66. Ya no desprecio a mi compañero
Soy encargado de libros y objetos de la iglesia. Suelo controlar si los objetos están organizados y guardados, si están puestos de forma prolija y si los registros de entradas y salidas están claros. Temo que, si soy negligente, todo sea un lío. El hermano Cheng, con quien trabajaba, era descuidado y no se concentraba en la prolijidad. A veces, solo arrojaba las cosas o las dejaba en una pila, y yo siempre me preocupaba por él y debía controlar su trabajo. Cada vez que veía que el hermano Cheng guardaba mal las cosas o que los registros de entradas y salidas de un objeto no era claro, me ponía tan nervioso que perdía la paciencia y no hablaba con él para ayudarlo. Al principio, tenía en cuenta los sentimientos de mi hermano, y cuidaba el tono y mis palabras, pero, con el tiempo, ya no me importaron esas cosas, y, en cada oportunidad, le decía que esto o aquello estaba mal. A veces, me enojaba y lo regañaba, le decía: “¿Por qué pones las cosas en el lugar equivocado otra vez? Dejas una cosa aquí y la otra, allá. ¿No puedes poner las cosas donde estaban? Solo te llevaría un momento ordenar lo que desordenas, pero no puedes evitar dejar las cosas sin terminar y nunca ordenas después…”. Mi actitud hacia el hermano Cheng empeoraba cada vez más. A veces, le ordenaba que limpiara el desorden.
Recuerdo que una vez, cuando revisaba los registros de entradas y salidas, descubrí que había corregido algunos tan mal que eran ilegibles. Enseguida me enfurecí y pensé: “¡Ni siquiera puedo adivinar qué escribió aquí!”. Fui directo a ver al hermano Cheng. Como un maestro que regaña a un alumno, le mostré los registros y le pregunté cuál era cada uno. Le dije: “¿Sabes qué quiero hacer ahora? ¡Quiero mostrarle estos registros a la líder para que vea cómo cumples tu deber y lo descuidado que puedes ser!”. El hermano Cheng se veía culpable y dijo que prestaría atención en el futuro. Dijo que esta vez había sido un accidente. Mientras completaba el registro, alguien lo llamó para lidiar con un asunto urgente, por eso se había olvidado. Pero no le permití explicar. Le dije, enojado: “Si algo así vuelve a suceder, le llevaré la hoja del registro directamente a la líder y ¡dejaré que ella se encargue!”. Pronto vi que otra hoja de los registros del hermano Cheng tenía un borrón ilegible. Esta vez, me enojé aun más. Fui a hablar con el hermano Cheng: “Ya te dije que si cometes un error, lo escribas de nuevo en otro lado, no lo sobrescribas. Mira tu corrección. ¿Quién sabe qué escribiste? Si no puedo leerlo con claridad, debo venir y preguntarte. ¿No te parece molesto? Aunque a ti no, a mí, ¡sí!”. Cuando vio que otra vez estaba enojado, tomó la hoja del registro y dijo: “Lo volveré a corregir”. Enojado, le grité: “¡No te molestes! ¡Esto no lo solucionará!”. Tras decir eso, me fui, dejando a mi hermano solo con la hoja del registro, perdido. En ese punto, pensé que me había excedido. Pero no le di mucha importancia, y el asunto pasó. Tras unos días, volví a enojarme con el hermano Cheng por un asunto trivial. Él también se enojó conmigo, y discutimos. La líder se enteró de que no podíamos trabajar juntos en armonía, por lo que habló conmigo y me leyó un pasaje de la palabra de Dios: “Sea cual sea el deber que cumple un anticristo, sea cual sea la persona con la que coopera, siempre habrá conflictos y disputas. Quieren siempre aleccionar a los demás y que les hagan caso. ¿Con quién podría cooperar una persona así? Con nadie, pues su carácter corrupto es demasiado pronunciado. No solo son incapaces de cooperar con nadie, sino que además siempre están sermoneando a los demás desde una posición superior y constriñéndolos, desean siempre montarse a horcajadas en los yugos de la gente y obligarlos a obedecer. No se trata solo de un problema de carácter, además algo anda realmente mal respecto a su humanidad, pues no tienen conciencia ni razón. […] Para que la gente se relacione normalmente, debe cumplirse una condición: al menos deben tener conciencia y razón, paciencia y tolerancia, antes de poder cooperar. Para poder cooperar en el cumplimiento del deber se requiere que las personas sean de un mismo pensamiento y que sean capaces de compensar sus propias debilidades con las fortalezas del otro, así como que sean pacientes y tolerantes, con una base de comportamiento. Solo así podrán convivir amistosamente. Aunque a veces surjan conflictos y disputas, podrán seguir cooperando; al menos no surgirá ninguna hostilidad. Todos los que no tienen humanidad son como una manzana podrida. Solo aquellos con una humanidad normal cooperan fácilmente con los demás y son tolerantes y pacientes con otras personas; escuchan las opiniones de otros y se muestran condescendientes a la hora de discutir con los demás. Ellos también tienen actitudes corruptas y un deseo constante de que los demás les hagan caso. También existe en ellos esa intención, pero como tienen conciencia y razón, pueden buscar la verdad y conocerse a sí mismos, y al sentir que ese comportamiento sería inadecuado, se lo reprochan de corazón y son capaces de contenerse, por tanto pueden cooperar con los demás. No es más que el afloramiento de un carácter corrupto. No son personas malvadas ni tienen la esencia de un anticristo. Son capaces de cooperar con otros. Si fueran personas malvadas o anticristos, no tendrían forma de cooperar con los demás. Esto es lo que sucede con todas las personas malvadas y anticristos que son expulsados de la casa de Dios. No pueden cooperar en armonía con nadie, por lo que todos quedan expuestos y son descartados” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8 (I)). Tras leer la palabra de Dios, la líder me recordó: “Para llevarse bien con la gente, debemos al menos respetarla. Si le gritas y regañas así al hermano Cheng todo el tiempo, careces del más básico respeto. ¿Esto no es demasiado arrogante de tu parte? Desprecias todo lo que él hace, lo vigilas como un halcón todo el día, y nunca perdonas los problemas. ¿Es esto apropiado? El hermano Cheng está ocupado con el trabajo y tiene mala memoria. Algunos problemas son inevitables. ¿No deberías tratarlo adecuadamente y ayudarlo más? Además, él siempre está mejorando. Pero ¿qué hay de ti? Tienes un problema con tu carácter y tu humanidad. Gritarle siempre a la gente es un carácter corrupto. ¿Acaso ves la paja en el ojo de tu hermano, pero ignoras la viga en el tuyo?”.
Luego, la líder me leyó otro pasaje de la palabra de Dios. “¿Qué decís, es difícil cooperar con otras personas? En realidad, no lo es. Incluso se podría decir que es fácil. Sin embargo, ¿por qué la gente sigue pensando que es difícil? Porque tienen un carácter corrupto. Para aquellos que poseen humanidad, conciencia y razón, cooperar con los demás es relativamente fácil, y es probable que sientan que se trata de algo placentero. Como no es fácil para nadie lograr las cosas por sí mismo, sea cual sea el campo en el que se involucre o lo que esté haciendo, siempre es bueno tener a alguien ahí para indicar las cosas y ofrecer ayuda; es mucho más fácil que hacerlo por tu cuenta. Además, hay límites en cuanto a lo que el calibre de las personas puede hacer o lo que ellas pueden experimentar. Nadie puede ser experto en todos los ámbitos; es imposible que alguien pueda saberlo todo, aprenderlo todo, hacerlo todo; eso es imposible, y todo el mundo debería poseer tal razón. Y, así, hagas lo que hagas, ya sea importante o no, siempre debe haber personas ahí para ayudarte, para señalarte el camino, para darte consejo y para ayudarte con las cosas. De esta manera, harás las cosas de manera más correcta, será más difícil cometer errores y será menos probable que te desvíes, todo lo cual es para bien” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8 (I)). Tras leer las palabras las palabras de Dios, la líder me enseñó un poco más, y al final me preguntó: “Si te ocuparas de los objetos tú solo, ¿podrías hacerlo sin cometer ningún error?”. Avergonzado, dije: “No”. La líder dijo: “Así es. Nadie sabe todo, y todos necesitan un compañero para cumplir sus deberes. Si no puedes cooperar en armonía, ¿cómo puedes cumplir bien tu deber? Debes pensar esto y reflexionar sobre tus propios problemas”.
Cuando volví, me sentía muy triste. ¿Cómo podía no estar al tanto de tener un problema tan grave? Solía pensar que tenía buena humanidad y que podía llevarme bien con mis hermanos y hermanas, pero desde que cooperaba con el hermano Cheng en mi deber, siempre era santurrón y pensaba que mis ideas y acciones estaban bien. Le imponía mi voluntad y hacía que hiciera lo que yo quería. No compartía enseñanza sobre la verdad para ayudarlo, solo me enojaba, lo acusaba y lo regañaba. Carecía de humanidad y razón. Siempre creía que era mejor que mi hermano, por lo que lo despreciaba. Él me parecía desagradable, por lo que no abordaba sus fortalezas y debilidades correctamente. Alardeaba todo el tiempo y lo menospreciaba. Al principio, el hermano Cheng y yo éramos responsables de los artículos de la iglesia juntos, pero yo no consultaba nada con él. Siempre era egocéntrico y tenía la última palabra, y le daba órdenes al hermano Cheng. Solía regañarlo como a un niño, intentaba enseñarle lecciones. Mi carácter era muy arrogante y ¡Dios lo odiaba!
Sabía que era arrogante y que siempre obligaba a los demás a obedecerme, pero no sabía cómo solucionar este problema. Oré a Dios y busqué las partes relevantes de Su palabra. Un día, leí en la palabra de Dios: “Los anticristos tienen la constante ambición y deseo de controlar y conquistar a los demás. Al tratar con la gente, siempre desean averiguar cómo les ven, y si tienen estatus en sus corazones y los admiran y adoran. Un anticristo es especialmente feliz cuando se encuentra con lamebotas, gente que los halaga y adula; empezará a sermonear a tal persona desde una posición superior y se entregará a una charla vacía, inculcando reglas, métodos, doctrinas y nociones en esa persona para que las acepte como la verdad. Incluso glorificarán esto diciendo: ‘Si puedes aceptar estas cosas, serás una persona que ama y busca la verdad’. Las personas sin discernimiento pensarán que lo que dice el anticristo está justificado, aunque lo encuentren ambiguo, y no saben si está de acuerdo con la verdad. Pensarán solamente que lo que dice el anticristo no es erróneo y no se puede decir que viole la verdad. De este modo, se someten al anticristo. Se enfurecen si alguien identifica al anticristo y logra exponerlo. Entonces el anticristo lanzará sin miramientos acusaciones, condenas y amenazas contra esa persona, y hará una demostración de fuerza. Los que no tienen discernimiento serán sometidos completamente y se echarán al suelo en señal de admiración; se volverán adoradores del anticristo y dependerán de él, e incluso le temerán. Estas personas tendrán la sensación de estar esclavizadas, como si sin el liderazgo del anticristo, sin que este los trate y los pode, estuviesen a la deriva en su corazón, como si Dios no los quisiera si perdieran estas cosas. Y no tienen ningún sentido de seguridad. Cuando esto sucede, la gente aprende a recibir señales de las expresiones faciales del anticristo antes de actuar, por miedo a molestarlo. Todos desean obtener su placer; todos están decididos a seguir al anticristo. Los anticristos ofrecen palabras de doctrina en todo el trabajo que hacen. Se les da bien instruir a la gente para que se adhiera a las reglas, pero nunca les dicen qué principios de la verdad debe observar, o por qué debe hacer algo, o cuál es la voluntad de Dios, o cómo la casa de Dios organiza su trabajo; nunca dicen qué trabajo es el más esencial e importante, o cuál es el trabajo principal que debe hacerse bien. El anticristo no dice nada en absoluto sobre estos temas fundamentales. Al hacer y organizar el trabajo, jamás comunica sobre la verdad, porque no entiende los principios de ella. Por lo tanto, lo único que puede hacer es instruir a las personas para que se adhieran a ciertas reglas y doctrinas, y si alguien viola sus afirmaciones y reglas, se topará con su censura y reproche. Un anticristo lleva a menudo el estandarte de la casa de Dios mientras hace su trabajo, sermoneando a otros desde una posición superior. Incluso hay algunos que se sienten tan abrumados por sus sermones que creen que no hacer lo que el anticristo exige sería defraudar a Dios. Este tipo de persona ha caído bajo el control del anticristo. ¿Qué clase de comportamiento es este por parte del anticristo? Es una esclavización” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8 (I)). Dios describía mi estado exactamente. Cuando trabajaba con el hermano Cheng, él me parecía fácil de tratar. Si había un problema en el trabajo, él aceptaba mis críticas y no intentaba refutarlas. Creí que era débil y fácil de mandonear, por lo que era autoritario con él, y tenía la última palabra en todo. Muchas veces, cuando hablaba con él sobre las cosas, solo lo hacía por inercia. Al final, yo decidía qué hacer. Además, algunas precauciones que yo formulaba para manejar los objetos parecían no causar problemas y ayudar a organizar, pero yo no me basaba en los principios para formularlas. Las generaba para abordar los problemas del hermano Cheng. Podría decirse que las hacía a medida para él. Cuando él no tomaba esas precauciones, yo tenía una excusa para acusarlo y regañarlo, y él no tenía forma de protestar. Como la última vez, cuando no completó la hoja del registro como yo había ordenado, lo regañé sin dudarlo y lo obligué a hacer lo que yo quería. Recuerdo que ese día dijo: “Cuando te veo ordenando, intento esconderme. Temo que me vuelvas a criticar si no lo hago bien”. Ese pensamiento me abatió. El carácter satánico que yo demostraba ensombrecía el corazón de mi hermano y lo limitaba. Como revela la palabra de Dios: “Si alguien viola sus afirmaciones y reglas, se topará con su censura y reproche. Un anticristo lleva a menudo el estandarte de la casa de Dios mientras hace su trabajo, sermoneando a otros desde una posición superior. Incluso hay algunos que se sienten tan abrumados por sus sermones que creen que no hacer lo que el anticristo exige sería defraudar a Dios. Este tipo de persona ha caído bajo el control del anticristo”. Al final, me di cuenta de que mi problema era grave. Desde que era compañero del hermano Cheng, mi carácter de anticristo se había revelado. No tenía estatus en ese momento, pero, de tenerlo, habría sido más fácil limitar y controlar a la gente. De ser así, ¿no sería un anticristo? No solía concentrarme en buscar la verdad o en hacer introspección. Solía mostrar un carácter corrupto sin darme cuenta. Era increíblemente insensible.
Pensé en las palabras de Dios: “Si eres un miembro de la casa de Dios, pero siempre te comportas de manera impetuosa, pones de manifiesto lo que es natural en ti y revelas tu carácter corrupto, haciendo las cosas a través de medios humanos y con un carácter satánico corrupto, la consecuencia final será que harás el mal y te opondrás a Dios. Y si no te arrepientes en ningún momento y no puedes recorrer la senda de la búsqueda de la verdad, tendrás que ser puesto en evidencia y descartado” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Un carácter corrupto solo se puede corregir aceptando la verdad). Recordé cómo trataba al hermano Cheng. Para descargar mi insatisfacción y solo por obtener un placer momentáneo ignoré por completo los sentimientos de mi hermano. Cuando me enojé porque la hoja del registro era ilegible, sermoneé al hermano Cheng como a un niño que había cometido un error. Él solo se quedó sentado sin decir nada, y cuando él admitió que se había equivocado, rechacé su oferta fríamente. Esa imagen estaba congelada en mi mente, imposible de olvidar. Al pensarlo, no podía expresar la culpa y el dolor en mi corazón. Me pregunté: “¿Cómo pudiste tratar así a tu hermano? Nunca le compartiste enseñanza ni lo ayudaste, ¿qué te cualifica para regañarlo? ¿Cómo tienes las agallas de llamarlo tu hermano?”. Cada pregunta me dejó sin palabras. En el pasado, siempre pensaba que el hermano Cheng tenía la culpa, que él tenía demasiadas fallas y me causaba muchos problemas. Ahora me daba cuenta de que yo era el verdadero problema. Yo no había cambiado y era arrogante e inhumano. Sentí un enorme remordimiento, por lo que oré a Dios en silencio y le dije que quería arrepentirme.
Busqué cómo tratar a mis hermanos y hermanas de acuerdo con los principios. Leí en la palabra de Dios: “Debe haber principios en la forma de interactuar de los hermanos y hermanas. No te centres siempre en las faltas de los demás, sino reflexiona a menudo sobre ti mismo, sé proactivo a la hora de admitir ante otro aquello que has hecho que constituye una interferencia o un daño para él, y aprende a abrirte y a convivir. Esto permitirá la comprensión mutua. Además, independientemente de lo que les ocurra, las personas deben ver las cosas basándose en las palabras de Dios. Si son capaces de comprender los principios de la verdad y de encontrar una senda para practicarla, llegarán a ser de un solo corazón y una sola mente, y la relación entre hermanos y hermanas será normal, y no serán tan insensibles, fríos y crueles como los incrédulos, por lo que se librarán de su mentalidad de sospecha y recelo hacia los demás. Los hermanos y hermanas tendrán más intimidad entre sí; serán capaces de apoyarse y amarse mutuamente; habrá buena voluntad en su corazón, y podrán ser tolerantes y compasivos los unos con los otros, y se apoyarán y ayudarán mutuamente, en lugar de distanciarse, envidiarse, compararse y competir en secreto y desafiarse unos a otros. ¿Cómo puede la gente cumplir bien con su deber si es como los incrédulos? Esto no solo afectará a su entrada en la vida, sino que también perjudicará y afectará a los demás. […] Cuando las personas viven según sus actitudes corruptas, es muy difícil que estén en paz ante Dios, muy difícil que practiquen la verdad y vivan según las palabras de Dios. Para vivir ante Dios, primero debes aprender a reflexionar y a conocerte a ti mismo, a orarle sinceramente, y luego debes aprender a llevarte bien con los hermanos y hermanas. Debes ser tolerante con los demás, indulgente con ellos, ser capaz de ver lo que hay de excepcional en cada uno, cuáles son los puntos fuertes de los demás, y debes aprender a aceptar las opiniones de otros y las cosas que son correctas. No te des caprichos, no tengas deseos desenfrenados y te creas siempre mejor que los demás, y luego te creas una gran figura, obligando a los demás a hacer lo que dices, a obedecerte, a admirarte, a exaltarte: eso es perverso. […] Entonces, ¿cómo trata Dios a las personas? A Dios no le importa el aspecto de las personas, si son altas o bajas. En cambio, Él mira si su corazón es amable, si aman la verdad, si aman y obedecen a Dios. En esto se basa el comportamiento de Dios hacia las personas. Si las personas también pueden hacer esto, serán capaces de tratar a los demás con justicia, y así estarán de acuerdo con los principios de la verdad. En primer lugar, hay que entender la voluntad de Dios. Cuando sabemos cómo se comporta Dios con las personas, nosotros también tenemos un principio y una senda para saber cómo comportarnos con ellas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Principios de práctica de la entrada en la realidad de la verdad). Sí. Cuando interactuamos con los demás en nuestros deberes, deberíamos al menos vivir una humanidad normal, apoyarnos y ayudarnos mutuamente, ser tolerantes y pacientes, cuidarnos, enseñar sobre la verdad cuando la gente actúa contra los principios, y en casos serios, podemos exponerlos, podarlos y tratar con ellos. Esta es la única forma de hacer las cosas de acuerdo con los principios. Los hermanos y hermanas vienen de distintos lugares y las circunstancias de vida, experiencias, edades y aptitudes de todos son diferentes. No importa cuáles sean sus deficiencias o defectos, deberíamos tratarlos adecuadamente, nunca pedirles demasiado y ser considerados y tolerantes con ellos. El hermano Cheng era bueno con el mantenimiento y solía estar ocupado. Además, no era bueno para registrar la entrada y salida de los objetos. Yo debería haber asumido más responsabilidad y haber sido más comprensivo, y no debería haberlo obligado a hacer las cosas a mi modo. Carecía por completo de humanidad. Mi hermano era bueno en mantenimiento, cuando reparaba algo lo hacía a conciencia y no temía sufrir en su deber. En este aspecto, era muy superior a mí. Pero yo no miraba las fortalezas de mi hermano. Me concentraba en sus fallas, lo acusaba y regañaba. Fui arrogante y estúpido.
Después cambié de estado a conciencia y practiqué según los principios. Cuando volvieron a pasar cosas, yo estuve mucho más tranquilo y fui más comprensivo con el hermano Cheng. Una vez, salí a hacer algo, y el hermano Cheng quedó solo para hacer las cosas. Después de un rato, llamé al hermano Cheng para preguntarle cómo iba el proceso. Con calma y cautela, contestó: “¿Qué crees? Exactamente como crees que va”. Me sentí muy triste al oír eso. ¿Por qué mi hermano diría algo así? ¿No era por mi forma de tratarlo en el pasado debido a mi carácter corrupto, que siempre le hacía sentir que no era nada y que no podía hacer nada bien? Cuanto más lo pensaba, más dolía, pero reforzó mi decisión de practicar la verdad y cambiar. Consolé al hermano Cheng y le dije: “Mira alrededor a ver qué está fuera de lugar y tómate tiempo para ordenarlo. Sueles estar ocupado con otras cosas, un poco de desorden es inevitable. Si de verdad no tienes tiempo de ordenar, podemos hacerlo juntos cuando regrese”. Después de llamar, pensé que el hermano Cheng no podría encargarse solo, por lo que le pedí a una hermana que lo ayudara. En el pasado, cuando pasaba algo así, siempre lo regañaba y reprendía por sus errores. Ahora, cuando sucede esto, puedo enseñarle y ayudarlo, lo que me hace sentir cómodo y en paz. Agradezco mucho a Dios. Ahora entiendo un poco mi carácter arrogante y puedo contenerme un poco. Todo esto es resultado de leer la palabra de Dios. Aunque es un cambio pequeño y no es un cambio fundamental en mi carácter corrupto, estoy feliz porque creo que es un gran comienzo. Creo que si practico y entro en las palabras de Dios, podré deshacerme de mi carácter corrupto. ¡Gracias a Dios Todopoderoso!