82. Perseverancia en la adversidad

Por Anna, Birmania

En mayo de 2022, varias aldeas aceptaron la obra de Dios Todopoderoso en los últimos días, pero poco después dejaron de venir muchos nuevos fieles a las reuniones. Tras investigar, supimos que soldados armados patrullaban de noche y detenían a todo aquel que celebraba reuniones. En otras zonas, ya se había multado, detenido y encarcelado a algunos hermanos y hermanas por su fe. Los nuevos fieles de esas aldeas estaban tan asustados que no se atrevían a asistir a reuniones. Entonces, mi líder nos asignó a Isa y a mí el sustento de nuevos fieles. En aquel tiempo, Isa y yo regábamos a nuevos fieles por separado.

Una noche, antes de volver a casa, Isa me llamó de repente y me dijo que la hermana anfitriona tenía miedo de ser multada o encarcelada y nos pedía que nos fuéramos. Pensé: “¿Dónde podemos encontrar una familia anfitriona a esta hora?”. Luego, fuimos a ver a la hermana Yana, pero Yana y su hijo tenían miedo de ser detenidos y no se atrevieron a acogernos, así que nos quedamos sin casa en plena noche. Me sentí muy triste y herida. Esa noche llovía. Isa y yo no sabíamos adónde ir y queríamos irnos de allí, pero aún había muchos nuevos fieles que precisaban riego y sustento. Si nos íbamos y los nuevos fieles no recibían riego, era todavía menos probable que se mantuvieran firmes ellos solos, y estaríamos eludiendo nuestra responsabilidad. Consciente de esto, decidí quedarme a ver si otra persona estaba dispuesta a acogernos. Más tarde, un nuevo fiel estuvo dispuesto a alojarnos en su casa, pero solo podríamos quedarnos allí una noche. Entonces lloré, pensando: “Solamente puedo quedarme ahí una noche, y luego me quedaré sin casa. Quiero trabajar, pero afronto grandes obstáculos. No conocemos la zona, y si el Gobierno descubre que estamos difundiendo el evangelio, nos detendrá y perseguirá”. Desanimada, quería dejarlo. Cuando supo mi supervisora que quería irme, me dijo: “Los nuevos fieles no comprenden la verdad y viven con cobardía y miedo; precisan riego y sustento. No podemos abandonar a los nuevos fieles. Intenta hallar la forma de quedarte. Debemos aprender a ampararnos en Dios. Él dispondrá un lugar para ti”. Con su consejo comprendí que debía ampararme más en Dios en ese difícil momento. Así, oré a Dios para pedirle que nos abriera el camino. Después, mientras leía unos mensajes en el chat del grupo, me encontré este pasaje de las palabras de Dios: “Desde que Dios le confió la construcción del arca a Noé, este en ningún momento pensó para sí: ‘¿Cuándo va a destruir Dios el mundo? ¿Cuándo me va a dar la señal de que lo va a hacer?’. En lugar de ponderar estas cuestiones, Noé se esforzó por memorizar todo lo que Dios le había dicho, y luego llevarlo todo a cabo. Después de aceptar lo que Dios le había encomendado, Noé se dispuso a realizarlo y a cumplir con la construcción del arca de la que Dios le habló, como si fuera lo más importante de su vida, sin el menor atisbo de descuido. Los días pasaron, luego los años, día tras día, año tras año. Dios nunca presionó a Noé, pero a lo largo de todo este tiempo, Noé perseveró en la importante tarea que Dios le había encomendado. Cada palabra y frase que Dios había pronunciado estaba inscrita en el corazón de Noé, como grabadas en una tabla de piedra. Sin tener en cuenta los cambios en el mundo exterior, las burlas de los que le rodeaban, las penurias, las dificultades que encontró, Noé perseveró en todo momento en lo que le había sido confiado por Dios, sin jamás desesperar ni pensar en rendirse. Las palabras de Dios estaban grabadas en el corazón de Noé, y se habían convertido en su realidad cotidiana. Noé preparó cada uno de los materiales necesarios para construir el arca, y la forma y las especificaciones del arca ordenadas por Dios fueron tomando forma con cada golpe cuidadoso del martillo y el cincel de Noé. Contra el viento y la lluvia, y sin importarle cómo la gente se burlaba o lo calumniaba, la vida de Noé continuó de esta manera, año tras año. Dios observaba en secreto cada acción de Noé, sin dedicarle nunca una palabra, y con el corazón conmovido. Sin embargo, Noé no lo sabía ni lo sentía. De principio a fin, se limitó a construir el arca y a reunir a todas las especies de criaturas vivientes, con una fidelidad inquebrantable a las palabras de Dios. En el corazón de Noé no había ninguna instrucción superior que debiera seguir y llevar a cabo: las palabras de Dios eran su dirección y el objetivo de toda su vida. Así que, no importaba lo que Dios le dijera, le pidiera y le ordenara, Noé lo aceptó completamente, se lo aprendió de memoria, lo consideró la cosa más importante de su vida y lo gestionó en consonancia. No solo no lo olvidó, no solo lo fijó en su mente, sino que lo llevó a cabo en su vida diaria, y dedicó su vida a aceptar y llevar a cabo la comisión de Dios. Y así, tabla a tabla, se construyó el arca. Todos los movimientos de Noé, todos sus días, estaban dedicados a las palabras y los mandamientos de Dios. Puede que no pareciera que Noé estuviera llevando a cabo una empresa trascendental, pero a ojos de Dios, todo lo que hizo Noé, incluso cada paso que dio para conseguir algo, cada labor realizada por su mano, eran preciosos, merecían ser conmemorados y eran dignos de que esta humanidad los emulara. Noé se adhirió a lo que Dios le había confiado. Fue inquebrantable en su creencia de que toda palabra pronunciada por Dios era verdad; de eso no le cabía duda. Y a consecuencia de ello, el arca se completó y todas las especies de criaturas vivientes lograron vivir en ella(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Digresión dos: Cómo obedecieron Noé y Abraham las palabras de Dios y se sometieron a Él (I)). Noé oyó las palabras de Dios, y guardó Sus palabras y Su comisión en su corazón. Consideraba la construcción del arca el aspecto más importante de su vida, y que terminarla era su mayor responsabilidad. Durante muchos días y años, y pese al sufrimiento, la fatiga, las penurias, las inclemencias del tiempo, las calumnias, las burlas y el abandono de los demás, perseveró en la comisión de Dios y jamás pensó en renunciar. Lo hizo porque tenía un corazón temeroso de Dios, con lo que toda palabra de Dios estaba grabada en él. Al comparar la conducta de Noé con la mía, yo siempre quería que mi deber saliera bien y nunca afrontar penurias. Cuando surgían dificultades en mi deber, y no tenía dónde quedarme y corría el riesgo de ser detenida, siempre quería retroceder, y era reacia a sufrir y pagar un precio. Vi que no atendía la voluntad de Dios y que realmente no quería satisfacerlo. La experiencia de Noé me motivó bastante y, además, me avergonzó. Ya no quería complacer la carne y decidí quedarme a sustentar a los nuevos fieles. Si nadie me acogía, me iría a dormir al campo, pero perseveraría en la difusión del evangelio y el riego de nuevos fieles.

Más tarde, Isa y yo contactamos con un nuevo fiel, Nevin, y le preguntamos si podíamos quedarnos en una cabaña en su terreno. Nevin y sus padres aceptaron. Supe que Dios nos había abierto el camino. Luego convoqué a todos los nuevos fieles de la aldea a una reunión y charlé con ellos: “Cuando Dios realiza Su obra para salvar a la gente, Satanás provoca perturbaciones continuas. Dios permite la perturbación y persecución de Satanás para perfeccionar la fe y el amor del hombre, y para revelar y descartar a la gente y probar su fe. Si los creyentes queremos perseguir la verdad y vida, no podemos eludir el sufrimiento. Por la persecución no podemos reunirnos en casa, así que hemos tenido que reunirnos en el monte. A pesar de la dificultad de estas condiciones, el sufrimiento por el que hemos pasado ha tenido sentido. Si esperamos a que se hunda el régimen satánico y cese la persecución para creer en Dios, la obra de Dios ya habrá concluido y perderemos la oportunidad de salvarnos. ¿Por qué debemos difundir el evangelio? Porque estos son los últimos días y esta es la última etapa de la obra de salvación de Dios para la humanidad. Si perdemos la ocasión, jamás nos salvaremos. En lo sucesivo, las calamidades serán cada vez más graves e insoportables”. Hablamos bastante en ese momento, y luego señalaron algunos nuevos fieles: “Nosotros no podemos protegernos de estas calamidades, y nadie, ni siquiera el Gobierno, puede salvarnos. Solo Dios puede salvarnos, así que debemos creer en Dios y asistir a reuniones”. Unos nuevos fieles dijeron: “No podemos temer que el Gobierno nos detenga o nos multe, todo está en manos de Dios y debemos seguir reuniéndonos”. Después hablamos sobre la verdad de la encarnación y la obra del juicio. Tras regarlos diez días más, todos asistieron con regularidad a las reuniones.

Tras otros diez días o así, la policía mandó otra patrulla nocturna. Nevin tenía miedo de verse implicado y no quería que siguiéramos en su cabaña. No pude evitar quejarme ante esta situación. Teníamos tantos nuevos fieles a quienes regar y sustentar, tantas dificultades en nuestro trabajo, y ni siquiera teníamos un lugar donde quedarnos. Estaba muy descontenta y no me apetecía resolver los problemas de los nuevos. Después, una hermana me envió un pasaje de las palabras de Dios: “Porque cuando una persona acepta lo que Dios le encarga, Él tiene un estándar para juzgar si las acciones de las personas son buenas o malas, si se ha sometido, si ha satisfecho las intenciones de Dios y si lo que hacen es adecuado. Lo que le importa a Dios es el corazón humano, no sus acciones superficiales. No es que Dios deba bendecir a alguien por hacer algo, independientemente de cómo lo haga. Este es un malentendido que las personas tienen respecto a Dios. Él no solo mira el resultado final de las cosas, sino que hace mayor hincapié en cómo es el corazón de una persona y cuál es su actitud durante el desarrollo de las cosas; y mira, asimismo, si hay sumisión, consideración, y el deseo de satisfacerle en el corazón(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo I). Tras leer las palabras de Dios, reflexioné sobre mí misma: Cuando empecé a sustentar a nuevos fieles, creía estar cumpliendo con mi deber, que todo debía salir bien y que los nuevos fieles me entenderían, acogerían y protegerían. Cuando sufrí persecución, nadie me acogía y surgieron varios problemas en nuestra labor, me quejaba de la difícil situación que atravesaba y de que los nuevos no estaban ávidos de la verdad. El trabajo me parecía demasiado difícil y quería irme a casa. A la hora de sufrir y pagar un precio, no quería someterme. Solo pensaba en los intereses de mi carne y no atendía para nada la voluntad de Dios. Al pensarlo, sentí mucha vergüenza. Después, una hermana me envió este recordatorio: “¿Por qué no te sometiste a la hora de sufrir y pagar un precio? ¿Por qué siempre pensabas solo en los intereses de la carne? ¿Qué carácter corrupto ocasionó esto?”. Medité incesantemente las preguntas de la hermana.

Luego encontré un pasaje de las palabras de Dios: “Ahora bien, las cosas que te suceden que no se ajustan a tus conceptos, ¿pueden afectar el cumplimiento de tu deber? Por ejemplo, a veces el trabajo se torna laborioso y se requiere que las personas soporten algunas adversidades y paguen un pequeño precio para cumplir bien con sus deberes; entonces algunas personas desarrollan conceptos en su mente y surge resistencia en ellas, y es posible que se vuelvan negativas y que aflojen en su trabajo. A veces, el trabajo no es laborioso, y los deberes de las personas se tornan más fáciles de cumplir, y entonces hay quienes se sienten felices y piensan: ‘sería grandioso si desempeñar mi deber fuera siempre así de fácil’. ¿Qué clase de personas son estas? Son perezosas y ávidas de las comodidades de la carne. ¿Son leales en el desempeño de sus deberes? (No). Tales personas afirman estar dispuestas a someterse a Dios, pero su sumisión viene con condiciones; para someterse, las cosas deben ajustarse a sus propios conceptos y no ocasionarles ninguna penuria. Si encuentran adversidad y deben soportar penurias, se quejan grandemente e incluso se rebelan y se oponen a Dios. ¿Qué clase de personas son estas? Son personas que no aman la verdad. Cuando las acciones de Dios concuerdan con sus propios conceptos y deseos, y no tienen que soportar penurias ni pagar un precio, pueden someterse. Pero si la obra de Dios no se alinea con sus conceptos o preferencias y requiere que soporten penurias y paguen un precio, no pueden someterse. Incluso si no se oponen abiertamente, en sus corazones se resisten y están molestas. Se perciben a sí mismas como personas que soportan grandes adversidades y albergan quejas en sus corazones. ¿Qué clase de problema es este? Demuestra que no aman la verdad(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). En las palabras de Dios aprendí que hay quienes quieren que les vaya bien en su deber. En cuanto se topan con dificultades y deben sufrir o pagar un precio, se resisten y se quejan. Son personas perezosas, codician las comodidades de la carne, y no son leales en el deber, no atienden lo más mínimo la voluntad de Dios y no aman la verdad. Me di cuenta de que yo era igual. Solo quería un deber fácil y que el trabajo marchara sobre ruedas. No estaba dispuesta a sufrir ni a pagar un precio. Ante la persecución, cuando los nuevos fieles no se atrevían a acogernos ni a reunirse por miedo a la detención, y no solo sufría mi carne por no tener hospedaje, sino que, además, tuve que pagar un precio mayor para encontrar nuevos fieles, hablarles sobre las palabras de Dios y ayudarlos. Me quejaba de lo difícil que era ser perseguida, de lo cobardes que eran los nuevos fieles, y solo quería abandonar mi deber e irme. En cuanto me topé con dificultades, empecé a pensar en los intereses de mi carne y me faltó un ápice de lealtad y sumisión. Dios permitió que sucediera esta situación y quería que buscara la verdad y extrajera lecciones de esta experiencia, pero yo no valoraba la entrada en la vida, siempre codiciaba las comodidades de la carne y consideraba el deber en función de mis preferencias. No era una persona que amara la verdad. Otro pasaje me impactó profundamente. Dios dice: “Hoy, no crees las palabras que digo ni les prestas atención; cuando llegue el día en que esta obra se esparza y veas la totalidad de ella, lo lamentarás y, en ese momento, te quedarás boquiabierto. Existen bendiciones, pero no sabes cómo disfrutarlas; y existe la verdad, pero no la buscas. ¿No atraes desprecio sobre ti mismo? En la actualidad, aunque el siguiente paso de la obra de Dios todavía está por comenzar, no hay nada excepcional acerca de las cosas que se te piden y lo que se te pide vivir. Hay tanta obra y tantas verdades; ¿no son dignas de que las conozcas? ¿Son el juicio y el castigo de Dios incapaces de despertar tu espíritu? ¿Son el castigo y el juicio de Dios incapaces de hacer que te odies? ¿Estás contento de vivir bajo la influencia de Satanás, en paz y disfrutando y con un poco de comodidad carnal? ¿No eres la más vil de todas las personas? Nadie es más insensato que los que han contemplado la salvación, pero no buscan ganarla; estas son personas que se atiborran de la carne y disfrutan a Satanás. Esperas que tu fe en Dios no acarree ningún reto o tribulación ni la más mínima dificultad. Siempre buscas aquellas cosas que no tienen valor y no le otorgas ningún valor a la vida, poniendo en cambio tus propios pensamientos extravagantes antes que la verdad. ¡Eres tan despreciable! Vives como un cerdo, ¿qué diferencia hay entre ti y los cerdos y los perros? ¿No son bestias todos los que no buscan la verdad y, en cambio, aman la carne? ¿No son cadáveres vivientes todos esos muertos sin espíritu? […] Te otorgo la vida humana real, pero no la buscas. ¿Acaso no eres igual a un cerdo o a un perro? Los cerdos no buscan la vida del hombre, no buscan ser limpiados y no entienden lo que es la vida. Cada día, después de hartarse de comer, simplemente se duermen. Te he dado el camino verdadero, pero no lo has obtenido: tienes las manos vacías. ¿Estás dispuesto a seguir en esta vida, la vida de un cerdo? ¿Qué significado tiene que tales personas estén vivas? Tu vida es despreciable y vil, vives en medio de la inmundicia y el libertinaje y no persigues ninguna meta; ¿no es tu vida la más innoble de todas? ¿Tienes las agallas para mirar a Dios? Si sigues teniendo esa clase de experiencia, ¿vas a conseguir algo? El camino verdadero se te ha dado, pero que al final puedas o no ganarlo depende de tu propia búsqueda personal(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). Con las palabras de Dios me di cuenta de que Dios expresa Sus palabras, riega y provee a la gente. Además, nos da la oportunidad de hacer nuestro deber, con la esperanza de que persigamos y alcancemos la verdad en el deber, logremos la transformación del carácter y nos salvemos. Esto es la exaltación y la gracia de Dios. Quienes aman la verdad valoran esas oportunidades. En el transcurso del deber, persiguen y alcanzan la verdad. En cuanto a mí, no amaba la verdad, y cuando me topaba con dificultades en el deber, me resistía y me quejaba de mi situación. Todo era demasiado agotador y difícil, no estaba dispuesta a sufrir ni a pagar un precio y solo quería alejarme. Por lo perezosa que era y lo poco dispuesta que estaba a perseguir la verdad, aunque siguiera a Dios hasta el final, jamás alcanzaría la verdad ni la transformación del carácter, y terminaría descartada y castigada. Tenía que dejar de complacer mi carne, tenía que rebelarme contra ella y cumplir bien con mi deber. Me di cuenta de que esos nuevos fieles eran cobardes y tenían miedo porque acababan de entrar en la fe, aún no habían echado raíces en el camino verdadero y no comprendían la verdad. Si no pagaba un precio y sufría un poco para regarlos y sustentarlos, era probable que esos nuevos fieles no pudieran mantenerse firmes ellos solos y yo quedara marcada por una transgresión. Tuviéramos o no una familia anfitriona, y pasáramos o no por el sufrimiento, estaba dispuesta a perseverar en el deber y cumplir con mi responsabilidad. Ese día, la madre de Nevin se acercó a mí en el campo, y me dijo: “Ya están empezando la patrulla nocturna los soldados; nos preocupa que te los encuentres, ya que eres una forastera que entra y sale de la aldea”. Hablé con ella: “Cuando Dios se disponía a destruir Sodoma, los sodomitas querían herir a los dos ángeles enviados allí por Dios. Lot sobrevivió porque acogió en casa a los dos ángeles. Dios ya está realizando la última etapa de Su obra de salvación de la humanidad. Estos que persiguen a los creyentes son tan malvados como los sodomitas. Es normal preocuparse, pero debemos tener fe. Está en manos de Dios que los soldados nos descubran o no. Debemos orar más a Dios; Él protegerá Su propia obra. Si ustedes no nos acogen y tenemos que irnos, no podremos regarlos. Si nos acogen mientras difundimos aquí el evangelio, es una buena acción de su parte, y Dios la recordará”. Después de mi charla, ella tenía menos miedo, y hasta estaba bastante contenta. Luego nos cuidó muy bien, y yo pude calmarme, hablar con los nuevos fieles y celebrar reuniones día y noche. Tras comprender algunas verdades, los nuevos fieles invitaban a familiares y amigos a escuchar el evangelio. En solo dos meses, 120 lugareños aceptaron la obra de Dios en los últimos días. Me alegraba mucho de que asistieran a las reuniones todos estos nuevos fieles. Pese a que fue un proceso duro y sufrí un poco, me sentía en paz sabiendo que había cumplido con mi deber. Tras presenciar la guía de Dios, aumentó mi fe.

Más adelante, la supervisora nos asignó el sustento de nuevos fieles en otra aldea. Primero fuimos a casa de un nuevo fiel, el hermano John. John era relativamente proactivo en el deber y capaz de congregar a los nuevos fieles para las reuniones, pero luego dejó de asistir a ellas por miedo a que lo detuvieran. Queríamos sustentar primero a John y después, a través de él, ir a sustentar a otros nuevos, pero John no quería hablar con nosotras. Su esposa señaló: “En una junta en la aldea, nos dijeron que no escucháramos sermones ni creyéramos en Dios. La miliacia patrulla de noche y detiene a todo aquel a quien pilla escuchando. Nos han prohibido escuchar sermones, nos da miedo que nos detengan y, además, estamos bastante ocupados y no tenemos tiempo de escucharlos”. Dicho aquello, empezó a ignorarnos. Al ver que este nuevo fiel ni siquiera nos dejaba hablar y nos evitaba, me parecía que realmente estábamos en un aprieto. Ir y volver de la aldea era un viaje largo y cansado, así que dejé de sustentar a los nuevos fieles y continué con otro trabajo. Pasado un tiempo, mi supervisora me volvió a recordar que los nuevos fieles estaban ocupados durante el día y que podía ir de noche. Pensé: “Nos evitan y no quieren escuchar; aunque vaya, no sabré qué hacer. El viaje hasta allí es largo y será aún más difícil de noche”. Así que no quise ir. Entonces comprendí que estaba eludiendo mi responsabilidad para con los nuevos fieles posponiendo continuamente el viaje. Recordé la revelación de Dios sobre cómo trabajan los falsos líderes. Dicen las palabras de Dios: “Supongamos que hay un trabajo que una persona podría realizar en un mes. Si tarda seis meses en hacer este trabajo, ¿no suponen cinco de estos meses una pérdida? Dejadme que os dé un ejemplo sobre difundir el evangelio. Algunos están dispuestos a investigar el camino verdadero y solo necesitan un mes para convertirse, tras lo cual se incorporan a la iglesia y continúan recibiendo riego y provisión. No hace falta más que seis meses para asentarse. Sin embargo, si la actitud de la persona que difunde el evangelio es de indiferencia y negligencia, los líderes y obreros no tienen sentido de la responsabilidad y al final se tarda medio año en convertir a la persona, ¿no constituye este medio año una pérdida en su vida? Si enfrenta un gran desastre y carece de base en el camino verdadero, estará en peligro; ¿no le deberás tú algo? Dicha pérdida no se mide en dinero ni en bienes materiales. Has demorado medio año su comprensión de la verdad, por ti ha tardado medio año en asentarse y cumplir con su deber. ¿Quién va a responsabilizarse? ¿Son capaces de responsabilizarse los líderes y obreros? La responsabilidad por demorar la vida de alguien supera la capacidad de aguante de cualquiera. Dado que nadie puede asumir esa responsabilidad, ¿qué deberían hacer los líderes y obreros? En dos palabras: darlo todo. ¿Darlo todo para hacer qué? Para cumplir tus responsabilidades y hacer todo lo que puedas ver con tus propios ojos, pensar en tu fuero interno y lograr con tu propio calibre. Eso es darlo todo, eso es ser leal y responsable, y esa es la responsabilidad que deben cumplir los líderes y obreros(La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (4)). Gracias a las palabras de Dios aprendí que, sea cual sea el trabajo de uno, si se hubiera podido hacer en un mes, pero acabó llevando seis meses, esto constituye un grandísimo perjuicio. Por ejemplo, en el caso de la difusión del evangelio, si alguien quiere estudiar el camino verdadero, se le puede introducir en la fe en un mes, y puede entrar a tiempo en la casa de Dios si el predicador del evangelio cumple con su responsabilidad. Así podrá comprender antes la verdad y echar raíces en el camino verdadero. Si no pagamos un precio en el deber, si tenemos una actitud despreocupada y superficial y tardamos seis meses en introducir a esta persona en la fe, esto será un gran perjuicio en su vida. Si suceden calamidades y estas personas aún no han aceptado la obra de Dios, les faltan el riego y la provisión de la verdad y mueren, nadie podrá ser responsable de dichas muertes. Así pues, esto exige que no posterguemos el deber y que hagamos todo lo posible por cumplir nuestras responsabilidades para tener la conciencia limpia. Mientras yo sustentaba a los nuevos fieles y difundía el evangelio, no estaba dispuesta a pagar un precio ni quería sufrir. Cuando me asignaron el sustento a nuevos fieles y la difusión del evangelio en aquella aldea, además de afrontar dificultades y un largo viaje, complací mi carne y no deseaba ir, cosa que postergaba día tras día. Esos nuevos eran cobardes, tenían miedo y no se atrevían a ir a reuniones por la persecución gubernamental; necesitaban desesperadamente riego y sustento para comprender la verdad y liberarse de sus limitaciones. Si la obra de Dios llegaba a su fin y esta gente no se había liberado de las fuerzas de la oscuridad, no se reunía y no escuchaba las palabras de Dios, no comprendería la verdad, no alcanzaría la salvación de Dios y se consumiría en las calamidades. Es más, en esa aldea, muchos aún no habían oído la voz de Dios. Si otros, como yo, complacían su carne y dejaban de difundir el evangelio ante las dificultades, esa gente no oiría la voz de Dios ni recibiría la salvación de Dios. Debía dejar de postergar las cosas y apartar mis preocupaciones. Surgiera la situación que surgiera, tenía que vivirla y cumplir con mis responsabilidades.

Luego recordé otro pasaje de las palabras de Dios: “Como ser creado, como uno de los seguidores de Dios, difundir el evangelio es una misión y una responsabilidad que todo el mundo debe aceptar, independientemente de su edad y sexo, de lo joven o viejo que sea. Si esa misión llega hasta ti y exige que te entregues, que pagues un precio o incluso que sacrifiques tu vida, ¿qué deberías hacer? Deberías sentirte obligado a aceptarla. Esa es la verdad, es lo que debes comprender. No se trata de una simple doctrina, es la verdad. ¿Por qué digo que es la verdad? Porque sin importar cómo cambien los tiempos, cómo pasen las décadas o cómo se alteren los lugares y los espacios, difundir el evangelio y dar testimonio de Dios siempre serán cosas positivas. Su significado y su valor nunca cambiarán: no se verán influidos en lo más mínimo por cambios en el tiempo o en la ubicación geográfica. Difundir el evangelio y dar testimonio de Dios es algo eterno y, como ser creado, debes aceptarlo y practicarlo. Esa es la verdad eterna(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 1: Tratan de ganarse el corazón de la gente). Las palabras de Dios me llegaron al alma. Por la gracia de Dios pude oír Su voz. Mi deber era difundir el evangelio y regar a nuevos fieles, y tenía que terminarlo. Cuando tuviera que sufrir y pagar un precio, debía aceptarlo sin condiciones. Afrontara las dificultades o situaciones que afrontara, tenía que someterme y cumplir con mi deber. Consciente de esto, me fui sola a la aldea. Anochecía cuando salí, y se había puesto a llover. Mientras caminaba por la carretera, oraba a Dios. Después, me encontré con una ancianita. Como le dije que iba a su aldea, caminamos en fila india. Cuando llegué a la aldea, no volví a ver a la ancianita. Estaba oscuro. No conocía los caminos de allí y no sabía adónde ir, así que me senté a un lado de la carretera. Estaba bastante nerviosa, preocupada por no saber qué decir si me topaba con una patrullera nocturna, por lo que clamaba continuamente a Dios en mi interior. En ese momento, una mujer volvía de trabajar en el campo y, al verme sentada sola, me preguntó: “¿Qué haces ahí sentada? Puedes acompañarme a mi casa”. La seguí hasta su casa y, cuando le prediqué el evangelio, lo aceptó. Luego trajo a más gente para que escucharan. Cuando supo la gente que yo difundía el evangelio, algunos me buscaron personalmente y me llevaron a su casa a predicarlo. Di testimonio de la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días, y ellos disfrutaron mucho al oírme hablar de ella. Algunos afirmaron: “Dios Todopoderoso es el regreso del Señor Jesús; son un solo Dios. Debemos seguir escuchando las palabras de Dios Todopoderoso”. Otros señalaron: “Aunque nos persiga el Gobierno, continuaremos escuchando”. Algunos nuevos fieles estaban muy entusiasmados en las reuniones, venían mañana y noche, y realmente ansiaban y deseaban reunirse a escuchar sermones. Estaba bastante sorprendida. Antes, siempre había complacido mi carne y no estaba dispuesta a sufrir y pagar un precio, pero cuando rectifiqué mi estado y me dispuse a cooperar, vi que lo que hace Dios supera nuestra imaginación. La posibilidad de expandir la difusión del evangelio por medio de aquella mujer fue una señal de que Dios se ocupa de Su obra. Con ello contemplé la autoridad de Dios y reforcé mi decisión de seguir difundiendo el evangelio. Un mes después, habíamos difundido el evangelio en toda la aldea. Casi todos los nuevos que antes tenían miedo de ser detenidos habían empezado a reunirse de nuevo. Se reunían normalmente más de 80 lugareños, y pudimos abrir una iglesia. ¡Gracias a Dios!

Con esta experiencia aprendí que es importantísima la propia actitud en el deber. Cuando nos sometemos y atendemos la voluntad de Dios, vemos que, por muy duro que sea nuestro trabajo, siempre que cooperemos sinceramente, se manifestará la guía de Dios. Pese a revelar corrupción, ser negativa y débil y querer abandonar, gracias a la guía y provisión de las palabras de Dios no desistí de predicar el evanglio ni tuve remordimientos. Todo esto sucedió con la protección de Dios. Con esta experiencia, aumentó mi fe y progresé en la vida. ¡Gracias a Dios!

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