Diecinueve años de sangre y lágrimas
He sido creyente en el Señor desde niña, junto con mis padres. Cuando tenía más de 30 años, mi esposo murió por enfermedad y me quedé sola criando a dos hijos y una hija. Por la gracia del Señor, mis hijos tuvieron éxito en sus profesiones y llegaron a ser personas muy acomodadas, con familias felices. En 1999, toda mi familia y yo aceptamos la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días, y nos pusimos a difundir y dar testimonio del evangelio del reino con entusiasmo. Sin embargo, una detención inesperada hizo añicos la tranquila vida de nuestra familia.
Una noche de junio de 2002, me enteré de que la policía había ido al trabajo de mi hijo mayor a detenerlo, pero él consiguió escabullirse en un momento en que la policía no estaba atenta. Lo buscaron por todas partes. Me puse ansiosa y me llené de temor cuando me enteré de esta noticia. ¿Lo iban a atrapar? Si, efectivamente, lo detenían, seguro que lo torturarían y le causarían auténticos estragos. Éramos una familia feliz con todas las necesidades cubiertas. Todos mis hijos eran creyentes y activos en el cumplimiento de sus deberes. ¡Una maravilla! Sin embargo, ahora la policía perseguía a mi hijo, que había perdido el trabajo y no se atrevía a volver a casa. La familia estaba separada. No sabía qué íbamos a hacer. Cuanto más lo pensaba, más me disgustaba, así que me presenté ante Dios en oración para pedirle que velara por mi hijo y que a mí me guiara para poder comprender Su voluntad. Tras orar, recordé algo que dijo Dios: “No te desanimes, no seas débil; y Yo te aclararé las cosas. El camino que lleva al reino no es tan fácil. ¡Nada es tan simple! Queréis que las bendiciones vengan a vosotros fácilmente, ¿no es así? Hoy, todos tendréis que enfrentar pruebas amargas. Sin esas pruebas, el corazón amoroso que tenéis por Mí no se hará más fuerte ni sentiréis verdadero amor hacia Mí. Aun si estas pruebas consisten únicamente en circunstancias menores, todos deben pasar por ellas; es solo que la dificultad de las pruebas variará de una persona a otra” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 41). A partir de las palabras de Dios, supe que tener fe y seguirlo a Él no es un camino fácil: todo el mundo ha de pasar por dificultades y pruebas. Que la policía persiguiera a mi hijo era algo que Dios permitía que sucediera. Estaba utilizando este tipo de situación dolorosa para perfeccionar nuestra fe y nuestro amor; este sufrimiento era una bendición de Dios. Me sentí más tranquila al reflexionarlo de esa forma y oré, dispuesta a dejar a mi hijo en manos de Dios y a someterme a Su soberanía y Sus disposiciones.
Más adelante, cuando la policía se enteró de que mi hijo había impreso libros de las palabras de Dios en la iglesia, lo incluyó en la lista de delincuentes más buscados a nivel nacional y, proclamando su determinación por atraparlo, movilizó para su búsqueda a un gran número de agentes. Esta noticia me angustió y preocupó mucho: ¿cómo podría librarse de la detención si el Partido Comunista lo convertía en un objetivo prioritario? Hacía poco que había conocido el caso de un hermano detenido y golpeado hasta la muerte por la policía. Con tanto como odia el Partido Comunista a los creyentes, ¿de verdad no iba a torturar a mi hijo si lo encontraba? Cuanto más lo pensaba, más me asustaba, y vivía siempre en vilo. Vomitaba todo lo que comía, no podía dormir y me empezaba a palpitar el corazón cada vez que oía la sirena de un vehículo policial. En esa época me encontraba en un estado de gran ansiedad y también de mala salud física. Días después, la policía llamó dos veces a casa para preguntar por el paradero de mi hijo, y dijo de forma amenazante: “Si no lo entregan, eso es encubrir a un delincuente, ¡y no se librará ni un solo miembro de la familia!”. Me asusté mucho cuando oí eso y no sabía cuándo podría aparecer la policía a registrar la casa y, posiblemente, detenernos a mi hijo menor, a su esposa y a mí. Me preocupaba aún más cuándo capturarían a mi hijo mayor. No paré de orar a Dios una y otra vez para pedirle fe, fortaleza y que velara por mi hijo mayor para que se mantuviera firme. Después de orar, recordé unas palabras de Dios: “No debes tener miedo de esto o aquello; no importa a cuántas dificultades y peligros puedas enfrentarte, eres capaz de permanecer firme delante de Mí sin que ningún obstáculo te estorbe, para que Mi voluntad se pueda llevar a cabo sin impedimento. Este es tu deber […]. Este es el momento en que te probaré, ¿me ofrecerás tu lealtad? ¿Puedes seguirme hasta el final del camino con lealtad? No tengas miedo; con Mi apoyo, ¿quién podría bloquear el camino?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 10). Las palabras de Dios fortalecieron mi fe: Dios es omnipotente y todo está en Sus manos; por tanto, ¿no está también en Sus manos el destino de todos los miembros de nuestra familia? Sin el permiso de Dios, la policía no podría hacernos nada. Mi preocupación por si detenía a los miembros de nuestra familia y el hecho de vivir en constante estado de miedo significaban que me faltaba tener fe auténtica en Dios. Me sentí más tranquila con la guía de las palabras de Dios. Con Él a mi lado, no tenía nada que temer. Dispuesta a poner a toda nuestra familia en Sus manos, decidí que, aunque me detuvieran, nunca traicionaría a nuestros hermanos y hermanas. ¡Nunca traicionaría a Dios!
Meses más tarde, como la policía todavía no había encontrado a mi hijo, empezó a amenazarnos con detener a toda la familia. Mi hijo menor, su esposa y yo no tuvimos más remedio que irnos de casa y escondernos. Antes de marcharnos, estaba absolutamente confundida pensando en que mi hijo mayor estaba en busca y captura, que yo no sabía dónde estaba y que, ahora que teníamos que huir de casa, una familia completamente feliz iba a quedar totalmente desmembrada por el PCCh. Me sentía destrozada. ¿Qué hay de malo en tener fe y adorar a Dios? El Partido Comunista estaba decidido a llevarnos a la ruina. En realidad no quiere dejar vivir a los creyentes de ningún modo. ¡Qué detestable es el Partido Comunista! Me quedé viuda a mis treinta y tantos años y me costó mucho criar a tres hijos yo sola. Había trabajado incansablemente la mayor parte de mi vida y por fin había salido adelante. Nunca imaginé que, a mi avanzada edad, me vería obligada a huir del Partido Comunista como una fugitiva. Si nos íbamos de esa forma, ¿no confiscaría el partido todos nuestros bienes y nuestra casa? Entonces, ¿cómo nos las arreglaríamos? Estos pensamientos me resultaron muy dolorosos. Me presenté ante Dios a orar: “¡Dios mío! En el fondo no puedo renunciar a nuestras posesiones y me preocupa cómo me las arreglaré a partir de ahora. Por favor, guíame para comprender Tu voluntad”. Tras orar, me acordé de una cita del Señor Jesús: “Cualquiera de vosotros que no renuncie a todas sus posesiones, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:33). Los discípulos del Señor Jesús fueron capaces de dejar todo lo que tenían para seguirlo a Él. Me acordé de Mateo: era recaudador de impuestos, pero, cuando el Señor Jesús lo llamó, dejó todas sus posesiones y sacrificó todo lo que tenía para seguir al Señor. Y cuando el Señor llamó a Pedro, este dejó su trabajo de pescador para seguirlo. Sin embargo, ante la opresión del Partido Comunista, yo no era capaz ni de renunciar siquiera a unas pocas pertenencias. Me faltaba mucha fe. Las aves del cielo no siembran ni siegan, pero Dios cuida de ellas; ¿y de nosotros, los seres humanos? Esta idea me ayudó a aliviar mis preocupaciones. En los últimos días, Dios se ha hecho carne y expresa verdades para purificarnos y salvarnos. Yo era muy afortunada por poder seguir a Dios y recibir la verdad y la vida. ¡Un poco de sufrimiento vale bien la pena! La verdad es un tesoro inestimable que no se puede comprar con ninguna posesión material, y supe que toda dificultad futura valdría la pena.
Después de habernos ido de casa, la policía se enteró de que toda mi familia y yo éramos creyentes en Dios Todopoderoso e inició una búsqueda por toda la ciudad. Nos trasladábamos de un lugar a otro con el fin de eludir la detención, a veces marchándonos antes de que pasara un mes. Siempre estaba agotada y me dolía la espalda. Por miedo a que nos descubriera la policía, teníamos que alojarnos en pequeñas casas privadas de una sola planta. En invierno, hacía tanto frío en casa que el agua se congelaba, y la casa no se caldeaba ni siquiera manteniendo la estufa encendida durante una semana entera. Se me agrietaba la piel de las manos a causa del frío y todo contacto con agua me dolía mucho. El último lugar al que nos mudamos fue una pequeña cabaña para la cría de polluelos en una aldea, oscura y húmeda plagada de insectos. Era tan nauseabunda que no podía comer. Añoraba nuestros días en casa, en un bonito apartamento cálido y cómodo. Me resultaba realmente lamentable compararlo con nuestras circunstancias de ese momento. No tenía ni idea de cuándo acabarían esos días. Al darme cuenta de que no me hallaba en el estado correcto, me presenté inmediatamente ante Dios en oración para pedirle esclarecimiento y guía para comprender Su voluntad. Tras orar, me vinieron a la memoria unas palabras de Dios: “Eres un ser creado, debes por supuesto adorar a Dios y buscar una vida con significado. Si no adoras a Dios, sino que vives en tu carne inmunda, ¿no eres solo una bestia, vestida de humano? Como eres un ser humano, ¡te debes gastar para Dios y soportar todo el sufrimiento! El pequeño sufrimiento que estás experimentando ahora, lo debes aceptar con alegría y con confianza y vivir una vida significativa como Job y Pedro. […] Vosotros sois personas que buscáis la senda correcta, los que buscáis mejorar. Sois personas que os levantáis en la nación del gran dragón rojo, aquellos a quienes Dios llama justos. ¿No es esa la vida con mayor sentido?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Práctica (2)). Las palabras de Dios fueron muy alentadoras para mí. Me acordé de cuando Satanás tentó a Job: Job perdió absolutamente todas las posesiones de su familia y sus hijos murieron aplastados. Él tenía todo el cuerpo lleno de llagas. A pesar de tan tremendo sufrimiento, siguió alabando el nombre de Dios y dio un rotundo testimonio de Él. Dios miró con buenos ojos a Job y lo bendijo. El objetivo de Pedro era amar y conocer a Dios. Pasó por centenares de pruebas sin perder nunca la fe y, finalmente, fue crucificado boca abajo por causa de Dios. Fue capaz de someterse hasta la muerte, dio un hermoso testimonio y vivió una vida llena de sentido. Sin embargo, yo ni siquiera soportaba tener que trasladarme unas cuantas veces y sufrir un poco. ¡No mostraba verdadero sometimiento a Dios! La desdicha que soportaba por entonces se debía exclusivamente a la persecución del gran dragón rojo. En vez de odiar al gran dragón rojo, me estaba volviendo negativa y quejica. ¡Qué poco razonable de mi parte! La persecución del gran dragón rojo sí me causaba cierto sufrimiento, pero estaba aprendiendo a discernir su esencia y tenía clara su esencia demoníaca de odio y oposición a Dios. Fuimos creados por Dios, así que adorarlo es correcto y bueno. Hacerlo es tomar la senda correcta en la vida, y difundir el evangelio es ayudar a todos a oír la voz de Dios y a aceptar la verdad para que luego puedan ser salvados. No obstante, el Partido Comunista nos oprime y se interpone en nuestro camino en todo momento, y hasta obliga a una madre a separarse de sus hijos. Comprobé que, efectivamente, es un partido malvado y enemigo acérrimo de Dios; lo odié y lo maldije de todo corazón. Si no hubiera experimentado ese dolor y, en cambio, hubiera seguido viviendo tranquilamente en casa, no habría visto la verdadera esencia del gran dragón rojo ni habría podido renunciar a él y rechazarlo de corazón. A esas alturas estaba sufriendo un poco por seguir a Dios, pero estaba recibiendo la verdad y la vida: ese sufrimiento tenía un sentido tremendo. Dios se hizo carne, vino a obrar en el país del gran dragón rojo y, ante la persecución y la búsqueda por parte del Partido Comunista, no tenía dónde quedarse a descansar. La adversidad que padeció no se puede cuantificar. Ahora, nuestra familia seguía a Dios y era perseguida por el Partido Comunista y tenía que huir, compartiendo así las penurias de Cristo. ¡Esta era la elevación de Dios! Decidí en silencio que, por mucho que tuviera que sufrir, seguiría a Dios hasta el final.
Posteriormente, mi hija terminó siendo vigilada y seguida por la policía mientras compartía el evangelio fuera de casa. Consiguió deshacerse de ellos entrando en un supermercado grande y cambiándose de ropa. Luego se vio obligada a huir de la zona. Sin darnos cuenta, nuestra familia llevaba separada, huyendo, un año entero. Pensaba constantemente en qué circunstancias se encontrarían mi hijo mayor y mi hija, siempre con la preocupación de que los detuvieran. Apenas podía comer ni dormir lo suficiente y me dio un brote de asma. Empecé a distraerme con facilidad y a menudo me perdía en mis pensamientos. Mi hijo menor no soportaba verme así, por lo que decidió arriesgarse a volver a casa para ver qué pasaba. Cuando se fue, me quedé aguardando, esperando… Cuando ya eran más de las siete de la tarde y aún no había regresado, empecé a angustiarme. Me preguntaba dónde estaba y si lo había atrapado la policía. Pensaba que después de más de un año la policía no seguiría vigilando nuestra casa. Sin embargo, esperé toda la noche y seguía sin volver. Estaba segura de que había pasado algo porque, definitivamente, mi hijo no tenía que ir a ningún otro lado. Si, en efecto, lo habían detenido, no sabía qué tipo de métodos horribles emplearía la policía para torturarlo. Podrían incluso dejarlo lisiado a base de golpes. Al pensarlo, no podía evitar que se me cayeran las lágrimas. No pude comer ni dormir durante varios días, sino que simplemente me sentaba en la cama mirando hacia fuera en un estado de total aturdimiento. Sufría tanto que me sentía como si me hubieran apuñalado el corazón. No había forma de saber si mi hijo mayor estaba vivo o muerto, no sabía si mi hija estaba en peligro o no, y ahora, si habían detenido a mi hijo menor. ¿Qué podía hacer? En mi dolor y desesperación, me presenté ante Dios para orar y me vinieron a la mente estas palabras Suyas: “La suerte del hombre está controlada por las manos de Dios. Tú eres incapaz de controlarte a ti mismo: a pesar de que el hombre siempre está ocupándose para sí mismo, permanece incapaz de controlarse. Si pudieras conocer tu propia perspectiva, si pudieras controlar tu propio sino, ¿seguirías siendo un ser creado?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Restaurar la vida normal del hombre y llevarlo a un destino maravilloso). Al recapacitar sobre esto, entendí que el destino de las personas está totalmente en manos de Dios, así que, independientemente de cuánto suframos y de las situaciones en las que nos encontremos, todo ha sido predestinado por Él. Ninguna preocupación por mi parte serviría de nada. Oré de corazón, dispuesta a dejar a mis hijos en manos de Dios. Más tarde, mi nuera se enteró por una hermana de la iglesia de que mi hijo menor había sido detenido por la policía, que vigilaba de cerca nuestra casa. La policía lo llevó a comisaría, le dio una paliza, le gritó y le preguntó por nuestro paradero. Como él no decía nada, la policía lo detuvo ilegalmente durante quince días hasta que finalmente lo puso en libertad. Sencillamente, lo soltó. Al parecer, la policía se arrepintió de su puesta en libertad y comenzó a buscarlo de nuevo. Por miedo a conducirlos hasta nosotros, mi hijo no se atrevió a volver a casa, sino que permaneció a la fuga. Me indigné cuando me enteré de esto. Hacía más de un año que no volvíamos a casa, pero la policía seguía tratando de rastrearnos y vigilarnos, haciendo todo lo posible por encontrarnos. Quería exterminarnos. ¡Qué malvado es el gran dragón rojo! Cuanto más me oprimía, más podía ver su demoníaco rostro, y más fuerte era mi decisión de tener fe y de seguir a Dios.
Al poco tiempo, mi hijo menor consiguió salir de la zona con ayuda de los hermanos y las hermanas. Mi nuera y yo llegamos a otra provincia no mucho después. Por nuestra seguridad, a ella no le quedó más remedio que esconderse separada de mí. Me resultaba dolorosísimo recordar cómo toda nuestra familia había sido desmembrada por el Partido Comunista. Sobre todo, cuando veía que otras personas eran tan atentas y solícitas con sus padres, echaba aún más de menos a mis hijos. Estaba a punto de derrumbarme. Me presenté ante Dios para orar y me acordé de este pasaje de Sus palabras: “La senda por la cual Dios nos guía no va directamente hacia arriba, sino que es un camino con curvas, lleno de baches; además, Dios dice que cuanto más escarpado es el camino, más puede revelar nuestro corazón amoroso. Sin embargo, ninguno de nosotros puede abrir una senda así. En lo que se refiere a Mi experiencia, Yo he caminado por muchas sendas rocosas y traicioneras y he soportado gran sufrimiento; en ocasiones, incluso he sufrido tanto dolor que he querido gritar, pero he caminado por esta senda hasta este día. Creo que esta es la senda que Dios dirige, así que soporto el tormento de todo el sufrimiento y sigo adelante, pues esto es lo que Dios ha ordenado; entonces ¿quién puede escapar a esto? No pido recibir ninguna bendición; todo lo que pido es poder ser capaz de caminar por la senda por la que debo caminar de acuerdo con la voluntad de Dios. No busco imitar a los demás, caminar por la senda que ellos recorren; todo lo que busco es poder cumplir con Mi devoción para caminar por Mi senda designada hasta el final. […] La cantidad de sufrimiento que una persona debe soportar y la distancia que debe recorrer en su senda están ordenadas por Dios, y, en realidad, nadie puede ayudar a alguien más” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La senda… (6)). Al reflexionar sobre las palabras de Dios, entendí que, sin importar el sufrimiento que experimente una persona o las sendas que tenga que tomar, todo está fijado de antemano por Dios. Cuanto más tortuosa sea mi senda, más podré demostrar mi verdadera estatura. Todos mis hijos estaban a mi lado antes y éramos una familia absolutamente tranquila y unida. En aquel tiempo estaba muy motivada en mi búsqueda. Sin embargo, ahora, debido a la opresión y la persecución del gran dragón rojo, y a que mis hijos estaban fugados, estaba destrozada, deprimida y llena de quejas. Aquella opresión y aquellas dificultades me habían expuesto. Fue entonces cuando me di cuenta de que el único motivo por el que tenía fe era para que Dios me bendijera y me diera Su gracia, para disfrutar del gozo de la carne, no para buscar la verdad ni para someterme a Dios en absoluto. ¿Qué tenía esa fe de sincera? Si ese tipo de situaciones difíciles no me hubieran expuesto así, nunca habría descubierto mis enfoques erróneos en mi búsqueda en la fe. No podría haber adquirido semejante entendimiento en un entorno tranquilo. Por fin entendí que la gracia es una bendición de Dios y, es más, que las dificultades y las pruebas también son una bendición Suya. Supe que, por muy dura que fuera mi senda en el futuro, tenía que salir adelante apoyándome en Dios: tenía que someterme a Su soberanía y Sus disposiciones. Seguí leyendo las palabras de Dios con otras hermanas de manera regular, reuniéndome y compartiéndo Sus palabras. Poco a poco empecé a sentirme mejor.
Pasó algún tiempo, y el Partido Comunista reinició frenéticamente la búsqueda y detención de creyentes por todos lados enviando informantes, chivatos y espías “mangas rojas” a todas partes. Yo no era de la zona y era un objetivo importante. En aquella época, tenía miedo de que me detuvieran y temía constantemente que detuvieran a mis hijos. No podía dormir por las noches y a veces hasta tenía pesadillas. Soñaba que la policía torturaba a mis hijos. Al vivir tanto tiempo en estado de ansiedad y miedo, y tan deprimida, desarrollé hipertiroidismo y perdí tanto peso que me quedé en los huesos. El corazón me latía muy débil y me costaba mucho caminar. Incluso me costaba levantarme de la cama. Pensaba en estar de nuevo en casa. Siempre que me ponía enferma, todos mis hijos estaban allí cuidándome y mi nietito gritaba: “¡Abuela! ¡Abuela!”. Todo era muy entrañable. Sin embargo, el Partido Comunista nos había obligado a separarnos, no podía ver a mis hijos y no tenía ni idea de dónde estaban. Cuanto más lo pensaba, más me entristecía. Como tenía dificultad para levantarme, me arrodillé en la cama, llorando de dolor y orando a Dios: “¡Dios mío! ¡Lo estoy pasando realmente mal! Estoy al límite. Oh, Dios mío, te pido que me des la determinación y la fe para aceptar este sufrimiento y, así, poder mantenerme firme”. Tras mi oración, leí estas palabras de Dios: “En esta etapa de la obra se nos exige la mayor fe y el amor más grande. Podemos tropezar por el más ligero descuido, pues esta etapa de la obra es diferente de todas las anteriores. Lo que Dios está perfeccionando es la fe de la humanidad, que es tanto invisible como intangible. Lo que Dios hace es convertir las palabras en fe, amor y vida. Las personas deben llegar a un punto en el que hayan soportado centenares de refinamientos y en el que tengan una fe mayor que la de Job. Deben soportar un sufrimiento increíble y todo tipo de torturas sin dejar jamás a Dios. Cuando son obedientes hasta la muerte y tienen una gran fe en Dios, entonces esta etapa de la obra de Dios está completa” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La senda… (8)). En las palabras de Dios descubrí que Su obra en los últimos días es la de perfeccionar la fe de las personas. Cuando experimentamos la enfermedad, en ella se hallan los buenos propósitos de Dios. Debemos buscar la verdad y seguir el ejemplo de fe de Job. Él se enfrentó a pruebas increíbles, le salieron llagas malignas por todo el cuerpo y, cuando no pudo más, se sentó entre cenizas y se rascó con un tiesto. Cuando la esposa de Job le instó a abandonar su fe en Dios, él le respondió: “¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal?” (Job 2:10). Job no malinterpretó ni culpó a Dios: siguió manteniendo su fe. Yo, por mi parte, culpé a Dios en cuanto desarrollé hipertiroidismo. Vi la poca fe que tenía en Él y que no entendía Su voluntad. A fin de salvarnos, Dios se ha hecho carne y ha venido a la tierra, soportando una enorme humillación, aguantando la opresión y la represión del Partido Comunista y el rechazo del mundo religioso. Dios lo ha sacrificado todo por salvar a la humanidad, pero yo me volví negativa ante el mínimo sufrimiento e incluso llegué a culparlo a Él. Le debía muchísimo a Dios. Me acordé entonces de los santos de épocas pasadas que fueron perseguidos y martirizados por causa de Dios. Ellos dieron testimonio de Dios con su vida; no hay nada más honorable que eso. Aunque toda nuestra familia era perseguida por el Partido Comunista, teníamos la oportunidad de dar testimonio de Dios. Así nos elevaba Él. Debido a nuestra inmundicia y corrupción, a nuestra identidad, no éramos dignos de dar testimonio de Dios. Una vez que comprendí Su voluntad, dejé de sentirme tan mal. Una hermana se enteró de mi problema de salud, me consiguió un medicamento en el hospital y me lo trajo. Comencé a mejorar progresivamente día a día. ¡Doy mis más sinceras gracias a Dios!
Estuve prófuga durante varios años y, para eludir los registros y las detenciones de la policía, me escondía en cajas y depósitos de papas y, con la protección milagrosa de Dios, logré esquivar una situación peligrosa trás otra. En diciembre de 2008, me denunciaron por difundir el evangelio. Fue una situación bastante tensa: unos sacerdotes religiosos trajeron a la policía para que nos detuviera. Como yo estaba en busca y captura, si la policía finalmente me detenía, no me soltaría tan fácil. Mis hermanos y hermanas me trasladaron inmediatamente a una pequeña aldea secreta y la hermana Li Xinyu me llevaba comida y otros artículos de primera necesidad. No obstante, al cabo de unos meses, de pronto Xinyu dejó de venir y no sabía por qué. En aquel lugar quemaban excrementos secos de vaca para calentarse. En diciembre hacía frío, hasta 20 grados bajo cero. Yo utilizaba menos excrementos cuando parecía que se estaban agotando. Hacía mucho frío dentro y había escarcha en las paredes. Y, cuando me levantaba por la mañana, tenía la cabeza cubierta de escarcha. Tenía la esperanza de que Xinyu apareciera pronto, pero esperaba y esperaba y nunca aparecía. Hacía tanto frío que no paraba de dar pisotones en casa. Sabía que era forastera en ese lugar. Ni siquiera me atrevía a salir a comprar leña y no podía buscar a otros hermanos y hermanas. Aquella zona estaba toda nevada y me resultaba imposible salir a por leña. Si no venía Xinyu, ¿qué podía hacer? ¿Morir de frío allí? Pensar eso me daba escalofríos y me hacía sentir desamparada. Oré y clamé a Dios de corazón una y otra vez. Luego me acordé del profeta Elías: cuando estaba en el desierto sin nada que comer ni beber, Dios ordenó a unos cuervos que le llevaran pan y carne para que comiera. ¿Acaso no hizo Dios mismo esto hace ya mucho tiempo? ¿Por qué me faltaba fe en Dios ante esa situación? Leí estas palabras Suyas: “El gran dragón rojo persigue a Dios y es Su enemigo, y por lo tanto, en esta tierra, los que creen en Dios son sometidos a humillación y opresión […]. Es tremendamente difícil para Dios llevar a cabo Su obra en la tierra del gran dragón rojo, pero es a través de esta dificultad que Dios realiza una etapa de Su obra, para manifestar Su sabiduría y acciones maravillosas, y usa esta oportunidad para hacer que este grupo de personas sean completadas. Dios lleva a cabo Su obra de purificación y conquista mediante el sufrimiento, el calibre y todo el carácter satánico de las personas en esta tierra inmunda, para, de esta manera obtener la gloria y así ganar a los que dan testimonio de Sus obras. Este es el significado completo de todos los sacrificios que Dios ha hecho por este grupo de personas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Es la obra de Dios tan sencilla como el hombre imagina?). Esta lectura me aportó esclarecimiento de inmediato. En los últimos días, Dios utiliza al gran dragón rojo como un hacedor de servicio para Su obra de formar a un grupo de vencedores. Como soy una persona corrupta, tener la oportunidad de experimentar la obra de Dios y de dar testimonio de Él bajo la opresión y la detención del gran dragón rojo era un gran honor de parte de Dios, ¡y todo sufrimiento bien valía la pena! Cuando lo comprendí, oré a Dios dispuesta a someterme a Su soberanía y Sus disposiciones. Aunque muriera de frío allí, no tendría ninguna queja. Una vez que me sometí, apareció inesperadamente otra hermana. Me enteré de que la policía le estaba siguiendo la pista a Xinyu y de que nunca regresó por miedo a implicarme. Esa otra hermana vio el frío que hacía en aquel lugar y me llevó a su casa para que me quedara allí. Me contó que su esposo no era creyente y que llevaba años sin trabajar. Pero estaba empeñado en salir a buscar trabajo ahora y no había quien lo detuviera. Yo no podía quedarme allí si su marido estaba en casa. ¡Dios ciertamente me estaba abriendo el camino! Cuando me lo dijo, me emocioné tanto que se me saltaron las lágrimas. Vi que Dios ya había dispuesto las cosas para mí; lo que pasaba era que, cuando me topaba con dificultades, me faltaba fe y me volvía negativa y débil. El amor de Dios es muy real y yo lo comprobé de verdad.
En 2014, el Partido Comunista intensificó su persecución contra la Iglesia de Dios Todopoderoso movilizando a su Policía Armada para detener frenéticamente a cristianos por todo el país. Empecé a sentirme de nuevo preocupada por mis hijos y no sabía cómo estaban en aquella época. Entonces, un día, mirando un video con mis hermanas, de repente pasó fugazmente una escena en la que me pareció ver a mi hijo mayor. Casi no podía creer lo que había visto; me froté los ojos y volví a mirar el video por si me había perdido algo. En breve apareció nuevamente mi hijo, y esta vez la imagen era clara. Estaba segura de que era él. Entonces grité: “¡Increíble!”; y después: “¡Mi hijo, mi hijo! ¡Salió del país!”. Acto seguido, pasó fugazmente otra imagen en la que vi a mi hijo menor. Me puse tan eufórica que salté de mi asiento. ¿Cuándo habían salido de China? ¡Dios es realmente omnipotente! Seguí mirando y también vi a mi nuera. Todos se habían ido del país y ya no tenía que preocuparme por su seguridad. De la emoción, se me nubló la vista a causa de las lágrimas, y di gracias a Dios en silencio una y otra vez. Mis hermanas también estaban alabando la omnipotencia de Dios llenas de felicidad. El Partido Comunista buscaba a mis dos hijos y a mi nuera, pero habían huido al extranjero burlando la vigilancia del partido: eso era por la autoridad y el poder de Dios. Antes estaba siempre preocupada por la seguridad de mis hijos, pero ese día vi que, por muy feroz que sea Satanás, sigue estando bajo el poder de Dios. Si Dios no lo permite, Satanás no puede controlarnos. Darme cuenta de esto hizo que mi fe en Dios se fortaleciera.
Tras dieciséis años a la fuga, en 2018, mi hija se arriesgó a volver a casa para ver cómo estaba la situación, y trajo con ella una noticia muy dolorosa: mi nieto de 12 años no había podido soportar la persecución del gran dragón rojo y se había suicidado. Al parecer, tras la huida de mi hijo mayor, la policía no dejaba de ir a mi casa y a la escuela, amenazando e intimidando a mi nieto, tratando de obligarlo a desvelar el paradero de su padre, diciéndole que lo meterían en la cárcel por el resto de su vida si no se lo contaba. Estaba asustado y comenzó a tener pesadillas constantes. La policía, además, hizo que sus maestros hicieran que sus compañeros de clase lo excluyeran y lo acosaran. Tenía miedo a sus maestros y compañeros, y más todavía al ver que la policía era capaz de todo por tal de interrogarlo y humillarlo. Después de cuatro años de terror debido al acoso y la intimidación de la policía, mi nieto acabó realmente por no soportarlo. Se suicidó ahorcándose en casa. Cuando oí la noticia, me mareé y estuve a punto de desmayarme. No volví en mí durante un buen rato. El Partido Comunista, el viejo demonio, no solo había distanciado a toda nuestra familia, sino que también se había cobrado la vida de mi nietito. Solamente tenía 12 años, justo la edad en la que estaba lleno de alegría y creciendo, pero el Partido Comunista lo había conducido a la muerte. Yo estaba totalmente desconsolada y llena de rabia hacia el demoníaco Partido Comunista. Cuando mi hija vio el dolor que sentía, me leyó este pasaje de las palabras de Dios: “En una sociedad oscura como esta, donde los demonios son inmisericordes e inhumanos, ¿cómo podría el rey de los demonios, que mata a las personas sin pestañear, tolerar la existencia de un Dios hermoso, bondadoso y además santo? ¿Cómo podría aplaudir y vitorear Su llegada? ¡Esos lacayos! Devuelven odio por amabilidad, empezaron a tratar a Dios como un enemigo hace mucho tiempo, lo han maltratado, son en extremo salvajes, no tienen el más mínimo respeto por Dios, roban y saquean, han perdido toda conciencia, van contra toda conciencia, y tientan a los inocentes para que sean insensibles. ¿Antepasados de lo antiguo? ¿Amados líderes? ¡Todos ellos se oponen a Dios! ¡Su intromisión ha dejado todo lo que está bajo el cielo en un estado de oscuridad y caos! ¿Libertad religiosa? ¿Los derechos e intereses legítimos de los ciudadanos? ¡Todos son trucos para tapar el pecado! […] Ahora es el momento: el hombre lleva mucho tiempo reuniendo todas sus fuerzas; ha dedicado todos sus esfuerzos y ha pagado todo precio por esto, para arrancarle la cara odiosa a este demonio y permitir a las personas, que han sido cegadas y han soportado todo tipo de sufrimiento y dificultad, que se levanten de su dolor y le vuelvan la espalda a este viejo diablo maligno” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (8)). El Partido Comunista es enemigo de Dios, un demonio que se opone a Él y devora a las personas. Le encantaría apoderarse de todos los creyentes y acabar completamente con la obra de Dios; se muere de ganas por controlar a toda la humanidad para siempre. Dios obra en los últimos días para salvar a la humanidad y el Partido Comunista trata frenéticamente de detenerlo y de interrumpirlo. Está desesperado por acabar por completo con todos los creyentes; no deja escapar ni a un niño de 12 años. Nos persiguió hasta el punto de que nuestra familia no pudo volver a casa, se rompió y mi nieto murió. El Partido Comunista es tan malvado, tan malévolo, que no respeta la vida humana. Es el príncipe de los demonios que aniquila a las personas sin pestañear. Lo odio desde lo más profundo del corazón y, cuanto más me persigue de esta forma, más decidida estoy a seguir a Dios y a humillar a este viejo diablo.
El Partido Comunista sigue persiguiendo a nuestra familia incluso en el presente. Al recordar los diecinueve años de mi vida que estuve fugitiva, veo que las palabras de Dios me han aportado guía y esclarecimiento, fe y fortaleza, y que me han traído hasta nuestros días. Sin la protección de Dios, sin la guía y el sustento de Sus palabras, me temo que habría abandonado este mundo hace mucho tiempo, que ya habría muerto o que me habría vuelto loca. El Partido Comunista nos persigue frenéticamente de todas las maneras posibles solo porque somos creyentes en Dios, lo que me impide volver a casa y ha roto mi familia. El Partido Comunista es tan maligno que es un demonio que odia a Dios y está contra Él. ¡Lo aborrezco y lo rechazo de todo corazón! He tenido la suerte de sobrevivir hasta hoy gracias exclusivamente al cuidado y la protección de Dios. Él es el único que ama de verdad a las personas y el único que puede realmente salvarlas. He visto lo sumamente bueno que es Dios y, por muy difíciles o complicadas que se pongan las cosas, ¡seguiré a Dios hasta el final, cumpliré con mi deber y retribuiré el amor de Dios! ¡Doy gracias a Dios!
Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.