Una experiencia especial en la juventud
En 2002, cuando tenía 18 años, acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. En julio de 2004, el hermano Wang Cheng y yo fuimos arrestados por la policía mientras predicábamos el evangelio en otra provincia. En ese momento pensé: “Solo estamos predicando el evangelio y no hemos violado ninguna ley. Además, soy joven, así que probablemente la policía no me hará nada. Quizá solo me interroguen y después me dejen ir”. No esperaba que, después de llevarnos a la comisaría, un agente aporreara la mesa y me interrogara con vehemencia: “¿Cómo te llamas? ¿Dónde vives? ¿Quién te pidió que vinieras? ¿A quién has predicado el evangelio?”. Como no respondía, me dio dos bofetadas en la cara, tan fuertes que me hicieron zumbar los oídos, y dijo que al predicar el evangelio estábamos alterando el orden social e infringiendo la ley. Esto me enfureció y pensé: “¡Es ridículo! Predicamos el evangelio porque queremos que los demás sean buenas personas y sigan la senda correcta. ¿Cómo pueden llamar a eso alterar el orden social?”. Pero al ver lo despiadados que eran los policías, supe que era inútil razonar con ellos, así que no dije nada. Más tarde, nos esposaron a Wang Cheng y a mí y nos metieron en un coche de policía. Mientras conducían, yo estaba muy angustiado. Tenía mucho miedo de que me golpearan y torturaran cuando llegáramos a nuestro destino. Si no podía soportar las dificultades y acababa convirtiéndome en un Judas, no solo ofendería el carácter de Dios, sino que también haría que más hermanos y hermanas fueran arrestados y sufrieran el mismo tormento que yo. En silencio, oré a Dios una y otra vez: “Dios, tengo mucho miedo. Por favor, protégeme y dame confianza y fuerza”. Después de orar, me sentí un poco más tranquilo.
Nos llevaron a la Oficina Municipal de Investigación Criminal. Cuando nos registraron, uno de los agentes vio que yo llevaba un busca y dijo que debía ser un líder. Cuando oí esto, pensé: “Si creen que soy un líder, dudo que me dejen ir tan fácilmente”. Al ver que no decía nada, un policía apellidado Zhao dijo con una sonrisa inexpresiva: “¡Si no nos dices lo que sabes, veremos cuánto tiempo puedes aguantar!”. Me dio un montón de patadas, insultándome, y luego me propinó un puñetazo en el pecho que me hizo mucho daño y me dejó sin aliento. Me dio más puñetazos y patadas, que me hicieron retroceder más de dos metros y casi me tiran al suelo. Soporté el dolor en silencio y no dije ni una palabra. Por fin se detuvo cuando se cansó y dijo con violencia: “¡Si no empiezas a hablar, te pondremos en el banco del tigre y te daremos a probar nuestra porra eléctrica!”. Estaba realmente asustado. Ya sentía dolor por las patadas y puñetazos que me habían dado. No sabía si podría soportar que me ataran al banco del tigre y me electrocutaran, así que le oré en silencio a Dios una y otra vez: “Oh, Dios, te pido por favor que protejas mi corazón y me des confianza y valor. Quiero depender de Ti para mantenerme firme y nunca seré un Judas”. Luego recordé algunas palabras de Dios: “No debes tener miedo de esto o aquello; no importa a cuántas dificultades y peligros puedas enfrentarte, eres capaz de permanecer firme delante de Mí sin que ningún obstáculo te estorbe, para que Mi voluntad se pueda llevar a cabo sin impedimento. Este es tu deber […]. Este es el momento en que te probaré, ¿me ofrecerás tu lealtad? ¿Puedes seguirme hasta el final del camino con lealtad? No tengas miedo; con Mi apoyo, ¿quién podría bloquear el camino?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 10). En efecto, Dios es mi apoyo incondicional, y mi vida está en Sus manos. Me arrestaron con el permiso de Dios. Esta era la prueba de Dios para mí. No importaba cuánto me torturara la policía, yo me mantendría totalmente firme en mi testimonio de Dios. Uno de los policías me preguntó mi nombre y dirección. Pensé: “Mi familia está recibiendo a los líderes de la iglesia en su casa. Si digo dónde vivo, y la policía va a registrar nuestra casa, entonces los miembros de mi familia y los líderes serán arrestados, así que no puedo decírselo”. Cuando vio que no decía nada, se enfadó mucho y, sin mediar palabra, cogió el libro de la palabra de Dios y me golpeó fuertemente en la cara con él, causándome un gran dolor, y luego me pateó con saña. Mientras tanto, otro policía me dio un fuerte puñetazo en el pecho. No pararon hasta que se quedaron sin aliento. Al ver que seguía sin hablar, uno de ellos dijo: “Es un auténtico fanático. Encerradlo en la cárcel y hacedle sufrir”. Cuando me enteré de que me iban a encarcelar, sentí un poco de miedo. Había oído que en las cárceles todos los presos pegan a los demás. Si realmente me encerraran, ¿qué tipo de tortura tendría que soportar? ¿Me mutilarían? ¿Y si no pudiera soportarlo? Pensé mucho en esto, pero sabía que, como mínimo, no podía convertirme en un Judas y traicionar a Dios, pasara lo que pasara. Hice un juramento a Dios: “¡Dios! Mi estatura es demasiado pequeña y no puedo mantenerme fuerte por mi cuenta, pero estoy dispuesto a confiar en Ti. Por favor, acompáñame y concédeme la voluntad de soportar el sufrimiento. Nunca seré un Judas, y no traicionaré a mis hermanos y hermanas”. Después de orar, sentí una sensación de fuerza y confianza.
Más tarde, un policía de mediana edad fingió ser amable conmigo y me dijo: “Mírate. Eres joven, alto y guapo. ¿Por qué no te buscas una buena novia o un buen trabajo? ¿Por qué te molestas en creer en Dios?”. Entonces sacó una carta de arrepentimiento para que la firmara. La leí y me di cuenta de que firmarla significaría traicionar a Dios. ¡No podía firmar esa carta! Cuando me negué a firmarla, el agente me golpeó en la sien con el libro de tapa dura de la palabra de Dios; me pitaron los oídos y de repente me apareció un gran chichón en la cabeza. Después de haber sido golpeado de esa manera, tenía la cabeza entumecida y la cara inflada, y las piernas doloridas e hinchadas después de haber sido pateado tan fuerte. Me sentía como si estuviera paralizado por todas partes, y me dolía tanto el cuerpo que apenas podía contener las lágrimas. Pensé: “Si sigo negándome a firmar la carta de arrepentimiento, ¿me golpearán aún más fuerte? ¿Me matarán? Pero no puedo firmarla. Firmarla supone traicionar a Dios”. En ese momento, pensé en un pasaje de las palabras de Dios Todopoderoso: “Cuando te enfrentes a sufrimientos debes ser capaz de no considerar la carne ni quejarte contra Dios. Cuando Él se esconde de ti, debes ser capaz de tener la fe para seguirlo, de mantener tu amor anterior sin permitir que flaquee o desaparezca. Independientemente de lo que Dios haga, debes respetar Su designio, y estar más dispuesto a maldecir tu propia carne que a quejarte contra Él. Cuando te enfrentas a pruebas, debes satisfacer a Dios, a pesar de cualquier reticencia a deshacerte de algo que amas o del llanto amargo. Sólo esto es amor y fe verdaderos” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Comprendí que las dificultades y tribulaciones eran una prueba para mí, para ver si tenía auténtica fe y si podía dar firme testimonio de Él. Dios dijo que la auténtica fe significa someterse a Sus disposiciones en todos los entornos y satisfacerle aunque signifique soportar tormento y dolor. Tenía que encomendarme completamente a Dios, y por mucho sufrimiento que soportara, no podía someterme a Satanás. Necesitaba apoyarme en Dios y dar testimonio. Con esto en mente, oré: “Dios, no importa cuánto me golpeen, incluso si me dan una paliza de muerte, nunca firmaré esa carta de arrepentimiento”. Aquella noche, los agentes de policía nos enviaron a mí y a Wang Cheng a la casa de detención, donde fuimos retenidos por separado.
El agente de guardia me llevó a una celda. Había más de una docena de personas en su interior, todas ellas con caras y expresiones feroces. La celda tenía un aspecto espeluznante y aterrador, estaba muy asustado. El agente les dijo a los presos: “Este es un creyente de Dios. ‘Cuidad’ bien de él”. En cuanto terminó de hablar, un par de presos se acercaron para golpearme y darme patadas, y luego me dijeron que me desnudara. Trajeron una manguera y me empaparon el cuerpo con agua fría durante más de media hora, pasada la cual acabé temblando de frío. No dejaban de preguntarme cómo me llamaba y a quién predicaba el evangelio. Seguí orando a Dios en silencio, pidiéndole que protegiera mi corazón. No dije ni una palabra. Al día siguiente, volvieron a golpearme. Un preso me agarró del pelo y me golpeó la nuca contra la pared con tanta fuerza que me zumbaron los oídos y me sangró la nariz. Más tarde, me hicieron “planear”, es decir, me obligaron a agacharme mientras dos presos me agarraban de los brazos y me golpeaban con fuerza contra la pared, lo que me provocó chichones en la cabeza y me hizo marearme y desmayarme. Antes de que pudiera recobrar el sentido, me hicieron un “pai gow”, es decir, me mantenían boca abajo contra el suelo con los brazos detrás de mí mientras uno me agarraba las manos desde delante y tiraba de ellas, otro se sentaba en mi espalda agarrándome los brazos y me empujaba hacia delante. Parecía como si me estuviesen arrancando los brazos de su lugar. Grité de dolor. Me torturaron durante más de diez minutos antes de terminar, y cuando por fin me soltaron, no tenía sensibilidad en los brazos. Pensé: “¿Tendré ahora los brazos lisiados? Si es así, aún soy joven, ¿cómo sobreviviré en el futuro? No sé qué más harán para torturarme. ¿Me matarán a golpes?”. Cuanto más lo consideraba, más miedo sentía. Pero entonces pensé en las palabras de Dios Todopoderoso: “Cuando las personas están verdaderamente preparadas para sacrificar su vida, todo se vuelve insignificante y nadie puede vencerlas. ¿Qué podría ser más importante que la vida? Así pues, Satanás se vuelve incapaz de hacer nada más en las personas, no hay nada que pueda hacer con el hombre” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Interpretaciones de los misterios de “las palabras de Dios al universo entero”, Capítulo 36). Me di cuenta de que Satanás sabe que la gente ama la vida y teme la muerte, así que utiliza nuestra debilidad para atacarnos y obligarnos a traicionar a Dios. No podía caer en los trucos de Satanás y vivir en deshonra en aras de preservar la vida. Pensé en los santos de épocas pasadas, que tanto sufrieron por predicar el evangelio. Algunos fueron arrestados y encarcelados, y otros incluso renunciaron a sus vidas. Era un honor poder oír la voz de Dios en los últimos días, predicar el evangelio y dar testimonio de la aparición y la obra de Dios. Aunque estas personas me torturaran hasta la muerte, estaba siendo perseguido por el bien de la justicia. Era algo glorioso, y significaría que no había vivido en vano. Al darme cuenta de esto, encontré fuerza en mi corazón. No importaba cuánto me persiguieran, me mantendría firme y no traicionaría a Dios.
Más tarde, cuando la policía me llevó a un interrogatorio, me amenazaron diciendo: “Todavía tienes la oportunidad de confesar. Eres un preso político y, si no confiesas, te condenarán. La gente que conocerás en la cárcel es despiadada. Te arrepentirás. Es difícil saber si saldrás vivo”. En cuanto me enteré de que me iban a condenar y de que me habían declarado preso político, me di cuenta de que era un delito grave. ¿Cuántos años tendría que cumplir? ¿Tendría que pasar toda mi juventud en la cárcel? Me enteré por los otros presos de que muchas personas en la cárcel eran golpeadas hasta la muerte. Estaba más preocupado si cabe. No sabía qué métodos podrían utilizar los presos para torturarme, ni si sobreviviría. Cuanto más pensaba en ello, más desgraciado me sentía. No quería que me condenaran y me moría por salir de aquel lugar. Oré una y otra vez a Dios, diciendo: “¡Dios! Ahora mismo estoy muy débil y no comprendo Tu voluntad, pero sé que este ambiente ha llegado a mí con Tu permiso. Por favor, esclaréceme y guíame para que pueda mantenerme firme”. Después de orar, recordé las palabras de Dios Todopoderoso: “Tal vez todos recordáis estas palabras: ‘Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación’. Todos habéis oído estas palabras antes, sin embargo, ninguno de vosotros comprendió su verdadero significado. Hoy, sois profundamente conscientes de su verdadero sentido. Dios cumplirá estas palabras durante los últimos días y se cumplirán en aquellos que han sido brutalmente perseguidos por el gran dragón rojo en la tierra donde yace enroscado. El gran dragón rojo persigue a Dios y es Su enemigo, y por lo tanto, en esta tierra, los que creen en Dios son sometidos a humillación y opresión y, como resultado, estas palabras se cumplirán en este grupo de personas, vosotros. Al embarcarse en una tierra que se opone a Dios, toda Su obra se enfrenta a tremendos obstáculos y cumplir muchas de Sus palabras lleva tiempo; así, la gente es refinada a causa de las palabras de Dios, lo que también forma parte del sufrimiento. Es tremendamente difícil para Dios llevar a cabo Su obra en la tierra del gran dragón rojo, pero es a través de esta dificultad que Dios realiza una etapa de Su obra, para manifestar Su sabiduría y acciones maravillosas, y usa esta oportunidad para hacer que este grupo de personas sean completadas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Es la obra de Dios tan sencilla como el hombre imagina?). Después de contemplar las palabras de Dios, comprendí que mi persecución y tribulación de hoy eran algo que estaba destinado a sufrir. Era una persecución por la justicia y un sufrimiento al lado de Cristo. Tenía sentido. Ser arrestado y perseguido de esta manera me permitió ver claramente la esencia maligna del gran dragón rojo. El gran dragón rojo es un enemigo de Dios y un demonio que se resiste a Él. Esta situación también me mostró cómo el Dios encarnado obra y salva a la gente en el país del gran dragón rojo. Ciertamente, es un trabajo muy complicado. Teniendo esto en cuenta, me sentí muy inspirado. Me parecía que no podía decepcionar a Dios. Aunque me golpearan hasta la muerte, estaba dispuesto a mantenerme firme y satisfacer a Dios.
Catorce días después, la policía nos acompañó a mí y a otros hermanos y hermanas a un coche de policía, diciéndonos que nos habían condenado a reeducación por el trabajo y que nos llevaban al centro laboral. De camino, pensé: “No sé cuántos años estaré en el centro laboral. Espero que no sea demasiado tiempo, para poder salir, reunirme con mis hermanos y hermanas y seguir cumpliendo así con mi deber. Antes era demasiado frívolo y no cumplía con mi deber adecuadamente. Cuando salga, prometo buscar la verdad y cumplir bien con mi deber”. Cuando llegamos a la Oficina Municipal de Seguridad Pública, los policías entraron y sacaron las sentencias de reeducación por el trabajo, que nos leyeron en el coche. Varios hermanos y hermanas fueron condenados a un año o año y medio, pero mi pena fue de tres. Al oír esto, me sentí paralizado. Pensé: “¿Tres años? ¿Por qué mi sentencia es más larga que la de los demás? ¿Cómo voy a sobrevivir tanto tiempo?”. Me sentía profundamente angustiado y era incapaz de aceptarlo, me invadía la desesperación. Pero entonces, recordé las palabras de Dios Todopoderoso: “Cuando las personas atraviesan pruebas, es normal que sean débiles, internamente negativas o que carezcan de claridad sobre la voluntad de Dios o sobre la senda en la que practicar. Pero en cualquier caso, debes tener fe en la obra de Dios […]. Dios realiza la obra de perfección en la gente y ellos no pueden verla ni sentirla; es en tales circunstancias en las que se requiere tu fe. Se exige la fe de las personas cuando algo no puede verse a simple vista, cuando no puedes abandonar tus propias nociones. Cuando no tienes clara la obra de Dios, lo que se requiere es tu fe y que adoptes una posición firme y mantengas el testimonio. Cuando Job alcanzó este punto, Dios se le apareció y le habló. Es decir, sólo podrás ver a Dios desde el interior de tu fe. Cuando tengas fe, Dios te perfeccionará. Si no tienes fe, Él no puede hacerlo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Después de contemplar las palabras de Dios, comprendí que, independientemente de la clase de circunstancias miserables con las que me encontrara, o de lo aborrecibles que fueran, solo podría resistir si tenía fe en Dios. Pero yo carecía de fe en Dios. En cuanto me enteré de que me iban a enviar a reeducación por el trabajo durante tres años, no pude aceptarlo, así que intenté razonar con Dios y me quejé ante Él. Deseé que la sentencia fuera más leve y pudiera sufrir menos. En el pasado, había jurado ante Dios que le seguiría por muy difíciles que fueran las cosas, pero ahora, ante este ambiente que no se ajustaba a mis nociones, me volví negativo y me quejé. Era muy rebelde. No podía seguir así. Tenía que confiar en Dios para experimentar el ambiente que se avecinaba.
En el centro laboral no me daban comida suficiente cada día y trabajaba en exceso con el estómago vacío. A veces incluso tenía que trabajar hasta las dos o las tres de la mañana, y si decía algo inadecuado mientras trabajaba o cometía un error, entonces me pegaban. Cada vez que volvía del trabajo, me atormentaban y me encerraban en la sala de agua durante una hora. Esto ocurría durante todo el año. La sala de agua era muy húmeda y, con el tiempo, mucha gente enfermó. A algunos les dio sarna, a otros artritis reumatoide, y a mí me salió un sarpullido por todo el cuerpo. Por las noches el picor era tan grande que no podía conciliar el sueño, y me rascaba tanto que empezaba a sangrar, abriendo las costras recién formadas, con lo que parte de mi piel se desprendía del cuerpo. Le dije al jefe de la guardia que necesitaba un médico, pero me contestó con indiferencia: “Es solo un sarpullido. Estás bien. No te molestará en tu trabajo”. En ese momento me sentí especialmente mal. Pensé: “He contraído esta enfermedad a una edad muy temprana. ¿Qué voy a hacer si no desaparece? Estoy sobrecargado de trabajo todos los días, y tengo que soportar los golpes y las humillaciones de los presos. ¿Cuándo acabará este dolor?”. Recrearme en ello me volvió cada vez más desdichado. Me sentía especialmente agraviado cuando veía que otros hermanos estaban encerrados juntos, y podían comunicarse y apoyarse mutuamente, mientras que yo estaba solo con incrédulos, y no había nadie cerca con quien pudiera hablar. A menudo me acurrucaba en mi cama por la noche y derramaba lágrimas en silencio. Le oraba a Dios: “Dios, me siento tan débil aquí. Por favor, esclaréceme para que pueda entender Tu voluntad”.
En una ocasión, cuando salimos a hacer ejercicio, un hermano de otro equipo me entregó en secreto un pequeño paquete. Lo llevé al taller y lo abrí, y había una nota dentro, con las palabras de Dios copiadas en ella. No esperaba ver las palabras de Dios en la cárcel, y me emocionaron e inspiraron mucho. El pasaje decía lo siguiente: “El hombre será hecho completamente perfecto en la Era del Reino. Después de la obra de conquista, el hombre será sometido al refinamiento y la tribulación. Los que puedan vencer y mantenerse firmes en el testimonio durante esta tribulación son los que al final serán hechos completos; son los vencedores. Durante esta tribulación, al hombre se le exige aceptar este refinamiento y este refinamiento es la última ocasión de la obra de Dios. Es la última vez que el hombre será refinado antes de la consumación de toda la obra de la gestión de Dios y todos los que sigan a Dios deben aceptar esta prueba final y deben aceptar este último refinamiento. Los que son asediados por la tribulación no tienen la obra del Espíritu Santo y la guía de Dios, pero los que han sido realmente conquistados y ciertamente buscan a Dios, al final se mantienen firmes; son los que poseen humanidad y verdaderamente aman a Dios. No importa qué haga Dios, estos victoriosos no serán despojados de las visiones y seguirán poniendo en práctica la verdad sin fallar en su testimonio. Son los que al final emergerán de la gran tribulación” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra de Dios y la práctica del hombre). Me conmovió leer las palabras de Dios. Me di cuenta de que, en medio de la adversidad, necesitaba tener fe en Dios y confiar en Él para mantenerme firme en mi testimonio de Dios. Estaba solo en un equipo, no tenía hermanos a mi alrededor, y había muchas batallas y dificultades. Esto fue una prueba para mí. Me permitió ver mis propios defectos y mi verdadera estatura. También me permitió ser independiente, experimentar este ambiente confiando en Dios, y superar las dificultades y el dolor. Cuando estaba débil, mi hermano me ayudó, me transmitió las palabras de Dios, lo que me inspiró mucho. Supe que aquello era el amor de Dios y que Él siempre estaba a mi lado vigilándome y protegiéndome. Con esto en mente, encontré la fuerza para seguir adelante, y tuve la confianza para soportar aquel ambiente.
En 2006, padecí un grave caso de pie de atleta. Tenía los dedos de los pies tan en carne viva que era incapaz de caminar. La policía no me permitió recibir ningún tratamiento médico y se limitó a darme una pomada, la cual no solo no me curó los pies, sino que los empeoró. Esto me entristeció mucho, y sentí que ese lugar era demasiado miserable y oscuro para soportarlo. Nadie debería tener que aguantar esto. Pero entonces, recordé las palabras de un himno de Dios titulado “Canción de los vencedores”: “¿Alguna vez habéis aceptado las bendiciones que os han sido dadas? ¿Alguna vez habéis buscado las promesas que se hicieron por vosotros? Con toda seguridad, bajo la guía de Mi luz, os abriréis paso entre el dominio de las fuerzas de la oscuridad. En medio de la oscuridad, ciertamente no perderéis la luz que os guía. Con seguridad seréis el amo de toda la creación. Con seguridad seréis un vencedor delante de Satanás. Con seguridad, cuando caiga el reino del gran dragón rojo, os erguiréis entre las grandes multitudes para dar testimonio de Mi victoria. Con seguridad permaneceréis firmes e inquebrantables en la tierra de Sinim. A través de los sufrimientos que soportéis, heredaréis Mis bendiciones, y, con seguridad, irradiaréis Mi gloria por todo el universo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 19). Después de contemplar este himno de las palabras de Dios, comprendí Sus buenas intenciones. Su intención es perfeccionar a un grupo de personas hasta convertirlas en vencedores en el país del gran dragón rojo, que sean capaces de escapar del oscuro dominio de Satanás y ser salvados por Dios, y que estén capacitados para entrar en Su reino y recibir las promesas de Dios. Al pensar detenidamente en esto, me di cuenta de que si no hubiera experimentado la cruel tortura del Partido Comunista y el trato inhumano en el centro laboral, no habría sido capaz de ver claramente la esencia malvada del odio a Dios y la hostilidad del Partido Comunista hacia Él, y mucho menos de rechazarlo completamente desde el fondo de mi corazón. Sin el tormento de este ambiente miserable y sin haber sido expuesto por los hechos, no me habría dado cuenta de que seguía exigiendo a Dios, o de que cuando los hechos de Dios no concordaban con mis nociones, me podía seguir quejando y razonando con Dios, o de que mi estatura era muy pequeña y tenía muy poca fe en Él. ¿Acaso no había recibido todo este conocimiento y beneficio de este ambiente miserable? ¡Esta era la gracia de Dios para mí! Pensar en Su amor y en la salvación que me concedería me dio confianza. También pensé en cómo Job había perdido a sus hijos, le habían crecido llagas por todo el cuerpo y había soportado tanto sufrimiento carnal, y aun así adoró a Dios sin quejarse. Las pequeñas enfermedades y el poco sufrimiento que yo había soportado no eran dignos de mención comparados con los de Job. Debía obedecer y confiar en Dios para mantenerme firme en mi testimonio hacia Él. Mientras pensaba en esto, le pedí a Dios: “Dios, no importa lo malo que sea este lugar o lo que sufra mi cuerpo, estoy dispuesto a someterme. Ya no quiero seguir siendo negativo, tengo que crecer para que no te tengas que preocupar por mí”.
Los días siguientes, lo único de lo que no podía prescindir era de orar. Cada vez que estaba cansado del trabajo o el dolor se hacía insoportable y me sentía negativo y débil, le oraba enseguida a Dios. Poco a poco me fui haciendo más fuerte, me sentía negativo y débil con menos frecuencia, y pude enfrentarme adecuadamente a este ambiente que Dios había dispuesto para mí. ¡Gracias a Dios! Pude superar aquella época tan difícil que duró tres años orando a Dios, confiando en Él y en la guía de Sus palabras.
Después de experimentar todo esto, vi claramente que el gran dragón rojo es Satanás, el diablo que odia a Dios y hace daño y corrompe a la gente. Solo Dios es amor, y solo Él puede salvar a las personas. Cuando me torturaron, fue la palabra de Dios la que me guio, me dio confianza y fuerza, y me permitió superar la crueldad del diablo. Fue este ambiente miserable el que hizo que mi joven, ignorante y vulnerable yo se convirtiera en fuerte, maduro y estable, y aprendí a confiar en Dios y a mirar hacia Él cuando me hallaba en problemas. También me permitió ver la omnipotencia y la soberanía de Dios, y que Él siempre estaba ahí para mí, a mi lado, para vigilarme y protegerme, y dispuesto a aportarme y ayudarme en cualquier momento. No importa lo grande que sea la persecución y la tribulación a la que pueda enfrentarme en el futuro, ¡estoy decidido a seguir a Dios!
Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.