70. Por qué me da miedo revelar los problemas ajenos

Por Ruo Tong, Taiwán

Cuando yo estudiaba, veía que algunos compañeros no se mordían mucho la lengua. Cuando otros se equivocaban, ellos lo decían, con lo que con frecuencia ofendían a la gente y esta los marginaba. Yo pensaba: “¿No son un poco torpes? Como suele decirse, ‘callarse los errores de los buenos amigos hace la amistad larga y buena’ y ‘nunca golpees a nadie por debajo del cinturón’. Verlo todo, pero no sacarlo a colación; así es como puede encajar una persona con la gente. Si eres demasiado directo, aunque no tengas mala intención, la gente reaccionará mal y te rechazará. ¿Cómo puedes hacer amigos así?”. Por eso no señalaba directamente los problemas de nadie en mis relaciones. A todos mis compañeros les caía bien y eran amigos míos, decían que era fácil llevarse bien conmigo y que era agradable, y yo creía tener una humanidad bastante buena. Una vez que tuve fe en Dios, también me relacionaba así con mis hermanos y hermanas. No señalaba los problemas de nadie cuando los advertía. Siempre creí que ser demasiado directa incomodaría a la gente, que pensarían que iba a por ellos y que trataba de dejar al descubierto sus defectos, y que eso rompería nuestra relación. Hasta que no experimenté una revelación y leí la palabra de Dios, no vi que mi forma de relacionarme iba contra la verdad y contra Dios.

Fue en 2015, y yo era compañera de Leslie en los trabajos en video. Ella llevaba más tiempo que yo en la fe y también era más mayor. Éramos educadas la una con la otra, nos llevábamos bastante bien y casi no teníamos conflictos. Después me eligieron supervisora. Una vez, los demás denunciaron que Leslie era negligente, retorcida y escurridiza y que demoraba el trabajo. Como su problema me pareció bastante grave, hablé con mis compañeros de trabajo sobre la necesidad de señalar y exponer los problemas de Leslie para que pudiera reflexionar, conocerse, arrepentirse y cambiar. Mis compañeros de trabajo accedieron y preguntaron quién debía ir a hablar con Leslie. Yo me quedé sin decir nada porque no quería jugarme el tipo por resolver el problema. Pensé: “Si le señalo sus problemas, ¿pensará que voy a por ella? ¿Cómo nos llevaríamos después?”. Para mi sorpresa, todos propusieron que fuera a hablar con Leslie. Quise huir, pero, si no le señalaba sus problemas, el trabajo de la iglesia seguiría viéndose afectado. Así pues, al final tuve que apretar los dientes e ir. Tardé un poco en mentalizarme, animándome a mí misma a señalarle sus problemas. No hacía más que ensayar mentalmente lo que iba a decirle de principio a fin, pero, cuando la vi, me sentí confundida. Noté que me atragantaba, y no me salían las palabras. Así pues, le pregunté en tono amable: “¿Has estado bien últimamente? ¿Has tenido alguna dificultad? ¿Por qué tardas tanto en hacer los videos?”. Leslie me respondió que su trabajo se estaba retrasando porque le preocupaba que su hijo no estaba yendo a clase. Pensé: “Dice que tiene dificultades. Si la dejo en evidencia por negligente, retorcida y escurridiza, ¿creerá que soy demasiado dura y que voy a por ella? Si se rompe la relación, habrá mucha más incomodidad entre nosotras”. Ante esa idea, no le señalé sus problemas. Le dediqué unas palabras de consuelo y repasé brevemente el estado de su deber.

Como no se conocía realmente nada, siguió siendo negligente en el deber y hubo muchos problemas en sus videos. Me di cuenta de que los problemas de Leslie eran bastante graves y de que habría que destituirla si no cambiaba. Más adelante fui a hablar con ella otra vez. Creía que en esa ocasión, sin duda, le señalaría sus problemas, pero, nada más sentarme, de nuevo no me salían las palabras de la boca. No paraba de pensar en cómo decírselo de modo que no se incomodara y, a su vez, fuera consciente de sus problemas sin pensar que iba a por ella y sin que tuviera prejuicios hacia mí. Con tacto, le pregunté: “¿Por qué siempre eres descuidada en el deber?”. Leslie me contó que a veces sucumbía a su voluntad carnal de leer novelas y descuidaba el deber. Mientras lo decía, se disgustó tanto que se echó a llorar. Pensé: “Está pasando un trago muy malo. Si le digo que es retorcida y escurridiza, ¿lo soportará? Mejor me callo. En todo caso, ha admitido su problema y ya debería mejorar”. Así, manifesté comprensión por su estado y la animé a esforzarse más en el deber. Luego continuó sin arrepentirse, cada vez iba más a su aire, y terminó siendo destituida. Yo no hice introspección, y el asunto pasó a la historia.

Posteriormente leí un pasaje de la palabra de Dios que me aportó cierta comprensión de mi estado. Dios Todopoderoso dice: “El comportamiento de las personas y el trato que le dan a los demás debe estar basado en las palabras de Dios; este es el principio más básico para la conducta humana. ¿Cómo pueden las personas practicar la verdad si no entienden los principios de la conducta humana? Practicar la verdad no consiste en decir palabras vacías y gritar consignas. Independientemente de lo que uno se encuentre en la vida, siempre que tenga que ver con los principios de la conducta humana, las perspectivas sobre los acontecimientos, o el cumplimiento de su deber, se enfrenta a una elección y debe encontrar la verdad, buscar un fundamento y un principio en las palabras de Dios, y luego debe encontrar una senda de práctica. Aquellos capaces de practicar de este modo son personas que persiguen la verdad. Ser capaz de perseguir la verdad de este modo, por muy grandes que sean las dificultades que uno encuentre, es recorrer la senda de Pedro, la senda de búsqueda de la verdad. Por ejemplo: ¿Qué principio debe seguirse al relacionarse con los demás? Tal vez tu perspectiva original sea que la armonía es un tesoro y la paciencia una genialidad, que debes mantener la paz, evitar que los demás queden mal y no ofender a nadie, con lo que logras tener buenas relaciones con ellos. Oprimido por esta perspectiva, guardas silencio cuando presencias que otros cometen fechorías o vulneran los principios. Antes que ofender, prefieres que la labor de la iglesia se vea perjudicada. Aspiras a mantener la armonía con todos, sean quienes sean. Solamente dices cosas agradables para los demás, pensando únicamente en proteger sus emociones y dejarlos en buen lugar. Incluso si descubres que alguien tiene problemas, ejerces la tolerancia: a sus espaldas, puede que des tu opinión, pero en su cara mantienes la paz y vuestra relación. ¿Qué opinas de tal conducta? ¿Acaso no es la de alguien complaciente? ¿Acaso no es bastante evasiva? Eso infringe los principios de conducta. Entonces, ¿no es una bajeza actuar de esa manera? Los que actúan así no son buenas personas ni son nobles. No importa cuánto hayas sufrido ni el precio que hayas pagado, si te comportas sin principios, entonces habrás fallado y no obtendrás la aprobación de Dios, no serás recordado por Él ni le complacerás(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para cumplir bien con el deber, al menos se ha de tener conciencia y razón). La palabra de Dios me dejó claro que, suceda lo que suceda en mi vida, siempre que ataña a principios de conducta o a mi opinión sobre las cosas, debo buscar los principios de la verdad. Hasta entonces no me había atrevido a señalar los problemas de los hermanos y hermanas y no creía que hubiera nada de malo en eso. Creía que, mientras nos lleváramos bien y no discutiéramos, todo estaba bien. Leí que dice Dios: “No importa cuánto hayas sufrido ni el precio que hayas pagado, si te comportas sin principios, entonces habrás fallado y no obtendrás la aprobación de Dios, no serás recordado por Él ni le complacerás”. Estas palabras me afectaron mucho. Tal vez parecía que no hacía nada malo, pero siempre me daba miedo ofender y nunca me atrevía a señalar honestamente los problemas de nadie. Aunque viera un problema y en el fondo me enojara, era toda sonrisas, con lo que no se resolvían problemas que debían resolverse y la labor de la iglesia se veía perjudicada. Dice Dios que esa clase de persona es astuta, taimada y carente de principios de conducta. Reflexioné acerca de cómo había abordado el incidente con Leslie. Era consciente de que ella era retorcida y escurridiza y de que afectaba negativamente el progreso, pero me asustaba caerle mal si era demasiado directa. Tal vez pensara que era demasiado dura y tuviera prejuicios hacia mí. Temía que lo rechazara y me pusiera cara de pocos amigos; las cosas se volverían incómodas entre nosotras. Por preservar la relación, me daba demasiado miedo dejarla en evidencia o tratar con ella. Yo veía que estaba empeorando su problema de negligencia y estaba enojada, pero, al hablar con ella, me dio miedo contrariarla, así que no me atreví a mentarle ni exponerle su problema. Le dije algunas cosas inofensivas que obviaron el tema y hasta la consolé pese a cómo me sentía. Como supervisora, no exponer ni resolver los problemas que descubriera significaba que era irresponsable y profundamente negligente. Por fin entendí que siempre me hacía la buena ante los demás porque creía que ser considerada y comprensiva era ser buena persona. Hasta que no se reveló la realidad no cambié por completo mi forma de verme a mí misma. Advertí el problema de Leslie, pero no se lo señalé ni la ayudé. En consecuencia, ella no vio la esencia ni las consecuencias de su problema, su vida se resintió y la labor de la iglesia se demoró. ¡Qué egoísta, retorcida y taimada era yo! ¿Cómo podía decir que era de buena humanidad?

Más tarde, en una reunión, leí el análisis de la palabra de Dios sobre “nunca golpees a nadie por debajo del cinturón” y “callarse los errores de los buenos amigos hace la amistad larga y buena”. Entonces supe que no estaba por la labor de señalar los problemas de nadie porque me influían estas ideas. Dios Todopoderoso dice: “Hay un principio en las filosofías de vida que dice: ‘Callarse los errores de los buenos amigos hace la amistad larga y buena’. Esto significa que, para preservar una relación amistosa, uno debe guardar silencio sobre los problemas de su amigo, incluso si los percibe claramente, que debe defender los principios de no dar golpes bajos ni dejar al descubierto los defectos de la gente. Han de engañarse mutuamente, ocultarse el uno del otro, intrigar contra el otro; y aunque sepan con claridad absoluta qué clase de persona es el otro, no lo dicen abiertamente, sino que emplean métodos taimados para preservar sus relaciones amistosas. ¿Por qué querría uno preservar esas relaciones? Se trata de no querer hacer enemigos en esta sociedad, dentro del grupo, lo cual significaría someterse a menudo a situaciones peligrosas. Como sabes que alguien se convertirá en tu enemigo y te perjudicará después de que hayas expuesto sus defectos o le hayas hecho daño y no deseas colocarte en esa situación, empleas el principio de las filosofías para vivir que dice: ‘Nunca golpees a nadie por debajo del cinturón y no expongas sus defectos’. A la luz de esto, si dos personas mantienen una relación de este tipo, ¿consideran que son verdaderos amigos? (No). No son verdaderos amigos, y mucho menos son el confidente del otro. Entonces, ¿de qué tipo de relación se trata exactamente? ¿No es una relación social fundamental? (Sí). En este tipo de relaciones sociales, las personas no pueden expresar sus sentimientos, tener intercambios profundos, decir nada que les guste, decir en voz alta lo que hay en su corazón o los problemas que perciben en el otro, ni tampoco palabras que puedan beneficiar al otro. En cambio, optan por decir cosas agradables para conservar el favor del otro. No se atreven a decir la verdad ni a defender los principios por temor a suscitar la animadversión de los demás hacia ellos. Cuando nadie les amenaza, ¿acaso no viven en relativa tranquilidad y paz? ¿No es este el objetivo de las personas que promueven la frase ‘Nunca golpees a nadie por debajo del cinturón y no expongas sus defectos’? (Así es). Es evidente que se trata de una forma de existencia astuta y engañosa, con un elemento defensivo, y cuyo objetivo es la propia preservación. Las personas que viven así no tienen confidentes, ni amigos íntimos a los que puedan decirles nada. Están a la defensiva unos con otros, y son calculadores y estrategas, cada uno toma de la relación lo que le conviene. ¿No es así? En el fondo, el objetivo de ‘nunca golpees a nadie por debajo del cinturón y no expongas sus defectos’ es evitar ofender a otros y ganarse así enemigos, protegerse no causando daño a nadie. Se trata de una técnica y un método para evitar que uno sea lastimado. Si observamos estas facetas diversas de la esencia, ¿es un principio noble exigir de la virtud de la gente ‘nunca golpees a nadie por debajo del cinturón y no expongas sus defectos’? ¿Es positivo? (No). Entonces, ¿qué es lo que enseña esto a la gente? Que no debes molestar ni herir a nadie para que no seas tú el que termine herido; asimismo, que no se debe confiar en nadie. Si haces daño a un buen amigo tuyo, la amistad empezará a cambiar sutilmente; pasará de ser un buen amigo, un amigo íntimo, a ser un desconocido que pasa por la calle o tu enemigo. ¿Qué problemas se resuelven enseñando esto a las personas? Aunque al actuar de esta manera no te crees enemigos e incluso pierdas unos cuantos, ¿acaso esto hará que la gente te admire o te apruebe y te tenga siempre como amigo? ¿Con esto se alcanza el súmmum de estándar de virtud? Como mucho, es únicamente una filosofía de vida(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué significa buscar la verdad (8)). Cuando Dios analizó la repercusión de “nunca golpees a nadie por debajo del cinturón” y “callarse los errores de los buenos amigos hace la amistad larga y buena”, lo sentí justo delante de mí, revelándome. Viviendo según estas filosofías de conducta, mis palabras y mis actos solo servían para protegerme. Estuviera con quien estuviera, siempre cumplía el principio de no contrariar ni ofender a nadie. Cuando estaba estudiando, veía que se marginaba a la gente que era directa, así que creía que, para llevarse bien con los demás, nunca hay que decir lo que sientes realmente ni sacar a colación los problemas de la persona y ofenderla. Así caerás bien a la gente y encajarás con facilidad. Incluso tras empezar a creer en Dios seguía esa modalidad de conducta con los hermanos y hermanas. Para no caer mal ni herir susceptibilidades, siempre que era preciso revelar a gente y esta podría ofenderse, yo me mantenía al margen o se lo comentaba a un compañero para que se ocupara. A veces, cuando tenía que hablar, decía cosas intrascendentes adecuadas a la situación, con lo que muchos problemas no se resolvían a tiempo. Tenía por criterios de conducta filosofías mundanas como “un amigo, un camino” y “callarse los errores de los buenos amigos hace la amistad larga y buena” Nunca le decía a nadie lo que pensaba realmente y cada vez era más falsa y taimada. Pensaba para mis adentros que caería bien a la gente si mantenía buenas relaciones y me llevaba bien con todos; entonces recibiría fácilmente su visto bueno. Si un día decía o hacía algo contrario a los principios, la gente me perdonaría y me permitiría guardar las apariencias. Vi que no tenía principios en mis relaciones. Solo quería que todos estuvieran contentos y sonrientes y que nadie revelara los defectos de nadie, de manera que yo nunca quedara mal y conservara mi estatus e imagen. ¿No estaba tratando de ganarme a la gente y utilizarla? Tal vez pareciera simpática, afable y empática, pero, por detrás, perseguía un fin oculto. ¡Era verdaderamente malvada! Al recordar el asunto de Leslie, me resultaba evidente que era retorcida y escurridiza, pero, por no contrariarla, no señalaba ni exponía sus problemas, lo que afectaba al progreso del trabajo. No solo le hacía daño relacionándome de esa forma, sino que también demoraba la labor de la iglesia. Dios siempre ha enseñado que debemos contemplar a las personas y las cosas, comportarnos y actuar según Sus palabras, con la verdad por criterio. Sin embargo, yo vivía mi vida diaria según las filosofías satánicas y siempre me contenía de palabra y obra. No era capaz de hablar con los demás ni de ayudarlos con normalidad, y ni mucho menos de cumplir con las responsabilidades de un líder. No pensaba en cómo hablar de una forma que edificara a los demás ni en proteger el trabajo de la iglesia. Miraba mientras se veía perjudicado el trabajo de la iglesia y me hacía la buena pese a mis sentimientos. Sacrificaba los intereses de la iglesia por los míos propios. ¡Qué falsa y carente de humanidad! De continuar así, Dios me detestaría y aborrecería, y los demás me despreciarían y rechazarían. Oré a Dios: “Oh, Dios mío, veo el perjuicio al trabajo de la iglesia, pero siempre me hago la buena. No protejo los intereses de la iglesia y eso debe de disgustarte. Oh, Dios mío, quiero arrepentirme. Por favor, guíame para resolver este problema y para ser una persona con sentido de la justicia que proteja el trabajo de la iglesia”.

Luego leí más la palabra de Dios. “Cuando surge algo, vives según una filosofía de vida y no practicas la verdad. Siempre tienes miedo de ofender a los demás, pero no temes ofender a Dios, e incluso sacrificarás los intereses de la casa de Dios para proteger tus relaciones interpersonales. ¿Qué consecuencias tiene actuar así? Protegerás bastante bien tus relaciones interpersonales, pero habrás ofendido a Dios y Él te detestará, te rechazará y estará enfadado contigo. Sopésalo, ¿qué es mejor? Si no lo sabes, entonces estás completamente confundido; demuestra que no tienes la más mínima comprensión de la verdad. Si continúas así, sin llegar a despertar, el riesgo es ciertamente grande y, al final, serás incapaz de alcanzar la verdad. Serás tú el que sufra una pérdida. Si no buscas la verdad en este asunto y fracasas, ¿podrás buscar la verdad en el futuro? Si sigues sin poder hacerlo, ya no será cuestión de sufrir una pérdida; al final, serás expulsado. Si tienes las motivaciones y la perspectiva de una ‘persona agradable’, entonces, en todos los asuntos, serás incapaz de practicar la verdad y acatar los principios, y fracasarás y caerás siempre. Si no despiertas y no buscas nunca la verdad, entonces eres un incrédulo, y nunca obtendrás la verdad y la vida. Así pues, ¿qué deberías hacer? Cuando te enfrentes con esas cosas, debes clamar a Dios en oración, suplicando salvación y pidiéndole que te otorgue más fe y fuerza para permitirte acatar los principios, que hagas lo que debas hacer, manejes las cosas de acuerdo con los principios, te mantengas firme, protejas los intereses de la casa de Dios y evites que entre algo perjudicial en la obra de la casa de Dios. Si puedes abandonar tus propios intereses, tu reputación y tu punto de vista de una ‘persona agradable’ y si haces lo que debes hacer con un corazón honesto e íntegro, entonces habrás derrotado a Satanás y habrás ganado este aspecto de la verdad. Si siempre vives según la filosofía de Satanás, manteniendo tus relaciones con los demás y nunca practicando la verdad, ni atreviéndote a acatar los principios, ¿podrás entonces practicar la verdad en otros asuntos? No tendrás fe ni fuerza. Si nunca eres capaz de buscar o aceptar la verdad, entonces ¿esa fe en Dios te permitirá obtener la verdad? (No). Y si no puedes obtener la verdad, ¿puedes ser salvado? No puedes. Si siempre vives según la filosofía de Satanás, totalmente desprovisto de la realidad de la verdad, entonces nunca podrás ser salvado(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). La palabra de Dios me dejó claro que mis principios siempre habían sido conservar las relaciones y no enemistarme nunca con nadie, en vez de practicar la palabra de Dios. Cuando veía que algo no coincidía con la verdad, sencillamente cedía y lo permitía porque quería preservar mi relación con otras personas, con lo que vivía en un estado seguro. Descubrí que iba por la senda de la moderación, carente por completo de principios. Dios nos pide que hablemos y actuemos según Su palabra, que seamos personas que amen lo que Él ama, odien lo que Él odia y distingan el bien del mal, que sepamos discernir a todo tipo de personas y que tratemos a los demás según los principios. Esta es la única práctica acorde con la voluntad de Dios. No obstante, yo tenía claro que Leslie demoraba el trabajo en el deber, pero no la criticaba ni dejaba en evidencia. La consolé al verla llorar y me hice la buena pese a mis sentimientos. Con esto estaba preservando nuestra relación y poniéndome de parte de Satanás complaciéndola. Fui muy necia. Antes no creía que esa clase de conducta fuera tanto problema. Hasta que no se reveló la realidad no entendí que vivir según estas filosofías de conducta no era realmente la senda correcta. Era supervisora, pero siempre me daba miedo ofender y no tenía sentido de la justicia. No me atrevía a señalar problemas que descubría ni a hablar para resolverlos, con lo cual se presentaban una y otra vez. Esto no era un trabajo práctico, sino oposición a Dios.

Después hallé una senda de práctica en la palabra de Dios: “Si quieres establecer una relación normal con Dios, entonces tu corazón debe volverse hacia Él; con esto como fundamento, también tendrás una relación normal con otras personas. Si no tienes una relación normal con Dios, entonces no importa lo que hagas para mantener tus relaciones con otras personas, no importa qué tan duro trabajes o cuánta energía inviertas, todo esto se corresponderá con una filosofía humana de vida. Estarás protegiendo tu posición entre las personas y logrando su elogio a través de perspectivas y filosofías humanas, en lugar de establecer relaciones interpersonales normales de acuerdo con la palabra de Dios. Si no te centras en tus relaciones con las personas y, en cambio, mantienes una relación normal con Dios, si estás dispuesto a darle tu corazón a Dios y a aprender a obedecerle, entonces, de manera natural, tus relaciones interpersonales serán normales. Entonces estas relaciones no se erigirán sobre la carne sino sobre el fundamento del amor de Dios. Casi no tendrás interacciones carnales con los demás, pero a nivel espiritual tendrán comunicación y mutuo amor, consuelo y provisión. Todo esto se hace sobre el fundamento del deseo de complacer a Dios; estas relaciones no se mantienen a través de filosofías humanas de vida, sino que se forman de una manera natural cuando se lleva una carga para Dios. No requieren de ningún esfuerzo humano artificial de tu parte, solo necesitas practicar según los principios de las palabras de Dios(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Es muy importante establecer una relación normal con Dios). La palabra de Dios me aclaró que las relaciones interpersonales normales no se mantienen con filosofías mundanas. Se establecen sobre la base de la práctica de Su palabra. Cuando surjan las cosas, hemos de practicar la verdad, actuar según los principios, proteger la labor de la iglesia y cargar con la vida de los hermanos y hermanas. Es el único modo de tener unas relaciones interpersonales normales. Recordé los testimonios de experiencias de algunos hermanos y hermanas. Cuando advertían problemas en otras personas, sabían señalárselos y ayudarlas según la palabra de Dios. Aunque la gente saliera mal parada a veces, si buscaba la verdad, con esta enseñanza y estas críticas podían descubrir sus defectos, conocer su carácter corrupto, corregir sus estados incorrectos, progresar en la vida y obtener resultados cada vez mejores en el deber. Eso es ser cariñoso y servicial de veras. Sin embargo, a quienes no buscan la verdad, las críticas y el trato los desenmascaran. Están hartos de la verdad y, cuando los podan y tratan, procuran poner excusas y resistirse sin admitir absolutamente nada. Esta clase de persona no es un hermano o hermana auténtico, y hay que rechazarlo y marginarlo. Al descubrirlo, sentí aún más que la palabra de Dios es el único criterio de actuación y conducta, que debemos tratar a los demás de acuerdo con ella. Esa es la forma correcta de comportarse y coincide con los criterios de la humanidad normal.

Más adelante descubrí que una hermana era arrogante y mojigata y que no admitía sugerencias. No paraba de hacer lo que quería y de demorar el trabajo. Tenía que hablar con ella y señalarle sus problemas para que reflexionara y se conociera a sí misma, pero estaba un tanto preocupada. ¿Y si no lo admitía? ¿Tendría prejuicios hacia mí y diría que iba a por ella? Me acordé de mi fracaso anterior y lo que había leído en la palabra de Dios poco antes, y eso me revolvió por dentro. Si ignoraba el trabajo de la iglesia por preservar nuestra relación, ofendería a Dios. En esta ocasión, Dios estaba observando mi actitud, a ver si me arrepentía y cambiaba. No podía tratar a la gente como antes. Recordé la palabra de Dios: “Cuando te enfrentes con esas cosas, debes clamar a Dios en oración, suplicando salvación y pidiéndole que te otorgue más fe y fuerza para permitirte acatar los principios, que hagas lo que debas hacer, manejes las cosas de acuerdo con los principios, te mantengas firme, protejas los intereses de la casa de Dios y evites que entre algo perjudicial en la obra de la casa de Dios(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Sentí a Dios junto a mí, alentándome a dar este paso. Oré a Dios para pedirle fe y fortaleza para poder practicar la verdad, priorizar el trabajo de la iglesia y dejar de tener miedo a ofender y de proteger las relaciones. Tras orar busqué a aquella hermana. Además de exponerle su problema a tenor de su conducta sistemática, también le señalé que era arrogante, que no admitía sugerencias de nadie y que esto suponía hartazgo de la verdad y un carácter satánico. Le dije que, si seguía entorpeciendo el trabajo de la iglesia sin arrepentirse ni cambiar, sería destituida. Dicho todo esto, ya no me sentía como antes, con miedo a que me odiaran. Por el contrario, me sentía más relajada y tranquila. Ahora que me acuerdo, siempre vivía de acuerdo con las filosofías satánicas de conducta por temor a ofender y a que surgieran disputas y conflictos. En mis relaciones siempre pensaba en la imagen de los demás y las protegía, por lo que me perdí muchas oportunidades de practicar la verdad. Ahora, cuando he de señalar los problemas de la gente, todavía siento algo de miedo, pero puedo estar segura orando a Dios y corrijo mis intenciones e ideas para practicar según los principios. Esta experiencia ha subsanado mis ideas equivocadas. ¡Le estoy muy agradecida a Dios!

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