9. Aprendí a someterme por medio del deber
En 2012, cuando trabajaba en Taiwán, acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Luego supe que fui de las primeras personas de Filipinas en aceptarla. Estaba muy emocionado y me sentía bendecido. En 2014, tras volver a Filipinas, empecé a predicar el evangelio del reino de Dios Todopoderoso en mi país. Enseguida, muchos filipinos aceptaron la obra de Dios de los últimos días. Estaba encantado y orgulloso de poder predicar el evangelio. Mis hermanos y hermanas me envidiaban por cumplir un deber tan importante y ser de los primeros en aceptar la obra de Dios en Filipinas. Todos decían que era muy afortunado. Ante su envidia y admiración, siempre tenía una sensación de superioridad y creía merecer un deber tan importante.
Un día, el líder de la iglesia me dijo que el hermano encargado de los asuntos generales de la iglesia tenía un asunto que atender y me preguntó si podía sustituir a aquel hermano en su deber. Me molesté mucho y pensé: “¿Por qué quiere de repente mi líder que me encargue de los asuntos generales? ¿Qué opinarán de mí los hermanos y las hermanas si se enteran?”. Para mí, predicar el evangelio y dar testimonio de Dios era el único deber importante que podía llevar ante Dios a muchos que anhelan Su aparición. Los asuntos generales eran, básicamente, tareas que no daban testimonio de Dios en absoluto ni harían que me admiraran. Me sentí muy decepcionado. No entendía por qué me sucedía esto y me preocupaba que mi líder me mandara seguir haciendo lo mismo. Tenía muchos pensamientos negativos, no podía someterme a ese deber y ni siquiera quería que mis hermanos y hermanas supieran que había cambiado de deber.
Al día siguiente, unos hermanos y hermanas me dijeron que habían oído que ahora me ocupaba de algunos asuntos generales de la iglesia. Al oír sus palabras me sentí muy avergonzado y deprimido. No quería para nada ese trabajo. Me sentía agraviado y desobediente, pero aparentemente fingía que no me importaba. Como no quería que vieran mi debilidad y me despreciaran, les respondí: “Esto lo ha dispuesto Dios y le estoy agradecido por ello”. Al decirlo, me di cuenta de que, aunque conocía la frase “Dios es soberano de todas las cosas”, cuando sobrevino la situación actual, en el fondo yo no admití Su soberanía. Mis palabras no coincidían con mis sentimientos. Aparentemente obedecía, pero en realidad no quería aceptar esto en absoluto. No podía evitar pensar: “¿Se equivocó el líder al disponer que me ocupara de los asuntos generales? Esta labor no es nada adecuada para mí. Debería estar predicando el evangelio; ¿cómo voy a cumplir este deber?”. Me volvía cada vez más negativo. Suponía que se debía a que a mi líder yo le parecía inadecuado para predicar el evangelio y por eso me encargó este deber. Para mí, encargarme de los asuntos generales no precisaba la entrada en la vida ni buscar los principios verdad, y solo era un trabajo físico, así que me limité a ocuparme de los asuntos, tal como me mandaban. Con el tiempo, no lograba la entrada en la vida, me harté de ello y, finalmente, ya no quise hacer más ese trabajo.
Un día me llamó un hermano que antes predicaba el evangelio conmigo, y me preguntó: “Hermano, queremos ir a un sitio, ¿puedes llevarnos?”. Me sentí triste y avergonzado al oír aquello. Pensé: “A lo mejor, este hermano piensa que solo me ocupo de los asuntos generales, que solo estoy aquí para hacer trabajos pesados o recados, y que no tengo estatus. Sin duda alguna, me desprecia”. Me sentía muy desdichado, negativo y aun menos motivado en el deber. En esa época, si bien parecía que cumplía mi deber, me sentía muy mal por dentro, y a menudo me preguntaba qué opinaban de mí mis hermanos y hermanas. Ni siquiera quería leer la palabra de Dios ni asistir a las reuniones. En teoría, sabía que, pasara lo que pasara, debía cumplir con mis deberes de ser creado, pero no podía escapar de mi estado negativo y pasivo. Con el tiempo, dejé de percibir la obra del Espíritu Santo y el deber me parecía un trabajo mundano. Cada día iba de un lado a otro, a esperar a que se pasara el día. Mi corazón estaba repleto de tinieblas y desdicha, no tenía esclarecimiento del Espíritu Santo en las reuniones y siempre me sentía vacío. Oré a Dios: “Dios mío, sé que está mal, pero sigue importándome lo que opinen de mí mis hermanos y hermanas. Te pido que me esclarezcas y guíes para poder reflexionar sobre mi corrupción y aceptar este deber”.
Luego leí unas palabras de Dios: “A la hora de determinar si las personas pueden obedecer a Dios o no, el aspecto clave es si tienen deseos extravagantes o motivaciones ocultas hacia Él. Si las personas siempre están haciéndole peticiones a Dios, eso demuestra que no le son obedientes. Sin importar lo que te suceda, si no lo aceptas de Dios y no buscas la verdad, y si siempre razonas a tu favor y sientes que solo tú tienes la razón, y si incluso eres capaz de dudar de que Dios es la verdad y la justicia, entonces tendrás problemas. Esas personas son las más arrogantes y rebeldes hacia Dios. La gente que siempre le exige a Dios no puede obedecerlo de verdad. Si le haces peticiones a Dios, esto prueba que estás intentando hacer un trato con Él, que estás eligiendo tu propia voluntad y actuando conforme a ella. En este sentido, estás traicionando a Dios y careces de obediencia. […] Si no hay verdadera fe dentro de una persona ni convicción sustancial, nunca podrá obtener el elogio de Dios. Cuando la gente es capaz de ponerle menos exigencias a Dios, tiene más fe y obediencia verdaderas, y su sentido de la razón es comparativamente normal” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Las personas le ponen demasiadas exigencias a Dios). La palabra de Dios revelaba mi corrupción interior. Me acordé de cómo oré a Dios cuando acepté Su obra de los últimos días: “Sea cual sea el ambiente que dispongas, y sin importar que me tope con dificultades o experimente grandes pruebas, aceptaré y obedeceré. Pase lo que pase, te seguiré”. Sin embargo, ahora se me había puesto en un ambiente real, pero no era capaz de aceptarlo. De pronto comprendí que mi obediencia a la soberanía y las disposiciones de Dios había sido mera palabrería. Al principio, cuando la iglesia dispuso que predicara el evangelio, creía que era un deber muy importante, y mis hermanos y hermanas me elogiaban y admiraban, así que me gustaba mucho ese deber y, por eso, era muy diligente y me esforzaba mucho. No obstante, cuando el líder dispuso que me encargara de los asuntos generales, sentí que, en un instante, había pasado de ser muy valorado por todos a ser un trabajador que a nadie le importaba, y eso era un tremendo bochorno. Sentía que mis hermanos y hermanas no me admirarían como antes. Así pues, sinceramente, no podía aceptarlo, e incluso pensaba que lo dispuesto por mi líder estaba mal. Me tomaba mi dignidad y mi estatus demasiado en serio, era egoísta y exigente hacia mis deberes. Solo quería cumplir un deber que me permitiera lucirme y ganarme la admiración de los demás, no uno discreto. Cuando el deber dispuesto para mí no me permitía lucirme ni conseguir la admiración ajena, mi corazón se llenó de resistencia y quejas y jamás logré obedecer, con lo que perdí la obra del Espíritu Santo y vivía en tinieblas. Con la palabra de Dios entendí que, si quería hacerme sinceramente obediente a Él, no solo tenía que obedecer Sus disposiciones cuando el ambiente me conviniera, sino, sobre todo, cuando no. Aunque perdiera prestigio o mis hermanos y hermanas no me admiraran, tenía que aceptar y obedecer.
Posteriormente, en una reunión, hablé abiertamente de mi estado y mis hermanos y hermanas me enviaron un pasaje de la palabra de Dios: “¿Qué usa Satanás para mantener al hombre firmemente bajo su control? (La fama y la ganancia). De modo que Satanás usa fama y ganancia para controlar los pensamientos del hombre hasta que todas las personas solo puedan pensar en ellas. Por la fama y la ganancia luchan, sufren dificultades, soportan humillación, y sacrifican todo lo que tienen, y harán cualquier juicio o decisión en nombre de la fama y la ganancia. De esta forma, Satanás ata a las personas con cadenas invisibles y no tienen la fuerza ni el valor de deshacerse de ellas. Sin saberlo, llevan estas cadenas y siempre avanzan con gran dificultad. En aras de esta fama y ganancia, la humanidad evita a Dios y le traiciona, y se vuelve más y más perversa. De esta forma, entonces, se destruye una generación tras otra en medio de la fama y la ganancia de Satanás. Consideremos ahora las acciones de Satanás, ¿no son sus siniestros motivos completamente detestables? Tal vez hoy no podáis calar todavía sus motivos siniestros, porque pensáis que uno no puede vivir sin fama y ganancia. Creéis que, si las personas dejan atrás la fama y la ganancia, ya no serán capaces de ver el camino que tienen por delante ni sus metas, que su futuro se volverá oscuro, tenue y sombrío. Sin embargo, poco a poco, todos reconoceréis un día que la fama y la ganancia son grilletes monstruosos que Satanás usa para atar al hombre. Cuando llegue ese día, te resistirás por completo al control de Satanás y a los grilletes que Satanás usa para atarte. Cuando llegue el momento en que desees deshacerte de todas las cosas que Satanás ha inculcado en ti, romperás definitivamente con Satanás y detestarás verdaderamente todo lo que él te ha traído. Sólo entonces la humanidad sentirá verdadero amor y anhelo por Dios” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). Tras meditar la palabra de Dios, comprendí que seguía pensando que ocuparme de asuntos generales era algo poco destacable, que me hacía ver mal y perjudicaba mi imagen y que no era capaz de obedecer a causa del daño provocado por Satanás. Satanás controla el corazón de la gente a través de la reputación y la ganancia y hace que la gente se esfuerce por conseguirlas y lo sacrifique todo por ellas. Además, Satanás me había engañado y corrompido inconscientemente. Recordé que, de niño, mis padres me enseñaron a ganarme el respeto y la admiración de los demás. Por eso, desde joven, creía que debía superar al resto y ser excepcional. Asimismo, también la sociedad y los medios promueven estas opiniones y veía que algunas personas famosas y de alto estatus gozan de mejor trato que la gente normal, así que estaba decidido a progresar y ser admirado por todos. Cuando acepté la obra de Dios en los últimos días, aún vivía según esos puntos de vista, y creía equivocadamente que la labor de predicar el evangelio era importante y podía ganarme la admiración y el respeto, pero nadie admira a los que se encargan de las tareas cotidianas. Yo consideraba los deberes mejores o peores y quería cumplir con uno que me permitiera destacar. Cuando mi líder dispuso que me ocupara de los asuntos generales por las necesidades de nuestra labor, en lo único que pensé fue en mi propia dignidad y estatus, y en el fondo de mi corazón no podía aceptarlo ni obedecer. No buscaba la voluntad de Dios para nada ni pensaba en las necesidades de la labor de la iglesia. ¡Qué egoísta y despreciable! Fue entonces cuando me di cuenta de que querer continuar predicando el evangelio no era realmente tener en consideración la voluntad de Dios. Simplemente quería el deber como trampolín para ganarme la admiración de todos. Solo lo quería para presumir y hacer que me admiraran, de modo que alcanzara reputación y ganancia. Cuando el líder dispuso que me ocupara de los asuntos generales se hizo añicos mi ambición de ser muy valorado, así que me desanimé e incluso carecía de la motivación para cumplir con mi deber. Me acordé de que algunos hermanos y hermanas solían tener un estatus mundano y prestigio, pero fueron capaces de renunciar a eso y, sin importar el deber que dispusiera la iglesia para ellos, fuera este insignificante o no, igualmente eran capaces de aceptar y obedecer. Al compararme con ellos, sentí vergüenza. No llevaba a Dios en el corazón ni tenía la obediencia más elemental hacia Él. Ahora me daba cuenta de lo irracional que era ir en pos de la reputación, la ganancia y el estatus. Si seguía buscando así, nunca comprendería ni recibiría la verdad y, tarde o temprano, sería descartado. Luego leí unas palabras de Dios: “Si lo único en lo que piensas durante tus horas disponibles tiene que ver con el modo de corregir tu carácter corrupto, de practicar la verdad y de comprender los principios verdad, aprenderás a utilizarla para resolver tus problemas de acuerdo con las palabras de Dios. Así tendrás capacidad de vivir de forma independiente, tendrás entrada en la vida, no tendrás grandes dificultades para seguir a Dios y poco a poco entrarás en la realidad verdad. Si en el fondo sigues obsesionado con el prestigio y el estatus, sigues preocupado por alardear y hacer que los demás te admiren, no eres alguien que persiga la verdad, y vas por la senda equivocada. Lo que persigues no es la verdad ni la vida, sino las cosas que amas, es la reputación, el beneficio y el estatus; en cuyo caso, nada de lo que haces se relaciona con la verdad, todo cuenta como un acto de maldad y como prestar un servicio. Si en tu corazón amas la verdad y siempre te esfuerzas por ella, si aspiras a la transformación de tu carácter, eres capaz de alcanzar la auténtica obediencia a Dios, de temerlo a Él y evitar el mal; y si eres mesurado en todo lo que haces y eres capaz de aceptar el escrutinio de Dios, entonces tu estado no dejará de mejorar, y tú serás alguien que vivirá ante Dios. […] Aquellos que aman la verdad la buscan en todas las cosas, hacen introspección y tratan de conocerse, se centran en practicar la verdad, y siempre tienen obediencia a Dios y temor de Dios en el corazón. Si surgen en ellos nociones o malentendidos sobre Dios, le oran de inmediato y buscan la verdad para subsanarlos. Se centran en cumplir bien con sus deberes de manera que satisfaga la voluntad de Dios, se esfuerzan por alcanzar la verdad y aspiran a conocer a Dios, y así llegan a tener un corazón temeroso de Dios y evitan toda mala acción. Estas son personas que siempre viven ante Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La buena conducta no implica que se haya transformado el carácter). Tras leer la palabra de Dios, comprendí que, si quería encaminarme en la senda correcta de creer en Dios, buscar la verdad y lograr la transformación de mi carácter, debía cambiar mi punto de vista equivocado sobre la búsqueda. Sin importar si podía presumir o recibir admiración en el deber o no, debía aceptarlo y cumplir fielmente con él. Esta es la actitud que debo tener hacia el deber y el razonamiento que deben poseer los seres creados. Si cumplía con el deber sin buscar la verdad y no podía obedecer a Dios, si solo lo hacía en busca de fama y estatus y para ganarme el respeto de los hermanos y las hermanas, eso significaría que estaba tomando la senda de la oposición a Dios. Si no cambiaba mi comportamiento, al final solo podría resultar rechazado y descartado. Creer en Dios y cumplir con mi deber exige que tenga la motivación correcta, que me centre en buscar y practicar la verdad, renunciando a mis ambiciones y deseos, y haciendo las cosas de acuerdo con las disposiciones de Dios. Esa era la única manera de ser obediente a Dios, y solo así podía transformar mis actitudes corruptas. Entendido esto, tenía un rumbo y de todo corazón me dispuse a aceptar el deber. Tanto si la gente me admiraba como si no, tenía que cumplir con el deber lo mejor posible.
Después leí dos pasajes de la palabra de Dios: “Para que hoy podáis desempeñar vuestro deber en la casa de Dios, ya sea grande o pequeño, ya sea físico o mental, y ya se trate de manejar los temas externos o el trabajo interno, nadie cumple con su deber por accidente. ¿Cómo puede ser esta tu elección? Todo esto lo dirige Dios. La comisión de Dios es el motivo primordial de que estés así de conmovido, tengas este sentido de la misión y de la responsabilidad, y puedas desempeñar este deber. Hay muchos entre los incrédulos con buena apariencia, conocimiento o talento, pero ¿acaso los favorece Dios? No. Dios no los eligió, y Él solo os favorece a vosotros. Os hace adoptar toda clase de roles, desempeñar toda clase de deberes y asumir diferentes tipos de responsabilidades en Su obra de gestión. Cuando el plan de gestión de Dios acabe por culminar y se consiga, ¡será una enorme gloria y un gran privilegio! Entonces, cuando la gente padezca algunas dificultades mientras desempeña su deber hoy en día, cuando tenga que renunciar a cosas, gastarse un poco y pagar cierto precio, cuando pierda su estatus y su fama y fortuna en el mundo, y cuando todas estas cosas hayan desaparecido, podrá parecer que Dios se lo ha quitado todo, pero han ganado algo más precioso y de mayor valor. ¿Qué ha ganado la gente de Dios? Ha ganado la verdad y vida cumpliendo con su deber. Solo cuando has desempeñado bien tu deber, has completado la comisión de Dios, vives toda tu vida para tu misión y la comisión que Dios te ha asignado, tienes un hermoso testimonio, y vives una vida con valor, ¡solo entonces eres una persona de verdad! ¿Y por qué digo que eres una persona de verdad? Porque Dios te ha escogido y te ha hecho cumplir con tu deber como ser creado dentro de Su gestión. Este es el mayor valor y significado en tu vida” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). “Si deseas dedicar toda tu devoción en todas las cosas para cumplir la voluntad de Dios, no puedes hacerlo simplemente realizando un deber; debes aceptar toda comisión que Dios te encomiende. Ya sea que esta sea de tu agrado o concuerde con tus intereses, o que sea algo que no disfrutes, que nunca hayas hecho o sea difícil, aun así, debes aceptarla y obedecer. No solo debes aceptarla, sino que además debes cooperar proactivamente y aprender de ella mientras que adquieres experiencia y ganas entrada. Incluso si sufres dificultades, estás cansado, eres humillado o excluido, igualmente debes dedicarle toda tu devoción. Solo practicando de esta manera serás capaz de dedicar toda tu devoción en todas las cosas y satisfarás la voluntad de Dios. Debes verlo como el deber que tienes que cumplir; no como un asunto personal. ¿Cómo debes entender los deberes? Como algo que el Creador, Dios, le encarga a alguien; así es como surgen los deberes de las personas. La comisión que te encarga Dios es tu deber, y es totalmente natural y justificado que cumplas con tu deber como Dios lo exige. Si tienes en claro que este deber es la comisión de Dios y que es el amor y la bendición de Dios que recaen sobre ti, entonces podrás aceptar tu deber con un corazón amante de Dios, podrás ser considerado con Su voluntad mientras realizas tu deber y podrás superar todas las dificultades para satisfacerle. Aquellos que verdaderamente se esfuerzan por Dios nunca podrían rechazar Su comisión; nunca podrían rechazar ningún deber. Sea cual sea el que Dios te confíe, independientemente de las dificultades que conlleve, no debes rechazarlo, sino aceptarlo. Esta es la senda de práctica, que consiste en practicar la verdad y dedicar toda tu devoción en todas las cosas para satisfacer a Dios. ¿Cuál es el eje central de esto? Es la frase ‘en todas las cosas’. ‘Todas las cosas’ no significa necesariamente las cosas que te gustan o que se te dan bien y, mucho menos, las cosas con las que estás familiarizado. Algunas veces serán cosas en las que no eres bueno, cosas que tienes que aprender, que son difíciles o con las que debes sufrir. Sin embargo, independientemente de la cosa de que se trate, siempre y cuando Dios te la haya confiado, debes aceptarla de parte de Él y, tras aceptarla, debes cumplir bien el deber, dedicarle toda tu devoción y satisfacer la voluntad de Dios. Esta es la senda de práctica. Sin importar lo que ocurra, siempre debes buscar la verdad, y una vez que estés seguro de qué tipo de práctica está en consonancia con la voluntad de Dios, eso es lo debes hacer. Solo si haces esto estás practicando la verdad, y solo así puedes entrar en la realidad verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Tras leer la palabra de Dios, comprendí que ningún deber le llega a alguien por accidente. Proviene de la soberanía y el arreglo de Dios. No podía hacer caso a mis preferencias. Debía obedecer y cumplir con mi responsabilidad de todo corazón y con todas mis fuerzas. Esta es la única manera de vivir que tiene sentido y no es vana. Antes me habían hipnotizado la reputación y la ganancia, no comprendía la soberanía de Dios, por lo que no podía considerar el deber de forma correcta, y consideraba los deberes mejores y peores. Ahora entendía que ningún deber es superior ni inferior a otro, simplemente realizamos funciones distintas. Ya sea que se trate de predicar el evangelio o de ocuparse de los asuntos generales, debo aceptarlo. Sea cual sea nuestro deber en la casa de Dios, Él quiere que busquemos la verdad y enfaticemos la entrada en la vida. Si solo cumplía con el deber para que me admiraran y conseguir reputación y estatus, no estaría cumpliendo con el deber de un ser creado, sino maquinando para mis propios fines. Me estaría rebelando contra Dios y oponiéndome a Él. En tal caso, aunque otros me admiraran, Dios no lo daría por bueno, así que ¿qué sentido tendría hacerlo? Aunque ocuparme de los asuntos generales a mí no me parecía importante, ese ambiente me permitió reflexionar y conocerme a mí mismo, buscar la verdad, aprender lecciones y, en última instancia, me permitió renunciar a mi deseo de reputación y estatus y aprender a obedecer. Fue la salvación de Dios para mí. De hecho, al ocuparme de asuntos de la iglesia, me topaba con cosas diversas que requerían considerar los intereses de la iglesia, momento en el cual debía buscar la verdad y actuar según los principios. ¿No era una excelente oportunidad para que practicara la verdad y cumpliera con el deber para satisfacción de Dios? Cuando lo comprendí, oré a Dios: “Dios mío, no quiero rebelarme contra Ti más tiempo, quiero someterme a Tus orquestaciones y arreglos, aceptaré que me observes y cumpliré con el deber con un corazón rebosante de amor por Ti”. Después de orar tuve una sensación de liberación y confianza para cumplir adecuadamente con el deber.
En una ocasión llevé a mis hermanos y hermanas a completar una tarea. Observé que cumplían con su deber con cuidado, considerando a conciencia y vigilando cada detalle de su trabajo para que no se resintieran los intereses de la iglesia. Recordé que tuve la actitud incorrecta hacia el deber desde que lo acepté. Simplemente hacía lo que disponía mi líder, y no pensaba en cómo cumplir correctamente con el deber. Cumplir con mis deberes de este modo lastimaba a Dios y lo hacía despreciarme. Posteriormente, dejé de preocuparme de si los demás me admiraban. En cambio, recapacitaba sobre los intereses de la iglesia y, además, era cuidadoso y pausado en mis tareas. Cumpliendo así con el deber, me sentía en paz y ya no me sentía cansado. Aprendí mucho de mi experiencia y entendí que Dios me había otorgado un deber que no me gustaba para que recapacitara y comprendiera que mi búsqueda de reputación y estatus estaban mal, para salvarme de las ataduras y limitaciones de tales cosas. Él me estaba llevando por la senda de búsqueda de la verdad. Todo esto fue Su amor por mí. Comprendí los buenos propósitos de Dios y descubrí que, lo que me suceda, incluso cuando es algo o algún deber que no encaje con mis nociones, es beneficioso para mi vida. No podía rebelarme más contra Dios. Tenía que volverme obediente a Él y cumplir con mis deberes de una manera sólida.
Poco después, regresó el hermano que había estado al cargo de los asuntos generales. El líder dispuso que yo trabajara junto a este hermano y me siguiera encargando de los asuntos generales. Cuando recibí la noticia, pensé: “Esta vez no puedo dejar que mis preferencias dicten mi forma de considerar el deber. Debo aceptar y obedecer las instrumentaciones y disposiciones de Dios”. Sabía que esto era Dios mostrándome gracia, dándome otra oportunidad para formarme y entrar en Sus palabras. Con mi experiencia previa, no tenía más pensamientos negativos en mi deber, ya no lo despreciaba ni me entristecía no recibir la admiración ajena. Por el contrario, cumplía con el deber de manera realista y buscaba satisfacer la voluntad de Dios. Leí unas palabras de Dios: “Para todos los que cumplen con un deber, da igual lo profundo o superficial que sea su entendimiento de la verdad, la manera más sencilla de practicar la entrada en la realidad verdad es pensar en los intereses de la casa de Dios en todo, y renunciar a los propios deseos egoístas, a las intenciones, motivos, orgullo y estatus personales. Poner los intereses de la casa de Dios en primer lugar; esto es lo menos que debéis hacer. Si una persona que lleva a cabo un deber ni siquiera puede hacer esto, entonces ¿cómo puede decir que está llevando a cabo su deber? Esto no es llevar a cabo el propio deber. Primero debes pensar en los intereses de la casa de Dios, tener en cuenta la voluntad de Dios y considerar la obra de la iglesia. Coloca estas cosas antes que nada; solo después de eso puedes pensar en la estabilidad de tu estatus o en cómo te consideran los demás. ¿No os parece que esto se vuelve un poco más fácil cuando lo dividís en dos pasos y hacéis algunas concesiones? Si practicáis de esta manera durante un tiempo, llegaréis a sentir que satisfacer a Dios no es algo tan difícil. Además, deberías ser capaz de cumplir con tus responsabilidades, llevar a cabo tus obligaciones y tu deber, dejar de lado tus deseos egoístas, intenciones y motivos. Debes tener consideración hacia la voluntad de Dios y poner primero los intereses de la casa de Dios, la obra de la iglesia y el deber que se supone que has de cumplir. Después de experimentar esto durante un tiempo, considerarás que esta es una buena forma de comportarte. Es vivir sin rodeos y honestamente, y no ser una persona vil y miserable; es vivir justa y honorablemente en vez de ser despreciable, vil y un inútil. Considerarás que así es como una persona debe actuar y la imagen por la que debe vivir. Poco a poco, disminuirá tu deseo de satisfacer tus propios intereses” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). La palabra de Dios me resultó esclarecedora. Cuando cumplimos con el deber, debemos aceptar que Dios nos observe y renunciar a nuestros deseos, intenciones y motivaciones. Debemos ofrendar nuestro corazón sincero, hacer las cosas para beneficio de la iglesia y lo mejor que podamos en toda obligación que tengamos. Esta es la única manera de cumplir con el deber de un ser creado, vivir de forma recta y poseer la humanidad y razón que ha de tener la gente. Al practicar de este modo, me sentía en paz y a gusto.
Ahora soy muy feliz en el deber y he aprendido mucho. Sé que, sin ser expuesto por la realidad y sin el juicio de la palabra de Dios, no habría reconocido mi corrupción ni habría sido capaz de ver la importancia de búsqueda de la verdad. Tras esta experiencia, también comprendí que Dios dispone el deber que yo cumpla en función de mis necesidades de entrada en la vida, así que debo aceptar y obedecer, buscar la verdad, cumplir con el deber de todo corazón y con toda mi mente, y convertirme en una persona que obedezca sinceramente a Dios y se gane Su aprobación.