80. Sobre mi experiencia trabajando con un nuevo creyente

Por Ouzhen, Birmania

En abril de 2020, me seleccionaron para servir como diaconisa de la iglesia. Al principio, estaba bastante nerviosa y me preocupaba no hacerlo bien, pero gracias a la ayuda y el apoyo de mis hermanos y hermanas, fui entendiendo algunos principios y pude ir haciendo algunas tareas. Más tarde, me eligieron líder de la iglesia y supervisé aún más trabajo. A veces, el líder superior me elogiaba mucho. Por ejemplo, me decía que no tenía de qué preocuparse cuando me asignaba alguna tarea, mientras que cuando la asignaba a otros, tenía que supervisarlos. Eso me hacía pensar que lo hacía bastante bien. Más tarde, un hermano, que se llamaba Christopher y al que yo había regado, fue elegido líder de la iglesia. Christopher tenía una aptitud regular, pero le gustaba difundir el evangelio y obtenía unos resultados aceptables. Me alegré de que lo eligieran, ya que eso reflejaba mi propia destreza, pues yo lo había regado y cultivado.

En junio de 2022, fui a un pueblo a controlar la obra evangélica. Christopher no pudo asistir en persona por posibles problemas de seguridad, así pues, me acompañó de forma virtual. Me preguntaba cuál era mi situación en el pueblo y eso nos ayudaba a identificar problemas y rectificarlos a tiempo. Pero en esa época, yo pensaba que como él acababa de abrazar la fe y justo lo habían nombrado líder, no sería capaz de cumplir con el trabajo. Yo llevaba dos años siendo líder y había comprendido algunos principios; es más, yo misma había regado a Christopher, de manera que no quería que fuera mi compañero ni quería que participara en las tareas que yo supervisaba. Un día, Christopher me mandó un mensaje: “¿Qué planes tienes de ahora en adelante en el pueblo? Cuando tengas tiempo, lo comentamos”. Al ver el mensaje, sentí cierta reticencia: “Solo han pasado unos días ¿y ya me preguntas por mi progreso? Las cosas no van tan rápido. Al fin y al cabo, no es mi único proyecto”. No quería hablar más del tema con él, por eso le respondí: “Acabo de llegar y aún no he empezado a planificar”. Él me contestó: “Entonces, deberías empezar a planificar cuanto antes”. Cuando vi este mensaje, pensé: “¿Podrá tener éxito este proyecto si dejo que alguien con menos aptitud y experiencia que yo sea mi compañero?”. No me hacía ninguna gracia todo aquello. Después, cuando Christopher me pedía actualizaciones de mis progresos, solo quería ignorarlo. Apenas hablaba del trabajo con él, porque tenía la sensación de que hacerlo era inútil y, al final, tendría que hacerlo todo yo sola. Así que organicé toda la obra en el pueblo yo sola. Una vez, Christopher me mandó un mensaje que decía así: “Hay unos cuantos recién llegados en un pueblo de ahí cerca que no difunden el evangelio por miedo a ser arrestados. Antes estaban muy motivados, pero últimamente han dejado de asistir a las reuniones. ¿Podrías ayudarlos un poco?”. Cuando vi su mensaje, pensé: “No hace falta que me lo digas. Es evidente que necesitan que les ayude, pero ahora no tengo tiempo. El pueblo en cuestión está bastante lejos, no es tan fácil llegar. Al final, seré yo la que tenga que acabar yendo, no tú. En realidad, no estás haciendo nada, así que no tiene sentido que lo siga comentando contigo. Tengo mis propias ideas y mis planes para estos proyectos; y pienso realizarlos siguiendo mi propio calendario, no necesito que me guíes ni que me estés controlando”. Por eso le dije: “No he tenido tiempo de ir aún. Los recién llegados trabajan durante el día y nuestros horarios no concuerdan”. Christopher me respondió con una sola frase: “Ah, de acuerdo, pues”. En ese momento, tuve la sensación de que se sentía constreñido por mi culpa. Con cualquier otra persona, habría seguido preguntando más detalles sobre el trabajo, pero no se atrevió después de mi respuesta. Después de aquello, dejé de hablar de trabajo con Christopher, y cuando intentaba concertar una reunión conmigo, siempre le decía: Estoy ocupada con otro trabajo. Podemos quedar más adelante, cuando tenga tiempo. Incluso cuando tenía tiempo libre, no lo contactaba y me iba a hacer otros trabajos. Poco a poco, los hermanos y hermanas de los tres equipos que yo supervisaba dejaron de poder colaborar en armonía, se limitaban a trabajar solos y rara vez lo comentaban con sus compañeros. La atmósfera que había durante las reuniones era menos animada que en otras iglesias, y obteníamos malos resultados en nuestra obra del evangelio. En ese momento, tenía cierta consciencia de que eso se debía a que yo no había hecho buen equipo con Christopher, y que Dios me lo recordaba de esta forma, pero yo solo me excusaba. No evitaba hacer equipo con él, me decía, tenía otras cosas que hacer y no tenía tanto tiempo para ponerme a comentar las cosas con él. Después de aquello, continué trabajando sola. Una vez, Christopher me invitó a reunirme con los supervisores de los tres equipos para hacer un resumen y compartir los problemas que teníamos en el desempeño de nuestros deberes. Haciendo referencia a las palabras de Dios, Christopher dijo: “Las palabras de Dios dicen que, cuando nos topamos con dificultades en nuestros deberes, deberíamos detenernos a resumir cualquier problema e identificar cualquier desviación. Ahora mismo, no estamos colaborando en armonía, todo el mundo trabaja solo y no vamos al unísono y no hemos ayudado de verdad a los hermanos y hermanas, y por eso no hay avances en nuestro trabajo. De ahora en adelante, deberíamos comunicarnos, debatir más y colaborar juntos para hacer bien las cosas”. Él y los demás también compartieron los buenos métodos de práctica que otras iglesias habían adoptado, pero yo no tenía ganas de escuchar y seguí practicando a mi manera. Como consecuencia, el trabajo que yo supervisaba no dio ningún resultado durante tres meses enteros. Más tarde, cinco oficiales del pueblo donde vivía vinieron a interrogarme, intentaron registrarme el teléfono y me advirtieron de que si me pillaban difundiendo el evangelio en el pueblo, me mandarían directa al Gobierno del distrito y allí se ocuparían de mí. Lo que ocurrió me dejó un poco asombrada y pensé: “¿Por qué habrá pasado esto? Estos meses he tenido malos resultados en mi deber y rara vez he comentado el trabajo con Christopher… ¿Estará Dios usando esta situación para recordarme que aprenda de estos contratiempos? Si no reflexiono y rectifico mi proceder, tal vez no siga ejerciendo este deber mucho más tiempo”.

Un día de finales de agosto, me reuní de forma virtual con algunos compañeros para debatir si debía irme de ese pueblo. Un líder de equipo me preguntó: “No has tenido ningún resultado en ese pueblo en los últimos tres meses, ¿por qué crees que es?”. Respondí que no estaba segura. Entonces, el líder de equipo dijo: “¿Y no deberías reflexionar un poco sobre este tema? Los hermanos y hermanas dicen que actúas de forma arbitraria y no haces equipo con otras personas. No estás disponible cuando recurren a ti para hablar del trabajo. Te hicimos ir a ese pueblo a motivar a los hermanos y hermanas y a difundir la obra del evangelio, pero no has hecho lo que se suponía que debías hacer”. Otro líder de equipo dijo: “Si no has conseguido hacer lo que se te asignó, ¡deberías volver!”. Noté que me ponía roja y cada palabra era como un puñetazo en el estómago. En ese momento, solo quería acurrucarme en un rincón. Sentí que me trataban injustamente: no me negaba completamente a cooperar y tampoco era únicamente mi culpa que no obtuviéramos resultados. El gobierno nos perseguía mucho y yo también tenía al cargo otros proyectos. ¿Cómo podían decirme que no había hecho lo que se suponía que debía hacer? El líder de equipo me preguntó si tenía alguna idea, pero no supe qué decir, de modo que respondí: “Entonces, volveré”. Y colgué enseguida. Después de colgar, me dejé caer en la cama y me eché a llorar. Las palabras de los líderes de equipo no dejaban de resonarme en la cabeza: “¿Qué sigues haciendo allí si no has hecho lo que se suponía que debías hacer?” y “Si no has conseguido hacer lo que se te asignó, ¡deberías volver!”. Cuanto más lo pensaba, más negativa me volvía. Durante los días siguientes, seguí orando a Dios y mi líder compartió conmigo y me ayudó. Eso me permitió acallar mis pensamientos y reflexionar sobre mi estado durante esos días. Pensé: “He estado haciéndolo todo sola últimamente. He menospreciado a Christopher y no debatía el trabajo con él. Cuando trataba de hablar conmigo sobre el trabajo, siempre le decía que estaba ocupada. En realidad, no quería que él participara en mis tareas. Era obvio que estaba atrapada en mi carácter corrupto y que retrasaba el trabajo, pero cuando me podaron, me defendí y carecía por completo de razón”. Pensé en que los hermanos y hermanas habían dicho que actuaba arbitrariamente en el deber y que no debatía el trabajo con nadie… Era un problema muy serio, por eso busqué un pasaje relacionado de las palabras de Dios para leer. Dios Todopoderoso dice: “En la superficie, puede parecer que algunos anticristos tienen ayudantes o compañeros, pero lo cierto es que cuando sucede algo, no importa cuánta razón tengan otros, los anticristos nunca escuchan lo que ellos tienen que decir. Ni siquiera lo tienen en cuenta, y mucho menos lo debaten o comunican sobre ello. No prestan ninguna atención, como si los demás ni siquiera estuviesen allí. Cuando los anticristos escuchan lo que otros dicen, simplemente se mueven por inercia o representan un papel para que los demás lo presencien. Pero cuando finalmente llega el momento de la decisión final, es el anticristo quien está al mando; las palabras de cualquier otro son un gasto de saliva, no cuentan para nada. Por ejemplo, cuando dos personas son responsables de algo, y una de ellas tiene la esencia de un anticristo, ¿qué se exhibe en tal persona? Da igual de qué se trate, ella y solo ella es la que mueve los hilos, la que hace las preguntas, la que ordena las cosas y la que aporta una solución. Y la mayoría de las veces, mantiene a su compañero en la ignorancia. ¿Qué es su compañero a sus ojos? No es su adjunto, sino un mero elemento decorativo. A ojos del anticristo, su compañero simplemente no existe. Cada vez que hay un problema, el anticristo lo considera, y una vez que ha decidido una vía de acción, informa a todo el mundo de que así es como se debe hacer, y a nadie se le permite cuestionarlo. ¿Cuál es la esencia de su cooperación con los demás? Básicamente es tener la última palabra, no discutir nunca los problemas con nadie más, asumir la responsabilidad exclusiva del trabajo y convertir a sus compañeros en meros escaparates. Siempre actúan solos y nunca cooperan con nadie. Nunca discuten ni se comunican sobre su trabajo con nadie más, suelen tomar decisiones por su cuenta y resolver los problemas solos, y respecto a muchas cosas, otras personas solo se enteran de cómo se finalizaron o se manejaron las cosas después de que el hecho está consumado. Los demás les dicen: ‘Tienes que discutir todos los problemas con nosotros. ¿Cuándo trataste con esa persona? ¿Cómo lo manejaste? ¿Cómo no nos hemos enterado?’. Ni dan explicaciones ni prestan atención; para ellos, sus compañeros no tienen ninguna utilidad y solo son un adorno, un mero escaparate. Cuando ocurre algo, lo consideran y toman su propia decisión y actúan como les place. No importa cuántas personas haya a su alrededor, es como si no estuvieran allí. Para el anticristo no son nada. Debido a esto, ¿hay algún aspecto real en su compañerismo con los demás? En absoluto, solo se limitan a actuar por inercia y representar un papel. Otros les dicen: ‘¿Por qué no hablas con todos los demás cuando te encuentras con un problema?’. Ellos responden: ‘¿Qué saben ellos? Yo soy el líder del equipo, a mí me corresponde decidir’. Los demás dicen: ‘¿Y por qué no hablaste con tu compañero?’. Responden: ‘Se lo dije, y no tenía opinión al respecto’. Se aprovechan de que los demás no tengan opinión o no sean capaces de pensar por sí mismos como excusas para ocultar el hecho de que están actuando según su propia ley. Y esto no va seguido de la más mínima introspección. Sería imposible que esta clase de persona aceptara la verdad. Este es un problema de la naturaleza del anticristo(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8: Querrían que se les obedeciera solo a ellos, no a la verdad ni a Dios (I)). Dios deja en evidencia que los anticristos actúan de forma arbitraria, no cooperan con los demás, toman decisiones en solitario y siempre tienen la última palabra, no debaten sobre el trabajo con sus compañeros y siguen adelante después de tomar las decisiones por sí mismos. No aceptan las buenas sugerencias que les hacen otros y a menudo los menosprecian, pues creen que sus propias ideas son brillantes. A ojos de los anticristos, los compañeros no son más que ruido de fondo o utilería en un decorado. Me di cuenta de que me estaba comportando como un anticristo: desde que había empezado a colaborar con Christopher, lo había menospreciado por su poca aptitud, sus inferiores habilidades laborales y su falta de experiencia en comparación conmigo. No quería que participara en mi proyecto. Pensaba que yo había servido como líder más tiempo que él, comprendía más que él y podía organizar el trabajo yo sola; sentía que él no podía proporcionarme buenas sugerencias, por eso no tenía sentido hablar con él. Cuando él me preguntó qué planes tenía con el trabajo, fui reticente y sentí que se hacía pasar por mi superior al preguntarme por mi progreso nada más empezar, por eso lo ignoré. Cuando algunos hermanos y hermanas no se atrevieron a cumplir con su deber por miedo a ser detenidos y Christopher me pidió que los ayudara, él solo estaba cumpliendo con su responsabilidad, pero yo, en mi arrogancia, pensé: “¿Quién se ha creído que es para ordenarme qué tengo que hacer cuando él no es capaz de resolverlo?”. Más tarde, cuando nos reunimos para resumir los problemas, los hermanos y hermanas sugirieron sendas de práctica, pero yo no adopté ninguna. Y como actuaba con arbitrariedad, no colaboraba con otros y desoía sus sugerencias, seguía sin obtener resultados en mi deber. Siempre desempeñaba mis deberes siguiendo mis propias creencias, haciendo lo que yo creía que era lo correcto, no hacía equipo con nadie, y eso había provocado el retraso en la obra. ¡Estaba haciendo el mal! Reflexionando sobre todo esto, fui capaz de aceptar las indicaciones y la poda de los líderes de equipo. Mi comportamiento había influido negativamente en la obra de la iglesia. Si no me hubiesen podado así, no habría reflexionado ni habría reconocido lo serio que era mi problema. ¡La poda es una forma del amor de Dios!

Después, me presenté ante Dios en oración y busqué por qué no era capaz de colaborar con otros en mi deber y siempre quería tener la última palabra. Más tarde, encontré un pasaje de las palabras de Dios que apelaba a mi estado. Dios Todopoderoso dice: “Puede que hayáis cumplido con vuestros deberes durante varios años, pero no se ha producido ningún progreso discernible en vuestra entrada en la vida, os limitáis a comprender unas pocas doctrinas superficiales y no tenéis conocimiento real y ni siquiera habéis mostrado un avance digno de mención con respecto al carácter y la esencia de Dios; si esta es vuestra estatura actual, ¿qué es probable que hagáis? ¿Qué clase de corrupción revelaréis? (Arrogancia y vanidad). ¿Vuestra arrogancia y vanidad se intensificarán o permanecerán inmutables? (Se intensificarán). ¿Por qué se intensificarán? (Porque nos creeremos altamente cualificados). ¿Y con base en qué juzgan las personas el nivel de su propia aptitud? En todos los años que lleva en un determinado deber, en toda la experiencia que ha adquirido, ¿no? Y, en tal caso, ¿no empezaréis poco a poco a pensar en términos de antigüedad? Por ejemplo, cierto hermano lleva creyendo muchos años en Dios y mucho tiempo cumpliendo con un deber, por lo que es el más apto para hablar; cierta hermana no lleva mucho aquí y, aunque tiene algo de aptitud, no tiene experiencia en este deber y no hace mucho que cree en Dios, con lo cual es la menos apta para hablar. La persona más apta para hablar piensa para sus adentros: ‘Dado que tengo antigüedad, eso significa que el cumplimiento de mi deber está a la altura, que mi búsqueda ha alcanzado su punto álgido y que no hay nada por lo que deba esforzarme o en lo que deba entrar. He cumplido bien con este deber, he realizado más o menos este trabajo, Dios debería estar satisfecho’. Y, así, comienza a volverse complaciente. ¿Indica esto que ha entrado en la realidad-verdad? Han dejado de progresar. No han ganado todavía ni la verdad ni la vida y, sin embargo, se creen muy aptos y hablan en términos de antigüedad y esperan la recompensa de Dios. ¿No están revelando un carácter arrogante? Cuando las personas no están ‘altamente cualificadas’ saben ser cautas, se recuerdan a sí mismas que no deben cometer errores. Una vez que se creen altamente cualificadas, se vuelven arrogantes y empiezan a tener una elevada opinión de sí mismas, y es probable que se vuelvan complacientes. En esas ocasiones, ¿acaso no es probable que le pidan a Dios recompensas y una corona, como hizo Pablo? (Sí). ¿Cuál es la relación entre el hombre y Dios? No es la misma que existe entre el Creador y los seres creados. No es más que una relación transaccional. Y cuando se da este caso, las personas no tienen relación con Dios y es probable que Él esconda Su rostro de ellos, lo cual es una peligrosa señal(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo con temor a Dios se puede recorrer la senda de la salvación). Dios pone de manifiesto que, si alguien no persigue la verdad y no se conoce de veras, pensará que tiene capital y experiencia después de realizar su deber durante un tiempo y empezará a imponer su antigüedad, menospreciando a los demás, hinchiéndose de arrogancia, dejando de buscar los principios-verdad y de colaborar con otros en el deber, actuando arbitrariamente, haciendo las cosas como le plazcan y avanzando por un camino de resistencia a Dios. Desde el momento en que entré en la fe, siempre desempeñé un deber y llevaba dos años como líder. Creía que había estado en la fe durante mucho tiempo, que tenía buenas habilidades para el trabajo y cierta experiencia laboral, por eso me volví arrogante. Me encantaba cultivar a otras personas y controlar su labor, pero me contrarió que Christopher se convirtiera en mi compañero y empezara a participar en mi trabajo. No dejaba de pensar que era yo quien lo había regado y cultivado, que su aptitud era inferior a la mía, y que él recién estaba empezando y no tenía mucha experiencia, por eso no quería que participara en mi labor. Cuando me preguntó si había ayudado a los recién llegados y qué horarios tenía, me harté y solo le respondí de forma muy somera. No creía que fuera necesario hablarlo con él, y aunque lo hiciera, él no tendría ninguna sugerencia que valiera la pena. Lo podía hacer sin él, creía yo, por eso no debatí ni colaboré con él y tomé la mayoría de decisiones y lo organicé casi todo yo sola. Lo veía como un simple accesorio. Dios exige que aprendamos a colaborar con los demás en nuestros deberes. Esto es un principio clave para desempeñar nuestros deberes, pero yo ignoré esta exigencia de Dios y los principios de Su casa. Siempre había pensado que me iba bien sin ayuda, que podía hacer el trabajo sola y que no necesitaba colaborar con nadie. Creía que podía con todo y que no necesitaba a nadie que supervisara mi trabajo. ¡Qué arrogante y engreída era! Mi carácter arrogante me había llevado a no tener en consideración a los demás ni espacio para Dios en el corazón. No tenía un corazón temeroso de Dios e iba por una senda antagónica a Dios. Cuando llegué al pueblo, estaba llena de fe y quería cumplir con mi deber para satisfacer a Dios. Nunca pensé que las cosas resultarían así. ¿Cómo pude ser tan arrogante e insensible? No tenía la más mínima consciencia de la senda errónea en la que me encontraba. Si seguía así, me convertiría en un anticristo que trastornaba la obra de Dios y, al final, Él me pondría en evidencia y me descartaría, tras lo cual mi vida en la fe habría terminado. Al darme cuenta de todo esto, tuve un poco de miedo y oré a Dios en silencio: “Oh, Dios, he trastornado la obra de la iglesia. Ahora reconozco mi corrupción y la gravedad de mis problemas. Quiero arrepentirme y no quiero resistirme a Ti con mi carácter corrupto”.

También reflexioné sobre lo que había hecho mal con mi tendencia a centrarme en la aptitud de las personas y su experiencia laboral en nuestras interacciones. ¿Cuál era el aspecto más importante de mi deber? Mientras me debatía con estas preguntas, me encontré con otro pasaje de las palabras de Dios. Las palabras de Dios dicen: “En la casa de Dios, hagas lo que hagas, no estás trabajando en tu propia empresa, es la obra de la casa de Dios, la obra de Dios. Debes tener en cuenta este conocimiento y percepción constantemente y decir: ‘Este no es un asunto personal; estoy llevando a cabo mi deber y cumpliendo con mi responsabilidad. Estoy llevando a cabo la obra de la iglesia. Esta es una tarea que Dios me encomendó y la hago por Él. Este es mi deber, no un asunto propio y privado’. Esta es la primera cosa que debe entender la gente. Si tratas un deber como tus propios asuntos personales y no buscas los principios-verdad cuando actúas, y lo llevas a cabo según tus propias motivaciones, puntos de vista y agenda, es muy probable que cometas errores. Por tanto, ¿cómo deberías actuar si haces una distinción muy clara entre tu deber y tus asuntos personales y eres consciente de que se trata de un deber? (Busca lo que Dios pide y los principios). Es cierto. Si te ocurre algo y no comprendes la verdad, si tienes alguna idea pero no tienes todavía las cosas claras, debes encontrar a hermanos y hermanas que comprendan la verdad con los que puedas compartir; esto es buscar la verdad y, antes que nada, esta es la actitud que debes tener hacia tu deber. No debes decidir las cosas basándote en lo que crees que es apropiado y luego dar un portazo dar carpetazo al caso y decidir que está cerrado; esto sin duda provoca problemas. […] A Dios no le preocupa lo que te ocurre cada día, ni cuánto trabajo haces ni cuánto esfuerzo inviertes; lo que mira es tu actitud hacia estas cosas. ¿Y con qué guardan relación la actitud con que haces estas cosas y la forma en que las haces? Guardan relación con el hecho de si buscas o no la verdad y, además, con tu entrada en la vida. Dios se fija en esta y en la senda por la que vas. Si vas por la senda de la búsqueda de la verdad y tienes entrada en la vida, sabrás cooperar en armonía con los demás en los deberes y cumplirás fácilmente con ellos de manera adecuada(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es el adecuado cumplimiento del deber?). Las palabras de Dios son claras. Hacer nuestro deber en la casa de Dios no implica que hagamos las cosas como queramos sin la implicación de otros. Nuestro deber es parte de la obra de la casa de Dios y si actuamos arbitrariamente y no cooperamos, somos propensos a perturbar y trastornar la obra. También aprendí que Dios no evalúa a las personas según el tiempo que llevan en la fe, ni por cuánto han trabajado o cuánta experiencia tienen en el deber, sino según su actitud hacia la verdad, su forma de abordar el deber y si recorren la senda de la búsqueda de la verdad. Si no buscaba la verdad, no aceptaba buenas sugerencias de los demás, y siempre quería tener la última palabra, no conseguiría buenos resultados en el deber. Siempre había considerado que mi aptitud y el haber sido líder desde hacía tiempo, así como tener experiencia, eran un capital. Creía que con estas cualificaciones, cumpliría bien con mi deber. En realidad, tener esa experiencia y aptitud no implicaba que tuviera los principios-verdad; no eran más que herramientas que podía usar en mi deber. Me di cuenta de que consideraba la experiencia y la aptitud como el principio-verdad y creía que comprendía la verdad y actuaba según los principios. Me había vuelto cada vez más arrogante, menospreciaba a los hermanos y hermanas y hacía lo que quería. Como consecuencia, al cabo de tres meses de trabajo, no había conseguido ningún resultado. Me di cuenta de que para que uno cumpla bien con su deber, no importa cuánto tiempo lleve como creyente, ni cuánto haya contribuido, ni cuánta experiencia tenga. La clave es buscar la verdad, actuar de acuerdo con los principios y colaborar en armonía con los demás.

Más tarde, leí otros dos pasajes de las palabras de Dios que me aportaron una senda más clara sobre cómo colaborar en armonía con los demás. Las palabras de Dios dicen: “La cooperación armoniosa implica muchas cosas. Al menos, una de estas muchas cosas es permitir que los demás hablen y hagan sugerencias diferentes. Si eres realmente razonable, sin importar el tipo de trabajo que realices, primero debes aprender a buscar los principios-verdad, y también debes tomar la iniciativa de buscar las opiniones de otros. Mientras te tomes en serio todas las sugerencias, y luego resuelvas los problemas con un solo corazón y una misma mente, en esencia lograrás una cooperación armoniosa. De este modo, encontrarás muchas menos dificultades en tu deber. Más allá de los problemas que surjan, será fácil resolverlos y afrontarlos. Este es el efecto de la cooperación armoniosa. A veces surgen disputas por asuntos triviales, pero mientras no afecten al trabajo, no supondrán un problema. Sin embargo, en los asuntos clave y en los importantes que afectan al trabajo de la iglesia, debes llegar a un consenso y buscar la verdad para resolverlos. […] Has de olvidarte de los títulos de liderazgo, dejar de lado las inmundas ínfulas de estatus, tratarte a ti mismo como una persona corriente, ponerte al mismo nivel que los demás y tener una actitud responsable hacia tu deber. Si siempre tratas tu deber como un título oficial y un estatus, o como una especie de laurel, e imaginas que los demás están ahí para servir a tu posición y trabajar para ella, es un problema, y Dios te detestará y se disgustará contigo. Si crees que eres igual a los demás, que solo tienes un poco más de comisión y responsabilidad de Dios, si puedes aprender a equipararte con ellos, e incluso puedes rebajarte a preguntar lo que piensan los demás, y si puedes escuchar con seriedad, atención y cuidado lo que dicen, entonces cooperarás en armonía con los demás. ¿Qué efecto tendrá esta cooperación armoniosa? El efecto es enorme. Ganarás cosas que nunca habías tenido, que son la luz de la verdad y las realidades de la vida; descubrirás las virtudes de los demás y aprenderás de sus puntos fuertes. Hay algo más: tú concibes a los demás como estúpidos, poco inteligentes, tontos, inferiores a ti, pero cuando prestes atención a sus opiniones, o cuando otras personas se abran a ti, descubrirás, sin darte cuenta, que nadie es tan ordinario como crees, que todos pueden ofrecer pensamientos e ideas diferentes, y que todos tienen sus propios méritos. Si aprendes a cooperar en armonía, además de ayudarte a aprender de los puntos fuertes de los demás, eso puede revelar que eres arrogante y sentencioso, y hará que dejes de imaginar que eres inteligente. Cuando dejes de considerarte más inteligente y mejor que los demás, dejarás de vivir en ese estado narcisista y de autoapreciación. Y eso te protegerá, ¿verdad? Esta es la lección que debes aprender y el beneficio que debes obtener al cooperar con otros(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8: Querrían que se les obedeciera solo a ellos, no a la verdad ni a Dios (I)). “¿Creéis que hay alguien perfecto? Por muy fuerte, capaz e ingeniosa que sea la gente, no es perfecta. La gente debe reconocerlo, es un hecho, y es la postura que las personas deben adoptar para abordar correctamente sus propios méritos y sus puntos fuertes o defectos; esta es la racionalidad que deben poseer. Con esa racionalidad podrás abordar adecuadamente tus puntos fuertes y débiles, así como los de los demás, lo que te permitirá trabajar armónicamente con ellos. Si has entendido este aspecto de la verdad y eres capaz de entrar en este aspecto de la realidad-verdad, podrás llevarte armónicamente con tus hermanos y hermanas, al utilizar sus puntos fuertes para compensar cualquier debilidad que tengas. Así, independientemente de cuál sea tu deber o actividad, siempre mejorarás en ello y tendrás la bendición de Dios(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Gracias a las palabras de Dios, me di cuenta de que en una colaboración, debemos colocarnos en el mismo nivel que los demás y aprender a escucharlos con atención y preguntar activamente aquello que no entendemos. Si practicamos de esta forma, podemos descubrir las fortalezas de los hermanos y hermanas y áreas en las que son más fuertes que nosotros. Entonces, no los menospreciaremos y dejaremos de ser tan autosuficientes y arbitrarios en nuestro comportamiento. También deberíamos tener un mejor entendimiento de nosotros mismos y dejar de tenernos en tan alta consideración. Tenemos que aprender a identificar las fortalezas de otras personas y tener la actitud correcta hacia sus debilidades. Echando la vista atrás, a pesar de haber servido como líder durante dos años, no tenía tanto talento para difundir el evangelio y necesitaba ayuda para revisar la obra del evangelio. En lo que respecta a Christopher, no llevaba tanto tiempo en la fe, pero siempre había difundido el evangelio, había obtenido grandes resultados y había convertido a mucha gente. Tenía más experiencia cuando se trataba de difundir el evangelio, de forma que tendría que haber buscado su ayuda. Además, Christopher era muy responsable con su deber, llevaba una carga en su labor, me buscaba activamente para resumir nuestro trabajo e implementaba buenas prácticas de otras iglesias. Todo esto eran fortalezas de las que yo podía aprender. Solía ser demasiado arrogante y no era capaz de reconocer las fortalezas de Christopher, e incluso lo menospreciaba. No aceptaba sus sugerencias y no lo dejaba participar en mi trabajo. Yo no era nada y sin embargo era muy segura de mí misma, qué vergüenza. No tenía la más mínima consciencia de mí misma. Si hubiera sido capaz de cooperar bien con Christopher antes, la obra no se habría demorado. Cuando lo recordaba, lo lamentaba mucho. Mis transgresiones pasadas eran irredimibles, pero estaba dispuesta a cumplir bien con mi deber de allí en más. Podía debatir y comunicarme con otros cuando hubiera problemas, priorizar los intereses de la iglesia, aprender a colaborar con otros y dejar de ir por la senda de antes.

Más tarde, me fui del pueblo. Se me asignaron diferentes proyectos y una nueva compañera. Esta vez, me colocaron con la hermana Mina. Me alegré de hacer equipo con ella en armonía para poder hacer bien nuestros deberes. Más adelante, empecé a darme cuenta de que aunque Mina era mayor que yo, no llevaba tanto tiempo en la fe ni había desempeñado su deber tanto tiempo como yo. En cuanto a cómo se supervisaba y se controlaba el trabajo, le faltaban cosas. A veces, también oía a hermanos y hermanas que comentaban ciertos problemas referidos a ella. Mi carácter arrogante volvió a emerger. Empecé a pensar que yo ejercía el papel clave en nuestra labor y que la hermana Mina solo había venido a practicar. Una vez, cuando tuvimos que escribir una propuesta de trabajo, nuestro líder nos dijo específicamente que teníamos que debatir la labor juntas, pero yo pensé: “No es una tarea difícil, podría hacerla fácilmente yo sola y no hace falta que lo hagamos las dos. Lo puedo hacer sola perfectamente”. Después de la reunión, quise ponerme a trabajar sola enseguida, pero Mina me llamó al instante y supe que quería que lo habláramos. Yo no tenía ningunas ganas, así que no atendí el llamado. Luego, me sentí un poco culpable. Recordé que mi arrogancia y poca disposición en colaborar con Christopher habían obstaculizado el trabajo antes; si continuaba así, sin duda afectaría a nuestra labor. Así que oré a Dios, diciendo: “Oh, Dios, Mina me ha venido a buscar para hablar del trabajo, pero yo he sido una arrogante y no he querido colaborar con ella. Dios, no quiero seguir actuando con arbitrariedad y perturbando la obra de la iglesia. Por favor, guíame para que deje de vivir según mi carácter arrogante y pueda colaborar con Mina en armonía”. Y, entonces, recordé un pasaje de las palabras de Dios: “Debéis conseguir una cooperación armoniosa a efectos de la obra de Dios, para beneficio de la iglesia y para estimular a vuestros hermanos y hermanas. Debéis coordinaros con otros, corrigiéndoos mutuamente y alcanzando un mejor resultado de trabajo, con el fin de mostrar consideración con las intenciones de Dios. Esta es la verdadera cooperación y solo aquellos que se dediquen a ella lograrán la verdadera entrada(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Servid como lo hacían los israelitas). Las palabras de Dios me impactaron mucho. Para hacer bien mi deber, tenía que aprender a colaborar con Mina en armonía y dejar de vivir según mi carácter arrogante y actuar con arbitrariedad. Y así, llamé a Mina y hablamos de nuestros planes futuros para la obra. Mina me comentó sus ideas y me parecieron bastante buenas, así que terminé implementándolas. En muy poco tiempo, habíamos elaborado juntas un plan mucho más rápido de lo que previamente había sido capaz de hacer sola. Estaba muy contenta. No era un gran logro, pero era fantástico renunciar a mí misma y practicar según las palabras de Dios. Después de aquello, aprendí a colaborar con otros hermanos y hermanas y descubrí que cada mes conseguíamos mejores resultados en nuestra labor. ¡Di gracias a Dios en mi corazón!

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