23. Por qué no quería pagar un precio en el deber
Trabajaba en diseño gráfico, y la líder del grupo me asignó la creación de un nuevo tipo de imagen. Como por entonces no tenía mucha experiencia, no conocía ni los principios ni lo esencial de la tarea. Me esforcé un montón, pero lo que se me ocurrió no estaba muy bien. Lo edité varias veces sin que mejorara mucho. Me parecía dificilísimo diseñar con este estilo nuevo. Cuando la líder del grupo me mandó crear otra imagen similar, fui bastante reacia. No paraba de pensar en cómo endosárselo a otro y llegué a decir adrede, delante de la líder del grupo, que no se me daba bien esa clase de diseños. Ella vio lo que estaba pensando y dejó de asignarme esos trabajos. Más adelante, la líder de iglesia me pidió que editara una imagen en el último momento y ordenó a la líder del grupo que me diera instrucciones pormenorizadas. Era algo urgente, y tenía que editar lo antes posible el formato basándome en la composición original y repasar las partes más detalladas. Me parecía sencillo. Dado que ya tenía su forma básica, debería bastar con unos pequeños ajustes, pero la líder del grupo no estuvo satisfecha con mis cambios y me dio unas sugerencias sobre cómo arreglarlo. Parecía un jaleo y yo no quería hacerlo. Parecía que, básicamente, la imagen estaba bien; si se podía utilizar, con eso bastaba. ¿Era realmente necesario arreglarla con tanto detalle? Supondría bastante pérdida de tiempo y energía. Así pues, decidí decir lo que pensaba, pero, para mi sorpresa, la líder del grupo me envió este mensaje: “No te vuelcas en el deber ni tratas de lograr nada. Siempre intentas evitarte trabajo y eres negligente. ¿Cómo vas a cumplir bien con un deber con esa actitud?”. Esta serie de críticas me provocó un estado de agitación, y me sentí ofendida. ¿En serio era yo tan mala? Días más tarde, la líder de iglesia trató conmigo por codiciar las comodidades de la carne y eludir toda cosa difícil. Según ella, quería evitarme el jaleo de los diseños difíciles y no esforzarme en ellos, siempre salía del paso en el deber y no se podía confiar en mí. Para mí, sus palabras pusieron de veras el dedo en la llaga. Hasta una hermana que me conocía bien dijo secamente: “Si eres una diseñadora que no piensa en producir buenos diseños, ¿eso es cumplir con tu deber?”. Eso fue para mí como un jarro de agua fría que me heló hasta la médula. Creía que, probablemente, se había acabado mi tiempo en el deber; todos sabían qué clase de persona era, con lo que nadie confiaría en mí a partir de entonces.
Esa noche recordé los últimos sucesos y la evaluación de los demás sobre mí. Me alteré mucho y me odié por haber decepcionado a todos. ¿Por qué cumplía así con el deber? Lloré y lloré. En mi desdicha, leí estas palabras de Dios: “Al cumplir con un deber, la gente siempre escoge el más liviano, el que no les canse, el que no implique desafiar los elementos a la intemperie. A esto se le llama elegir los trabajos fáciles, eludir los complicados, y se trata de una manifestación de codicia de las comodidades de la carne. ¿Qué más? (Quejarse siempre cuando su deber es un poco duro, un poco agotador, cuando implica pagar un precio). (Preocuparse por la comida y la ropa, y por los caprichos de la carne). Todas estas son manifestaciones de codicia de las comodidades de la carne. Cuando una persona así ve que una tarea es demasiado laboriosa o arriesgada, se la endosa a otra persona; se limita a hacer el trabajo con tranquilidad, y pone excusas de por qué no puede hacer este, diciendo que tiene poca aptitud y que no tiene las habilidades requeridas, que es demasiado para él; cuando en realidad es porque codicia las comodidades de la carne. […] También están los que se quejan siempre mientras cumplen con el deber, que no quieren esforzarse, que, en cuanto tienen un pequeño tiempo muerto, descansan, charlan ociosos o disfrutan del ocio y el entretenimiento. Y cuando el trabajo se intensifica y rompe el ritmo y la rutina de sus vidas, se sienten infelices e insatisfechos por ello. Gruñen y se quejan, y se vuelven descuidados y superficiales en el cumplimiento de su deber. Esto es codiciar las comodidades de la carne, ¿verdad? […] ¿Son las personas que codician las comodidades de la carne aptas para cumplir con un deber? Si sacamos el tema del cumplimiento del deber, hablamos de pagar un precio y de sufrir penurias, no paran de negar con la cabeza: tienen demasiados problemas, les embargan las quejas, son negativas en todo. Esas personas son inútiles, no tienen derecho a cumplir con el deber y hay que descartarlas” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). En las palabras de Dios descubrí que elegir solamente tareas sencillas y fáciles en un deber y conseguir siempre que otros hagan las cosas más complicadas y difíciles no es una cuestión de intelecto ni de aptitud. Eso es codiciar la comodidad y no estar dispuesto a pagar un precio. Al echar la vista atrás, cuando la líder del grupo me hizo trabajar en un nuevo tipo de diseño, me pareció difícil porque yo estaba aprendiendo. Tenía que sufrir, pagar un precio, meditarlo detenidamente y corregirlo reiteradamente para hacer un buen trabajo. Como no quería ese problema, me apartaba de él y busqué una excusa para pasárselo a otro. Solo quería trabajos sencillos y fáciles. Cuando la líder de iglesia me pidió editar una imagen, la líder del grupo me dio instrucciones pormenorizadas con la esperanza de que lo hiciera mejor. Aunque accedí, me pareció un jaleo, así que ni lo pensé ni me esforcé realmente y solamente procuré ponérmelo fácil. Por ello, la imagen no salió bien y hubo que repetirla varias veces. En todo caso, era reacia a hacer cualquier cosa que exigiera mucho pensar o mucho esfuerzo. Quería hacer las cosas de la forma más sencilla y fácil, me preocupaba la carne. En las palabras de Dios leí: “Esas personas son inútiles, no tienen derecho a cumplir con el deber y hay que descartarlas”. Esto me asustó un poco. Siempre hacía caso a la carne, anhelaba la comodidad en el deber y no estaba nada dispuesta a sufrir y pagar un precio. No pensaba más que en ahorrarme esfuerzos físicos y no exigir demasiado ni al corazón ni a la cabeza. En mi manera de cumplir con el deber no había sinceridad ni devoción por Dios; creía que, si podía salir del paso en mis tareas y acabarlas, con eso bastaba. No desempeñaba un papel positivo. Además, había repercutido en el progreso del trabajo. Si hubiera seguido así sin transformarme, Dios me habría descartado tarde o temprano.
Después leí más palabras de Dios. “Visto desde fuera, algunas personas no parecen tener problemas graves a lo largo del tiempo que cumplen con su deber. No hacen nada abiertamente malvado, no causan interrupciones o alteraciones ni tampoco caminan por la senda de los anticristos. En el cumplimiento de su deber, no ha aparecido ningún error mayúsculo o problema de principio, sin embargo, sin darse cuenta, en escasos pocos años quedan expuestos como personas que no aceptan la verdad en absoluto, como incrédulos. ¿Por qué es así? Los demás no son capaces de detectar un problema, pero Dios escudriña a esta gente en lo profundo de sus corazones, y Él sí lo ve. Siempre han sido superficiales y han carecido de arrepentimiento en el cumplimiento del deber. A medida que pasa el tiempo, quedan naturalmente expuestos. ¿Qué significa no arrepentirse? Significa que aunque han cumplido todo el tiempo con su deber, siempre han tenido una actitud equivocada respecto a él, de despreocupación y superficialidad, que tienen una actitud indiferente, nunca son concienzudos y mucho menos devotos. Puede que se esfuercen un poco, pero se limitan a actuar por inercia. No lo dan todo, y sus transgresiones son interminables. Desde el punto de vista de Dios, nunca se han arrepentido, siempre han sido superficiales y nunca se ha producido un cambio en ellos; es decir, no renuncian a la maldad que tienen entre manos ni se arrepienten ante Él. Dios no ve en ellos una actitud de arrepentimiento ni un cambio en su actitud. Persisten en considerar su deber y la comisión de Dios con la misma actitud y método. En ningún momento hay algún cambio en este carácter obstinado e intransigente y, es más, nunca se han sentido en deuda con Dios, nunca les ha parecido que su descuido y superficialidad sea una transgresión, una maldad. En sus corazones no hay deuda, no hay culpa, no hay autorreproche y mucho menos se acusan a sí mismos. Y, a medida que pasa el tiempo, Dios ve que una persona así, no tiene remedio. No importa lo que diga Dios ni cuántos sermones escuchen o cuánta verdad entiendan, su corazón no se conmueve y no alteran o cambian su actitud. Dios ve esto y dice: ‘No hay esperanza para esta persona. Nada de lo que digo toca su corazón ni le hace cambiar. No hay manera de cambiarla. Esta persona no es apta para cumplir con su deber ni para prestar servicio en Mi casa’. ¿Por qué dice esto Dios? Porque cuando cumplen con su deber y trabajan, son consistentemente descuidados y superficiales. Da igual cuánto se les trate y pode, y da igual cuánta tolerancia y paciencia se les conceda, esto no tiene efecto y no puede hacerlos arrepentirse y cambiar realmente. No les hace cumplir bien con su deber, no puede permitirles emprender la senda de buscar la verdad. Entonces esta persona no tiene remedio. Cuando Dios determina que una persona ya no tiene remedio, ¿seguirá manteniendo un férreo control sobre ella? No. Dios la dejará ir” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). “¿Cuál es el estándar a través del cual las acciones de una persona son juzgadas como buenas o malvadas? Depende de si en sus pensamientos, expresiones y acciones poseen o no el testimonio de poner la verdad en práctica y de vivir la realidad de la verdad. Si no tienes esta realidad o no vives esto, entonces, sin duda, eres un hacedor de maldad. ¿Cómo considera Dios a los hacedores de maldad? Tus pensamientos y tus acciones externas no dan testimonio para Dios, no avergüenzan a Satanás ni lo derrotan; en cambio, ellos hacen que Dios se avergüence, en todo son la señal de provocar que Dios se avergüence. No estás testificando para Dios, no te estás entregando a Dios y no estás cumpliendo tu responsabilidad y obligaciones hacia Dios, sino que más bien estás actuando para ti mismo. ¿Qué significa ‘para ti mismo’? Significa exactamente para Satanás. Así que, al final Dios dirá: ‘Apartaos de mí, los que practicáis la iniquidad’. A los ojos de Dios tus acciones no han sido buenas, sino que tu comportamiento se ha vuelto malvado. No solo no obtendrá la aprobación de Dios, además será condenado. ¿Qué busca obtener alguien con una fe así en Dios? ¿Acaso no se quedaría esta fe en nada al final?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). Pensaba que, aunque hubiera pasado a otro los proyectos más difíciles y complicados, nunca holgazaneaba, y a veces trasnochaba para trabajar en un diseño. A mi parecer, bastaba con cumplir así con mi deber, pero con las palabras de Dios descubrí que Él no se fija en cuánto hemos trabajado ni en cuánto nos hemos esforzado, sino en nuestra forma de abordar el deber, en si tenemos en cuenta Su voluntad, si tenemos testimonio de práctica de la verdad. Así decide si el deber de una persona recibe Su visto bueno. Aunque parecía que siempre había cumplido con mi deber, tenía una actitud despreocupada y negligente hacia él: hacía caso a la carne y daba rienda suelta a mis deseos. Hacía lo que me resultaba fácil e ignoraba adrede lo difícil sin la menor dedicación ni sumisión. Esta forma de prestar servicio es inadecuada, un intento de engañar a Dios. Recordé que la líder del grupo me asignó tareas importantes cuando yo acababa de empezar, pero, como yo siempre estaba saliendo del paso en el deber, me inclinaba por cosas fáciles y no pensaba en el trabajo de la iglesia, sino solamente en mí, dejó de encargarme proyectos importantes. Me convertí en alguien en quien no podían confiar ni Dios ni otras personas, que únicamente prestaba servicio con tareas sencillas. Al tomarme así mi deber, no solo no hacía buenas acciones, sino que, además, acumulaba transgresiones. Si no renunciaba a esta maldad y me arrepentía ante Dios, Él me aborrecería y rechazaría conforme se multiplicaran mis transgresiones y luego me revelaría por completo y me descartaría. En ese momento caí en la cuenta de lo peligrosa que era mi actitud hacia el deber, lo que me asustó un poco. También comprendí que, esta vez, la poda y el trato eran un recordatorio y una advertencia de Dios para mí. Yo estaba demasiado adormecida, era muy lenta para entender. Si los demás no me lo hubieran restregado de verdad en la cara, no habría descubierto que mi actitud hacia el deber disgustaba a Dios. Supe que tenía que cambiar ya este estado incorrecto que tenía, arrepentirme ante Dios y dejar de ser intransigente y rebelde.
Leí más palabras de Dios sobre mi estado de satisfacer la carne y aspirar a lo fácil, como este pasaje: “No importa qué trabajo realicen algunas personas o qué deber desempeñen, son incapaces de hacerlo con éxito, les supone demasiado, son incapaces de cumplir con cualquiera de las obligaciones o responsabilidades que las personas deberían cumplir. ¿Acaso no son basura? ¿Siguen siendo dignas de ser llamadas personas? Salvo los mentecatos, los discapacitados mentales y los que sufren deficiencias físicas, ¿hay alguien vivo que no deba cumplir con sus obligaciones y responsabilidades? Pero esta clase de persona siempre está conspirando y jugando sucio, y no desea cumplir con sus responsabilidades; esto implica que no desea comportarse como corresponde a una persona. Dios le concedió aptitud y dones, le dio la oportunidad de ser un ser humano, sin embargo no sabe usar esto para cumplir con su deber. No hace nada que no sea desear disfrutarlo todo. ¿Es una persona así apta para ser llamada ser humano? No importa el trabajo que se le asigne —sea importante u ordinario, difícil o sencillo—, siempre es descuidada y superficial, siempre es perezosa y descuidada. Cuando surgen problemas, intenta hacer recaer la responsabilidad en otras personas; no adopta responsabilidades, con el deseo de seguir viviendo su vida parasitaria. ¿Acaso no es basura inútil?” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). “¿Qué clase de persona es inútil? Los inútiles son unos atolondrados, gente a la deriva por la vida. La gente de este tipo no es responsable en nada de lo que hace ni es concienzuda; lo lía todo. No presta atención a tus palabras por más que le enseñes la verdad. Piensa: ‘Voy a la deriva por la vida si me da la gana. ¿Qué importa? Cumplo con mi deber y tengo de comer, con eso basta. Al menos no tengo que mendigar. Si un día no tengo nada de comer, ya lo pensaré entonces. El cielo siempre deja una puerta abierta. ¿Y qué me importa que digas que no tengo conciencia ni sentido o que soy un atolondrado? No he infringido la ley, no he matado a nadie ni he prendido fuego a nada. A lo sumo, no soy de la mejor calaña, pero eso no me supone una gran pérdida. Mientras tenga de comer, está bien’. ¿Qué opinas de este punto de vista? Te digo que todas las personas atolondradas como esta, a la deriva por la vida, están destinadas a ser descartadas. Imposible que alcancen la salvación. Aquellos que creen en Dios desde hace varios años, pero apenas han aceptado la verdad, serán descartados. Ninguno sobrevivirá. La basura y los inútiles son unos aprovechados y están destinados a ser descartados. Si los líderes y obreros solo aspiran a alimentarse, tanto más deben ser destituidos y descartados. Los atolondrados como estos quieren, igualmente, ser líderes y obreros, pero son indignos de serlo. No hacen un trabajo práctico, pero quieren ser líderes. Verdaderamente, no tienen vergüenza” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Con la dura revelación de Dios vi que ser siempre negligente en un deber y no asumir nunca la responsabilidad significa que eres basura. Si no te vuelcas en nada, si siempre estás holgazaneando y no cumples con tus deberes ni aprendes nuevas destrezas, eres basura. Reflexioné y descubrí que yo era así en el deber. Sin importar qué trabajo me encargaran, no quería comerme mucho la cabeza con él, sufrir ni esforzarme por lograr nada. Me conformaba con parecer ocupada y no estar ociosa. ¿No estaba perdiendo el tiempo al cumplir de ese modo con el deber? También pensé en que, desde pequeña, siempre había envidiado a la gente de familia acomodada, que no tenía preocupaciones en el mundo, que podía viajar y tener una vida cómoda y fácil. Me moría por tener yo esa clase de vida. Creía que, como los seres humanos solo vivimos unas pocas décadas, si no nos divertimos, ¿no es una vida vivida en vano? Ya de mayor, vi que todo el mundo trabajaba mucho para ganar dinero, así que puse un negocio, pero seguía sin querer invertir demasiada energía y siempre me quedaba absorta con los programas y las novelas de televisión. No pensaba mucho en el negocio y no me importaba si ganaba dinero o no. A final de año, no solo no había ganado nada, sino que había perdido dinero, pero eso no me entristeció demasiado. Me consolaba pensando que daba igual tener algunas pérdidas, siempre y cuando hubiera comida en la mesa. Mi visión de la vida era “vive el presente sin preocuparte por el mañana” y “aprovecha el momento, pues la vida es corta”. Influida por estas ideas satánicas, nunca atendía mi deber ni me esforzaba por progresar; no tenía un objetivo en la vida. Continué viviendo de acuerdo con estas ideas tras hacerme creyente. Para mí, tomarme siempre el deber con calma, no abrumarme, no comerme mucho la cabeza ni estresarme era una buena manera de vivir, pero en realidad no era capaz de asumir ningún tipo de trabajo. No servía para nada, era como simple basura. Cuanto más reflexionaba sobre mi conducta, más me sorprendía. ¿No era yo precisamente el tipo de parásito expuesto por Dios? Para salvar a la humanidad, Dios no solo ha expresado Sus palabras y nos ha dado provisión de verdad y vida; también nos ha otorgado todo cuanto precisamos para sobrevivir y nos ha permitido gozar de ello en abundancia. Él vela por nosotros y nos protege, lo que impide que caigamos en las trampas de Satanás. Pero yo no tenía corazón. No sabía que debía retribuir el amor de Dios en el deber y, por el contrario, me volví una parásita perezosa. Esta mentalidad satánica me envenenó, y me impregné de ella. Solamente conocía los placeres y satisfacciones de la carne. Nunca había pensado en serio en el deber ni en cómo cumplirlo bien para satisfacer a Dios. A esas alturas de mi reflexión, sentí náuseas y asco por mí misma, así como desprecio. Percibí que, realmente, Satanás me había corrompido muy en profundidad. Había perdido toda conciencia y razón y me había vuelto muy insensible. También descubrí el modo en que, por medio de estas ideas, Satanás paraliza a la gente y nos hace más depravados. Al final nos volvemos basura, como zombis sin alma. Me arrepentí mucho por no haber cumplido bien con mi deber, por no haber hecho nada de nada por reconfortar a Dios. Me sentí muy en deuda con Él y oré: “Dios mío, Satanás me ha corrompido muy en profundidad. Sin Tu revelación jamás habría visto la gravedad de mi problema. He sido irresponsable y carente de humanidad en el deber; gozaba muchísimo de Tu gracia, pero nunca supe retribuirte Tu amor. He sido una parásita. Veo que la carne es mi mayor obstáculo para practicar la verdad. Quiero abandonarla y arrepentirme ante Ti, saber buscar conscientemente la verdad y cumplir mi deber como Tú lo exiges”.
Luego leí más palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Dado que eres una persona, debes meditar cuáles son las responsabilidades de una persona. No hace falta mencionar las responsabilidades que más admiran los incrédulos, como ser buen hijo, mantener a tus padres y labrar una reputación a tu familia. Todas ellas son vacías y carentes de auténtico sentido. ¿Cuál es la responsabilidad mínima que debe cumplir una persona? Más práctico es cómo cumples bien con tu deber hoy. Conformarse siempre con actuar por inercia no es cumplir con tus responsabilidades, y solo ser capaz de repetir como un loro palabras de doctrina no es cumplir con tus responsabilidades. Únicamente practicar la verdad y actuar según los principios supone cumplir con tus responsabilidades, y solo cuando tu práctica de la verdad haya sido eficaz y beneficiosa para la gente, habrás cumplido realmente con tu responsabilidad. Sea cual sea el deber que cumplas, solo cuando te empeñes en actuar según los principios de la verdad habrás cumplido verdaderamente con tu responsabilidad. Actuar por inercia, de acuerdo con la forma humana de hacer las cosas, es ser superficial y descuidado; atenerse a los principios de la verdad es el único modo de cumplir adecuadamente con el deber y con tu responsabilidad. Y cuando cumples con tu responsabilidad, ¿no es esa la manifestación de la lealtad? Sí que lo es. Cuando tengas este sentido de la responsabilidad, esta voluntad y este deseo, cuando se halle en ti la manifestación de la lealtad hacia el deber, será cuando Dios te aprobará y te mirará con buenos ojos. Si ni siquiera tienes este sentido de la responsabilidad, Dios te considerará ocioso, tonto, y te despreciará. […] ¿Qué espera Dios de una persona a la que ha asignado una tarea concreta en la iglesia? En primer lugar, Dios espera que sea responsable y diligente, que le dé gran importancia a la tarea y la haga bien. En segundo lugar, Dios espera que sea una persona digna de confianza, que, por mucho tiempo que pase y por mucho que cambie su entorno, su sentido de la responsabilidad no flaquee y su temperamento resista la prueba. Si es una persona digna de confianza, Dios está tranquilo. Ya no vigilará ni hará seguimiento de este asunto porque, en el fondo, confía en ella. Cuando Dios le encomienda esta tarea, seguro que la cumple sin ningún desliz. Cuando Dios confía una tarea a la gente, ¿no es este Su deseo? (Sí). Entonces, una vez que comprendes la voluntad de Dios, ¿qué debes hacer para que Él confíe en ti y se congracie contigo? En muchas ocasiones, el desempeño y la conducta de la gente, y la actitud con que afronta el deber, hacen incluso que se desprecie a sí misma. Entonces, ¿cómo puedes exigir que Dios se congracie contigo y te muestre Su gracia, o que te trate de manera especial? ¿No es irracional esto? (Sí). Si hasta tú te menosprecias, si hasta tú te desprecias, no tiene sentido que exijas que Dios se congracie contigo. Por tanto, si quieres que Dios se congracie contigo, al menos otras personas deberían poder confiar en ti. Si quieres que otros confíen en ti, que te favorezcan, que piensen bien de ti, al menos debes ser respetable, responsable, fiel a tu palabra y digno de confianza. ¿Y delante de Dios? Si también eres responsable, diligente y devoto en el cumplimiento del deber, habrás cumplido en su mayor parte con las exigencias de Dios para contigo. Entonces, hay esperanza de que recibas el visto bueno de Dios, ¿no es cierto?” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). En las palabras de Dios aprendí que cada cual tiene unas responsabilidades y unos deberes y que, para vivir con dignidad y valor, las clave es si somos capaces de cumplir nuestra responsabilidad y tomarnos el deber en serio y con atención. No debería ser preciso que los demás nos exhortaran constantemente; debemos tener sentido de la responsabilidad. Salgan como salgan las cosas, lo importante es si una persona se vuelca en lo que hace. Solo aquellas que tienen esa clase de actitud tienen temperamento y dignidad, son confiables, y Dios recordará sus actos. Comprender la voluntad de Dios me aportó esclarecimiento y una senda de práctica. Posteriormente, en el deber, me recordaba constantemente que prestara más atención, buscara los principios de la verdad y me esforzara por hacerlo lo mejor que supiera.
Una vez, una hermana y yo estábamos hablando del diseño de una imagen y ella dijo que teníamos que emplear estilos occidentales como referencia y hacer que fuera impresionante. Por “impresionante” me pareció que sería difícil y, aunque los estilos occidentales se veían bien, sería complicado hacer toda clase de efectos decorativos. Otras hermanas siempre habían hecho ese tipo de diseños, y a mí no se me daban muy bien. Me costaría mucho hacer que saliera bien y me llevaría mucho tiempo y energía. Dudé y quise rechazarlo, que lo hiciera otra hermana, pero me acordé de un pasaje de las palabras de Dios que había leído: “Supongamos que la iglesia te asigna un trabajo, y tú dices: ‘[…] Sea cual sea el trabajo que la iglesia me asigne, lo asumiré de todo corazón y con todas mis fuerzas. Si hay algo que no entiendo o surge un problema, le oraré a Dios, buscaré la verdad, comprenderé los principios de la verdad y lo haré bien. Sea cual sea mi deber, aprovecharé todo lo que tengo para realizarlo bien y satisfacer a Dios. En todo lo que pueda lograr, haré todo lo posible por asumir toda la responsabilidad que me corresponda y, como mínimo, no iré en contra de mi conciencia y mi razón, no seré negligente y superficial, no seré taimado y holgazán, ni disfrutaré de los frutos del trabajo de otros. Nada de lo que haga estará por debajo de los criterios de la conciencia’. Este es el criterio mínimo de la conducta humana, y quien cumpla con el deber de esa manera puede calificarse de persona concienzuda y razonable. Como mínimo, debes tener la conciencia tranquila en el cumplimiento del deber y sentir al menos que te ganas tus tres comidas diarias y no las gorroneas. Esto se llama sentido de la responsabilidad. Tengas mucha o poca aptitud, y comprendas o no la verdad, debes tener esta actitud: ‘Ya que se me ha asignado este trabajo, debo tomármelo en serio; debo convertirlo en mi preocupación y hacerlo bien de todo corazón y con todas mis fuerzas. En cuanto a si sé hacerlo a la perfección o no, no puedo atreverme a dar una garantía, pero mi actitud es que haré todo lo posible por hacerlo bien y, desde luego, no seré negligente y superficial al respecto. Si surge un problema, debo asumir la responsabilidad en ese momento, aprender una lección de ello y cumplir bien con mi deber’. Esta es la actitud correcta” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Recordé lo irresponsable que había sido anteriormente en el deber. Siempre salía del paso y hacía muchas cosas que disgustaban a Dios. Esta vez no podía satisfacer la carne y anhelar la comodidad; tenía que pensar en la voluntad de Dios y responsabilizarme de mi deber. Decidí en silencio que, independientemente de cuánto pudiera lograr, primero tenía que someterme y esforzarme. Lo principal era esmerarme. Al pensar esto, sentí que tenía un rumbo. Recapacité acerca de los principios de nuestra labor, reuní algunos materiales de consulta, hice varias versiones y se las envié a otras hermanas para pedirles sugerencias. Tras algunas modificaciones, por fin estaba terminada. Al hacer así las cosas, sentí paz interior y tuve la sensación de que era más pragmática que antes.
Posteriormente, me centraba en hacer introspección y abandonar la carne en el deber. Me aseguraba de pensar más en las pequeñas cosas de la vida diaria, en las tareas que me asignara la iglesia y en cómo cumplir mejor con el deber. De hecho, esto no me cansaba realmente, sino que me sentía realizada. Es verdaderamente maravilloso ser esa clase de persona. Aunque a veces aún quiero hacer caso a la carne y dar rienda suelta a mis deseos, tengo más conciencia de mi corrupción que antes. Sé que he de orar de inmediato para pedirle a Dios que me ayude a abandonar la carne y que me discipline si vuelvo a ser negligente, falaz e irresponsable. Con el tiempo, he sido capaz de asumir una carga en el deber y de estar dispuesta a asumir mis responsabilidades y cumplir con mi deber. ¡Es la única vía para vivir con integridad, dignidad y paz interior!