El camino a casa de un sacerdote
Mi familia es católica desde hace generaciones. Cuando tenía 20 años, decidí consagrarme al Señor y dedicar mi vida a servirlo. Luego, tras siete años de formación teológica sistemática en el seminario, fui consagrado sacerdote a los 27 años, y a los 30 me ascendieron a abad de un monasterio. Por entonces era muy arrogante. Por un lado, me parecía que había llegado muy joven a abad de monasterio, pero además, después de oír mis sermones, todos los sacerdotes y monjes decían que eran muy útiles, por lo que creía entender la Biblia y conocer al Señor y que, cuando Él viniera, tendría el visto bueno de Dios y entraría al reino de los cielos.
En junio de 2001. Una noche vino a verme apurado el diácono Wang, para anunciarme que habían venido dos cristianos que hablaban de la fe muy en profundidad. Al oír que eran cristianos, no me los tomé en serio en absoluto. Creía que la Iglesia católica era la única verdadera, poseedora de toda la verdad de la salvación de Jesús. Tenía muchos años de formación teológica y había estudiado renglón a renglón cada capítulo de la Biblia. Ya que habían venido, pensé que bien podría debatir la cuestión de la fe con ellos a ver si podía convertirlos a la fe católica. El diácono Wang me llevó entonces a conocerlos. Uno era el hermano Chen; el otro, el hermano Gao. Cuando los conocí y supe que solo llevaban seis o siete años creyendo en Dios, me los tomé menos en serio todavía, pero, para hacer que se unieran a la Iglesia católica, no obstante, les hablé pacientemente de la historia católica. También les comenté: “Si quieren asegurarse la entrada en el reino de los cielos, deben unirse a la Iglesia verdadera, la católica”. Sin embargo, cuando oyeron eso los dos hermanos, no solo no quisieron convertirse, sino que me hablaron del estado de la iglesia. El hermano Gao observó: “Tanto para los católicos como para los cristianos, el estado actual de la iglesia es de desolación. Los predicadores leen la Escritura y predican sin luz, no saben dar sermones novedosos ni profundos y algunos han comenzado a ir en pos de cosas mundanas y han dejado la senda del servicio. Y los creyentes se sienten negativos y débiles, su fe se ha enfriado y, en las reuniones, hablan de su vida cotidiana o de cómo ganar dinero y se facilitan unos a otros trabajos, novios y novias. Muchos creyentes van en pos de las tendencias mundanas y algunos hasta han vuelto al mundo. ¿En qué se diferencia el estado actual de la iglesia del estado del templo en las postrimerías de la Era de la Ley? Al final de la Era de la Ley, era obvio que el templo estaba desolado. El pueblo cambiaba dinero en el templo sin tapujos, compraba y vendía ganado, ovejas y palomas y el templo se convirtió en cueva de ladrones. Que el Espíritu Santo ya no obraba en el templo. ¿Dónde obraba el Espíritu Santo? En aquel tiempo, el Señor Jesús inició una nueva obra fuera del templo y la obra del Espíritu Santo había pasado a ser la del Señor Jesús. Es como tener una estufa en un cuarto en invierno. Ese cuarto se siente caliente, pero, si quitan la estufa, se enfría. Pasa igual en la iglesia. Cuando el Espíritu Santo obra en ella, los hermanos y hermanas tienen fe y buscan fervientemente, pero cuando se pierde la obra del Espíritu Santo, la iglesia se queda desolada. Las iglesias de todas partes se hallan en el mismo estado que el templo en las postrimerías de la Era de la Ley. Están todas desoladas. ¿Te has planteado si ha cambiado la obra del Espíritu Santo? ¿Dónde obra el Espíritu Santo hoy?”. Tras oír al hermano, estaba muy sorprendido. No esperaba que relacionaran la desolación del templo con la obra del Señor Jesús. Esta comprensión me resultó novedosa. Nunca habíamos entendido así las cosas en nuestra Iglesia. Además, estaba de acuerdo con su evaluación del estado de la Iglesia. En cuanto a leer la Escritura y guardar el día del Señor, muchos miembros de la Iglesia ya no lo hacían. Eran como los incrédulos, en pos del dinero y los placeres mundanos, y cada vez había menos gente en la iglesia. Esto era una realidad. La Iglesia estaba, en efecto, desolada. Vi que sus enseñanzas estaban en consonancia con la Biblia y los hechos y que su entendimiento tenía cierta profundidad, por lo que pensé: “He estudiado la Biblia muchísimos años sin tener este entendimiento, pero ellos lo han alcanzado en tan solo unos años de fe. Me parece que los he subestimado”. Como no podía convencerlos ni responder sus preguntas, para no avergonzarme, simplemente añadí algunas palabras, puse excusas y me fui a casa.
No obstante, creía que el Espíritu Santo era el alma de la Iglesia, por lo cual, si el Espíritu Santo no obraba en ella, ¿en qué otro lugar podría obrar? Como entonces no lo entendía, no lo pensé mucho. Después, esos dos hermanos vinieron a verme más veces. Siguiendo con el último tema de su enseñanza, dijeron: “El Señor ha vuelto encarnado para expresar nuevas palabras, realizar la obra de juicio y purificación de la gente, librarnos de la esclavitud del pecado e introducirnos en el reino de los cielos”. Estaba muy confundido al oírlo. Pensé: “¿Realmente entienden la Biblia? El Señor Jesús ha consumado la obra de redención y volverá en un cuerpo espiritual sobre una nube para decidir el desenlace de la gente. ¿Cómo es posible que regrese encarnado para realizar una nueva obra?”. En ese momento, de pronto recordé que me habían contado no mucho antes que había gente predicando el Relámpago Oriental. Afirmaban que el Señor había vuelto encarnado para realizar una nueva obra y sus sermones eran bastante profundos. Intuí que ellos probablemente creían en el Relámpago Oriental. A mi parecer, la Iglesia católica era la ortodoxia, y como nunca se había oído hablar del Relámpago Oriental, este no podía ser la ortodoxia. Dado que no lo era, sus sermones, por supuesto, no tenían razón. Por ello, los interrumpí y pregunté: “¿Creen en el Relámpago Oriental? Según ustedes, el Señor ha vuelto encarnado y está realizando una nueva obra. Es imposible. No lo creo. Si tienen la intención de predicarme este evangelio, ¡ahórrense el esfuerzo!”. Los dos hermanos me hablaron muy pacientemente pese a ello, pero como mis nociones eran muy firmes, no los escuché en absoluto. Les dije, airado: “¡Lo que predican contradice las creencias tradicionales y no quiero seguir oyéndolo!”. Ante mi actitud, los dos hermanos dejaron de compartir conmigo. Más adelante vinieron dos veces más, pero, debido a mi resistencia interna hacia ellos, sin importar cómo hablaran, todo lo que decían me entraba por un oído y me salía por el otro. Al final me dejaron un ejemplar del libro La Palabra manifestada en carne y me pidieron que lo estudiara. Al ver su actitud sincera, me dio demasiada vergüenza negarme, por lo que permití que me dejaran el libro.
Sentí un poco de curiosidad al recibir el libro y quería ver qué contenía exactamente. Así, lo abrí, hojeé el índice, pasé unas pocas páginas al azar y encontré algunos textos; por ejemplo, si existe o no la Trinidad y el final y el destino de la humanidad. Eso difería de nuestras enseñanzas tradicionales, por lo que cerré el libro y no lo volví a mirar. Pensaba que, como abad del monasterio, mi deber era proteger el rebaño, y tenía que advertir a los sacerdotes y monjes para que no los engañaran. Por tanto, en un retiro de novicios, comenté: “Estamos en los últimos días y están surgiendo muchos falsos Cristos. Hace unos días conocí a unas personas del Relámpago Oriental. Me dijeron que el Señor ha vuelto encarnado y está realizando una nueva obra. ¿Cómo puede ser? Hojeé algunas páginas de su libro y lo que enseña difiere de nuestras creencias tradicionales. ¡Estoy seguro de que el Relámpago Oriental no viene de Dios!”. También les mandé que se previnieran y no contactaran con ellos, que no leyeran sus libros ni escucharan sus palabras y que se aseguraran de proteger a los miembros de la iglesia para que no los engañaran. Entonces, tras haberme escuchado, los sacerdotes y monjes dijeron que esta era una cuestión crucial de salvar almas y que había que proteger a los miembros de la iglesia. En aquel instante los vi a todos muy obedientes tras oírme y creí haber hecho una cosa muy justa o, al menos, haber cumplido con la responsabilidad de un abad de proteger el rebaño, así que no me percaté para nada de que me estaba resistiendo a Dios.
Días después de este suceso, el hermano Gao vino a verme y me preguntó si había leído las palabras de Dios Todopoderoso. Le contesté muy bruscamente. Le dije: “Las palabras de Dios Todopoderoso difieren de nuestras enseñanzas tradicionales, con lo que no las estudiaré ni dejaré que nadie más lo haga, pues esto es materia de fe. Jamás traicionaremos al Señor escuchando su predicación”. Cuando oyó esto el hermano Gao, me habló pacientemente: “No has leído las palabras de Dios Todopoderoso. Solamente has descubierto algunas cosas distintas de las enseñanzas tradicionales de tu Iglesia, por lo que has determinado que estas no son la palabra y obra del Señor y te has negado a estudiarlas. ¿No te parece esto demasiado imprudente? Dios Todopoderoso dice: ‘Os aconsejo que andéis con cuidado por la senda de la creencia en Dios. No saquéis conclusiones apresuradas; más aún, no seáis despreocupados y descuidados en vuestra creencia en Dios. Deberíais saber que, como mínimo, los que creen en Dios deben ser humildes y reverenciales. Los que han oído la verdad pero la miran con desdén son insensatos e ignorantes. Los que han oído la verdad, pero sacan conclusiones precipitadas o la condenan a la ligera, están asediados por la arrogancia. Nadie que crea en Jesús es apto para maldecir o condenar a otros. Deberíais ser todos personas con razón y que aceptan la verdad’ (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. En el momento que contemples el cuerpo espiritual de Jesús, Dios ya habrá vuelto a crear el cielo y la tierra). Podemos apreciar que, para creer en el Señor, hemos de tener un corazón que tema a Dios. No podemos condenar a ciegas las palabras y la obra de Dios cuando veamos que no se ajustan a nuestras nociones y fantasías. Si no tenemos una actitud de humildad y búsqueda ante Dios y siempre evaluamos Sus nuevas palabras y Su nueva obra utilizando nuestras fantasías, es muy fácil que cometamos el grave pecado de resistirnos y condenarlo a Él. Es como cuando vino a obrar el Señor Jesús y los fariseos vieron que Sus palabras y Su obra iban más allá de la ley. Buscaron deliberadamente algo en contra del Señor Jesús, lo condenaron y finalmente engañaron al gentío para que crucificara al Señor Jesús. Esto ofendió gravemente el carácter de Dios y ellos terminaron maldecidos y castigados. Fue una lección aprendida con sangre. Hoy día debemos considerar prudentemente la materia del regreso del Señor, ya que, si lo condenamos equivocadamente, podemos blasfemar contra el Espíritu Santo. El Señor Jesús dijo hace mucho tiempo: ‘Cualquier pecado y cualquier blasfemia se perdonará a los hombres; pero la blasfemia contra el espíritu de Dios no se perdona tan fácilmente’ (Mateo 12:31). ¡Sería terrible cometer este pecado! Desde que ha aparecido y obra Dios Todopoderoso, muchos líderes de diversas denominaciones han condenado ciegamente la obra de Dios Todopoderoso. Algunos hasta han calumniado y blasfemado contra Dios Todopoderoso. Muchos de los que se resistieron gravemente fueron castigados. Si no tenemos cuidado, podríamos perder fácilmente nuestro destino”.
En ese momento, pensé: “Yo pienso en los miembros de mi iglesia y los protejo de que los engañen. ¿Cómo va a ofender esto al Señor?”. No obstante, al reflexionarlo detenidamente, me pareció razonable lo dicho por aquel hermano. Realmente no sabía mucho del Relámpago Oriental, pero me apresuré a condenarlo y prediqué lo mismo a los sacerdotes y monjes. De haberlo condenado equivocadamente, como afirmó él, eso ofendería a Dios. Las consecuencias eran inimaginables. Por ello, respondí al hermano Gao: “Nunca había pensado en lo que has dicho, pero tendré cuidado en lo sucesivo”. Sin embargo, pasó algo en la iglesia que me hizo reflexionar. Una vez vi al obispo, y me comentó con tristeza que muchos sacerdotes de la diócesis estaban poniendo excusas para no entregar las ofrendas y que algunos se daban al libertinaje y se negaban a arrepentirse. Un sacerdote mayor había revelado en privado que malversó en secreto las ofrendas para otra persona, la cual fundó una fábrica. Al enterarme, pensé: “En un sacerdote, despilfarrar y desfalcar ofrendas, y darse al libertinaje, son pecados graves contra el Señor. El Señor dijo: ‘Si vosotros no hiciereis penitencia, todos pereceréis igualmente’ (Lucas 13:3). Si los sacerdotes viven en pecado y nunca se arrepienten, ¿cómo entrarán en el reino de los cielos? Antaño, solo unos pocos sacerdotes hacían cosas así, pero ahora han caído muchísimos en la depravación”. No pude evitar acordarme de la desolación de la Iglesia de la que me habló el hermano Gao. Reflexioné: “Antes, cuando obraba el Espíritu Santo en la Iglesia, cuando pecábamos, el Espíritu Santo nos disciplinaba. Sin embargo, ahora, con tantos sacerdotes que pecan contra Dios, ¿por qué no existe la disciplina del Espíritu Santo? ¿De verdad ya no obra el Espíritu Santo en la Iglesia?”. No lo entendía.
Más adelante, pasado un tiempo, volvieron a visitarme el hermano Gao y los otros. Por entonces todavía me resistía un poco a ellos. Pensé: “Siempre dan testimonio de que el Señor ha vuelto encarnado para realizar una nueva obra. ¿Tiene algún fundamento bíblico esa afirmación? Creo que hoy simplemente les haré preguntas directas. Si no las saben responder, no hablaremos más”. Así, les pregunté: “Según la Biblia, en los últimos días volverá el Señor en un cuerpo espiritual sobre una nube, pero ustedes dan testimonio de que ha vuelto encarnado para realizar una nueva obra. ¿En qué se basan para afirmarlo?”. El hermano Gao respondió: “La venida de Dios encarnado en los últimos días la dispuso Dios hace mucho tiempo y hay pruebas de ello en las profecías del Señor Jesús. Por ejemplo, en Lucas 17:24-25: ‘Porque como el relámpago brilla y se deja ver de un cabo del cielo al otro, iluminando la atmósfera, así se dejará ver el Hijo del hombre el día suyo. Mas es necesario que primero padezca muchos tormentos y sea desechado de esta nación’. ‘Pues así mismo estad vosotros igualmente apercibidos, porque a la hora que menos penséis ha de venir el Hijo del hombre’ (Mateo 24:44). ‘Lo que sucedió en los días de Noé, eso mismo sucederá en la venida del Hijo del hombre’ (Mateo 24:37). Como ves, todos estos versículos aluden al ‘Hijo del hombre’. ¿A qué se refiere ‘Hijo del hombre’ aquí? Todos sabemos que el Señor Jesús es Hijo del hombre y Dios encarnado. No cabe duda de esto. ‘Hijo del hombre’ se refiere al Espíritu de Dios revestido de carne para hacerse un hombre normal; es decir, a la encarnación de Dios. Por tanto, la profecía del Señor sobre ‘la venida del Hijo del hombre’ demuestra que regresará encarnado. Además, las Escrituras también afirman: ‘Mas es necesario que primero padezca muchos tormentos y sea desechado de esta nación’. ¿Qué significa esto? Significa que, cuando vuelva el Señor, la gente no lo conocerá ni reconocerá y la generación entera lo condenará y rechazará. Esto indica que solo cuando el Señor se convierte en Hijo del hombre puede padecer estas cosas y ser rechazado por esta generación. Si regresara en un cuerpo espiritual con imagen de judío, majestuoso y apareciéndose a todos con gran gloria, ¿quién lo contemplaría y no se humillaría y lo adoraría? ¿Cómo iba a soportar entonces un gran sufrimiento? ¿Cómo iba a ser rechazado por esta generación? Por consiguiente, seguro que el Señor volverá como Hijo encarnado del hombre en los últimos días”.
Me quedé boquiabierto con esta enseñanza suya. ¡Era totalmente razonable y lógica! Ningún teólogo ni figura espiritual del mundo religioso supo explicar claramente esta profecía del Señor Jesús. Según todos ellos, este es el misterio del Señor, que los humanos no pueden comprender plenamente. Estudié la Biblia muchísimos años, pero cada vez que veía este versículo, no lo entendía. No sabía por qué tenía que padecer el Señor si venía en forma de espíritu. Me impresionó que los del Relámpago Oriental supieran explicar el misterio de esta profecía. ¡Que tuvieran las cosas tan claras cambió por completo mi imagen de ellos! Me pregunté: “¿Acaso el Señor vuelve realmente encarnado?”. No obstante, al pensar en numerosas profecías de la Biblia acerca de que el Señor vendrá en una nube, aún no lo entendía. Así pues, volví a preguntar: “Según muchas profecías de la Biblia, en los últimos días, el Señor descenderá en forma espiritual a juzgar públicamente a todos los pueblos. Por ejemplo, el Señor Jesús dijo: ‘Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre, a cuya vista todos los pueblos de la tierra prorrumpirán en llantos; y verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes resplandecientes del cielo con gran poder y majestad’ (Mateo 24:30). ‘Mirad cómo viene sentado sobre las nubes del cielo, y han de verle todos los ojos, y los mismos que le traspasaron o clavaron en la cruz. Y todos los pueblos de la tierra se herirán los pechos al verle’ (Apocalipsis 1:6). Si, verdaderamente, el Señor regresa encarnado, ¿cómo se cumplen estas profecías?”.
El hermano Gao me enseñó esto: “El Señor Jesús sí profetiza que, a Su regreso en los últimos días, descenderá en una nube en forma espiritual y juzgará públicamente a todo pueblo y nación. Seguro que se cumplirán estas profecías, pero Dios encarnado viene antes en secreto y luego aparece públicamente ante todos sobre una nube. Es decir, el Señor vuelve de dos maneras. Primero viene en la carne a expresar la verdad, juzgar y purificar a la gente para formar un grupo de vencedores. Después llega el gran desastre y se culmina la obra de la encarnación de Dios en secreto. Tras el desastre, Dios aparece públicamente y con gloria ante todos, premia a los buenos y castiga a los malvados. Por ende, durante la etapa de la encarnación y la obra de Dios en secreto, quienes se resisten a Él, lo condenan y se niegan a arrepentirse pierden toda ocasión de salvarse, y al final lloran y crujen los dientes en el desastre. Esto cumple la profecía del Libro del Apocalipsis: ‘Mirad cómo viene sentado sobre las nubes del cielo, y han de verle todos los ojos, y los mismos que le traspasaron o clavaron en la cruz. Y todos los pueblos de la tierra se herirán los pechos al verle’ (Apocalipsis 1:6)”.
Después de oír esta enseñanza, mi corazón se sentía iluminado. La segunda venida del Señor no es un mero descenso en público sobre una nube. Antes de llegar públicamente, primero viene encarnado en secreto. Estas son las dos maneras en que aparece el Señor. Antes solo conocía una manera en que aparecía el Señor. Me di cuenta de que tenía un entendimiento parcial. Fue entonces cuando descubrí que el Relámpago Oriental revelaba el misterio de la profecía de la Biblia y su explicación era razonable y lógica, por lo que creí probable que viniera de Dios y que valía la pena estudiarlo. Después, estaba dispuesto a compartir con ellos y a leer las palabras de Dios Todopoderoso sin resistirme. Tras leer durante un tiempo las palabras de Dios Todopoderoso, estaba seguro de todo corazón de que el Señor volvería encarnado, pero aún estaba confundido. Tenía clara la cuestión de la encarnación, ¿pero cómo podría tener claro que Dios Todopoderoso era el regreso del Señor Jesús? Recordé que la Iglesia católica es la verdadera, poseedora de toda la verdad de la salvación de Jesús. Sabía que solo en el catolicismo podíamos entrar al reino de Dios. Si aceptaba a Dios Todopoderoso y me descarriaba de mi fe, estaría traicionando al Señor. ¿Cómo entraría en el reino de Dios? Al no entender esta cuestión, todavía me sentía algo incómodo. Supe que también el padre Yuan había aceptado la obra de Dios Todopoderoso en los últimos días, así que quise ir a verlo. Antes era católico y nuestras enseñanzas y opiniones eran las mismas, por lo que quería oír cómo entendía él esa cuestión. Días más tarde, vi al padre Yuan y le conté todas mis preocupaciones.
Tras escucharme, el hermano Yuan me enseñó lo siguiente: “Antes tenía las mismas preocupaciones que tú. Me preocupaba que creer en Dios Todopoderoso fuera traicionar al Señor Jesús. Sin embargo, en esta cuestión, lo principal es saber si Dios Todopoderoso y el Señor Jesús son o no el mismo Espíritu, si son o no el mismo Dios que obra. En la Era de la Ley obró Yavé, y en la Era de la Gracia, el Señor Jesús. Aunque Dios cambiara de nombre y la obra que realizara fuera distinta, ¿puede decirse que Jesús y Yavé no son un único Dios? ¿Puede decirse que creer en el Señor Jesús es tracionar a Yavé? En absoluto. Por tanto, no determinamos si son el mismo Dios en función de Sus nombres. Lo principal es comprobar si Dios Todopoderoso puede expresar la verdad y realizar la obra de salvar a la humanidad. Mientras sea capaz de expresar la verdad y la voz de Dios y de realizar la obra de salvar a la gente, se trata del propio Dios. Todos sabemos que, en la Era de la Ley, Yavé promulgó leyes y mandamientos para guiar la vida de la gente en la tierra, de modo que supiera lo que es el pecado, cómo ofrecer sacrificios para expiar los pecados y cómo adorar a Dios. No obstante, a finales de la Era de la Ley, la gente cada vez cometía más pecados y ninguna cantidad de ofrendas podría expiarlos. Todos corrían peligro de ser condenados y ejecutados en virtud de la ley, por lo que, a través de los profetas, Yavé profetizó: ‘Sabed que una virgen concebirá y tendrá un hijo, a quien pondrán por nombre Emmanuel’ (Mateo 1:23). ‘Ahora que ha nacido un parvulito para nosotros, y se nos ha dado un hijo, el cual lleva sobre sus hombros el principado, o la divisa de rey’ (Isaías 9:5). Yavé contó a los israelitas, por medio de profecías, que vendría el Mesías como ofrenda por el pecado que redimiría a la humanidad. Luego vino Dios encarnado en el Señor Jesús, como había prometido, y, sobre la base de la obra de la ley, realizó la obra de redención de la humanidad. El Señor Jesús expresó muchas verdades, otorgó a la gente el camino del arrepentimiento y fue crucificado por el bien de la humanidad como ofrenda eterna por el pecado, con lo que culminó la obra de redención de toda la humanidad. A partir de entonces, la gente solo tenía que aceptar a Jesucristo como Salvador. Cuando pecaba, solamente hacía falta que se arrepintiera ante el Señor Jesús, y Él le perdonaría los pecados, no sería ajusticiada por vulnerar la ley y, además, era apta para presentarse ante Dios a orar por Su gracia y Sus bendiciones. Así pues, la obra del Señor Jesús cumplió las profecías de los profetas del Antiguo Testamento. Libró a la gente de la esclavitud de la ley, concluyó la Era de la Ley e introdujo a la humanidad en la Era de la Gracia. Esto demuestra que el Señor Jesús era el Salvador, que vino el Mesías y que Jesús y Yavé eran un único Espíritu y un único Dios. Como manifestó el Señor Jesús, ‘Yo estoy en el Padre y el Padre en mí’ (Juan 14:11). ‘Mi Padre y yo somos una misma cosa’ (Juan 10:30). Una vez concluida la obra de redención del Señor Jesús, se les perdonan los pecados a aquellos que creen en Él, pero no se ha corregido la naturaleza pecaminosa de la gente. Todavía puede pecar y resistirse constantemente a Dios y no es completamente libre de la esclavitud del pecado. Tú piensa que aún podemos pecar y engañar por nuestra ganancia personal. Aún podemos ser celosos, odiar a otros y pugnar por el poder. Cuando llega la enfermedad o la calamidad, aún podemos culpar a Dios, negarlo y traicionarlo. La Biblia lo dice: ‘Todo aquel que comete pecado, es esclavo del pecado. Es así que el esclavo no mora para siempre en la casa; el hijo sí permanece siempre en ella’ (Juan 8:34-35). ‘Sed santos vosotros, pues que yo soy santo’ (1 Pedro 1:15). Dios es santo y lo que quiere son personas capaces de escuchar plenamente Sus palabras y de alcanzar la santidad, pero, a menudo, todavía somos pecadores, inmundos y corruptos, no libres de la esclavitud del pecado, y no somos aptos para entrar en el reino de los cielos. En consecuencia, el Señor Jesús profetizó muchas veces que volvería para expresar la verdad, realizar la obra del juicio en los últimos días, salvarnos del pecado y de la influencia de Satanás y llevarnos al reino de Dios. Como dijo el Señor Jesús, ‘Aún tengo otras muchas cosas que deciros; mas por ahora no podéis comprenderlas. Cuando venga el Espíritu de verdad, él os enseñará todas las verdades necesarias para la salvación’ (Juan 16:12-13). ‘Que si alguno oye mis palabras, y no las observa, yo no le doy la sentencia, pues no he venido ahora a juzgar al mundo, sino a salvarlo. Quien me menosprecia, y no recibe mis palabras, ya tiene juez que le juzgue; la palabra que yo he predicado, ésa será la que le juzgue el último día’ (Juan 12:47-48). Y 1 Pedro 4:16 señala: ‘Pues tiempo es de que comience el juicio por la casa de Dios’. En los últimos días, el Señor Jesús vuelve encarnado, como prometió, como Dios Todopoderoso para expresar toda verdad necesaria para purificar y salvar a la humanidad, y sobre la base de la obra del Señor Jesús, Dios Todopoderoso realiza la obra del juicio, que comienza por la casa de Dios, para corregir la naturaleza pecaminosa de la gente y guiar a la humanidad hacia toda verdad. Esto cumple plenamente la profecía del Señor Jesús”.
El hermano Yuan me leyó entonces un pasaje de las palabras de Dios Todopoderoso. Dios Todopoderoso dice: “Aunque Jesús hizo mucha obra entre los hombres, sólo completó la redención de toda la humanidad y se convirtió en la ofrenda por el pecado del hombre; no lo libró de la totalidad de su carácter corrupto. Salvar al hombre totalmente de la influencia de Satanás no sólo requirió que Jesús se convirtiera en la ofrenda por el pecado y cargara con los pecados del hombre, sino también que Dios realizara una obra incluso mayor para librar completamente al hombre de su carácter satánicamente corrompido. Y, así, ahora que el hombre ha sido perdonado de sus pecados, Dios ha vuelto a la carne para guiar al hombre a la nueva era, y comenzó la obra de castigo y juicio. Esta obra ha llevado al hombre a una esfera más elevada. Todos los que se someten bajo Su dominio disfrutarán una verdad más elevada y recibirán mayores bendiciones. Vivirán realmente en la luz, y obtendrán la verdad, el camino y la vida” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prefacio). Tras leer la palabra de Dios, el hermano Yuan me enseñó esto: “En la Era de la Gracia, el Señor Jesús realizó la obra de redención y perdonó los pecados de la gente, pero eso solo fue la mitad de la obra de salvación. La obra del juicio de Dios Todopoderoso es la que salva completamente a la humanidad. Solo si aceptamos el juicio de Dios en los últimos días, somos purificados de corrupción, nos libramos de pecado y ya no nos dejamos controlar por los diablos, podemos ser salvados realmente y aptos para que Dios nos introduzca en el reino de los cielos. Por tanto, la obra del juicio de Dios Todopoderoso da continuidad a la obra de redención del Señor Jesús y es, además, la obra que pone fin a la era. Dios Todopoderoso es el regreso del Señor Jesús y Dios Todopoderoso y Jesús son un único Espíritu y un único Dios”.
Su enseñanza de las tres etapas de obra coincidía con la Biblia y con los hechos y mi corazón se sintió muy iluminado. Ahora sabía que el Señor regresa para realizar la obra del juicio, corregir nuestra naturaleza pecaminosa y salvarnos de la esclavitud del pecado. Me di cuenta de que, en efecto, vivimos en pecado y no podemos desligarnos de él. Pecamos, confesamos y, después de la confesión, pecamos otra vez. Nos pasamos la vida atrapados en este bucle sin fin. Al margen de los creyentes normales, ni siquiera los sacerdotes pueden librarse de la esclavitud del pecado. Es innegable. Anteriormente, nunca fui capaz de captar por qué, pero ahora lo entendía. Realmente necesitamos que la etapa final de obra del Señor purifique plenamente a la gente en los últimos días. Parecía totalmente verosímil que la obra del juicio de Dios Todopoderoso tiene su origen en Dios. Luego, el hermano Yuan me leyó otro pasaje de las palabras de Dios Todopoderoso. Dios Todopoderoso dice: “La obra de hoy ha impulsado la obra de la Era de la Gracia; es decir, la obra bajo la totalidad del plan de gestión de seis mil años ha avanzado. Aunque la Era de la Gracia ha terminado, la obra de Dios ha progresado. ¿Por qué digo una y otra vez que esta etapa de la obra se basa en la Era de la Gracia y la Era de la Ley? Porque la obra de hoy es una continuación de la obra realizada en la Era de la Gracia y ha sido un avance sobre la obra realizada en la Era de la Ley. Las tres etapas están estrechamente interconectadas y cada eslabón en la cadena está íntimamente vinculado con el siguiente. ¿Por qué digo también que esta etapa de la obra se basa en la obra realizada por Jesús? Suponiendo que esta etapa no se construyera tomando como base la obra realizada por Jesús, habría tenido que ocurrir otra crucifixión en esta etapa, y la obra redentora de la etapa anterior tendría que volver a hacerse. Esto no tendría sentido. Por tanto, no es que la obra esté completamente finalizada, sino que la era ha avanzado y el nivel de la obra se ha elevado más que antes. Puede decirse que esta etapa de la obra se construye sobre la base de la Era de la Ley y sobre la roca de la obra de Jesús. La obra de Dios se construye etapa por etapa, y esta etapa no es un nuevo comienzo. Solo la combinación de las tres etapas de la obra puede considerarse el plan de gestión de seis mil años. La obra de esta etapa se lleva a cabo sobre la base de la obra de la Era de la Gracia. Si estas dos etapas de la obra no tuvieran relación, ¿por qué, entonces, la crucifixión no se repite en esta etapa? ¿Por qué no cargo Yo con los pecados del hombre, sino que vengo a juzgar y a castigar al hombre directamente? Si Mi obra de juzgar y castigar al hombre no hubiese venido después de la crucifixión, con Mi venida ahora que no es por medio de la concepción del Espíritu Santo, entonces Yo no estaría calificado para juzgar y castigar al hombre. Es, precisamente, porque Yo soy uno con Jesús que vengo directamente a castigar y juzgar al hombre. La obra en esta etapa se construye, en su totalidad, sobre la obra de la etapa anterior. Esta es la razón por la que sólo la obra de este tipo puede llevar al hombre, paso a paso, a la salvación. Jesús y Yo venimos de un solo Espíritu. Aunque nuestra carne no tiene relación, nuestro Espíritu es uno; aunque el contenido de lo que hacemos y la obra que asumimos no son los mismos, somos iguales en esencia; nuestra carne adopta distintas formas, pero esto se debe al cambio en la era y a los diferentes requisitos de nuestra obra; nuestros ministerios no son iguales, por lo que la obra que traemos y el carácter que revelamos al hombre también son diferentes. Por eso, lo que el hombre ve y entiende hoy es diferente a lo del pasado, lo cual se debe al cambio en la era. A pesar de que son diferentes en cuanto al género y la forma de Su carne y de que no nacieron de la misma familia, y, mucho menos, en la misma época, Su Espíritu es uno. […] El Espíritu de Jehová no es el padre del Espíritu de Jesús, y el Espíritu de Jesús no es el hijo del Espíritu de Jehová: ambos son el mismo Espíritu. De igual manera, el Dios encarnado de hoy y Jesús no tienen relación de sangre, pero son uno; esto se debe a que Su Espíritu es uno. Dios puede llevar a cabo la obra de misericordia y bondad, así como la del juicio justo y el castigo del hombre y la de lanzar maldiciones sobre el hombre. Al final, Él puede realizar la obra de destruir el mundo y castigar a los malvados. ¿Acaso no hace todo esto Él mismo? ¿No es esto la omnipotencia de Dios?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las dos encarnaciones completan el sentido de la encarnación). El hermano Yuan prosiguió: “Aunque el contenido de cada una de las tres etapas de obra de Dios sea distinto y también sea distinto el nombre de Dios en cada era, todo lo hace un solo Espíritu y un solo Dios. Las tres etapas de obra están estrechamente vinculadas y cada una se basa en la obra de la etapa anterior, más profunda y elevada que ella, hasta que la gente es salvada del campo de acción de Satanás e introducida en el reino de Dios. Por tanto, no traicionamos al Señor por aceptar Su nueva obra. Por el contrario, vamos al compás de esta”.
Después de esta enseñanza, mi corazón se sintió aún más iluminado. Las tres etapas de obra están estrechamente vinculadas, cada una avanza a partir de la anterior y ninguna es independiente de las demás. ¿Esto no significa, precisamente, que las tres etapas de obra las realiza el mismo Dios? Al parecer, Yavé, el Señor Jesús y Dios Todopoderoso son, en verdad, el mismo Dios. Siempre había creído que la Iglesia católica era la verdadera, que solamente el catolicismo podía salvar almas e introducirlas en el reino de los cielos y que abandonar el catolicismo suponía traicionar al Señor y perder la oportunidad de salvarse. Ahora entendía que aquello a lo que me atenía era, exclusivamente, la obra de redención llevada a cabo por el Señor Jesús. Si aceptaba la obra del juicio de Dios Todopoderoso, estaría siguiendo las huellas del Cordero, no traicionando al Señor. Ahora bien, si me quedaba en el catolicismo y me aferraba a la salvación del Señor Jesús, no recibiría la salvación de Dios en los últimos días ni entraría en el reino de los cielos. A esas alturas, en el fondo de mi corazón, estaba seguro de que la obra del juicio de Dios Todopoderoso era la nueva obra de Dios en los últimos días. Después, el hermano Yuan me enseñó la verdad de los nombres de Dios, las interioridades de la Biblia, cómo decide Dios el desenlace y destino de la humanidad, etc. Tras escuchar sus enseñanzas, me embargaba la emoción. Creía en el Señor desde hacía muchísimos años, pero nunca había oído una predicación tan buena. Lo aprendido ese día me parecía muy grande. ¡Comprendí más cosas ese día que en mis años de fe en el Señor!
Ese día, el hermano Yuan me leyó muchas palabras de Dios Todopoderoso. Entendí que Dios Todopoderoso ha revelado multitud de verdades y misterios y sentí hondamente que las palabras de Dios Todopoderoso eran la voz de Dios. Tras volver a casa ese día, leí un pasaje de las palabras de Dios Todopoderoso. “Investigar algo así no es difícil, pero requiere que cada uno de nosotros conozca esta única verdad: Aquel que es Dios encarnado poseerá la esencia de Dios, y Aquel que es Dios encarnado tendrá la expresión de Dios. Puesto que Dios se hace carne, Él traerá la obra que pretende llevar a cabo y puesto que se hace carne expresará lo que Él es; será, asimismo, capaz de traer la verdad al hombre, de concederle la vida y de señalarle el camino. La carne que no contiene la esencia de Dios definitivamente no es el Dios encarnado; de esto no hay duda. Si el hombre pretende investigar si es la carne encarnada de Dios, entonces debe corroborarlo a partir del carácter que Él expresa y de las palabras que Él habla. Es decir, para corroborar si es o no la carne encarnada de Dios y si es o no el camino verdadero, la persona debe discernir basándose en Su esencia. Y, así, a la hora de determinar si se trata de la carne de Dios encarnado, la clave yace en Su esencia (Su obra, Sus declaraciones, Su carácter y muchos otros aspectos), en lugar de fijarse en Su apariencia externa. Si el hombre sólo analiza Su apariencia externa, y como consecuencia pasa por alto Su esencia, esto muestra que el hombre es ignorante” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prefacio). Con este pasaje comprendí que, para comprobar si Dios Todopoderoso es o no la aparición del Señor, tenía que observar, ante todo, las palabras que expresaba y la obra que realizaba. Si puede expresar la verdad y realizar la obra de salvación y purificación de la gente, tiene que ser la aparición del Señor. El Señor Jesús dijo una vez: “Yo soy el camino, la verdad, y la vida: Nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6). Por tanto, a excepción de Dios, nadie puede expresar la verdad para salvar a la gente. Desde entonces, todos los días dedicaba un tiempo a leer las palabras de Dios Todopoderoso. Dos meses después ya entendía muchas cosas más, como los misterios de la encarnación y del nombre de Dios, la diferencia entre la obra de Dios y el trabajo humano, cómo discernir a los Cristos verdaderos de los falsos, etc. Vi que las palabras de Dios Todopoderoso son abundantes y variadas, lo cual me abrió los ojos. En ese momento, pensé: “Aparte del regreso del Señor, ¿quién puede expresar tantas verdades y revelar tantos misterios? En efecto, el Señor ha vuelto y está realizando la nueva obra de juicio y purificación de la gente”. Ya estaba totalmente seguro de que la obra del juicio de Dios Todopoderoso era la nueva obra del Señor, y Dios Todopoderoso, ¡el regreso del Señor!
El Señor Jesús, cuya venida esperé durante tantos años, había regresado de verdad y me sentía muy afortunado de poder aceptar la obra de Dios en los últimos días, sobre todo si tenemos en cuenta que estos hermanos y hermanas llevaban casi un año predicándome el evangelio. Durante esa época me había resistido y lo había rechazado, y de no haber sido por la misericordia y salvación de Dios y por los hermanos y hermanas que me predicaron el evangelio una y otra vez, no me habría presentado en absoluto ante Dios, por lo que le estaba muy agradecido. Sin embargo, luego recordé que no había estudiado la obra de Dios de los últimos días, que la había juzgado y condenado a ciegas y que hasta la prohibí en la iglesia para que sus miembros no la estudiaran. Cuando lo pensé, me dio mucha pena y me odié por haber estado demasiado ciego como para conocer a Dios, por no temerlo y resistirme a Él. ¿No fui como los fariseos, que se resistieron al Señor Jesús? En principio pensaba que, por haber estudiado teología muchos años y haber servido al Señor, sabía unas cuantas cosas sobre Él. No obstante, realmente no esperaba “recibir” así al Señor. Me sentí muy intranquilo en ese momento. Me resistí al Señor y cometí semejante pecado; ¿cómo me trataría el Señor? De rodillas ante Dios, oré para confesar mis pecados: “Dios Todopoderoso, fui demasiado arrogante. Al no conocerte, me resistí a Tu obra, la juzgué, cerré la iglesia y dificulté a sus miembros que la buscaran y estudiaran. Hice lo mismo que los fariseos y merezco Tu castigo. ¡Soy verdaderamente indigno de Tu salvación!”. Aquellos días me encontraba en un continuo estado de pesar y ansiedad. Cada vez que leía las palabras de Dios Todopoderoso que exponen la resistencia de la gente a Dios, me sentía muy angustiado. Creía haberme condenado y que Dios no me salvaría. Más adelante me sinceré con mis hermanos y hermanas sobre mi estado, y me leyeron un pasaje de las palabras de Dios que me reconfortó mucho. Dios dice: “Todas las personas que se hayan sometido a la conquista de las palabras de Dios tendrán suficiente oportunidad de salvación. La salvación de Dios de cada una de estas personas les mostrará Su máxima indulgencia. En otras palabras, se les mostrará la máxima tolerancia. Siempre que las personas regresen de la senda equivocada y siempre que se puedan arrepentir, Dios les dará oportunidades de obtener Su salvación. Cuando los humanos se rebelan contra Dios al principio, Él no tiene deseos de hacerles morir, sino que hará todo lo posible por salvarlos. Si alguien realmente no tiene cabida en la salvación, entonces Dios lo descartará. La razón por la cual Dios es lento para castigar a ciertas personas es que quiere salvar a todas las personas que pueden ser salvadas. Él las juzga, ilumina y guía solo con palabras y no usa una vara para hacerlas morir. Emplear palabras para traer salvación a los seres humanos es el propósito y el significado de la etapa final de la obra” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Debes dejar de lado las bendiciones del estatus y entender la voluntad de Dios para traer la salvación al hombre). Después de leer las palabras de Dios, un hermano dijo: “Satanás nos ha corrompido, todos tenemos un carácter corrupto y no tememos a Dios. Cuando las palabras y la obra de Dios no se ajustan a nuestras nociones, nos rebelamos y resistimos y las negamos y condenamos tranquilamente. Sin embargo, cuando comprendemos la verdad, somos capaces de echarnos atrás de la senda equivocada y nos arrepentimos sinceramente ante Dios, Él aún nos da la oportunidad de ser salvados. No obstante, los que son obstinados, impenitentes y se resisten firmemente a Dios son condenados por Él y todos terminan sometidos al castigo”. Me conmovió mucho oír esto. Pensé: “Me resistí a Dios y cometí gran maldad, pero Dios tiene misericordia de mí y me salva. ¡El amor de Dios es verdaderamente grande! En lo sucesivo debo predicar más el evangelio, retribuir a Dios Su amor y contar a los fieles la buena nueva del regreso del Señor para que también ellos puedan oír la voz de Dios y recibir al Señor”. Así, luego de eso, empecé a predicar el evangelio. Una vez di testimonio de la nueva obra de Dios Todopoderoso a un miembro de la iglesia. Me sorprendió que se enterara el obispo. Me llamó para pedirme que fuera a verlo.
Recuerdo que, al llegar a la iglesia, me encontré en la puerta al abad, octogenario. Me contó disimuladamente que el obispo se oponía mucho a mi fe en el Relámpago Oriental y me intentó convencer de que admitiera mis errores ante el obispo, me arrepintiera y le implorara clemencia. Me alteré mucho al oír sus palabras. Por ello, me apresuré a orar a Dios: “¡Dios Todopoderoso! Ante este ambiente hoy, no sé cómo afrontarlo. Te pido que me protejas y me des fe y decisión. Pase lo que pase a continuación, te pido que me guíes para poder mantenerme firme en el camino verdadero”. Tras mi oración me sentí capaz de calmarme un poco. Cuando vi al obispo, lo primero que hizo fue preguntarme si creía en el Relámpago Oriental, y respondí que sí. Muy airado, señaló: “Me enteré de que, hace mucho, estuviste en contacto con gente del Relámpago Oriental, pero yo no le di importancia. Pensé que, como eras sacerdote y experto en teología, jamás aceptarías el Relámpago Oriental. ¡No puedo creer que realmente lo aceptaras!”. Le expliqué las cosas pacientemente: “No acepté a ciegas el Relámpago Oriental. Lo he estudiado más de medio año y he leído gran parte de la palabra de Dios Todopoderoso. Estas palabras son la verdad, cosas que ningún ser humano sabría decir, y Dios Todopoderoso es el regreso del Señor…”. Sin embargo, antes de terminar yo de hablar, el obispo ya estaba muy impaciente. Me dijo: “Es el papa quien decide si el Relámpago Oriental es el regreso del Señor. El papa no se equivoca en materias de fe. Si el papa lo reconoce, nosotros también lo haremos. Si no lo hace y afirma que el Relámpago Oriental es herejía, ¡no podemos creer en ello!”. Después de escucharlo, pensé: “El papa también es un ser humano corrupto. Si no busca, no recibirá esclarecimiento ni iluminación del Espíritu Santo y no entenderá la nueva obra del Señor. Usted cree en el Señor, pero, en vez de Sus palabras, escucha ciegamente al papa, un hombre. ¿Qué tiene eso de fe en el Señor? ¿No es tan solo fe en un hombre?”. Teniéndolo presente, continué dando testimonio de la obra de Dios Todopoderoso en los últimos días, pero no me escuchó en absoluto. Replicó: “El papa no dice que el Relámpago Oriental sea la obra del Señor en los últimos días, así que no podemos creer en ello. ¡Que sea o no el camino verdadero depende de la decisión del papa!”.
Cierto. Al principio yo también idolatraba al papa y creía que representaba al Señor, por lo que teníamos que hacerle caso en todo, pero luego leí unas palabras de Dios Todopoderoso que me hicieron cambiar de opinión en esa materia. Recuerdo un pasaje que decía lo siguiente. Dios Todopoderoso dice: “Existen varias religiones importantes en el mundo, y cada una de ellas tiene su propia cabeza o líder, y los seguidores están esparcidos por diferentes países y regiones del mundo; casi cada país, grande o pequeño, tiene diferentes religiones. Sin embargo, independientemente de cuántas religiones existan en todo el mundo, todas las personas del universo existen, en última instancia, bajo la guía de un solo Dios, y no son cabezas o líderes religiosos quienes guían su existencia. Es decir, ninguna cabeza o líder religioso específico guía a la humanidad, sino que la dirige el Creador, que creó los cielos y la tierra y todas las cosas, y también a la humanidad; esto es una realidad. Aunque el mundo tiene varias religiones principales, por muy grandes que sean, todas existen bajo el dominio del Creador y ninguna de ellas puede sobrepasar el ámbito de ese dominio. El desarrollo de la humanidad, el cambio de la sociedad, el desarrollo de las ciencias naturales, cada uno de estos aspectos es inseparable de las disposiciones del Creador, y esta obra no es algo que cualquier líder religioso particular pueda hacer. Un líder religioso es simplemente la cabeza de una religión particular, y no puede representar a Dios o a Aquel que creó los cielos, la tierra y todas las cosas. Un líder religioso puede guiar a todos los que están dentro de la religión, pero no puede dominar a todas las criaturas bajo el cielo; este es un hecho universalmente reconocido. Un líder religioso es simplemente un líder, y no puede equipararse a Dios (el Creador). Todas las cosas están en manos del Creador, y, al final, volverán a ellas. La humanidad fue creada por Dios, e independientemente de la religión, todas las personas volverán bajo Su dominio; es inevitable. Solo Dios es el Altísimo entre todas las cosas, y el gobernante de mayor rango entre todas las criaturas también debe volver bajo Su dominio. No importa cuán elevado sea el estatus de un hombre, este no puede llevar a la humanidad a un destino adecuado, y nadie es capaz de clasificar todas las cosas según su tipo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Conocer las tres etapas de la obra de Dios es la senda para conocer a Dios). A partir de este pasaje entiendo que el papa es un mero líder, un ser creado, no un representante de Dios. Dios es el Creador. Creó todas las cosas del mundo, así como a los seres humanos, y guio a la humanidad hasta el presente. Dios es el único que tiene soberanía sobre el destino de la humanidad y solo Él puede expresar la verdad para salvar a la gente y guiarnos a un hermoso destino. Ningún ser creado, papa o líder puede llevar a cabo esta obra. Aunque los papas tengan un estatus elevado, también son seres humanos corruptos. No pueden expresar la verdad, y no digamos realizar la obra de salvar a la humanidad, por lo cual, por muy elevado que sea su estatus, no pueden representar a Dios. Si Dios viene y realiza una nueva obra y ellos no buscan, no recibirán esclarecimiento ni iluminación del Espíritu Santo y, finalmente, Dios los abandonará y descartará. Los sumos sacerdotes y fariseos de la Antigüedad también tenían un estatus elevado, pero, cuando vino a obrar el Señor Jesús, no tuvieron interés por buscar, se resistieron al Señor Jesús, lo condenaron y, al final, Dios los maldijo y castigó.
El obispo me ordenó que no tuviera más contacto con los del Relámpago Oriental. Como no acepté, se enojó mucho y me dijo: “Entonces, considérate suspendido del deber de abad. Entrega las cuentas del monasterio, ve al sótano y recapacita sobre lo que has hecho”. Me sorprendió mucho que dijera eso. No esperaba que me destituyera tan rápido. Me sentí un poco perdido. En mis numerosos años como abad, allá donde fuera, los sacerdotes y monjes se centraban en mí, escuchaban mis palabras y hacían lo que yo decía, pero, una vez que me destituyó el obispo, supe que eso nunca volvería a ser lo mismo. También recordé cuánto había trabajado para llegar a ser sacerdote y abad. Tras empezar a seguir a Dios Todopoderoso y tomar esa decisión, ya no podía ser sacerdote y abad. Aunque ya estaba seguro de la obra de Dios Todopoderoso en los últimos días, aún no tenía valor para desvincularme completamente del catolicismo. Reflexioné: “Esta disyuntiva no es una cuestión trivial. He de pensar detenidamente antes de tomar una decisión”. Luego fui al sótano como me había pedido el obispo. Allí me encontré con el padre Zhao, a quien habían puesto ahí para que reflexionara sobre su fornicación. Le conté que me habían mandado allí por aceptar la obra de Dios Todopoderoso en los últimos días. Se sorprendió mucho con esto. Según él, cometió un pecado de fornicación en un momento de debilidad, pero si confesaba su pecado al Señor, aún podría salvarse. Mi problema le parecía más grave y señaló que era una cuestión de fe, que si nuestra fe está mal dirigida, no podemos entrar al reino de los cielos.
Dos o tres días más tarde, el padre Wang trajo al contable al sótano para comprobar las cuentas conmigo. Veía desprecio en los ojos del padre Wang cuando me miraba, y cuando me preguntaba por las cuentas, era como si estuviera interrogando a un preso. Fue todo muy incómodo. Cuando se marcharon, me sentía especialmente humillado y triste. Acostado en la cama, recordé que, cuando dirigía el monasterio, todos siempre me mostraban mucho respeto. Sin importar a qué familia anfitriona fuera, los sacerdotes y monjes salían a saludarme sin habérselo pedido y el anfitrión preparaba con entusiasmo fruta para agasajarme. Los sacerdotes y monjes siempre tenían ganas de oírme predicar y normalmente esperaban a que yo tomara una decisión cuando debatíamos cualquier trabajo. Además, solía organizar su trabajo y todos me escuchaban y obedecían. Sin embargo, ahora, justo después de mi destitución, me despreciaban, no me respetaban y yo no tenía a nadie que me hablara en el sótano. ¿Por qué eran tan distintas las cosas respecto a cuando era abad? Pensé entonces que, si optaba por seguir a Dios Todopoderoso, nunca más podría disfrutar de nuevo de la vida de abad y desaparecerían todo el estatus y la holganza derivados de ella. Esa idea me decepcionó un poco. No obstante, luego recapacité: “Dios Todopoderoso es, en efecto, el regreso del Señor Jesús. Si no sigo a Dios Todopoderoso por amor a mi estatus y holganza, ¿continúo siendo realmente creyente en Dios? ¿Todavía puede salvarme?”. La verdad, no sabía qué senda debía elegir y tenía el corazón muy atormentado. De rodillas, oré a Dios para pedirle que me guiara, de forma que ya no me gobernaran el estatus y la reputación y pudiera seguir las huellas de Dios. Tras mi oración recordé un pasaje de la palabra de Dios que me leyeron mis hermanos y hermanas. “Dios se ha humillado hasta un nivel tal, que lleva a cabo Su obra en esta gente inmunda y corrupta y perfecciona a este grupo de personas. Dios no sólo se hizo carne para vivir y comer entre las personas, pastorearlas, y proveer lo que estas necesitan. Lo más importante es que Él realiza Su poderosa obra de salvación y conquista en estas personas insoportablemente corruptas. Él vino al corazón del gran dragón rojo para salvar a estas, las más corruptas de las personas, de forma que todas las personas puedan ser cambiadas y hechas nuevas. La inmensa dificultad que Dios soporta no es solo la del Dios encarnado, sino principalmente que el Espíritu de Dios sufre una humillación extrema; Él se humilla y oculta tanto que se convierte en una persona corriente. Dios se encarnó, y tomó la forma de carne para que las personas vean que Él tiene una vida y unas necesidades humanas normales. Con esto basta para demostrar que Dios se ha humillado en gran medida. El Espíritu de Dios se materializa en la carne. Su Espíritu es muy elevado y grande, pero Él toma la forma de un ser humano común e insignificante, para así hacer la obra de Su Espíritu. La aptitud, la percepción, el sentido, lo humano y la vida de cada uno de vosotros muestran que sois realmente indignos de aceptar esta clase de obra de Dios. Sois realmente indignos para permitir que Él soporte semejante sufrimiento por vuestra causa. ¡Dios es tan grande! ¡Él es tan supremo, y las personas tan despreciables! Sin embargo, Él sigue obrando en ellas. Él no solo se encarnó con el fin de proveer para las personas, para hablarles, sino que incluso vive con ellas. Dios es tan humilde, tan adorable” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Sólo los que se enfocan en la práctica pueden ser perfeccionados). Cierto, ningún país se resiste más severamente a Dios que China. Dios vino encarnado al país de gran dragón rojo para hablar y obrar, pero el Partido Comunista lo persiguió y difamó y los círculos religiosos lo condenaron y rechazaron. Dios es sumamente supremo y noble, pero soportó gran humillación y vino a la tierra, y todo lo hace para salvarnos. ¡Descubrí entonces que Dios es verdaderamente humilde y hermoso! Después me acordé de que yo solo quería gozar de las ventajas del estatus, de que disfrutaba cuando otros me admiraban y respetaban y de que, incluso cuando sabía que había descubierto la obra de Dios, aún me resistía a renunciar al estatus y a seguirlo a Él. ¿Esto no suponía conocer el camino verdadero, pero resistirse adrede? ¿No carecía de conciencia? Al darme cuenta, me sentí muy culpable y avergonzado. A su vez, me dispuse a renunciar a mi posición.
Días después, un primo mío vino al sótano a tratar de convencerme y a pedirme que reflexionara. Me dijo que, de no arrepentirme, el obispo me expulsaría de la Iglesia. Aquello me escandalizó. Nunca había oído hablar de nada parecido a la excomunión en esa iglesia. En ese instante pensé: “Si me expulsa, los miembros de la iglesia que conozco y la diócesis entera me rechazarán”. Después de marcharse mi primo, no podía parar de luchar conmigo mismo. Desde que creía en el Señor, jamás se me había ocurrido que pudieran excomulgarme. Esos días reflexioné una y otra vez sobre estas cosas. Cada vez que veía las profecías de la Biblia sobre la obra de Dios en los últimos días, me acordaba de los hermanos y hermanas que me dieron testimonio de la obra de Dios Todopoderoso y de los pasajes que leí de la palabra de Dios. Me venían a la mente estas escenas como salidas de una película. Dios Todopoderoso es el regreso del Señor, ¡y no podía renunciar a seguirlo! Sin embargo, ante la idea de abandonar la Iglesia o ser expulsado, no podía decidirme.
Luego vino el obispo al sótano y me preguntó cómo iba mi reflexión. Al ver que continuaba creyendo en Dios Todopoderoso, se enojó mucho y me dijo: “Tu fe en el Relámpago Oriental no es una cuestión trivial. Necesitas mucha introspección. Si eres capaz de conocerte sinceramente, arrepentirte y rechazar el Relámpago Oriental, nosotros nos podemos olvidar de tu error y tú puedes permanecer en el puesto de abad”. Tras marcharse el obispo, el padre Zhao, que estaba allí, también vino a convencerme: “Tienes que escribir las conclusiones de tu reflexión. Si las escribes correctamente, puedes continuar como abad. Si no las escribes, ¡el obispo no te dejará marchar!”. Al oír eso supe que el obispo me había dado un ultimátum y que, si no escribía los resultados de mi reflexión, perdería el puesto de abad y me enfrentaría a la expulsión de la Iglesia. Al imaginarlo, me sentí algo triste. Aunque sabía que debía optar por seguir a Dios Todopoderoso, aún estaba poco dispuesto a renunciar a mi posición. Fue un momento doloroso, así que clamé intensamente a Dios: “Dios Todopoderoso, hoy afronto mi decisión final. Te pido que me guíes y me lleves a la decisión correcta”. Después de orar recordé un pasaje de las palabras de Dios que me leyeron mis hermanos y hermanas. Dios dice: “De cierto, Dios nunca volverá a empezar en otro lugar. Dios cumplirá este hecho: Él hará que todas las personas en todo el universo vengan ante Él y adoren al Dios que está en la tierra, y Su obra en otros lugares cesará y las personas se verán obligadas a buscar el camino verdadero. Será como José: todos fueron a él por comida y se postraron ante él porque él tenía cosas para comer. Con el fin de evitar la hambruna, las personas serán obligadas a buscar el camino verdadero. Toda la comunidad religiosa sufrirá una severa hambruna y solo el Dios de hoy es la fuente de agua viva, que posee la fuente que siempre fluye provista para el disfrute del hombre, y las personas vendrán y dependerán de Él” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El Reino Milenario ha llegado). Era cierto. Actualmente, las iglesias de todas partes están desoladas y carentes de la obra del Espíritu Santo. Los obispos y sacerdotes predican sin luz y solo saben hablar de teorías teológicas y doctrinas religiosas o pedir a la gente que observe ritos y normas religiosos creados por personas. Sin embargo, aferrarse a estos no brinda la más mínima provisión y edificación en la vida de la gente y todo el mundo vive en un bucle de pecar, confesar el pecado y pecar de nuevo. Por más que lo intentes, no puedes resolver el problema del pecado. Ni siquiera el clero es capaz de abstenerse de pecados evidentes como el robo de ofrendas y la fornicación, como el padre Zhao, en el sótano conmigo, que no se avergonzaba de cometer semejante pecado. Era lamentable ese nivel de degeneración. ¡El catolicismo actual no era más que un charco de agua estancada! La Iglesia de Dios Todopoderoso era distinta. Leíamos las palabras de Dios Todopoderoso en cada reunión, lo que nos ayudaba a comprender la verdad, proveía nuestra vida y era de provecho para ella. Si no iba al compás de la obra de Dios Todopoderoso y no alcanzaba la verdad expresada por Dios en los últimos días, jamás me libraría de pecado. Estaría inextricablemente atrapado en él todos los días. ¿Para qué tener el respaldo de todos en el ámbito religioso?
Recordé entonces unas palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Cristo es la puerta para que el hombre entre al reino durante los últimos días, y no hay nadie que pueda evitarle. Nadie puede ser perfeccionado por Dios excepto por medio de Cristo. Tú crees en Dios y por tanto debes aceptar Sus palabras y obedecer Su camino. No puedes simplemente pensar en obtener bendiciones sin ser capaz de recibir la verdad o de aceptar la provisión de la vida. Cristo viene en los últimos días para que a todos los que verdaderamente creen en Él les pueda proveer la vida. Su obra es en aras de concluir la era antigua y entrar en la nueva, y Su obra es el camino que deben tomar todos los que entrarán en la nueva era. Si no eres capaz de reconocerlo y en cambio lo condenas, blasfemas y hasta lo persigues, entonces estás destinado a arder por toda la eternidad y nunca entrarás en el reino de Dios. Porque este Cristo es Él mismo la expresión del Espíritu Santo, la expresión de Dios, Aquel a quien Dios le ha confiado hacer Su obra en la tierra. Y por eso digo que si no puedes aceptar todo lo que el Cristo de los últimos días hace, entonces blasfemas contra el Espíritu Santo. La retribución que deben sufrir los que blasfeman contra el Espíritu Santo es obvia para todos. También te digo que si te resistes al Cristo de los últimos días y si reniegas de Él, entonces no habrá nadie que pueda soportar las consecuencias en tu lugar. Además, a partir de este día no tendrás otra oportunidad para obtener la aprobación de Dios; incluso si tratas de redimirte tú mismo, nunca más volverás a contemplar el rostro de Dios. Porque al que tú te resistes no es un hombre, lo que niegas no es algún ser diminuto, sino a Cristo. ¿Sabes cuáles serán las consecuencias de esto? No habrás cometido un pequeño error, sino que habrás cometido un crimen atroz. Y así les aconsejo a todos que no tengan una reacción violenta contra la verdad, o hagan críticas descuidadas, porque solo la verdad te puede dar la vida y nada excepto la verdad te puede permitir volver a nacer y contemplar el rostro de Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo el Cristo de los últimos días le puede dar al hombre el camino de la vida eterna). Dios Todopoderoso nos otorga la verdad, el camino y la vida. Estas verdades son el único camino para ser purificados y salvados. Que yo pudiera aceptar la verdad expresada por Dios Todopoderoso hoy día y tuviera un camino en el que transformar mis actitudes corruptas era, verdaderamente, el enaltecimiento y la gracia de Dios. Si decidía quedarme en el catolicismo, codiciaba el goce del estatus y rechazaba la salvación de Dios en los últimos días, ¡Dios me condenaría para siempre, y yo perdería por completo la oportunidad de salvarme! Sería igual que los sumos sacerdotes y fariseos de antaño. Tenían un estatus elevado entre los judíos y gozaban de la estima y el respaldo de todos, pero cuando vino el Señor Jesús, tuvieron claro que las palabras del Señor Jesús tenían autoridad y poder, pero, a fin de preservar su estatus y sus rentas, se negaron a aceptar la salvación del Señor Jesús, llegaron a crucificarlo, y al final Dios los maldijo y castigó por siempre. Llegado a ese punto, ¡supe que no podía seguir el ejemplo de los fariseos! Había aceptado la nueva obra de Dios Todopoderoso y gozado del riego y sustento de la palabra de Dios. Fui capaz de hacer introspección con la palabra de Dios y de descubrir la raíz de mi pecado y entendía el modo de purificarme de corrupción. Solo si seguía esta senda podría alcanzar la salvación y granjearme el visto bueno de Dios. ¿Eso no tenía más valor y sentido que un estatus elevado? Al reflexionarlo, mi corazón se sintió muy luminoso. Tuve claro que la religión no tenía nada a lo que valiera la pena aferrarse y que no tenía que permanecer más allí. Así pues, renuncié a los puestos de sacerdote y abad y, con determinación, decidí marcharme.
Aunque padecí ciertas penalidades durante esos días en el sótano, la guía y la dirección de la palabra de Dios me hicieron entender que el estatus no es lo que debo perseguir y que Dios no le da Su visto bueno, y percibí despejado el camino que tenía por recorrer. Antes creía que comprender el conocimiento bíblico y la teología era conocer a Dios. No me daba cuenta de que todas las teorías teológicas que comprendía eran nociones y fantasías acerca de Dios. No concuerdan para nada con la verdad. Eran una barrera infranqueable por culpa de la cual delimitaba a Dios, me resistía a Su obra y, además, cada vez era más arrogante y santurrón, sin humildad alguna para buscar ni temor de Dios. De no ser por el gran amor y la gran misericordia de Dios Todopoderoso, ¡sería imposible que recibiera Su salvación! Asimismo, cuando anhelaba el estatus y el goce y no sabía qué elegir, Dios usó Sus palabras muchas veces para darme esclarecimiento y guía, y me guio para que dejara mi posición y fuera al compás de Su obra. De no ser por el cuidado y el sustento de Dios, jamás podría volver a Él, razón por la cual siento que Su amor es práctico y real.
Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.