Las palabras de Dios son nuestra lente para contemplar a los demás
Sheila y yo nos conocemos desde hace mucho, y yo la conocía bien. Siempre que quedábamos, charlaba conmigo de su estado de aquel momento. Decía que siempre recelaba de los demás y que le preocupaba mucho lo que opinaran de ella. También afirmaba que podía ser muy mezquina y que siempre analizaba lo que quería decir la gente. Podía disgustarse por el más mínimo gesto de la gente, por su tono, o incluso por un comentario brusco. No quería ser así, pero no podía evitarlo. Solía decir que estaba hondamente corrompida, que era traicionera y carente de humanidad y que odiaba cuánto apreciaba la reputación y el estatus, y lloraba mientras hablaba. Al verla tan arrepentida y asqueada de sí misma, creía que realmente quería cambiar. Quizá este carácter corrupto era grave. Era su talón de Aquiles, y la transformación no sería fácil, llevaría tiempo. Así pues, yo pensaba que debía ser empática. Por muy ocupada que yo estuviera en el deber, si ella quería charlar, dejaba de lado el trabajo, escuchaba sus desahogos y solía alentarla, consolarla y hablar con ella. Sin embargo, no entendía por qué, aunque Sheila parecía razonable cuando hablaba y se conocía bien a sí misma, cuando otros señalaban sus problemas, creía que la menospreciaban y se volvía negativa. Esto sucedía reiteradamente y nunca cambiaba. Además, había hablado con muchas personas de este asunto, se había sincerado muchas veces y mucha gente había hablado con ella, pero, varios años después, aún no había mostrado la más mínima señal de mejoría.
Recuerdo que, una vez, un supervisor estaba analizando un problema que habíamos tenido regando a los nuevos y dijo que no éramos lo bastante comprensivos y pacientes con ellos y que no les enseñábamos y sustentábamos enseguida cuando no iban a las reuniones, lo que era irresponsable. El supervisor estaba comentándolo para todos los obreros de riego y no señalaba a nadie en concreto, pero, según Sheila, el supervisor la estaba revelando y humillando a ella, por lo que no quiso hablar durante la reunión. En otra ocasión estaba hablando un hermano de su estado en ese momento, y contó que, a veces, al relacionarse con gente de poca aptitud, no la trataba de forma justa. Prosiguió hablando de su experiencia y de cómo mejoró y consiguió entrar. Sin embargo, cuando lo oyó Sheila, creyó que hablaba de ella y que el hermano estaba rebajando su aptitud y despreciándola. Estuvo negativa muchos días luego de eso, empezó a tener prejuicios hacia el hermano, lo evitaba y lo ignoraba. Otro día, debatiendo el trabajo, el supervisor señaló un pequeño problema en la forma que tenía Sheila de regar a los nuevos y, de pronto, Sheila se echó a llorar, salió corriendo y no volvió hasta un buen rato después. Se sentó en silencio a un lado, mientras se le caían las lágrimas como si estuviera profundamente ofendida. Al ver el gesto de su cara, no pude sosegarme en mi interior, y la reunión se vio perturbada. En definitiva, al supervisor no le quedó más remedio que consolarla y alentarla, tras lo cual por fin se calmó. Más tarde, el líder habló con ella y le señaló que apreciaba en exceso la reputación y el estatus y que, para cumplir con su deber, tenía que ser el centro de los miramientos y la atención de todos. Ella lo admitió todavía menos: por un lado, dijo que las críticas del supervisor tenían prejuicios y eran injustas, mientras añadía que ella era de naturaleza difícil y que quería transformarse, pero no podía. También señaló: “No hay salvación para mí. ¿Por qué tengo este tipo de naturaleza? ¿Por qué los demás son mejores que yo y están bendecidos con ideas menos complicadas? ¿Por qué no me dio Dios una naturaleza buena?”. Al oírle decir todo esto, pensé: “¡Qué impertinente e irracional de su parte! ¿Cómo puede culpar a Dios?”. No obstante, reflexioné que quizá se hallaba en un estado negativo últimamente y que solamente dijo esas cosas porque se veían amenazados su reputación y su estatus. Quizá, cuando mejorara su estado, ella dejaría de ser así.
Pero luego comprendí que, estuviera con quien estuviera, siempre se sentía limitada a raíz de sus gestos: si alguien le parecía frío con ella o no le gustaba su tono, decía que esa persona le tenía manía. En mi relación con ella era sumamente cuidadosa, siempre preocupada por si la ofendía de algún modo o hacía que se volviera negativa y se demorara en el deber. Era agobiante intentar relacionarse con Sheila, y normalmente quería evitarla. Pero después recordaba que yo también era corrupta y que no debía mirar siempre a los demás de manera crítica. Debía ser comprensiva y considerada con las dificultades de los demás, tolerante y compasiva. Por ello, me obligaba a relacionarme con ella con normalidad y hacía lo posible por no ofenderla.
Posteriormente, como Sheila no aceptaba para nada la verdad, era irracional e interrumpía en la iglesia, el líder la destituyó y le pidió que se aislara a reflexionar. La noticia me sorprendió bastante, pues, aunque a Sheila le preocupaban en exceso la reputación y el estatus y solía recelar de otras personas, estaba, de todos modos, muy dispuesta a sincerarse y hablar y parecía buscar la verdad. Entonces, ¿por qué aislarla? Hasta más adelante, en una reunión en que los líderes leyeron en voz alta las evaluaciones de Sheila y analizaron su conducta con las palabras de Dios, discerní cómo era ella. Dios Todopoderoso dice: “Las personas irracionales e incansablemente molestas no piensan más que en sus propios intereses cuando actúan. Hacen lo que quieren, y su discurso está lleno de herejías absurdas. Son impermeables a la razón y rebosa de ellos un carácter perverso. Nadie se atreve a asociarse con ellos ni está dispuesto a comunicar sobre la verdad con ellos, por miedo a invitar al desastre. La gente se pone nerviosa al decirles lo que piensa, teme que si dice una palabra que no sea de su agrado o que no se ajuste a sus deseos, se aprovecharán de ello y lanzarán acusaciones escandalosas. ¿Acaso no son malvados? ¿No son demonios vivientes? Todos aquellos con actitudes perversas y de razón errónea son demonios vivientes. Y cuando alguien interactúa con un demonio viviente, puede atraer el desastre sobre sí mismo con un simple descuido. ¿Acaso no traería problemas que tales demonios vivientes estuvieran presentes en la iglesia? (Sí). Después de que estos demonios vivientes monten sus berrinches y desfoguen su ira, es posible que hablen como humanos durante un rato y se disculpen, pero después ya no cambiarán. A saber cuándo se les agriará el humor y volverán a tener otra rabieta, profiriendo sus absurdas herejías. El objetivo de su furia y desahogo es siempre diferente, al igual que la fuente y el trasfondo de sus arrebatos. Cualquier cosa puede hacerles estallar. Cualquier cosa les hace sentirse insatisfechos y les hace reaccionar de forma grosera e irracional. ¡Qué miedo y qué fastidio! Estas personas malvadas actúan como si estuvieran mentalmente enfermas. Se les puede ir la cabeza en cualquier momento, y nadie sabe lo que son capaces de hacer. Odio profundamente a estas personas. Hay que deshacerse de todos y cada uno de ellos. No deseo relacionarme con ellos. Son de pensamiento turbio y temperamento embrutecido, bullen de herejías absurdas y sandeces, y cuando les suceden cosas, se desahogan al respecto de manera impetuosa. […] No admiten que tienen un problema, sino que responsabilizan a los demás. Incluso culpan de su comportamiento a otras personas, alegando que han sido maltratados, como si todas sus rabietas y problemas sin sentido los hubiera causado otra persona y no tuvieran más remedio que actuar así. Fingen que actúan en defensa propia, que todo es culpa de los demás. En cuanto se sienten insatisfechos, empiezan a descargar su ira, a escupir tonterías y a soltar sus absurdas herejías. Se comportan como si la culpa fuera de los demás, como si solo ellos fueran buenos y todos los demás fueran malos. Y por muchas rabietas que cojan, y por muchas herejías absurdas que suelten, siguen queriendo que los demás hablen bien de ellos. Si han hecho algo malo, no permiten que nadie lo exponga o les eche la culpa. Si dices algo malo de ellos, no pararán de molestarte al respecto y jamás permitirán que se olvide el asunto. ¿Quiénes son estas personas? Son personas irracionales, incansables y molestas, y todas ellas son malvadas” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). En cuanto alguien dice algo que amenaza sus intereses, dichas personas hablan de forma irracional y alborotan. Tienen un carácter tan ruin que a los demás les da miedo ofenderlas y plantarles cara. Perturban gravemente a los hermanos y hermanas y la vida de iglesia. Sheila era siempre así. Cuando otros señalaban sus problemas, no pensaba en si era cierto lo que afirmaban y no recapacitaba, sino que se fijaba en su tono y su actitud. Si no eran de su agrado, perdía los papeles, o bien les guardaba rencor y se formaba una mala opinión de ellos porque pensaba que le tenían manía y la despreciaban, o bien desfogaba su malestar llorando. Esto limitaba a otras personas, que siempre tenían que evitarla o complacerla. El supervisor analizó nuestros problemas en el riego para ayudarnos a mejorar y a cumplir mejor con el deber, pero Sheila creyó que la estaba señalando a ella y sacando a colación sus errores anteriores, por lo que se formó una mala opinión del supervisor y lloraba continuamente como si la hubiera ofendido, lo que interrumpió toda la reunión y nos molestó a todos. Cuando un hermano habló de su estado y dijo que no sabía tratar a la gente de forma justa, ella pensó que la estaba rebajando y despreciando, por lo que lo ignoró e incluso comenzó a llorar a gritos, con el fin de ventilar sus agravios. Así pues, la gente no se atrevía a plantarle cara ni a ofenderla y solo podía hablar con ella con delicadeza, apaciguándola y siguiéndole el juego. Entonces cumplía con su deber. Sheila llevaba años comportándose así. Se formaba una mala opinión de todo aquel que perjudicara su reputación y su estatus o que amenazara sus intereses. Llegaba a decir que era negativa por la actitud de otras personas hacia ella, lo que era una tergiversación totalmente irracional de la verdad. ¿No era ella una de esas personas irracionales reveladas por Dios? Solo después de darme cuenta de esto, descubrí que recelar de otros y preocuparse en exceso de la reputación no eran los únicos problemas de Sheila; no aceptaba para nada la verdad y era una persona vejatoria e irracional. Reflexioné sobre el hecho de que, como Sheila solía hablar de su estado, sincerarse acerca de su corrupción, analizarse en las reuniones, y hasta romper a llorar y tener remordimientos cuando hablaba de su corrupción, yo creía que debía de conocerse de verdad a sí misma y de buscar la verdad. ¿Cuál era el error de mi entendimiento?
Más adelante, tras hablar de las palabras de Dios con mis hermanos y hermanas, por fin aprendí a discernir un poco su supuesto “autoconocimiento”. “Cuando algunas personas comunican su autoconocimiento, lo primero que sale de su boca es: ‘Soy un diablo, un Satanás viviente, alguien que se resiste a Dios. Le desobedezco y le traiciono; soy una víbora, una persona malvada que debe ser maldecida’. ¿Es esto un verdadero autoconocimiento? Solo dicen generalidades. ¿Por qué no aportan ejemplos? ¿Por qué no sacan a la luz las cosas vergonzosas que hicieron a fin de analizarlas? Algunas personas sin discernimiento los escuchan y piensan: ‘¡Eso sí es verdadero autoconocimiento! Reconocerse a sí mismos como el diablo, Satanás, e incluso maldecirse a sí mismos: ¡qué cotas han alcanzado!’. Muchas personas, en particular los nuevos creyentes, tienden a engañarse con esta charla. Piensan que el orador es puro y entiende los asuntos espirituales, que es alguien que ama la verdad, y que está calificado para el liderazgo. Sin embargo, una vez que interactúan con ellos durante un tiempo, descubren que no es así, que la persona no es quien imaginaban, sino que es excepcionalmente falsa y embaucadora, hábil en el disfraz y la suplantación, lo que provoca una gran decepción. ¿Sobre qué base se puede estimar que las personas se conocen de verdad a sí mismas? No se puede considerar únicamente lo que dicen; la clave está en determinar si son capaces de practicar y aceptar la verdad. Los que realmente comprenden la verdad no solo tienen un conocimiento auténtico de sí mismos, sino que, lo más importante, son capaces de practicarla. No solo hablan de su verdadera comprensión, sino que son también capaces de hacer realmente lo que dicen. Es decir, sus palabras y acciones coinciden por completo. Si lo que dicen suena coherente y conveniente, pero sin embargo no lo hacen, no lo viven, entonces en esto se han convertido en fariseos, son hipócritas, y no se trata en absoluto de personas que se conozcan a sí mismas. Muchas personas suenan muy coherentes cuando comunican la verdad, pero no son conscientes cuando muestran un brote de carácter corrupto. ¿Se trata de personas que se conocen a sí mismas? Si no es así, ¿son personas que entienden la verdad? Todos los que no se conocen a sí mismos son personas que no entienden la verdad, y todos los que hablan palabras vacías de autoconocimiento tienen una falsa espiritualidad, son mentirosos. Algunas personas suenan muy coherentes cuando pronuncian palabras de doctrina, pero sus espíritus están adormecidos y son torpes, no son perceptivos y no responden a ninguna cuestión. Se puede decir que están adormecidos, pero a veces, al escucharlos hablar, sus espíritus parecen bastante avispados. Por ejemplo, justo después de un incidente son capaces de conocerse a sí mismos de inmediato: ‘Hace un momento se ha hecho patente en mí una idea. He pensado en ella y me he dado cuenta de que era astuta, de que estaba engañando a Dios’. Algunas personas sin discernimiento sienten envidia cuando escuchan esto, y dicen: ‘Esta persona se da cuenta inmediatamente cuando tiene un brote de corrupción, y es también capaz de abrirse y comunicar al respecto. Reaccionan muy rápido, su espíritu es agudo, son mucho mejores que nosotros. Se trata de alguien que busca realmente la verdad’. ¿Es esta una forma precisa de medir a las personas? (No). Entonces, ¿cuál debe ser la base para evaluar si las personas se conocen realmente a sí mismas? No debe ser solo lo que sale de sus bocas. También hay que ver su verdadero comportamiento, y el método más sencillo es observar si son capaces de practicar la verdad: esto es lo más esencial. Su capacidad de practicar la verdad demuestra que realmente se conocen a sí mismos, porque los que realmente se conocen a sí mismos manifiestan arrepentimiento, y solo cuando las personas manifiestan arrepentimiento se conocen realmente a sí mismas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El autoconocimiento es lo único que ayuda a buscar la verdad). Con la lectura de las palabras de Dios aprendí que aquellos que realmente se conocen a sí mismos saben aceptar la verdad, se avergüenzan de revelar corrupción y luego se arrepienten y transforman sinceramente. Otros, por el contrario, dicen las palabras adecuadas y se califican de demonios o de Satanás como si se conocieran a fondo, pero, frente a la poda, no la aceptan en absoluto, no reflexionan y hasta se defienden y emplean argumentos engañosos una y otra vez. Por mucho autoconocimiento que parezcan tener dichas personas, todo es una artimaña. Recordé que Sheila siempre hablaba con la gente sobre su estado y afirmaba que le preocupaba en exceso su imagen y que la limitaban las actitudes de otras personas. También decía que era traicionera y recelosa de los demás. Aparentemente era bastante directa y franca, capaz de detectar su corrupción y de hacer introspección, hasta el punto de llorar a veces mientras hablaba. Parecía que se arrepentía sinceramente y que se despreciaba a sí misma. Por eso creía yo que buscaba la verdad, pero llevaba años hablando de estas conductas y, sin embargo, nunca parecía transformarse. Solo con la revelación de las palabras de Dios descubrí que el supuesto autoconocimiento de Sheila era una mera pose; en realidad, no aceptaba la verdad ni reflexionaba sobre su corrupción. Solía aplicarse a sí misma diversas sentencias aparentemente profundas pero vacías: que tenía poca humanidad, que era traicionera y maliciosa, un anticristo, y que debía ser enviada al infierno. Parecía tener un profundo autoconocimiento, pero cuando le señalaban sus problemas o la podaban y trataban, no lo aceptaba en lo más mínimo y hasta era reacia, rencorosa, vejatoria e irracional. Rompía a llorar y discutía sobre el bien y el mal, con lo que perturbaba tanto a los demás que estos no podían reunirse y cumplir su deber con normalidad. Perturbaba gravemente la vida y el trabajo de la iglesia. Antes, yo no comprendía la verdad y carecía de discernimiento, por lo que me dejaba engañar por su conducta externa y creía, incluso, que buscaba la verdad. Vaya torpe y necia que era. Hasta más tarde me percaté de que Sheila no hablaba de su estado con los demás porque buscara la verdad para resolver sus problemas y corregir su estado, sino únicamente porque quería tener a alguien con quien desahogarse, alguien que la consolara y la ayudara a paliar su sufrimiento. Sin importar con cuánta gente se sincerara, siempre era una perturbación. Si no la hubieran destituido y no hubieran analizado su estado, yo no habría aprendido a discernir cómo era. La habría tratado como a una hermana, con tolerancia y paciencia, y puede que incluso me hubiera dejado engañar sin querer por ella. ¡Hasta entonces no me di cuenta de la importancia de ver a la gente según las palabras de Dios!
Leí posteriormente un pasaje de las palabras de Dios que me aportó discernimiento acerca de las motivaciones y las tácticas de engaño de Sheila. Dios Todopoderoso dice: “¿Cómo distinguir si una persona ama la verdad? Por un lado, hay que mirar si esta persona puede llegar a conocerse a sí misma según la palabra de Dios, si puede reflexionar sobre sí misma y sentir un verdadero remordimiento; por otro lado, hay que mirar si es capaz de aceptar y practicar la verdad. Si puede aceptar y practicar la verdad, es alguien capaz de amarla y de obedecer la obra de Dios. Si solo reconoce la verdad, pero nunca la acepta ni practica, como dicen algunos: ‘Comprendo toda la verdad, pero no soy capaz de practicarla’, esto demuestra que no es una persona que la ame. Algunas personas admiten que la palabra de Dios es la verdad y que tienen actitudes corruptas, y también afirman estar dispuestas a arrepentirse y reconstruirse de nuevo, pero luego no se produce ninguna transformación. Sus palabras y actos siguen siendo los mismos de antes. Cuando hablan de que se conocen a sí mismas, es como si contaran un chiste o gritaran una consigna. No reflexionan o alcanzan a conocerse en absoluto desde lo más profundo del corazón, y lo más importante, no tienen una actitud de remordimiento. Y menos aún se abren respecto a su corrupción de una manera simple, a fin de reflexionar de un modo auténtico. Sin embargo, fingen conocerse siguiendo el proceso y las formalidades necesarios. No son gente que se conozca o se acepte con sinceridad. Cuando estas personas hablan de que se conocen, lo hacen para cumplir con las formalidades, se dedican a disfrazarse y estafar, y a la falsa espiritualidad. Algunas personas son taimadas y, cuando ven a otros comunicar su autoconocimiento, piensan: ‘Los demás se sinceran y analizan su falsedad. Si no digo nada, todos pensarán que no me conozco a mí mismo, ¡entonces tendré que cumplir con las formalidades!’. Después califican su falsedad de sumamente grave, la ilustran de forma dramática y su autoconocimiento parece especialmente profundo. Todos los que escuchan creen que se conocen de verdad a sí mismas y, por consiguiente, las miran con envidia, lo que a su vez hace que se sientan gloriosas, como si acabaran de adornarse con una aureola. Esta modalidad de autoconocimiento, lograda a base de cumplir con las formalidades, a lo que se unen el disimulo y la estafa, despista por completo a los demás. ¿Pueden tener la conciencia tranquila cuando hacen esto? ¿Esto no es falsedad descarada? Cuando la gente habla de autoconocimiento con palabras vacías, entonces no importa lo elevado o bueno que parezca ese conocimiento, seguirá revelando un carácter corrupto, igual que antes, sin cambiar en absoluto. Esto no es autoconocimiento auténtico. Si alguien es capaz de fingir y engañar deliberadamente de este modo, demuestra que no acepta la verdad en absoluto, y es como los incrédulos. Al hablar así de su autoconocimiento no hace más que seguir la tendencia y decir cosas para todos los gustos. ¿No son falaces su conocimiento y su análisis? ¿Es esto autoconocimiento auténtico? No, para nada. Porque no se sincera y se analiza desde el fondo del corazón, y solo habla un poco sobre autoconocimiento de una manera falsa, engañosa, en aras de cumplir con las formalidades. Más grave aún es que, a fin de que los demás lo admiren y envidien, exagera adrede para que sus problemas parezcan más graves cuando habla del autoconocimiento, con lo que su sinceridad está adulterada con intenciones y objetivos personales. Cuando lo hace no se siente culpable, no tiene la conciencia intranquila tras disimular y estafar, no siente nada después de rebelarse contra Dios y engañarlo y no le ora para admitir su error. ¿No es intransigente la gente así? Si no se siente culpable, ¿puede sentir alguna vez remordimientos? ¿Puede renunciar a la carne y practicar la verdad alguien carente de auténtico remordimiento? ¿Puede alguien así arrepentirse de verdad? Desde luego que no. Si ni siquiera siente remordimientos, ¿no es absurdo hablar de autoconocimiento? ¿Acaso no es un mero disfraz y una estafa?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El autoconocimiento es lo único que ayuda a buscar la verdad). Le encantaba hablar de su estado con otra gente y, en las reuniones, hacía introspección por medio de las palabras de Dios. Se describía a sí misma en los términos más críticos. Aparentaba conocerse en profundidad, estar sumamente arrepentida y odiarse en extremo, pero era una mera pose hacia los demás, con el fin de engañarlos para que creyeran que aceptaba la verdad y se conocía a sí misma. Este supuesto autoconocimiento era su modo de engañar y embaucar, con lo que los demás pensaban que se estaba revelando valientemente y así no discernían cómo era, sino que, además, le tenían mucho respeto. Asimismo, cada vez que Sheila revelaba corrupción, evocaba la revelación de Dios sobre los anticristos para describirse señalando que aspiraba a tener reputación y estatus, que iba por la senda de un anticristo, que el deseo de estatus se había apoderado de su vida y que, de no arrepentirse, este deseo la mataría. Sin embargo, en cuanto una situación amenazaba su reputación y estatus, volvía a las andadas, con lo cual, pese a hablar de su estado durante años, no se había transformado. Los líderes le habían señalado sus problemas y le habían hablado muchas veces, pero no escuchaba ni cambiaba en nada. Hasta se volvía reacia, debatía incesantemente y daba argumentos engañosos. Al ver que otros eran capaces de dejar de lado el ego y buscar la verdad, no aprendía de sus puntos fuertes, sino que creía que simplemente nacieron con una naturaleza buena y que ella no podía practicar la verdad y recelaba siempre de la gente porque Dios no le había otorgado una naturaleza buena. No despreciaba su carácter satánico, sino que culpaba a Dios, sentía reproches hacia Él y decía que no era justo. Esto indicaba que la esencia de Sheila era la de un demonio y era algo sumamente absurdo e irracional. De no haber sido por la revelación de las palabras de Dios, yo la habría considerado una buscadora de la verdad.
Más adelante, en una reunión, encontré este pasaje de las palabras de Dios. “Solo los que aman la verdad pertenecen a la casa de Dios; solo ellos son verdaderos hermanos y hermanas. ¿Crees que todos los que van a menudo a las reuniones son hermanos y hermanas? No necesariamente. ¿Quiénes no lo son? (Los que están hartos de la verdad no la aceptan). Todos los que no aceptan la verdad y están hartos de ella son malvados. Todos ellos son gente sin conciencia ni razón. Ninguno está entre aquellos a los que Dios salva. Esta gente carece de humanidad, es negligente en el trabajo y de conducta desenfrenada. Viven según filosofías satánicas y, con maniobras astutas, utilizan a otros, los engañan y hacen trampas. No aceptan la verdad en lo más mínimo, y se han infiltrado en la casa de Dios solo para obtener bendiciones. ¿Por qué los llamamos incrédulos? Porque están hartos de la verdad y no la aceptan. En cuanto se comunica la verdad, pierden el interés, están hartos de ella, no soportan oírla, sienten que es aburrida y no pueden estarse quietos. Son claramente incrédulos y no son creyentes. Y, hagas lo que hagas, no debes considerarlos hermanos y hermanas. […] Si no les interesa la verdad, ¿cómo pueden practicarla? Entonces, ¿según qué viven? Sin duda, viven según las filosofías de Satanás, siempre se muestran astutos y taimados, no llevan una vida de humanidad normal. Nunca oran a Dios ni buscan la verdad, sino que manejan todo usando trucos, tácticas y filosofías humanas de vida, lo que supone una existencia agotadora y dolorosa. […] Aquellos que no aman la verdad no creen realmente en Dios. A los que no pueden aceptar en absoluto la verdad no se les puede llamar hermanos y hermanas. Solo aquellos que aman y son capaces de aceptar la verdad son hermanos y hermanas. Entonces, ¿quiénes son aquellos que no aman la verdad? Son todos unos incrédulos. Los que no aceptan para nada la verdad están hartos de esta y han renunciado a ella. Para ser más concretos, son todos unos incrédulos que se han infiltrado en la iglesia. Si son capaces de hacer todo tipo de maldad y de perturbar y alterar el trabajo de la iglesia, son los secuaces de Satanás. Deberían ser removidos y descartados. No se les puede tratar como a hermanos y hermanas. Los que les muestran amor son necios e ignorantes hasta el extremo” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Con las palabras de Dios entendí que los auténticos hermanos y hermanas son aquellos que aman la verdad y saben aceptarla. Se esfuerzan sinceramente por Dios y tienen testimonios de práctica de la verdad. Tal vez no puedan hablar de un autoconocimiento profundo, pero aman la verdad y practican toda palabra de Dios que comprenden. Aunque puedan cometer transgresiones, revelar corrupción y volverse negativos en ocasiones, como buscan la verdad, cuando se les poda y trata, o cuando afrontan un fracaso, saben recibirlo de parte de Dios, buscar la verdad y hacer introspección. Al reconocer sus problemas, poco a poco pueden rectificarlos y mejorar. Esas personas son los únicos auténticos hermanos y hermanas. Los incapaces de aceptar la verdad, y que hasta la desprecian, no pueden calificarse de hermanos y hermanas. Si tienen poca humanidad y cometen todo tipo de maldad que interrumpe la labor de la iglesia, son malhechores y anticristos y menos adecuados todavía para ser calificados de hermano o hermana. Aunque permanezcan en la iglesia, no son más que falsos creyentes infiltrados en la casa de Dios. Por mucho tiempo que crean, al final serán revelados y descartados por Dios. Aparentemente, Sheila no había cometido grandes maldades, pero todo lo que hacía perturbaba el pensamiento de la gente y le dificultaba su deber, y ella siempre había hecho esto. Sin importar de qué modo hablaran con ella y la sustentaran, nunca se transformaba lo más mínimo, e incluso debatía, discutía y actuaba irracionalmente. Esto indicaba que Sheila no aceptaba para nada la verdad y que estaba harta de ella por naturaleza. Es de la calaña del diablo, no una de nuestras hermanas. Antes, yo no entendía este aspecto de la verdad y carecía de discernimiento. Pensaba que, mientras uno creyera en Dios y reconociera Su nombre, debía considerársele hermano o hermana. Simpatizaba con ellos y los toleraba a ciegas, mientras me mostraba amable y los sustentaba sin discernimiento. En consecuencia, muchos de mis esfuerzos fueron vanos. ¡Qué necia y torpe!
Ahora que han aislado a Sheila, he comprobado lo justo que es Dios. Quienes no buscan la verdad y actúan irracionalmente no pueden establecerse en la iglesia y, a la larga, Dios los revelará. También logré entender los buenos propósitos de Dios: Dios ha dispuesto situaciones para que aprenda lecciones. He de empezar a aprovecharlas. En adelante, debo dedicar más tiempo y energía a la verdad y contemplar y hacer las cosas a través de la lente de las palabras de Dios.