13. Cómo me dañó ser negligente
En octubre de 2021 empecé a practicar el riego a nuevos fieles. A la semana me percaté de que tenía mucho que aprender. Tenía que familiarizarme con principios-verdad de toda clase. Además, debía practicar la enseñanza de la verdad para resolver sus diversos problemas y dificultades, pero mi comprensión de la verdad era superficial y charlar no era mi fuerte. Me parecía un deber dificilísimo, especialmente cuando la líder del equipo quería que resolviera pronto los problemas y dificultades de los nuevos fieles. Todos los nuevos fieles tenían bastantes problemas así que, para resolverlos, tenía que buscar muchas verdades relevantes y analizar la forma de hablar con claridad. ¿Qué precio debía pagar por hacerlo? Encontraba que todo esto era muy difícil de lograr, así que le dije a la líder del equipo que me faltaba aptitud y no podía hacerlo bien. La líder del equipo habló conmigo, diciendo que yo necesitaba asumir una carga en mi deber y no debía temer el sufrimiento. Accedí de mala gana tras oír sus palabras, pero en el fondo no quería pagar un precio. En las reuniones, seguía hablando con los nuevos fieles como siempre y, como no conocía sus dificultades, divagaba en mis enseñanzas y no lograba resultados, con lo que empezó a reducirse el número de nuevos fieles que asistían regularmente a las reuniones. Cuando la líder descubrió este problema, me pidió que los ayudara y les brindara soporte de inmediato, pero yo pensaba para mis adentros: “Los divulgadores del evangelio ya les han enseñado muchas veces la verdad de las visiones de la obra de Dios, y aún así siguen sin venir a las reuniones. ¿Lograría algo que yo hablara con ellos? Además, dado que todos esos nuevos fieles no se reúnen últimamente, seguro que me llevará mucho tiempo ir a hablar con ellos, lo que será agotador”. Con esa idea, solo les enviaba mensajes breves de saludo y arrinconaba a aquellos que no respondían, y no les hacía caso. A aquellos que tenían más problemas los ponía al final de la lista para enseñarles, o se los pasaba a los divulgadores del evangelio para que los asistieran. Pronto dejaron de reunirse algunos nuevos fieles porque sus problemas llevaban mucho tiempo sin resolverse. Me sentía culpable y molesta siempre que observaba que no se reunían los nuevos fieles, y sentía que debía pagar un precio mayor para resolver sus problemas, pero, al pensar en lo complicado que sería, lo dejaba pasar.
Me acuerdo de una nueva fiel, que solía ser católica, que empezó a tener nociones sobre la aparición de Dios encarnado y Su obra en los últimos días, y dejó de reunirse. Tanto si le mandaba mensajes como si la llamaba, me ignoraba. Dos días después me dejó este mensaje: “Nací en una familia católica. Soy católica desde pequeña y ya han pasado 64 años. Solo creo en el Señor Jesús; no creeré en Dios Todopoderoso”. Mi respuesta fue: “Dios Todopoderoso es el regreso del Señor Jesús. La única vía para ser salvado y entrar en el reino de los cielos es aceptar la aparición del Señor y su obra en los últimos días”. Después de eso, ella no respondió. La busqué más veces, pero continuó ignorándome. Así pues, le pasé el problema a la líder del equipo. Inesperadamente, me envió algunos pasajes pertinentes de la palabra de Dios, pidiéndome que buscara la verdad para resolver esto. Me parecía agotador dotarme de muchas verdades y dedicarme a pensar en cómo enseñar para lograr resultados. La nueva fiel no me respondía, y aunque yo dedicara tiempo a prepararme, quizá no escuchara mis enseñanzas de todos modos, con lo que la dejé de lado y la ignoré. Había una nueva fiel ocupadísima con el trabajo todos los días y que nunca tenía tiempo de asistir a las reuniones a las que la invitaba. Al principio no dejaba de enviarle palabras de Dios e himnos a diario, pero siempre respondía con un “amén” y no aparecía por las reuniones. Al final dejé de enviarle palabras de Dios. Sentía que estaba demasiado ocupada con el trabajo, que esa era su situación real y que, sin importar cuánto tiempo invirtiera, yo no podría resolver ese problema. En realidad, sabía que debía arreglar horas de reunión adecuadas según sus dificultades, y buscar pasajes pertinentes de las palabras de Dios para compartir con ella sobre sus nociones, lo cual era la única vía para lograr resultados. Pero me parecía que hacer eso era demasiado complicado y engorroso, así que no quería pagar este precio. Sin embargo, si no compartía esa comunión con ella y se enteraba la líder, ella me podaría por no hacer un trabajo real. Por ello, tuve que forzarme a enseñar a la nueva fiel un par de veces, y al ver que seguía sin asistir a reuniones, percibí que ella no tenía sed de la verdad y que no faltaba esfuerzo por mi parte. Por tanto, terminé por ignorarla. Siempre había sido negligente en el deber y había eludido toda adversidad. Cuando me encontraba con nuevos fieles con nociones o dificultades reales, no quería esforzarme en analizar la manera de resolver sus problemas y solo pasaba estos problemas a la líder del equipo. Unos meses más tarde, muy pocos nuevos fieles se reunían con regularidad. La líder me podó y me puso al descubierto tras descubrir esa cuestión. Según ella, yo era demasiado negligente en el deber, y me dijo que era preciso que cambiara ya. Así, resolví que me rebelaría contra mi carne y regaría bien a los nuevos fieles pero, al enfrentarme a los muchos problemas de los nuevos fieles, seguía sin estar dispuesta a pagar un precio por resolverlos. En cambio, solo ponía una excusa y decía que me faltaba aptitud y no era apta para ese deber. Al ver que yo continuaba siendo negligente, no cambiaba y mi deber no daba resultado, la líder me podó duramente, diciendo: “¡Eres demasiado negligente en el deber! Nunca preguntas a los nuevos fieles por sus problemas y no te esfuerzas por resolverlos ni siquiera cuando te informas un poco de ellos. ¿Qué tiene eso de cumplimiento del deber? ¡Solo haces daño a los nuevos! Si no cambias, serás destituida”. Tras haber sido podada y advertida de ese modo, me sentí culpable y asustada. Empecé a hacer introspección: ¿Por qué no podía cumplir bien ese deber y siempre me parecía demasiado duro?
Un día leí en mis devociones este pasaje de las palabras de Dios: “Algunas personas cumplen su deber sin principios. Siguen sistemáticamente sus propias inclinaciones y actúan de forma arbitraria. ¿Acaso esto no es una muestra de superficialidad? ¿Acaso estas personas no engañan a Dios? ¿Habéis considerado alguna vez las consecuencias de esta clase de conducta? No tenéis en cuenta las intenciones de Dios a través del cumplimiento del deber. Sois irreflexivos e ineficaces en todo lo que hacéis, sin dedicación ni esfuerzo incondicionales. ¿Podéis ganar la aprobación de Dios de esta manera? Muchas personas cumplen su deber con desgana, y no pueden perseverar. No pueden soportar ni siquiera el sufrimiento más ligero, sienten siempre que les han causado un gran perjuicio, y no buscan la verdad para resolver las dificultades. ¿Pueden seguir a Dios hasta el final si cumplen su deber de esta manera? ¿Está bien que sean superficiales en todo lo que hacen? ¿Puede esto ser aceptable para la conciencia? Incluso si se valora de acuerdo con los valores humanos, esta clase de conducta es inaceptable; entonces, ¿se puede considerar como el cumplimiento satisfactorio del deber? Si cumples tu deber de esta manera, nunca obtendrás la verdad. Tu contribución de mano de obra será insatisfactoria. Entonces, ¿cómo podrías ganar la aprobación de Dios? Muchas personas temen a la adversidad en el cumplimiento de su deber, son demasiado holgazanas y ansían la comodidad física. Nunca se esfuerzan por aprender habilidades especializadas ni por contemplar las verdades en las palabras de Dios. Creen que ser así de superficiales les ahorra problemas. No necesitan investigar nada ni pedir consejo a otros. No necesitan usar la mente ni pensar profundamente. Esto parece ahorrarles mucho esfuerzo e incomodidad física, y aun así logran completar la tarea. Y si los podas, se vuelven desafiantes y discuten, con argumentos como los siguientes: ‘No he sido perezoso ni ocioso, la tarea se ha hecho, ¿por qué le buscas tres pies al gato? ¿Acaso no intentas simplemente criticarme? Ya lo estoy haciendo suficientemente bien al cumplir mi deber de esta manera. ¿Cómo es que no estás satisfecho?’. ¿Creéis que estas personas pueden progresar más? Cumplen su deber continuamente de una manera superficial y siempre ponen excusas. Cuando ocurren problemas, se niegan a que alguien los señale. ¿Qué clase de carácter es este? ¿Acaso no es el carácter de Satanás? ¿Pueden las personas cumplir su deber aceptablemente con tal carácter? ¿Pueden satisfacer a Dios?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo aquel que cumple bien con el deber con todo su corazón, su mente y su alma ama a Dios). Dios expone mucha gente por ser muy perezosa en el deber, siempre anhela la comodidad carnal, carece de diligencia y se conforma con aparentar estar ocupada. De esa manera, nunca pueden cumplir bien con sus deberes. Entendí que no lograba resultados en el deber, no por falta de aptitud, sino porque solo era perezosa y temía sufrir. Sentía que el riego a nuevos fieles implicaba que tenía que conocer muchas verdades, que tenía que aprender a resolver sus diversos problemas y dificultades, y que eso lo convertía en un deber realmente agotador, por lo que salía del paso. La líder del equipo quería que atendiera lo antes posible los problemas de los nuevos, cosa que podría haber hecho si me hubiera esforzado. Pero cuando vi que esto requería más tiempo y esfuerzo, se lo pasaba a la líder de equipo o a los divulgadores del evangelio. Veía que los nuevos fieles no asistían a reuniones porque tenían nociones o afrontaban dificultades y problemas, pero era indiferente. Era insensible cuando otros me hablaban de vías de resolución. A veces enviaba a los nuevos fieles palabras de Dios o himnos, pero a los pocos días ya no podía seguir y los ignoraba. Vi que era en verdad muy perezosa, codiciosa de los placeres carnales y nada sincera en el deber. Era astuta e iba a la deriva en la iglesia. ¡Qué repugnante y odiosa era para Dios!
Después de eso, leí estas palabras de Dios: “En la actualidad no hay muchas oportunidades para cumplir con un deber, así que debes aprovecharlas cuando puedas. Es precisamente cuando te enfrentas a un deber que debes esforzarte, entonces es cuando debes ofrecerte, gastarte por Dios, y cuando se te requiere que pagues el precio. No te guardes nada, no albergues ningún plan, no dejes ningún margen de maniobra, no te concedas una salida. Si dejas margen, eres calculador o astuto y traicionero, acabarás por hacer un trabajo deficiente. Supón que dices: ‘Nadie me ha visto actuar con astucia. ¡Qué bien!’. ¿Qué manera de pensar es esta? ¿Crees haber engañado a la gente y también a Dios? En realidad, no obstante, ¿sabe Dios lo que has hecho o no? Él lo sabe. De hecho, cualquiera que se relacione contigo durante un tiempo conocerá tu corrupción y vileza, y aunque no lo diga abiertamente, guardará sus valoraciones sobre ti en su corazón. Muchos han sido los desenmascarados y descartados porque tantos otros llegaron a comprenderlos. En cuanto otros desentrañaron su esencia, desenmascararon a esas personas por lo que eran y las expulsaron. Por lo tanto, persigan o no la verdad, las personas deben cumplir bien con su deber, lo mejor que puedan; deben emplear su conciencia para hacer cosas prácticas. Puede que tengas defectos, pero si puedes ser efectivo al cumplir tu deber, no serás descartado. Si siempre piensas que estás bien, que con seguridad no serás descartado, si sigues sin reflexionar ni tratar de conocerte a ti mismo, e ignoras tus tareas pertinentes, si siempre eres superficial, entonces, cuando el pueblo escogido de Dios se quede sin tolerancia hacia ti, te expondrá por lo que eres, y es muy probable que seas descartado. La razón es que todos te han calado y has perdido tu dignidad e integridad. Si nadie confía en ti, ¿acaso podría hacerlo Dios? Él escruta lo más profundo del corazón del hombre: no puede confiar en absoluto en una persona así. […] La gente digna de confianza es la que tiene humanidad, y la gente que tiene humanidad posee conciencia y razón, y debería resultarle muy fácil cumplir bien con su deber, pues lo trata como su obligación. Las personas sin conciencia o razón de seguro cumplirán con su deber de manera pobre y no tienen sentido de la responsabilidad hacia el deber, sea cual sea. Otros tienen siempre que preocuparse de ellas, supervisarlas y preguntarles acerca de su progreso; si no, las cosas pueden desviarse mientras cumplen con su deber, y pueden acabar mal cuando desempeñan una tarea, lo que sería un problema mayor de lo que amerita. En resumen, las personas siempre necesitan examinarse a sí mismas cuando cumplen con sus deberes: ‘¿He llevado a cabo este deber adecuadamente? ¿He puesto en ello mi corazón? ¿O solo he salido del paso?’. Si eres siempre superficial, estás en peligro. Cuanto menos, significa que no tienes credibilidad y que la gente no puede confiar en ti. Lo que es más grave, cuando actúas por inercia al desempeñar tu deber, y si siempre engañas a Dios, entonces, ¡estás en grave peligro! ¿Cuáles son las consecuencias de ser astuto a sabiendas? Todo el mundo puede ver que estás trasgrediendo a sabiendas, que vives solo acorde a tu propio carácter corrupto, que eres ante todo superficial, que no practicas la verdad en absoluto, ¡lo que implica que careces de humanidad! Si esto se manifiesta en todo tu ser, si evitas los errores más graves pero no paras de cometer otros más pequeños, y no te arrepientes en ningún momento, entonces eres una persona malvada, un incrédulo, y se te debería echar. Tales consecuencias son atroces, quedas totalmente en evidencia y eres descartado como un incrédulo y una persona malvada” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La entrada en la vida comienza con el cumplimiento del deber). “Cómo consideras las comisiones de Dios es de extrema importancia y un asunto muy serio. Si no puedes llevar a cabo lo que Dios les ha confiado a las personas, no eres apto para vivir en Su presencia y deberías ser castigado. Es perfectamente natural y está justificado que los seres humanos deban completar cualquier comisión que Dios les confíe. Esa es la responsabilidad suprema del hombre, y es tan importante como sus propias vidas. Si no te tomas en serio las comisiones de Dios, lo estás traicionando de la forma más grave. En esto eres más lamentable que Judas y debes ser maldecido” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). Ante la exposición de las palabras de Dios, percibí Su disgusto y Su ira hacia aquellos que son negligentes en el deber. Ellos carecen de conciencia, razón, integridad y dignidad, y son totalmente indignos de confianza. Si siguen sin arrepentirse, son personas malvadas, incrédulas, y hay que descartarlas. El riego a nuevos fieles es un trabajo importante. Acaban de aceptar la nueva obra de Dios y necesitan más riego para asentarse en el camino verdadero y que no los capture Satanás. Además, nadie acepta la obra de Dios tan fácilmente o sin dificultades. Solo se logra a través del esclarecimiento y la guía de Dios, y un número de hermanos y hermanas que tienen que pagar un precio regándolos, proveyéndolos, sosteniéndolos y ayudándolos. Es entonces cuando pueden ser presentados ante Dios. Como regadora, tenía la responsabilidad de regar a nuevos fieles. Sobre todo cuando descubría a nuevos con dificultades, debería haber tenido sentido de la urgencia y encontrado caminos para resolver estos problemas. Sin embargo, por el contrario, eludía los trabajos difíciles y era escurridiza. Cuando veía que los nuevos fieles afrontaban dificultades, siempre elegía los problemas fáciles de resolver, y los difíciles los dejaba de lado y los ignoraba. Peor todavía, era obvio que era escurridiza e irresponsable en el deber, por lo que algunos nuevos fieles no asistían a reuniones e incluso abandonaban, pero eludía la responsabilidad alegando que no tenían sed de la verdad o que me faltaba aptitud y no sabía resolver sus problemas, para engañar a otros y exonerarme a mí misma por ser negligente. ¿No cumplía con el deber igual que un no creyente que trabaja para su jefe? Hacía trampas y salía del paso cada día sin conocimiento de conciencia. Tras todos mis años de fe, aún seguía tratando de embaucar y engañar a Dios sin inmutarme. ¡Era tan taimada y falsa! No tenía humanidad alguna. Cuando acepté el evangelio de Dios de los últimos días, todos los días estaba ocupada con el trabajo y mis padres obstaculizaban mi fe. Me sentía muy estresada y llegué a pensar en dejar las reuniones, pero los hermanos y hermanas me enseñaron pacientemente la verdad una y otra vez y organizaban las reuniones de acuerdo con mi horario. Como a veces no podía asistir por estar demasiado ocupada con el trabajo, los hermanos y hermanas recorrían largas distancias en bicicleta para enseñarme la palabra de Dios, ayudarme y sustentarme. Y lentamente, aprendí sobre la obra de Dios y vi que la única vía para salvarse es perseguir la verdad. Luego ya quería asistir a reuniones y asumir un deber. La iglesia siempre recalca que el riego a nuevos fieles requiere paciencia y gran consideración por sus dificultades, que hemos de ayudarlos con amor y alentarlos a asistir a reuniones para que puedan asentarse cuanto antes en el camino verdadero. Vi que Dios rebosa amor y misericordia por nosotros y que nos salva en la mayor medida de lo posible. Es sumamente meticuloso con toda persona que investiga el camino verdadero. No se rinde si hay siquiera un atisbo de esperanza. Pero yo era muy fría y no tenía sentido de la responsabilidad hacia los nuevos fieles. No me importaba nada su entrada en la vida, así que sus problemas no se resolvían enseguida y algunos ya no querían asistir a las reuniones. A tenor de mi conducta, ¿qué tenía eso de cumplimiento del deber? ¡Hacía el mal y trataba de engañar y defraudar a Dios! Me sentí muy culpable al darme cuenta y me odié por ser tan carente de humanidad.
Después leí este pasaje de las palabras de Dios: “¿Estás contento de vivir bajo la influencia de Satanás, en paz y disfrutando y con un poco de comodidad carnal? ¿No eres la más vil de todas las personas? Nadie es más insensato que los que han contemplado la salvación, pero no buscan ganarla; estas son personas que se atiborran de la carne y disfrutan de Satanás. Esperas que tu fe en Dios no acarree ningún reto o tribulación ni la más mínima dificultad. Siempre buscas aquellas cosas que no tienen valor y no le otorgas ningún valor a la vida, poniendo en cambio tus propios pensamientos extravagantes antes que la verdad. ¡Eres tan despreciable! Vives como un cerdo, ¿qué diferencia hay entre tú y los cerdos y los perros? ¿No son bestias todos los que no buscan la verdad y, en cambio, aman la carne? ¿No son cadáveres vivientes todos esos muertos sin espíritu? ¿Cuántas palabras se han hablado entre vosotros? ¿Se ha hecho solo un poco de obra entre vosotros? ¿Cuánto he provisto entre vosotros? ¿Y por qué no lo has obtenido? ¿De qué tienes que quejarte? ¿No será que no has obtenido nada porque estás demasiado enamorado de la carne? ¿Y no es porque tus pensamientos son muy extravagantes? ¿No es porque eres muy estúpido? Si no puedes obtener estas bendiciones, ¿puedes culpar a Dios por no salvarte? […] Yo te doy el camino verdadero sin pedirte nada a cambio, pero no buscas. ¿Eres uno de los que creen en Dios? Te otorgo la vida humana real, pero no la buscas. ¿Acaso no eres igual a un cerdo o a un perro? Los cerdos no buscan la vida del hombre, no buscan ser limpiados y no entienden lo que es la vida. Cada día, después de hartarse de comer, simplemente se duermen. Te he dado el camino verdadero, pero no lo has obtenido: tienes las manos vacías. ¿Estás dispuesto a seguir en esta vida, la vida de un cerdo? ¿Qué significado tiene que tales personas estén vivas? Tu vida es despreciable y vil, vives en medio de la inmundicia y el libertinaje y no persigues ninguna meta; ¿no es tu vida la más innoble de todas? ¿Tienes las agallas para mirar a Dios? Si sigues teniendo esa clase de experiencia, ¿vas a conseguir algo? El camino verdadero se te ha dado, pero que al final puedas o no ganarlo depende de tu propia búsqueda personal” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). Al leer las palabras de reprimenda de Dios, sentí gran culpa y auto-reproche. Para purificar y transformar nuestro carácter corrupto, para darnos la ocasión de salvarnos, Dios con sinceridad nos ha provisto con muchas verdades y ha hablado con todo detalle de cada aspecto de la verdad por temor a que no la comprendamos. Dios ha pagado un grandísimo precio en Sus esfuerzos por nosotros. Todo aquel que tenga humanidad debe esforzarse por perseguir la verdad y ser fiel a su deber. No obstante, yo carecía de toda conciencia. No perseguía para nada la verdad, solo me importaba el bienestar físico y seguía viviendo según filosofías satánicas como “Vive en piloto automático” y “Aprovecha el momento, pues la vida es corta”. Tomé estas filosofías satánicas como palabras de sabiduría según las cuales vivir, y creía que teníamos que tratarnos bien a nosotros mismos en nuestras pocas décadas que teníamos en la tierra y no presionarnos demasiado, y que teníamos que hacer nuestra vida despreocupada y feliz. Yo cumplía con un deber a condición de no padecer incomodidad carnal ni fatiga. Hacía lo más fácil. Cuando tenía que devanarme los sesos por algo, me volvía reacia y huía, con lo que le pasaba el problema a otro o lo dejaba de lado y lo ignoraba. Puesto que no me tomaba nada en serio el deber, los problemas de algunos nuevos no se resolvían y ellos dejaban de ir a las reuniones. Fue entonces cuando entendí que esas filosofías satánicas me habían vuelto cada vez más depravada. Anhelaba comodidad todo el día y no perseguía la verdad en absoluto, echando a perder mi deber sin preocuparme por ello ni de lejos. Incumplía mi deber, no alcanzaba las verdades que debía alcanzar y no cumplía mis responsabilidades. ¿No era una inútil total? Experimenté de veras que anhelar la comodidad carnal era un perjuicio para mí y supuso echar a perder mi oportunidad de salvarme. Toparse con dificultades en un deber es, de hecho, una buena ocasión para ampararse en Dios y buscar la verdad. Las dificultades que me forzaron a buscar la verdad y a aprender a seguir los principios en el deber eran buenas vías para perseguir la verdad y la entrada en la vida. Sin embargo, yo consideraba estas cosas una molestia, una carga que esquivar. Al darme cuenta, lamenté de veras haber mimado la carne y perdido tantas buenas ocasiones de comprender la verdad. No quería continuar saliendo del paso. Tenía que rebelarme contra la carne y volcarme en el deber de corazón.
Un día leí un pasaje de las palabras de Dios que deja en evidencia falsos líderes, que me hizo entender mejor las consecuencias de ser negligente en mi deber. Las palabras de Dios dicen: “Digamos que hay un trabajo que una persona podría completar en un mes. Si se tardan seis meses en hacer este trabajo, ¿acaso los gastos de los otros cinco no suponen una pérdida? Permitidme un ejemplo relativo a predicar el evangelio. Digamos que una persona está dispuesta a investigar el camino verdadero y es probable que puedan ganársela en solo un mes, después del cual entraría en la iglesia y continuaría recibiendo riego y provisión, y en seis meses se podrían establecer unos cimientos. Sin embargo, si la actitud que adopta la persona que predica el evangelio hacia este asunto es de desconsideración y superficialidad, y los líderes y obreros también ignoran sus responsabilidades, y acaba llevando medio año ganarse a esa persona, ¿acaso este medio año no constituye una pérdida para su vida? Si afronta los grandes desastres y no ha sentado unos cimientos en el camino verdadero, estará en peligro, ¿y acaso no le habrán fallado estas personas? Semejante pérdida no se puede medir con dinero ni cosas materiales. Si el entendimiento de la verdad de la persona se retiene durante medio año y se ha demorado medio año en sentar unos cimientos y empezar a hacer su deber, ¿quién se responsabilizará de esto? ¿Pueden permitirse los líderes y obreros responsabilizarse de esto? Nadie puede permitirse cargar con la responsabilidad de retener la vida de alguien” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (4)). Las palabras de Dios me hicieron sentir avergonzada y arrepentida. Era igual que una falsa líder que no hace un trabajo real, era descuidada en mi deber e irresponsable, y causaba que nuevos fieles no se reunieran y que algunos hasta abandonaran la fe porque no se resolvían sus problemas. ¿Lo único que hacía no era dañar a los nuevos regándolos de ese modo? Aunque algunos no abandonaron la fe, sus vidas sufrieron pérdidas porque se aferraron a nociones y no se reunieron en mucho tiempo. Esas son pérdidas que no tengo forma de compensar. Si no me hubiera importado tanto la carne, si hubiera sido capaz de pagar un precio y hubiera tratado los problemas de cada nuevo fiel con seriedad, quizá algunos habrían podido comprender la verdad y asentarse en el camino verdadero más pronto; habrían podido tener vida de iglesia, cumplir un deber, acumular buenas acciones antes, y las cosas no habrían salido como salieron, pero entonces ya era muy tarde para palabrerías. Me sentí muy disgustada y culpable y sumamente en deuda con Dios. ¡Era una transgresión, una mancha que había dejado en mi deber! También me embargaron el pesar y el miedo. Sentía que había ocasionado enormes problemas. Llorando, oré: “Dios mío, siempre codicio lo fácil y soy negligente en el deber, lo cual a Ti te disgusta. Quiero arrepentirme ante Ti. Te pido que por favor escrutes mi corazón. Si sigo siendo negligente, por favor repréndeme y disciplíname”.
Luego listé a los nuevos fieles negativos y débiles, que no asistían a las reuniones, y me puse a buscar palabras de Dios relevantes que resolvieran sus problemas. También pregunté por principios y enfoques a las hermanas buenas en el riego. Más tarde, busqué a la nueva fiel con nociones religiosas que no se estaba reuniendo. Le envié unos cuantos mensajes y no respondió a ninguno. Sentí algo de desánimo y pensé que debía olvidarme de ello. De todas formas, era ella la que dejó de responder, eso era cierto. Luego envié otro mensaje a la nueva fiel ocupada con el trabajo, y cuando rechazó mi invitación a reunirse, no quise pagar más precio por sustentarla. En ese momento, recordé mi oración a Dios y estas palabras Suyas: “Cuando la gente cumple el deber, en realidad hace lo que tiene que hacer. Si lo haces ante Dios, si cumples el deber y te sometes a Dios con honestidad y de corazón, ¿no será esta actitud mucho más correcta? Por consiguiente, ¿cómo deberías aplicarla a tu vida diaria? Debes hacer que tu realidad sea ‘adorar a Dios de corazón y con honestidad’. Cuando quieras holgazanear y hacer las cosas por inercia, cuando quieras actuar de manera descuidada y ser un vago, y cada vez que te distraigas o prefieras estar pasándotelo bien, deberías plantearte: ‘Si me comporto de esta manera, ¿estoy siendo indigno de confianza? ¿Pongo el corazón en la realización de mi deber? ¿Estoy siendo desleal al hacer esto? Si hago esto, ¿estoy fracasando en estar a la altura de la comisión que me ha confiado Dios?’. Esa debe ser tu autorreflexión. Si llegas a descubrir que siempre eres superficial en tu deber, que eres desleal y que le has hecho daño a Dios, ¿qué deberías hacer? Deberías decir: ‘En ese momento percibí que algo andaba mal, pero no lo consideré un problema; lo pasé por alto despreocupadamente. Hasta ahora no me he dado cuenta de que en realidad había sido superficial, de que no había estado a la altura de mi responsabilidad. Ciertamente me falta conciencia y razón’. Has detectado el problema y has llegado a conocerte un poco a ti mismo, así que ahora debes dar un giro a tu vida. Tu actitud respecto al cumplimiento de tu deber fue equivocada. Fuiste descuidado con él, como si se tratara de un trabajo extra, y no te dedicaste a ello de corazón. Si vuelves a ser superficial, debes orar a Dios y permitir que te discipline y te reprenda. Debes tener una voluntad semejante en el cumplimiento de tu deber. Solo entonces puedes arrepentirte de verdad. Es posible que únicamente cambies cuando tu conciencia esté limpia y tu actitud hacia el cumplimiento de tu deber se transforme” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El único camino posible es la lectura frecuente de las palabras de Dios y la contemplación de la verdad). Las palabras de Dios me ayudaron a entender que no es difícil cumplir bien un deber, que hemos de ser honestos, aceptar el escrutinio de Dios y hacer lo imposible por hacer lo que sepamos y podamos, no ser pícaros ni ser negligentes, y que necesitamos esta actitud para cumplir bien el deber. Así pues, decidí que esta vez no volvería a decepcionar a Dios. Incluso si esos nuevos fieles no asistían a reuniones tras mi ayuda y mi sustento, habría cumplido igualmente mi responsabilidad y no tendría arrepentimientos.
Fui a hablar con otra hermana para buscar una senda de práctica, y también busqué a aquella nueva fiel con nociones religiosas para hablar con ella. Me sinceré con ella sobre mis propias experiencias de fe. Para mi sorpresa, respondió a mis mensajes. En realidad disfrutaba mucho de las reuniones, pero tenía algunas nociones y confusiones sin resolver. Me conmovieron mucho las sentidas palabras de esta fiel y le hablé dirigiéndome a sus nociones. Al final accedió a asistir a las reuniones y pronto asumió un deber. Tuve una sensación indescriptible cuando vi que las cosas resultaron de esa manera. Sentí gozo y remordimiento a la vez. Sin el esclarecimiento y la iluminación de las palabras de Dios que me permitieron conocerme a mí misma y cambiar mi actitud hacia el deber, habría cometido otra transgresión. Luego busqué otra vez a la nueva fiel ocupada con el trabajo. Antes, siempre la había presionado para que fuera a las reuniones sin pensar en sus dificultades. Esta vez, le enseñé palabras de Dios para ayudarla según su situación real y adapté oportunamente las horas de reunión. Cuando ella no tenía tiempo para una reunión, leía las palabras de Dios con ella cuando tenía tiempo libre y con paciencia compartía con ella. Así deseó abrirme su corazón y hablar de las palabras de Dios que había leído. También me dijo, feliz, que pasara lo que pasara, no renunciaría a reunirse ni a comer y beber de las palabras de Dios. Posteriormente no se perdía nunca otra reunión y, por mucho trabajo que tuviera, dedicaba tiempo a meditar las palabras de Dios. Con este tipo de apoyo y ayuda a los nuevos fieles, algunos de ellos estuvieron dispuestos a volver a asistir a las reuniones. Una vez que corregí mi actitud, me amparé en Dios y me esforcé sinceramente, logré mejores resultados en el deber.
Antes yo siempre era escurridiza y negligente en el deber. Aunque no padeciera físicamente, siempre vivía en dificultad. No podía recibir la guía de Dios, cada vez conseguía menos en el deber y siempre me preocupaba que Dios me abandonara y descartara. Estaba muy deprimida y sufría. Una vez que me volqué en el deber, noté la presencia y la guía de Dios. También progresé en el deber y tuve una sensación de paz y estabilidad. Experimenté de veras lo importante que es nuestra actitud hacia el deber. Ante las dificultades, solo si pagamos un precio real y consideramos la intención de Dios podemos recibir el esclarecimiento y la guía del Espíritu Santo y cumplir con nuestro deber de forma efectiva.