86. ¿Qué debemos buscar en la vida?
De pequeña no tenía buena salud y, por lo general, mi familia le dedicaba buena parte de su dinero a eso, así que no le agradaba mucho a mi papá, que me pegaba y gritaba una barbaridad. Por ello, otras personas se burlaban de mí y me excluían. Solía esconderme a llorar yo sola, y me sentía triste y ofendida. Sentía algo así como: “Ustedes me desprecian. De mayor, pienso tener una buena profesión para dejarlos en evidencia”. Mi esposo y yo no congeniamos al casarnos, así que nos divorciamos. Le di a mi mamá mi hijo de 4 años para que lo cuidara y fui a ayudar en un salón de belleza que abrió una compañera de clase. Ella era profesora de comercio, por lo que, como tenía un empleo, me tenía a mí para que la ayudara a gestionar las cosas del negocio. Pronto cambió por completo, se volvió distante y condescendiente y me daba órdenes desde su posición de jefa. Me sentía incomodísima y se formó una brecha entre nosotras. Un día nos pusimos a discutir, y yo quise dejarlo. Se burló de mí diciéndome: “Song Zihan, yo no te subestimo. Si puedes estar sin mí, ¡me tragaré mi orgullo!”. Aquello me alteró mucho. Fue todo un golpe a mi autoestima. Pensé: “Eres demasiado displicente. No deberías juzgar por las apariencias. Por lo que acabas de decir, haré carrera para dejarte en evidencia, aunque muera en el intento. Haré que te tragues tus humillantes palabras de hoy. Algún día veré cómo te tragas tu orgullo”. Hice las maletas y me marché indignada ese mismo día.
Empecé a trabajar y a ahorrar dinero, y nunca pedía días libres cuando me enfermaba. Cuando estaba cansada y me dolía la espalda, resistía y seguía. A los cuatro meses comencé a dirigir una peluquería. La llevaba yo sola para ahorrar y solo hacía una comida al día. Me rugían las tripas por la noche y bebía agua para reprimir el hambre. A veces, el negocio iba bien y trabajaba hasta las 2 o las 3 de la mañana que me acostaba. Me costaba levantarme a las 6, con los ojos aún medio cerrados. Tenía las manos rajadas y quemadas de los productos de la permanente. Me sangraban los dedos nada más doblarlos; ¡qué dolor! Lloraba mucho bajo las sábanas, pero, al recordar el desdén de mi padre y las burlas de mi compañera de clase, me motivaba en silencio: “quien algo quiere, algo le cuesta” y “hay que tener agallas para luchar por la dignidad”. Creía que algún día lo lograría y que todos los que me habían despreciado y herido en mi orgullo me verían con otros ojos. Estaba motivadísima para esforzarme. En 1996, por fin abrí mi propia peluquería. Era más grande que la de mi compañera y estaba decorada de forma más atractiva. Lloré de emoción al inaugurarla. Pensé: “Por fin he abierto un negocio y ahora soy la jefa: puedo llevar la cabeza bien alta. Más adelante, quiero expandir el negocio y hacerlo todavía más elegante y atractivo para que mi compañera se muera de vergüenza. Si supieran mis familiares y amigos que he abierto un negocio, se quedarían impresionados”. Después de tres años de esfuerzos, había ahorrado algo de dinero. Para ganarme más respeto de la gente, invertí en un salón de belleza mucho mayor y una empresa de cosmética, y abrí una cadena de nueve tiendas en distintas regiones. También participé en varios concursos nacionales del sector belleza y gané medallas de oro. Tras años de esfuerzos, por fin me respetaban en el sector y me embargaba una sensación de alegría indescriptible. Quería subir a la cima de una montaña y gritar: “¡Se ha cumplido mi sueño! ¡Ya no soy la misma persona de la que todos se burlaban!”. De camino a casa en mi coche, todos me miraban con envidia. Tenía una sensación real de satisfacción y orgullo. Parecía haber tomado la senda correcta, y debía esforzarme aún más en lo sucesivo para seguir expandiendo el negocio.
En 2002 abrí un gran salón de belleza en otra gran ciudad. Conforme crecía el negocio, cada vez más gente conocía mi nombre. Sentía que podía ir con la cabeza bien alta, me sentía más viva y caminaba briosamente. Pensaba: “Si me encuentro a mi compañera, tengo que darle las ‘gracias’ sí o sí. Sin sus humillantes comentarios no tendría lo que tengo hoy día”. Sin embargo, para mi sorpresa, me enteré de que había tenido cáncer de pulmón y había fallecido. Estaba asombrada y muy decepcionada. No entendía por qué la vida de la gente podía ser tan delicada. Murió con solo 39 años. Yo por fin había tenido éxito tras pagar un precio tan grande y quería que se retractara de sus palabras, tan insultantes y que habían pisoteado mi dignidad, pero ya era muy tarde para mostrarle mi momento de éxito y gloria, pues murió muy de repente. Si, por mucha fama o fortuna que tengas, no te llevas nada de ello cuando mueres, ¿qué sentido tiene la vida? Esa idea me hizo sentir una decepción y un abatimiento inexplicables. La muerte de mi compañera me afectó mucho. Durante un tiempo, esa pregunta me afligió constantemente, pero nadie conocía la respuesta.
No tardé en volcarme de nuevo en trabajar, y pensé en cambiar de profesión. Un salón de belleza seguía siendo algo humilde en la jerarquía social, pero el de médico era un trabajo de gran prestigio y respetado. Así, sin que me importara lo caras que eran las clases, fui a varias ciudades importantes en busca de médicos y acupuntores famosos para aprender medicina china. Por intentar cumplir mi sueño, descuidé la educación de mi hijo y hasta me olvidé totalmente de su existencia. No atendí a mi anciana madre, ni tan siquiera mis asuntos de negocios, sino que me volqué completamente en los estudios. Caminando, comiendo o acostada, no hacía más que examinar viejas teorías de la medicina china, sin tiempo de divertirme con mis amigos ni de hablar con mis padres o hermanas. A veces me parecía dificilísimo y quería dejar los estudios, pero la idea de que aprender medicina podría elevar mi estatus social y granjearme más admiración de la gente, me servía de advertencia para no dejarlo a medias y ser despreciada por los demás. Tenía que terminar mis estudios por difícil y agotador que fuera. A fin de superar a los demás, no dejaba de motivarme de este modo. Durante 15 años de estudio, investigación y praxis diligentes, empecé a tener cierta reputación en el campo médico y a viajar por todo el país haciendo acupuntura e impartiendo cursos sanitarios. Tras mucho tiempo constantemente ocupada con los cursos, de acá para allá en aviones y trenes, desarrollé problemas digestivos, que, además, me afectaron gravemente al sueño, y estaba mareada y aturdida todo el tiempo. No obstante, no fui a ningún médico a que me lo mirara. Una vez, cuando me dio problemas la inflamación estomacal, también desarrollé una fístula anal y tuve mucha sangre en heces. Justo entonces tenía un curso, así que tuve que aguantar y tomar un avión a una ciudad a casi 500 km. Nada más bajar del avión, me vi rodeada de flores y aplausos, y oí voces de beneplácito y envidia a mi espalda: “Esa es la profesora Song, tan joven y bella”. “Sí, yo he hecho un curso suyo, muy bien impartido”. En ese momento sentí que todos mis sacrificios y esfuerzos habían valido la pena y, en silencio, no paré de repetirme: “Mantente fuerte, tú puedes. Detrás del éxito hay mucho esfuerzo”. Luché por soportar el intenso dolor abdominal y el sudor frío durante los tres días que pasé en el estrado hablando con una sonrisa. Me despedí de los alumnos cuando me bajé del estrado y, en ese momento, sentí una extraña tristeza por lo vacío de todo. Físicamente débil y agotada, volví a rastras al hotel, me derrumbé en la cama y miré fijamente al techo. Me vi afectada por una inexplicable sensación de soledad y desolación. Las flores y los aplausos eran símbolos de mi éxito y renombre, pero todo eso era efímero, totalmente fugaz. En absoluto me servía para liberarme de la enfermedad y el vacío. Me preguntaba una y otra vez: “Ahora que me he ganado el respeto y la admiración de los demás, ¿por qué no soy ni siquiera mínimamente feliz? Por el contrario, me siento vacía, triste, desamparada y sola. ¿Para qué vive realmente la gente? ¿Cómo puede vivir con sentido?”.
Cada vez que volvía cansada a casa, mi mamá no paraba de preguntarme con tristeza: “Cariño, estás ocupadísima de sol a sol. Estás totalmente agotada. ¿Vale la pena? Deberías creer en Dios; Él nos creó. Al tener fe alcanzarás la verdad, que es el único modo de tener una vida con sentido y tranquila. Sin fe, aquello por lo que te afanes en este mundo parecerá vacío”. A decir verdad, sabía que la fe era algo bueno, pero estaba totalmente volcada en el trabajo. Quería hacerme creyente cuando fuera más mayor y me retirara. ¿Cómo no iba a centrarme en mi profesión siendo tan joven? Por eso no me tomé en serio las palabras de mi madre.
Como tenía estrés crónico, tanto laboral como emocional, desarrollé un trastorno endocrino y mi inmunidad se resintió. Me salió una enfermedad cutánea rara que me picaba una barbaridad, un picor que salía de debajo de la piel. No me servía de nada rascarme con las manos ni tomar medicación. Me agarraba la piel de la cara con una mano y en la otra tenía una aguja de pruebas cutáneas, con la que me pinchaba una y otra vez hasta que me sangraba toda la cara. El dolor cutáneo era tan insoportable que creía que estaría mejor muerta. Tenía la cara muy hinchada. Al ver mi reflejo, ni de un ser humano ni de un fantasma, sabía que no podía salir de casa. Pensaba: “Sé curar todo tipo de males complicados a los demás, pero no los míos. ¡Qué lástima!”. Había sido muy ilustre, pero ahora era una tremenda ruina. Quería matarme tirándome por la ventana. No paraba de llorar y gemir. “¡Ay, cuánto mal debo de haber hecho en una vida anterior, que así lo pago!”. Después fui a un médico chino a que me tratara. Me dijo que ya había visto un caso similar y que 20 años de tratamiento no lo curaron. Eso me resultó demoledor. ¿En serio iba a pasarme así el resto de mi vida? Había trabajado la mayor parte de mi vida para alcanzar la fama, pero había llegado a esto. ¿Qué sentido tenía mi vida? Solo deseaba tomarme unos somníferos y acabar con todo. Cuando me disponía a acabar con mi vida en abril de 2018, mi mamá me predicó de nuevo la obra de Dios de los últimos días.
Vi el musical “La historia de Xiaozhen”, de la Iglesia de Dios Todopoderoso. Me emocioné enormemente. Contenía algunas palabras de Dios: “El Todopoderoso tiene misericordia de estas personas que han sufrido profundamente. Al mismo tiempo, está harto de estas personas que carecen de conciencia, porque tuvo que esperar demasiado para obtener una respuesta por parte de los humanos. Él desea buscar, buscar tu corazón y tu espíritu, traerte alimento y agua para despertarte, de modo que ya no tengas sed ni hambre. Cuando estés cansado y cuando comiences a sentir algo de la lúgubre desolación de este mundo, no estés perdido, no llores. Dios Todopoderoso, el Vigilante, acogerá tu llegada en cualquier momento. Está vigilando a tu lado, esperando que des marcha atrás. Está esperando el día en el que recuperes la memoria de repente: cuando seas consciente del hecho de que viniste de Dios, que, en un momento desconocido, te perdiste, en un momento desconocido, perdiste el conocimiento a un lado del camino y en un momento desconocido, adquiriste un ‘padre’. Además, cuando te des cuenta de que el Todopoderoso ha estado siempre vigilando en ese lugar, esperando durante mucho, mucho tiempo tu regreso. Él ha estado vigilando con un anhelo desesperado, esperando una respuesta sin tener una. Su vigilancia y espera no tienen precio y son por el corazón y el espíritu de los seres humanos. Tal vez esta vigilancia y espera sean indefinidas y, quizá, ya estén llegando a su fin. Pero tú debes saber exactamente dónde se encuentran tu corazón y tu espíritu ahora mismo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El suspiro del Todopoderoso). Cada frase de las palabras de Dios me hablaba al corazón. La historia de Xiaozhen era como un retrato real de mi vida. Sentí que Dios me llamaba con los brazos abiertos: “¡Regresa, hija!”. El amor de Dios me hizo llorar, y no podía parar de sollozar. En ese momento sentí la calidez de la vuelta a casa. Mi corazón errante había encontrado puerto y estaba a salvo. Aquellos años de soledad, desdicha y tristeza, incluso secretos que jamás había contado, por fin los podía compartir con Dios. Clamé dentro de mí: “Dios es el único que sabe lo desdichada que ha sido mi vida. ¡El Creador es el único que puede amar de verdad al ser humano!”. Llorando, me presenté ante Dios y le dije: “¡Dios mío! Cuando estaba agotada de trabajar en mi profesión, me predicaste reiteradamente el evangelio por medio de mi madre, pero, por amor a mi profesión, no quería presentarme ante Ti. Ver que Xiaozhen gritaba ‘Dios’, ‘Dios’ una y otra vez en el escenario fue como un puñetazo al estómago detrás de otro. Me odio por rechazar reiteradamente Tu mano salvadora, con lo que te herí una y otra vez. Pero Tú no dejaste mi salvación por imposible. Permaneciste a mi lado aguardando el momento en que me volviera a Ti para poder salvarme de mi infinito dolor. ¡Oh, Dios mío! Quiero creer en Ti. ¡Quiero seguirte de cerca y adorarte!”. Exclamé a Dios todo cuanto había sepultado en mi interior todos aquellos años. Me sentí mucho más liviana, y mejoró mi estado anímico. Presentarme ante Dios me hizo la persona más feliz de la historia, y lamenté de veras lo terca que había sido al rechazar la salvación de Dios una y otra vez.
Posteriormente devoraba las palabras de Dios con avidez. Me llegaba al alma la imagen real que nos muestra Dios de la humanidad corrompida por Satanás. Toda palabra de Dios es verdad y nos revela cómo somos realmente. Me resultaba muy grato reunirme con los hermanos y hermanas y cantar himnos de alabanza a Dios. Era muy feliz. Veía que los hermanos y hermanas eran honestos y sinceros entre sí. Cuando mostraban corrupción, eran capaces de hablar y ayudarse sinceramente, sin ninguna clase de intriga o engaño. Me sentía como si viviera en un mundo totalmente distinto y me olvidé por completo de mi desdicha anterior. Además, mi salud fue mejorando. Le estaba muy agradecida a Dios por salvarme. Pensaba que, desde que me había hecho creyente, leía las palabras de Dios y le cantaba himnos de alabanza a diario, era muy feliz. ¿Por qué, cuando estaba en el mundo con una profesión, reputación, estatus y dinero, no era para nada feliz, sino que mi vida era sumamente desdichada? Más adelante leí algo en las palabras de Dios: “Satanás usa fama y ganancia para controlar los pensamientos del hombre hasta que todas las personas solo puedan pensar en ellas. Por la fama y la ganancia luchan, sufren dificultades, soportan humillación, y sacrifican todo lo que tienen, y harán cualquier juicio o decisión en nombre de la fama y la ganancia. De esta forma, Satanás ata a las personas con cadenas invisibles y no tienen la fuerza ni el valor de deshacerse de ellas. Sin saberlo, llevan estas cadenas y siempre avanzan con gran dificultad. En aras de esta fama y ganancia, la humanidad evita a Dios y le traiciona, y se vuelve más y más perversa. De esta forma, entonces, se destruye una generación tras otra en medio de la fama y la ganancia de Satanás” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). “Si no entiendes la verdad, no podrás ver esta cuestión con claridad y pensarás: ‘Es bueno tener voluntad de luchar; es adecuado. ¿Cómo puede alguien vivir sin algo de voluntad para luchar? Si no cuenta con ella, no tendrá ni espíritu ni fuerza de ningún tipo para vivir. Entonces, ¿qué sentido tiene estar vivo? Alguien así se somete ante cualquier situación desfavorable, ¡qué débil y cobarde es eso!’. Todo el mundo cree que ha de luchar para demostrar su valía. ¿Cómo lo hacen? Le dan énfasis a la palabra ‘lucha’. Sea cual sea la situación en la que se encuentren, tratan de lograr sus metas por medio de la lucha. La mentalidad de no rendirse nunca tiene su origen en el concepto de ‘lucha’. […] Luchan cada día de su vida. Hagan lo que hagan, siempre tratan de lograr la victoria mediante la lucha y alardean de su triunfo. Tratan de luchar para demostrar su valía en todo lo que hacen, pero ¿acaso son capaces de lograrlo? ¿Por qué están compitiendo y luchando exactamente? Es todo por la fama, la ganancia y el estatus, por su propio interés personal. ¿Por qué luchan? Lo hacen para parecer héroes y que se les reconozca como miembros de una élite. Sin embargo, su lucha debe acabar en muerte y se les ha de castigar. De eso no cabe duda. Donde se hallen Satanás y los demonios, allí hay lucha. Cuando acaben destruidos, entonces también concluirá la lucha. Este será el desenlace de Satanás y los demonios” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Digresión uno: Qué es la verdad). Las palabras de Dios resolvieron mi confusión interior y noté un esclarecimiento inmediato. Me di cuenta de que la fama, la fortuna y el estatus son medios, tácticas de Satanás para corromper, engañar y controlar a la gente. También son unos grilletes que Satanás nos pone y de los que ninguno nos podemos liberar. En esos 28 años en que tanto había trabajado, mi vida fue desdichada. Había considerado cosas positivas por las que afanarse toxinas satánicas como “hay que tener agallas para luchar por la dignidad”, “la gente debe luchar por su dignidad”, “quien algo quiere, algo le cuesta”, “el hombre lucha hacia arriba; el agua fluye hacia abajo” y “el hombre deja su reputación allá por donde va”. Las había considerado objetivos vitales. Desenfrenada por la senda de la fama y la fortuna, llevaba una vida desdichada. Al principio, cuando mi compañera se burlaba de mí y me ninguneaba, juré que lucharía por dejarla en evidencia. Me abrí camino en círculos con estatus y renombre. Empecé a trabajar y a sufrir por la fama y la fortuna. Tenía las manos rajadas y me sangraban por los productos de la permanente, pero no quería gastar dinero en contratar. Por escatimar, solo hacía una comida diaria y reprimía el hambre con agua. Estaba cansada hasta el límite, pese a lo cual no descansaba. Lo de que “quien algo quiere, algo le cuesta” me motivó hacia la fama y la fortuna. Después, por fin alcancé la fama a nivel local y me conformé durante un tiempo, pero, no obstante, no descansé en mi búsqueda de reputación y estatus. Mi ambición y mi deseo no dejaron de crecer. Para mejorar mi posición social, aumentar mi renombre y ganarme mayor admiración y estima de la gente, no dudé en estudiar medicina durante 15 años, sin tiempo para ir a casa a ver a mi madre y a mi hijo. No pensaba más que en mi profesión y mi reputación. Una vez que logré el éxito, lo postergué todo por disfrutar de las flores y los aplausos. Llegué a rechazar reiteradamente la mano salvadora de Dios. A fin de ganarme halagos y elogios, representaba un papel. Estaba físicamente tan agotada y exhausta que enfermé, pero continué dando clase. Toda esa fatiga acumulada se convirtió en una enfermedad rara y deseé morir. Era ardua la senda por la que iba, con los grilletes de la fama y la fortuna. Como un burro que tira de una rueda de molino en la oscuridad, yo no podía liberarme por más que tirara. Vivía según estas toxinas satánicas, sin nada que no fuera la fama y la fortuna en mi corazón y la estima de los demás en mi mente. Me volví muy egoísta y ruin, totalmente carente de intimidad y amor. Era como una criatura inhumana: no vivía ni como hombre ni como bestia. Solamente yo sabía el dolor que había tras la reputación que había conseguido. No era una senda correcta de vida. Por aquello que dijo mi compañera de clase, no quería ser una persona normal, sino mirar a los demás por encima del hombro y ser enaltecida. Durante más de dos décadas padecí una sensación de asfixia. Como señalan las palabras de Dios: “Si quieres ser siempre alguien sobresaliente, estar por encima de los demás, entonces te estás echando a los lobos, metiéndote en la picadora de carne y complicándote la vida” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 12: Quieren echarse atrás cuando no hay ninguna posición ni esperanza de recibir bendiciones). De no ser por las revelaciones de las palabras de Dios, ninguno entenderíamos que “la gente debe luchar por su dignidad” y “quien algo quiere, algo le cuesta” son falacias, tácticas de Satanás para corromper a los seres humanos.
Leí otra cosa en las palabras de Dios: “Cuando uno no tiene a Dios, cuando no puede verlo, cuando no puede reconocer claramente la soberanía de Dios, cada día carece de sentido, es vano, miserable. Allí donde uno esté, cualquiera que sea su trabajo, sus medios de vida y la persecución de sus objetivos no le traen otra cosa que una angustia infinita y un sufrimiento que no se pueden aliviar, de forma que uno no puede soportar mirar hacia su pasado. Solo cuando uno acepta la soberanía del Creador, se somete a Sus orquestaciones y disposiciones y busca la verdadera vida humana, empezará a librarse gradualmente de toda angustia y sufrimiento, y a deshacerse de todo el vacío de la vida” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). Con las palabras de Dios comprendí que los 20 años anteriores me resultaron tan dolorosos porque no conocía a Dios. Había estado viviendo según las filosofías satánicas, sin un objetivo ni un rumbo correctos en la vida. Eso me llevó a aquella senda equivocada. Satanás jugaba conmigo despiadadamente y yo vivía sin sentido alguno. Tenía que presentarme ante Dios, aceptar Sus palabras como base de mi existencia, someterme a Su dominio y Sus disposiciones y tomar el camino del temor de Dios y la evitación del mal para hallar la senda correcta en la vida. Como Job, el hombre más rico de Oriente, que tenía una familia de mucho dinero, pero que sabía que lo que tenemos está predestinado por la soberanía de Dios. No buscaba ni disfrutaba de fama ni estatus; trabajaba con normalidad. Vivía libre y feliz. Súbitamente, le quitaron las riquezas de su familia y murieron todos sus hijos, pese a lo cual alabó el nombre de Dios: “Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el nombre de Jehová” (Job 1:21).* Fue un fabuloso testimonio de Dios. Job supo someterse al dominio y las disposiciones de Dios, y tomó la senda del temor de Dios y la evitación del mal. Vivió con dignidad y al final recibió el visto bueno de Dios. Quería emular a Job, dejar la senda equivocada que había tomado en la vida, tener auténtica fe, leer las palabras de Dios, buscar la verdad y cumplir con el deber de un ser creado. Era el único modo de librarme del vacío y el dolor en mi interior y del daño y los grilletes de Satanás. Era la única senda posible para mí. Oré a Dios con el deseo de ser una persona que escuchara Sus palabras y lo obedeciera.
Sin embargo, cuando quise dejar mi profesión y volcarme en mi fe y mi deber, me topé con ciertos obstáculos. Un día recibí una llamada de mi hijo. La empresa estaba a punto de cerrar y quería que volviera a casa a movilizarme para salvarla. Eso me puso realmente mal. Después de 28 años de esfuerzo, ¿en serio iba a terminar así? En un instante me quedaría sin nada, como cuando despegó mi carrera. ¿Cómo me vería y hablaría de mí la gente? ¿Cómo podría dar la cara yo? Me resultaría imposible ganarme la vida. No quería rendirme así como así. Cuando estaba pensando en volver y rescatar la empresa, se me enrojecieron los dos brazos y empezaron a picarme muchísimo, como me picaba la cara antes. Me dolía y, además, estaba muy molesta. Como aún no me había recuperado del todo, ¿qué pasaría si iba y después me sentía mal otra vez? Sabía que, ante una dificultad de ese tipo, la única solución era hablar con Dios. Así pues, le oré: “¡Dios mío! Sé que antes iba por la senda equivocada, tras el dinero y la fama. Ahora quiero leer Tus palabras y cumplir con mi deber a diario, pero mi empresa está a punto de cerrar. Estoy muy mal. No quiero que cierre así como así el negocio en el que tanto trabajé durante más de 20 años. Dios mío, la verdad es que no sé qué hacer. Te pido que me guíes”. Una mañana recibí una llamada de un compañero aprendiz: nuestro profesor había tenido un infarto en un avión y lo llevaron al hospital, pero no lo pudieron salvar. Supe que eso era una alerta y una advertencia de Dios hacia mí para enseñarme que, por mucho dinero o renombre que tuviera, eso no me podría salvar la vida. Tras colgar, me arrodillé llorando ante Dios a orar: “¡Oh, Dios mío! Sé que oíste mi oración. La muerte de mi profesor me ha supuesto una llamada de atención. Ahora entiendo que el hecho de poder vivir es Tu salvación para conmigo. Cuando la enfermedad me torturaba tanto que quería morir y acabar con todo, me permitiste oír Tu voz, lo cual me salvó. Quiero valorar esta preciada oportunidad de hoy y no puedo repetir los mismos errores”.
En esa época leí unas palabras de Dios que me llegaron muy al alma y que me dejaron más claro lo que debemos buscar en la vida. Dios dice: “Aunque las diversas habilidades de supervivencia en cuya maestría las personas malgastan sus vidas pueden ofrecer abundantes comodidades materiales, nunca traen al corazón de uno verdadera paz y consuelo, sino que, en su lugar, hacen que las personas pierdan constantemente el rumbo, tengan dificultades para controlarse, y se pierdan cada oportunidad de conocer el sentido de la vida; estas habilidades de supervivencia crean un trasfondo de ansiedad acerca de cómo enfrentar la muerte apropiadamente. Las vidas de las personas se arruinan de esta manera” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). “Las personas gastan su vida persiguiendo el dinero y la fama; se agarran a un clavo ardiendo, pensando que son sus únicos apoyos, como si teniéndolos pudiesen seguir viviendo, eximirse de la muerte. Pero solo cuando están cerca de morir se dan cuenta de cuán lejos están estas cosas de ellas, cuán débiles son frente a la muerte, cuán fácilmente se hacen añicos, cuán solas y desamparadas están, sin ningún lugar adónde ir. Son conscientes de que la vida no puede comprarse con dinero ni fama, que no importa cuán rica sea una persona, no importa cuán elevada sea su posición, todas son igualmente pobres e insignificantes frente a la muerte. Se dan cuenta de que el dinero no puede comprar la vida, que la fama no puede borrar la muerte, que ni el dinero ni la fama pueden alargar un solo minuto, un solo segundo, la vida de una persona. Mientras más piensan eso las personas, más anhelan seguir viviendo, mientras más piensan eso las personas, más temen el acercamiento de la muerte. Sólo en este punto se dan cuenta realmente de que sus vidas no les pertenecen, de que no son ellas quienes las controlan, y de que no tienen nada que decir en cuanto a si viven o mueren, que todo esto está fuera de su control” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). Las palabras de Dios me alegraron el corazón y me dieron esclarecimiento. Me acordé de mi profesor, que toda la vida había ido en pos de la fama y la ganancia. Se formaba una algarabía allá donde iba y podría afirmarse que tenía fama y fortuna. Pero por muy realizado que estuviera, cuando enfermó y su vida corrió peligro, la fama no pudo salvársela. Eso me hizo ver realmente que por más reputación que tuviera alguien, no podía prolongarle la vida ni un segundo. Por mucho dinero que tuviera, no podía comprarle la salud. Yo había sido igual. Tuve éxito y fama, pero el tormento de la enfermedad me hizo anhelar la muerte. ¿De qué servía tener más reputación? Eso no podía aliviar ni de lejos mi vacío emocional ni mi dolor físico. Entonces experimenté de verdad que la fama y la fortuna son como estrellas fugaces, vacías, que pasan volando y que aportan gozo y satisfacción momentáneos. Sin embargo, ¿no seguía siendo una persona normal a pesar de haber logrado fama y fortuna? Tenía que comer tres veces al día para llenarme y necesitaba un lugar donde descansar. Enfrenté la soledad por mi cuenta, soporté todo mi dolor yo sola, aguanté mucho cansancio en solitario y afronté la enfermedad por mi cuenta. Era como cualquier otra persona. Sin fe, sin presentarnos ante Dios y leer Sus palabras, no comprendemos Su soberanía ni distinguimos las cosas positivas de las negativas. No sabemos más que seguir tendencias, las malvadas tendencias mundanas, luchando por avanzar paso a paso, lastrados por los grilletes de la fama y la fortuna, mientras Satanás juega con nosotros, nos pisotea y nos lastima. Las muertes de mi compañera y de mi profesor me supusieron una advertencia. Si permanecía en la senda del afán por la fama y la fortuna, acabaría como ellos. Hasta que no me di cuenta de esto no empecé a sentir auténtico temor. Oré a Dios, dispuesta a soltarme los grilletes de la fama y la fortuna, a tener auténtica fe y a tomar la senda de búsqueda de la verdad y de sumisión a Dios.
Luego vi un pasaje de las palabras de Dios que me reafirmó en mi decisión. Dios Todopoderoso dice: “¿Estáis dispuestos a disfrutar de Mis bendiciones en la tierra, bendiciones que son parecidas a las del cielo? ¿Estáis dispuestos a valorar el entendimiento de Mí, el disfrute de Mis palabras y el conocimiento de Mí, como las cosas más valiosas y significativas en vuestra vida? ¿Sois verdaderamente capaces de someteros totalmente a Mí, sin pensar en vuestras propias perspectivas? ¿Sois realmente capaces de permitir que Yo os dé muerte, y os guíe, como a ovejas? ¿Hay alguien entre vosotros capaz de lograr estas cosas? ¿Podría ser que todos los que Yo acepto y reciben Mis promesas son los que obtienen Mis bendiciones? ¿Habéis entendido algo de estas palabras? Si os pongo a prueba, ¿podéis poneros verdaderamente a merced mía, y, en medio de estas pruebas, buscar Mis propósitos y percibir Mi corazón? No deseo que seas capaz de decir muchas palabras conmovedoras, ni de contar muchas historias fascinantes; más bien, te pido que seas capaz de dar un buen testimonio de Mí, y que puedas entrar plena y profundamente en la realidad. Si no hablara de manera directa, ¿podrías abandonar todo lo que hay a tu alrededor y permitir que Yo te use? ¿No es esta la realidad que Yo requiero? ¿Quién es capaz de comprender el significado de Mis palabras? Sin embargo, pido que las dudas no os agobien, que seáis proactivos en vuestra entrada y captéis la esencia de Mis palabras. Esto evitará que malinterpretéis Mis palabras, y que no tengáis clara Mi intención, y violéis así Mis decretos administrativos. Espero que entendáis Mis propósitos para vosotros en Mis palabras. No penséis más en vuestras propias perspectivas, y actuad tal como habéis decidido delante de Mí para someteros a las orquestaciones de Dios en todas las cosas. Todos aquellos que permanecen dentro de Mi casa deberían hacer tanto como puedan; deberías ofrecer lo mejor de ti a la última parte de Mi obra sobre la tierra. ¿Estás realmente dispuesto a poner en práctica tales cosas?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 4). La lectura de las palabras de Dios me emocionó hasta el llanto. Sentía a Dios justo a mi lado, como si estuviera cara a cara con Él y me preguntara si estaba lista para entregarle todo, para aceptar Sus disposiciones y para someterme a Él. Me acordé de Pedro. El afán de su vida fue amar y satisfacer a Dios y, finalmente, se sometió a Él hasta la muerte, así que lo amó al máximo. Lo crucificaron bocabajo por causa de Dios, con lo que dio rotundo testimonio y tuvo una vida con sentido. Recordé el pasado, cuando oí el sinsentido que me dijo mi compañera. Sacrifiqué mi juventud y mi salud desesperada por la fama, la fortuna y el estatus para ser admirada, por lo que mi vida fue absolutamente desdichada. Dios me sacó del baño de masas y me salvó al borde de la muerte. Tuve mucha suerte de presentarme ante Dios y oír Su voz, con lo que acepté personalmente Su riego y pastoreo. Esta fue la maravillosa salvación de Dios para conmigo. En los últimos días, Dios ha expresado muchísimas verdades para purificarnos y salvarnos a los seres humanos, de modo que eliminemos nuestro carácter corrupto, nos libremos plenamente de las limitaciones de la influencia de Satanás y ya no nos haga daño su corrupción, para terminar por llevarnos a Su reino. No podía perder esta oportunidad única, en la que Dios salva y perfecciona al hombre, y, sobre todo, no podía decepcionar a Dios tras Su arduo esfuerzo. Debía tener auténtica fe y buscar la verdad. Al pensarlo, le dije a Dios para mis adentros: “¡Dios mío, estoy lista! Aunque en la vejez no me quede nada, ni fama ni fortuna, pese a ello quiero someterme a Tus disposiciones, ser una persona que escuche Tus palabras, se someta a Ti y cumpla con el deber de un ser creado”.
Después le traspasé el negocio a mi hijo para que lo llevara, y por fin me despedí totalmente de mi vida anterior. Recobré la salud. Pronto asumí un deber en la iglesia y empecé a experimentar a personas y cuestiones dispuestas por Dios. Ahora me centro en buscar la verdad y extraer lecciones, y siento un tipo de paz que jamás he experimentado. ¡Gracias a Dios!