79. Por solo 300000 yuanes
A eso de las 9 de la noche del 9 de octubre de 2009, cuando mi mujer, mi hija y yo estábamos reunidos, oímos de repente unos golpes insistentes en la puerta. Me apresuré a esconder nuestros libros de las palabras de Dios, y justo cuando mi mujer abrió la puerta irrumpieron siete policías, uno de ellos gritando: “Somos de la Brigada de Seguridad Nacional. ¡Os venís con nosotros!”. Me obligaron a entrar en un vehículo policial y tres agentes se quedaron para registrar nuestra casa. Más tarde me enteré de que, media hora después de llevarme a mí, también pusieron a mi mujer bajo custodia.
En el coche me amenazaron: “Tu líder ya ha sido arrestado. Mientras nos cuentes todo lo que sabes, no te pondremos las cosas difíciles”. También dijeron algunas cosas que calumniaban a la iglesia. Me enfadé mucho al oír todas esas mentiras que contaban, pero también sentí algo de miedo, ya que no sabía cómo me iban a torturar. Oré a Dios en mi corazón pidiéndole que me cuidara para que, independientemente de lo que sufriera, no me convirtiera en un Judas y traicionara a Dios. Me condujeron a la Brigada de Seguridad Nacional, y dos agentes de paisano me llevaron a una habitación del piso superior, y luego me empujaron contra un sofá. El capitán me preguntó: “¿Cuándo te hiciste religioso? ¿Dónde os reunís? ¿Quién es tu líder? ¿Cuántas personas hay en tu iglesia?”. No contesté. Se sacó unas fotos del bolsillo y me preguntó si reconocía a las personas que aparecían en ellas, a lo que respondí: “No”. Entonces dijo: “El Dios Todopoderoso en el que crees está expresamente prohibido en China. El Comité Central decretó hace mucho tiempo que cualquier iglesia clandestina debe ser eliminada, ¡así que será mejor que empieces a hablar ahora mismo!”. Continuó, exigiendo saber dónde estaban los 300000 yuanes (unos 45000 dólares) del dinero de la iglesia. Uno de los agentes aporreó la mesa y gritó, con los ojos muy abiertos: “Hemos encontrado los recibos y sabemos que tienes 300000 yuanes. ¡Tráenos ese dinero ahora mismo!”. Al ver esa mirada feroz en su rostro, me enfadé y respondí: “No es vuestro dinero. ¿Por qué me lo pedís? ¿Por qué queréis confiscarlo?”. Los dos agentes se abalanzaron sobre mí y empezaron a golpearme en la cara, y siguieron golpeándome sin cesar desde las 10 de la noche hasta las 12 de la mañana. Tenía el rostro y la cabeza totalmente hinchados, me zumbaban los oídos y me dolía todo el cuerpo. Me tumbé en el suelo, cerré los ojos y le oré en silencio a Dios, pidiéndole que me diera fuerzas y cuidara mi corazón, para que, aunque me mataran a golpes nunca entregara las ofrendas de Dios, nunca fuera un judas. La policía vio que no decía nada, así que me llevaron a un centro de detención y me dejaron esposado a una barandilla de hierro durante toda la noche.
Después me encerraron en el centro de detención. En los días siguientes, la policía me llevó a interrogarme tres veces para averiguar dónde estaba el dinero de la iglesia, y yo no les dije nada de nada. Poco después de las 8 de la mañana del 17 de octubre, la policía me llevó de nuevo a la Brigada de Seguridad Nacional, me esposó las manos y los pies a una silla de hierro en una sala de interrogatorios y me exigió saber dónde estaba ese dinero. Seguí sin decir nada. Un agente cogió una vara fina de bambú de doble capa, empezó a azotarme con ella en la cabeza y en la parte superior del cuerpo, y la utilizó para intentar obligarme a abrir la boca. Me zarandeó la cabeza de un lado a otro. Cuando no pudo abrirme la boca, me retorció las orejas con fuerza mientras tiraba de ellas hacia arriba con mucha fuerza y gritaba: “¡Te he hecho una maldita pregunta! ¿Estás sordo o qué? ¿Crees que vas a ignorarme? Te golpearé si te haces el duro, ¡y entonces veremos quién es el duro de verdad!”. Diciendo esto, me tiró de las patillas, y luego de los pelos de la coronilla hacia delante y hacia atrás. Parecía que me iba a arrancar el cuero cabelludo, y me sentí realmente mareado. Me atormentaron sin parar hasta cerca de las 10 de la noche y, al ver que me negaba rotundamente a hablar, me dijeron con malicia: “¡Esto es todo por hoy, pero será mejor que te lo pienses bien esta noche y nos des algunas respuestas mañana!”. Tenía marcas por todo el cuerpo de los golpes que me habían dado y la espalda me ardía de dolor. Como no sabía lo que me esperaba al día siguiente, me sentía un poco débil, así que oré en silencio: “¡Dios todopoderoso! Por favor, protégeme y dame fe para que no sea un judas ni te traicione, aunque eso signifique mi muerte”.
A la noche siguiente, el capitán de la Brigada de Seguridad Nacional vino a interrogarme. Me miró con desprecio y gritó: “Las pruebas están delante de nuestras narices, pero no las quieres admitir. Te sugiero que espabiles y lo sueltes, ¡o lo pagarás caro!”. Al ver que seguía sin hablar, se enfadó tanto que se levantó y apretó los puños con una expresión demoníaca. De verdad, no sabía cómo iba a aguantarlo si empezaba a golpearme con esos puños. Oré rápidamente: “¡Dios todopoderoso! Por favor, quédate conmigo y llévate mi miedo. Guíame para mantenerme firme en el testimonio”. Después de mi oración recordé algo que dijo Dios: “Aquellos en el poder pueden parecer despiadados desde fuera, pero no tengáis miedo, ya que esto es porque tenéis poca fe. Siempre y cuando vuestra fe crezca, nada será demasiado difícil” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 75). Por muy feroz que sea la policía, también ellos están en manos de Dios. No pueden hacerme nada sin el permiso de Dios, así que supe que tenía que apoyarme en Él para mantenerme firme en el testimonio. Este pensamiento fortaleció mi fe y ya no sentí tanto miedo. En ese momento, un agente calvo me miró y gritó: “Si no hablas tenemos algunos trucos bajo la manga. Te llevaremos a la oficina provincial y esos tipos podrán abrirte la boca definitivamente”. Pero seguí sin decir nada por mucho que me amenazaran.
Unos días después me llevaron a otra sala de interrogatorios de la Brigada de Seguridad Nacional. Las cuatro paredes estaban cubiertas con esponjas muy gruesas y había una silla de hierro colocada en el centro de la sala. Un agente me sentó en la silla, me sujetó las manos y los pies a ella y pasó a interrogarme sobre el paradero del dinero de la iglesia. Me preguntó con fiereza: “¿Vas a entregar esos 300000 o no? ¿Crees que todo va a ir bien si no dices nada? Me sobra tiempo para ocuparme de ti”. Cogió una de esas varas de bambú y empezó a azotarme muy fuerte en la parte superior del cuerpo mientras gritaba: “¿Estás sordo o qué? ¿Me has oído?”. Entonces me tiró con fuerza de las orejas hacia arriba y luego hizo lo mismo con el pelo de mis sienes. Me agarró de la coronilla y me sacudió de un lado a otro con toda la fuerza que pudo. Era un dolor insoportable, como si mi cuero cabelludo estuviera a punto de romperse. Después empezaron a azotarme de nuevo con el bambú y me salieron marcas por todo el cuerpo, hinchadas y sanguinolentas. El dolor era realmente difícil de soportar. Odiaba profundamente a aquellos policías y también sentía algo de miedo, pues no sabía cuánto tiempo iban a seguir torturándome o si podría soportarlo. Le rogué a Dios: “Oh, Dios, Satanás me está torturando sin descanso, intenta quebrar mi determinación para que te traicione y así poder robar el dinero de la iglesia. Dios, tengo miedo de no ser capaz de soportarlo físicamente. Por favor, protégeme y dame fe”. Pensé en un himno de las palabras de Dios después de mi oración, llamado “El dolor de las pruebas es una bendición de Dios”: “No te desanimes, no seas débil; y Yo te aclararé las cosas. El camino que lleva al reino no es tan fácil. ¡Nada es tan simple! Queréis que las bendiciones vengan a vosotros fácilmente, ¿no es así? Hoy, todos tendréis que enfrentar pruebas amargas. Sin esas pruebas, el corazón amoroso que tenéis por Mí no se hará más fuerte ni sentiréis verdadero amor hacia Mí. Aun si estas pruebas consisten únicamente en circunstancias menores, todos deben pasar por ellas; es solo que la dificultad de las pruebas variará de una persona a otra. Las pruebas son una bendición proveniente de Mí. ¿Cuántos de vosotros venís a menudo delante de Mí y suplicáis de rodillas que os dé Mis bendiciones? Siempre pensáis que unas cuantas palabras favorables cuentan como Mi bendición, pero no reconocéis que la amargura es una de Mis bendiciones” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 41). Al considerar las palabras de Dios, me di cuenta de que experimentar la opresión y las dificultades se debe a que Dios está perfeccionando nuestra fe. Dios esperaba que yo pudiera dar testimonio de Él ante Satanás. Por mucho que sufriera en la carne, no podía ceder ante Satanás, sino que tenía que mantenerme firme en el testimonio de Dios y satisfacerle. Pensando en ello, no me pareció tan difícil, así que apreté los dientes y soporté la tortura. Me amenazaron cuando vieron que seguía sin hablar después de haberme golpeado durante 10 o 15 minutos: “No dices nada, ¿no tienes miedo a la cárcel? Si te encierran será una mancha permanente. Tus hijos nunca entrarán en la administración pública ni podrán afiliarse al Partido. Estarás arruinando su futuro”. No me afectó lo que dijeron porque sabía en mi corazón que el destino de las personas está totalmente en manos de Dios. El futuro de mis hijos estaba sujeto a la soberanía y las disposiciones de Dios, y la policía no tenía ningún poder al respecto. En ese momento, uno de los agentes llamó a mi hija y oí su voz desde el otro lado: “¡Papá! ¿Estáis bien tú y mamá ahí dentro?”. Le dije: “Estamos bien, no te preocupes. Quédate en casa y cuida de tu hermano”. La policía intentó otra táctica cuando vio que aquella no había funcionado, uno me dijo: “Voy a ser sincero contigo. Tu cuñado y yo somos del mismo pueblo y trabajamos en la misma unidad. El secretario de tu pueblo y yo también hicimos el servicio militar juntos. He preguntado por ahí sobre ti y todo el mundo dice que eres un buen tipo, así que dinos lo que sabes y te dejaremos libre”. Seguro de que esto era un truco de Satanás, le oré en silencio a Dios, pidiéndole que guardara mi corazón. Como no respondí, continuó: “Tu mujer ya ha hablado, así que dinos lo que queremos saber. ¿Dónde están esos 300000?”. Le dije: “No tengo nada que decir”. Empezaron a torturarme de nuevo cuando vieron que sus señuelos no funcionaban.
Una noche no me dejaron comer ni dormir, y en cuanto cerraba los ojos, empezaban a darme golpes en la cabeza con el bambú. Si encorvaba ligeramente la espalda, me golpeaban muy fuerte. Era octubre, así que las noches eran muy frías y yo no llevaba más que un traje y una camisa. A altas horas de la madrugada tenía tanto frío que me daban escalofríos por todo el cuerpo. Uno de los agentes me gritó: “No creas que lo tendrás fácil si no hablas. ¡Morirás en la miseria!”. Oír esto me debilitó un poco. No sabía cuánto tiempo me iban a torturar ni si sería capaz de seguir aguantando. Oraba a Dios sin parar, pidiéndole que me guiara y velara por mí. También adopté la resolución de que, independientemente de a qué pudiera enfrentarme, nunca sería capaz de traicionar a Dios. Los policías que hacían turnos rotativos en ese momento iban muy abrigados y todos se resfriaron, pero aunque yo solo llevaba una camisa fina y me torturaban toda la noche, estaba perfectamente bien. Di gracias a Dios por Sus cuidados. Un agente rezongó, tosiendo: “¡Este catarro que tengo es culpa tuya!”. Entonces uno de ellos vino y me golpeó en el lado izquierdo de la cara con tanta fuerza que vi las estrellas. Me pareció que toda la habitación daba vueltas. Otro estaba a un lado riendo sin parar, y luego se acercó y me golpeó muy fuerte en el lado derecho de la cara, gritando: “¿Vas a hablar o qué? ¿Dónde está ese dinero? Todos hemos enfermado por culpa de este interrogatorio. Te golpearemos hasta la muerte y listo”. Mientras decía esto, me apretó las esposas con mucha fuerza en las muñecas, y luego les dio varios fuertes golpes con el codo hasta que se me incrustaron profundamente en la carne. Sentí como si se me fueran a romper las manos. No tardaron en tornarse negras y azules. Sentía un dolor acuciante, me temblaba el cuerpo entero y sudaba profusamente. Semejante dolor es indescriptible. En ese momento, mi sensación era que estaba al límite de lo que podía soportar, así que oraba a Dios una y otra vez, pidiéndole que me protegiera para poder mantenerme firme. Al reparar en mi aspecto dolorido, un agente que estaba a un lado se burló de mí: “¡Tú crees en Dios, así que haz que venga a salvarte!”. Sabía que Satanás me estaba poniendo a prueba. Sabía que el Partido Comunista quería utilizar la tortura para conseguir que traicionara y negara a Dios, pero cuanto más me perseguía, más claramente veía su malvado rostro que odiaba y se oponía a Dios, y más decidido estaba a tener fe y seguirle. Entonces oré: “¡Dios! La brutal tortura que me inflige hoy el Partido Comunista es algo que Tú permites que ocurra para que sea capaz de percibir que se trata del diablo Satanás, que es Tu enemigo. Estoy dispuesto a abandonarlo y rechazarlo de corazón, y estoy firmemente decidido a seguirte”.
Después de eso, un agente me pisó con mucha fuerza las esposas varias veces con el tacón de su zapato, logrando que se me clavaran profundamente en las muñecas. Me invadió un dolor tan intenso que no podía ni respirar. Una hora más tarde se me empezaron a ennegrecer las manos y las venas de todo mi cuerpo estaban distendidas. Parecía que estaba a punto de estallarme la cabeza e incluso me dolía el corazón. Sentía un dolor por todo el cuerpo que ni siquiera puedo describir. Tenía miedo de acabar perdiendo el uso de las manos si aquello continuaba. Pensé en mi anciano padre, que necesitaba que lo cuidaran, y en mi hija y mi hijo, que aún estábamos criando. ¿Cómo iba a cuidar de ellos, de los jóvenes y los mayores, si perdía las manos? Tal vez podría contarles algunas cosas intrascendentes. Pero entonces supe que venderme significaría que me convertiría en un pecador por los siglos de los siglos. Por otro lado, era cierto que no podía soportar más aquella tortura, y solo quería morir para poner fin a tal sufrimiento, de esa manera tampoco traicionaría a Dios. Quería empalarme en la esquina de la mesa para morir y acabar de una vez. Entre lágrimas, dediqué mi última oración a Dios: “¡Dios todopoderoso! Debido a Tu gracia pude experimentar Tu obra de los últimos días. No quiero morir tan pronto, pero realmente no puedo soportar más la tortura de Satanás y tengo miedo de terminar traicionándote. No quiero hacerte daño”. Durante mi oración me vinieron a la mente algunas palabras de Dios: “Durante estos últimos días debéis dar testimonio de Dios. No importa qué tan grande sea vuestro sufrimiento, debéis caminar hasta el final e, incluso hasta vuestro último suspiro, debéis seguir siendo fieles a Dios y estar a merced de Él; solo esto es amar verdaderamente a Dios y solo esto es el testimonio sólido y rotundo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios). Las palabras de Dios reforzaron mi fe. Dios me estaba permitiendo sufrir ese dolor para perfeccionar mi fe, pero al no entender Su voluntad, no estaba pensando en cómo mantenerme firme en el testimonio de Dios ante Satanás. Solo pensaba en cómo escapar de esa situación. ¡Qué egoísta soy! Sabía que no podía morir de esa manera; mientras me quedara un solo aliento, tenía que mantenerme firme en el testimonio de Dios. Oré: “Dios, mi vida está en Tus manos y quiero someterme a lo que planeas para mí. Por favor, dame fe y protégeme para que pueda seguir siendo fuerte”. La policía vio que no iba a sacarme nada y me dijeron, amenazadores: “Piénsalo bien esta noche, volveremos mañana a hacerte algunas preguntas”.
En ese momento había pasado tres días y dos noches sin dormir. Estaba al límite del agotamiento, me dolía el corazón y todo el cuerpo, tanto que era demasiado para soportarlo. La idea de que la policía siguiera interrogándome al día siguiente me mantuvo despierto toda la noche, orando a Dios sin parar: “¡Oh, Dios! Tengo miedo de que la policía siga torturándome mañana y no pueda resistirlo físicamente. Dios, por favor, protégeme y dame fe y fuerza. Quiero dar testimonio y humillar a Satanás”. Recordé algo de las palabras de Dios después de mi oración: “Cuando te enfrentes a sufrimientos debes ser capaz de no considerar la carne ni quejarte contra Dios. Cuando Él se esconde de ti, debes ser capaz de tener la fe para seguirlo, de mantener tu amor anterior sin permitir que flaquee o desaparezca. Independientemente de lo que Dios haga, debes respetar Su designio, y estar más dispuesto a maldecir tu propia carne que a quejarte contra Él. Cuando te enfrentas a pruebas, debes satisfacer a Dios, a pesar de cualquier reticencia a deshacerte de algo que amas o del llanto amargo. Sólo esto es amor y fe verdaderos” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Consideré las palabras de Dios y me di cuenta de que Él permitía que eso me sucediera para demostrar si tenía o no verdadera fe, y para darme la oportunidad de mantenerme firme en el testimonio de Dios. Pensé en Job, al que Satanás puso a prueba, que perdió todas sus posesiones, a sus hijos, y tenía todo el cuerpo lleno de llagas. Aun así, Job no culpó a Dios, sino que alabó Su nombre, dando un rotundo testimonio de Él. Pedro también sufrió persecución y estuvo perfectamente dispuesto a ser crucificado cabeza abajo por Dios; tanto lo amó y se sometió a Él que entregó su vida. Pero yo, después de las crueles torturas de unos policías, solo pensaba en mi propia carne y quería escapar tras solo un poco de sufrimiento. No tenía verdadera fe y obediencia a Dios, y mucho menos testimonio alguno. Me sentía más avergonzado cuanto más pensaba en ello, y oré: “Dios, mi vida no vale nada. No importa lo que me haga la policía después de esto, no importa el sufrimiento físico que tenga que pasar, quiero dejar de pensar solo en mí. Quiero ponerme en Tus manos y someterme a Tus orquestaciones y arreglos”. Después de esa oración ocurrió algo sorprendente: todo el dolor de mi cuerpo desapareció y me sentí como si de repente fuera mucho más ligero. Le di gracias a Dios de todo corazón. Al día siguiente, alrededor de las 8 de la mañana, la policía volvió a interrogarme, exigiendo saber dónde estaba el dinero, pero daba igual cómo me lo preguntaran, yo solo decía que no lo sabía. Hicieron varias rondas más de interrogatorios, y cuando siguieron sin sacarme ninguna información útil, me dejaron con un comentario de despedida: “¡Pásalo bien en la cárcel!”. Pensé para mis adentros que, aunque me quedara en la cárcel hasta el final de mis días, nunca traicionaría a Dios.
Después de retenerme durante un mes, al final me condenaron a un año de reeducación mediante el trabajo, acusándome de “utilizar una organización de culto para socavar el cumplimiento de la ley”. Comprobar cuánto odia el Partido Comunista a la gente de fe me recordó algo que dijo Dios: “Poco sorprende, pues, que el Dios encarnado permanezca totalmente escondido: en una sociedad oscura como esta, donde los demonios son inmisericordes e inhumanos, ¿cómo podría el rey de los demonios, que mata a las personas sin pestañear, tolerar la existencia de un Dios hermoso, bondadoso y además santo? ¿Cómo podría aplaudir y vitorear Su llegada? ¡Esos lacayos! Devuelven odio por amabilidad, empezaron a tratar a Dios como un enemigo hace mucho tiempo, lo han maltratado, son en extremo salvajes, no tienen el más mínimo respeto por Dios, roban y saquean, han perdido toda conciencia, van contra toda conciencia, y tientan a los inocentes para que sean insensibles. ¿Antepasados de lo antiguo? ¿Amados líderes? ¡Todos ellos se oponen a Dios! ¡Su intromisión ha dejado todo lo que está bajo el cielo en un estado de oscuridad y caos! ¿Libertad religiosa? ¿Los derechos e intereses legítimos de los ciudadanos? ¡Todos son trucos para tapar el pecado! […] ¿Por qué levantar un obstáculo tan impenetrable a la obra de Dios? ¿Por qué emplear diversos trucos para engañar a la gente de Dios? ¿Dónde están la verdadera libertad y los derechos e intereses legítimos? ¿Dónde está la justicia? ¿Dónde está el consuelo? ¿Dónde está la cordialidad? ¿Por qué usar intrigas engañosas para embaucar al pueblo de Dios? ¿Por qué usar la fuerza para reprimir la venida de Dios? ¿Por qué no permitir que Dios vague libremente por la tierra que creó? ¿Por qué acosar a Dios hasta que no tenga donde reposar Su cabeza? ¿Dónde está la calidez entre los hombres?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (8)). El Partido Comunista trata de aparentar que está lleno de virtudes y moralidad, parloteando sobre la libertad religiosa, mientras emplea secretamente tácticas para arrestar y perseguir al pueblo escogido de Dios, con el vano pensamiento de que pueden hacer una limpia de creyentes. La humanidad fue creada por Dios y que tengamos fe y adoremos a Dios es correcto y natural, pero el Partido Comunista nos está arrestando y oprimiendo desenfrenadamente, tratando de que neguemos y traicionemos a Dios. Me di cuenta de que tener al Partido Comunista en el poder era igual que tener a Satanás; el Partido odia la verdad y a Dios. Es, en esencia, Satanás el diablo que es hostil a Dios. Antes no me daba cuenta de la esencia demoníaca del Partido Comunista, pero este arresto me proporcionó cierto discernimiento y llegué a ser capaz de abandonarlo y rechazarlo de corazón. Me volví además más decidido en mi confianza para seguir a Dios.
Me llevaron a un campo de trabajo el 9 de noviembre de 2009, donde la policía encargó a otros dos presos que me vigilaran. Nunca se separaban de mí, y tenía que pedirles permiso hasta para usar el baño. Los guardias de la prisión no me dejaban hablar con nadie, por miedo a que compartiera el evangelio, y tenía que recitar las reglas de la prisión todos los días. Si me equivocaba en el recitado, tenía que permanecer de pie como castigo. Realizaba trabajos extremadamente duros desde la mañana hasta la noche, día tras día, y si no lograba terminar mis tareas me maldecían, me golpeaban y me castigaban con permanecer de pie. Lo que me daban de comer era peor que la bazofia con la que se alimenta a un cerdo. En cada comida solo recibía un pequeño bollo al vapor y una sopa aguada que solo tenía un trozo de zanahoria del tamaño de un dedo meñique. Siempre trabajaba con el estómago vacío. Cuando me sentía miserable y deprimido, le oraba a Dios o tarareaba en voz baja algunos himnos de las palabras de Dios. Así sobrellevé aquel año de vida en la cárcel.
Al salir de la cárcel, la policía me advirtió: “No puedes alejarte de casa durante todo un año. Has de estar preparado para presentarte en el momento en que te llamemos”. Al llegar a casa me enteré de que, tras la detención de mi mujer, la policía también la había interrogado sin parar sobre dónde estaba el dinero de la iglesia. Ella no les dijo nada y fue liberada de otro centro de detención después de pasar retenida 23 días. Cuando la policía no pudo obtener ninguna información sobre dónde estaba el dinero, fue a nuestra casa para registrarla dos veces, incluso abriendo los techos e interrogando a nuestros dos hijos sobre nuestra fe. Hasta fueron al colegio de nuestro hijo para acosarlo. Nuestros hijos se asustaron tanto que vivían constantemente en alerta y no tenían nunca sensación de seguridad. Ver cómo esos agentes no dejaban en paz a un par de niños con tal de conseguir algo de dinero me llenó de odio hacia esos demonios del Partido Comunista. Después de salir, la vigilancia policial me impedía leer las palabras de Dios o asistir a reuniones. No tuve más remedio que salir de la ciudad para compartir el evangelio y cumplir con mi deber. La policía me sigue persiguiendo a día de hoy, y continúa presionando a mis familiares y a los hermanos con los que solía estar en contacto, a fin de que les aporten información sobre mi paradero.
Sufrí algunos padecimientos físicos a lo largo de esta persecución y estas dificultades, pero experimenté verdaderamente el amor de Dios. Mientras me torturaban, cada vez que me hallaba en mi absoluto límite, fueron las palabras de Dios las que me dieron fe y fuerza y me mostraron el camino para mantenerme fuerte. También fueron las palabras de Dios las que me llevaron a calar los trucos de Satanás y a superar una tras otra sus tentaciones. En todo este proceso, pude notar el poder y la autoridad de las palabras de Dios y que solo Él puede salvar a la humanidad. Mi fe en Dios creció. También vi claramente la cara malvada del Partido Comunista, que odia a Dios y obra contra Él. Fui capaz de abandonarlo y rechazarlo desde el fondo de mi corazón. No importa cuánta persecución y dificultades pueda sufrir en el futuro, ¡cumpliré totalmente con mi deber de satisfacer a Dios!