Encrucijada

4 Dic 2022

Por Li Yang, China

Nací en el campo y crecí en una familia pobre. Mis padres eran unos ingenuos campesinos muy acosados. De niño juré que, cuando me hiciera mayor, tendría éxito en la vida, y haría que los de la aldea nos vieran con otros ojos y nos dejaran de despreciar y acosar. Empecé a aprender artes marciales a los 11 años y, aunque era cansado y me lesionaba, no me asustaban los entrenamientos por muy severo que fuera el clima. Después, como quería emprender un negocio y destacar de la multitud, pedí dinero, hice regalos y cultivé relaciones por todos lados. En 1999, por fin logré inscribir una escuela de artes marciales.

Construida la escuela, cada vez prosperó más bajo mi concienzuda gestión, y aumentaron los beneficios. Se ganó el visto bueno de los lugareños, y mis padres me consideraban un honor para la familia y estaban orgullosísimos de mí. Todos los alumnos y padres me adulaban, y la Oficina Municipal de Deportes y el alcalde me valoraban mucho y eran encantadores conmigo. La admiración de todos me hacía sentir muy importante y bien considerado, y mi deseo de estatus se había cumplido plenamente. Sentía que por fin había progresado y estaba contentísimo. Participaba en muchos actos sociales para ayudar a la escuela a consolidarse, sobornaba a diversos departamentos y enviaba regalos a los jefes por las fiestas para que me dieran certificados de calidad y promocionaran la escuela. Para congraciarme con ellos, decía y hacía infinidad de cosas poco sinceras por miedo a que, si metía la pata con un funcionario, se vinieran abajo todo mi esfuerzo por asentar mi negocio, mi estatus y mi reputación. Estaba constantemente con el alma en vilo y no podía relajarme. Era agotador, tanto física como mentalmente, y una manera difícil y cansada de vivir. Estaba confundido: si mi negocio era un éxito y yo había conseguido reputación y ganancia, ¿por qué era tan difícil y cansada la vida?

En mayo de 2012 acepté el evangelio de Dios Todopoderoso de los últimos días. Al reunirme y relacionarme con los hermanos y hermanas de la Iglesia de Dios Todopoderoso, vi que era un lugar sin tratos de poder y dinero, sin engaños ni intrigas. Todos se centraban en buscar la verdad y eran capaces de sincerarse en comunión, de conocerse a sí mismos cuando exhibían corrupción y de buscar la verdad para corregirla. Era algo que no veía en la sociedad de fuera. La senda de la fe me pareció la senda correcta en la vida. Al leer las palabras de Dios aprendí que, en los últimos días, Dios realiza la obra de premiar a los buenos y castigar a los malos, y que solo los que crean sinceramente en Dios y busquen la verdad tendrán el cuidado y la protección de Dios, quien al final los salvará y guardará en los grandes desastres. Quienes no tengan fe ni busquen la verdad, por muy bien que lleven un negocio o por mucho dinero que ganen, todo quedará en nada al final y no podrán salvar la vida. Una vez que lo entendí, no estaba tan centrado en el progreso de la escuela, sino que salía a compartir el evangelio en mi tiempo libre para que más gente pudiera presentarse ante Dios y aceptar Su salvación.

La apoyaba al principio. Más adelante, mi hijo mayor vio en las noticias que el Gobierno oprimía y detenía a los creyentes. Comenzó a oponerse a mi fe por miedo a que afectara a la escuela y me amenazó con denunciarme a la policía. Además, un funcionario con quien yo tenía bastante buena relación me advirtió: “En este país no se permite tener fe. Debes renunciar a la tuya. Si te detienen, no solo te condenarán, sino que probablemente te cerrarán la escuela. ¿Eso no hundiría a tu familia?”. Le conté que este era el camino verdadero y que estaba decidido a conservar mi fe hasta el fin. Como no pudo convencerme, le dijo a mi esposa algunas mentiras difamatorias del Partido Comunista sobre la Iglesia de Dios Todopoderoso. Añadió que los creyentes en el Relámpago Oriental eran objetivos prioritarios de detención del Gobierno y que eso afectaría a las siguientes generaciones de sus familias, que sus hijos no entrarían en la universidad ni se les permitiría incorporarse a filas ni ser funcionarios. Al oír esto mi esposa, se enojó conmigo por temor a que mi fe implicara a nuestros hijos y me amenazó con el divorcio. Fue dolorosísimo para mí. Nuestro segundo hijo ya tenía un posgrado y un buen empleo. Si perdía el trabajo por mi fe, seguro que se enfrentaría cara a cara conmigo. Además, la escuela que tanto me había costado fundar ya estaba prosperando. Si algún día se cerraba por mi fe en Dios, todos mis años de esfuerzos serían en vano. ¿Qué opinarían de mí los vecinos? Durante un tiempo no tuve apetito y no podía dormir. Me sentía muy débil y triste y llegué a pensar en renunciar a mi fe. Sin embargo, como sabía que era la única vía hacia la salvación, no podía dejar de creer.

Me sinceré sobre mi estado en una reunión posterior. La líder me enseñó muchas palabras de Dios, como este pasaje: “Desde el momento en el que llegas llorando a este mundo, comienzas a cumplir tu deber. Para el plan de Dios y Su ordenación, desempeñas tu papel y emprendes tu viaje de vida. Sean cuales sean tus antecedentes y sea cual sea el viaje que tengas por delante, nadie puede escapar de las orquestaciones y disposiciones del Cielo y nadie tiene el control de su propio destino, pues solo Aquel que gobierna sobre todas las cosas es capaz de llevar a cabo semejante obra(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios es la fuente de la vida del hombre). Me enseñó esto: “Nuestro destino está en manos de Dios y, desde el momento en que nace cada uno, lo que vaya a experimentar en esta vida, los reveses y dificultades que afronte, fueron predestinados por Dios. También predestinó que seamos capaces de tener fe y de aceptar Su salvación actualmente. Dios permite que seamos creyentes en China y que suframos esta opresión y esta dificultad, con las cuales perfecciona la fe y la devoción de Su pueblo escogido. Que te detengan o no, que te cierren la escuela o no y el porvenir de tus hijos están totalmente en las manos de Dios. Ningún ser humano puede decidirlo y tampoco tiene el Gobierno la última palabra”. Las palabras de Dios y la enseñanza de la líder me dieron esclarecimiento. Cierto. Ya había vivido la mayor parte de mi vida, tenía muchas experiencias y lo que había vivido no había resultado como había imaginado. Cuando estaba en el Ejército, entrené mucho, tuve un buen desempeño y creía que ascendería, pero, para mi sorpresa, ascendieron a otra persona. Luego experimenté todo tipo de dificultades al montar la escuela, pero al final logré ponerla en marcha sin problemas y ahora iba bien. Yo no tuve ocasión de decidir todos estos éxitos y fracasos. Con esto comprendí que la soberanía de Dios determina cuanto experimentamos en la vida y nosotros no tenemos ni voz ni voto. Era inútil preocuparme de si me detendrían o no. Dios lo había decidido mucho antes, así que tenía que dejarlo todo en Sus manos y someterme a lo que dispusiera.

La líder también me enseñó que el camino verdadero ha sido oprimido desde la Antigüedad. Cuanto más verdadero, con más brutalidad lo persiguen las fuerzas satánicas. ¿Cómo habría de resignarse Satanás a que Dios salve a la gente? Cuando vino a obrar el Señor Jesús, el Gobierno romano y el mundo religioso se resistieron a Él, lo oprimieron frenéticamente y también persiguieron a Sus seguidores. Hoy día, nosotros creemos en el Dios verdadero, por lo que es inevitable que nos persiga el régimen satánico del Partido Comunista. Con esta persecución, Dios nos ayuda a adquirir discernimiento para que veamos con nitidez la esencia demoníaca y contraria a Él del partido. Leí después este pasaje de las palabras de Dios: “Durante miles de años, esta ha sido la tierra de la suciedad. Es insoportablemente sucia, la miseria abunda, los fantasmas campan a su antojo por todas partes; timan, engañan, y hacen acusaciones sin razón; son despiadados y crueles, pisotean esta ciudad fantasma y la dejan plagada de cadáveres; el hedor de la putrefacción cubre la tierra e impregna el aire; está fuertemente custodiada. ¿Quién puede ver el mundo más allá de los cielos? El diablo ata firmemente todo el cuerpo del hombre, pone un velo ante sus ojos y sella con fuerza sus labios. El rey de los demonios se ha desbocado durante varios miles de años, hasta el día de hoy, cuando sigue custodiando de cerca la ciudad fantasma, como si fuera un ‘palacio de demonios’ impenetrable. Esta manada de perros guardianes, mientras tanto, mira fijamente con mirada penetrante, profundamente temerosa de que Dios la pille desprevenida, los aniquile a todos, y los deje sin un lugar de paz y felicidad. ¿Cómo podría la gente de una ciudad fantasma como esta haber visto alguna vez a Dios? ¿Han disfrutado alguna vez de la amabilidad y del encanto de Dios? ¿Qué apreciación tienen de los asuntos del mundo humano? ¿Quién de ellos puede entender la anhelante voluntad de Dios? Poco sorprende, pues, que el Dios encarnado permanezca totalmente escondido: en una sociedad oscura como esta, donde los demonios son inmisericordes e inhumanos, ¿cómo podría el rey de los demonios, que mata a las personas sin pestañear, tolerar la existencia de un Dios hermoso, bondadoso y además santo? ¿Cómo podría aplaudir y vitorear Su llegada? ¡Esos lacayos! Devuelven odio por amabilidad, empezaron a tratar a Dios como un enemigo hace mucho tiempo, lo han maltratado, son en extremo salvajes, no tienen el más mínimo respeto por Dios, roban y saquean, han perdido toda conciencia, van contra toda conciencia, y tientan a los inocentes para que sean insensibles. ¿Antepasados de lo antiguo? ¿Amados líderes? ¡Todos ellos se oponen a Dios! ¡Su intromisión ha dejado todo lo que está bajo el cielo en un estado de oscuridad y caos! ¿Libertad religiosa? ¿Los derechos e intereses legítimos de los ciudadanos? ¡Todos son trucos para tapar el pecado!(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (8)). Las palabras de Dios me enseñaron que el Partido Comunista es un partido ateo, un enemigo de Dios que no quiere que Él exista. Afirma permitir la libertad religiosa, pero eso es engañar, mentir, al pueblo. Teme que si el pueblo tiene fe, lee las palabras de Dios y aprende la verdad, descubra que es el diablo, Satanás, el que le perjudica, y que lo aborrezca y rechace. Entonces se frustrarán su ambición y su objetivo de controlar al pueblo por siempre. Así, para que el pueblo no crea ni siga a Dios, detiene y persigue frenéticamente al pueblo escogido de Dios y utiliza los medios para calumniar y difamar a la Iglesia de Dios Todopoderoso hasta el punto de amenazar a las familias de los creyentes y de hacer que los opriman y se enfrenten a ellos para que la gente renuncie al camino verdadero, pierda la salvación de Dios y sea aniquilada en el infierno con el PCCh. ¡El Partido Comunista es sumamente vil y malvado! Mi familia se había dejado engañar por él y empezó a oprimirme. Si le seguía el juego, caería en las trampas de Satanás. No podía dejarme engañar por él. Por más que se interpusiera mi familia, sabía que tenía que conservar mi fe y continuar en el deber.

Al ver lo decidido que estaba a seguir a Dios, mi hijo mayor intensificó su persecución. Un día me echó de la escuela delante de los alumnos. Me gritó airadamente: “¡El Gobierno no permite la religión, pero tú te empeñas en creer! Si te detienen, se verá implicada la familia entera, incluidos mis hijos. ¿Acaso es aceptable eso? Si quieres conservar tu fe, tienes que irte de la escuela, ¡y no nos arrastres a nosotros a ello!”. No podía creerme ese disparate: que mi propio hijo pudiera decirme algo tan despiadado y echarme solo porque creía en Dios. Me dolió mucho. Si me echaban de la escuela, ¿eso no implicaba que mi sangre, mi sudor y mis lágrimas de toda una vida habrían sido en vano? ¿Quién me llamaría “director” y quién me admiraría? Ya no disfrutaría más de esas cosas y me convertiría de nuevo en un campesino normal. ¿Cómo podría mirar a la cara a mis amigos y conocidos? Estos pensamientos me resultaban insoportablemente dolorosos. ¿Dónde iría si me echaba mi hijo? Sentí que quizá debía hacerle caso. Al pensar eso recordé unas palabras de Dios. “Si las personas no tienen confianza alguna, no es fácil para ellas continuar por esta senda. Todos pueden ver ahora que la obra de Dios no está conforme en lo más mínimo con las nociones e imaginaciones de las personas. Dios ha hecho tanta obra y ha pronunciado tantas palabras y, aunque la gente reconozca que son la verdad, podría ser susceptible a que las nociones sobre Dios sugieran en ella. Si la gente desea comprender la verdad y ganarla, debe tener la confianza y la fuerza de voluntad para ser capaces de apoyar lo que ya han visto y lo que han obtenido en sus experiencias. Independientemente de lo que Dios haga en las personas, estas deben defender lo que ellas mismas poseen, ser sinceras ante Él, y serle fieles a Él hasta el final. Esta es la obligación de la humanidad. Las personas deben respetar aquello que deberían hacer(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Debes mantener tu lealtad a Dios). “No te desanimes, no seas débil; y Yo te aclararé las cosas. El camino que lleva al reino no es tan fácil. ¡Nada es tan simple! Queréis que las bendiciones vengan a vosotros fácilmente, ¿no es así? Hoy, todos tendréis que enfrentar pruebas amargas. Sin esas pruebas, el corazón amoroso que tenéis por Mí no se hará más fuerte ni sentiréis verdadero amor hacia Mí. Aun si estas pruebas consisten únicamente en circunstancias menores, todos deben pasar por ellas; es solo que la dificultad de las pruebas variará de una persona a otra(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 41). Las palabras de Dios me ayudaron a calmarme. Es verdad. La senda de la fe no es toda ella un camino de rosas. Tenemos que soportar dificultades y, sin confianza, cuesta mantenerse en la senda. Si me volvía negativo y daba marcha atrás por esta opresión, ¿dónde estaba mi confianza? Antes de creer en Dios, cuando estuve todos esos años en el mundo luchando por progresar, esa era una manera difícil y cansada de vivir, sin nada que esperar. Ahora tuve la suerte de encontrarme esta oportunidad única en la vida: que Dios venía a salvar a la humanidad. ¿Cómo podía renunciar a ella a la ligera? ¿Cómo podría salvarme Dios después? El Señor Jesús dice: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros, y sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros de mucho más valor que ellas?(Mateo 6:26). Dios crea a las aves, que no siembran ni siegan, pese a lo cual permite que sobrevivan. Dios me abriría un camino. Si mi hijo me echaba de la casa, creía que Dios me guiaría y que no tenía nada de lo que preocuparme. Esta idea renovó mi confianza y ya no me sentía limitado por él. Al verme perseverante en la fe, me hizo salir por la puerta de la escuela. No me quedó más remedio que dejar la escuela y quedarme un tiempo en casa de mis padres.

Esa noche me resultaba verdaderamente triste pensar en mi grave situación. Oré a Dios: “Dios mío, no sé cuál es Tu voluntad en esto. Si creo en Ti y voy por la senda correcta, ¿por qué me trata así mi hijo? Te pido que me guíes para comprender Tu voluntad”. Recordé entonces un pasaje que habían compartido conmigo unos hermanos y hermanas: “En cada paso de la obra que Dios hace en las personas, externamente parece que se producen interacciones entre ellas, como nacidas de disposiciones humanas o de la interferencia humana. Sin embargo, detrás de bambalinas, cada etapa de la obra y todo lo que acontece es una apuesta hecha por Satanás ante Dios y exige que las personas se mantengan firmes en su testimonio de Dios. Mira cuando Job fue probado, por ejemplo: detrás de escena, Satanás estaba haciendo una apuesta con Dios, y lo que aconteció a Job fue obra de los hombres y la interferencia de estos. Detrás de cada paso de la obra que Dios hace en vosotros está la apuesta de Satanás con Él, detrás de todo ello hay una batalla(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo amar a Dios es realmente creer en Él). Al meditar las palabras de Dios, vi que este asunto al que me enfrentaba parecía, desde fuera, como que mi hijo se había dejado engañar por las mentiras del Partido Comunista, por lo que me oprimió, entorpeció mi fe y me echó de la escuela, pero por detrás estaba Satanás perturbando y manipulando las cosas para ver qué elegía yo: mantener mis relaciones familiares, preservar mi reputación y estatus y traicionar a Dios, o renunciar a mis intereses personales y optar por continuar siguiéndolo. Preocupado por mi situación, me sentía molesto porque me faltaba auténtica fe en Dios y no tenía la determinación de dejarlo todo. Satanás utilizaba mis puntos débiles —mis afectos, mi reputación y mi estatus— para que abandonara a Dios, lo traicionara, y al final Satanás me hundiría, me devoraría. ¡Qué siniestro y malvado! Al entender esto me sentí un poco mejor. Decidí que, sin importar qué hiciera mi familia por frenarme ni las dificultades que afrontara luego en la vida, me mantendría firme en la fe ¡y seguiría a Dios hasta el fin para humillar a Satanás!

Como no podía estar mucho en casa de mis padres, tuve que volver a la escuela. Seguí yendo a reuniones y predicando el evangelio tras mi regreso. Mi hijo mayor y su esposa redoblaron su opresión al ver que continuaba practicando mi fe. Siempre decían que me iban a echar, se hicieron con el control financiero de la escuela y me dejaron sin un centavo. Además, me decían constantemente cosas horribles. A menudo me disgustaba tanto que no podía comer. Durante un tiempo estuve enojado constantemente y me costaba comer, así que mi salud se resintió mucho. Se me nublaba la vista al andar y estuve a punto de desmayarme varias veces. Me apareció una gastritis erosiva, y tenía tanto dolor por las noches que el único modo de aliviarla era apretarme una almohada contra el estómago. Cuando no podía dormir de noche, salía a la cancha de deportes y miraba el edificio de entrenamientos, los despachos, la cafetería y la residencia que había construido mientras contemplaba la escuela que tanto me había costado levantar. Me afectaba mucho. Para abrir esta escuela, no sé hasta dónde había llegado, cuánto había procurado congraciarme con otros y cuánto había sufrido. Ahora que había obtenido éxito, mi propio hijo me despojaba de él. Era el trabajo de mi vida. Si conservaba mi fe, afrontaba la pérdida de todo esto. Pensarlo de ese modo era como una puñalada en el corazón. En esa época me sentía muy débil y siempre lloraba a escondidas por la noche. Llorando, oraba a Dios: “Oh, Dios mío, voy a perder este negocio que he levantado durante toda mi vida y no puedo renunciar a él. Te pido que me guíes para superar esta situación”.

Después, los hermanos y hermanas compartieron conmigo unas palabras de Dios que me dieron una senda de práctica: Las palabras de Dios dicen: “Ahora deberías poder ver con claridad el camino preciso que Pedro tomó. Si puedes ver la senda de Pedro con claridad, entonces estarás seguro de la obra que se está haciendo actualmente, de modo que no te quejarás o serás pasivo ni anhelarás nada. Debes experimentar el ánimo de Pedro en ese momento: la tristeza lo golpeó; ya no pedía por un futuro ni ninguna bendición. No buscaba el lucro, la felicidad, la fama o la fortuna del mundo, solo buscaba vivir una vida con un mayor significado, retribuir el amor de Dios y dedicar lo más absolutamente precioso que tenía a Dios. Entonces estaría satisfecho en su corazón(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Cómo Pedro llegó a conocer a Jesús). La meditación de las palabras de Dios me abrió los ojos. En su momento, también Pedro padeció la opresión familiar por su fe. Su familia quería que se distinguiera y le diera gloria, pero no lo frenaron. Exhortado por el Señor Jesús, renunció a todo por seguirlo y por aspirar a una vida con sentido. La experiencia de Pedro me dio esclarecimiento. Pedro tenía fe sincera en Dios y supo renunciar a todo por seguirlo. Buscó la verdad y llegó a conocer y a amar a Dios, así que al final recibió Su visto bueno. Yo hacía poco que era creyente y tenía una comprensión superficial de la verdad, pero me motivó mucho pensar en la desdicha que antes me había acarreado el afán por la reputación y el estatus, y ver luego la senda que tomó Pedro, que recibió el visto bueno de Dios. Quería seguir el ejemplo de Pedro, renunciar al renombre y a la reputación y buscar la verdad. Posteriormente decidí dejar la escuela y seguir practicando mi fe y cumpliendo un deber.

Días más tarde, algunos de mis viejos amigos militares se enojaron mucho al enterarse de que mi hijo me había echado de la escuela y me propusieron por doquier ideas para recuperarla. Familiares y amigos criticaban la injusticia, y el secretario de la aldea me ayudó con una certificación oficial de que había levantado la escuela yo solo y no había más partes interesadas. Con todo esto pensé que, con esa certificación, si mis amigos militares me ayudaban a recuperar la escuela, recuperaría mi prestigio anterior. Pero me di cuenta de que de nuevo tenía deseos de reputación y estatus, por lo que oré en silencio a Dios para pedirle fortaleza para renunciar a la carne. Recordé la experiencia de Job tras mi oración. De un día para otro le quitaron todas sus posesiones y, aunque fue muy doloroso, no se apoyó en sus fuerzas para recuperarlas, sino que oró y se sometió a las disposiciones de Dios. Mi patrimonio no era ni por asomo equivalente al de Job, pero si no oraba y buscaba con Dios ante esta situación y solo quería recuperarlo por mí mismo, ¿qué tenía eso de sumisión a Dios? Si recuperaba la escuela y me ocupaba de llevarla todos los días, no tendría energía para practicar mi fe y cumplir bien con el deber. Ahora que mi hijo me había quitado la escuela, podía practicar mi fe y cumplir incondicionalmente con el deber. Eso era maravilloso y la forma en que Dios me abría una senda. Esta idea me iluminó un poco el corazón. Me di cuenta de que nunca fui capaz de renunciar a la escuela por estar corrompido muy a fondo y preocuparme demasiado por la reputación y el estatus.

Luego leí este pasaje de las palabras de Dios Todopoderoso: “Nacido en una tierra tan inmunda, el hombre ha sido gravemente infectado por la sociedad, influenciado por una ética feudal y educado en ‘institutos de educación superior’. Un pensamiento retrógrado, una moral corrupta, una visión mezquina de la vida, una filosofía despreciable para vivir, una existencia completamente inútil y un estilo de vida y costumbres depravados, todas estas cosas han penetrado fuertemente en el corazón del hombre, y han socavado y atacado severamente su conciencia. Como resultado, el hombre está cada vez más distante de Dios, y se opone cada vez más a Él. El carácter del hombre se vuelve más cruel día tras día, y no hay una sola persona que voluntariamente renuncie a algo por Dios; ni una sola persona que voluntariamente obedezca a Dios, y, menos aún, una sola persona que busque voluntariamente la aparición de Dios. En vez de ello, bajo el campo de acción de Satanás, el hombre no hace más que buscar el placer, entregándose a la corrupción de la carne en la tierra del lodo. Incluso cuando escuchan la verdad, aquellos que viven en la oscuridad no consideran ponerla en práctica ni tampoco muestran interés en buscar a Dios, aun cuando hayan contemplado Su aparición. ¿Cómo podría una humanidad tan depravada tener alguna posibilidad de salvación? ¿Cómo podría una humanidad tan decadente vivir en la luz?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tener un carácter invariable es estar enemistado con Dios). Las palabras de Dios revelaban mi estado preciso. Mis padres y maestros me enseñaron desde pequeño cosas como “el hombre lucha hacia arriba; el agua fluye hacia abajo”, “sin sacrificio, no hay beneficio” y “destacar entre los demás y honrar a los antepasados”. Estas filosofías satánicas se habían afianzado hondamente en mi interior y me habían generado una perspectiva equivocada de la vida y los valores. Creía que tratar de progresar, ser mejor que otros y alcanzar reputación y estatus era el único modo de vivir con integridad y valor. Estaba dispuesto a soportar cualquier dificultad para hacerme conocido. Cuando estaba montando la escuela de artes marciales, cada día era especialmente cansado, y con el dinero ganado con el sudor de mi frente me ganaba el favor de los funcionarios dándoles coba, adulándolos y viviendo sin dignidad. En las fiestas enviaba regalos a los jefes de diversos departamentos por miedo a buscarme problemas y desgracias al menor paso en falso. Era agotador, tanto física como mentalmente, mantener estas relaciones interpersonales complejas, pero estaba sumido a fondo en ello y no podía librarme. La gente de mi entorno empezaba a hacer toda clase de cosas inauditas una vez que alcanzaba reputación y estatus: meterse en corrupciones y sobornos, verse con prostitutas, apuestas… todo sin límites. Esto no es sino el modo en que Satanás corrompe y perjudica a la gente. Y mi hijo se apoderó de la escuela que yo había construido con mis manos también porque se vio abrumado por la reputación y la ganancia. Ignoró el amor entre padre e hijo solo por conseguir estas cosas. Eso me recordó a las antiguas familias imperiales, en las que hermanos, padres e hijos se asesinaban unos a otros por el trono. Esas eran las falacias y mentiras de Satanás, que corrompían tanto a la gente que esta perdía toda humanidad y razón. A esas alturas vi que la reputación y la ganancia son cadenas con las que Satanás ata a la humanidad. Si vivimos según las filosofías de Satanás, en pos de la reputación y la ganancia, cada vez seremos más corruptos, y la vida, más dolorosa. Cuando estaba hondamente enfangado en la reputación y la ganancia, las palabras de Dios me enseñaron que la búsqueda de la verdad es la senda correcta en la vida y la vida con mayor sentido. Sin embargo, como yo estaba atado y limitado por las filosofías satánicas, cuando perdí los placeres del dinero, de la reputación y del estatus, me costó renunciar a ello y era desdichado. Incluso quería ir a juicio para recuperar esas cosas. Qué necio era. De haber ido por ese camino, Satanás continuaría perjudicándome y terminaría aniquilado con él. El Señor Jesús dice: “Pues ¿qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?(Mateo 16:26). Es verdad. Por mucho dinero o estatus que tenga alguien, ¡no pueden comprar la verdad y la vida! Había perdido las posesiones, la reputación y el estatus edificados durante la mayor parte de mi vida, pero con esta experiencia vi cómo perjudican estas cosas a la gente y las aterradoras consecuencias de ir en pos de ellas. También descubrí el sentido y valor de buscar la verdad y fui capaz de renunciar a aquellas para seguir a Dios y cumplir un deber. Esos fueron el amor y la salvación de Dios para conmigo. Una vez comprendida la voluntad de Dios, no quise pelearme por nada con mi hijo ni tampoco demandarlo. Solo me interesaba someterme a la soberanía de Dios, buscar la verdad y cumplir un deber.

Desde entonces predico el evangelio en la iglesia y, aunque ya no me admiren los demás, siento mucha más paz dentro de mí y todos los días se sienten muy plenos. En el fondo estoy seguro de que tener fe y seguir a Dios es la mejor opción y la manera de vivir con más sentido. ¡Gracias a Dios!

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