69. ¿Por qué no quiero asumir una carga?

Por Margarita, Corea del Sur

En octubre de 2021, empecé a trabajar como supervisora de trabajo de vídeo. Trabajaba con el hermano Leo y la hermana Claire. Ambos llevaban más tiempo que yo en ese deber y tenían mucha más experiencia, y eran los primeros en supervisar y ocuparse de gran parte del trabajo. Yo acababa de empezar a practicar y había muchos aspectos del trabajo que no comprendía, así que, naturalmente, adopté un papel menor. Sentía que, mientras no hubiese problemas con mi trabajo, todo iría bien y los otros podían intervenir y resolver todo lo demás. Así, yo me preocuparía menos y nadie me haría responsable. Poco a poco, empecé a asumir cada vez menos carga y acabé comprendiendo y participando muy poco en el trabajo de los otros dos. Cuando comentábamos el trabajo, no expresaba mis opiniones, y en mi tiempo libre, me relajaba y veía videos mundanos. Me parecía que estaba bien cumplir mi deber así.

Un día, a mediodía, un líder se acercó a mí de pronto y me dijo que Leo y Claire se marchaban a otra parte a cumplir su deber y que yo tendría que asumir más responsabilidad, dedicar más esfuerzo y encargarme del trabajo de vídeo. Ese cambio repentino me dejó temporalmente anonadada. No llevaba mucho tiempo en ese deber y había mucho trabajo que supervisar, ¿aquello no era mucha presión? El trabajo del que se responsabilizaban ellos era bastante complicado y requería una atención constante. Me exigiría buscar materiales para guiar a aquellos que carecían de habilidades. Leo y Claire estaban muy preparados y normalmente trabajaban muchas horas. Yo, que acababa de empezar, tendría que dedicarle más tiempo aún. ¿Volvería a tener algún momento de descanso? Si no podía asumir esa responsabilidad y retrasaba el trabajo, ¿no cometería una transgresión? Pensaba que sería mejor que el líder buscase a alguien más apto para esa responsabilidad. Como vio que no decía nada, el líder me preguntó qué pensaba. Yo me sentía reticente y no quería decir nada. Cuando terminamos de hablar del trabajo, me marché. Cuando pensaba en todos los problemas y dificultades que tendría que sacar yo sola, sentía que la presión me asfixiaba y que los días que me esperaban serían insoportables. Lo mirase como lo mirase, sentía que no estaba a la altura de este trabajo. El líder entonces me envió un mensaje preguntando por mi estado, al cual contesté rápidamente: “No me siento capacitada para hacer este trabajo. ¿No puedes encontrar a alguien más apropiado?”. El líder entonces me preguntó: “¿Con qué base juzgas que tú no estás capacitada?”. No sabía qué contestar a esa pregunta. Todavía no lo había intentado, y no sabía si estaba a la altura de la tarea. Pero pensar en la presión del trabajo y en la carga física que supondría había hecho que quisiera negarme. ¿Eso no era rehuir mi responsabilidad y rechazar mi deber? Entonces pensé que Dios permitía todas las cosas que afrontaba cada día y que debía someterme. Y oré a Dios: “Dios, mis dos compañeros se van a trasladar y me quedo sola para hacer todo el trabajo. Me siento reacia y me resisto a someterme. Sé que este estado es incorrecto, pero no comprendo Tu voluntad. Por favor, esclaréceme y guíame para que pueda conocerme y someterme”.

Posteriormente, una hermana me envió un pasaje de la palabra de Dios que de veras abordaba mi estado. Dios dice: “¿Cuáles son las manifestaciones de una persona honesta? Primero, no tener dudas acerca de las palabras de Dios. Esa es una de las manifestaciones de una persona honesta. Además de esto, la manifestación más importante es buscar y practicar la verdad en todo: esto es crucial. Dices que eres honesto, pero siempre pasas por alto las palabras de Dios y simplemente haces lo que te parece. ¿Acaso es esa la manifestación de una persona honesta? Dices: ‘Aunque tengo poco calibre, tengo un corazón honesto’. Y, sin embargo, cuando te llega un deber te da miedo sufrir y asumir la responsabilidad si no lo haces bien, por eso pones excusas para evadir tu deber o sugieres que lo haga otro. ¿Es esta la manifestación de una persona honesta? Claramente, no lo es. Entonces, ¿cómo debería comportarse una persona honesta? Debe someterse a los arreglos de Dios, dedicarse a realizar el deber que le corresponde cumplir, y esforzarse por satisfacer la voluntad de Dios. Esto se manifiesta de diferentes maneras. Una es aceptar tu deber con un corazón honesto, no considerar tus intereses carnales, no ser desganado en él, y no conspirar por tu propio bien. Estas son manifestaciones de honestidad. Otra es dedicar todo el corazón y todas tus fuerzas a cumplir bien con tu deber, haciendo las cosas en forma adecuada y poniendo el corazón y tu amor en el deber a fin de satisfacer a Dios. Estas son las manifestaciones que debería tener una persona honesta cuando cumple con su deber. Si no llevas a cabo lo que conoces y entiendes, y si solo dedicas un esfuerzo del 50 o 60 por ciento, entonces no estás poniendo todo el corazón y la fuerza en ello. En cambio, eres astuto y holgazaneas. ¿Son honestas las personas que cumplen con su deber de esta manera? En absoluto. A Dios no le sirven de nada las personas escurridizas y taimadas; estas deben descartarse. Dios solo usa a las personas honestas para cumplir deberes. Incluso los hacedores de servicio devotos han de ser honestos. Los que son siempre descuidados, superficiales, astutos y que buscan maneras de holgazanear, son todos gente taimada, y son todos unos demonios. Ninguno de ellos cree de verdad en Dios y todos deben descartarse. Alguna gente piensa: ‘Ser una persona honesta es sencillamente decir la verdad y no contar mentiras. En realidad es fácil ser una persona honesta’. ¿Qué te parece esta opinión? ¿Ser una persona honesta es algo tan limitado? En absoluto. Debes revelar tu corazón y dárselo a Dios; esta es la actitud que una persona honesta debe tener. Es por ello que un corazón honesto es muy valioso. ¿Qué implica esto? Que un corazón honesto puede controlar tu comportamiento y cambiar tu estado. Te puede conducir a hacer las elecciones correctas y a someterte a Dios y ganar Su aprobación. Un corazón como este es verdaderamente preciado. Si tienes un corazón honesto como este, entonces ese es el estado en el que debes vivir, así es como debes comportarte y así es como debes entregarte(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). La palabra de Dios me hizo sentir muy avergonzada. Cuando tienen que afrontar un deber, a las personas honestas no les preocupa el riesgo que pueda entrañar cumplir con su deber ni mucho menos eluden ni rechazan su deber por temor al sufrimiento. Más bien empiezan por aceptarlo y dedicarle todo su empeño. Esa es la única actitud honesta. Entonces pensé en mi actitud para con mi deber. En cuanto supe que trasladaban a mis dos compañeros, me preocupó que aumentase mi carga de trabajo, se multiplicaran mis preocupaciones y estuviera sometida a más presión. Si el trabajo no se hacía bien, tendría que aceptar la responsabilidad, y por eso intentaba poner la excusa de no estar cualificada para eludirla. Era taimada y me faltaba conciencia. Pensé en que, en la oración, yo siempre prometía considerar las cargas de Dios, pero cuando llegaba el momento, escuchaba a mi carne, no practicaba ninguna de las verdades y usaba palabras vacías para engañar a Dios. Si acataba de verdad la voluntad de Dios, sabía que no estaba a la altura del trabajo y no podía encontrar a nadie más apropiado, tendría que haber perfeccionado mis habilidades y cooperado con los otros para evitar que eso afectara al trabajo de vídeo. Eso es lo que debería hacer una persona con conciencia y humanidad. Si, al final, de verdad no estaba a la altura de la tarea y terminaba trasladada o despedida, entonces me sometería a las disposiciones de Dios. Este modo de actuar es el único racional. Con ese pensamiento me sentí algo más tranquila.

Más tarde leí un pasaje de la palabra de Dios que me hizo entender un poco la actitud que había tenido hacia mi deber. Dios dice: “Todos aquellos que no buscan la verdad cumplen con el deber con una mentalidad carente de responsabilidad. ‘Si alguien lidera, yo lo sigo; allá donde me envíe, yo voy. Haré lo que me diga que haga. En cuanto a asumir la responsabilidad y la preocupación, o tomarme más molestias para hacer algo, hacer una cosa de todo corazón y con todas mis fuerzas… a eso no estoy dispuesto’. Estas personas no están dispuestas a pagar el precio. Solo están dispuestas a esforzarse, no a asumir responsabilidades. Esta no es la actitud con la que se cumple verdaderamente con el deber. Uno ha de aprender a volcarse en el cumplimiento del deber, y una persona con conciencia es capaz de conseguir esto. Si uno nunca se vuelca en el cumplimiento de su deber, eso significa que no tiene conciencia, y los que no tienen conciencia no pueden alcanzar la verdad. ¿Por qué digo que no pueden alcanzar la verdad? No saben cómo orar a Dios y buscar el esclarecimiento del Espíritu Santo, cómo mostrar consideración hacia la voluntad de Dios ni cómo volcarse en la meditación de Sus palabras; tampoco saben cómo buscar la verdad ni cómo tratar de entender las exigencias de Dios y Su voluntad. Esto es no saber buscar la verdad. ¿Experimentáis estados donde, da igual lo que pase, qué clase de deber cumpláis, a menudo sois capaces de guardar la calma ante Dios, de volcaros en meditar Sus palabras, en buscar la verdad y en valorar cómo debéis cumplir con ese deber de acuerdo con la voluntad de Dios y qué verdades debéis poseer para cumplirlo satisfactoriamente? ¿Buscáis la verdad de esta forma en muchos momentos? (No). Para volcaros en el deber y ser capaces de asumir la responsabilidad, hay que sufrir y pagar un precio; no basta simplemente con hablar de estas cosas. Si no os volcáis en el deber, sino que en su lugar siempre queréis trabajar, es indudable que no cumpliréis correctamente con él. Actuaréis por simple inercia y nada más, y no sabréis si habéis cumplido bien con el deber o no. Si te vuelcas en él, poco a poco llegarás a entender la verdad; si no lo haces, no será así. Cuando te vuelcas de corazón en el cumplimiento del deber y la búsqueda de la verdad, poco a poco podrás llegar a entender la voluntad de Dios, descubrir tu corrupción y tus defectos y dominar tus diversos estados. Cuando solamente te centras en esforzarte y no te vuelcas en hacer introspección, no puedes descubrir tus verdaderos estados internos y las innumerables reacciones y revelaciones de corrupción que tienes en distintos entornos. Si no conoces cuáles serán las consecuencias cuando los problemas queden sin resolver, entonces estás metido en un lío. Por eso no es bueno creer en Dios de una manera confusa. Debes vivir ante Dios en todo momento, en todo lugar; te ocurra lo que te ocurra, debes buscar siempre la verdad y, entretanto, también debes hacer introspección y saber qué problemas hay en tu estado, buscando la verdad de inmediato para resolverlos. Es el único modo de cumplir bien con el deber y evitar retrasar el trabajo. No solo podrás cumplir bien con tu deber, lo más importante es que además tendrás entrada en la vida y serás capaz de corregir tus actitudes corruptas. Es el único modo de que puedas entrar en la realidad verdad. Si en tu interior reflexionas a menudo sobre asuntos que no son relativos a tu deber o a la verdad, sino que estás enredado en cosas externas, pensando en los asuntos de la carne, ¿podrás comprender la verdad? ¿Serás capaz de cumplir bien con tu deber y vivir ante Dios? En absoluto. Una persona así no se puede salvar(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo una persona honesta puede vivir con auténtica semejanza humana). Dios me describía a mí al poner en evidencia este tipo de actitud. Cuando empecé en este deber, no asumí ninguna responsabilidad. Vi que mis compañeros tenían más experiencia que yo, así que me quedé un poco al margen y sentí que todo estaba bien mientras me asegurase de que nada marchara mal en mi trabajo. Si hacía eso, parecería respetable y no tendría que cansarme mucho, así que me concentré en mi propio trabajo y no me preocupé del trabajo del que ellos eran responsables ni me tomé en serio los problemas o dificultades que surgían en él. Cuando el líder preguntó por qué el trabajo de nuestro grupo era tan poco eficaz, no tuve respuesta. Esa clase de actitud es el modo en el que los incrédulos tratan sus trabajos. ¿De qué modo acataba yo la voluntad de Dios en mi deber? Cuando surgían problemas en el trabajo, no buscaba la verdad ni analizaba las desviaciones ni pensaba cómo incrementar la eficacia. Siempre sentía que, mientras mis compañeros se ocupasen de ello, yo podía relajarme un poco. Cuando tenía tiempo, consentía la carne o veía videos mundanos. Me volvía cada vez más disoluta y me alejaba todavía más de Dios. Vi que no cumplía mi deber con diligencia. Lo trataba como un empleo. ¿Cómo podía cumplir bien con mi deber así? En ese punto, por fin me di cuenta de que los arreglos de Dios habían hecho que mis “apoyos” se fuesen para darme la oportunidad de practicar, de aprender a interesarme, de asumir activamente mi responsabilidad, de confiar en Dios en las dificultades y buscar los principios verdad. Lo más importante, esto me permitió reconocer que mi actitud vaga e irresponsable hacia mi deber disgustaba a Dios. Las presiones del trabajo me obligarían ahora a ser más diligente en mi deber y a trabajar para desempeñar mi deber adecuadamente. Cuando entendí las intenciones de Dios, estuve dispuesta a someterme a esas circunstancias. En los días siguientes, me esforcé conscientemente mucho más en mi trabajo. En cuanto descubría problemas en el trabajo de vídeo, los anotaba y buscaba arreglarlos. Hice un plan de estudio y me esforcé por realizar el trabajo lo antes posible. Cuando corregí mi estado, tuve más tiempo para mi trabajo y pasaba mis días sintiéndome más en paz.

Después me emparejaron con otra hermana. Al principio, seguía todavía pendiente de ser más responsable, pero después de un tiempo, descubrí que ella era bastante habilidosa y tenía más experiencia profesional que yo, así que le traspasé algunas tareas y yo ya no me impliqué más. A veces, para mantener mi reputación, participaba en debates, pero me abstenía de hacer sugerencias, pensando: “Como veo que puedes ocuparte tú, no es necesario que me preocupe yo y puedo descansar un poco”. Mi líder me advirtió que mostrara más interés por el trabajo, y cuando me lo dijo, durante unos días lo hice, pero poco después volví a las andadas. A veces, los hermanos y hermanas me enviaban mensajes sobre problemas complicados que habían surgido en el trabajo y que debían solucionarse de inmediato, pero en cuanto veía que mi hermana se ocupaba ya de ese trabajo, yo no quería molestarme más. Marcaba intencionadamente el mensaje como no leído y fingía no haberlo visto, pensando que ya lo haría mi hermana más tarde. Aunque sentía que eso era irresponsable, como el trabajo progresaba normalmente, no lo pensaba demasiado. Unos meses después, nos responsabilizaron de partes separadas del trabajo de vídeo. Esa vez, estaba sin ayudante y sabía que sin duda afrontaría muchas dificultades y problemas. Pero cuando pensé en mi falta de responsabilidad con mi deber y en que aquello podía ser bueno para mí me dije que debía empezar por someterme. Pero cuando empecé, descubrí que de pronto tenía mucho más que supervisar y el número de cosas de las que tenía que ocuparme diariamente parecía interminable. Además de eso, mis habilidades profesionales no eran muy buenas y cada vez aparecían más y más problemas. Todos los vídeos que hacíamos recibían sugerencias y tenía que pensar cómo responder a cada una de ellas. Poco a poco, el poco entusiasmo que tenía se agotó y pensaba con frecuencia: “Yo me esfuerzo mucho, pero sigue habiendo muchos problemas, quizá sería mejor que el líder encontrase a alguien más apropiado”. Poco después nos devolvieron una serie de vídeos que había que rehacer y eso me deprimió aún más. Ya no quería resolver los problemas complejos que afrontaba y anhelaba más y más los días en los que compartía mi deber con otros, cuando podía esconderme alegremente detrás de ellos y no tenía que soportar tanta presión. No sentía el impulso de hacer mi deber, las piernas me pesaban cuando andaba. Entonces me di cuenta de que no podía seguir haciendo mi deber en ese estado, así que oré a Dios. En mi búsqueda, de pronto me acordé de Noé. Él sufrió muchas dificultades y fracasos cuando construía el arca, pero nunca se rindió, y siguió adelante durante 120 años, hasta terminar el arca y completar la comisión de Dios. Pero yo, ante mis pocas dificultades, quería soltar mi carga y salir huyendo. ¿No estaba siendo una cobarde? Ese pensamiento hizo que me serenara y pudiera afrontar mis problemas de trabajo adecuadamente.

Durante mis prácticas devocionales, leí este pasaje de la palabra de Dios: “Ningún falso líder hace nunca un trabajo práctico, y todos actúan como si el cargo de líder fuera un puesto oficial en el que disfrutan a fondo de las ventajas de su estatus. Consideran un estorbo o una molestia el deber que ha de ser realizado y el trabajo que se le supone a un líder. En sus corazones, rebosan de desafío hacia la obra de la iglesia. Si les pides que vigilen el trabajo o averigüen qué problemas se producen en este que necesiten de un seguimiento y haya que resolver, se muestran muy reticentes. Este es el trabajo que los líderes y obreros deben hacer, es su labor. Si no lo haces, si es que no estás dispuesto a hacerlo, ¿por qué quieres seguir siendo líder u obrero? ¿Cumples con tu deber para tener en cuenta la voluntad de Dios o para ser un funcionario y disfrutar de las comodidades del estatus? ¿Acaso no es una desvergüenza ser líder si solo anhelas ocupar algún puesto de autoridad? Nadie tiene una calaña inferior a la suya; esta gente no tiene respeto por sí misma, no tiene vergüenza. Si deseas gozar de comodidad carnal, apresúrate a volver al mundo y esfuérzate por lograrla, agárrala y aprovéchala como puedas. Nadie se entrometerá. La casa de Dios es un lugar para que los escogidos de Dios cumplan con el deber y lo adoren, un lugar para que la gente busque la verdad y se salve. No es un lugar para que nadie se deleite en la comodidad carnal, y mucho menos un lugar que mime a la gente. […] No importa qué trabajo realicen algunas personas o qué deber desempeñen, son incapaces de hacerlo con éxito, les supone demasiado, son incapaces de cumplir con cualquiera de las obligaciones o responsabilidades que las personas deberían cumplir. ¿Acaso no son basura? ¿Siguen siendo dignas de ser llamadas personas? Salvo los mentecatos, los discapacitados mentales y los que sufren deficiencias físicas, ¿hay alguien vivo que no deba cumplir con sus obligaciones y responsabilidades? Pero esta clase de persona siempre está conspirando y jugando sucio, y no desea cumplir con sus responsabilidades; esto implica que no desea comportarse como corresponde a una persona. Dios le concedió aptitud y dones, le dio la oportunidad de ser un ser humano, sin embargo no sabe usar esto para cumplir con su deber. No hace nada que no sea desear disfrutarlo todo. ¿Es una persona así apta para ser llamada ser humano? No importa el trabajo que se le asigne —sea importante u ordinario, difícil o sencillo—, siempre es descuidada y superficial, siempre es perezosa y escurridiza. Cuando surgen problemas, intenta hacer recaer la responsabilidad en otras personas; no adopta responsabilidades, con el deseo de seguir viviendo su vida parasitaria. ¿Acaso no es basura inútil? En la sociedad, ¿quién no ha de depender de sí mismo para sobrevivir? Una vez que una persona ha llegado a la edad adulta, debe mantenerse a sí misma. Sus padres han cumplido con su responsabilidad. Incluso si sus padres estuvieran dispuestos a mantenerla, se sentiría incómoda por ello, y debería ser capaz de admitir: ‘Mis padres han terminado su labor de crianza. Soy un adulto y estoy sano, debería ser capaz de vivir de manera independiente’. ¿No es este el sentido mínimo que debe tener un adulto? Si alguien tiene de verdad razón, no podría seguir gorroneando de sus padres; tendría miedo de que los demás se rieran, de que lo avergonzaran. Entonces, ¿tiene sentido un vago que no hace nada? (No). Siempre quiere algo a cambio de nada, nunca quiere asumir la responsabilidad, busca beneficiarse sin esfuerzo, quiere tres buenas comidas al día y que alguien lo atienda, que la comida sea deliciosa, todo ello sin hacer ningún trabajo. ¿Acaso no es esta la mentalidad de un parásito? Y las personas que son parásitos, ¿tienen conciencia y razón? ¿Tienen dignidad e integridad? En absoluto; son todos unos gorrones inútiles, bestias sin conciencia ni razón. Ninguno de ellos es apto para permanecer en la casa de Dios(La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (8)). La palabra de Dios me obligó a reflexionar: Controlar y comprender los problemas en el trabajo, y buscar la verdad para resolverlos, es la tarea de un líder y de un obrero, pero los falsos líderes ven eso como una molestia. Eso muestra que no están aquí para cumplir con su deber, sino más bien para disfrutar las ventajas de la autoridad. Vi que mi comportamiento también era así. Tendría que haber aceptado la responsabilidad y resuelto los problemas y dificultades que surgían, debería haber aprovechado esa oportunidad para buscar la verdad y compensar mis defectos, lo cual me habría permitido progresar más deprisa. Pero quería rechazar mi deber porque había demasiadas dificultades. Como supervisora, no hacía ningún trabajo real ni resolvía ningún problema real. ¿Eso no era porque anhelaba los beneficios del estatus? Examinando ahora mi comportamiento, aunque podía parecer que trabajaba cuando tenía compañeros, el trabajo estaba de hecho dividido entre varios de nosotros, y yo no era responsable de mucho. Mi deber era fácil, así que en realidad para mí era muy sencillo. Cuando trasladaron a mis dos compañeros, la presión del trabajo aumentó mucho y yo tenía que sufrir para cumplir con mi responsabilidad y me volví reticente, incluso hasta el punto de querer traicionar a Dios y rechazar mi deber. Más tarde, aunque arreglé mi estado comiendo y bebiendo la palabra de Dios, cuando me pusieron con una hermana con más experiencia que yo, volví a asumir menos responsabilidades y me pasaba los días realizando mi deber sin prisas, sin querer preocuparme. Cuando me hicieron responsable única de trabajo de vídeo y aumentaron las dificultades, otra vez quise huir. Vi que mi actitud hacia mi deber había sido muy traicionera y que estaba dispuesta a buscar excusas a la primera señal de esfuerzo físico o de responsabilidad. Siempre había querido cambiar a un trabajo fácil y sin estrés, pero la verdad es que todos los trabajos tienen algunas dificultades y si no arreglaba mi carácter corrupto, no podría hacer ningún deber como es debido. Vi que estaba en mi naturaleza estar harta de la verdad y que no amaba lo positivo. No estaba allí para cumplir un deber, sino para disfrutar de bendiciones. Al final, esa clase de fe no conduce a nada. En concreto, leí en la palabra de Dios: “Siempre quiere algo a cambio de nada, nunca quiere asumir la responsabilidad, busca beneficiarse sin esfuerzo, quiere tres buenas comidas al día y que alguien lo atienda, que la comida sea deliciosa, todo ello sin hacer ningún trabajo. ¿Acaso no es esta la mentalidad de un parásito?”. Yo era exactamente el tipo de persona que Dios revelaba, solo quería recoger, pero nunca sembrar, y disfrutar los frutos del trabajo de otros. ¿No era solo basura, pues? Cuanto más lo pensaba, más repugnante me resultaba a mí misma. En el pasado, la gente a la que más había odiado eran esos gorrones que seguían viviendo de sus padres, adultos hechos y derechos que no se iban de su casa y se aprovechaban de sus padres, y no aceptaban ninguna responsabilidad. Son personas que no sirven para nada. Pero ¿en qué se diferenciaba mi comportamiento del suyo? En mis remordimientos, le oré a Dios: “Oh, Dios, por fin veo que soy verdaderamente egoísta e insincera en mi deber. Solo he pensado en mi propia carne y he querido ser una parásita. Me siento aterrorizada por estos pensamientos depravados. Hay mucho trabajo en la iglesia que necesita cooperación urgente, pero yo no intento hacer progresos ni asumir cargas. Soy basura”.

Me puse a pensar. ¿Por qué siempre quería escapar y rehuir mi deber siempre que aumentaban la presión y las dificultades en mi trabajo? ¿Cuál era exactamente la causa profunda de esto? En mi búsqueda, leí las palabras de Dios: “Hoy, no crees las palabras que digo ni les prestas atención; cuando llegue el día en que esta obra se esparza y veas la totalidad de ella, lo lamentarás y, en ese momento, te quedarás boquiabierto. Existen bendiciones, pero no sabes cómo disfrutarlas; y existe la verdad, pero no la buscas. ¿No atraes desprecio sobre ti mismo? En la actualidad, aunque el siguiente paso de la obra de Dios todavía está por comenzar, no hay nada excepcional acerca de las cosas que se te piden y lo que se te pide vivir. Hay tanta obra y tantas verdades; ¿no son dignas de que las conozcas? ¿Son el juicio y el castigo de Dios incapaces de despertar tu espíritu? ¿Son el castigo y el juicio de Dios incapaces de hacer que te odies? ¿Estás contento de vivir bajo la influencia de Satanás, en paz y disfrutando y con un poco de comodidad carnal? ¿No eres la más vil de todas las personas? Nadie es más insensato que los que han contemplado la salvación, pero no buscan ganarla; estas son personas que se atiborran de la carne y disfrutan a Satanás. Esperas que tu fe en Dios no acarree ningún reto o tribulación ni la más mínima dificultad. Siempre buscas aquellas cosas que no tienen valor y no le otorgas ningún valor a la vida, poniendo en cambio tus propios pensamientos extravagantes antes que la verdad. ¡Eres tan despreciable! Vives como un cerdo, ¿qué diferencia hay entre ti y los cerdos y los perros? ¿No son bestias todos los que no buscan la verdad y, en cambio, aman la carne? ¿No son cadáveres vivientes todos esos muertos sin espíritu? ¿Cuántas palabras se han hablado entre vosotros? ¿Se ha hecho solo poco de obra entre vosotros? ¿Cuánto he provisto entre vosotros? ¿Y por qué no lo has obtenido? ¿De qué tienes que quejarte? ¿No será que no has obtenido nada porque estás demasiado enamorado de la carne? ¿Y no es porque tus pensamientos son muy extravagantes? ¿No es porque eres muy estúpido? Si no puedes obtener estas bendiciones, ¿puedes culpar a Dios por no salvarte? Lo que buscas es poder ganar la paz después de creer en Dios, que tus hijos no se enfermen, que tu esposo tenga un buen trabajo, que tu hijo encuentre una buena esposa, que tu hija encuentre un esposo decente, que tu buey y tus caballos aren bien la tierra, que tengas un año de buen clima para tus cosechas. Esto es lo que buscas. Tu búsqueda es solo para vivir en la comodidad, para que tu familia no sufra accidentes, para que los vientos te pasen de largo, para que el polvillo no toque tu cara, para que las cosechas de tu familia no se inunden, para que no te afecte ningún desastre, para vivir en el abrazo de Dios, para vivir en un nido acogedor. Un cobarde como tú, que siempre busca la carne, ¿tiene corazón, tiene espíritu? ¿No eres una bestia? Yo te doy el camino verdadero sin pedirte nada a cambio, pero no buscas. ¿Eres uno de los que creen en Dios? Te otorgo la vida humana real, pero no la buscas. ¿Acaso no eres igual a un cerdo o a un perro? Los cerdos no buscan la vida del hombre, no buscan ser limpiados y no entienden lo que es la vida. Cada día, después de hartarse de comer, simplemente se duermen. Te he dado el camino verdadero, pero no lo has obtenido: tienes las manos vacías. ¿Estás dispuesto a seguir en esta vida, la vida de un cerdo? ¿Qué significado tiene que tales personas estén vivas? Tu vida es despreciable y vil, vives en medio de la inmundicia y el libertinaje y no persigues ninguna meta; ¿no es tu vida la más innoble de todas? ¿Tienes las agallas para mirar a Dios? Si sigues teniendo esa clase de experiencia, ¿vas a conseguir algo? El camino verdadero se te ha dado, pero que al final puedas o no ganarlo depende de tu propia búsqueda personal(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). Por las palabras severas de Dios, noté que Dios siente el máximo disgusto y antipatía por las personas que anhelan comodidad, que para Él son solo animales. Son gorrones que no hacen nada, no quieren trabajar para progresar, les gusta no hacer nada y básicamente no cumplen con su deber como es debido y no ganan ninguna verdad. Son basura. Yo era así. Me gustaba que mi deber no tuviera contratiempos y mientras tuviese un deber y no me despidiesen ni descartasen, todo iba bien. Pero en cuanto encontraba dificultades que me exigían sufrir o pagar un precio, reculaba. Solo quería elegir trabajos que fuesen sencillos y simples, y mantenía los principios de vida satánicos de “disfruta de la vida mientras estás vivo” y “trátate bien”. Debido al predominio de esos pensamientos y puntos de vista, siempre anhelaba comodidad y me irritaba que se amontonara el trabajo del que era responsable, me preocupaba que recortara mi tiempo de ocio. Cuando necesitaba aprender más habilidades, no me esforzaba lo suficiente. En consecuencia, después de un tiempo, no había hecho muchos progresos y no podía ocuparme del trabajo. A veces incluso descuidaba mis deberes y veía videos mundanos con el pretexto de aprender habilidades, y me volvía todavía más insensible y más oscura en espíritu. Como supervisora, cuando se presentaban problemas en el trabajo, tendría que haberlos estudiado activamente y haberlos resuelto, pero en cuanto veía que los problemas eran algo complicados, recurría a trucos para ignorarlos, lo que retrasaba el progreso del trabajo. Más grave aún era mi voluntad constante de encontrar a alguien que ocupara mi lugar y aliviase mi presión. Sabía que hacer vídeos era muy importante, sin embargo, en todos los momentos cruciales, satisfacía mi carne sin asumir ninguna responsabilidad. Era como un niño cuyos padres educan hasta la edad adulta, pero cuando llega el momento de sacrificarse por su familia, tiene miedo de sufrir y no está dispuestos a asumir la responsabilidad. Esa clase de personas no tiene conciencia y es infeliz y desagradecida. Pensé que mi comportamiento había sido exactamente igual. Dios me había guiado hasta ese punto y también me había agraciado, permitiéndome realizar un deber tan importante, pero yo siempre tenía miedo de sufrir y solo escuchaba a mi carne. No tenía ninguna conciencia. Siempre me quejaba de la dureza de mi deber y odiaba prescindir de mis comodidades físicas. No solo perdía la oportunidad de recibir la verdad, sino que también hacía un desastre con mi deber y detrás de mí solo dejaba transgresiones. Estaba segura de que, al final, Dios me rechazaría y me descartaría.

Empecé a buscar una senda de práctica. Leí las palabras de Dios: “Supongamos que la iglesia te asigna un trabajo, y tú dices: ‘Sea o no este trabajo una oportunidad de sobresalir, ya que se me ha asignado, lo haré bien. Asumiré esta responsabilidad. Si me asignan a recepción, lo daré todo por recibir bien a la gente; atenderé bien a los hermanos y hermanas, y haré lo posible para mantener a todo el mundo a salvo. Si se me asigna la predicación del evangelio, me dotaré de la verdad, lo predicaré con amor y cumpliré bien con mi deber. Si se me asigna el aprendizaje de un idioma extranjero, lo estudiaré con diligencia, me esforzaré en ello y lo aprenderé bien cuanto antes, en uno o dos años, para poder dar testimonio de Dios a extranjeros. Si se me pide la redacción de artículos de testimonio, me formaré a conciencia para ello y para ver las cosas según los principios verdad; aprenderé el lenguaje y, aunque no sepa redactar artículos con una prosa hermosa, al menos sabré comunicar mi testimonio vivencial con claridad, enseñar de modo comprensible la verdad y dar sincero testimonio de Dios, de modo que, cuando la gente lea mis artículos, resulte edificada y beneficiada. Sea cual sea el trabajo que la iglesia me asigne, lo asumiré de todo corazón y con todas mis fuerzas. Si hay algo que no entiendo o surge un problema, le oraré a Dios, buscaré la verdad, resolveré los problemas según los principios verdad y lo haré bien. Sea cual sea mi deber, aprovecharé todo lo que tengo para realizarlo bien y satisfacer a Dios. En todo lo que pueda lograr, haré todo lo posible por asumir toda la responsabilidad que me corresponda y, como mínimo, no iré en contra de mi conciencia y mi razón, no seré negligente y superficial, no seré taimado y holgazán, ni disfrutaré de los frutos del trabajo de otros. Nada de lo que haga estará por debajo de los criterios de la conciencia’. Este es el criterio mínimo de la conducta humana, y quien cumpla con el deber de esa manera puede calificarse de persona concienzuda y razonable. Como mínimo, debes tener la conciencia tranquila en el cumplimiento del deber y sentir al menos que te ganas tus tres comidas diarias y no las gorroneas. Esto se llama sentido de la responsabilidad. Tengas mucha o poca aptitud, y comprendas o no la verdad, debes tener esta actitud: ‘Ya que se me ha asignado este trabajo, debo tomármelo en serio; debo convertirlo en mi preocupación y hacerlo bien de todo corazón y con todas mis fuerzas. En cuanto a si sé hacerlo a la perfección o no, no puedo atreverme a dar una garantía, pero mi actitud es que haré todo lo posible por hacerlo bien y, desde luego, no seré negligente y superficial al respecto. Si surge un problema en el trabajo, debo asumir la responsabilidad en ese momento, aprender una lección de ello y cumplir bien con mi deber’. Esta es la actitud correcta. ¿Tenéis vosotros esa actitud?(La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (8)). La palabra de Dios me inspiró mucho. Puesto que la iglesia me había puesto a cargo de este trabajo, tenía que asumir todas las responsabilidades que es capaz de asumir un adulto. Sin importar cuánta aptitud yo tuviera, lo capaz que fuera en mi trabajo ni el número de dificultades que afrontara en mi deber, no podía recular, tenía que seguir adelante y dedicarme por completo a hacer ese trabajo. Después, cuando terminábamos de hacer un vídeo y recibíamos sugerencias de otros, daba igual que fuese un problema del que no era consciente o que no sabía cómo resolver, siempre buscaba activamente una senda para arreglarlo o intentaba buscar a alguien con experiencia a quien pudiese consultar. Poco a poco, me fui familiarizando con esas habilidades y aclarando con los principios. Antes, siempre que había un problema complicado, normalmente se lo endilgaba a algún compañero, no contestaba rápidamente a los mensajes del grupo de chat, y me demoraba. Ahora puedo asumir activamente responsabilidades y soportar más carga en mi deber. Aunque se produzcan dificultades en el curso de nuestra cooperación, apoyándome en Dios con atención y comentándolo con los demás, la senda que debemos tomar resulta más clara.

Solo después de esa experiencia me di cuenta de lo egoísta y taimada que era, de que era traicionera y perezosa en mi deber, poco dispuesta a asumir responsabilidades. Cuando corregí mi actitud y estuve dispuesta a tomar conciencia de la carga de Dios y cooperar con todas mis fuerzas, vi el liderazgo y la guía de Dios, gané fe en mi interior y me mostré dispuesta a practicar ser una persona racional y concienzuda, que atiende a sus deberes.

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