85. ¿Para qué fue todo ese sufrimiento?

Por Ángela, Italia

Tras hacerme creyente, vi que muchos líderes y obreros eran capaces realmente de soportar muchas adversidades. Seguían trabajando, cumpliendo con el deber contra viento y marea, y los hermanos y hermanas les daban su visto bueno y los admiraban. Yo los envidiada mucho y esperaba llegar a ser como ellos: alguien capaz de sufrir y pagar un precio, y ganarme la admiración de los demás. Así, era muy entusiasta en la búsqueda y posteriormente me eligieron líder de la iglesia. Estaba ocupadísima en el deber todos los días, y los demás me elogiaban por ser capaz de manejar las dificultades y decían que era alguien que buscaba la verdad. Estaba encantada cada vez que oía eso y me parecía que todo el sufrimiento valía la pena. Luego mis responsabilidades se ampliaron cada vez más y no paraba de crecer mi carga de trabajo. Veía que algunas hermanas compañeras mías eran muy capaces de sufrir y pagar un precio. Siempre se acostaban muy tarde, y durante el día a veces iban a las reuniones con el estómago vacío, sin tiempo para comer. Escuchaba a los hermanos y hermanas decir que llevaban una carga en su deber y que eran capaces de asumir la adversidad. Creía que, si a los hermanos y hermanas les agradaba la gente así, a Dios seguramente también. Por eso, empecé a cumplir mi deber hasta bien entrada la noche. Sin embargo, con el tiempo mi cuerpo realmente ya no aguantaba más, y hacia medianoche comenzaba a darme sueño. Pero cada vez que veía que las demás hermanas seguían trabajando, me daba vergüenza acostarme por miedo a que dijeran que atendía la carne y que no llevaba una carga en el deber. Por eso aguantaba, pero no podía evitar la somnolencia y no hacía mucho. Pese a ello, continuaba sin acostarme. Me instaba a mí misma en silencio, pensando que no podía atender la carne y recibir desprecios de las demás. A veces, como había trasnochado, cuando tenía que madrugar por una reunión, tenía sueño mientras iba hacia allí en mi bici eléctrica y también en la reunión. Quería echarme una siesta, pero temía que las demás dijeran que anhelaba la comodidad física. Cada día me forzaba a resistir y me obligaba a soportarlo. Un día, yendo en bicicleta a una reunión, como tenía mucho sueño, estuve en las nubes todo el camino y acabé en una zanja, lo que me despertó inmediatamente del susto. Mientras andaba con la bicicleta por el camino, me puse a pensar en que esa no era una forma correcta de ser. Al hacer introspección, me di cuenta de que, desde que me habían elegido líder, cada día no había pensado más que en sufrir y trabajar de manera visible, temiendo siempre que dijeran que me centraba en la carne y anhelaba la comodidad; es decir, que me faltaba una rutina en la vida y ni siquiera descansaba de forma normal.

Un día leí unas palabras de Dios que revelan a los fariseos y las apliqué a mí misma. Las palabras de Dios dicen: “¿Sabéis qué es en realidad un fariseo? ¿Hay algún fariseo a vuestro alrededor? ¿Por qué se llama a estas personas ‘fariseos’? ¿Cómo se describe a los fariseos? Se trata de personas hipócritas, completamente falsas, que actúan en todo lo que hacen. ¿De qué modo actúan? Fingen ser buenas, amables y positivas. ¿Son así en realidad? En absoluto. Como son hipócritas, todo lo que se manifiesta y se revela en ellos es falso; todo es simulación: no es su verdadero rostro. ¿Dónde se oculta su verdadero rostro? Está escondido en el fondo de su corazón, para que nadie lo vea jamás. Todo lo que hay en el exterior es una actuación, es todo falso, pero solo pueden engañar a la gente, no a Dios. Si las personas no buscan la verdad, si no practican y experimentan las palabras de Dios, entonces no pueden entender completamente la verdad, y por muy bien que suenen sus palabras, no son la realidad verdad, sino palabras y doctrinas. Algunas personas solo se centran en repetir como loros las palabras y doctrinas, imitan a quien predica los sermones más elevados, y así, en pocos años, su recital de palabras y doctrinas se vuelve cada vez más avanzado, y son admiradas y veneradas por mucha gente, tras lo cual empiezan a camuflarse, y prestan gran atención a lo que dicen y hacen, mostrándose especialmente piadosas y espirituales. Utilizan estas llamadas teorías espirituales para camuflarse. Solo hablan de esto dondequiera que van, cosas engañosas que encajan con las nociones de la gente, pero que carecen de la realidad verdad. Y al predicar estas cosas, que concuerdan con las nociones y gustos de la gente, embaucan a muchas personas. A otros, estas personas parecen muy devotas y humildes, pero en realidad es una falsedad; parecen tolerantes, comprensivas y cariñosas, pero en realidad, es una simulación; dicen amar a Dios, pero en realidad es una actuación. Otros creen que estas personas son santas, pero en verdad es falso. ¿Dónde puede encontrarse una persona que sea verdaderamente santa? La santidad humana es totalmente falsa. No es más que una actuación, una simulación. Por fuera, parecen leales a Dios, pero en realidad solo están actuando para que otros los vean. Cuando nadie mira, no tienen ni pizca de lealtad y todo lo que hacen es superficial. En apariencia, se esfuerzan por Dios y han abandonado a su familia y su carrera, pero ¿qué hacen en secreto? Se ocupan de sus propios asuntos y van por su propia cuenta en la iglesia, beneficiándose de la iglesia y robando las ofrendas en secreto con el pretexto de trabajar por Dios… Estas personas son los fariseos hipócritas modernos(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Seis indicadores de crecimiento vital). Lo que revelaban las palabras de Dios me resultó muy desgarrador y difícil. Actuaba exactamente igual que los fariseos. Les encantaba utilizar su conducta superficial para aparentar, oraban adrede en las esquinas de las calles y a menudo predicaban las palabras de Dios para que el pueblo creyera que eran muy devotos y que de verdad amaban a Dios, pero en privado no practicaban para nada Sus palabras. Todas esas cosas que hacían solo eran para aparentar, para recibir aprobación y admiración. Yo era igual. Me centraba especialmente en la buena conducta superficial para que los hermanos y hermanas pensaran bien de mí. Al ver que otros eran capaces de sufrir y pagar un precio en el deber y que se ganaban la aprobación y la admiración de todos, me esforzaba por ser esa clase de persona. Cuando me eligieron líder, veía que las hermanas que eran mis compañeras trabajaban hasta bien entrada la noche y me obligaba a trasnochar para no quedarme atrás. Seguía arrastrándome por mucho sueño que tuviera. Incluso evitaba echarme una siesta normal, con el fin de mostrarme como alguien capaz de soportar la adversidad. Disimulaba en todo momento, en un intento por ganarme la admiración de los hermanos y hermanas haciendo cosas visiblemente buenas. Ese modo de sufrir y esforzarme era totalmente falso y engañoso. Iba por la senda de los fariseos; ¿cómo no habría de abominar Dios de ello? Después, siempre que quería disimular, renunciaba a mí misma de forma consciente, sin aparentar frente a los demás, y también adaptaba mis horarios de trabajo y descanso y me acostaba cuando terminaba el trabajo de ese día. Me sentía mucho más relajada al practicar así.

Un año más tarde me fui al extranjero. Los hermanos y hermanas con quienes trabajaba eran muy capaces de asumir la adversidad en el deber y trabajaban hasta tarde por la noche. A veces, quería acostarme pronto cuando terminaba el trabajo, pero me daba miedo que pensaran que atendía la carne. Además, era líder: ¿qué opinarían todos de mí si me acostaba antes que los demás hermanos y hermanas? ¿Dirían que no soportaba el sufrimiento y que no llevaba una carga en el deber? Al pensar así, no podía evitar empezar a aparentar de nuevo y trasnochaba con ellos. Sin embargo, comenzaba a darme sueño y empezaba a dormirme después de la 1 de la madrugada. Me animaban a que me acostara antes, pero me obligaba a reanimarme y respondía: “Estoy bien, puedo soportarlo. Enseguida me acuesto”. No obstante, al final no podía evitar quedarme aturdida otra vez. En ocasiones, realmente no aguantaba de sueño, así que ponía la cabeza sobre el escritorio y me dormía un rato, pero no me sentía tranquila haciendo eso. Como me preocupaba lo que dijeran las demás de mí, me apresuraba a volver a ocuparme del trabajo. Para hacer que pareciera que llevaba una carga, a veces enviaba adrede un mensaje grupal muy tarde, a fin de que los demás supieran cuánto trasnochaba, que cumplía mi deber por la noche. Quería comprar unos suplementos alimenticios por ciertos problemas de salud, pero me preocupaba lo que dijera el resto. ¿Les parecería que valoraba mi carne? Por ello, no los compré. Un día, en una reunión, descubrí que una hermana no se hallaba en un buen estado y que necesitaba enseñanza y sustento, pero como estaba en un país de otra zona horaria y yo ya me encontraba en plena noche, en un principio pensé hablar con ella al día siguiente. Sin embargo, luego reflexioné que, si hablaba con ella por la noche, podría parecer que llevaba una carga por la entrada en la vida de los hermanos y hermanas. Así pues, me puse en contacto con ella y no terminé de hablar hasta aproximadamente las 2 de la mañana. Me dijo: “Allí es muy tarde, deberías acostarte. Quedarse siempre hasta tarde es malo para la salud”. Me complació mucho oír eso. Si bien fue incómodo a nivel físico, no fue en vano, pues hizo que ella creyera que yo tenía una carga y sentido de la responsabilidad. Luego empecé a tener todo tipo de pequeños problemas de salud y, según el médico, guardaban relación con la falta de sueño de larga data. Lo ignoré y seguí haciendo lo mismo. Por aquella época, un líder superior siempre me recordaba que no debía trasnochar demasiado, que el trabajo no se demoraría si me acostaba y levantaba temprano. Yo pensaba que, si me acostaba pronto, el resto creería que, como líder, no podía soportar tanta adversidad como otros; por tanto, ¿me admirarían igual? No me tomaba en serio las palabras del líder. Una hermana me vio mal y me dijo: “Debes de tener demasiadas cosas en la cabeza. Tantos problemas que resolver todo el tiempo y todo ese estrés están afectando a tu salud. Los líderes tienen muchas preocupaciones”. Me sentí muy satisfecha de mí misma cuando ella afirmó aquello. Para mí, el precio que pagaba, el sufrimiento que soportaba, valía la pena por recibir el visto bueno de los demás. Esto fue hasta que leí un pasaje de las palabras de Dios que me aportó cierto entendimiento de la senda equivocada por la que iba. Las palabras de Dios dicen: “Los anticristos están hartos de la verdad, no la aceptan en absoluto, lo que indica manifiestamente una realidad: los anticristos jamás actúan de acuerdo con los principios verdad, jamás practican la verdad, lo cual es la manifestación más flagrante de un anticristo. Además del estatus y del prestigio, y de ser bendecidos y recompensados, lo único que persiguen es gozar de las comodidades de la carne y de los beneficios del estatus; y, siendo así, por supuesto que interrumpen y perturban. Estos hechos demuestran que Dios no ama lo que persiguen, su conducta, y lo que se manifiesta en ellos. Y de ninguna manera son estas las formas de actuar ni los comportamientos de las personas que buscan la verdad. Por ejemplo, algunos anticristos que son como Pablo tienen la determinación de sufrir cuando cumplen con su deber, pueden mantenerse en vela toda la noche y estar sin comer mientras hacen su trabajo, pueden someter su cuerpo, superar la enfermedad y la incomodidad. ¿Y cuál es su principal objetivo al hacer todo eso? Es demostrarles a todos que ellos son capaces de dejarse de lado, de ser abnegados, cuando se trata de la comisión de Dios, que para ellos solo existe el deber. Muestran todo esto delante de los demás, lo exhiben por completo, sin descansar cuando deberían hacerlo, incluso extendiendo adrede su horario de trabajo, levantándose temprano y acostándose tarde. ¿Pero qué pasa con la eficiencia laboral y la efectividad de su deber cuando los anticristos se esfuerzan así día y noche? Estas cosas están más allá del alcance de sus consideraciones. Ellos solo intentan hacer todo esto frente a los demás, para que los vean sufrir y vean cómo se gastan para Dios sin pensar en sí mismos. En cuanto a si el deber que cumplen y el trabajo que hacen se llevan a cabo conforme a los principios verdad, no piensan en eso para nada. En lo único que piensan es en si todos han visto su aparente buen comportamiento, si todos están al tanto de él, si han impresionado a todos, y si tal impresión generará admiración y aprobación en ellos, si esas personas les darán el visto bueno cuando se hayan ido y los elogiarán diciendo: ‘De veras que soporta la adversidad, su espíritu de resistencia y su perseverancia extraordinaria superan a los de cualquiera de nosotros. Es alguien que busca la verdad, que es capaz de sufrir y soportar una pesada carga, es un pilar de la iglesia’. Al escuchar esto, los anticristos están satisfechos. Por dentro piensan: ‘Qué listo fui al fingir así, ¡fui muy inteligente al hacerlo! Sabía que todos se fijarían solo en la apariencia, y les gustan estas buenas conductas. Sabía que si actuaba así, recibiría la aprobación ajena, haría que me dieran su visto bueno, haría que me admiraran en lo profundo de su corazón, que me vieran de manera favorable, y que nadie volviera a menospreciarme jamás. Y si llega el día en que lo alto descubra que no he estado haciendo un trabajo real y me reemplazan, sin duda habrá muchos que me defenderán, llorarán por mí y me instarán a quedarme, y que hablarán por mí’. En secreto, se enorgullecen de su falso comportamiento, y ¿acaso este orgullo no revela asimismo la esencia naturaleza de un anticristo? ¿Qué esencia es esa? (Maldad). Así es, es la esencia de la maldad(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (X)). Dios expone que la naturaleza de un anticristo es terriblemente malvada. Recurre a cualquier táctica para fingir, a fin de lograr su objetivo de controlar a los demás y ser admirado. Por ejemplo, amplía adrede sus horas de trabajo y trasnocha y madruga para que parezca estar dedicado a Dios. Se esfuerza mucho en el deber desde el alba hasta el anochecer, se salta la alimentación y el sueño, y descuida sus necesidades físicas para que lo admiren e idolatren. Al final termina atrayendo a la gente ante sí. Dios aborrece y condena esta conducta. Me sentí fatal, muy incómoda, al compararme con las palabras de Dios. Actuaba igual que un anticristo. Para que los demás vieran que podía soportar la adversidad, que no atendía la carne y que llevaba una carga en el trabajo, y para hacer que me admiraran por ser una buena líder, hacía lo que fuera por aparentar en mis horas de trabajo y descanso, así como con las comidas. No descansaba cuando debía y trasnochaba adrede incluso cuando no era necesario para mi deber. Continué así incluso cuando me surgieron algunos problemas de salud. Como temía tanto que los demás dijeran que me importaba demasiado la carne y tuvieran una mala impresión de mí, no me compré los suplementos nutricionales que necesitaba. Me estaba afianzando astutamente a base de aparentar ser amable, sufrir y pagar un precio, con lo que hacía que creyeran que buscaba la verdad, que era diligente y dedicada en el deber, y que era buena líder, y así hacía que me respetaran. Mis esfuerzos y empeños estaban completamente teñidos de falsedad y engaño. Todo era para quedar bien y engañar al resto con una imagen falsa. Iba por la senda de un anticristo. Como no quería seguir haciendo así las cosas, oré, dispuesta a arrepentirme ante Dios y a transformar mi estado incorrecto.

Luego estuve reflexionando sobre por qué me centraba tanto en aparentar que soportaba la adversidad. Me di cuenta de que albergaba una perspectiva equivocada. Siempre había creído que ser capaz de sufrir y de pagar un precio, y de aparentar hacer cosas buenas, suponía practicar la verdad y satisfacer a Dios, que Él le daba Su visto bueno a eso, pero con la revelación de las palabras de Dios descubrí que esa clase de perspectiva no se sostenía en absoluto. Las palabras de Dios dicen: “¿Qué representan las buenas acciones superficiales de los seres humanos? Representan la carne, ni siquiera lo mejor de las prácticas externas representan la vida; solo pueden mostrar tu propio temperamento individual. Las prácticas externas de la humanidad no pueden cumplir el deseo de Dios. […] Si tus acciones siempre existen solo en apariencia, esto quiere decir que eres vanidoso hasta el extremo. ¿Qué clase de seres humanos son aquellos que solo llevan a cabo buenas acciones superficiales y están desprovistos de realidad? ¡Tales hombres son fariseos hipócritas y figuras religiosas! Si no os desprendéis de vuestras prácticas externas y sois incapaces de hacer cambios, entonces los elementos de hipocresía en vosotros crecerán aún más. Mientras mayores sean vuestros elementos de hipocresía, más resistencia hay hacia Dios. Al final, con toda seguridad, ¡tales personas serán descartadas!(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. En la fe, uno debe centrarse en la realidad; participar en rituales religiosos no es fe). “En la actualidad, hay cierta gente que, al cumplir con su deber, trabaja día y noche o pasa la noche en vela y está sin comer. Es capaz de someter la carne, de ignorar el padecimiento físico, incluso de trabajar estando enferma. Pero, si bien tienen estos méritos, y son buenas personas, gente correcta, aún existen cosas en su corazón que no son capaces de dejar de lado: el prestigio, el beneficio, el estatus y la vanidad. Y si nunca dejan de lado estas cosas, ¿son gente que persigue la verdad? La respuesta es evidente. La parte más difícil de creer en Dios es lograr cambios de carácter. Tal vez puedas permanecer soltero toda tu vida, puede que jamás comas buena comida ni uses buena ropa, incluso algunos pueden decir: ‘No importa que sufra toda la vida, o que esté solo toda la vida, lo toleraré; con Dios, estas cosas no significan nada’. Les resulta fácil superar y resolver el dolor y el sufrimiento de la carne. ¿Qué no les resulta fácil de superar? El carácter corrupto del hombre. El carácter corrupto no puede resolverse simplemente manteniéndolo bajo control. A fin de cumplir adecuadamente con su deber, de satisfacer la voluntad de Dios y de entrar en el reino, la gente es capaz de sufrir el dolor de la carne; pero ¿ser capaz de sufrir y pagar un precio significa que haya habido un cambio en su carácter? No. Al analizar si se ha producido un cambio en el carácter de una persona, no hay que fijarse en cuánto sufrimiento soporta ni en lo bien que aparenta comportarse; en cambio, debes fijarte en cuál es el punto inicial, los motivos y las intenciones detrás de sus actos, cuáles son los principios detrás de su conducta, y cuál es su actitud hacia la verdad. Solo es correcto analizarlo de acuerdo con estos aspectos(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La buena conducta no implica que se haya transformado el carácter). A partir de las palabras de Dios, comprendí que ser capaz de sufrir y pagar un precio no es lo mismo que haber recibido el visto bueno de Dios. En la Era de la Gracia, Pablo en apariencia fue capaz de soportar la adversidad. Difundió el evangelio y no traicionó al Señor cuando lo enviaron a prisión. Su conducta parecía admirable, pero todo su sufrimiento y esfuerzo fue para negociar con Dios. Quería, a cambio de su sufrimiento, una corona y la bendición del reino de Dios. Sus buenas acciones no implicaban que ya hubiera alcanzado la transformación del carácter. En cambio, a causa de estas aparentes buenas obras, siempre presumía y daba testimonio de sí mismo, y se volvió cada vez más arrogante. Llegó a dar testimonio de que, para él, vivir era Cristo y acabó condenado y castigado por Dios. Al reflexionar sobre mí, solamente pensaba en aparentar buena conducta para fingir y hacer que me admiraran, pero no me centraba en practicar la verdad ni corregir mis actitudes corruptas. En consecuencia, me volví más hipócrita y no transformé mi carácter vital para nada. De continuar con ese afán, seguro que no ganaría ninguna verdad en absoluto. Solo podría terminar descartada, como Pablo. Al pensar en eso, sentí ganas de cambiar inmediatamente mi perspectiva equivocada sobre la búsqueda.

Luego leí este pasaje de las palabras de Dios: “Dios le dio al hombre su cuerpo y, dentro de ciertos límites, sus facultades permanecerán sanas; no obstante, si se superan estos límites o vulneran ciertas leyes, suceden cosas: la gente se enferma. No contravengas las leyes que Dios ha establecido para el hombre. Si lo haces, eso significa que no respetas a Dios, y que eres necio e ignorante. Si contravienes esas leyes, si te vas ‘fuera de pista’, Dios no te protegerá, no se hará responsable de ti; Él desprecia tal comportamiento. […] Al cumplir con tu deber, lo mejor es encontrar un equilibrio normal entre el trabajo y el descanso. Cuando estás ocupado con tu deber, tu carne debería soportar un poco de sufrimiento, deberías dejar de lado tus necesidades físicas, pero eso no debe prolongarse demasiado tiempo; de ser así, te agotarás con facilidad y eso podría afectar tu efectividad en el cumplimiento del deber. En esos momentos debes descansar. ¿Cuál es el objetivo de descansar? Es cuidar tu cuerpo para que puedas cumplir mejor con tu deber. Pero si no estás cansado físicamente, sino que siempre buscas la oportunidad de holgazanear independientemente de que estés o no ocupado con tu deber, careces de devoción. Además de ser devoto y de cumplir adecuadamente con el deber que Dios te ha confiado, también debes evitar agotar tu cuerpo. Debes captar este principio. Cuando no estés ocupado con el deber, tómate descansos programados. Cuando te levantes a la mañana, practica devociones espirituales, ora, lee las palabras de Dios y comparte la verdad de Sus palabras con otros o aprende himnos, como algo normal. Cuando estés ocupado, céntrate en cumplir con tu deber, practica y experimenta las palabras de Dios, e incorpóralas a tu vida real; esto te facilitará cumplir con el deber de acuerdo con los principios verdad. Solo así estarás experimentando de veras la obra de Dios. Esta es la clase de cambios que debes hacer(La comunión de Dios). Me iluminó enormemente la lectura de las palabras de Dios. Dios hace que vivamos de acuerdo con las reglas que Él ha predestinado: vivir y descansar adecuadamente y cumplir con el deber sobre esta base. Cuando el trabajo exija cierto sufrimiento y que paguemos un precio, es preciso que abandonemos la carne y nos esmeremos en hacerlo. Cuando nuestro trabajo no requiere que trasnochemos, debemos trabajar y dormir adecuadamente y mantener un buen estado mental. Así, podremos ser eficaces en el deber. Recordé este fragmento de la Biblia: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y el primer mandamiento(Mateo 22:37-38). Dios espera que atendamos Su voluntad en el deber, que realmente llevemos una carga y que lo cumplamos sin reservas. Esto es lo que recibe el visto bueno de Dios. Al contemplar la senda que nos ha señalado Dios, de veras vi lo necia que era. Las palabras de Dios son clarísimas, pero yo jamás las ponía en práctica. Siempre actuaba en función de mis nociones y fantasías, y me sometía a mucho padecimiento sin sentido. Entendí que no podía seguir centrándome en aparentar hacer buenas obras, y que debía aceptar el escrutinio de Dios y hacerlo todo ante Él sin pensar en lo que opinara la gente, y cumplir con diligencia con mi deber. Eso es lo que tengo que hacer.

Después, en las reuniones analizaba cómo me había descarriado y mi perspectiva errónea para que los hermanos y hermanas aprendieran a discernir. Normalmente me centraba en practicar las palabras de Dios y ponía el corazón en cómo llevar una carga en el trabajo y cómo cumplir con el deber de acuerdo con los principios, y ya no me centraba siempre en aparentar sufrimiento para ganarme la admiración ajena. Con el tiempo dejé de preocuparme por cómo me veían otras personas, y no pensaba en aparentar frente a los demás. Tuve una gran sensación de liberación. Por experiencia he aprendido que las palabras de Dios son el único rumbo y estándar de conducta y actuación, y que es un gran alivio y muy liberador practicar de acuerdo con ellas. No hace falta fingir siempre. Vivir de esta manera no es tan agotador ni doloroso. ¡Gracias a Dios!

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