67. Tras la expulsión de mi padre

Por Isabel, Francia

Hace unos años, cumplía con el deber lejos de casa, cuando de repente me enteré de que se había determinado que mi padre era un hacedor de maldad y lo habían expulsado de la iglesia. Se decía que no había desempeñado un papel positivo en la iglesia, que difundía nociones y negatividad y frenaba el entusiasmo de otros por el deber. Los hermanos y las hermanas hablaron y trataron con él en varias ocasiones, pero no aceptaba nada y era hostil hacia los que lo habían puesto en evidencia y habían tratado con él. La noticia me dejó muy desconcertada. Sabía que él era temperamental, pero me parecía de buena humanidad, cariñoso con los hermanos y hermanas y que siempre los ayudaba con las dificultades que tenían en la vida. Según todos los vecinos, era muy servicial y cariñoso; entonces, ¿por qué de pronto lo expulsaban por malvado? Desde que en 2001 aceptó la obra de Dios de los últimos días, predicaba el evangelio y cumplía con el deber. Dormía en montones de leña y en cementerios para eludir la detención del PCCh. Había sufrido mucho y, si bien no había hecho nada muy destacable, se había esforzado durante años. ¿Cómo podían expulsarlo así como así? Me preguntaba si se había equivocado el líder de la iglesia. ¿Por qué no le dio una oportunidad de arrepentirse? Durante un tiempo, me dolía mucho pensar en mi padre y me daba pena.

Más o menos, un año después, volví a mi ciudad por mi deber. Al principio, al ver a mi padre, todavía me daba mucha pena y quería hacer todo lo que pudiera por él. Él también me cuidaba mucho. Sin embargo, poco a poco me di cuenta de que hablaba de forma algo rara. Siempre decía cosas negativas que podrían hacer que una persona malinterpretara a Dios y se distanciara de Él y que se deprimiera. Por ejemplo, mi madre. Había sido líder de iglesia, pero la trasladaron por tener poca aptitud y no hacer un trabajo práctico, así que estuvo en un estado negativo durante un tiempo. Mi padre no le enseñó la voluntad de Dios para ayudarla, sino que le dijo: “No hay seguridad en la casa de Dios y algún día destituirán a todos. ¿No sabía Dios si carecías de aptitud? Dios dispuso esto para ti adrede: te eligió como líder y te destituyó para que sufrieras. Tu poca aptitud ha sido determinada por Dios. Si Dios no te da una buena aptitud, jamás vas a cumplir correctamente con el deber”. Después de que le dijera eso, el estado de mi madre empeoró. Me enfadé mucho cuando supe lo que le había dicho, y él me pareció verdaderamente irracional. Era un cambio normal de deber en la iglesia, pero, según él, Dios hizo sufrir a alguien a propósito. Eso no es acertado. La iglesia organiza y adapta los deberes de la gente en función de sus puntos fuertes, por un lado, para que el trabajo de la iglesia se desarrolle sin contratiempos y con mayor éxito. Por el otro, para posibilitar que la gente conozca su aptitud y estatura, a fin de que pueda encontrar un deber y un puesto adecuados y emplear mejor sus fortalezas y contribuir. Esto concuerda plenamente con los principios y es beneficioso para la labor de la iglesia y para la entrada en la vida de la gente. Mi madre fue trasladada del puesto de líder, pero cumplía con otro deber adecuado a ella, y podía aprovechar este fracaso para conocerse y aprender algo. ¿No era bueno eso? ¿Cómo podía mi padre tergiversar la verdad? También había un hermano en la iglesia que había dejado su empleo por su deber a jornada completa. Cuando su deber no le exigía demasiado, se buscaba un trabajillo para ganar algo de dinero. Era un trabajo duro, y se ganaba la vida mientras cumplía con el deber. Nunca había hecho nada tan exigente físicamente y, cuando estaba agotado, se deprimía mucho. Cuando se enteró mi padre, le dijo propiamente al hermano: “Mi familia era bastante acomodada, pero desde que creemos en Dios siempre hemos hecho sacrificios. Ya casi no tenemos dinero y yo he de hacer trabajos duros. Tú ya estás renunciando a mucho, pero puede que algún día llores de veras…”. Me asombró que dijera algo así. ¿Por qué le decía eso al hermano? Cuando la gente renuncia a todo para esforzarse por Dios, aunque tal vez en su vida material no sea muy rica y sufra un poco, lo que recibe es la verdad y la vida. Eso es algo que no puede reemplazar ninguna cantidad de dinero. Lo que mi padre había dicho no coincidía con la verdad. Nuestra vida no era mucho más dura de lo que había sido antes, y muchas veces, cuando mi padre tenía problemas para encontrar trabajo o dificultades en la vida, Dios le abría una senda que lo ayudaba a encontrar un buen empleo para seguir ganándose el pan. Antes de recibir la fe, fumaba y bebía constantemente y tenía una salud horrorosa. Le temblaban las manos cuando sostenía su cuenco de arroz. Cuando comenzó a creer en Dios, dejó de beber y se pasaba el tiempo en el deber y enseñando a los hermanos y hermanas, con lo que su salud era cada vez mejor. Todos los que lo veían señalaban su buen aspecto, que parecía un hombre nuevo. Nuestra familia había recibido mucha gracia de Dios, pero mi padre no hablaba de eso, sino que tergiversaba las cosas y se quejaba, con lo que intencionalmente hacía que la gente malinterpretara y culpara a Dios, perturbaba adrede su relación con Él, la alejaba de Él y hacía que traicionara a Dios.

Pasaron muchas cosas de esas. Cuando dejé de estudiar por mi deber a tiempo completo en la iglesia, él siempre comentaba: “Te esfuerzas muchísimo sin dejarte una puerta abierta. Algún día lo lamentarás”. Eso no me parecía bien. Para un ser creado, cumplir con su deber en la iglesia era lo correcto y apropiado. Era mi responsabilidad y mi obligación. Dejé los estudios por propia voluntad. Dios me concedió su gracia permitiéndome creer en Él, seguirlo y cumplir con el deber en la iglesia. Durante todos estos años cumpliendo con mi deber en la iglesia he comprendido algunas verdades y he aprendido cosas que nunca habría aprendido en el mundo exterior. Sé lo que ha de buscar la gente en la vida y entiendo mucho mejor un montón de cosas del mundo. No sigo las malvadas tendencias profanas como los jóvenes incrédulos. Estas son cosas muy reales que he aprendido y que no habría aprendido en clase. Sin embargo, mi padre convertía en algo negativo esforzarse en el deber para Dios. ¿No era eso difundir negatividad y muerte? Repliqué: “No lo lamentaré. Tal vez lleve unos años sin estudiar y, en cambio, cumpliendo con el deber, pero he aprendido muchas verdades y he recibido mucho. Nunca aprendería eso de los libros. Lo que dices no concuerda con la verdad”. Me sorprendió que se encolerizara y apretara el puño con rabia como si fuera a golpearme. Me di cuenta entonces de que mi padre no era la persona que yo creía. Siempre lo había juzgado por sus buenas acciones externas, no por los principios verdad. Siempre había considerado que mi padre se preocupaba por mí y me cuidaba, en apariencia era cariñoso con los demás hermanos y hermanas y pensaba que era alguien sin mala humanidad. Sin embargo, detrás de su buena conducta había algo siniestro en su interior. Tenía unas nociones desmesuradas de Dios y Su obra. Sus palabras parecían reconfortantes y comprensivas, consideradas con nuestras elecciones, pero en realidad difundía nociones sobre Dios que hacían que la gente lo malinterpretara y lo culpara. Si las aceptábamos, tendríamos nociones y malentendidos sobre Dios, o incluso desearíamos dejar de creer, de cumplir con el deber y esforzarnos para Dios, y volver a salir al mundo. ¡Eso era muy engañoso!

Posteriormente leí unas palabras de Dios que abordaban su conducta. Dios Todopoderoso dice: “Aquellos entre los hermanos y hermanas que siempre están dando rienda suelta a su negatividad son lacayos de Satanás y perturban a la iglesia. Tales personas deben ser expulsadas y descartadas un día. En su creencia en Dios, si las personas no tienen un corazón temeroso de Dios, si no tienen un corazón obediente a Dios, entonces no solo no podrán hacer ninguna obra para Él, sino que, por el contrario, se convertirán en quienes perturban Su obra y lo desafían. Creer en Dios, pero no obedecerlo ni temerlo y, más bien, resistirse a Él, es la mayor desgracia para un creyente. Si los creyentes son tan casuales y desenfrenados en sus palabras y su conducta como lo son los incrédulos, entonces son todavía más malvados que los incrédulos; son demonios arquetípicos. […] Todos los que han sido corrompidos por Satanás tienen un carácter corrupto. Algunos no tienen nada más que un carácter corrupto, mientras que otros son diferentes: no solo tienen un carácter satánico corrupto, sino que su naturaleza también es extremadamente maliciosa. No solo sus palabras y acciones revelan su carácter corrupto y satánico; además, estas personas son el auténtico diablo Satanás. Su comportamiento interrumpe y perturba la obra de Dios, perturba la entrada en la vida de los hermanos y hermanas y daña la vida normal de la iglesia. Tarde o temprano, estos lobos con piel de oveja deben ser descartados; debe adoptarse una actitud despiadada, una actitud de rechazo hacia estos lacayos de Satanás. Solo esto es estar del lado de Dios y aquellos que no lo hagan se están revolcando en el fango con Satanás(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Una advertencia a los que no practican la verdad). “Las personas que no se esfuerzan por progresar siempre desean que otros sean tan negativos e indolentes como ellas mismas. Aquellos que no practican la verdad están celosos de aquellos que sí lo hacen y siempre tratan de engañar a aquellos que están confundidos y carecen de discernimiento. Las cosas que estas personas expresan pueden provocar que te degeneres, que decaigas, que desarrolles un estado anormal y que te llenes de oscuridad. Provocan que te distancies de Dios y que valores la carne y seas indulgente contigo mismo. Las personas que no aman la verdad y que son superficiales con Dios no tienen autoconciencia y el carácter de tales personas seduce a los demás para que cometan pecados y desafíen a Dios. No practican la verdad y tampoco permiten que otros la practiquen. Atesoran el pecado y no se menosprecian a sí mismas. No se conocen a sí mismas y evitan que otros se conozcan a sí mismos; también impiden que otros anhelen la verdad. Aquellos a los que ellos engañan no pueden ver la luz. Caen en la oscuridad, no se conocen a sí mismos, no tienen claridad acerca de la verdad y se alejan cada vez más de Dios(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Una advertencia a los que no practican la verdad). Meditándolo, entendí que quienes difunden constantes nociones y negatividad entre los hermanos y hermanas son de Satanás. Las personas así hacen de lacayos de Satanás que molestan y engañan a la gente y le impiden presentarse ante Dios. Que mi padre dijera cosas como estas, y las dijera todo el tiempo, no era una mera demostración de corrupción o de negatividad y debilidad momentáneas. Se debía a que detestaba la verdad y a Dios por su esencia naturaleza, por lo que, ante cualquier suceso, las opiniones que expresaba eran totalmente contrarias a las palabras de Dios y a la verdad, no eran más que nociones sobre Dios, para que la gente malinterpretara, culpara y traicionara a Dios. Comprobé que él no buscaba para nada la verdad. Cumplía con el deber solo para obtener bendiciones y, cuando no recibía bendiciones materiales por su sufrimiento y esfuerzo, se consideraba agraviado y hasta rebosaba rencor y hostilidad hacia Dios. No podía seguir la senda de la fe, sino que quería arrastrar a otros a que se distanciaran de Dios, lo traicionaran y lo confrontaran igual que él. Sus palabras estaban plagadas de las trampas de Satanás, todo ello para atacar el empuje de la gente por el deber y echar a perder su relación con Dios. No era más que un esbirro de Satanás, era del diablo. Una persona normal de buen corazón no haría algo así adrede por muy negativa y débil que estuviera. Solo un demonio satánico sentiría semejante hostilidad hacia Dios. Sentía cada vez más que mi padre daba miedo, que no era una persona buena, sino un hacedor de maldad.

Leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Tal vez en todos tus años de fe en Dios, nunca hayas maldecido a nadie ni cometido una mala acción, sin embargo, en tu relación con Cristo, no puedes decir la verdad, actuar honestamente u obedecer la palabra de Cristo. En ese caso, Yo digo que tú eres la persona más siniestra y malévola del mundo. Quizás eres excepcionalmente amable y dedicado a tus parientes, tus amigos, tu esposa (o esposo), tus hijos e hijas y tus padres, y nunca te aprovechas de nadie, pero si eres incapaz de ser compatible con Cristo, si eres incapaz de relacionarte en armonía con Él, entonces, aun si gastas todo lo que tienes ayudando a tus vecinos, o si le brindas a tu padre, a tu madre y a los miembros de tu casa un cuidado meticuloso, te diría que sigues siendo un ser malvado y, más aún, lleno de trucos astutos(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Quienes son incompatibles con Cristo indudablemente se oponen a Dios). Esto me ayudó a entender que no podemos distinguir a una buena persona de una mala por su aparente forma de tratar al prójimo, sino por su actitud hacia Dios y la verdad. Sin importar lo agradable que parezca ni lo que opinen de ella, si, en esencia, detesta la verdad y a Dios, es una hacedora de maldad, enemiga de Dios. Si bien mi padre en apariencia era cálido, ayudaba a los hermanos y hermanas cuando carecían de algo, jamás era mezquino y no escatimaba en gastos como anfitrión de los hermanos y hermanas, aunque parecía una persona buena, de buen corazón, por esencia naturaleza le repugnaba la verdad, la detestaba. Él sabía muy bien que Dios había puesto en evidencia nuestras ideas equivocadas de tener fe solo por las bendiciones, pero cuando Dios disponía un entorno contrario a sus nociones, que no satisfacía su deseo de bendiciones, se ponía violento, rebosaba nociones sobre Dios, lo juzgaba y hasta lo odiaba. En todos esos años, jamás hizo introspección ni buscó la verdad, sino que continuó juzgando la obra de Dios y difundiendo nociones sobre Él. La intención de sus palabras transmitía las trampas de Satanás, que dejaban a la gente involuntariamente negativa y débil. Eso era muy siniestro. Dios evalúa a la gente según su esencia, según su actitud hacia Él y hacia la verdad. No obstante, yo evaluaba a mi padre según su apariencia externa. Al ver que tenía cierta buena conducta, creía que era una buena persona y que la iglesia no debería haberlo expulsado, así que quería defenderlo. No comprendía la verdad ni usaba las palabras de Dios como guía. Era tremendamente necia. Al comprenderlo, creí que, sin duda, la iglesia había hecho bien en expulsar a mi padre. Él detestaba a Dios y la verdad, así que el único culpable de que lo hubieran expulsado era él mismo. Ya no sentía pena por él. Me sentía libre.

Después sucedió otra cosa que me aportó todavía más discernimiento sobre él. Mi padre se enteró de que habían destituido del deber a una hermana que había tratado con él anteriormente. Estaba disfrutando de la noticia y, con un destello de odio en los ojos, apretó los dientes y dijo: “¿Recuerdas cómo trataste conmigo? Me dijiste que no tenía principios en el deber, que no practicaba la verdad. ¡Ahora te toca a ti!”. Tenía una mirada agresiva y un semblante siniestro. Comprobé que no tenía nada de compasión. Cuando trataban con él, no buscaba la verdad ni aprendía ninguna lección, sino que odiaba a esa persona durante años por herir su orgullo. Esto me demostró aún más que, en esencia, mi padre era alguien con un corazón malicioso, un hacedor de maldad que odiaba la verdad. Era un hacedor de maldad que se mostraba como realmente era y, sin duda, fue correcto que lo expulsaran de la iglesia.

Posteriormente, la casa de Dios dispuso que las iglesias comprobaran si habían removido o expulsado a alguien por error o si alguno de los removidos o expulsados se había arrepentido de veras. Respecto de estas personas, la iglesia podría contemplar su readmisión según los principios. La nueva líder no conocía la situación de mi padre. Veía el aparente entusiasmo y las ganas de mi padre de ser anfitrión de los hermanos y hermanas, que los ayudaba a encontrar trabajo, que era muy solícito y que había hecho algunas ofrendas. Por eso, creyó que tal vez lo habían expulsado por error y quería reincorporarlo a la iglesia. Me asombró oír que la líder dijera eso, pues sabía dentro de mí que su expulsión fue totalmente acorde con los principios, que no fue una expulsión equivocada. Le contesté inmediatamente: “No se puede readmitir a mi padre”. Sin conocer a mi padre, me habló de que la gente necesita oportunidades de arrepentirse. Al principio quise hablarle de sus conductas concretas, pero dudé y no le dije nada. Pensaba en que era mi padre, que me había criado tantos años. Si se enteraba de que había obstaculizado su readmisión, ¡le dolería mucho y se enfadaría conmigo! Al pensarlo, guardé silencio, pero me sentí muy culpable cuando se fue la líder. Lo que pasaba con mi padre solo lo sabíamos claramente mi madre y yo, pero no protegeríamos la labor de la iglesia si no hablábamos en ese momento clave. Esa noche, estaba dando vueltas en la cama y recordé un pasaje de las palabras de Dios: “¿Quién es Satanás, quiénes son los demonios y quiénes son los enemigos de Dios, sino los opositores que no creen en Dios? ¿No son esas las personas que son desobedientes a Dios? ¿No son esos los que verbalmente afirman tener fe, pero carecen de la verdad? ¿No son esos los que solo buscan el obtener las bendiciones, mientras que no pueden dar testimonio de Dios? Todavía hoy te mezclas con esos demonios y tienes conciencia de ellos y los amas, pero, en este caso, ¿no estás teniendo buenas intenciones con Satanás? ¿Acaso no te estás compinchando con los demonios? Si hoy en día las personas siguen sin ser capaces de distinguir entre lo bueno y lo malo, y continúan siendo ciegamente amorosas y misericordiosas sin ninguna intención de buscar la voluntad de Dios y siguen sin ser capaces de ninguna manera de albergar las intenciones de Dios como propias, entonces su final será mucho más desdichado. Cualquiera que no cree en el Dios en la carne es Su enemigo. Si puedes tener conciencia y amor hacia un enemigo, ¿no careces del sentido de justicia? Si eres compatible con los que Yo detesto y con los que estoy en desacuerdo, y aun así tienes amor o sentimientos personales hacia ellos, entonces ¿acaso no eres desobediente? ¿No estás resistiéndote a Dios de una manera intencionada? ¿Posee la verdad una persona así? Si las personas tienen conciencia hacia los enemigos, amor hacia los demonios y misericordia hacia Satanás, ¿no están perturbando de manera intencionada la obra de Dios?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios y el hombre entrarán juntos en el reposo). Me sentí fatal al considerar las palabras de Dios. Sabía muy bien que mi padre odiaba la verdad y se oponía a Dios, que en esencia era un hacedor de maldad. No se ajustaba a los principios de readmisión de la iglesia. Pese a ello, quería encubrirlo y protegerlo y no fui capaz de revelar su malvada conducta. Era demasiado sentimental. Vivía de acuerdo con filosofías satánicas como “la sangre es más espesa que el agua” y “el hombre no es inanimado; ¿cómo puede carecer de emociones?”. Pensaba en que era mi padre, así que no podía ser muy desalmada, tenía que ser agradable. Temía que él me odiara si descubría que había hablado de sus problemas, que me llamara ingrata y dijera que me había criado para nada durante tantos años. No veía las cosas de acuerdo con las palabras de Dios. Protegía a mi padre por mis emociones, en vez de proteger la labor de la iglesia. Estaba oponiéndome a Dios y traicionándolo en todo lo que hacía. La esencia de mi padre era la de un hacedor de maldad y, si volvía a la iglesia, perturbaría la vida de iglesia e impediría la entrada en la vida de los hermanos y hermanas. Así, ¿no estaba cooperando yo con un hacedor de maldad? Cuanto más lo pensaba, peor me sentía. Al vivir según mis emociones, no distinguía el bien del mal y había perdido de vista los principios de ser humana.

Leí un pasaje de la palabra de Dios: “¿Según qué principio piden las palabras de Dios que la gente trate a los demás? Ama lo que Dios ama y odia lo que Dios odia. Ese es el principio al que hay que atenerse. Dios ama a los que buscan la verdad y son capaces de seguir Su voluntad; esas son también las personas a las que debemos amar. Aquellos que no son capaces de seguir la voluntad de Dios, que lo odian y se rebelan contra Él, son personas despreciadas por Dios, y nosotros también debemos despreciarlas. Esto es lo que Dios pide del hombre. Si tus padres no creen en Él, si saben perfectamente que la fe en Dios es la senda correcta y que puede conducir a la salvación, y sin embargo siguen sin estar receptivos, entonces no cabe duda de que son personas hartas de la verdad y que la odian, y de que se resisten a Dios y lo odian. Y Él naturalmente los aborrece y desprecia. ¿Podrías despreciar a esos padres? Se oponen a Dios y lo agravian, en cuyo caso, seguramente son demonios y satanases. ¿Podrías aborrecerlos y maldecirlos? Todas estas son preguntas reales. Si tus padres te impiden creer en Dios, ¿cómo debes tratarlos? Tal y como pide Dios, debes amar lo que Dios ama y odiar lo que Dios odia. Durante la Era de la Gracia, el Señor Jesús dijo: ‘¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?’ ‘Porque cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre’. Estas palabras ya existían en la Era de la Gracia, y ahora las palabras de Dios son incluso más claras: ‘Ama lo que Dios ama, y odia lo que Dios odia’. Estas palabras van directas al grano, pero las personas a menudo son incapaces de captar su verdadero sentido(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo reconociendo las propias opiniones equivocadas puede uno transformarse realmente). Las palabras de Dios me dieron los principios que debía aplicar a mi padre. Era mi padre, pero era malvado por esencia naturaleza. Detestaba la verdad y era enemigo de Dios. No haría más que perturbar en la iglesia y perjudicaría a los hermanos y hermanas. Dios detesta y tiene aversión a la gente así, y no salva a los hacedores de maldad. Pensar solamente en mi afecto y mi amor por él sería cruel hacia los hermanos y hermanas, perjudicaría a la iglesia y sería ponerse del lado de un hacedor de maldad para oponerse a Dios y ser Su enemigo.

Más tarde, lo hablamos mi madre y yo y a ambas nos pareció una prueba de parte de Dios, que teníamos que practicar la verdad y defender los intereses de la iglesia. Si encubríamos y protegíamos a mi padre y no sacábamos a la luz su malvada conducta, participaríamos de su maldad y, asimismo, Dios nos condenaría y castigaría. Aún no habían readmitido a mi padre, pero cuando nos visitaban los hermanos y hermanas, él seguía desparramando palabras de negatividad y muerte que los perturbaban. Si al final regresaba, haría daño a cualquier grupo en el que se encontrara, ¡y toda iglesia con la que tuviera contacto se llenaría de víctimas! Si prescindía de mi conciencia y callaba, eso haría daño a los hermanos y hermanas ¡y sería una perturbación de la obra de la iglesia! Me asusté más y comprendí que, en ese momento clave, proteger la obra de la iglesia o encubrir a un hacedor de maldad estaba relacionado con la postura que tomase. La líder de la iglesia no conocía a mi padre, creía que parecía una buena persona y estaba considerando si debía tener otra oportunidad de regresar a la iglesia. Pero nosotras sí lo conocíamos, así que teníamos que practicar la verdad, ser honestas e informar verazmente a nuestra líder acerca de su conducta malvada. Unos días después, la líder vino a una reunión en casa. Mi madre y yo nos sinceramos sobre las conductas malvadas de mi padre y al final no lo invitaron a volver. Sentí una gran paz cuando puse esto en práctica.

Al principio me habían engañado las conductas superficiales de mi padre y no tenía discernimiento sobre él. No distinguía a una buena persona de una mala. Con la expulsión de mi padre, aprendí algunas verdades, adquirí cierto discernimiento y vi claramente su esencia de hacedor de maldad. Superé las limitaciones del sentimentalismo y lo traté según los principios verdad. ¡Así me protegió y salvó Dios! ¡Doy gracias a Dios Todopoderoso!

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