68. Cómo tratar la bondad de los padres
Cuando era joven, tenía una constitución débil y estaba enferma muy a menudo. A veces, mis padres me llevaban a toda prisa a la clínica en mitad de la noche. Llamaban a la puerta del médico a altas horas de la noche, y, aunque él les hablase mal o tuviese mala actitud, mis padres lo soportaban. Lo hacían porque querían que me atendieran enseguida. Por temor a que yo empeorase, se quedaban cuidándome toda la noche. Más adelante, cuando era un poco mayor, y veía a mis padres agotados tras trabajar todo el día, sentía pena por ellos. Pero ellos siempre me decían: “Tenemos que ganar más dinero para poder darte una vida mejor, y para comprarte lo que te gusta”. Pensé que mis padres lo habían hecho todo por mí, y decidí que sería una buena hija y que no permitiría que se cansasen tanto. Cuando iban a trabajar, yo limpiaba la casa, y aprendí a lavar la ropa y a cocinar. Cuando mis padres volvían a casa y veían que todo estaba ordenado, me decían, muy contentos: “¡Hemos educado muy bien a nuestra hija!”. Cuando oía esto, me sentía muy feliz. Pensaba que valía mucho la pena facilitarles las cosas a mis padres y darles más tiempo para que descansasen.
Más adelante, los tres empezamos a creer en Dios, y fui a otro sitio a cumplir con mi deber. Mi madre me apoyó mucho en el cumplimiento de mi deber, y, aunque a mi padre no le gustaba demasiado, también respetó mi decisión. Más adelante las circunstancias empeoraron mucho, y muchos hermanos y hermanas fueron arrestados mientras cumplían con su deber. Un día fui a casa y mi padre me dijo, muy nervioso: “Te hemos criado durante muchos años, y nunca te hemos pedido que tengas un futuro brillante; solo queremos que te quedes con nosotros. Pero te fuiste de casa para cumplir con tu deber, y no te vemos tan a menudo como nos gustaría. Ahora las cosas están muy mal; si te detienen, ¿qué hago? ¿Qué futuro te espera?”. Sus palabras me sorprendieron mucho. ¿Cómo podía decir una cosa semejante? Si dejaba de cumplir con mi deber por miedo a ser detenida, ¿no estaría traicionando a Dios y convirtiéndome en una desertora? Muy seria, le dije a mi padre: “Papá, no debes impedirme cumplir con mi deber. Ahora ya soy mayor, y, tras pensarlo mucho, he decidido dejar el hogar para cumplir con mi deber. ¡Deberías apoyarme!”. Se enfadó mucho, y me dijo: “Te he criado todos estos años y tú te vas como si nada. Creo que ahora lo veo claro. ¡He criado a una desgraciada ingrata!”. Cuando oí esto, me afectó mucho, y no pude evitar echarme a llorar. Pensé en las veces que estuve enferma cuando era niña, en que mi padre me abrazaba toda la noche sin cerrar los ojos, solo para cuidarme, y en que mis padres trabajaban muy duro para ganar dinero y darme una buena vida. Pero ahora, no solo estaba siendo una mala hija, sino que ni siquiera podía quedarme a su lado. No había cumplido para nada con mi obligación como hija. Miré a mi padre mientras se alejaba, enfadado, y me sentí culpable; quería estar con mis padres y pasar más tiempo con ellos. Pero en aquel momento pensé en Dios. Cuando no creía en Dios, a menudo me sentía vacía, y no sabía por qué estaba en este mundo. Cuando empecé a creer en Dios, al leer Sus palabras entendí que es Dios quien creó a los seres humanos, y es Dios el que me dio el aliento. Tengo mi propia misión en el mundo. Fue entonces que descubrí el valor de mi existencia y dejé de sentirme vacía y perdida. Dado que gozaba del gran amor de Dios, no podía carecer de conciencia ni abandonar el cumplimiento de mi deber. En ese momento, fui capaz de renunciar a mi carne, y salí a cumplir con el deber.
En 2019, un día me detuvieron mientras estaba cumpliendo con mi deber. Durante el interrogatorio, la policía trajo a mi tío al centro de detención, y dijo que era mi padre biológico. Me dijeron que explicara inmediatamente la situación de la iglesia, para poder así volver a casa y reunirme con mis padres biológicos. No dije nada. Al final, mi tío pagó para que me dejaran libre. La policía sospechaba que yo creía en Dios como mis padres, y no me permitieron volver a casa ni ponerme en contacto con ellos. Solo permitieron que mi tío me llevase a otro sitio. Como mi tío había pagado la fianza, la policía llamaba para intimidarlo casi a diario. Mi tío creyó los rumores que había oído del Partido Comunista, e intentó prohibirme que creyera en Dios. Me dijo: “Ya eres una mujer adulta, tendrías que pensar mejor lo que haces. Tu madre, yo y tus padres adoptivos no podemos soportar que nos atormenten de esta manera. La policía nos llama todos los días para hostigarnos porque tú crees en Dios. Yo ya soy muy viejo. Cuando la policía me riñó, aun así te defendí, aunque me sentí avergonzado. ¿Te das cuenta de lo difícil que es esto para mí?”. Al ver a mi padre biológico y a mis padres adoptivos envueltos en mis asuntos, me sentí muy mal. La gente, antiguamente, decía: “Honra merece quien a los suyos se parece”. Todos los hijos deben ser buenos con sus padres y no permitir que se preocupen tanto. Mis padres adoptivos me habían criado durante muchos años, y mis padres biológicos habían sido chantajeados para que pagasen a la policía 140000 yuanes de fianza por mí. Me sentí muy culpable. Antes, había estado cumpliendo con mi deber y no había podido estar a su lado para cuidar de ellos, y ahora me detenían por creer en Dios, y se veían envueltos en mi sufrimiento. No he hecho nada de lo que los hijos deben hacer; solo he sido una carga para ellos. Cuanto más pensaba en ello, peor me sentía, e incluso llegué a pensar: “¿Es verdad que los problemas de mi familia desaparecerán si dejo de creer en Dios? ¿Es verdad que solo con mi muerte la policía dejará de vigilar a mi familia, y que solo así dejarán de perseguir y humillar a mis padres?”. En aquel momento sentí una opresión muy grande. Sabía que había pensado en traicionar a Dios, y pensé que estaba en deuda con Él, pero al pensar en que mis padres adoptivos y biológicos se habían visto envueltos en mis problemas, me sentí muy culpable. Me tironeaban de ambos bandos, y no podía estar tranquila.
Durante ese tiempo, mi tío y mi tía me obligaron a empezar a trabajar para que dejase de creer en Dios. También hicieron que mis colegas me vigilaran, y si llegaba tarde a casa, por ejemplo, me interrogaban: “¿Dónde has estado? ¿Con quién has estado?”. Mi tía incluso se arrodilló y me suplicó, y también dejó de comer para presionarme a que dejase de creer en Dios. Al verme enfrentada a esta situación, empecé a tener un colapso mental. Sentí que no tenía libertad y, sobre todo, que no tenía derechos personales en esa casa. Me sentí asfixiada y que no podía respirar. Quise resistirme e intenté razonar con ellos: “¿Por qué me tratan así solo porque creo en Dios?”. Pero cuando pensé que se habían visto envueltos en este problema por mi culpa, y que los habían multado con mucho dinero, dejé de resistirme. En cambio, pensé que era yo la que era una mala hija, que ellos no tenían más opción que tratarme así y que los padres siempre tienen la razón. Especialmente cuando pensé que yo no había estado al lado de ellos ni mostrado devoción filial los últimos años, sentí todavía más que les había decepcionado. Durante ese tiempo, hice todo lo posible por saldar mi deuda con mis padres. Les compré medicinas, hice todas las tareas de la casa, e hice todo lo que pude para trabajar y ganar dinero. Estaba dispuesta a soportar la dureza de trabajar horas extras hasta muy tarde cada día. Quería ganar más dinero y darles un poco más de felicidad. Sin darme cuenta, me alejé cada vez más de Dios.
Al cabo de un tiempo, la policía llamó y dijeron que iban a llevarme y que querían que les hablase de la situación de la iglesia. Sabía que, si continuaba en casa, probablemente me detendrían, pero también pensé que si me iba, no sabía cuando podría regresar. Además, si la policía no me encontraba, ¿se llevarían a mis padres y a mis tíos en mi lugar? Si esto llegaba a pasar, yo sería realmente una mala hija. Solo podía pensar en lo que me habían dicho mis padres: mi tía quería que me quedase con ella y formar una buena familia. Mi tío dijo que yo era adulta y sensata, y que tenía que pensar en ellos. Mi padre dijo que quería que le mostrase devoción filial y que no quería criar una hija desagradecida. En ese momento, sentí que todo se desmoronaba. Entonces, oré a Dios: “Dios, la policía quiere detenerme, por eso no puedo quedarme en casa. Pero si me voy, sería una mala hija y no tendría conciencia. Estoy sufriendo mucho. Dios mío, ¿qué debo hacer? ¡Por favor, guíame!”. Después de orar, pensé en un fragmento de las palabras de Dios: “De no ser por la predestinación del Creador y Su dirección, una vida recién nacida en este mundo no sabría adónde ir ni dónde quedarse; no tendría relaciones, no pertenecería a ningún lugar y no poseería un hogar real. Pero, debido a las disposiciones meticulosas del Creador, esta nueva vida tiene un lugar donde quedarse, unos padres, un lugar al que pertenece y familiares y así esa vida se embarca en su viaje. A lo largo de este proceso, la materialización de esta nueva vida queda determinada por los planes del Creador, y todo lo que llegará a poseer le es concedido por Él. De un cuerpo que flota libre sin nada a su nombre, se convierte gradualmente en un ser humano de carne y hueso, visible, tangible, en una de las creaciones de Dios, que piensa, respira y siente el calor y el frío; que puede participar en todas las actividades habituales de un ser creado en el mundo material y que pasará por todas las cosas que un ser humano creado debe experimentar en la vida. La predeterminación del nacimiento de una persona por el Creador significa que Él le concederá todas las cosas necesarias para sobrevivir; y que una persona nazca significa, de igual forma, que recibirá de Él todo lo necesario para la supervivencia, que desde ese momento en adelante vivirá en otra forma, provista por el Creador y sujeta a Su soberanía” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). A partir de las palabras de Dios entendí que no soy más que un cuerpo solitario que flota libremente. Dios dispuso para mí una familia y unos padres; Él rigió todo esto. Pero no nací en este mundo solo para disfrutar del calor familiar y mostrar piedad filial a mis padres, sino para asumir la responsabilidad y la misión que se espera de los seres creados. Ahora estaba considerando renunciar a mi propio deber para satisfacer a mis padres. Esto no es lo que Dios quería ver. Él me proveía de todo, no podía renunciar a mi deber y traicionarle. Después de eso, me marché de casa para cumplir con mi deber.
Me enteré poco después de que, como la policía no pudo detenerme a mí, se llevó a mi tío. Avisaron de que solo lo liberarían si yo regresaba. Me fallaron las fuerzas y pensé que estaba en deuda con mi tío. Tenía muchas ganas de volver y ocupar su lugar bajo custodia. No tenía ánimo de cumplir con mi deber, en lo único que pensaba era en las voces y los rostros de mis familiares. Creía que yo era la única razón de sus desgracias, en especial la detención de mi tío, ya que no sabía cómo lo trataría la policía. ¿Iban a golpearlo? Cuanto más lo pensaba, más me afligía, y oré a Dios en el corazón: “Dios, no sé cómo vivir esta clase de circunstancias que afronto hoy. Mi corazón está afligido y no tengo ánimos para cumplir con mi deber. No quiero vivir en este estado. Dios, ¿qué debo hacer? Te ruego que me guíes, que me hagas cambiar esta situación”. Después de orar, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Algunos abandonan a sus familias porque creen en Dios y cumplen sus deberes. Se hacen famosos por este motivo y el gobierno registra a menudo sus casas, acosa a sus padres e incluso amenaza con entregar a estos a las autoridades. Todos sus vecinos hablan de ellos y dicen: ‘Esta persona no tiene conciencia. No se preocupa de sus padres ancianos. No solo es un mal hijo, sino que además causa muchos problemas a sus padres. ¡Es un mal hijo!’. ¿Se ajusta alguna de estas palabras a la verdad? (No). Pero ¿acaso no se consideran correctas todas estas palabras a ojos de los no creyentes? Estos piensan que esta es la manera más legítima y razonable de contemplar esta cuestión, que es conforme a la ética humana y que es conforme a las normas de la conducta humana. Por mucho contenido que tengan estas normas, como por ejemplo la forma de mostrar respeto filial a los padres, de cuidar de ellos en su vejez, de preparar sus funerales, de corresponderlos, e independientemente de si estas normas son conformes a la verdad o no; desde la perspectiva de los no creyentes son cosas positivas, son energía positiva, son correctas y se consideran irreprochables dentro de todos los grupos de personas. Para los no creyentes, estas son las normas que debe acatar la gente y uno debe hacer estas cosas para ser una persona adecuadamente buena en sus corazones. Antes de que creyeras en Dios y entendieras la verdad, ¿acaso no creías firmemente también que este tipo de conducta se correspondía con ser una buena persona? (Sí). Además, utilizabas estas cosas para evaluarte y refrenarte, y te exigías ser así. Para ser una buena persona, seguro que habrás incluido los siguientes conceptos en tus normas de conducta: cómo ser un buen hijo, cómo hacer que tus padres tengan menos preocupaciones, cómo honrarlos y respetarlos y cómo glorificar a tus antepasados. Estas eran las normas de conducta en tu corazón y la dirección de la misma. No obstante, después de escuchar las palabras de Dios y Sus sermones, tu punto de vista comenzó a cambiar y entendiste que debes renunciar a todo para cumplir tu deber como ser creado y que Dios requiere que la gente se comporte de esta manera. Antes de que estuvieras seguro de que cumplir tu deber como ser creado era la verdad, pensabas que debías ser un buen hijo, pero también sentías que debías cumplir tu deber como ser creado y vivías en un conflicto interior. A través del constante riego y guía de las palabras de Dios, llegaste gradualmente a entender la verdad y fue entonces cuando te diste cuenta de que cumplir tu deber como ser creado es perfectamente natural y está justificado. Hasta la fecha, muchas personas han sido capaces de aceptar la verdad y abandonar por completo las normas de conducta provenientes de las nociones y figuraciones tradicionales del hombre. Cuando te desprendes totalmente de estas cosas, las palabras de juicio y condena de los no creyentes ya no te limitan a la hora de seguir a Dios y cumplir tu deber como ser creado y podrías despojarte fácilmente de ellas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es la realidad verdad?). Después de leerlas, me quedé conmovida. Casi siempre juzgaba el bien y el mal según el estándar de la conciencia, pero eso no se ajusta a la verdad. Mi vida proviene de Dios, Él fue quien trajo mi alma a este mundo y dispuso para mí una familia y unos padres, Dios me eligió para aceptar Su salvación en los últimos días, y fue quien me dio la oportunidad de cumplir con mi deber como ser creado. Este es el amor y la gracia de Dios. Pero la policía arrestó a mi tío y yo pensaba que tal desgracia recaía sobre mi familia por mi fe en Dios, así que quise abandonar el deber y traicionarle. ¡Qué estúpida era! Todo lo que ha sufrido mi familia hasta hoy lo ha causado el demonio, el Partido Comunista. Este se oponía a Dios y perseguía a los cristianos, hostigó a mi familia y arrestó a mi tío, y se las ingenió para que mis padres no tuvieran ni un solo día de paz. ¡El Partido Comunista era el auténtico culpable! Pero yo no odiaba al Partido Comunista, y pensaba que mi fe en Dios era la causa de los problemas de mi familia. En verdad no distinguía el bien del mal. Entendí entonces que para mí era perfectamente natural y estaba justificado seguir a Dios y cumplir con mi deber. ¡Esta es la conciencia y razón que hay que tener! Recordé otro pasaje de las palabras de Dios: “La cantidad de sufrimiento que una persona debe soportar y la distancia que debe recorrer en su senda están ordenadas por Dios, y, en realidad, nadie puede ayudar a alguien más” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La senda… (6)). Da igual si alguien cree o no en Dios, la vida de toda persona está en Sus manos y Él la controla y la rige. Dios ha predeterminado cuánto sufrirá cada uno, y no podemos cambiar eso. Mis padres adoptivos y mis padres también están en manos de Dios, así que yo debía entregárselos. Y entonces oré en silencio a Dios, dispuesta a encomendarle todo a Él y someterme a Sus arreglos. Después me lancé a cumplir con mi deber.
Leí luego un pasaje de las palabras de Dios que me aportó un mejor entendimiento de mi propio estado. Dios Todopoderoso dice: “Debido al condicionamiento de la cultura tradicional china, según sus nociones tradicionales, el pueblo chino cree que se debe observar una devoción filial hacia los padres. Aquel que no cumple con la devoción filial es mal hijo. Al pueblo le han inculcado estas ideas desde la infancia y se enseñan en prácticamente todos los hogares, así como en todas las escuelas y en la sociedad en general. Cuando a una persona le han llenado la cabeza de esas cosas, piensa: ‘La devoción filial es más importante que nada. Si no cumpliera con ella, no sería buena persona; sería mal hijo y la sociedad me criticaría. Sería una persona carente de conciencia’. ¿Es correcto este punto de vista? La gente ha visto muchas verdades expresadas por Dios; ¿acaso Él ha exigido que uno demuestre devoción filial hacia sus padres? ¿Es esta una de las verdades que los creyentes en Dios deben comprender? No, no lo es. Dios solo ha hablado sobre ciertos principios. ¿Según qué principio piden las palabras de Dios que la gente trate a los demás? Ama lo que Dios ama y odia lo que Dios odia. Ese es el principio al que hay que atenerse. Dios ama a los que persiguen la verdad y son capaces de seguir Su voluntad; esas son también las personas a las que debemos amar. Aquellos que no son capaces de seguir la voluntad de Dios, que lo odian y se rebelan contra Él, son personas detestadas por Dios, y nosotros también debemos detestarlas. Esto es lo que Dios pide del hombre. Si tus padres no creen en Él, si saben perfectamente que la fe en Dios es la senda correcta y que puede conducir a la salvación, y sin embargo siguen sin estar receptivos, entonces no cabe duda de que son personas que sienten aversión por la verdad y que la odian, y de que se resisten a Dios y lo odian. Y Él naturalmente los aborrece y los odia. ¿Podrías aborrecer a esos padres? Se oponen a Dios y lo agravian, en cuyo caso, seguramente son demonios y satanases. ¿Podrías odiarlos y maldecirlos? Todas estas son preguntas reales. Si tus padres te impiden creer en Dios, ¿cómo debes tratarlos? Tal y como pide Dios, debes amar lo que Dios ama y odiar lo que Dios odia. Durante la Era de la Gracia, el Señor Jesús dijo: ‘¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?’ ‘Porque cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre’. Estas palabras ya existían en la Era de la Gracia, y ahora las palabras de Dios son incluso más claras: ‘Ama lo que Dios ama, y odia lo que Dios odia’. Estas palabras van directas al grano, pero las personas a menudo son incapaces de captar su verdadero sentido. Si una persona es alguien que niega y se opone a Dios, y que está maldecida por Él, pero se trata de uno de tus padres o de un familiar tuyo y, al parecer, no es una persona malvada y te trata bien, entonces podrías encontrarte con que eres incapaz de odiarla, y puede incluso que sigas en contacto cercano con ella, sin que cambie vuestra relación. Oír que Dios odia a tales personas te genera conflicto y no eres capaz de ponerte del lado de Dios y rechazarlas sin piedad. Siempre te atan los sentimientos y no puedes abandonarlas por completo. ¿Por qué pasa esto? Esto sucede porque tus sentimientos son demasiado intensos y te dificultan practicar la verdad. Esa persona es buena contigo, así que no puedes llegar a odiarla. Solo podrías odiarla si te lastimara. ¿Ese odio estaría en consonancia con los principios-verdad? Además, también te atan las nociones tradicionales, pues piensas que es uno de tus padres o un familiar, así que, si la odias, la sociedad te despreciaría y la opinión pública te denostaría, te condenaría por ser poco filial, carente de conciencia, ni siquiera humano. Crees que sufrirías la condena y el castigo divinos. Incluso si quieres odiarla, tu conciencia no te lo permite. ¿Por qué funciona así tu conciencia? Porque desde que eras niño te han inculcado una manera de pensar, a través de la herencia de la familia, de la educación que recibiste de tus padres y del adoctrinamiento de la cultura tradicional. Tienes esta manera de pensar arraigada profundamente en el corazón y te hace creer erróneamente que la devoción filial es perfectamente natural y está justificada, y que cualquier cosa que hayas heredado de tus ancestros siempre es buena. La aprendiste primero y sigue siendo dominante, lo que crea un enorme obstáculo y una perturbación en tu fe y en la aceptación de la verdad, y te deja incapacitado para poner en práctica las palabras de Dios y amar lo que Él ama y odiar lo que odia” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo reconociendo las propias opiniones equivocadas puede uno transformarse realmente). Entendí de las palabras de Dios que Satanás se valía de todo tipo de medios para corromper a la gente. Por ejemplo, la guía de nuestros padres, la educación en nuestras escuelas y las opiniones de aquellos a nuestro alrededor nos hacían creer que debemos devolverles a nuestros padres la gentileza de habernos criado, y que eso es tener humanidad y conciencia. Si no, careceríamos de conciencia, no seríamos filiales y los demás nos desdeñarían. Me inculcaron desde muy joven estas ideas y puntos de vista, como “Honra merece quien a los suyos se parece”, “Los padres siempre tienen la razón”, “Mostrar piedad filial a los padres es perfectamente natural y está justificado”. Como tenía estas ideas y puntos de vista tradicionales en la cabeza, cuando dejé mi casa para cumplir con mi deber y no podía cuidar de mis padres, me lo reproché y me sentí culpable. No tenía ánimos para dedicarme al deber y me arrepentía de haberme marchado para hacerlo. Cuando mi tío se gastó 140000 yuanes para liberarme y luego me enteré de que la policía lo hostigó y lo arrestó, pensé que mi fe en Dios había implicado a mi familia en este problema, y quise renunciar a cumplir con mi deber y traicionar a Dios, e incluso me planteé quitarme la vida. Mis tíos controlaban mi libertad y vigilaban dónde iba, a fin de impedirme creer en Dios. Mi tía llegó a hincarse de rodillas y dejar de comer para hacerme renunciar a mi fe en Dios. Yo tenía un gran pesar y me sentía muy reprimida. Pero no me atrevía a resistirme ni estaba dispuesta a ello. Creía que “Los padres siempre tienen la razón” y que hacerles sufrir tales penurias siendo su hija, hasta tal punto que mi tía me suplicó de rodillas, implicaba que era demasiado poco filial. Aunque entonces ya sabía que obedecerles y no cumplir con mi deber significaba traicionar a Dios y perderme la ocasión de obtener la verdad, me faltaban fuerzas para resistirme a ellos. Aunque nunca dije que iba a dejar de creer en Dios, mis diversas conductas a lo largo de todo ese año demostraron que me doblegaba ante Satanás y el pensamiento tradicional. Lo único que quedaba eran transgresiones y manchas; traicioné a Dios una y otra vez. Veía ahora con claridad que aunque ser filial con los padres era algo positivo, no era la verdad, porque tal punto de vista me haría carecer de principios, e incluso me volvería incapaz de distinguir el bien del mal o lo correcto de lo incorrecto. Mis tíos me tenían en una prisión encubierta, intentaban impedirme creer en Dios y decían palabras blasfemas sobre Él. Incluso aseguraron que no me permitirían creer en Dios mientras vivieran, que si me quedaba con Dios, perdería a mi familia, y que si me quedaba con mi familia, perdería a Dios. Su esencia era hostil a la verdad y a Dios. Además, mi padre adoptivo siempre me refrenaba, adoptaba el rol negativo de lacayo de Satanás. Yo debería haberlos discernido, amar lo que Dios ama y odiar lo que Él odia. Pero creía que “Honra merece quien a los suyos se parece”, y esa idea tradicional me llevaba a rebelarme contra Dios. A punto estuve de renunciar a cumplir con mi deber y de traicionarle. Ahora comprendía que las ideas y los puntos de vista que Satanás inculcaba en la gente entrañaban planes taimados. Engañaban y perjudicaban a las personas.
Luego leí este pasaje de las palabras de Dios: “Así pues, en cuanto a la gente, no importa si tus padres te cuidaron de manera meticulosa o si te dispensaron mucha atención, de todos modos, solo cumplían con su responsabilidad y obligación. Independientemente de la razón por la cual te criaron, era su responsabilidad; como te trajeron al mundo, debían hacerse responsables de ti. Sobre esta base, ¿se puede considerar como amabilidad todo lo que tus padres hicieron por ti? No, ¿verdad? (Así es). Que tus padres cumplieran con su responsabilidad contigo no constituye un acto de amabilidad. Si cumplen con su responsabilidad respecto a una flor o una planta, regándola y fertilizándola, ¿es eso amabilidad? (No). Eso dista aún más de ser amabilidad. Las flores y las plantas crecen mejor en el exterior; si se las planta en la tierra, con viento, sol y agua de lluvia, prosperan. No crecen tan bien cuando se las planta en macetas de interior, comparado con el exterior, pero, estén donde estén, igualmente viven, ¿no es así? Sin importar dónde estén, eso lo ha predestinado Dios. Eres una persona viva, y Dios se responsabiliza de cada vida, le permite sobrevivir y observar la ley que rige a todos los seres creados. Pero, como eres una persona, tú vives en el entorno en el que te crían tus padres, de manera que debes crecer y existir en él. Que vivas en ese entorno, en mayor medida, se debe a que Dios lo ha predestinado; en menor medida, se debe a la crianza de tus padres, ¿verdad? En cualquier caso, al criarte, tus padres cumplen con una responsabilidad y una obligación. Criarte hasta la vida adulta es su obligación y responsabilidad, y eso no se puede considerar amabilidad. Siendo así, ¿no se trata de algo que deberías disfrutar? (Sí). Es una especie de derecho del que deberías gozar. Te deben criar tus padres porque, hasta alcanzar la vida adulta, el papel que desempeñas es el de un niño que está siendo educado. Por lo tanto, ellos no hacen más que cumplir con una clase de responsabilidad contigo y tú solo la recibes, pero sin duda no recibes cortesía ni amabilidad de su parte. Para cualquier criatura viviente, tener hijos y cuidarlos, reproducirse y criar a la siguiente generación es un tipo de responsabilidad. Por ejemplo, las aves, las vacas, las ovejas e incluso los tigres tienen que cuidar de sus crías tras reproducirse. No hay criaturas vivientes que no críen a sus cachorros. Tal vez existan ciertas excepciones, pero no muchas. Es un fenómeno natural de la existencia de las criaturas vivientes, es su instinto, y no se puede atribuir a la amabilidad. Lo único que hacen es respetar una ley que el Creador dispuso para los animales y para la humanidad. En consecuencia, que tus padres te críen no es una especie de amabilidad. En función de esto, puede afirmarse que tus padres no son tus acreedores. Cumplen con su responsabilidad frente a ti. Independientemente de cuánto esfuerzo y dinero te dediquen, no deben pedirte que los recompenses, porque esa es su responsabilidad como padres. Dado que es una responsabilidad y una obligación, debe ser libre y no deben pedir una retribución. Al criarte, tus padres solo cumplían con su responsabilidad y obligación, y no corresponde remunerarla, no debe ser una transacción. Así pues, no es necesario que abordes a tus padres ni que manejes tu relación con ellos con la idea de recompensarlos” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (17)). Entendí de Sus palabras que el hecho de que los padres traigan al mundo, críen y cuiden con esmero a sus hijos no es una gentileza, sino más bien su responsabilidad y obligación como padres. Es como cuando Dios dijo que si alguien lleva flores y hierba del exterior a su casa, tiene la obligación de cuidarlas, regarlas y fertilizarlas; es su responsabilidad. Otra muestra es que los gatos, perros y animales similares se reproducen y cuidan de sus hijos, para ellos es instintivo. Los padres humanos son iguales con sus hijos. Cuando un niño todavía no es adulto, criarlo y cuidarlo es una responsabilidad y una obligación que todo progenitor debe cumplir, y también es un instinto que Dios concedió a las personas. Los hijos no les deben nada por eso a sus padres. Siempre creí que el esmerado cuidado de mis padres adoptivos era una gentileza que debía devolver, y que debía retribuir a mis tíos por haberme traído al mundo. Ahora comprendía que Dios me había otorgado este aliento, no mis padres. Si Dios no lo hubiera hecho, aunque mis padres me hubieran traído al mundo, habría nacido un feto muerto. Ellos me educaron y me cuidaron, y me dieron un buen entorno para crecer. Es lo que les corresponde hacer como padres, y lo que Dios ha predeterminado y dispuesto. Además, a medida que crecía, era Dios quien realmente me cuidaba y me protegía. Un día al salir de clase iba demasiado rápido en la bici eléctrica, no pude parar y me quedé atrapada entre unas losas y un camión grande. El camión avanzaba a toda velocidad en ese momento, y yo me vi obligada a acelerar también. Se me quedó atrapado el pie entre el camión y la bici, y el roce era continuo. Cuando se ensanchó la carretera, la bici se detuvo por fin. Fue realmente angustioso. Mucha gente se puso nerviosa en ese momento, y no les cabía duda de que sufriría lesiones graves. Yo también creía que ya no podría caminar con ese pie. Me quedé pasmada al comprobar que no tenía ni un rasguño en todo el cuerpo. Experimenté de primera mano que Dios siempre me cuida y protege en silencio. Además, cuando mis tíos pagaron 140000 yuanes a la policía para que me liberaran, pensé que era la mayor gentileza posible y que debía devolvérsela. Ahora entiendo que aunque pareciera que mis tíos fueron los que pagaron ese dinero, en el fondo era Dios quien lo regía y arreglaba. En aquella época, mis tíos tenían muchos ingresos, les llegaban con tanta facilidad que hasta ellos mismos se sorprendían. En realidad, si lo pensaba, si Dios no los hubiera bendecido para que ganaran tanto, ¿de dónde habría salido el dinero para liberarme? Recordé lo que dijo Dios: “Si alguien nos hace un favor, deberíamos aceptarlo de parte de Dios, en particular en el caso de nuestros padres, que nos tuvieron y criaron; Dios ha arreglado todo esto. Él detenta la soberanía sobre todo; el hombre no es más que una herramienta de servicio” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo reconociendo las propias opiniones equivocadas puede uno transformarse realmente). En apariencia fueron mis padres los que me criaron y mis tíos los que pagaron para liberarme. Pero desde la perspectiva de la verdad, Dios lo rigió y lo arregló todo. No estoy en deuda con ellos. No hace falta que gaste mi vida para saldar esta deuda a expensas de mi salvación. Puedo mostrarles piedad filial, pero solo hasta el alcance de mis propios poderes. En las circunstancias y condiciones adecuadas, puedo hacerles compañía y mostrarles piedad filial. Pero si no se cumplen las condiciones, no me lo tengo que reprochar. Solo he de cumplir bien con mi deber. Si renunciaba a Dios y a la verdad para mostrar piedad filial hacia mis padres, aunque los demás me consideraran una buena hija, habría traicionado al Creador, ¡y eso es una gran rebelión y carece de humanidad! De hecho, realmente no estaba en deuda con mis padres, sino con Dios. Fue el cuidado y protección de Dios lo que me permitió llegar hasta hoy; ¡a Él es a quien más debo agradecérselo! Así que oré a Dios: “Dios, lo que experimenten mis padres y el trato que les dé la policía ahora está en Tus manos. Yo no puedo cambiar nada, y estoy dispuesta a entregártelos. Solo quiero cumplir con mi deber en paz como ser creado y experimentar adecuadamente Tu obra”.
De ahí en adelante, me relajé un poco más con las circunstancias que afrontaba mi familia, y empecé a contemplar cómo cumplir bien con mi deber. Al poco tiempo me puse en contacto con mi madre. Me escribió una carta en la que compartía conmigo su experiencia. Decía que vivir tales circunstancias fortaleció su determinación para perseguir la verdad, y me pedía que no me preocupara por lo que sucediera en casa y me centrara en perseguir la verdad y llevar a cabo mi deber. También me decía que la policía había constatado que yo todavía no había vuelto a casa y que retener a mi tío no tenía sentido, así que lo soltaron. Me emocioné mucho entonces. Tomé plena conciencia de que la voluntad de Dios residía en todo aquello con lo que me había encontrado, y que el fin de todo ello era revertir mi forma de ver las cosas y limpiar mis impurezas internas. ¡Así se hace Dios responsable de mi vida!