16. Ya no me acobardo ante el miedo
Supe de la detención de una hermana el 2 de septiembre. Ese día iba a casa de una líder, pero no había nadie. Por suerte me vio la hermana Xiao Hong, que vive enfrente. Me llamó para que fuera a su casa y, nerviosa, me dijo: “Ha pasado algo. La policía se llevó a Zhou Ling. Eso fue hace dos días y no hemos tenido noticias. La líder fue a informar a todos, debería volver pronto”. Cuando me enteré, me sentí nerviosa y asustada. Zhou Ling había sido líder, y yo no sabía qué tipo de tortura le aplicaría la policía. ¿Se desmoronaría por la tortura y se volvería una judas? Acababa de estar junto a su casa. Si la policía estaba vigilando, quizá me había visto. Me mudé aquí, primero, porque estaba huyendo. El gran dragón rojo lleva años detrás de mí sin parar. Si me atrapaban, seguro que me aplicarían una tortura aun peor. Podrían matarme a golpes. Estaba muy asustada y quería huir de la zona lo antes posible, pero había cosas que debía hablar con urgencia con la líder, y si me iba se atrasarían. Esperaba que la líder volviera pronto. No tardó en llegar la líder a casa de Xiao Hong, y se fue a su casa una vez que terminamos de hablar. Dos o tres minutos después, Xiao Hong volvió corriendo, presa del pánico, y dijo: “La líder estaba saliendo, y 7 u 8 policías la agarraron y se fueron. También estaba Zhou Ling en la patrulla. Debe de haberles contado dónde vive la líder. Tú, hagas lo que hagas, no salgas”. Se me hizo un nudo en la garganta. Xiao Hong y la líder vivían una enfrente de la otra. La policía podría estar muy cerca. Si me atrapaban, seguro que no salía indemne. No me atrevía ni a mirar por la ventana, e invocaba sin cesar a Dios con la esperanza de que se fuera pronto la policía. El vehículo policial se alejó más o menos una hora después, y por fin me tranquilicé por dentro, pero Zhou Ling estuvo en mi casa un par de días antes; ¿y si también me traicionaba a mí? Mi casa ya no era segura. ¿Adónde debía ir? Allí tenía una libreta con los teléfonos de unos hermanos y hermanas y tenía que sacarla de allí cuanto antes. Había otras tres casas de acogida cerca de la mía. Si no recibían ya el aviso, podrían detenerlos, con lo que se verían implicados más hermanos y hermanas. Pero, si volvía en ese momento, podría caer directamente en sus manos. Llevaba años cumpliendo con mi deber fuera del pueblo y era objetivo prioritario de detención para la policía. Padecería una tortura todavía peor si me detenían. No, tenía que huir y buscar un lugar seguro ya. Estos pensamientos me alteraron, y clamaba a Dios sin cesar. Me acordé de un pasaje de las palabras de Dios. “No debes tener miedo de esto o aquello; no importa a cuántas dificultades y peligros puedas enfrentarte, eres capaz de permanecer firme delante de Mí sin que ningún obstáculo te estorbe, para que Mi voluntad se pueda llevar a cabo sin impedimento. Este es tu deber, de lo contrario, desataré Mi ira sobre ti y con Mi mano haré… Entonces tendrás un sufrimiento mental interminable. Debes soportarlo todo; por Mí, debes estar preparado para renunciar a todo lo que posees y hacer todo lo que puedas para seguirme, y debes estar preparado para gastarte por completo. Este es el momento en que te probaré, ¿me ofrecerás tu lealtad? ¿Puedes seguirme hasta el final del camino con lealtad? No tengas miedo; con Mi apoyo, ¿quién podría bloquear el camino? ¡Recuerda esto! ¡No lo olvides! Todo lo que ocurre es por Mi buena intención y todo está bajo Mi observación. ¿Puedes seguir Mi palabra en todo lo que dices y haces? Cuando las pruebas de fuego vengan sobre ti, ¿te arrodillarás y clamarás? ¿O te acobardarás, incapaz de seguir adelante?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 10). Vi que mi estatura era pequeña y que me faltaba fe sincera. Con la detención de todo mi entorno, uno detrás de otro, tenía miedo y quería hallar un lugar seguro donde esconderme. Iba a postergar los intereses de la iglesia por proteger mi seguridad: ¡qué egoísta! Con la líder detenida, había que avisar a muchos otros y trasladar muchos ejemplares de las palabras de Dios. Si nadie se ocupaba enseguida, eso podría acarrear la detención de más miembros de la iglesia. Como diaconisa de iglesia, mi deber y mi responsabilidad era proteger a los hermanos y hermanas y los libros de las palabras de Dios. Si era cobarde, me echaba atrás y llevaba una existencia inútil, eso sería sumamente irresponsable. Dios me estaba observando en este momento crítico, a ver si tenía en consideración Su voluntad y protegía la labor de la iglesia. Tenía que ampararme en Dios y ocuparme del seguimiento ya. Que me detuvieran o no solo dependía de Dios. Estaba dispuesta a dejar mi seguridad en manos de Dios. Cuando lo comprendí, dejé de estar tan nerviosa y asustada. Ya cerca de casa, vi un vehículo policial parado a la puerta. Empecé a tener palpitaciones. Al parecer, la judas sí me traicionó. No sabía si también habían registrado las tres casas de acogida de la zona. Tenía que informar cuanto antes de la situación a los líderes superiores, a fin de que pudieran tomar precauciones y organizar las cosas a tiempo para evitar pérdidas mayores al trabajo de la iglesia.
Como sabía que la hermana Su Hua tenía los contactos de los líderes superiores, fui a buscarla. En cuanto llegué, su incrédulo marido, nervioso, me dijo: “Acaban de venir unos policías. No capturaron a Su Hua porque ha salido. Se acaban de ir a tu casa a practicar más detenciones”. Salí a toda prisa, sin atreverme a quedarme. De regreso iba pensando en lo malvado que es el gran dragón rojo. Hace semejantes esfuerzos solo para detener a creyentes en Dios. Estaba deteniendo a hermanos y hermanas, uno tras otro, y yo corría el riesgo de ser detenida en cualquier momento. Si no soportaba la tortura y me volvía una judas, ¿no llegaría a su fin mi senda de fe? Cuanto más lo pensaba, más débil y asustada me sentía, como si ser creyente en China fuera demasiado difícil y peligroso. Clamé una y otra vez a Dios en mi interior: “¡Dios mío! ¿Qué hago?”. Recordé entonces este pasaje de las palabras de Dios: “La fe es como un puente de un solo tronco: aquellos que se aferran miserablemente a la vida tendrán dificultades para cruzarlo, pero aquellos que están dispuestos a sacrificarse pueden pasar con paso seguro y sin preocupación. Si el hombre alberga pensamientos asustadizos y de temor es porque Satanás lo ha timado por miedo a que crucemos el puente de la fe para entrar en Dios. Satanás está intentando por todos los medios posibles enviarnos sus pensamientos. Debemos orar en todo momento para que Dios nos ilumine con Su luz, y siempre debemos confiar en Dios para purgar el veneno de Satanás que hay dentro de nosotros, practicar en nuestro espíritu en todo instante cómo acercarnos a Dios y dejar que Dios domine todo nuestro ser” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 6). Las palabras de Dios me dieron fe y fortaleza. Vi que vivía con miedo a ser detenida y morir a golpes. Estaba cayendo en las trampas de Satanás. Satanás me estaba frenando por medio de mi debilidad para que perdiera la fe en Dios y no me atreviera a cumplir mi deber. Luego, poco a poco me alejaría de Dios y lo traicionaría. Tenía que ver a través de las trampas de Satanás. Cuanto más sufriera este tipo de situaciones, más debía acercarme a Dios y ampararme en Él viviendo según Sus palabras. Aunque me detuvieran, me sometería sin quejarme. Me mantendría firme en el testimonio y satisfaría a Dios.
Me acordé de la libreta que aún tenía en casa con los teléfonos de unos hermanos y hermanas. Tenía que volver; si no, si la policía la encontraba, detendría a todos. Sin embargo, quizá la policía estaba vigilando mi casa; ¿no iba a caer en sus manos? Confundida, rememoré unas palabras de Dios. “Cada uno de vosotros creéis ser tan compatibles conmigo, pero, si fuese así, ¿a quién se aplicaría esa evidencia irrefutable? Creéis que poseéis la máxima sinceridad y lealtad hacia Mí. Pensáis que sois tan bondadosos, tan compasivos y que me habéis dedicado tanto. Pensáis que habéis hecho más que suficiente por Mí, ¿pero habéis alguna vez comparado esto con vuestras acciones? […] Me cerráis la puerta por el bien de vuestros hijos, de vuestros maridos o de vuestra propia protección. En vez de preocuparos por Mí, os preocupáis por vuestra familia, vuestros hijos, vuestro estatus, vuestro futuro y vuestra propia satisfacción. ¿Cuándo habéis pensado en Mí mientras hablabais o actuabais? En los días helados, vuestros pensamientos están ocupados por vuestros hijos, vuestros maridos, vuestras esposas o vuestros padres. En los días de bochorno, tampoco tengo lugar en vuestros pensamientos. Cuando desempeñas tu deber, estás pensando en tus propios intereses, en tu propia seguridad personal o los miembros de tu familia. ¿Qué has hecho que fuera para Mí? ¿Cuándo has pensado en Mí? ¿Cuándo te has dedicado, a cualquier costo, a Mí y Mi obra? ¿Dónde está la evidencia de tu compatibilidad conmigo? ¿Dónde está la realidad de tu lealtad hacia Mí? ¿Dónde está la realidad de tu obediencia a Mí? ¿Cuándo no ha sido tu intención la de obtener Mis bendiciones? Os burláis de Mí y me engañáis, jugáis con la verdad, escondéis la existencia de la verdad y traicionáis la esencia de la verdad. ¿Qué os espera en el futuro al ir en contra de Mí de esta manera?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Deberías buscar el camino de la compatibilidad con Cristo). Cada pregunta se sentía como una acusación de Dios dentro de mí. Cuando todo estaba tranquilo, fui capaz de dejar atrás mi casa y mi empleo por mi deber. Creía tener veneración por Dios, pero, ante la realidad de las detenciones del gran dragón rojo, vi lo pequeña que era mi estatura. Antes solo gritaba consignas y doctrinas vacías. Una crisis real reveló mi estatura real. No pensaba más que en proteger mis intereses. No protegía para nada la labor de la iglesia. No era alguien a quien le importara la voluntad de Dios. Si lo fuera, cuando algo incumbiera a los intereses de la iglesia, sería capaz de dejarlo todo por Dios, hasta mi propia vida. Me acordé de todos esos libros de las palabras de Dios. Los hermanos y hermanas arriesgaban la vida por repartirlos, y a muchos los detuvo el gran dragón rojo durante el transporte. A algunos hasta los mataron a golpes. Dejaron de lado la preocupación por su vida y su muerte para que los hermanos y hermanas leyeran las palabras de Dios; cumplían su deber y satisfacían a Dios. ¿Pero yo? No pensaba en los intereses de la iglesia, nada más que en mi seguridad, cuando ocurría algo. Temía que me detuvieran y me torturaran hasta matarme. Normalmente hacía todo lo posible por lo que me beneficiara, pero ahora no era capaz de hacer el menor sacrificio por la iglesia. Comparada con esos hermanos y hermanas, era sumamente egoísta. No tenía en consideración la voluntad de Dios. Ahora que habían detenido a una líder de iglesia, yo, como diaconisa escondida, en vez de proteger el trabajo de la iglesia, estaba más segura, pero perdí una oportunidad de cumplir mi deber y dar testimonio. Entonces, ¿qué sentido tenía mi vida? ¿No era una mera zombi? Al pensarlo, oré a Dios: “Dios mío, que me detengan hoy o no está exclusivamente en Tus manos. Te pido fe y sabiduría para ampararme en Ti y cumplir mi deber”.
Sobre las 2 de la mañana llegué a casa de una hermana que vivía cerca. Descubrí que la policía había visitado otras casas próximas a la mía. Algunos hermanos y hermanas huyeron y escaparon a la detención. Me contaron que seguro que volvía la policía y me dijeron que me fuera ya. No me atreví a quedarme. Al ver que no había nadie esperando a la entrada de la casa, regresé corriendo a la mía y tomé la libreta con los teléfonos. Respiré aliviada.
Después fui a casa del hermano Yang Guang. Nada más verme, me dijo con miedo: “Ayer nos detuvieron a mi mujer y a mí. Nos soltaron anoche. También han detenido a otros hermanos y hermanas”. Salí corriendo de allí. De regreso iba pensando que la situación se estaba deteriorando y había detenciones por doquier. Si me había traicionado la judas, seguro que la policía tenía una descripción mía y, con tanta vigilancia por ahí, podría detenerme en cualquier momento. ¿Y si no soportaba su tortura? Esa idea me aterraba. Estaría algo más segura si me escondía, pero aún no estaba hecho el trabajo de seguimiento. Si me escondía ahora, ¿eso no me convertiría en desertora? Había sido creyente todos estos años y gozado de muchísimo riego de las palabras de Dios. Si huía en un momento crítico sin ni siquiera cumplir mi deber ni mis responsabilidades, no tendría conciencia ni humanidad alguna. ¿Se me consideraría siquiera creyente? No sería distinta de una judas que traicione a Dios. Al pensarlo, decidí en silencio que prefería ser detenida y morir a manos de la policía antes que huir y llevar una existencia inútil. Tenía que mantenerme firme en el testimonio, satisfacer a Dios y hacer lo imposible por cumplir mi deber. Por ello, volví ya mismo a casa de mi anfitriona.
Esa noche leí estas palabras de Dios: “En Mi plan, Satanás ha estado siempre acechando tras cada uno de Mis pasos y, como el contraste de Mi sabiduría, siempre ha intentado encontrar formas y medios para interrumpir Mi plan original. ¿Pero podría Yo sucumbir a sus intrigas engañosas? Todo en el cielo y en la tierra está a Mi servicio; ¿podrían las intrigas engañosas de Satanás ser diferentes? Es precisamente allí donde interviene Mi sabiduría; es precisamente eso lo que es maravilloso de Mi obra, y es el principio en que se basa el funcionamiento de todo Mi plan de gestión. Incluso aun durante la era de edificación del reino, Yo no evito las intrigas engañosas de Satanás, sino que continúo adelante con la obra que debo cumplir. Entre el universo y todas las cosas, he elegido las obras de Satanás como Mi contraste. ¿Acaso no es esta una manifestación de Mi sabiduría? ¿No es esto precisamente lo que es maravilloso acerca de Mi obra?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 8). Aprecié la omnipotencia y sabiduría de Dios en Sus palabras. El gran dragón rojo es enemigo de Dios. Detiene y persigue frenéticamente a los cristianos y perturba la obra de Dios con la vana esperanza de destruir Su obra de salvar a la humanidad, pero, con las detenciones y la persecución del gran dragón rojo, podemos desarrollar discernimiento sobre su malvada esencia que se opone a Dios, que perjudica al hombre, y así lo despreciamos de corazón y rompemos vínculos con él. Sus detenciones y su persecución también revelan a los verdaderos creyentes de los falsos y distinguen las ovejas de las cabras y el trigo de la cizaña. En tiempos de crisis, algunos no cumplen con su deber por miedo, o abandonan la fe, y otros traicionan a Dios y se vuelven unos judas cuando los detienen y torturan. Son los que quedan revelados como cizaña y son arrastrados. ¿Eso no demuestra la sabiduría y justicia de Dios? Eso me recordó unas palabras del Señor Jesús: “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 16:25). Me acordé de los santos de todos los tiempos martirizados por difundir el evangelio de Dios. A unos los crucificaron cabeza abajo; a otros los arrastraron y descuartizaron. Aunque ellos murieron, su muerte tuvo un sentido, pero aquellos que traicionan a Dios y se vuelven unos judas, parecen todavía vivos por fuera, pero en el fondo están agonizando. Son como zombis que sufren una desdicha incalificable. Tras morir, su alma irá al infierno y será castigada. Eso era algo que no entendía del todo. Por el contrario, quería eludir mi deber y esconderme. Si perjudicaba la labor de la iglesia por abandonar mi deber, eso sería una transgresión, una mancha eterna. Si era capaz de sacrificar mi vida por consagrarme al deber, aunque me detuvieran y mataran a golpes, estaría dando testimonio de Dios y humillando a Satanás. Mi muerte tendría un valor y un sentido. Luego leí más palabras de Dios. “Independientemente de lo ‘poderoso’, audaz y ambicioso que sea Satanás, de lo grande que sea su capacidad de infligir daño, del amplio espectro de las técnicas con las que corrompe y atrae al hombre, lo ingeniosos que sean los trucos y las artimañas con las que intimida al hombre y de lo cambiante que sea la forma en la que existe, nunca ha sido capaz de crear una simple cosa viva ni de establecer leyes o normas para la existencia de todas las cosas, ni de gobernar y controlar ningún objeto, animado o inanimado. En el cosmos y el firmamento no existe una sola persona u objeto que hayan nacido de él, o que existan por él; no hay una sola persona u objeto gobernados o controlados por él. Por el contrario, no sólo tiene que vivir bajo el dominio de Dios, sino que, además, debe obedecer todas Sus órdenes y Sus mandatos. Sin el permiso de Dios, le resulta difícil incluso tocar una gota de agua o un grano de arena sobre la tierra; ni siquiera es libre para mover a las hormigas sobre la tierra, y mucho menos a la humanidad creada por Dios. A los ojos de Dios, Satanás es inferior a los lirios del campo, a las aves que vuelan en el aire, a los peces del mar y a los gusanos de la tierra. Su papel, entre todas las cosas, es servirlas, trabajar para la humanidad, y servir a la obra de Dios y Su plan de gestión. Independientemente de lo maligna que es su naturaleza y lo malvado de su esencia, lo único que puede hacer es respetar sumisamente su función: estar al servicio de Dios, y proveer un contraste para Él. Tales son la sustancia y la posición de Satanás. Su esencia está desconectada de la vida, del poder, de la autoridad; ¡es un simple juguete en las manos de Dios, tan sólo una máquina a Su servicio!” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único I). Vi el poder y la autoridad de Dios gracias a Sus palabras. Absolutamente todo, vivo o muerto, está en manos de Dios. Satanás presta servicio a la obra de Dios: sirve de contraste. El PCCh tiene trucos de todo tipo y aprovecha la fuerza de muchas personas y cosas, pero, sin permiso de Dios, no puede tocarnos ni un pelo. Igual que la experiencia de Job: Satanás lo atacó y lastimó en un intento por obligarlo a negar y rechazar a Dios. Dios dejó que Satanás vapuleara a Job, pero no que pusiera en peligro su vida, y Satanás no osó ir en contra del mandato de Dios. Como en mi labor de seguimiento, salí ilesa de una situación detrás de otra. Eso se debió exclusivamente al cuidado y la protección de Dios. Todas estas experiencias me han mostrado la autoridad y soberanía de Dios. Si Dios no permitía que me atrapara el gran dragón rojo, este no podría. Si permitía mi detención, no podría escapar a ella. Entender esto me dio fe. Me sentí lista para poner mi vida en manos de Dios y someterme a Sus instrumentaciones.
Después descubrí que la policía no había mirado una casa donde se reunían los líderes superiores. Como se acercaba una reunión, me preocupaba que se estuvieran reservando para atrapar a más líderes. Los líderes podrían ser detenidos si no se les avisaba, e incluso se vería implicada más gente. Enseguida aportamos ideas y, con algunas vicisitudes, por fin comunicamos la situación de la iglesia a los líderes superiores. Los líderes nos mandaron escondernos primero por nuestra seguridad. Días más tarde llegó una carta de los líderes en la que decían que, en las detenciones del gran dragón rojo en la región, habían asaltado dos casas utilizadas para custodiar libros. Solo faltaba una casa, y había que trasladar todo ya. Como habían detenido a todos los que conocían a los custodios de los libros menos a mí, y yo conocía relativamente la zona y a los de la iglesia, querían que ayudara a trasladar los libros. Sabía muy bien que, dado el caso, era mejor que fuera y que era una responsabilidad que no podía ignorar, pero la situación ya estaba muy tensa y el gran dragón rojo seguía persiguiendo a gente. Si iba en un momento así, ¿no me estaba exponiendo al peligro? Me sentí un poco cobarde, pero recordé que la situación estaba en manos de Dios y que, si Dios no lo permitía, el gran dragón rojo no podría hacerme nada. Así pues, decidí ayudar. Oré: “¡Oh, Dios mío! Me ha llegado este deber y quiero cumplir esta responsabilidad. Pase lo que pase ahora, estoy dispuesta a someterme a lo que dispongas. Aunque me detengan, aunque me torturen, nunca más volveré a desertar. ¡Te ofreceré mi devoción y me mantendré firme en el testimonio para humillar a Satanás!”.
Por tanto, pregunté por ahí y encontré la casa donde se guardaban los libros. El hermano de allí me dijo que ya habían ido 7 u 8 agentes a su casa y que habían detenido a alguien. Se llevaron a su esposa sin avisar y los multaron con 2000 yuanes, pero no encontraron los libros allí guardados; había que trasladarlos cuanto antes. Nos apresuramos a llenar nuestro vehículo con los libros. Durante todo el camino, mi corazón no osó apartarse de Dios ni un momento. Al final llevamos los libros sin problemas a un lugar seguro. Di gracias a Dios una y otra vez.
Al recordar toda esta experiencia, puedo ver la sabiduría y omnipotencia de Dios y lo superficial que era mi fe. Sin las detenciones del gran dragón rojo, no tendría clara mi estatura y, sobre todo, no vería mi egoísmo y mi miedo a la muerte ni comprendería la omnipotente soberanía de Dios. También logré experimentar que Dios está de veras a nuestro lado y que, siempre que nos amparemos en Él, estará ahí y nos abrirá una senda. No podría haber alcanzado a comprender esto en un entorno tranquilo.