Mi experiencia sobre cómo ser una persona honesta
Un día, en una reunión a fines de marzo, un líder habló sobre un hermano que había sido detenido y brutalmente torturado. En un momento de extrema debilidad, entregó a otros dos miembros de la iglesia. Estaba lleno de pesar, y, al leer las palabras de juicio y revelación de Dios, vio la raíz de su fracaso y se arrepintió genuinamente. El líder nos preguntó lo que pensábamos de esa experiencia y si contaba como un verdadero testimonio. También nos pidió a todos que compartiéramos nuestras opiniones. Esto me puso realmente nerviosa y comencé a especular: ¿Por qué quería que habláramos de esto? ¿Era para probar si veíamos el problema correctamente? Pensé: “Ese hermano entregó a los demás por un momento de debilidad, nada más. Eso fue una transgresión. Pero aprendió sobre sí mismo y se arrepintió de verdad, por lo que su experiencia debe contar como testimonio”. Pero luego pensé, insegura: “Veré lo que dicen los demás así no me equivoco ni digo algo demasiado vago y quedo mal”. Los demás empezaron a intervenir con sus opiniones. Para empezar, una hermana dijo algo muy parecido a lo que yo pensaba, así que me sentí validada. Pero, justo después de eso, otra hermana dijo que el hermano había sido un Judas, que había traicionado a Dios, de modo que no servía para dar testimonio de Dios. Luego, algunos de los otros dijeron con mucha confianza que su experiencia no contaba como testimonio. Ver a tanta gente repitiendo ese punto de vista y respaldándolo me hizo vacilar y no supe qué pensar. En ese momento, el líder dijo: “Que levante la mano quien crea que esto no es un testimonio”. Mucha gente levantó la mano, pero no estaba segura, así que yo no lo hice. Pensaba: “No puedo levantar la mano en el momento equivocado. ¿No demostraría eso que me falta calibre y comprensión?”. Mientras pensaba esto, el líder me preguntó: “¿Por qué no levantaste la mano?”. Pensé: “Oh, no, ¿por qué me pregunta? ¿Debería haber levantado la mano?”. Así que lo hice inmediatamente. Mi corazón empezó a acelerarse, comencé a sentirme incómoda. ¿Estaba bien levantar la mano o no? Sentí en mi corazón que podía servir como testimonio, pero había levantado la mano sin pensarlo bien. Pensé que ya lo había hecho, así que comencé a escuchar las ideas de los demás con expectación. Todos compartían lo que pensaban, así que comencé a considerarlo con calma. Ese hermano se había arrepentido de verdad, entonces su testimonio debía sostenerse. Sentí que probablemente no debería haber levantado la mano. Quería compartir lo que realmente pensaba en ese momento, pero luego descubrí que no tenía un entendimiento completo, así que estaría bien si tenía razón. Pero, de otro modo, ¿qué pensaría el líder de mí? ¿Diría que no tengo calibre ni profundidad en mi experiencia? Si el líder veía esto en mí, pensaría que no valía la pena entrenarme, y no tendría futuro en la casa de Dios. Además, había muchos hermanos y hermanas allí, por lo que sería realmente vergonzoso equivocarse. Iba y venía y quería decir algo muchas veces, pero, al final, me quedé en silencio.
Después de eso, el líder dijo que definitivamente era un testimonio, y que traicionar a Dios en un momento de debilidad, luego experimentar el juicio y castigo, y arrepentirse de verdad era un gran testimonio. Fue motivador para muchos otros y mostró que Dios les concede gran misericordia a los que tienen verdadera fe. Dios sabe lo corruptos que somos, así que, mientras sintamos un verdadero arrepentimiento y volvamos a Él, Él nos dará la oportunidad de arrepentirnos, y ese tipo de testimonio glorifica a Dios y, sobre todo, humilla a Satanás. El líder continuó explicando que nuestro entendimiento era impuro y dijo que éramos falsos y deshonestos, que no basábamos nuestros puntos de vista en las palabras de Dios. Al ver que se suponía que debíamos discutir el tema, llegamos a la conclusión de que algo andaba mal con la experiencia de ese hermano. Intentamos adivinar qué estaba pensando el líder y no dijimos ni una sola palabra honesta. El líder nos dijo con mucha paciencia que tenemos que pensar por nosotros mismos y tener nuestros propios puntos de vista en todo, y que deberíamos decir la verdad, tengamos razón o no. Esos son los principios. Escuchar esas palabras, “principios”, me hizo sentir realmente incómoda. Pensé: “Tiene razón. Compartir mis verdaderos pensamientos, incluso si me equivoco, es mejor que seguir a la multitud. Al menos sería mi propia perspectiva, y sería honesta”. Me odié a mí misma por no decir lo que realmente pensaba. En apenas diez minutos, cuando debería haber compartido mi postura, había sido deshonesta y no había practicado la verdad, ni siquiera había cumplido con los principios de la conducta humana. No solo dije e hice lo incorrecto, sino que había fallado como persona.
En mis devocionales después de la reunión, leí esto en las palabras de Dios: “En su fe en Dios y en su manera de comportarse, la gente debe tomar la senda correcta, no utilizar medios y métodos deshonestos y malvados. ¿Qué medios y métodos deshonestos y malvados hay? Una fe en Dios invariablemente basada en una sagacidad mezquina, los embustes y las malas pasadas; tratan de ocultar tu corrupción y problemas tales como tus defectos, tus fallos y tu poca aptitud. Siempre se ocupan de las cosas empleando filosofías satánicas, procurando congraciarse con Dios y con los líderes de la iglesia en materias del dominio público, pero no practicando la verdad ni ocupándose de las cosas según los principios, y prestando constante atención a la gente para adularla; están preguntando: ‘¿Qué tal lo he hecho últimamente? ¿Me apoyáis todos? ¿Sabe Dios las cosas buenas que he hecho? Y si lo sabe, ¿me elogiará? ¿Qué lugar ocupo en el corazón de Dios? ¿Soy importante para Dios?’. Lo que realmente están preguntando es si pueden ser bendecidos en su fe en Dios. ¿No es la cavilación constante de esas cosas un medio y un método deshonesto y malvado? No es la senda correcta. Entonces, ¿cuál es la senda correcta? La gente va por la senda correcta cuando busca la verdad en su fe, cuando es capaz de recibir la verdad y logra transformar su carácter” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Seis indicadores de crecimiento vital). Este es Dios recordándonos y advirtiéndonos que tomemos el camino correcto en nuestra conducta y como creyentes. Tenemos que perseguir y practicar la verdad. Si no nos esforzamos en hacer estas cosas positivas, si estamos preocupados por tapar nuestros defectos, por presumir, por llevarnos bien con los líderes, por tener cierta posición en la iglesia, y estamos demasiado preocupados por lo que Dios y los líderes realmente piensen de nosotros, esto es caminar por la senda del mal. Vi que lo que estaba haciendo era exactamente lo que Dios reveló. No estaba segura de si la experiencia de ese hermano era un testimonio verdadero o no, pero no hablé con el corazón. En lugar de eso, hice una lectura de la sala, jugué mis cartas y calculé lo que otros podrían estar pensando. Cuando el líder me preguntó por qué no había levantado la mano, pensé que tenía que ser un movimiento equivocado, y, cuando la mayoría de la gente pensó que la experiencia del hermano no era un testimonio, me apresuré a seguir a la multitud. Estaba siendo mezquina al ver en qué dirección soplaba el viento. No mostré nada más que un carácter satánico deshonesto. Me pregunté por qué había sido tan difícil hacer una sola declaración sincera. Tenía miedo de pasar vergüenza diciendo algo incorrecto, de que el líder pensara mal de mí y no me valorara ni me entrenara, y que podría ser relevada de mi deber si algo así seguía sucediendo. Solo quería proteger mi propio prestigio y mantener mi posición, ocultar mi pobre calibre y hacer todo lo posible para quedar bien parada. Quería actuar como alguien de alto calibre que entendía la verdad y tenía una buena percepción de las cosas. Siempre quería tener la respuesta correcta para cualquier pregunta, que coincidiera con el pensamiento del líder para que pensara bien de mí y causar una buena impresión. Así, los hermanos y hermanas me aprobarían y también me admirarían. Vi el engaño y las maquinaciones en mi enfoque. No podía ser directa ni siquiera sobre algo tan simple. Apenas podía decir una sola palabra honesta y sincera. Siempre estaba leyendo astutamente la sala para mantener mi posición en la casa de Dios. Estaba tomando la senda del mal, no la correcta. Me di cuenta de todo esto, pero no hice una introspección más profunda.
Luego, tres meses después, escuché esta enseñanza de Dios. Dios dice: “Los anticristos tratan a Cristo igual que a la gente, siguiendo el ejemplo de Cristo en todo lo que dicen y hacen, escuchando Su tono y prestando atención al significado de Sus palabras. Cuando hablan, ni una sola palabra es real o sincera; solo saben decir palabras y doctrinas vacías. Tratan de engañar y defraudar a toda persona que, a sus ojos, es simplemente corriente. Hablan como una serpiente que se desliza con rumbo sinuoso y sutil. El estilo y la orientación de sus palabras son como una planta trepadora. Cuando Tú dices que alguien tiene aptitud y podrían promoverlo, inmediatamente hablan de lo buenos que son y de lo que se manifiesta y revela en ellos; y si dices que alguien es malo, se apresuran a hablar de lo malo y malvado que es, de cómo perturba e interrumpe en la iglesia. Cuando deseas conocer la verdad de algo, no tienen nada que decir; andan con evasivas mientras esperan que Tú tomes una decisión, atentos al significado de Tus palabras, tratando de adivinar Tus intenciones. Todo lo que dicen es lisonja, adulación y servilismo; de su boca no sale ni una verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para los líderes y obreros, escoger una senda es de la mayor importancia (20)). Estas palabras de Dios me llegaron al alma. Todas esas veces que había sido deshonesta y había adaptado mis acciones a lo que otros querían me vinieron a la mente. Aunque no tuviera contacto directo con Cristo, no aceptaría el escrutinio de Dios en el entorno que Él había creado. Solo quería presumir y gustarle al líder, entonces medía mis palabras y decía lo que él quería escuchar sin ser honesta ni remotamente. Todo era una cortina de humo. La forma en que hablé y actué fue como la de una serpiente, y fue repugnante para Dios. Pensé que acomodarme a la situación de esa manera podría engañar al líder, y me imaginé que le causaría una buena impresión si me veía bien cuando respondiera la pregunta, entonces aseguraría mi posición y futuro en la casa de Dios. Eso fue increíblemente tonto de mi parte, y, de hecho, estaba tratando de engañar a Dios. En realidad, no creía que Dios escudriñara todo. Mi calibre, estatura, pensamientos, y mi actitud y perspectivas en cada situación. Él ve todas esas cosas con absoluta claridad. Aun si pudiera engañar a la gente a mi alrededor, nunca podría engañar a Dios. De hecho, Dios no mira lo que digo o hago frente a los demás, sino cómo me acerco a la verdad. Él mira lo que practico y vivo todos los días, y cómo me comporto en mi deber. Dios escudriña especialmente cada pequeña cosa como esta. Él mira si amo y practico la verdad, y esa fachada falsa mía no podría engañarlo en absoluto. Entonces, finalmente me di cuenta de que no solo estaba siendo taimada, sino que estaba negando la justicia de Dios y el hecho de que Él observa todas las cosas. Actuaba como una no creyente. Cuando escuché el análisis de Dios de los anticristos que despreciaban a Cristo y lo adulaban a Él, no pensé que tuviera mucho que ver conmigo. Nunca me había encontrado personalmente con Cristo, así que pensé que no mostraría ese tipo de carácter satánico. Entonces, finalmente me di cuenta de que estaba equivocada, de que no hay que entrar en contacto con Cristo para revelar ese carácter satánico. Traté de ganarme el favor y sumar puntos con el líder, y estaba dispuesta a hacer cosas así para mantener mi posición en la casa de Dios. Estaba mostrando precisamente ese carácter satánico. Si alguna vez me encontrara cara a cara con Cristo, seguramente se haría aún más pronunciado. No podría dejar de intentar engañar y oponerme a Dios.
Durante unos días seguí pensando en cómo, a pesar de que habíamos dado una respuesta incorrecta, el líder no nos había podado ni tratado como yo pensaba, y no dijo que nos faltaba calibre, ni nos relevó ni se negó a entrenarnos. Solo nos pidió que compartiéramos nuestros pensamientos para que él entendiera nuestras deficiencias antes de tener comunión sobre la verdad y darnos una guía sobre los principios. También expuso nuestro carácter corrupto y nos dijo que reflexionáramos sobre nosotros mismos. Todo lo que hizo fue para ayudarnos y apoyarnos. No hay necesidad de especular en la casa de Dios con los hermanos y las hermanas. Eso me hizo pensar en las palabras de Dios: “En esencia, Dios es fiel, y por lo tanto siempre se puede confiar en Sus palabras. Más aún, Sus acciones son intachables e incuestionables, razón por la cual a Dios le gustan aquellos que son absolutamente honestos con Él” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tres advertencias). Las palabras y los hechos de Dios son los que más merecen nuestra confianza, y Él nos trata con sinceridad. Cuando Dios creó al hombre, les dijo cuál fruta podían comer y cuál no en el jardín. Habló en forma sencilla y directa: no era necesario adivinar. En la Era de la Gracia, el Señor Jesús dijo todo el tiempo “En verdad, en verdad os digo”. Y en esta etapa de la obra de Dios, podemos sentir cuán honestas y reales son las palabras de Dios Todopoderoso. En su mayor parte, son palabras profundamente sinceras, cálidas y amables y, aunque las partes que exponen nuestro carácter corrupto parecen duras, todas están basadas en la realidad, y todas son para purificarnos y salvarnos. Dios es sincero y transparente con nosotros. No hay pretensión alguna. Pero yo era calculadora y tramaba en esa situación sin una pizca de honestidad. Sentí que en realidad era demasiado deshonesta y despreciable.
Entonces recordé algunas palabras de Dios. “Valoro en gran manera a aquellos que no sospechan de los demás y me gustan los que aceptan de buena gana la verdad; a estas dos clases de personas les muestro gran cuidado, porque ante Mis ojos, son personas sinceras. Si eres muy deshonesto, entonces te protegerás y sospecharás de todas las personas y asuntos y por esta razón, tu fe en Mí estará edificada sobre un cimiento de sospecha. Esta clase de fe es una que jamás podría reconocer” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Cómo conocer al Dios en la tierra). Nunca entendí por qué Dios dijo que alguien que no sospecha de los demás y acepta fácilmente la verdad es honesto a los ojos de Dios. Pero ahora, meditando en Sus palabras, comencé a entender. Las personas honestas no albergan sospechas hacia Dios ni hacia el hombre; son inocentes. No intentan resolver las cosas con su cerebro humano, sino que se presentan ante Dios para buscar la verdad. Aceptan y practican lo que pueden entender y hacen lo que Dios dice. Se acercan a la verdad con un corazón honesto, y ese tipo de corazón es muy valioso. Eso es lo que significa ser infantil. Dios los bendice, el Espíritu Santo obra en ellos, los guía y los ilumina. Entonces entienden y obtienen la verdad con mayor facilidad. Pero, incluso si alguien puede decir algunas cosas verdaderas y cumplir un poco con su deber, si tienen una especie de laberinto interno, si siempre son desconfiadas y están en guardia, e incluso sospechan del amoroso y bondadoso Dios, entonces son el tipo de persona más falsa y deshonesta. En ese momento comencé a entender por qué Dios dice que la gente deshonesta no puede ser salva. Por un lado, Dios es tan genuino que odia a las personas deshonestas y no las salva. Por otro, tiene que ver con nuestra búsqueda subjetiva. La gente deshonesta es demasiado complicada. Siempre están adivinando, analizando y protegiéndose de las personas, de las cosas y de Dios. También saben leer a la gente. Sus pensamientos se ven abrumados por estas cosas y no buscan la verdad en absoluto. El Espíritu Santo no puede hacer ninguna obra en ellos. Por eso nunca entenderán la verdad. Como dice Dios: “Dios no hace perfectos a quienes son deshonestos. Si tu corazón no es honesto, si tú no eres una persona honesta, Dios jamás te ganará. Asimismo, tú tampoco obtendrás nunca la verdad y serás incapaz de ganar a Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Seis indicadores de crecimiento vital). Así que en ese momento me miré a mí misma de nuevo. Ante un problema, no me postré ante Dios para buscar la verdad con un corazón honesto, sino que estaba obsesionada con medir los tonos de los demás. Yo era excesivamente así, incluso en conversaciones normales con hermanos y hermanas. A veces no entendía algo completamente, pero yo estaba de acuerdo con cualquier comprensión que la mayoría de los demás tuviera. A veces tenía mi propia opinión, pero tenía miedo de decir algo incorrecto, así que me contenía y escuchaba a todos los demás primero y solo hablaba si sabía que tenía razón. De lo contrario, creía que no necesitaba decir nada para no quedar mal. Vi lo deshonesta e indirecta que era. Solo seguía a la manada cuando no entendía algo y observaba y hacía lo que hicieran los demás. Eso me impidió entender la verdad. Pero la falta de calibre o no saber la verdad no debería dar miedo. Lo que da miedo es cuando las personas están ocultando siempre lo que no entienden. Entonces nunca podrán comprender la verdad. Sentí que era peligroso seguir por ese camino y que ser honesta es fundamental.
Comencé a buscar cómo ser honesta cuando enfrentara cosas en el futuro, y qué principios debo seguir. Leí un par de pasajes de las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Para ser franco con Dios, antes debes dejar de lado tus deseos personales. En vez de centrarte en la forma en que Dios te trata, di lo que piensas y no medites ni tengas en cuenta las consecuencias de tus palabras; di lo que estés pensando, deja de lado tus motivaciones y no intentes utilizar las palabras para lograr algún objetivo. ‘Debería decir esto y no aquello, debo tener cuidado con lo que digo, tengo que lograr mi objetivo’; ¿hay motivaciones personales en esto? Estas personas le han dado vueltas a la cabeza antes de llegar a pronunciar sus palabras, han elaborado mucho lo que iban a decir y lo han filtrado muchas veces en su cabeza. Al salir de su boca, estas palabras transmiten las engañosas tramas de Satanás; no es una manera franca de comportarse con Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para los líderes y obreros, escoger una senda es de la mayor importancia (20)). “En todos los asuntos debes abrirte a Dios y ser franco: estos son la única condición y el único estado que deben mantenerse ante Dios. Aunque no seas abierto, te abres ante Dios. Dios sabe si te abres o no. ¿No eres un necio si no entiendes eso? Entonces, ¿cómo vas a ser prudente? Sabes que Dios lo escruta y lo sabe todo, así que no pienses que a lo mejor no lo sabe; dado que es cierto que Dios observa en secreto la mente de las personas, sería conveniente que estas fueran un poco más francas, un poco más puras y honestas; eso es lo prudente. […] Cuando la gente empieza a prestar atención a las formas, cuando se le meten en la cabeza, cuando piensa en ellas, se vuelven un asunto problemático. Siempre piensa para sus adentros: ‘¿Qué puedo decir para que Dios tenga buena opinión de mí y no sepa lo que estoy pensando para mis adentros? ¿Qué debo decir? Debo ser más reservado, ser un poco más diplomático, tener un método; tal vez entonces Dios tenga buena opinión de mí’. ¿Crees que Dios no sabrá si siempre piensas así? Dios sabe lo que piensas. Es agotador pensar de ese modo. Es mucho más sencillo hablar honesta y sinceramente, lo cual te facilita la vida. Dios dirá que eres honesto y puro, que eres franco, y eso es infinitamente valioso. Si eres franco y tienes una actitud honesta, aunque haya momentos en los que te propases y actúes como un necio, esto no es una transgresión para Dios; es mejor que tus pequeños trucos y que tus cavilaciones y tu elaboración constantes” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para los líderes y obreros, escoger una senda es de la mayor importancia (9)). Dice en las palabras de Dios que lo más importante y fundamental de la forma en que tratamos a Dios y las situaciones que Él nos presenta es ser sinceros. Tenemos que desnudar nuestro corazón ante Dios sin disimulo ni camuflaje, sin intentar estudiar o procesar las cosas. No debemos albergar motivos detrás de nuestras palabras ni emplear tácticas, sino compartir nuestros pensamientos con un espíritu de veracidad. Necesito reconocer que no entiendo las cosas que no puedo comprender y luego postrarme ante Dios para buscar la verdad con un corazón inocente y honesto. Eso es ser sabios. Dios lo ve todo y nos conoce como la palma de Su mano. Mi calibre, cuánta verdad entiendo, la profundidad de mi experiencia y si entiendo algo son cosas que Dios conoce bien. Estoy desnuda ante Dios. ¿Qué necesidad hay de tapar mis faltas y de fingir que entiendo todo? En realidad, ser siempre calculadora, observar a los demás, adivinar lo que pensaban y quemarme los sesos sobre qué decir era agotador tanto mental como emocionalmente, y Dios lo odiaba. Fue entonces cuando finalmente vi lo importante que es ser inocente y sincera de corazón. Dios valora mucho eso, y también es una forma más libre y relajante de vivir. Tambien vi que Dios no solo mira el calibre de las personas o si sus opiniones son correctas. Mira nuestros corazones, nuestra actitud hacia la verdad, y qué carácter mostramos en el camino. Incluso si nos equivocamos a veces, si somos abiertos y honestos, a Dios no le importará si somos tontos o faltos de calibre, y no nos condenará por ello. Al contrario, ser siempre deshonestos es lo que Dios encuentra repugnante y odioso. En ese momento decidí que practicaría la verdad y sería una persona honesta. Al estar abierta a Dios en el entorno que Él crea, ser sincera en el trato con los demás, hablar desde el corazón y abrirme sobre lo que entiendo, puedo resolver lentamente mi carácter corrupto, hipócrita y deshonesto.
Recuerdo una vez en que nos acercamos al líder para hablar sobre un himno de la iglesia que tenía un par de líneas que nos parecían huecas. No dijo nada sobre esas líneas, pero dijo que el himno no tenía valor, que no era bueno. La palabra “Sí” simplemente se me salió de la boca. Me di cuenta de inmediato de que estaba siendo deshonesta de nuevo. No había visto los problemas que él vio. Estaba siendo una persona de sí fácil, fingía que entendía. Odiaba que saliera una mentira en el momento en que abría la boca y no quería engañar a nadie. Si no lo entendía, entonces no lo entendía. Pensé en las palabras de Dios: “Ser honesto es ser puro en tus acciones y palabras” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tres advertencias). Sabía que tenía que corregir la mentira que acababa de decir y ser honesta. Le dije al líder: “Pensé que había un problema con dos de las líneas. No me di cuenta de que era insalvable”. Pacientemente, compartió con nosotros los problemas del himno y esto me abrió un poco los ojos sobre la canción. Sentí una sensación de paz. La verdad es que no hay necesidad de envolver nuestras palabras, acciones o puntos de vista, podemos ser personas honestas, prácticas y realistas. Comencé a practicar la honestidad cuando los hermanos y hermanas de mi equipo discutían problemas. Tuviera razón o no, yo simplemente compartí mi opinión real. Fui franca sobre todo lo que no entendía y corregí mis errores. Eso me trajo mucha paz. Todavía no estoy ni cerca del estándar de una verdadera persona honesta, pero realmente sentí la importancia de ser honesta y sé que esa es la única manera de ser salva por Dios. Realmente aspiro a ser una persona honesta y quiero seguir esforzándome por lograrlo. ¡Gracias a Dios!
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