82. Bajo una tortura incesante

Por Wu Ming, China

Un día de diciembre de 2000, sobre las 5 de la tarde, mi mujer y yo estábamos reunidos en casa con un hermano y una hermana cuando, de repente, oímos un fuerte “pum, pum, pum” en la puerta. Me apresuré a esconder nuestros libros. Entonces, seis o siete policías irrumpieron en la habitación. Uno de ellos gritó: “¿Qué estáis haciendo? ¿Estáis celebrando una reunión?”. Después de obligarme a firmar una orden de registro, pusieron la casa patas arriba y lo dejaron todo hecho un absoluto caos. Encontraron libros de la palabra de Dios y dos grabadoras. El subjefe de la Sección de Seguridad Política, de apellido Lyu, se acercó a mí con unos cuantos libros de la palabra de Dios y me dijo: “Estas son pruebas para tu arresto”. Luego nos metieron en un coche. Le oré en silencio a Dios: “Oh, Dios, hoy has permitido que nos capturen. Por mucho que me torture la policía, me niego a convertirme en un judas y traicionarte”.

Cuando llegamos a la comisaría, nos interrogaron por separado. Un agente apellidado Jin me preguntó: “¿Quién te dio esos libros de tu casa? ¿Quién te convirtió? ¿Quién es tu líder?”. No dije ni una palabra, así que dijo con crueldad: “¿Vas a hablar? ¡Si no hablas, estás muerto!”. Al ver que no iba a hablar, un agente de policía me golpeó despiadadamente en la cabeza varias veces y luego me abofeteó con fuerza otras más. Acabé viendo las estrellas y la cara me dolía mucho. A continuación, me pisoteó el muslo con fuerza varias veces. El agente Jin me golpeó en la cara con una revista enrollada y dijo con crueldad: “No perdamos el tiempo hablando con él. ¡Atémoslo y que vea de lo que somos capaces!”. Entonces, un agente de policía trajo una cuerda de poco más de medio centímetro de grosor y me quitó la ropa, dejándome solo con unos finos calzoncillos largos. Me agarraron de los brazos y me empujaron al suelo, me rodearon el cuello con la cuerda, cruzándomela por el pecho, luego me ataron los brazos, utilizaron la cuerda para atarme las manos por detrás de la espalda y la anudaron a la parte que tenía alrededor del cuello, tirando luego con fuerza hacia arriba. Se me juntaron los hombros dolorosamente, y la fina cuerda se me clavó en la carne. Me pareció que se me rompían los brazos y sentí un dolor tremendo. Me hicieron separar las piernas a 90 grados e inclinar la cabeza hacia abajo con la cintura también flexionada a 90 grados. Al poco tiempo, me sentí mareado y como si se me fueran a salir los ojos de las órbitas. No paraba de caerme sudor del rostro, que encharcó todo el suelo. Estaba cansado y dolorido, me temblaba el cuerpo y no podía sostenerme en pie. Quería juntar las piernas y descansar un momento, pero, si me movía ligeramente, Jin me daba una patada en el trasero y me ordenaba que no lo hiciera. El dolor era insoportable. Estaba enfadado y lleno de odio, y pensé: “Hay muchos criminales a los que no perseguís. Yo soy creyente en Dios y voy por la senda correcta, no infrinjo ninguna ley, pero me torturáis. ¡Esto es de una maldad increíble!”. Pensé en las palabras de Dios que dicen: “¿Antepasados de lo antiguo? ¿Amados líderes? ¡Todos ellos se oponen a Dios! ¡Su intromisión ha dejado todo lo que está bajo el cielo en un estado de oscuridad y caos! ¿Libertad religiosa? ¿Los derechos e intereses legítimos de los ciudadanos? ¡Todos son trucos para tapar el pecado!(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (8)). Al fin contemplé el feo rostro del PCCh tal y como es. Dicen que hay “libertad de religión” y que “la policía del pueblo es para el pueblo”, ¡pero es todo mentira! El Partido Comunista usa el pretexto de honrar la libertad de culto, pero, en realidad, son despiadados con los creyentes, y les encantaría eliminarnos a todos. El Partido Comunista es el diablo Satanás, que se resiste a Dios y lo odia. Pensé para mis adentros: “Cuanto más me torturen, más fe tendré, ¡hasta el final!”.

Una media hora después, sentía debilidad en todo el cuerpo y tenía la cabeza y los ojos hinchados. Tenía las piernas totalmente entumecidas y había perdido la sensibilidad en los brazos y en las manos. Mi ropa estaba toda empapada. Fue entonces cuando oí a Jin decir: “No podéis usar la cuerda más de media hora, si no, los brazos se quedarán inservibles”. Cuando dijo eso, desataron la cuerda. En cuanto lo hicieron, me desplomé contra el suelo con todo el cuerpo dolorido. Entonces, dos policías me agarraron las manos por ambos lados y me movieron los brazos en círculos como si estuvieran haciendo girar una cuerda grande. Me dolían mucho las manos después de que me las giraran varias veces. Jin me preguntó de nuevo: “¿De dónde has sacado esos libros? ¿Quién es tu líder? ¿Quién te ha convertido? ¡Dímelo ya!”. Entonces, Lyu dijo con fingida amabilidad: “Nos lo dices y ya está, no es para tanto. Si nos lo dices, no tendrás que sufrir más”. Yo pensé: “¡Creen que voy a delatar a mis hermanos y hermanas!”. Exasperado porque yo no hablaba, Jin dijo: “¡Volved a ponerle la cuerda y veamos cuánto tiempo aguanta!”. Me ataron de nuevo, esta vez más fuerte que antes. Me ataron la cuerda por los mismos sitios, y sentí un dolor incluso mayor que antes. En mi corazón, seguí orándole a Dios, pidiéndole que me concediera fe y que me ayudara a superar el dolor de la carne. Pasada media hora, vieron que no les iba a responder y aflojaron la cuerda.

A eso de las 12:30 de la noche, la policía me llevó a un centro de detención. Allí solo comía dos veces al día, y cada comida consistía solamente en un bollo al vapor y una pequeña ración de verduras. Los bollos estaban rellenos de mazorcas de maíz trituradas, la mitad de las verduras estaban podridas y el fondo del cuenco estaba lleno de barro. Todos los días, desde las seis de la mañana hasta las ocho de la tarde, tenía que permanecer sentado con las piernas cruzadas, excepto para las comidas y una media hora por la mañana que podía salir al exterior. Si me movía un poco mientras estaba sentado, alguien me golpeaba. Tenía un corte en los hombros a causa de la tortura con la cuerda en la comisaría. El líquido amarillento que rezumaba se me filtraba a través de la ropa, y las muñecas también me habían empezado a sangrar y a hincharse hasta tornarse de un color rojizo y amoratado. Sufría un dolor insoportable en todas las articulaciones de mi cuerpo, e incluso levantarme para ir al baño me resultaba realmente difícil. Me parecía que aquel no era un lugar apto para los humanos y no sabía cuándo terminarían por fin aquellos oscuros días en la cárcel. Estos pensamientos me atormentaban mucho. Entre tanto dolor, oré a Dios sin parar, pidiéndole que me guiara para poder entender Su voluntad, ser fuerte y mantenerme firme en mi testimonio. Pensé en estas palabras de Dios: “Durante estos últimos días debéis dar testimonio de Dios. No importa qué tan grande sea vuestro sufrimiento, debéis caminar hasta el final e, incluso hasta vuestro último suspiro, debéis seguir siendo fieles a Dios y estar a merced de Él; solo esto es amar verdaderamente a Dios y solo esto es el testimonio sólido y rotundo(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios). Pensar en las palabras de Dios me resultó alentador. Me encontraba en esa situación con el permiso de Dios. Dios estaba utilizando ese entorno tan difícil para perfeccionar mi fe y mi amor. Esperaba que yo pudiera mantenerme firme en mi testimonio y humillara a Satanás. Pero, si pretendía escapar después de haber sufrido solo un poco, ¿qué clase de testimonio sería ese? Aunque sufrí la tortura de la policía, eso me ayudó a ver claramente la esencia demoníaca del Partido Comunista en su oposición a Dios, de modo que, desde lo más profundo de mi corazón, pude odiar y renunciar al PCCh, que ya no podía engañarme. Esa era la salvación de Dios para mí. No me sentía tan miserable una vez que comprendí la voluntad de Dios, y me prometí a mí mismo: “Por mucho que sufra, seguiré apoyándome en Dios y manteniéndome firme en mi testimonio de Él”.

Un día, alguien de la Sección de Seguridad Política vino a interrogarme y me puse un poco nervioso. No sabía qué clase de tortura iban a emplear conmigo. Oré en silencio a Dios y le pedí que protegiera mi corazón. En la sala de interrogatorios, el subjefe Lyu dijo sin ninguna sinceridad: “Confiesa y ya está, en cuanto nos lo digas, podrás volver a casa. Hemos estado allí. Tus hijos son muy pequeños; es muy triste que no haya nadie para cuidarlos. Habla y ya está”. Oírle mencionar a mis hijos me fue difícil de soportar. Pensé: “El Partido Comunista nos ha detenido a mi mujer y a mí, y ahora incluso nuestros hijos están implicados. ¿Cómo podrán arreglárselas sin nadie que se ocupe de ellos a tan corta edad?”. Fue entonces cuando pensé en las palabras de Dios que dicen: “En todo momento, Mi pueblo debe estar en guardia contra las astutas maquinaciones de Satanás, protegiendo la puerta de Mi casa para Mí […] para evitar caer en la trampa de Satanás, momento en el que sería demasiado tarde para lamentarse(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 3). Me di cuenta de que esto era un truco de Satanás. La policía estaba usando mis emociones para tentarme y hacer que traicionara a Dios. No podía creerme sus palabras. Entonces pensé en las palabras de Dios que dicen: “De todo lo que acontece en el universo, no hay nada en lo que Yo no tenga la última palabra. ¿Hay algo que no esté en Mis manos?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 1). Dios lo gobierna todo y mis hijos estaban en Sus manos. Estaba dispuesto a confiar mis hijos a Dios e, independientemente de las artimañas que la policía utilizara contra mí, ¡me mantendría firme y nunca me convertiría en un judas! Lyu seguía preguntándome por la iglesia y, cuando no le respondía, Jin me daba puñetazos y patadas mientras me gritaba: “¡Si no hablas, te mataré a golpes!”. La cabeza me daba vueltas a causa de la paliza. Jin me golpeó durante un rato hasta que se quedó sin aliento, y luego dijo en un tono feroz: “¿Crees que te irá bien si no hablas? ¡Pasarás un buen tiempo en prisión! Sabemos bien cómo debemos tratarte”. Mientras hablaba, me quitó a la fuerza el abrigo, los zapatos de algodón y los calcetines. Me subió los pantalones hasta dejarme las pantorrillas al descubierto, me arrastró hasta un gran camión situado fuera de la sala de interrogatorios y luego me esposó las manos a la manilla de la puerta. La puerta estaba tan alta que las manos se me quedaron colgando por encima de la cabeza. Había medio metro de nieve en el suelo. Jin retiró unos tres metros cuadrados de nieve del sitio donde yo estaba, dejando al descubierto un suelo arenoso cubierto por una fina capa de hielo. Me obligó a ponerme de pie sobre el hielo; estaba descalzo y me dijo con ferocidad: “Si no hablas, te quedarás ahí hasta casi congelarte. ¡Serás un lisiado para el resto de tu vida!”. Acto seguido, se metió dentro.

Aquel invierno fue particularmente frío. Hacía unos 20 grados bajo cero en el exterior. En cuanto me esposaron, sentí que se me helaban hasta los huesos; el lugar en el que me encontraba estaba especialmente expuesto al azote del viento. Poco a poco, fui perdiendo la sensibilidad en el cuerpo. Seguí orando a Dios en mi corazón: “Dios, me pongo totalmente en Tus manos. Por favor, dame fe, fuerza y voluntad para superar este sufrimiento”. Después de orar, canté en silencio un himno de las palabras de Dios, “Deberías abandonar todo por la verdad”:

1 Debes sufrir adversidades por la verdad, debes entregarte a la verdad, debes soportar humillación por la verdad y, para obtener más de la verdad, debes padecer más sufrimiento. Esto es lo que debes hacer. […]

2 Debes buscar todo lo que es hermoso y bueno, y debes buscar un camino en la vida que sea de mayor significado. Si llevas una vida tan vulgar y no buscas ningún objetivo, ¿no estás malgastando tu vida? ¿Qué puedes obtener de una vida así? Debes abandonar todos los placeres de la carne en aras de una verdad y no debes desechar todas las verdades en aras de un pequeño placer. Las personas así, no tienen integridad ni dignidad; ¡su existencia no tiene sentido!

La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio

Me sentí animado. No podía ceder ante Satanás. Aunque muriera congelado aquel día, ¡me mantendría firme en mi testimonio de Dios! A eso de la media hora, un guardia del centro de detención pasó por allí y me vio esposado a la puerta del camión. Mientras se dirigía a la sala de interrogatorios, gritó en voz alta: “No se puede interrogar a la gente así. No podemos aceptar a nadie medio muerto de frío”. Poco después de que el guardia entrara, Jin y los demás salieron y me volvieron a meter a rastras en el interior. En ese momento, mis manos y mis pies ya habían perdido la sensibilidad, tenía la boca entumecida por el frío y me palpitaba el corazón. Me pasé sentado en el suelo más de una hora antes de empezar a volver a entrar en calor muy lentamente. Lyu me vio dolorido y se regodeó: “Sois peores que los ladrones, al menos ellos tienen habilidad. Vosotros sufrís todo este dolor solo por creer en Dios, no vale la pena realmente. Serás sentenciado aunque no hables”. Me enfureció mucho escuchar aquello. Estos policías le dan la vuelta a la verdad. Piensan que el delito de robo es una habilidad, pero, a los creyentes, que andamos por la senda correcta, nos tratan como criminales, ¡como a sus enemigos mortales a los que han de torturar de una manera tan inhumana! Al contemplar sus rostros llenos de maldad, los maldije en mi corazón. Al final, viendo que no iba a hablar, me enviaron de regreso a la celda.

Aquella noche los pies me picaban y me dolían, y se me llenaron de ampollas. A la mañana siguiente, estaban cubiertos de ampollas llenas de sangre, como si me hubiera quemado con agua hirviendo. Cada vez me salían más: las grandes eran como yemas de huevo y, las pequeñas, del tamaño de las yemas de los dedos. Me era imposible caminar y quería rascarme, pero no me atrevía. Cuando se me reventaron las ampollas, se me pegaron a los calcetines. Tenía las pantorrillas completamente entumecidas y me picaban. Caí malo con fiebre y la cara se me puso muy roja. Al tercer día, los pies se me habían infectado y estaban tan inflamados que no me cabían ni en las zapatillas más grandes. Las pantorrillas se me habían hinchado al doble de su tamaño normal y tenía los tobillos amoratados. Como tenían miedo a que los hicieran responsables de mi estado, los guardias me enviaron al hospital. El médico dijo que tenía el tobillo derecho infectado y lleno de úlceras, y que había que operarme. En la sala de operaciones, escuché al médico decirle al resto del personal: “Hace un par de días tuvimos otro preso así. Tenía la pierna infectada de la misma manera y acabó muriendo de osteomielitis”. Me asusté al escuchar al médico decir eso. Tenía los pies infectados y ni siquiera podía caminar. ¿También iba a tener osteomielitis? De ser así, acabaría muerto o discapacitado. Entonces, ¿qué iba a hacer? Todavía era muy joven y toda mi familia dependía de mí. Cuanto más lo pensaba, más sufría, y entonces recordé un himno de las palabras de Dios titulado “Cómo ser perfeccionado”: “Cuando te enfrentes a sufrimientos debes ser capaz de no considerar la carne ni quejarte contra Dios. Cuando Él se esconde de ti, debes ser capaz de tener la fe para seguirlo, de mantener tu amor anterior sin permitir que flaquee o desaparezca. Independientemente de lo que Dios haga, debes respetar Su designio, y estar más dispuesto a maldecir tu propia carne que a quejarte contra Él. Cuando te enfrentas a pruebas, debes satisfacer a Dios, a pesar de cualquier reticencia a deshacerte de algo que amas o del llanto amargo. Sólo esto es amor y fe verdaderos(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Las palabras de Dios me proporcionaron fe y fuerza. Ante el sufrimiento, Él quiere que tenga fe y persevere para poder mantenerme firme en mi testimonio. Al recordar las últimas veces que me habían torturado, pensé que tenía mucha fe. Cuando vi que el frío me había causado tanto daño, empecé a preocuparme por mi vida y por mi futuro. Me daba miedo morir y perder la movilidad de mis piernas. Mi estatura era realmente pequeña. Para nada mostraba verdadera fe o sumisión a Dios. Al pensar en estas cosas, oré a Dios: “¡Oh, Dios mío! No quiero pensar más en mí mismo. Obedeceré Tus instrumentaciones y disposiciones y, aunque muera, seguiré manteniéndome firme y satisfaciéndote”. Mientras estuve en el hospital, la policía me mantuvo esposado a la cama todo el tiempo. Solo me las quitaban para ir al baño y para comer. Un día, camino del baño, pasaron dos mujeres que también eran pacientes y me preguntaron qué delito había cometido. Jin contestó: “¡Es un violador!”. Las mujeres me miraron con desprecio. Yo estaba indignado. ¡La policía siempre tergiversa la verdad e inventa mentiras!

La hinchazón de mis piernas remitió tras un par de semanas, pero seguía cojeando al caminar. Los guardias me llevaron de vuelta al centro de detención. Un día, tres agentes nuevos vinieron a interrogarme. Al verme conectado al suero, me dijeron con maldad: “¡Quitadle eso! Sois demasiado buenos con él, ¡con suero y todo! ¡Ya es suficiente con que le dejéis vivir!”. Me puse furioso y pensé para mis adentros: “Esos demonios, casi me matan de frío y luego dicen que han sido demasiado buenos. ¡Son realmente crueles y despiadados!”.

En la sala de interrogatorios, un agente dijo: “Tu caso está ahora en manos de nuestra Brigada de Policía Criminal. Puede que la Sección de Seguridad Política no pueda ocuparse de ti, ¡pero siempre encontramos una forma de hacerlo!”. Ver todas y cada una de sus malvadas y horribles caras me puso nervioso y empecé a sudar. Había oído que la Brigada de Policía Criminal se encargaba de los casos importantes. Eran especialmente crueles y despiadados en sus métodos de tortura. No sabía cómo me torturarían. ¿Sería capaz de soportarlo? Oré rápidamente a Dios para que me diera fe y determinación para soportar el sufrimiento. Entonces el agente dijo: “Aquí siempre conseguimos que confiesen hasta los tipos más duros. La Brigada de Policía Criminal está especializada en castigar a la gente. No nos importa si los creyentes en Dios Todopoderoso vivís o morís, ¡así que date prisa y confiesa!”. Yo respondí: “No tengo nada que decir”. El agente enfureció y me abofeteó con fuerza, primero con una mano y luego con la otra. Yo estaba aturdido. Lo único que notaba era que me dolía mucho la cara y que me salía sangre de las comisuras de los labios, y que tenía la boca y la cara hinchadas. Al ver lo fornidos que eran todos y lo brutales que podían llegar a ser, me sentí bastante preocupado: “Si esto sigue así, ¿me golpearán hasta dejarme inválido o matarme? Si no soporto la tortura y acabo confesando, seré un judas”. Me presenté rápidamente ante Dios y oré. Después de orar, pensé en una frase de las palabras de Dios: “La fe es como un puente de un solo tronco: aquellos que se aferran miserablemente a la vida tendrán dificultades para cruzarlo, pero aquellos que están dispuestos a sacrificarse pueden pasar con paso seguro y sin preocupación(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 6). Las palabras de Dios me dieron fe y tomé una decisión: “Por mucho que me golpeen hoy, ¡no me convertiré en un judas!”. Me abofetearon y patearon con fuerza algunas veces más. Luego volvieron a usar la cuerda como la vez anterior. Pero esta vez fue aún peor. Me amarraron los brazos por detrás de la espalda y tiraron con fuerza de la cuerda. Parecía como si se me fueran a romper los brazos; dolía muchísimo. Media hora después, tenía las manos todas amoratadas, y me desataron cuando notaron que estaba en las últimas. Pasada otra media hora, al ver que se me habían recuperado un poco las muñecas, me volvieron a atar con la cuerda una segunda vez. En esta ocasión, trajeron una fregona. Metieron el palo por detrás de la cuerda que tenía a la altura de la nuca y le dieron dos vueltas para que se me apretaran aún más los brazos y los hombros. Uno de los agentes estaba sentado en una silla y sostenía la fregona detrás de mí, empujándola con fuerza hacia abajo. Sentía un dolor insoportable en los brazos y parecía que se me iban a romper. Mientras empujaba la fregona hacia abajo, no dejaba de hacerme preguntas: “¿Cuántos sois? ¿Quién es vuestro líder?”. Cuando vieron que no iba a contestar, trajeron tres botellas de cerveza y me las metieron debajo de los brazos. Sentí como si los brazos se me fueran a salir, y el dolor era tan punzante que casi me desmayo. Seguí orando a Dios y pidiéndole que me diera fuerzas. Entonces dos agentes se pusieron a ambos lados de mí, me levantaron la camisa y luego utilizaron la chapa de cierre de una botella de agua para arañarme con fuerza toda la zona de mis costillas. Grité por lo mucho que me dolía. Un agente me gritó diciendo: “Si te duele, ¿por qué no le pides a tu Dios que venga a salvarte, eh? ¡Si tanto te duele, habla!”. Todo ese tiempo, estuvieron arañándome con fuerza de un lado a otro de las costillas hasta desgarrarme la piel. Fue una agonía. Luego me apretaron la cabeza hacia abajo con fuerza y dijeron irritados: “Si no funciona, llevémoslo a un lugar donde no haya nadie y matémoslo a golpes. Es mejor ser un ladrón que uno de esos creyentes en Dios. ¡Al menos, vale la pena sufrir un poco si consigues algo de dinero!”. Entonces, un agente dijo: “Habla y ya está, este sufrimiento no vale la pena. Si hablas, todo terminará”. Sentí que mi cuerpo había llegado al límite, y pensé: “¿Y si les digo algo que no sea importante? Quizá pueda sufrir un poco menos”. Pero entonces me di cuenta de que, si decía algo, sería un judas y traicionaría a Dios. No podía decir nada, y seguí orando a Dios: “¡Oh, Dios! De verdad, no puedo aguantar más. Dame fuerzas y protégeme para que pueda mantenerme firme en mi testimonio”. Después de orar, pensé en las palabras de Dios: “Durante estos últimos días debéis dar testimonio de Dios. No importa qué tan grande sea vuestro sufrimiento, debéis caminar hasta el final e, incluso hasta vuestro último suspiro, debéis seguir siendo fieles a Dios y estar a merced de Él; solo esto es amar verdaderamente a Dios y solo esto es el testimonio sólido y rotundo(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios). Las palabras de Dios me hicieron recobrar fuerzas. Podía sentir Su guía constante a mi lado. Sin importar cuánto sufriera, me apoyaría en Dios y saldría adelante. Le oré: “Dios, Tú sabes lo que puedo soportar. Independientemente de cómo me torturen, no te traicionaré. Si realmente no puedo soportar más dolor, prefiero morir a convertirme en un judas”.

Tras la segunda ronda de torturas, me quedé desplomado en el suelo. Apenas me había recuperado cuando un agente me agarró por el cuello de la camisa y me empujó contra la pared. Me apretó con fuerza la garganta y me dijo con violencia: “¡Te voy a estrangular ahora mismo!”. Casi sin poder respirar, usé todas mis fuerzas para apartarlo de mí. Retrocedió, y me miró con cara de sorpresa. Yo también estaba sorprendido. Después de un mes de torturas, estaba bastante débil. Ese día ya me habían torturado y no me quedaban fuerzas. Nunca hubiera imaginado que me quedaran suficientes como para empujarlo. Sabía que era Dios quien me ayudaba y me daba fuerzas. Siguieron torturándome hasta pasada la una de la tarde. Uno de los agentes criminales dijo enfurecido: “Eres muy testarudo. Seguiremos mañana y veremos cuánto aguantas. ¡Si no hablas, te interrogaremos todos los días hasta que lo hagas!”. Por la noche, estaba tumbado en mi litera todo magullado. Tenía la piel alrededor de mis costillas toda llena de cortes y me dolía hasta respirar. Me dolían tanto los brazos que ni siquiera podía quitarme la camisa. Me levanté el cuello de la camisa y vi que las heridas de los hombros que ya se me habían curado habían vuelto a aparecer. Tenía las muñecas llenas de marcas ensangrentadas a causa de la presión ejercida por la cuerda. Aquellos demonios harían cualquier cosa, por muy cruel que fuera, para obligarme a traicionar a Dios y a delatar a mis hermanos y hermanas. Estaban ansiosos por matarme. ¡Eran una banda de demonios que odiaban la verdad y a Dios! Recordé que el agente había dicho que continuarían interrogándome al día siguiente y me invadieron sentimientos de cobardía y de miedo: “¿Será la tortura aún peor mañana? ¿Me torturarán hasta la muerte? Estos malvados policías no descansarán hasta que les hable de la iglesia. Pero, si hablo, seré un judas que traiciona a Dios y, si no lo hago, es muy probable que me torturen hasta la muerte”. Oré a Dios sin parar: “Oh, Dios, mi estatura es demasiado pequeña; de verdad, no puedo sobrellevar esta tortura yo solo. Pero no quiero ser un judas y traicionarte. Por favor, ayúdame y guíame”. Después de orar, pensé en las palabras de Dios: “Ya no seré misericordioso con los que no me mostraron la más mínima lealtad durante los tiempos de tribulación, ya que Mi misericordia llega solo hasta allí. Además, no me siento complacido hacia aquellos quienes alguna vez me han traicionado, y mucho menos deseo relacionarme con los que venden los intereses de los amigos. Este es Mi carácter, independientemente de quién sea la persona. Debo deciros esto: cualquiera que quebrante Mi corazón no volverá a recibir clemencia, y cualquiera que me haya sido fiel permanecerá por siempre en Mi corazón(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prepara suficientes buenas obras para tu destino). Pensé en estas palabras varias veces. Sabía que el carácter de Dios es justo y que no tolera ninguna ofensa. Si traicionaba a Dios y delataba a mis hermanos y hermanas para evitar el sufrimiento, estaría ofendiendo el carácter de Dios y, al final, sufriría el castigo. Pensé en toda esta experiencia. Si no fuera porque las palabras de Dios me habían guiado, no habría podido soportar la brutal tortura de la policía. Sigo vivo gracias a la protección de Dios. Mi vida y mi muerte están en manos de Dios. Sin Su permiso, Satanás no puede quitarme la vida. Con esto en mente, tomé la decisión de darlo todo para mantenerme firme en mi testimonio de Dios. Para mi sorpresa, cuando ya había reunido la confianza necesaria para afrontar el siguiente interrogatorio, los agentes jamás volvieron. Un mes más tarde, Lyu me notificó diciéndome: “Tu caso está cerrado. Te ha caído un año. Tu familia ha arreglado la fianza para tu libertad provisional a la espera de juicio. Una vez que llegues a casa, tienes que esperar un año. Cuando te llamen, debes presentarte en cuanto te avisen”.

Después de mi liberación, a fin de evitar la vigilancia policial, tuve que abandonar mi hogar para cumplir con mi deber en otros lugares. El arresto y la persecución del PCCh me ayudaron a ver claramente la esencia demoníaca de su odio y su resistencia a Dios. Lo odiaba profundamente. Sentí también de verdad el amor de Dios hacia mí y Su salvación. Cuando casi no podía soportar más sufrimiento a causa de la tortura, Dios siempre estuvo conmigo, velando por mí y protegiéndome, y usando Sus palabras para guiarme, darme fe y fuerza, de modo que pudiera afrontar la crueldad de esos demonios y conservar la determinación de encomendar mi vida a Dios y mantenerme firme en el testimonio para Él. ¡Doy gracias a Dios!

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