Una decisión en medio del peligro
En un invierno de hace varios años, una líder superior me dijo que la policía había detenido a líderes y obreros de una iglesia vecina. Había que ocuparse del trabajo de seguimiento en la iglesia y los hermanos y hermanas no tenían a nadie que los sustentara. Algunos se sentían cohibidos, negativos y débiles y no podían participar en la vida de iglesia. Me preguntó si querría dirigir el trabajo de esa iglesia. Me sentí algo confundido cuando me lo preguntó: En esa iglesia acababan de detener a algunos hermanos y hermanas. Si me hacía con el control de ella, ¿qué me ocurriría si me detenían a mí? Dada mi avanzada edad, ¿soportaría mi cuerpo la tortura y las palizas del gran dragón rojo? Si no aguantaba la tortura y me volvía un judas traidor a Dios, ¿no habrían sido todos mis años de fe en vano? Sin embargo, luego pensé que, por la adversidad de las circunstancias actuales, la labor de la iglesia requería que alguien diera un paso al frente en ese momento crucial, por lo que acepté a regañadientes.
Cuando llegué a la iglesia, la hermana Wang Xinjing me informó que habían detenido a algunos líderes, obreros, hermanos y hermanas y que solo había podido contactar con unos pocos hermanos y hermanas en toda la iglesia. Como no podía contactar con la mayoría de ellos, no podían reunirse. Al enterarme pensé: “El gran dragón rojo utiliza a nuestros vecinos para vigilarnos. ¿Y si, cuando vaya a sustentar a estos hermanos y hermanas, los vecinos se dan cuenta y me denuncian? Además, han detenido a muchos hermanos y hermanas; si alguno no soportara la tortura y delatara a otros, la policía vigilaría a estos. ¿Y no caeré yo en su trampa si voy a ver a estos hermanos y hermanas? Si me detienen, no aguanto la tortura y me vuelvo un judas, ¿no me quedarán los días contados como creyente? Y seguro que luego no alcanzaré la salvación”. Cuanto más lo pensaba, más me asustaba, y me parecía demasiado peligroso cumplir allí con mi deber. Se sentía como si fuera a entrar a un campo de minas: un mal paso y se acabaría todo. En ese momento, lamenté de veras haber ido a supervisar el trabajo de esa iglesia y no me motivaba para cumplir con el deber. Después pensé: “Xinjing es miembro de esta iglesia y conoce mejor la situación global de aquí, por lo que sería más conveniente que ella fuera a visitar a los hermanos y hermanas. Acabo de llegar y aún no estoy al corriente. Puedo mandar a Xinjing a visitar a los hermanos y hermanas; así no tendré que arriesgarme”. No obstante, reflexioné: “Xinjing no capta bien muchos principios y carece de experiencia. Con todo esto, ¿realmente puede seguir bien el trabajo? ¿Sabrá resolver los problemas de los hermanos y hermanas? Pero si voy yo personalmente, ¿no me abocaré al desastre?”. Tras darle vueltas al asunto, decidí que Xinjing llevara a cabo ese trabajo. Sin embargo, días después, aún no había progresado nada. Por eso supe que debía ir yo a sustentar a los hermanos y hermanas. Si no, no se resolverían sus problemas y se vería perjudicada su entrada en la vida. No obstante, a tenor del peligro de las circunstancias actuales, correría el peligro de ser detenido en cuanto contactara con los hermanos y hermanas. Por eso no me atrevía a hacer el trabajo yo. En consecuencia, se pasó todo un mes y no habíamos progresado mucho en la labor de la iglesia. Xinjing vivía en un estado de negatividad. Consciente de ello, en esos días yo vivía con cobardía y miedo, así que no me atrevía a colaborar con ella en el trabajo.
Un día me noté un dolor en la rodilla izquierda, y a los pocos días se había hinchado como un globo y estaba amoratada. Me dolía tanto que casi no podía andar. Entendí entonces que tal vez Dios me estaba disciplinando con esto, por lo que le oré para pedirle esclarecimiento para conocer Sus propósitos. Tras orar vi este pasaje de las palabras de Dios. “Su tristeza se debe a la humanidad, en la que Él tiene esperanzas, pero esta ha caído en la oscuridad, porque la obra que Él hace en el hombre no alcanza Sus expectativas, y porque no toda la humanidad a la que Él ama tiene la capacidad de vivir en la luz. Él se entristece por la humanidad inocente, por el hombre honesto pero ignorante, y por el hombre que es bueno pero tiene carencias en sus propios puntos de vista. Su tristeza es símbolo de Su bondad y de Su misericordia, símbolo de belleza y benevolencia” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Es muy importante comprender el carácter de Dios). Las palabras de Dios me impactaron profundamente. Sobre todo cuando leí “Su tristeza se debe a la humanidad, en la que Él tiene esperanzas, pero esta ha caído en la oscuridad”, me sentí bastante culpable. Por las detenciones del gran dragón rojo, los hermanos y hermanas no podían hacer vida normal de iglesia, con lo que se sumieron en la depresión y las tinieblas y su vida se vio perjudicada. Ante esto, Dios sentía ansiedad y angustia y esperaba con apremio que alguien acatara Su voluntad y fuera rápido a ayudar a los hermanos y hermanas a hacer vida normal de iglesia, pero yo delegué mi trabajo en Xinjing para preservar mi seguridad y me replegué sobre mí mismo para arrastrar una existencia vil. Plenamente consciente de que los hermanos y hermanas no podían hacer vida normal de iglesia y de que su vida se había visto perjudicada, no intervine para resolver el problema. ¿Dónde estaba mi humanidad? ¡Qué egoísta y despreciable era! Pensé en que, normalmente, cuando no estaba en peligro, me creía una persona que amaba a Dios y era capaz de sacrificarse y esforzarse. Hasta solía hablar con otros de la necesidad de amar y satisfacer a Dios, pero, ante esta situación, no pude pensar más que en mi seguridad. No pensé para nada en la voluntad de Dios ni en si se vería perjudicada la vida de los hermanos y hermanas. Vi que solo hablaba del conocimiento doctrinal; engañaba a Dios y a la gente. Esto era hiriente y aborrecible para Dios. Cuando lo vi, sentí un hondo remordimiento y oré a Dios: “Amado Dios, siempre protejo mis intereses y no he escuchado Tu voluntad. En verdad carezco de conciencia y razón. Dios mío, quiero acatar Tu voluntad y esmerarme en sustentar a los hermanos y hermanas”.
Luego empecé a ayudar y sustentar a los hermanos y hermanas y a resolver sus problemas. Un día oí decir a una hermana: “Hace dos años detuvieron a más de diez hermanos y hermanas de esta iglesia. Todavía no han soltado a algunos de ellos. La policía ha llegado a amenazar con demoler la iglesia”. Me enojé mucho cuando oí aquello; ¡qué arrogantes y déspotas estos demonios! No obstante, también sentí un miedo inconsciente: después de tan solo dos años, habían venido a detener a muchos otros miembros y amenazaban con demoler la iglesia. Si se enteraba la policía de que yo era el líder de iglesia, ¿no me convertiría en su objetivo principal? Temblé de miedo al pensar en cómo habían torturado a los hermanos y hermanas tras su detención. Si, efectivamente, me detenían, ¿podría soportar su tortura? Si me mataban a golpes o me volvía un judas, ¿Eso no sería mi fin? Al oír que habían detenido a todavía más hermanos y hermanas, me pareció demasiado peligroso cumplir con mi deber en ese entorno. Pensé que la policía podría detenerme en cualquier momento y me sentí sumamente cohibido y asustado. Un día descubrí este pasaje de las palabras de Dios. “Independientemente de lo ‘poderoso’, audaz y ambicioso que sea Satanás, de lo grande que sea su capacidad de infligir daño, del amplio espectro de las técnicas con las que corrompe y atrae al hombre, lo ingeniosos que sean los trucos y las artimañas con las que intimida al hombre y de lo cambiante que sea la forma en la que existe, nunca ha sido capaz de crear una simple cosa viva ni de establecer leyes o normas para la existencia de todas las cosas, ni de gobernar y controlar ningún objeto, animado o inanimado. En el cosmos y el firmamento no existe una sola persona u objeto que hayan nacido de él, o que existan por él; no hay una sola persona u objeto gobernados o controlados por él. Por el contrario, no sólo tiene que vivir bajo el dominio de Dios, sino que, además, debe obedecer todas Sus órdenes y Sus mandatos. Sin el permiso de Dios, le resulta difícil incluso tocar una gota de agua o un grano de arena sobre la tierra; ni siquiera es libre para mover a las hormigas sobre la tierra, y mucho menos a la humanidad creada por Dios. A los ojos de Dios, Satanás es inferior a los lirios del campo, a las aves que vuelan en el aire, a los peces del mar y a los gusanos de la tierra. Su papel, entre todas las cosas, es servirlas, trabajar para la humanidad, y servir a la obra de Dios y Su plan de gestión” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único I). Con las palabras de Dios entendí que todo está bajo Su control. Por muy cruel que sea Satanás, sigue estando bajo el dominio de Dios. Sin el beneplácito de Dios, Satanás no daría un paso en falso. Recordé que, cuando fue probado Job, sin el beneplácito de Dios, Satanás solo pudo herir su carne, pero no quitarle la vida. En la situación en que me hallaba, ¿no dependía totalmente de Dios que me detuvieran o no? Por muy cruel y feroz que fuera Satanás, sin el beneplácito de Dios, no se saldría con la suya aunque el gran dragón rojo tratara de capturarme. Si Dios sí daba Su beneplácito, yo no podría huir aunque lo intentara. Mi vida estaba en las manos de Dios y Satanás no tenía ni voz ni voto. Al meditar las palabras de Dios, logré conocer un poco Su autoridad y soberanía y me sentí menos cohibido y mucho más liberado. Quería disponer que los hermanos y hermanas reanudaran su vida de iglesia. En esa época, Xinjing y yo oramos y nos amparamos en Dios. Contactamos con los hermanos y hermanas y les dimos sustento. Por consiguiente, poco a poco comenzaron a ir a reuniones, a hacer vida de iglesia y a cumplir con el deber de la mejor forma posible.
Más adelante me escribió una carta una hermana, detenida y después liberada, que me informaba que me habían delatado. La policía ya sabía que era líder y en qué aldea vivía, y hasta decía que mandaría emitir a la Oficina de Seguridad una orden de detención contra mí. Para localizarme, la policía incluso había llevado a la hermana a la aldea donde yo vivía para que me identificara, pero se había perdido la grabación de seguridad, así que fracasó su plan. Cuando me enteré, se me puso el corazón en la garganta y sentí una ansiedad y un miedo terribles. Dado que la policía ya tenía muchísima información mía, era susceptible de ser detenido en cualquier momento. Y si me detenía, seguro que me torturaría y martirizaría. Cuanto más lo pensaba, más me asustaba, y terminé cayendo en una debilidad pasajera. Me parecía que creer en Dios en la tierra del gran dragón rojo era como estar en la cuerda floja, que me aguardaba un peligro mortal a cada paso. Entonces pensé: “Tal vez pueda ir a esconderme un tiempo a casa de unos parientes. Cuando se hayan enfriado las cosas, podré seguir con mi deber”. Pero recordé que algunos hermanos y hermanas se sentían temerosos, negativos y débiles; y necesitaban urgentemente riego y sustento. Si desertaba del puesto en este momento decisivo, ¿no me estaría rebelando contra Dios y partiéndole el corazón? Abrumado y atormentado, no sabía qué hacer, así que oré a Dios para pedirle fortaleza y fe para continuar cumpliendo con mi deber. Tras orar vi este pasaje de las palabras de Dios. “En la China continental, el gran dragón rojo continúa con su brutal represión, detenciones y persecución de los creyentes en Dios, los cuales se enfrentan a menudo a determinadas circunstancias peligrosas. Por ejemplo, el Gobierno lleva a cabo búsquedas de personas de fe con diversos pretextos. Cuando encuentra una zona en la que vive un anticristo, ¿qué es lo primero que piensa el anticristo? No piensa en organizar adecuadamente la obra de la iglesia; en cambio, piensa en cómo escapar de este peligroso aprieto. Cuando la iglesia se enfrenta la opresión o detenciones, un anticristo jamás trabaja en arreglar la situación posterior. No hace planes para los recursos importantes ni para el personal de la iglesia, sino que piensa en todo tipo de pretextos y excusas para buscarse un lugar seguro y, una vez instalado allí, no se preocupa más por el asunto. […] En lo más profundo del corazón de un anticristo, su seguridad personal reviste la máxima importancia y esa es la cuestión central que se recuerda constantemente a sí mismo. Piensan para sí: ‘En absoluto debo permitir que me pase nada. Yo no puedo ser arrestado, no importa quién sí. Tengo que seguir viviendo. Sigo esperando la gloria que ganaré con Dios cuando Su obra termine. Si me atrapan, seré un Judas, y si soy un Judas, estoy acabado; no tendré un desenlace y seré castigado como merezco’. […] Una vez que un anticristo se ha instalado con seguridad y siente que nada malo le va a pasar, que no está amenazado, solo entonces hace algún trabajo superficial. Un anticristo arregla las cosas con mucho cuidado, pero depende de para quién esté trabajando. Si el trabajo es beneficioso para ellos mismos, entonces lo analizarán muy bien, pero cuando se trata del trabajo de la iglesia o cualquier cosa que tenga que ver con el deber del anticristo, mostrarán su egoísmo y vileza, su irresponsabilidad, y no tienen ni una pizca de conciencia o razón. Debido a tal comportamiento se les caracteriza como anticristos” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (II)). Dios revelaba que los anticristos son especialmente egoístas y carentes de humanidad. Solo les importan sus intereses y su bienestar y no les interesa lo más mínimo el trabajo de la iglesia. En períodos de calma dan la falsa impresión de que son vehementes en el deber, pero, a la menor señal de peligro o en una situación que pueda poner en riesgo su seguridad personal, se repliegan sobre sí mismos y abandonan el deber. Por mucho que perjudique esto al trabajo de la iglesia y a los hermanos y hermanas, a estos anticristos no les importa nada. Me percaté de que mis actos no diferían de los de un anticristo. Cuando no se presentaba un peligro, aparentemente era capaz de sufrir y esforzarme en el deber, pero cuando las cosas se pusieron realmente peligrosas, las eludí y solo pensé en protegerme y en delegar el deber arriesgado en mi hermana. Miraba pasivamente mientras la labor de la iglesia no progresaba y los hermanos y hermanas estaban sin vida de iglesia. No estuve a la altura, no hice el trabajo de la iglesia y no desperté hasta no ser disciplinado. Una vez que supe que me habían delatado y que la policía me buscaba, quise desertar del puesto y no pensé para nada en la labor de la iglesia. Fui muy egoísta y despreciable y no actué lo más mínimo como un creyente. ¿Dónde estaba mi auténtica fe en Dios? La realidad de esa situación reveló que era egoísta como un anticristo y que no tenía la menor conciencia ni razón. Siempre que me sentía en peligro, quería dejar mi deber y buscar el modo de garantizar mi seguridad. No tenía la más mínima lealtad a Dios, cosa que Él aborrecía. Cuando entendí esto acerca de mí mismo, sentí remordimiento y culpa. Descubrí un pasaje de las palabras de Dios. “Tal vez todos recordáis estas palabras: ‘Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación’. Todos habéis oído estas palabras antes, sin embargo, ninguno de vosotros comprendió su verdadero significado. Hoy, sois profundamente conscientes de su verdadero sentido. Dios cumplirá estas palabras durante los últimos días y se cumplirán en aquellos que han sido brutalmente perseguidos por el gran dragón rojo en la tierra donde yace enroscado. El gran dragón rojo persigue a Dios y es Su enemigo, y por lo tanto, en esta tierra, los que creen en Dios son sometidos a humillación y opresión y, como resultado, estas palabras se cumplirán en este grupo de personas, vosotros. Al embarcarse en una tierra que se opone a Dios, toda Su obra se enfrenta a tremendos obstáculos y cumplir muchas de Sus palabras lleva tiempo; así, la gente es refinada a causa de las palabras de Dios, lo que también forma parte del sufrimiento. Es tremendamente difícil para Dios llevar a cabo Su obra en la tierra del gran dragón rojo, pero es a través de esta dificultad que Dios realiza una etapa de Su obra, para manifestar Su sabiduría y acciones maravillosas, y usa esta oportunidad para hacer que este grupo de personas sean completadas. Dios lleva a cabo Su obra de purificación y conquista mediante el sufrimiento, el calibre y todo el carácter satánico de las personas en esta tierra inmunda, para, de esta manera obtener la gloria y así ganar a los que dan testimonio de Sus obras. Este es el significado completo de todos los sacrificios que Dios ha hecho por este grupo de personas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Es la obra de Dios tan sencilla como el hombre imagina?). Al meditar las palabras de Dios comprendí Sus propósitos. Era inevitable, y predestinación de Dios, que los creyentes que vivimos bajo el dominio del Partido fuéramos objeto de persecución y penurias. Con la persecución del gran dragón rojo, Dios perfeccionaba nuestra fe y nuestro amor. Pero yo, ante una situación peligrosa, no busqué la voluntad de Dios, me sentía cohibido y asustado, solo me importaba mi seguridad y ni siquiera quería cumplir con mi deber. Vi que mi fe era realmente débil y que, en vez de dar testimonio ante Dios, me había convertido en el hazmerreír de Satanás. Al darme cuenta, me sentí bastante arrepentido y en deuda y ya no quería abandonar el puesto y llevar una existencia vil. Quería someterme y ponerme en las manos de Dios. Estaba feliz de dejar que Dios dispusiera si me detenían o no y si vivía o moría. Si me detenía el gran dragón rojo, sería con el beneplácito de Dios, y aunque ello supusiera mi muerte, daría testimonio de Él. Si no me detenía, sería por la misericordia y la protección de Dios y yo estaría aún más motivado para mi deber. Comprendido esto, me sentí un poco más tranquilo y desaparecieron mi ansiedad y mi miedo anteriores.
Luego reflexioné: ¿por qué solo pensé en mis intereses ante el peligro, en vez de acatar la voluntad de Dios? Un día me sorprendió un pasaje de las palabras de Dios. “Todos los humanos corruptos viven para sí mismos. Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda; este es el resumen de la naturaleza humana. La gente cree en Dios para sí misma; cuando abandona las cosas y se esfuerza por Dios, lo hace para ser bendecida, y cuando es fiel a Él, lo hace por la recompensa. En resumen, todo lo hace con el propósito de recibir bendiciones y recompensas y de entrar en el reino de los cielos. En la sociedad, la gente trabaja en su propio beneficio, y en la casa de Dios cumple con un deber para recibir bendiciones. La gente lo abandona todo y puede soportar mucho sufrimiento para obtener bendiciones. No existe mejor prueba de la naturaleza satánica del hombre. La gente cuyo carácter se ha transformado es distinta, cree que el sentido proviene de una vida acorde con la verdad, que el fundamento de ser humano es someterse a Dios, temerlo y apartarse del mal, que aceptar la comisión de Dios es una responsabilidad predestinada por el cielo y reconocida por la tierra, que solo aquellos que cumplen con el deber de una criatura de Dios son aptos para ser calificados de humanos y que, si ellos no son capaces de amar a Dios y retribuir Su amor, no son aptos para ser calificados de humanos; para ellos, vivir para uno mismo es vacío y carente de sentido. Creen que las personas deben vivir para satisfacer a Dios, para cumplir bien con sus deberes y para vivir una vida significativa, de manera que, incluso cuando llegue la hora de su muerte, se sentirán contentas y no tendrán el menor remordimiento, y que no habrán vivido en vano” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Con las palabras de Dios vi que yo me protegía continuamente en las situaciones peligrosas y quería abandonar el deber porque dominaban mi pensamiento filosofías satánicas como “cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, “deja las cosas pasar si no te afectan personalmente”, “no muevas un dedo si no hay recompensa” y demás. Estas filosofías formaban parte de mi naturaleza y siempre actuaba por propio interés a toda costa. Traicionaba a Dios siempre que corrían riesgo mis intereses. Pensé en que, desde que había ido a esa iglesia, solo pensaba en mi seguridad en una situación peligrosa. Pese a saber que tenía que sustentar rápido a esos hermanos y hermanas para que hicieran vida normal de iglesia, me acobardé por miedo a la detención y la tortura y delegué mi trabajo en mi hermana sin la menor consideración por su seguridad ni por la labor de la iglesia. Aunque vi que era demasiado trabajo solamente para la hermana y que los hermanos y hermanas no podían hacer vida de iglesia, no di un paso al frente ni cumplí con mi deber. Vivía según la filosofía satánica. Actuaba de forma egoísta y despreciable y no tenía la menor humanidad, conciencia ni razón. Dios salva a quienes le son leales y obedientes, que dejan sus intereses personales y protegen la labor de la iglesia en momentos cruciales; ellas son las únicas personas que consiguen el elogio de Dios. Sin embargo, en momentos cruciales, yo abandoné el barco y no tuve sinceridad para con Dios. Al ver lo egoísta y despreciable que fui, aunque pudiera eludir a la policía y arrastrar una existencia vil, ¿por qué habría de optar Dios por salvarme? Me acordé de que, para salvar a la humanidad, Dios se encarnó en China y soportó una humillación y un sufrimiento inauditos mientras corría un enorme peligro por expresar Sus palabras y realizar Su obra, buscado y perseguido constantemente por el gran dragón rojo, y rechazado y calumniado por el mundo religioso, pero Dios jamás ha renunciado a salvarnos. Dios lo ha dado todo en Su sincero afán de salvar a la humanidad. La esencia de Dios es sumamente desinteresada y amable. Yo, por mi parte, no tenía sinceridad para con Dios y continuaba viviendo, según la filosofía satánica, con egoísmo, ruindad y traición. Solo pensaba en mi seguridad en el deber y no protegía para nada el trabajo de la iglesia. Si no me arrepentía, Dios se hartaría de mí y me descartaría.
En mis devociones encontré este pasaje. “Los que sirven a Dios deben ser Sus íntimos; deben ser agradables a Él y capaces de mostrar la mayor lealtad a Él. Independientemente de si actúas en público o en privado, puedes obtener el gozo de Dios delante de Dios; puedes mantenerte firme delante de Él, e, independientemente de cómo te traten otras personas, siempre caminas por la senda por la que debes caminar y le prestas toda la atención a la carga de Dios. Sólo las personas que son así son íntimas de Dios. Que los íntimos de Dios sean capaces de servirle directamente se debe a que Él les ha dado Su gran comisión y Su carga, a que pueden hacer suyo el corazón de Dios y a que toman la carga de Dios como propia, y no consideran sus perspectivas de futuro: aun cuando no tengan perspectivas ni obtengan nada, siempre creerán en Dios con un corazón amoroso. Por tanto, este tipo de persona es íntima de Dios. Los íntimos de Dios son también Sus confidentes; sólo estos podrían compartir Su inquietud y Sus pensamientos, y aunque su carne es dolorosa y débil, son capaces de soportar el dolor y abandonar lo que aman para satisfacer a Dios. Dios da más cargas a esas personas y lo que Él desea hacer queda demostrado en el testimonio de esas personas. Así, estas personas son agradables para Dios; son siervos de Dios según Su corazón y sólo ellos pueden gobernar junto a Él. Cuando hayas llegado a ser de verdad un íntimo de Dios, será precisamente cuando gobernarás junto a Él” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Cómo servir en armonía con la voluntad de Dios). En las palabras de Dios descubrí que Él ama a quienes escuchan Su voluntad y llevan Sus cargas. Surja la situación que surja, sin importar qué sufrimiento soporten, y aunque el camino por recorrer parezca sombrío, soportan todo tormento por satisfacer a Dios y no piensan en sus intereses. Solo esas personas serán, finalmente, las que Dios obtendrá. En ese momento crucial en que la iglesia afrontaba la persecución, sabía que debía acatar la voluntad de Dios, preocuparme por lo que a Él le preocupara, proteger la labor de la iglesia y cumplir mis responsabilidades y deberes. Entendido esto, tomé una decisión: sin importar qué peligro me acechara, cumpliría bien con el deber para reconfortar el corazón de Dios.
Un día oí que habían detenido a un líder de una iglesia vecina. Había que trasladar rápido los libros de la iglesia; si no, acabarían en manos del gran dragón rojo. Por ello, enseguida contacté con la hermana Zhang Yi para ayudar a trasladar los libros juntos. Cuando llegué al lugar de reunión, se me acercó corriendo con gesto nervioso y me contó que la habían seguido. Le había costado despistarlos y me dijo que trasladara los libros cuanto antes. Cuando lo oí, se me puso el corazón en la garganta y sentí nervios y miedo. Pensé: “La policía se oculta, discreta, mientras nosotros estamos a plena vista. Si la policía me localiza y me detiene, es probable que me mate a golpes”. Cuanto más lo pensaba, más me asustaba y más ganas tenía de que trasladara los libros otro, pero recordé que Zhang Yi ya había fijado una hora para vernos con el administrador de los libros y no había tiempo de buscar sustituto. Además, cuanto más se demorara el traslado, mayor sería el riesgo. Mientras le daba vueltas, me di cuenta de que estaba cohibido, por lo que le pedí continuamente a Dios que me diera fe y fortaleza. Recordé entonces otro pasaje de las palabras de Dios: “Los que son leales a Dios tienen claro cuándo es peligroso un entorno, pese a lo cual aceptan el riesgo de hacerse cargo de arreglar la situación posterior y mantienen en mínimos las pérdidas a la casa de Dios antes de retirarse. No priorizan su propia seguridad. ¿Qué decís de esto? ¿Es posible que la gente no se preocupe ni siquiera un poco por su propia seguridad? ¿Quién no es consciente de los peligros de su entorno? Sin embargo, debes asumir riesgos para cumplir con tu deber. Este deber es tu responsabilidad. No debes priorizar tu propia seguridad personal. La labor de la casa de Dios y lo que Dios te confía son lo más importante, y tienen prioridad sobre todo lo demás” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (II)). Los que son leales a Dios saben acatar su voluntad. Por muy peligrosas que sean las circunstancias, son capaces de arriesgarlo todo por seguir el trabajo y cumplir sus responsabilidades. Recordé que, en mis años como creyente, había gozado de mucho riego y sustento de las palabras de Dios, así que ya me tocaba cumplir con el deber. No podía traicionar mi conciencia y no hacer nada mientras peligraban los intereses de la iglesia. Por muy peligrosas que fueran las circunstancias, tenía que buscar el modo de trasladar esos libros a otro lado. No podía dejar que acabaran en manos del gran dragón rojo. Rememoré unas palabras del Señor Jesús: “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por causa de mí, ese la salvará” (Lucas 9:24). Aunque me detuvieran y mataran a golpes en el cumplimiento del deber, tendría sentido y Dios lo elogiaría. Recordé que a Pedro lo crucificaron cabeza abajo por Dios y no le preocupó su vida, con lo que dio firme y rotundo testimonio de Dios. Sabía que debía emular a Pedro, ser leal a Dios sin importar qué situación surgiera y cumplir bien mi deber para reconfortar Su corazón. Luego colaboré con los demás hermanos y hermanas, eludiendo ingeniosamente al gran dragón rojo y, protegidos por Dios, logramos trasladar los libros.