35. Lo que oculta la permisividad hacia los demás
Hace unos meses, un líder nos asignó al hermano Connor y a mí el trabajo de riego. Con el tiempo me di cuenta de que él no asumía mucha carga en su labor. No enseñaba ni ayudaba enseguida a los hermanos y hermanas con sus problemas y no participaba mucho en los debates de trabajo. Enterado de la situación, el líder me dijo que Connor estaba siendo descuidado e irresponsable y que yo tenía que hablar con él. Pensé que tal vez estaba ocupado con otros trabajos y que no era que no estuviera haciendo nada de nada. No debía esperar demasiado de él, y yo podría ocuparme de los asuntos de los que él no hubiera hablado. Así pues, no investigué los problemas de su trabajo. Poco después, antes de una reunión para algunos hermanos y hermanas, le recordé a Connor que primero se informara de sus problemas y dificultades con antelación para buscar las palabras adecuadas de Dios que enseñar y hacer la reunión más eficaz. Luego pregunté a algunos hermanos y hermanas si Connor les había preguntado por sus estados y dificultades, y todos respondieron que no. Me pareció muy irresponsable. Los demás tenían multitud de dificultades y fallos en el deber. Precisaban más ayuda y más enseñanzas, pero él no se lo tomaba en serio. ¡Qué negligente! Pensé que esta vez debía sacarle el asunto a colación. Sin embargo, reflexioné que, si él no lo admitía, si alegaba que yo esperaba demasiado y se ponía en mi contra, ¿no me haría parecer demasiado estricto, demasiado insensible hacia los demás? Aparte, Connor era joven, por lo que era más probable que se centrara en la comodidad carnal. A veces yo también era descuidado y me centraba en la comodidad, así que no debía ser demasiado exigente. Podría arreglármelas yo solo. Sé duro contigo mismo, no con los demás. Simplemente me pondría a trabajar y recortaría mi descanso. Por tanto, no fui a hablar con Connor para señalarle este problema que tenía. También actué así con otros trabajos. Cuando alguien no hacía bien su labor, yo no miraba a ver cuál era la causa ni qué debía hacerse, sino que era tolerante y paciente. En ocasiones me incomodaba o enojaba mucho por la conducta de alguien, pero me reprimía. Pensaba: "Olvídalo, que haga lo que pueda, y yo me ocuparé del resto". Transcurrido un tiempo, los hermanos y hermanas querían consultar conmigo sus problemas para que los ayudara. No me sentía molesto ni disgustado al ver que todos me tenían en gran estima. Siempre creí que ser estricto conmigo mismo e indulgente con los demás en nuestra relación era propio de una persona de buena humanidad; no como algunas, que siempre son puntillosas y no saben colaborar con nadie.
Un día leí en las palabras de Dios algo sobre “sé estricto contigo mismo y tolerante con los demás” y me vi de forma distinta. Dios Todopoderoso dice: “‘Sé estricto contigo mismo y tolerante con los demás’: ¿qué significa este dicho? Significa que debes ser estricto contigo mismo e indulgente con los demás, para que vean lo generoso y magnánimo que eres. ¿Por qué hay que hacer esto, entonces? ¿Qué se pretende conseguir? ¿Es factible? ¿Es de verdad una expresión natural de la humanidad de las personas? ¿Hasta qué punto debes comprometerte para asumirlo? Debes liberarte de deseos y exigencias, los cuales te obligan a sentir menos alegría, a sufrir un poco más, pagar un mayor precio y trabajar más para que los demás no tengan que desgastarse. Y si los demás se quejan, se lamentan o trabajan mal, no debes exigirles demasiado: con un ‘más o menos’ es suficiente. La gente cree que esto es una señal de noble virtud, pero ¿por qué a Mí me suena falso? ¿Acaso no es falso? (Lo es). En circunstancias normales, la expresión natural de la humanidad de una persona corriente es ser tolerante consigo misma y estricta con los demás. Es un hecho. La gente puede percibir los problemas de los demás: ‘¡Esta persona es arrogante! ¡Esa persona es mala! ¡Esta es egoísta! ¡Aquel es descuidado y superficial en el cumplimiento de su deber! ¡Esta persona es tan perezosa!’, dirá alguien, mientras que para sí mismo piensa: ‘Si soy un poco perezoso, está bien. Soy de buen calibre. Aunque soy perezoso, hago mejor mi trabajo que los demás’. Encuentran defectos en los demás y les gusta ser quisquillosos, pero con ellos mismos son tolerantes y complacientes en la medida de lo posible. ¿No es esta una expresión natural de su humanidad? (Lo es). Si se espera que la gente viva según la idea de ser ‘estricto con uno mismo y tolerante con los demás’, ¿qué agonía deben soportar? ¿Serán realmente capaces de soportarla? ¿Cuántos lo conseguirían? (Ninguno). ¿Y por qué? (Las personas son egoístas por naturaleza. Actúan según el principio de ‘cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda’). De hecho, el hombre nace egoísta, es una criatura egoísta, y está profundamente comprometido con esa filosofía satánica: ‘Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda’. La gente cree que para ellos sería catastrófico y poco natural no ser egoístas y preocuparse por sí mismos cuando les suceden cosas. Esto es lo que la gente cree y así es como actúa. Si se espera de la gente que no sea egoísta, que se exija estrictamente a sí misma y que salga perdiendo voluntariamente en lugar de aprovecharse de los demás, ¿es eso una expectativa realista? Si se espera que cuando alguien se aprovecha de uno, la persona diga alegremente: ‘Te estás aprovechando, pero no voy a montar un escándalo al respecto. Soy una persona tolerante, no hablaré mal o intentaré vengarme de ti, y si aún no te has aprovechado lo suficiente, siéntete libre de continuar’; ¿es esa una expectativa realista? ¿Cuántas personas podrían conseguirlo? ¿Es así como se comporta normalmente la humanidad corrupta? (No). Obviamente, es anómalo que esto ocurra. ¿Por qué? Porque la gente con actitudes corruptas, especialmente las personas egoístas y mezquinas, luchan por sus propios intereses, y no se contentan en absoluto con luchar por los intereses de los demás. Por lo tanto, este fenómeno, cuando se produce, es una anomalía. ‘Sé estricto contigo mismo y tolerante con los demás’: esta afirmación sobre la virtud, que refleja la insuficiente comprensión de la naturaleza humana por parte de un moralista social, plantea una exigencia a las personas que claramente no concuerda ni con los hechos ni con la naturaleza humana. Es como decirle a un ratón que no cave agujeros o a un gato que no cace ratones. ¿Es justo exigir algo así? (No. Desafía las leyes de la naturaleza humana). Es una exigencia vacía, y está claro que no se ajusta a la realidad” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué es buscar la verdad (6)). No entendí del todo estas palabras de Dios cuando las leí por primera vez, pues siempre había creído que lo de “sé estricto contigo mismo y tolerante con los demás” era algo bueno. Siempre admiré a la gente así y aspiré a ser así. Sin embargo, al reflexionar detenidamente sobre las palabras de Dios, me parecieron absolutamente acertadas. Me convencí por completo. Y me quedé realmente estupefacto cuando leí: “Porque la gente con actitudes corruptas, especialmente las personas egoístas y mezquinas, luchan por sus propios intereses, y no se contentan en absoluto con luchar por los intereses de los demás. Por lo tanto, este fenómeno, cuando se produce, es una anomalía. ‘Sé estricto contigo mismo y tolerante con los demás’: esta afirmación sobre la virtud, que refleja la insuficiente comprensión de la naturaleza humana por parte de un moralista social, plantea una exigencia a las personas que claramente no concuerda ni con los hechos ni con la naturaleza humana. Es como decirle a un ratón que no cave agujeros o a un gato que no cace ratones”. Resultaba que esta idea que yo defendía era poco práctica, contraria a la humanidad y algo que la gente no puede lograr. No puede llegar a ser una norma que seguir. Al recordar mi conducta, realmente era tal como Dios la había expuesto. Cuando era estricto conmigo mismo e indulgente con los demás, me sentía ofendido y molesto, e incluso cuando acertaba, en realidad no quería hacerlo; no me sentía feliz con ello. Al igual que con Connor, era muy consciente de que él salía del paso en el deber y era perezoso e irresponsable. Yo estaba enojado y quería sacar a la luz sus problemas para que pudiera cambiar enseguida. No obstante, pensaba que no debía ser demasiado estricto, que debía ser duro conmigo mismo, no con los demás, y renunciaba entonces a la idea de hablarle de sus problemas. Creía que yo podría sufrir un poco más, pagar un precio un poco más alto y no pedirle demasiado para no parecer demasiado desconsiderado, demasiado puntilloso. Como responsable del trabajo de varios grupos, ya tenía una gran carga de trabajo. Además, me sentía ofendido por tener que ayudarlo a resolver los problemas de su trabajo y tenía muchas quejas, pero, por ser estricto conmigo mismo y tolerante con los demás y para que estos tuvieran buena opinión de mí, me callaba y lo toleraba. Ese era mi estado real y lo que verdaderamente pensaba. Como dice Dios: “El hombre nace egoísta, es una criatura egoísta, y está profundamente comprometido con esa filosofía satánica: ‘Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda’. La gente cree que para ellos sería catastrófico y poco natural no ser egoístas y preocuparse por sí mismos cuando les suceden cosas. Esto es lo que la gente cree y así es como actúa”. Todos somos egoístas por naturaleza, y yo no soy la excepción. Cuando hago más, me quejo del arduo trabajo y del esfuerzo. Me ofendo, molesto y descontento por ello. Sin embargo, sigo yendo en contra de lo que siento, estricto conmigo mismo e indulgente con los demás. ¿Qué carácter corrupto oculta en realidad esta actitud de “sé estricto contigo mismo y tolerante con los demás”? ¿Qué consecuencias tiene ser así? Con estas preguntas, busqué la ayuda de Dios en oración.
Un día leí un pasaje de las palabras de Dios: “‘Sé estricto contigo mismo y tolerante con los demás’, al igual que los dichos sobre devolver el dinero que has encontrado y alegrarte de ayudar a los demás, es una de esas exigencias que la cultura tradicional hace a las personas para que actúen con virtud. Del mismo modo, independientemente de si alguien puede alcanzar o ejercer esa virtud, sigue sin ser el estándar o la norma para medir su humanidad. Puede que seas realmente capaz de ser estricto contigo mismo y que te exijas un nivel de exigencia especialmente alto. Puede que seas muy puro y siempre pienses en los demás, sin ser egoísta ni buscar tus propios intereses. Puedes parecer especialmente magnánimo y desinteresado, y tener un gran sentido de la responsabilidad social y del bien común. Tus allegados y las personas con las que te relacionas puede que perciban tus cualidades y tu noble personalidad. Es posible que tu comportamiento nunca dé a los demás motivos para culparte o criticarte, sino que suscite elogios profusos e incluso admiración. Es posible que la gente te considere alguien realmente estricto consigo mismo y tolerante con los demás. Sin embargo, estos no son más que comportamientos externos. ¿Son coherentes los pensamientos y deseos que habitan en lo más profundo de tu corazón con tales comportamientos externos, con estas acciones que vives externamente? La respuesta es no, no lo son. La razón por la que puedes actuar así es que hay un motivo detrás. ¿Cuál es ese motivo exactamente? Al menos se puede decir una cosa al respecto: Es algo innombrable, algo oscuro y maligno. [...] Se puede decir con certeza que la mayoría de los que se exigen cumplir la virtud de ser ‘estricto con uno mismo y tolerante con los demás’ están obsesionados con el estatus. Impulsados por sus actitudes corruptas, no pueden evitar buscar prestigio, relevancia social y estatus a ojos de los demás. Todas estas cosas están relacionadas con su deseo de estatus, y las buscan al amparo de un comportamiento bueno y virtuoso. ¿Y cómo surgen estas cosas que buscan? Provienen y son impulsadas enteramente por actitudes corruptas. Así que, pase lo que pase, que alguien viva la virtud de ser ‘estricto consigo mismo y tolerante con los demás’, y que lo haga a la perfección, no puede cambiar la esencia de su humanidad. Esto implica que no puede cambiar en modo alguno su punto de vista o sus valores, ni guiar sus actitudes y perspectivas sobre todo tipo de personas, acontecimientos y cosas. ¿No es así? (Así es). Cuanto más capaz es una persona de ser estricta consigo misma y tolerante con los demás, mejor sabe actuar, engañar a los demás con un buen comportamiento y palabras agradables, y más astuta y malvada es. En la medida en que son este tipo de personas, más profundo es su amor y su búsqueda de estatus y poder. Por muy impresionante que sea su demostración de virtud, y por muy agradable que sea contemplarla, la búsqueda tácita en lo más profundo de su corazón, su naturaleza y esencia, e incluso sus ambiciones pueden aflorar en cualquier momento. Por lo tanto, por muy virtuoso que sea su comportamiento, no puede ocultar su humanidad intrínseca ni sus ambiciones y deseos. No puede ocultar su horrible naturaleza y esencia, que no ama lo positivo y está harta de la verdad y la desprecia. Como demuestran estos hechos, el dicho ‘sé estricto contigo mismo y tolerante con los demás’ es cuanto menos absurdo: pone en evidencia a esas personas ambiciosas que utilizan tales dichos y comportamientos para encubrir las ambiciones y deseos de los que no pueden hablar” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué es buscar la verdad (6)). Con lo revelado en las palabras de Dios, descubrí que lo de “sé estricto contigo mismo y tolerante con los demás” parece consistir en ser comprensivo y generoso con ellos, transigente y noble, pero en el fondo oculta una motivación inconfesable, oscura y malvada. Se trata de alardear con una conducta superficialmente buena nada más que para recibir admiración y tener un estatus y una reputación más elevados ante los demás. Ese tipo de persona parece loable desde fuera, pero, a decir verdad, es un hipócrita que finge ser buena persona. Pensé en cómo había actuado y en lo que había revelado con Connor. Por muy descuidado e irresponsable que fuera en el trabajo, no solo no se lo señalaba y no hablaba ni trataba con él, sino que seguía siendo comprensivo y complaciente. Por muy ocupado que yo estuviera, en el poco tiempo que tenía iba a hacer lo que Connor no hubiera hecho. Aunque fuera difícil o agotador, lo sacaba adelante. En realidad, no por hacer eso era generoso. Tenía unas motivaciones ocultas. Temía herir su orgullo y ofenderlo si se lo señalaba directamente; ¿qué opinaría entonces de mí? Aunque no estuviera dispuesto a ayudarlo a hacer lo que él no hubiera hecho, me obligaba a ello siempre para dar buena impresión, para mostrar a todos lo generoso que era, para ganarme su admiración. En consecuencia, me volví cada vez más escurridizo y taimado. Parecía una persona comprensiva, pero por detrás estaban mis motivaciones equivocadas. A la gente le daba una falsa impresión, la engañaba, la embaucaba. En ese momento aprendí a discernir un poco la esencia de “sé estricto contigo mismo y tolerante con los demás”. Las despreciables motivaciones ocultas en mi interior me parecieron vomitivas. También estaba muy agradecido a Dios. Si Él no expusiera la realidad de esa parte de la cultura tradicional, yo habría permanecido en la ignorancia pensando que ser “estricto contigo mismo y tolerante con los demás” era algo propio de una persona de buena humanidad. Por fin me di cuenta de que es una falacia de Satanás para extraviar y corromper a la gente. No es para nada la verdad ni una norma que sirva para evaluar la humanidad de una persona.
Luego leí dos pasajes de las palabras de Dios: “Por muy estandarizadas que estén las exigencias y máximas de la humanidad sobre el carácter moral, o por mucho que se adapten a los gustos, perspectivas, deseos e incluso intereses de las masas, no son la verdad. Esto es algo que debes entender. Como no son la verdad, debes apresurarte a negarlas y abandonarlas. También debes diseccionar su esencia, así como los resultados que se derivan de vivir según ellas. ¿Pueden provocar un verdadero arrepentimiento en ti? ¿Pueden realmente ayudarte a conocerte a ti mismo? ¿Pueden realmente hacer que vivas la semejanza humana? No pueden hacer nada de eso. Solo te harán hipócrita y santurrón. Te harán más esquivo y malvado. Hay algunos que dicen: ‘En el pasado, cuando defendíamos estas partes de la cultura tradicional, nos sentíamos buenas personas. Cuando otras personas veían cómo nos comportábamos, pensaban que también éramos buenas personas. Pero en realidad, sabemos en nuestros corazones de qué clase de maldad somos capaces. Hacer algunas buenas acciones solo lo disimula. Pero si abandonáramos el buen comportamiento que nos exige la cultura tradicional, ¿qué haríamos en su lugar? ¿Qué comportamiento y acciones traerán honor a Dios?’. ¿Qué piensas de esta pregunta? ¿Aún no sabes qué verdades deben practicar los creyentes en Dios? Dios ha dicho tantas verdades, y hay tantas que la gente debería practicar. Entonces, ¿por qué te niegas a practicar la verdad, e insistes en ser un falso bienhechor y un hipócrita? ¿Por qué finges?” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué es buscar la verdad (5)). “En resumen, el punto de traer a colación estas máximas morales no es solo para haceros saber que son las nociones e imaginaciones de la gente, y que vienen de Satanás. Es para haceros entender que la esencia de estas cosas es falsa, oculta y engañosa. Aunque la gente se comporte bien, no significa en absoluto que esté viviendo una humanidad normal. Más bien, están utilizando un comportamiento falso para encubrir sus intenciones y objetivos, y para disfrazar sus actitudes, naturalezas y esencias corruptas. Como resultado, la humanidad está mejorando cada vez más en fingir y engañar a los demás, haciéndolos aún más corruptos y malvados. Las normas morales de la cultura tradicional que defiende la humanidad corrupta no son en absoluto compatibles con la verdad hablada por Dios, ni son coherentes con nada de lo que Dios enseña a la gente. Las dos cosas no tienen ninguna conexión. Si tú todavía defiendes la cultura tradicional, entonces has sido completamente confundido y corrompido. Si hay algún asunto en el que defiendes la cultura tradicional y observas los principios y puntos de vista de esta, entonces estás violando la verdad, rebelándote y yendo en contra de Dios en ese asunto. Si defiendes y eres leal a cualquiera de estas máximas morales, las tratas como un criterio o un punto de referencia desde el que ver a las personas o las circunstancias, entonces has errado. Si juzgas o perjudicas a las personas hasta cierto punto, has cometido un pecado. Si siempre te aferras a medir a todo el mundo según las normas morales de la cultura tradicional, entonces el número de personas a las que has condenado y perjudicado seguirá multiplicándose y ciertamente condenarás y te resistirás a Dios. Entonces serás un archipecador” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué es buscar la verdad (5)). La meditación de las palabras de Dios me aportó más claridad. Cuando observemos que alguien es negligente, taimado o irresponsable en el trabajo, debemos señalárselo, o podarlo y tratar con él, para que vea la naturaleza y las consecuencias de ser descuidado y cambie a tiempo. Eso es lo que debe hacer alguien de buena humanidad. Sin embargo, yo, por preservar mi imagen y mi estatus, era indulgente y tolerante y me callaba los problemas que veía. En consecuencia, Connor no era consciente de su carácter corrupto y siguió siendo descuidado e irresponsable en el deber. Eso es perjudicial para la entrada en la vida de los hermanos y hermanas, una transgresión. Yo no estaba siendo ni de lejos considerado o comprensivo con él, sino que le hacía daño. Comprobé que yo no era para nada buena persona. No solo perjudicaba a los hermanos y hermanas, sino que estaba demorando y repercutiendo en el trabajo de la iglesia. Experimenté personalmente que “sé estricto contigo mismo y tolerante con los demás” no es la verdad, que no son unas buenas palabras de vida, sino una falacia de Satanás para extraviar y corromper a la gente. No podía continuar permitiendo que Satanás jugara conmigo: debía hacer lo exigido por Dios basándome en Sus palabras y con la verdad como norma para apreciar y hacer las cosas. Después, cuando observaba problemas con Connor, dejé de complacerlo. Se los señalaba para que los viera y cambiara.
Pronto me dieron la responsabilidad de otro proyecto. Mientras lo analizaba, advertí que un hermano no se tomaba en serio el deber y era descuidado en todo lo que hacía. Quise solucionar yo mismo sus errores y acabar con ellos para no señalárselos a él y avergonzarlo. Entonces me di cuenta de que pensaba así para proteger mis intereses, para tener buena imagen ante los demás. No quería señalarle su problema por temor a ofenderlo. ¡Una motivación despreciable! Recordé unas palabras de Dios: “Al mismo tiempo que realizas tu deber correctamente, también debes asegurarte de no hacer nada que no beneficie a la entrada en la vida de los escogidos de Dios, y de no decir nada que no sea útil para los hermanos y hermanas. Como mínimo, no debes hacer nada que vaya en contra de tu conciencia y no debes hacer absolutamente nada que sea vergonzoso. En particular, no hagas nada en absoluto que se rebele o se resista a Dios, y no debes hacer nada que altere el trabajo o la vida de la iglesia. Sé justo y honorable en todo lo que hagas y asegúrate de que cada acción sea presentable delante de Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Cómo es tu relación con Dios?). Las palabras de Dios me enseñaron el principio de actuación. Haga lo que haga, tiene que favorecer la entrada en la vida de los hermanos y hermanas y ser edificante. También he de aceptar el escrutinio de Dios con total sinceridad. Cuando vi que ese hermano era descuidado en el deber, debí señalárselo para que apreciara su problema y cambiara enseguida. Eso era provechoso para su entrada en la vida y para el trabajo de la iglesia. Si yo no decía nada, sino que me limitaba a ayudarlo mansamente a hacer las cosas, él no vería sus problemas y no progresaría en el deber. Con esta idea, le hablé de los problemas que apreciaba en su trabajo. Tras escucharme, quiso cambiar. Me sentí muy tranquilo y en paz una vez que puse aquello en práctica, y conseguimos mejores resultados que antes en el deber. ¡Gracias a Dios Todopoderoso!