La salvación de Dios
Dios Todopoderoso dice: “Cada paso de la obra de Dios —ya sean las palabras ásperas o el juicio o el castigo— perfeccionan al hombre y es absolutamente apropiado. Nunca a lo largo de las eras ha llevado a cabo Dios una obra como esta; en la actualidad, Él obra dentro de vosotros para que apreciéis Su sabiduría. Aunque hayáis sufrido algo de dolor en vuestro interior, vuestro corazón se siente firme y en paz; es vuestra bendición poder disfrutar esta etapa de la obra de Dios. Independientemente de lo que podáis ganar en el futuro, todo lo que veis de la obra de Dios en vosotros hoy es amor. Si el hombre no experimenta el juicio y el refinamiento de Dios, sus acciones y su fervor siempre serán superficiales y su carácter siempre permanecerá inalterado. ¿Acaso esto cuenta como ser ganado por Dios? Hoy, aunque todavía hay mucha arrogancia y soberbia dentro del hombre, su carácter es mucho más estable que antes. El tratamiento que Dios lleva a cabo contigo lo hace con el fin de salvarte, y aunque puedas sentir algo de dolor en el momento, vendrá el día cuando ocurra un cambio en tu carácter. En ese momento, mirarás en retrospectiva y verás cuán sabia es la obra de Dios, y en ese instante podrás entender realmente la voluntad de Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios). Al leer este pasaje, no puedo evitar recordar lo arrogante que era antes. Solía albergar deseos muy desenfrenados, buscaba siempre la fama y el estatus, competía y me comparaba con los demás. Vivía sin ninguna semejanza humana. Después de experimentar el juicio, el castigo y la disciplina de las palabras de Dios, empecé a entender un poco mi naturaleza satánica. Me volví capaz de arrepentirme y despreciarme a mí misma, y fui un poco más honesta y humilde. De verdad sentía que el juicio y el castigo de las palabras de Dios son la salvación para la humanidad.
En 2005, más de un año después de aceptar a Dios Todopoderoso, me eligieron líder de la iglesia. Al haber sido elevada por Dios y tener la confianza de mis hermanos y hermanas, le oré a Dios, decidida a cumplir bien con mi deber para retribuirle Su amor. Me sumergí enseguida en la obra de la iglesia. Cuando otros caían en ciertos estados o tenían dificultades, yo les buscaba unas palabras de Dios para ayudarlos, y aunque lo que comunicaba era superficial, obtuve ciertos resultados. Los hermanos y hermanas decían que mi comunicación les ayudaba un poco. Como tuve algo de éxito en mi deber, un líder me encargó trabajar para varias iglesias. Estaba encantada. Sobre todo cuando noté que comprendía las palabras de Dios más rápido que la hermana con la que trabajaba y el líder me tenía en alta estima, estaba bastante satisfecha conmigo misma. Pensaba que el líder me veía como alguien con auténtico potencial, un talento indispensable para la iglesia. Con el tiempo me volví más y más arrogante y creía que en ese momento tenía un poco de realidad de la verdad. Dejé de centrarme en comer y beber las palabras de Dios o en reflexionar sobre mí misma, y no buscaba la verdad cuando me topaba con un problema. Siempre estaba orgullosa de mí misma, era altanera y menospreciaba a mis hermanos y hermanas. Cuando noté que algunos estaban constreñidos por sus actitudes corruptas y no podían cumplir con sus deberes adecuadamente, en lugar de comunicar sobre la verdad para ayudarlos desde el amor, los regañaba con impaciencia: “La obra de Dios ha llegado a este punto, pero todavía disfrutan de la carne con avaricia. ¿No temen caer en los desastres y ser castigados? Si no empiezan a cumplir bien con su deber, serán eliminados”. Noté que estaban siendo constreñidos y no querían verme, pero no reflexioné sobre mí misma, sino que me quejé de que no buscaban la verdad.
Al poco tiempo, una líder acudió a nuestra reunión. Yo pensaba que era para ascenderme. Para mi sorpresa, me dijo que mi entrada en la vida era superficial, que mi comunicación no resolvía los problemas y que no era apta para estar a cargo de la obra de varias iglesias. Al oír eso, me quedé atónita, con la mente totalmente en blanco. Ni siquiera sé cómo llegué a casa después de la reunión. Solo recuerdo haber llorado todo el camino, pensando: “He trabajado muy duro en mi deber, pero en vez de avanzar me he hundido. ¿Qué pensarán los hermanos y hermanas de mí? Parece que no puedo asumir tanto trabajo, pero ¿cómo puedo conformarme con deberes tan pequeños?”. Durante algunos días fui incapaz de comer o dormir, estaba sumida en el sufrimiento. Solo le oraba a Dios, pidiéndole que me esclareciera y me guiara para poder entender Su voluntad. Me sentí mucho más tranquila después de orar y leí estas palabras de Dios: “En vuestra búsqueda tenéis demasiadas nociones, esperanzas y futuros individuales. La obra presente es para tratar con vuestro deseo de estatus y vuestros deseos extravagantes. Las esperanzas, el estatus y las nociones son, todos ellos, representaciones clásicas del carácter satánico. […] Ahora sois seguidores, y habéis obtenido cierto entendimiento de esta etapa de la obra. Sin embargo, todavía no habéis dejado a un lado vuestro deseo de estatus. Cuando tu estatus es alto buscáis bien, pero cuando es bajo, dejáis de buscar. Las bendiciones del estatus siempre están en vuestra mente. ¿Por qué la mayoría de las personas no pueden desprenderse de la negatividad? ¿Acaso la respuesta invariable no es que se debe a las perspectivas sombrías? […] Cuanto más busques de esta forma, menos recogerás. Cuanto mayor sea el deseo de estatus en la persona, mayor será la seriedad con la que sea tratada y mayor refinamiento el que tendrá que experimentar. ¡La gente así no vale nada! Tiene que ser tratada y juzgada lo suficiente como para que renuncie a estas cosas por completo. Si buscáis de esa manera hasta el final, nada recogeréis. Aquellos que no buscan la vida no pueden ser transformados, y aquellos que no tienen sed de la verdad no pueden ganar la verdad. No te centras en buscar la transformación personal ni en la entrada, sino que en su lugar te concentras en deseos extravagantes y en las cosas que limitan tu amor por Dios y previenen que te acerques a Él. ¿Pueden transformarte esas cosas? ¿Pueden introducirte en el reino?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Por qué no estás dispuesto a ser un contraste?). Comprendí la voluntad de Dios después de leer esto. Él creó esta situación para tratar con mi deseo de estatus, para que reflexionara sobre mí misma y tomara el camino correcto en la búsqueda de la verdad. Reflexioné sobre si mi ansiosa búsqueda y los sacrificios en mi fe habían sido realmente para buscar la verdad y cumplir con el deber de un ser creado. La realidad es que su único fin era satisfacer mi ambición de ponerme por delante de los demás, ¡y en absoluto para buscar la verdad! Así que una vez que conseguí una posición, estaba tan satisfecha conmigo misma que no intenté progresar. Cuando me despidieron, no solo no reflexioné sobre mí misma, sino que fui negativa y débil y culpé a Dios. Incluso consideré tirar la toalla y traicionar a Dios. Estaba tan desprovista de conciencia y razón, era tan egoísta y despreciable. Que me descartaran fue como una protección de Dios. No debería haberme vuelto negativa ni haber malinterpretado a Dios, sino que debería haber buscado la verdad para resolver mi corrupción. En cuanto me di cuenta, acudí a Dios en oración: “Oh, Dios, ya no quiero buscar el estatus. Deseo someterme a Tus normas y disposiciones, buscar realmente la verdad y cumplir con mi deber para satisfacerte”. En los días siguientes, me concentré en comer y beber las palabras de Dios y en reflexionar sobre mí misma, y cuando volví a revelar mi carácter arrogante, le oré a Dios a conciencia y renegué de mí. Me sentí mucho mejor después de practicar así un tiempo, y pude interactuar adecuadamente con los hermanos y hermanas.
Después de unos años así, me volvieron a seleccionar como líder de la iglesia. No mucho después de eso, mi iglesia se fusionó con otra, así que fue necesario volver a celebrar elecciones para los líderes. Mi deseo de estatus volvió a asomar; tenía mucho miedo de perder mi posición. En las reuniones con los líderes de las otras iglesias me di cuenta de que su comprensión de las palabras de Dios y su comunicación de la verdad no eran nada extraordinario, así que pensé que mi elección era segura. Para asegurar mi posición y que más gente viera lo capaz que era, me ofrecí a ir a tratar unos asuntos a una iglesia más débil, con la promesa de resolverlos rápidamente. Me ocupé de las reuniones todos los días, de la comunicación y de la resolución de problemas, y en mi comunicación hablé intencionadamente sobre cómo había hecho mi trabajo en el pasado, los grandes logros que había conseguido y cómo los líderes de aquel momento me valoraban. También hablé deliberadamente de los errores y desviaciones en el trabajo de los líderes de la otra iglesia, para elevarme a mí misma de manera encubierta mientras los criticaba. Pero Dios ve dentro de mi corazón y mi mente, y como mi motivación en el deber era equivocada, Dios se escondió de mí. Durante ese tiempo, aunque estaba ocupada constantemente, no conseguí nada en mi trabajo. Me salieron llagas en la boca e incluso beber agua me resultaba doloroso. Estaba sufriendo de verdad, y pensé en cómo desde que estaba allí no había resuelto nada y mi trabajo no había logrado ningún resultado. Me preguntaba cómo me verían los líderes, si pensarían que no era capaz. ¿Y si me descartaban incluso antes de las elecciones? ¡Qué humillación! Al pensar eso, me moría de ganas de resolver todos los problemas de inmediato, pero daba igual como comunicara, las cosas siguieron igual. Me sentía muy atormentada, entonces, me presenté ante Dios y acudí a Él en oración: “¡Oh, Dios! He caído en la oscuridad y no entiendo ningún problema en absoluto. Oh, Dios, debo haberte desafiado, así que te ruego que me guíes. Estoy dispuesta a reflexionar sobre mí misma y a arrepentirme ante Ti”.
Más tarde leí un pasaje de las palabras de Dios: “Tenéis la lengua y los dientes de los injustos en vuestra boca. Vuestras palabras y vuestras acciones son como las de la serpiente que incitó a Eva a pecar. Os exigís unos a otros ojo por ojo y diente por diente, y lucháis en Mi presencia para arrebatar estatus, fama y fortuna para vosotros mismos, pero no sabéis que Yo observo en secreto vuestras palabras y acciones. Antes siquiera de que vengáis ante Mí, Yo ya habré explorado el fondo mismo de vuestro corazón. El hombre siempre quiere escapar del agarre de Mi mano y eludir la observación de Mis ojos, pero Yo nunca he esquivado sus palabras o sus acciones. En lugar de eso, deliberadamente permito que esas palabras y acciones entren en Mis ojos para poder castigar la injusticia del hombre y ejecutar el juicio sobre su rebeldía. Así, las palabras y acciones secretas del hombre permanecen siempre ante Mi trono de juicio y Mi juicio no ha abandonado nunca al hombre, porque su rebeldía es excesiva” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra de difundir el evangelio es también la obra de salvar al hombre). ¡Las palabras de juicio y revelación de Dios me dejaron temblando de miedo! Recordé cómo había estado pensando y actuando. Para asegurar mi posición como líder y que más gente me admirara, convertí la resolución de problemas mediante la comunicación en un espectáculo para reivindicarme y ganarme corazones, donde me elevaba y menospreciaba a los demás a cada momento. Traté a los hermanos y hermanas como competidores, empleé trucos y tácticas. No tenía ninguna semejanza con una persona de fe, ninguna humanidad. ¿En qué me diferenciaba de un animal que peleaba por un trozo de comida? ¡Era tan egoísta y despreciable! Hacía el mal y me oponía a Dios con mis acciones, y había ofendido Su carácter desde mucho antes. Sufrir esas llagas y no lograr nada en mi trabajo eran el castigo y la disciplina de Dios. Su voluntad era que reflexionara sobre mí misma, que me arrepintiera y cambiara. Medité sobre por qué buscaba siempre la fama y el estatus, por qué los ponía por delante de todo lo demás. Todo se debía al engaño y la corrupción de Satanás. Utilizó la educación y las influencias sociales para llenar mi corazón de estas toxinas y filosofías, como “Quienes trabajan con sus mentes rigen a otros, y quienes trabajan con sus cuerpos son regidos por otros” y “Destacar entre los demás y honrar a los antepasados”. Tales filosofías satánicas estaban profundamente arraigadas en mi corazón y se habían convertido en mi naturaleza. Vivía según esos venenos, volviéndome cada vez más arrogante y engreída, adorando la fama y el estatus, siempre tratando de ponerme por delante y de ser mejor que los demás. Como no estaba en el camino correcto, sino que vivía con ese carácter corrupto y satánico, estaba cegada y era incapaz de ver la raíz de ningún problema o de resolver los de los demás, y retrasaba la obra de la iglesia. No estaba cumpliendo con mi deber, sino que estaba haciendo el mal. Me postré ante Dios y me arrepentí ante Él: “Dios, he descuidado mis deberes por la reputación y la ganancia, he tratado de engañarte y timarte. ¡Debería ser maldecida! Oh, Dios, no quiero seguir siendo así. Quiero arrepentirme ante Ti”. Entonces leí estas palabras de Dios: “Como sois criaturas de Dios, debéis llevar a cabo el deber de una criatura. No hay más requisitos para vosotros. Así es cómo oraréis: ‘¡Oh, Dios! Tenga estatus o no, ahora me entiendo a mí mismo. Si mi estatus es alto, se debe a Tu elevación; y si es bajo, se debe a Tu ordenación. Todo está en Tus manos. No tengo ninguna elección ni ninguna queja. […] No pienso en el estatus; después de todo, solo soy una criatura. Si Tú me colocas en el abismo sin fondo, en el lago de fuego y azufre, no soy más que una criatura. Si Tú me usas, soy una criatura. Si Tú me perfeccionas, sigo siendo una criatura. Si Tú no me perfeccionas, te seguiré amando, pues no soy más que una criatura’” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Por qué no estás dispuesto a ser un contraste?). Las palabras de Dios me dieron un camino de práctica. Ya fuera que me reemplazaran o que tuviera algo de estatus, debía seguir buscando la verdad y cumpliendo bien con mi deber, debía concentrarme en practicar la verdad en mi deber y en desechar mi carácter satánico. Después de eso corregí mis motivaciones en el deber y me concentré en callar ante Dios para leer Sus palabras y orar. Dejé los problemas de la iglesia en manos de Dios y confié en Él, y busqué la verdad con los hermanos y hermanas. Esos asuntos de la iglesia se resolvieron muy rápidamente. Estaba llena de gratitud a Dios. Dios es tan real, tan digno de amor, y estaba a mi lado, disponiéndolo todo para purificarme y transformarme. También me di cuenta de que es vital buscar la verdad y el cambio de carácter en la fe.
Seis meses más tarde me pusieron a cargo de la obra de algunas iglesias más. Sabiendo lo fuerte que era mi deseo de estatus y lo arrogante que era mi carácter, le oré fervientemente a Dios para poder corregir mis motivaciones y cumplir bien con mi deber. En aquel momento me emparejaron con la hermana Wang, que tenía una perspectiva clara de los problemas y era madura en su gestión. Le pedía consejo con frecuencia y aprendía de sus fortalezas. Después de unos meses así, había progresado bastante en la comunicación de la verdad para resolver los problemas y hacer una obra variada en la iglesia. Los hermanos y hermanas también me admiraban. Antes de darme cuenta, volví a sentirme satisfecha conmigo misma. Pensaba que, aunque era relativamente nueva en la fe, mi comunicación era tan buena como la de la hermana Wang, y que había mejorado mi habilidad para gestionar los problemas. Pensé que mi estatura había crecido. No me daba cuenta de que mi arrogancia se mostraba a cada paso, y mi deseo de reputación y estatus había vuelto más fuerte que nunca. Quería que la hermana Wang me hiciera caso en todo. No podía soportar ver que los demás aprobaban su comunicación o que tomara la iniciativa en los asuntos de la iglesia. Me parecía que había tenido algo de práctica y acumulado mucha experiencia, que no era una novata despistada, y que mi calibre era parejo al de ella. Las dos éramos líderes, ¿por qué siempre tomaba ella la delantera? ¿Por qué debía escucharla? Si la cosa seguía así, ¿no sería yo líder solo de nombre? Empecé a trabajar más duro y a equiparme con las palabras de Dios para poder superarla, y durante nuestras discusiones sobre la obra de la iglesia en las reuniones de los colaboradores, cuando ella expresaba sus opiniones yo las analizaba deliberadamente y buscaba errores. Entonces compartía mi “brillante idea” para menospreciarla a ella y elevarme yo. Algo después, mientras discutíamos la obra de la iglesia, a algunos colaboradores les gustaron mis ideas y empezaron a acudir a mí para escuchar mis sugerencias cuando tenían problemas. Me encantaba verlos a todos a mi alrededor. Más tarde, la hermana Wang ya no pudo salir a cumplir con su deber porque el PCCh la estaba vigilando, así que mientras tanto me convertí en la única responsable de la obra de la iglesia. No me sentía abrumada por la tarea, al contrario, estaba muy relajada, y pensaba que al fin podría tener la última palabra en todo. En ese momento me di cuenta de que mi forma de pensar no era la correcta, pero no reflexioné sobre mí misma ni me lo tomé a pecho en absoluto.
Un día, un líder me dijo que debía asistir a una reunión en otra zona, que solo habíamos sido seleccionados unos diez de nosotros, aunque abarcaba una amplia región. También oí a alguien decir que me iban a ascender. Me sentía realmente importante, que era lo más de lo más en nuestra región. Me subí a un tren con otras cuatro hermanas, de buen humor, pero algo inesperado sucedió en el camino. La policía del PCCh nos siguió y nos arrestó. Sus interrogatorios fueron inútiles, así que me condenaron a dos años de trabajos forzados por “organizar y usar organizaciones de culto para socavar la ley”. Pasé por una época difícil tras mi condena. Surgieron en mi corazón malentendidos y dudas sobre Dios: “¿Por qué me arrestaron y me metieron en la cárcel cuando estaba a punto de ser ascendida? ¿No sería Dios haciéndome parar, usando esto para exponerme y eliminarme? ¿He perdido la oportunidad de cumplir con mi deber y ser salvada?”. Tenía tanto dolor y estaba tan perdida. Lloré y le oré muchas veces a Dios: “Oh, Dios, ahora no entiendo Tu voluntad. Parece que me rechazas, que no me quieres. Dios, te ruego que me esclarezcas y me guíes para entender Tu voluntad, para saber cómo entrar en la verdad en esta situación”. Gracias a Dios por escuchar mi oración. Un día, una hermana en el mismo pabellón de la prisión me deslizó sigilosamente una nota con unas palabras de Dios que había copiado. Decían: “Para todas las personas, el refinamiento es penosísimo y muy difícil de aceptar, sin embargo, es durante el refinamiento cuando Dios deja claro el carácter justo que tiene hacia el hombre y hace público lo que le exige y le provee mayor esclarecimiento, además de una poda y un trato más reales. Por medio de la comparación entre los hechos y la verdad, le da al hombre un mayor conocimiento de sí mismo y de la verdad y le otorga una mayor comprensión de la voluntad de Dios, permitiéndole así tener un amor más sincero y puro por Dios. Esas son las metas que tiene Dios cuando lleva a cabo el refinamiento. Toda la obra que Dios realiza en el hombre tiene sus propias metas y significados; Él no obra sin sentido ni tampoco hace una obra que no sea beneficiosa para el hombre. El refinamiento no implica quitar a las personas de delante de Dios ni tampoco destruirlas en el infierno. En cambio, consiste en cambiar el carácter del hombre durante el refinamiento, cambiar sus intenciones y sus antiguos puntos de vista, cambiar su amor por Dios y toda su vida. El refinamiento es una prueba real del hombre y un tipo de formación real; solo durante el refinamiento puede el amor del hombre cumplir su función inherente” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo experimentando el refinamiento puede el hombre poseer el verdadero amor). Mi corazón se iluminó inmediatamente. Esta situación era una prueba de Dios para mí. No era Su voluntad eliminarme, sino que pudiera reflexionar y conocerme mejor a mí misma y entrar en la verdad. Sabía que ya no podía ser negativa y débil, y no podía seguir mis propias nociones y especular sobre la voluntad de Dios. En vez de eso, debía callarme y buscar la verdad, reflexionar y conocerme a mí misma con sinceridad.
Una noche no podía dormir y, contra mi voluntad, me pregunté por qué Dios había permitido que me pasara esto. Entonces, las palabras de Dios vinieron a mi mente: “¿Realmente odiáis al gran dragón rojo? ¿Verdaderamente, sinceramente, lo odiáis? ¿Por qué os he preguntado eso tantas veces? ¿Por qué sigo haciéndoos esta pregunta una y otra vez?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 28). Me pregunté una y otra vez: “¿Odio realmente al gran dragón rojo? ¿Lo odio de verdad?”. Entonces pensé en este pasaje de Sermones y enseñanzas sobre la entrada a la vida: “Dicen algunos: ‘Desprecio al gran dragón rojo más que a nada. Me ha oprimido y acosado y hace tiempo que vi su rostro maligno. Le he dado la espalda’. Afirmas haberle dado la espalda. ¿Quieres decir que te sometes totalmente a Dios? ¿Tienes verdadero amor a Dios? Ha de haber algún indicio concreto de que has abandonado al gran dragón rojo. Si aún estás lleno de venenos del gran dragón rojo y aún juzgas las cosas según sus perspectivas, esto demuestra que no lo has abandonado de veras. Por mucho que lo odies, si todavía te falta discernimiento de su mentalidad y sus perspectivas, de sus herejías y falacias, si sus venenos aún rigen tus perspectivas y actos, ¿cómo puedes decir que has dado la espalda al gran dragón rojo? Tus pensamientos, tu visión de la vida, tus perspectivas, son absolutamente los mismos que los del gran dragón rojo: todos ellos son cosa suya y por eso sigues viviendo bajo el control de Satanás. […] Para escapar de verdad de la influencia de Satanás, debemos someternos al juicio y castigo de Dios; debemos expurgar y purificar por completo todos los venenos satánicos que hay en nosotros. Tenemos que ser capaces de amar y someternos a Dios desde lo más hondo del corazón. Esta es la única forma de abandonar de veras al gran dragón rojo. Cuando la verdad, las palabras de Dios, son las que rigen nuestro corazón; cuando enaltecemos la grandeza de Dios y tenemos una sumisión y adoración inquebrantables por Él y ya no somos objeto de los engaños, las restricciones y la corrupción del gran dragón rojo, es entonces, solamente entonces, cuando se puede decir que hemos escapado de verdad de la influencia de Satanás”. A la luz de estas palabras, me di cuenta de que solo odiaba al gran dragón rojo por arrestar y perseguir a los hermanos y hermanas e interrumpir y sabotear la obra de Dios, pero eso no era realmente odiarlo y renunciar a él. El verdadero odio y renuncia solo puede venir de percibir por completo su esencia malvada y reaccionaria, para que de verdad podamos odiarlo hasta la médula y renunciar a sus toxinas dentro de nosotros. Al experimentar personalmente el arresto, la persecución y la tortura del gran dragón rojo y ser adoctrinada por la fuerza, de verdad me di cuenta de que es un demonio que odia la verdad y odia a Dios. Vi su feo rostro de embaucador y corruptor del hombre. Toca el tambor del ateísmo y el materialismo, empeñado en negar la existencia de Dios, y hace todo lo posible para exaltarse y presumir de ser “grande, glorioso y justo”. Se exalta a sí mismo como salvador del pueblo y quiere que todos lo adoren y crean en él como si fuera Dios, con la vana esperanza de reemplazar a Dios en los corazones de la gente. El gran dragón rojo es muy despreciable, malvado y desvergonzado. Y me di cuenta de que mi esencia era pareja a la suya. Dios me elevó, me dejó practicar el deber de una líder y aprender a resolver los problemas a través de la comunicación de la verdad para que otros pudieran conocer y someterse a Dios, pero aproveché esa oportunidad para alardear todo lo posible, solo quería que los demás me admiraran e hicieran lo que yo decía. ¿No me oponía a Dios al hacer eso? Estaba celosa de la hermana Wang y la excluía, siempre destacaba sus errores y la menospreciaba. Incluso me moría de ganas de que la desplazaran para poder tener la última palabra en la iglesia. ¿Acaso no estaba actuando como un dictador? ¿Acaso no estaba siendo controlada por los venenos del gran dragón rojo, como “Una montaña no puede contener dos tigres” y “Yo soy mi propio señor en todo el cielo y la tierra”? Los decretos administrativos de Dios dicen: “El hombre no debe magnificarse ni exaltarse a sí mismo. Debe adorar y exaltar a Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los diez decretos administrativos que el pueblo escogido de Dios debe obedecer en la Era del Reino). Al rememorar todo lo que había expuesto, ¿cómo podía llamarse eso cumplir con mi deber? ¡Estaba haciendo el mal y oponiéndome a Dios! Mis acciones habían violado hace mucho los decretos administrativos de Dios, y si Él no me hubiera disciplinado, si no hubiera usado esa situación para detenerme en mi camino de maldad, si yo hubiera continuado de acuerdo con mi propia naturaleza y ambiciones, estoy segura de que no me habría detenido ante nada por la fama y el estatus, hasta que al final hubiera hecho un gran mal y terminado castigada por Dios. Darme cuenta de esto fue una seria llamada de atención para mí. Había alcanzado un punto muy peligroso, pero fui totalmente inconsciente. Sin el contraste de este demonio, el gran dragón rojo, probablemente nunca habría visto cuánto de su veneno estaba dentro de mí, que en realidad soy de su calaña. No habría sido capaz de renunciar de verdad a él y tratar de liberarme de su veneno. Vi que todo lo que había hecho Dios era para purificarme y le agradecí desde el fondo de mi corazón que me salvara.
Reflexioné mucho sobre mí misma en prisión, y me arrepentí particularmente de no haber atesorado las oportunidades de cumplir con mi deber. En su lugar, insistí en buscar fama y estatus y viví según los venenos de Satanás. Hice muchas cosas que estaban en contra de la verdad y lastimaban a los hermanos y hermanas, y obstaculicé e interrumpí la obra de la iglesia. Había lastimado mucho a Dios, tenía una gran deuda y estaba llena de arrepentimiento. Solo entonces tuve un profundo deseo de buscar la verdad y experimentar el juicio y el castigo de Dios, para poder deshacerme pronto de esos venenos y vivir a semejanza humana. Reanudé mi deber después de salir, y cuando volví a ser elegida líder de la iglesia, no me sentí tan satisfecha y autocomplaciente como antes. En cambio, me parecía que era una gran responsabilidad, que era la comisión de Dios para mí y la debía atesorar, que debía hacer todo lo posible para buscar la verdad y cumplir con mi deber. Ser castigada y disciplinada una y otra vez despertó al fin mi alma, que había sido engañada por Satanás. ¡Reconocí que solo buscar la verdad, buscar el cambio en mi carácter y cumplir bien con el deber de un ser creado son los objetivos adecuados! Mi deseo de fama y estatus no es tan fuerte como antes, y me estoy volviendo cada vez menos arrogante. Puedo trabajar bien con los demás y cumplir con mi deber correctamente, y ahora vivo con algo de semejanza humana. Siento en lo más hondo que el pequeño cambio no ha sido fácil. Todo esto lo han logrado el juicio y el castigo de las palabras de Dios. ¡Doy gracias por la salvación que me ha concedido Dios Todopoderoso!
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