Es crucial contemplar a los demás basándonos en las palabras de Dios

16 Abr 2023

Por Katrina, Estados Unidos

Conocía a Sheila desde hacía tres años, y la conocía bien. Cuando quedábamos, charlaba conmigo de su estado de aquel momento. Decía que siempre sospechaba de los demás y que le preocupaba mucho lo que los otros opinaran de ella. También afirmaba que podía ser muy mezquina y que siempre estaba especulando con lo que quería decir la gente. Podía disgustarse por la más mínima mirada de la gente, por su tono, o incluso por un comentario al pasar. No quería ser así, pero no podía evitarlo. Solía decir que estaba hondamente corrompida, que era falsa y carente de humanidad y que odiaba cuánto apreciaba la reputación y el estatus, y lloraba mientras hablaba. Al verla tan arrepentida y asqueada de sí misma, pensaba que realmente quería cambiar. Quizá este carácter corrupto era un poco más grave y era su punto fatal, así que la transformación no sería fácil y llevaría tiempo. Entonces, yo pensaba que debía ser considerada con ella. Por muy ocupada que yo estuviera en el deber, si ella quería charlar, dejaba de lado el trabajo, escuchaba sus desahogos y solía alentarla, consolarla y hablar con ella. Sin embargo, no entendía por qué, aunque Sheila parecía hablar clara y lógicamente cuando compartía enseñanza y se conocía bien a sí misma, cuando otros señalaban sus problemas creía que la menospreciaban y se volvía negativa. Esto sucedía reiteradamente y nunca cambiaba. Además, había hablado con muchas personas de este estado, se había sincerado muchas veces y mucha gente había hablado con ella pero, varios años después, aún no había mostrado la más mínima señal de mejoría.

Recuerdo que, una vez, un supervisor estaba analizando un problema que habíamos tenido regando a los nuevos fieles y dijo que no éramos lo bastante comprensivos y pacientes con ellos, y que no les enseñábamos y sustentábamos enseguida cuando no iban a las reuniones, lo que era irresponsable. El supervisor estaba comentándolo para todos los regadores y no señalaba a nadie en concreto. Pero, según Sheila, el supervisor la estaba exponiendo y humillando a ella, por lo que no quiso hablar durante la reunión. En otra ocasión, estaba hablando un hermano de su estado en ese momento y contó que, a veces, al relacionarse con hermanos y hermanas de apenas poca aptitud, no los podía tratar de forma justa. Prosiguió hablando de su experiencia y de cómo cambió y ganó entrada. Sin embargo, cuando lo oyó Sheila, creyó que hablaba de ella y que el hermano estaba menospreciando su aptitud y despreciándola. Estuvo negativa muchos días luego de eso, empezó a tener prejuicios hacia el hermano, lo evitaba y lo ignoraba. Otro día, debatiendo el trabajo, el supervisor señaló un pequeño problema en la forma que tenía Sheila de regar a los nuevos fieles y, de pronto, Sheila se echó a llorar, salió corriendo y no volvió hasta un buen rato después. Se sentó en silencio a un lado, mientras se le caían las lágrimas como si estuviera profundamente ofendida. Al ver el gesto de su cara, no pude sosegarme en mi interior, y la reunión se vio perturbada. En definitiva, al supervisor no le quedó más remedio que consolarla y alentarla, tras lo cual por fin se calmó. Más tarde, el líder habló con ella y le señaló que apreciaba en exceso la reputación y el estatus y que, para cumplir con su deber, tenía que ser el centro de los miramientos y la atención de todos. Ella lo admitió todavía menos: por un lado, dijo que las críticas del supervisor tenían prejuicios y eran injustas, mientras añadía que ella era de naturaleza difícil y que quería transformarse, pero no podía. También señaló, “No hay salvación para mí. ¿Por qué tengo este tipo de naturaleza? ¿Por qué los demás son mejores que yo y están bendecidos con ideas menos complicadas? ¿Por qué no me dio Dios una naturaleza buena?”. Al oírle decir todo esto, pensé, “¡Qué obstinadamente problemático e irracional de su parte! ¿Cómo puede culpar a Dios?”. No obstante, reflexioné que quizá se hallaba en un estado negativo últimamente y que solamente dijo esas cosas porque se veían amenazados su reputación y su estatus. Quizá, cuando mejorara su estado, ella dejaría de ser así.

Luego, comprendí que, estuviera con quien estuviera, Sheila se preocupaba mucho por sus expresiones: si alguien le parecía frío con ella o no le gustaba su tono o actitud, decía que esa persona le tenía manía. En mi relación con ella era sumamente cuidadosa, siempre preocupada por si la ofendía de algún modo con mis palabras o hacía que se volviera negativa y se demorara en su deber. Era agobiante intentar relacionarse con Sheila, y normalmente quería evitarla. Pero luego pensé que yo también era corrupta y que no debía mirarla siempre de manera crítica. Debía ser comprensiva y considerada con sus dificultades, y ser tolerante y compasiva con ella. Por ello, me obligaba a relacionarme con ella con normalidad y hacía lo posible por no herir su orgullo.

Posteriormente, como Sheila no aceptaba para nada la verdad, era irracional y no estaba desempeñando un rol positivo en la iglesia, el líder la destituyó y arregló que fuera aislada para reflexionar. La noticia me sorprendió bastante pues, aunque a Sheila le preocupaban en exceso la reputación y el estatus y solía recelar de otras personas, estaba, de todos modos, muy dispuesta a sincerarse y hablar y parecía perseguir la verdad. Entonces, ¿por qué se arregló su aislamiento y reflexión? Hasta más adelante, en una reunión en que los líderes leyeron en voz alta las evaluaciones de Sheila que hicieron los hermanos y hermanas y diseccionaron su conducta con las palabras de Dios, gané algo de discernimiento sobre cómo era ella. Dios Todopoderoso dice: “Las personas irracionales y deliberadamente problemáticas no piensan más que en sus propios intereses cuando actúan, hacen lo que les place. Sus palabras no son más que argumentos y herejías absurdos y ellos son impermeables a la razón. Su carácter cruel es desmedido. Nadie se atreve a asociarse con ellos y nadie está dispuesto a hablar sobre la verdad con ellos, por miedo a provocar el desastre. Otras personas tienen el alma en vilo cada vez que les comunican lo que piensan, temen que si dicen una palabra que no sea de su agrado o que no se ajuste a sus deseos, se aprovecharán de ello y lanzarán acusaciones ofensivas. ¿Acaso no son malvados? ¿No son demonios vivientes? Todas aquellas personas con un carácter cruel y de razón endeble son demonios vivientes. Cuando alguien interactúa con un demonio viviente puede atraer el desastre sobre sí mismo con un simple descuido. ¿No traería grandes problemas que tales demonios vivientes estuvieran presentes en la iglesia? (Sí). Después de que estos demonios vivientes monten sus berrinches y desfoguen su ira, es posible que hablen como humanos durante un rato y se disculpen, pero no cambiarán. A saber cuándo se les agriará el humor y volverán a tener otra rabieta, profiriendo sus absurdos argumentos. El objetivo de su berrinche y desahogo es siempre diferente, al igual que la fuente y el trasfondo de su desahogo. Es decir, cualquier cosa puede hacerles estallar, que se sientan insatisfechos y reaccionar con berrinches y un comportamiento ingobernable. ¡Qué horrible! ¡Qué problemático! A estas personas malvadas y trastornadas se les puede ir la cabeza en cualquier momento; nadie sabe lo que son capaces de hacer. A estas personas es a las que más odio. Hay que depurar a todas y cada una de ellas. No deseo relacionarme con ellas. Son de pensamiento turbio y carácter tosco, bullen de argumentos absurdos y palabras endiabladas y, cuando les suceden cosas, se desahogan de manera impetuosa. […] A pesar de que son obviamente conscientes de sus numerosos problemas, nunca buscan la verdad para resolverlos ni hablan sobre conocerse a sí mismos cuando comparten con otros. Cuando se mencionan sus problemas, se desvían y hacen contraacusaciones falsas, achacan todos los problemas y las responsabilidades a otros e, incluso, se quejan de que el motivo de su comportamiento es que los otros los maltratan. Es como si los otros fueran la causa de sus rabietas y de sus alborotos insensatos, como si los demás tuvieran la culpa de todo, ellos no tuvieran otro remedio que actuar así y se estuvieran defendiendo de manera legítima. Siempre que se sienten insatisfechos, comienzan a desahogar su resentimiento y a proferir disparates, insisten en sus argumentos absurdos, como si todos los demás estuvieran equivocados, como si ellos fueran las únicas personas buenas y los demás unos villanos. Por muchos berrinches que tengan o argumentos absurdos que profieran, exigen que se hable bien de ellos. Incluso cuando hacen algo mal, prohíben a los otros que los pongan al descubierto o los critiquen. Si señalas incluso el más mínimo de sus problemas, te enredarán en disputas interminables y, entonces, ya podrás olvidarte de vivir en paz. ¿Qué tipo de persona es esta? Es alguien irracional y deliberadamente problemático; las personas que actúan así son malvadas(La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (26)). Las palabras de Dios exponen los comportamientos de las personas que son irracionales y fastidiosas. En cuanto alguien dice o hace algo que amenaza sus intereses, dichas personas hablan de forma irracional y arman una escena. Revelan actitudes crueles y a los demás les da miedo ofenderlas y plantarles cara. Perturban gravemente a los hermanos y hermanas y la vida de iglesia. Sheila era siempre así. Cuando otros señalaban sus problemas, no pensaba en si era cierto lo que afirmaban y no reflexionaba, sino que se fijaba en su tono y su actitud. Si no eran de su agrado, perdía los papeles, o bien les guardaba rencor y se formaba una mala opinión de ellos porque pensaba que le tenían manía y la despreciaban, o bien desfogaba su malestar llorando. Esto limitaba a otras personas, que siempre tenían que evitarla o complacerla. El supervisor analizó nuestros problemas en el riego para ayudarnos a revertir las desviaciones y a cumplir mejor con el deber, pero Sheila creyó que la estaba señalando a ella y sacando a colación sus errores anteriores, por lo que se formó un prejuicio contra el supervisor. Cuando un hermano habló de su estado y dijo que no sabía tratar a la gente de forma justa, y reflexionó sobre sí mismo, ella pensó que la estaba rebajando y despreciando, por lo que lo ignoró. Cuando el supervisor señaló los problemas en su deber, comenzó a llorar a gritos, con el fin de ventilar sus agravios. Así pues, la gente no se atrevía a plantarle cara ni a ofenderla y solo podía hablar con ella con delicadeza, apaciguándola y siguiéndole el juego. Solo entonces cumplía con su deber. Sheila llevaba años comportándose así. Se formaba una mala opinión de todo aquel que perjudicara su reputación o que amenazara sus intereses. Llegaba a decir que era negativa por la mala actitud de otras personas hacia ella, lo que era una tergiversación totalmente irracional de la verdad. ¿No era ella una de esas personas irracionales expuestas por Dios? Solo después de darme cuenta de esto, descubrí que recelar de otros y preocuparse en exceso de la reputación no eran los únicos problemas de Sheila; no aceptaba para nada la verdad y era una persona vejatoria e irracional. Luego reflexioné sobre el hecho de que, como Sheila solía hablar de su estado, sincerarse y compartir acerca de su corrupción, diseccionarse en las reuniones, y hasta romper a llorar y mostrar remordimientos cuando hablaba de su corrupción, yo creía que ya debía conocerse de verdad a sí misma y perseguir la verdad. ¿Cuál era el error de mi entendimiento?

Más adelante, tras hablar de las palabras de Dios con mis hermanos y hermanas, por fin aprendí a discernir un poco sobre su supuesto “autoconocimiento”. Dios dice: “Cuando algunas personas comparten su autoconocimiento, lo primero que sale de su boca es: ‘Soy un diablo, un Satanás viviente, alguien que se resiste a Dios. Me rebelo contra Él y le traiciono; soy una víbora, una persona malvada que debe ser maldecida’. ¿Es esto un verdadero autoconocimiento? Solo dicen generalidades. ¿Por qué no aportan ejemplos? ¿Por qué no sacan a la luz las cosas vergonzosas que hicieron a fin de diseccionarlas? Algunas personas sin discernimiento los escuchan y piensan: ‘¡Eso sí es verdadero autoconocimiento! Reconocerse a sí mismos como un diablo, e incluso maldecirse a sí mismos: ¡qué cotas han alcanzado!’. Muchas personas, en particular los nuevos creyentes, tienden a desorientarse con esta charla. Piensan que el orador es puro y tiene comprensión espiritual, que es alguien que ama la verdad, y que está calificado para el liderazgo. Sin embargo, una vez que interactúan con ellos durante un tiempo, descubren que no es así, que la persona no es quien imaginaban, sino que es excepcionalmente falsa y embaucadora, hábil en el disfraz y la pretensión, lo que provoca una gran decepción. ¿Sobre qué base se puede estimar que las personas se conocen de verdad a sí mismas? No se puede considerar únicamente lo que dicen; la clave está en determinar si son capaces de practicar y aceptar la verdad. Los que realmente comprenden la verdad no solo tienen un conocimiento auténtico de sí mismos, sino que, lo más importante, son capaces de practicarla. No solo hablan de su verdadera comprensión, sino que son también capaces de hacer realmente lo que dicen. Es decir, sus palabras y acciones coinciden por completo. Si lo que dicen suena coherente y conveniente, pero sin embargo no lo hacen, no lo viven, entonces en esto se han convertido en fariseos, son hipócritas, y no se trata en absoluto de personas que se conozcan a sí mismas. Muchas personas parecen muy coherentes cuando comparten la verdad, pero no son conscientes de cuando muestran revelaciones carácter corrupto. ¿Se trata de personas que se conocen a sí mismas? Si no es así, ¿son personas que entienden la verdad? Todos los que no se conocen a sí mismos son personas que no entienden la verdad, y todos los que hablan palabras vacías de autoconocimiento tienen una falsa espiritualidad, son mentirosos. Algunas personas suenan muy coherentes cuando pronuncian palabras y doctrinas, pero sus espíritus están adormecidos y son torpes, no son perceptivos y no responden a ninguna cuestión. Se puede decir que están adormecidos, pero a veces, al escucharlos hablar, sus espíritus parecen bastante avispados. Por ejemplo, justo después de un incidente son capaces de conocerse a sí mismos de inmediato: ‘Hace un momento se ha hecho patente en mí una idea. He pensado en ella y me he dado cuenta de que era falsa, de que estaba engañando a Dios’. Hay gente sin discernimiento que siente envidia cuando escucha esto, y dice: ‘Esta persona se da cuenta inmediatamente cuando revela corrupción, y es también capaz de abrirse y comunicar al respecto. Reacciona muy rápido, su espíritu es agudo, es mucho mejor que nosotros. Se trata de alguien que persigue realmente la verdad’. ¿Es esta una forma precisa de medir a las personas? (No). Entonces, ¿cuál debe ser la base para evaluar si las personas se conocen realmente a sí mismas? No debe ser solo lo que sale de sus bocas. También hay que ver su verdadero comportamiento. El método más sencillo es observar si son capaces de practicar la verdad: esto es lo más esencial. Su capacidad de practicar la verdad demuestra que realmente se conocen a sí mismos, porque los que realmente se conocen a sí mismos manifiestan arrepentimiento, y solo cuando las personas manifiestan arrepentimiento se conocen realmente a sí mismas(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El autoconocimiento es lo único que ayuda a perseguir la verdad). Con la lectura de las palabras de Dios aprendí que aquellos que realmente se conocen a sí mismos pueden aceptar la verdad, se avergüenzan de revelar corrupción y luego se arrepienten y transforman de verdad. Otros, por el contrario, dicen las palabras adecuadas y se califican de demonios o de satanases como si se conocieran a fondo, pero, frente a la poda, no la aceptan en absoluto, no reflexionan y hasta se defienden y emplean argumentos engañosos una y otra vez. Sin importar cuán agradables sean sus palabras en apariencia ni cuánto autoconocimiento parezcan tener dichas personas, todo es una artimaña. Recordé que Sheila siempre hablaba con la gente sobre su estado y afirmaba que le preocupaba en exceso su imagen y que la limitaban los tonos y las actitudes de las personas. También decía que era falsa y recelosa de los demás. Aparentemente era bastante directa y franca, capaz de detectar su corrupción y de reflexionar, hasta el punto de llorar a veces mientras hablaba. Parecía que se arrepentía sinceramente y que se odiaba a sí misma. Por eso creía yo que perseguía la verdad, pero llevaba años hablando de estas conductas y, sin embargo, nunca parecía transformarse. Solo con la revelación de las palabras de Dios descubrí que el supuesto autoconocimiento de Sheila era una mera pose; en realidad, no aceptaba la verdad ni reflexionaba sobre su corrupción. Solía aplicarse a sí misma diversas sentencias aparentemente profundas pero vacías: que tenía poca humanidad, que era falsa y malévola, un anticristo, y que debía ser enviada al infierno. Parecía tener un profundo autoconocimiento, pero cuando le señalaban sus problemas o la podaban, no lo aceptaba en lo más mínimo y hasta se resistía y era resentida. Incluso rompía a llorar, se volvía fastidiosa e irracional, y discutía sobre el bien y el mal, con lo que perturbaba tanto a los demás que estos no podían reunirse y cumplir su deber con normalidad. Perturbaba gravemente la vida y el trabajo de la iglesia. Antes, yo no comprendía la verdad y carecía de discernimiento, por lo que me dejaba desorientar por su conducta externa y creía, incluso, que perseguía la verdad. ¡Qué torpe y necia que era! Solo más tarde me percaté de que Sheila no hablaba de su estado con los demás porque quisiera buscar la verdad para resolver sus problemas y corregir su estado, sino únicamente porque quería tener a alguien con quien desahogarse, alguien que la consolara y la ayudara a paliar su sufrimiento. Cuando ella se sinceraba sobre su estado con alguien, solo era una perturbación. Si no la hubieran destituido y diseccionado su comportamiento, yo no habría aprendido a discernir cómo era. La habría tratado como a una hermana, con tolerancia y paciencia, y puede que incluso me hubiera dejado desorientar y engañar sin querer por ella. ¡Hasta entonces no me di cuenta de la importancia de ver a la gente según las palabras de Dios!

Leí posteriormente un pasaje de las palabras de Dios que me aportó discernimiento acerca de las motivaciones y las tácticas que ella usaba para desorientar a la gente. Dios Todopoderoso dice: “¿Cómo distinguir si una persona ama la verdad? Por un lado, hay que mirar si esta persona puede llegar a conocerse a sí misma según la palabra de Dios, si puede reflexionar sobre sí misma y sentir un verdadero remordimiento; por otro lado, hay que mirar si es capaz de aceptar y practicar la verdad. Si puede aceptar y practicar la verdad, es alguien capaz de amarla y de someterse a la obra de Dios. Si solo reconoce la verdad, pero nunca la acepta ni practica, como dicen algunos: ‘Comprendo toda la verdad, pero no soy capaz de practicarla’, esto demuestra que no es una persona que la ame. Algunas personas admiten que la palabra de Dios es la verdad y que tienen actitudes corruptas, y también afirman estar dispuestas a arrepentirse y reconstruirse de nuevo, pero luego no se produce ninguna transformación. Sus palabras y actos siguen siendo los mismos de antes. Cuando hablan de que se conocen a sí mismas, es como si contaran un chiste o gritaran una consigna. No reflexionan o alcanzan a conocerse en absoluto desde lo más profundo del corazón; la clave es que no tienen una actitud de remordimiento. Y menos aún se abren respecto a su corrupción de una manera candorosa, a fin de reflexionar de un modo auténtico. Sin embargo, fingen conocerse siguiendo el proceso y las formalidades necesarios. No son gente que se conozca o acepte la verdad. Cuando estas personas hablan de que se conocen, lo hacen para cumplir con las formalidades, se dedican a disfrazarse y estafar, y a la falsa espiritualidad. Algunas personas son falsas y, cuando ven a otros comunicar su autoconocimiento, piensan: ‘Los demás se sinceran y diseccionan su falsedad. Si no digo nada, todos pensarán que no me conozco a mí mismo, ¡entonces tendré que cumplir con las formalidades!’. Después califican su falsedad de sumamente grave, la ilustran de forma dramática y su autoconocimiento parece especialmente profundo. Todos los que escuchan creen que se conocen de verdad a sí mismas y, por consiguiente, las miran con envidia, lo que a su vez hace que se sientan gloriosas, como si acabaran de adornarse con una aureola. Esta modalidad de autoconocimiento, lograda a base de cumplir con las formalidades, a lo que se unen el disimulo y la estafa, desorienta a los demás. ¿Pueden tener la conciencia tranquila cuando hacen esto? ¿Esto no es falsedad descarada? Si la gente solo habla de autoconocimiento con palabras vacías, sin importar lo elevado o bueno que pueda ser ese conocimiento, y después sigue revelando un carácter corrupto igual que antes, sin cambiar en absoluto, entonces eso no es autoconocimiento auténtico. Si alguien es capaz de fingir y engañar deliberadamente de este modo, demuestra que no acepta la verdad en absoluto, y es como los no creyentes. Al hablar así de su autoconocimiento no hace más que seguir la tendencia y decir cosas para todos los gustos. ¿No son falaces su conocimiento y su disección? ¿Es esto autoconocimiento auténtico? No, para nada. Porque no se sincera y se disecciona desde el fondo del corazón, y solo habla un poco sobre autoconocimiento de una manera falsa, engañosa, en aras de cumplir con las formalidades. Más grave aún es que, a fin de que los demás lo admiren y envidien, exagera adrede para que sus problemas parezcan más graves cuando habla del autoconocimiento, mezclándolo con intenciones y objetivos personales. Cuando lo hace no se siente en deuda, no tiene la conciencia reprobada tras disimular y estafar, no siente nada después de rebelarse contra Dios y engañarlo y no le ora para admitir su error. ¿No es intransigente la gente así? Si no se siente en deuda, ¿puede sentir alguna vez remordimientos? ¿Puede rebelarse contra la carne y practicar la verdad alguien carente de auténtico remordimiento? ¿Puede alguien así arrepentirse de verdad? Desde luego que no. Si ni siquiera siente remordimientos, ¿no es absurdo hablar de autoconocimiento? ¿Acaso no es un mero disfraz y una estafa?(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El autoconocimiento es lo único que ayuda a perseguir la verdad). Al leer las palabras de Dios pensé en el comportamiento de Sheila. Le encantaba hablar de su estado con otra gente y, en las reuniones, usaba las palabras de Dios para reflexionar y conocerse. Se describía a sí misma en los términos más críticos. Aparentaba conocerse en profundidad, estar sumamente arrepentida y odiarse en extremo, pero era una mera pose hacia los demás, con el fin de engañarlos para que creyeran que aceptaba la verdad y se conocía a sí misma. Este supuesto autoconocimiento era su modo de desorientar y embaucar, con lo que los demás pensaban que se estaba revelando valientemente y así no discernían cómo era, sino que, además, le tenían mucha admiración. Asimismo, cada vez que Sheila revelaba corrupción, evocaba la exposición de Dios sobre los anticristos para describirse señalando que aspiraba a tener reputación y estatus, que iba por la senda de un anticristo, que el deseo de estatus se había apoderado de su vida y que, de no arrepentirse, este deseo la mataría. Sin embargo, en cuanto una situación amenazaba su reputación y estatus, volvía a las andadas, y pese a hablar de su estado durante años, no se había transformado. Los líderes le habían señalado sus problemas y le habían hablado muchas veces, pero no lo aceptaba. Hasta se volvía reacia, debatía incesantemente y daba argumentos engañosos. Era claro que, sin importar cuán negativamente parecía verse a sí misma, ni cuán arrepentida o llorosa se mostrara, era todo un acto para engañar a las personas y su objetivo solo era proteger su estatus y su imagen. Además, al ver que otros eran capaces de dejar de lado el ego y buscar la verdad, no aprendía de sus puntos fuertes, sino que creía que simplemente nacieron con una naturaleza buena y que ella no podía practicar la verdad y recelaba siempre de la gente porque Dios no le había otorgado una naturaleza buena. No detestaba su carácter satánico, sino que culpaba a Dios, sentía resentimiento hacia Él y decía que Él no era justo. Esto indicaba que la esencia de Sheila era la de un demonio y era algo sumamente absurdo e irracional. De no haber sido por la exposición de las palabras de Dios, yo la habría considerado una perseguidora de la verdad.

Durante una reunión, vi este pasaje de las palabras de Dios: “Solo los que aman la verdad pertenecen a la casa de Dios; solo ellos son verdaderos hermanos y hermanas. ¿Crees que todos los que asisten a menudo a las reuniones en la casa de Dios son hermanos y hermanas? No necesariamente. ¿Quiénes no lo son? (Los que sienten aversión por la verdad, los que no la aceptan). Todos los que no aceptan la verdad y sienten aversión por ella son malvados. Todos ellos son gente sin conciencia ni razón. Ninguno está entre aquellos a los que Dios salva. Esta gente carece de humanidad, no se ocupa del trabajo que les corresponde y anda descontrolada haciendo cosas malas. Viven según filosofías satánicas y, con maniobras astutas, utilizan a otros, los engañan y les hacen trampas. No aceptan la verdad en lo más mínimo, y se han infiltrado en la casa de Dios solo para obtener bendiciones. ¿Por qué los llamamos incrédulos? Porque sienten aversión por la verdad y no la aceptan. En cuanto se comparte la verdad, pierden el interés, sienten aversión por ella, no soportan oírla, sienten que es aburrida y no pueden estarse quietos. Son claramente incrédulos y no creyentes. No debes considerarlos hermanos y hermanas. […] Si no les interesa la verdad, ¿cómo pueden practicarla? Entonces, ¿qué principios rigen sus vidas? Sin duda, viven según las filosofías de Satanás. Siempre se muestran astutos y taimados, y no tienen una vida de humanidad normal. Nunca oran a Dios ni buscan la verdad, sino que hacen frente a todo utilizando trucos, tácticas y filosofías para los asuntos mundanos, lo que hace que su existencia sea extenuante y dolorosa. […] Aquellos que no aman la verdad no creen realmente en Dios. A los que no pueden aceptar en absoluto la verdad no se les puede llamar hermanos y hermanas. Solo aquellos que aman y son capaces de aceptar la verdad son hermanos y hermanas. Entonces, ¿quiénes son aquellos que no aman la verdad? Son todos unos no creyentes. Los que no aceptan para nada la verdad sienten aversión por ella y la rechazan. Para ser más exactos, son todos unos no creyentes que se han infiltrado en la iglesia. Si son capaces de hacer todo tipo de maldades y de perturbar y trastornar la obra de la iglesia, son los sirvientes de Satanás. Deberían ser echados y descartados. No se les puede tratar de ninguna forma como a hermanos y hermanas. Los que les muestran amor son necios e ignorantes hasta el extremo(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Con las palabras de Dios entendí que los auténticos hermanos y hermanas son aquellos que aman la verdad y pueden aceptarla. Se esfuerzan sinceramente por Dios y tienen testimonios de práctica de la verdad. Tal vez no puedan hablar de un autoconocimiento profundo, pero aman la verdad y practican toda palabra de Dios que pueden comprender. Aunque puedan cometer transgresiones, revelar corrupción y volverse negativos en ocasiones, como persiguen la verdad, cuando se les poda o cuando afrontan contratiempos y fracasos, saben recibirlos de parte de Dios, buscar la verdad y reflexionar. Al reconocer sus problemas, poco a poco pueden rectificarlos y mejorar. Esas personas son los únicos auténticos hermanos y hermanas. Los incapaces de aceptar la verdad, y que hasta son reacios a ella, no pueden calificarse de hermanos y hermanas. Si tienen poca humanidad y cometen todo tipo de maldad que trastorna y perturba la labor de la iglesia, son personas malvadas y anticristos y menos adecuados todavía para ser calificados de hermano o hermana. Aunque permanezcan en la iglesia, no son más que falsos creyentes infiltrados en la casa de Dios. Por mucho tiempo que crean, al final serán revelados y descartados por Dios. Aparentemente, Sheila no había cometido grandes maldades, pero todo lo que hacía perturbaba el pensamiento de la gente y le dificultaba su deber, y ella siempre había hecho esto. Sin importar de qué modo hablaran con ella y la sustentaran, nunca se transformaba lo más mínimo, e incluso debatía, discutía y actuaba irracionalmente. Esto indicaba que Sheila no aceptaba para nada la verdad y que sentía aversión hacia ella por naturaleza. Es de la calaña del diablo, no una de nuestras hermanas. Antes, yo no entendía este aspecto de la verdad y carecía de discernimiento. Pensaba que, mientras uno creyera en Dios y reconociera Su nombre, era un hermano o hermana. Los trataba como hermanos y hermanas y simpatizaba con ellos y los toleraba ciegamente, mientras me mostraba amable y los sustentaba como una tonta sin discernimiento. En consecuencia, muchos de mis esfuerzos fueron vanos. ¡Qué necia y torpe era! Ahora que han destituido y aislado a Sheila, he comprobado lo justo que es Dios. Quienes no persiguen la verdad y actúan irracionalmente no pueden establecerse en la iglesia y, a la larga, Dios los revelará. También logré entender los buenos propósitos de Dios: Dios ha dispuesto situaciones para que aprenda lecciones. He de empezar a aprovecharlas. En adelante, debo dedicar más tiempo y energía a la verdad, y contemplar a las personas y cosas, comportarme y hacer todo a través de la lente de las palabras de Dios.

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