus, y llevaba una carga en el deber. Cuando no estaba ocupada trabajando, aprovechaba el tiempo libre para practicar la predicación del evangelio y el testimonio de Dios. Cuando gente que realmente cree en Dios y anhela la verdad aceptaba la obra de Dios Todopoderoso en los últimos días, sentía gran tranquilidad y consuelo. Por fin entendí que da igual lo importante que sea el puesto en que te coloquen; lo que cuenta es saber desempeñar el papel de un ser creado mientras cumples con el deber. Eso es lo principal. Ahora, aunque a menudo oigo que ascienden a algunos hermanos y hermanas que conozco, estoy mucho más calmada, ya nada celosa como antes, porque sé que, aunque cumplamos con deberes distintos, todos nos esforzamos por el mismo objetivo y hacemos lo mejor posible por difundir el evangelio del reino de Dios. Ya por fin he encontrado mi sitio. Solo soy un pequeño ser creado. Mi deber es obedecer las instrumentaciones y disposiciones del Creador. En lo sucesivo, sea cual sea mi deber, estoy dispuesta a aceptar, obedecer ¡y esmerarme en mi deber por satisfacer a Dios!