La decisión de una maestra

26 Sep 2024

Por Mo Wen, China

El sol se ponía por el oeste, al atardecer. La puerta de una pequeña casa rural estaba abierta, con una tela blanca atada al pomo. Los últimos rayos del sol iluminaban la pared de ladrillos sin pintar del patio.

En el centro de la sala había un ataúd. Frente a este se arrodillaban una niña de siete años, un niño de nueve años y una mujer campesina de treinta y tantos años.

“Mamá, hemos tenido una desgracia en la familia. ¿Por qué no ha venido ningún pariente a ayudarnos?”. La suave voz de la niña interrumpió el silencio dentro de la casa.

“Ahora que tu padre ya no está, solo seremos nosotros, una madre con sus hijos, y confiaremos el uno en el otro. Nos hemos quedado sin ahorros por la enfermedad de tu padre. Nuestros parientes nos desprecian por ser pobres, nos consideran inferiores. A partir de ahora, ustedes dos deben trabajar duro; no permitan que los demás los menosprecien. ¡Espero que ambos puedan tener un futuro prometedor, lleguen a ser alguien y cambien nuestro destino!”. La madre secó sus lágrimas; tenía los ojos llenos de determinación. Miró a los dos niños y les habló con seriedad.

La niña de siete años era An Ran.

Esta imagen de su infancia quedó profundamente grabada en su corazón. Desde muy joven, An Ran supo que debía ser diligente. Su meta en la vida era luchar por la excelencia y ganar la admiración de los demás. An Ran se esforzó especialmente en la escuela, creyendo que solo a través del estudio diligente tendría un futuro prometedor. En la escuela primaria, An Ran casi siempre estaba entre los tres mejores alumnos de la clase.

A los trece años, cuando An Ran asistía a la escuela secundaria, un vecino compartió con su madre el evangelio de Dios Todopoderoso en los últimos días. Ese día, An Ran y su madre vieron juntas un video sobre la creación inicial de Dios. Desde ese momento, An Ran supo que los seres humanos fueron creados por Dios, y que había un Soberano entre los cielos, la tierra y todas las cosas, que guiaba y cuidaba a toda la humanidad. An Ran sintió calidez en su interior. ¡Dios era tan bueno!

A los quince años, debido a la falta de dinero para la escuela, An Ran se vio obligada a dejar sus estudios y empezar a trabajar. Si bien An Ran sabía que creer en Dios era bueno, sentía que todavía era joven y tenía mucho futuro por delante. No quería vivir una vida normal sin logros. ¿Quién la respetaría así? Entonces, decidió encontrar un trabajo decente y respetable, trabajar duro y ganar dinero. Mientras pudiera establecerse, podría vivir gloriosamente delante de los demás y ya nadie la menospreciaría. An Ran pensaba sin cesar en cómo convertirse en alguien rápidamente. Por este motivo, solo podía asistir a las reuniones de vez en cuando, durante su tiempo libre.

Una tarde, cuando An Ran tenía diecisiete años, el prolongado calor del aire todavía no se había disipado. Se escuchó un clic. Luego un ruido sordo. Se escucharon puertas que se abrían y cerraban de manera brusca y eficiente, y luego pasos apresurados. Su primo había regresado.

“¿Qué sucede? ¿Hay alguna urgencia?”, preguntó An Ran.

“Tengo buenas noticias para ti. Nuestra escuela busca con urgencia maestros. Le he hablado de ti al directivo de la escuela. Si te contratan, este trabajo es prestigioso y paga bien”. An Ran se emocionó de inmediato al escuchar esta noticia. Desde niña había esperado sobresalir y establecerse algún día. Ahora tenía una excelente oportunidad de convertirse en maestra, una profesión considerada respetable. Ella sabía que quienes trabajaban en escuelas eran graduados universitarios, con al menos una licenciatura. Sin la ayuda de su primo, ¿cómo podría tener la oportunidad de trabajar en una escuela? Más adelante, podría rendir el examen para obtener el título de maestra y convertirse formalmente en maestra. Entonces, podría obtener tanto fama como ganancias, ¿no es así? Cuando llegara ese día, ya nadie volvería a menospreciarla. Luego de pensar en todo esto, An Ran aceptó sin dudarlo.

Al salir de la casa de su primo, An Ran sintió agitación en su interior: En el futuro, trabajar en una escuela privada implicaría tener un descanso solamente cada dos semanas, e indudablemente no podría asistir a las reuniones. La obra de Dios finalizaría pronto. Si el trabajo afectaba su asistencia a las reuniones, eso sería perjudicial para su vida. Sin embargo, esta era la oportunidad de sobresalir con la que siempre había soñado. An Ran no quería perderla. Después de mucho pensarlo, An Ran eligió el trabajo. Se reconfortó diciendo que estaría bien siempre que leyera más de las palabras de Dios y asistiera a las reuniones durante sus días libres en el trabajo. Eso no debería afectar mucho.

An Ran consiguió el trabajo al acabar las vacaciones de verano, y se convirtió en maestra de escuela primaria como siempre había deseado. An Ran al fin encontró la manera de hacer realidad sus sueños, se sentía muy emocionada por eso, dando todo de sí a su trabajo.

A principios del otoño, la escuela recibió un grupo nuevo de estudiantes, y el campus se llenó de charlas y risas alegres. An Ran frunció el ceño mientras caminaba enérgicamente hacia el edificio de la escuela con una pila de libros de ejercicios en las manos. Pensó: “En esta escuela, la competencia entre las clases es particularmente feroz. Los resultados de las evaluaciones de cada clase son un tema central de conversación entre directores y personal en puestos de liderazgo. No tengo experiencia en la enseñanza. Cuando comencé a trabajar en la escuela, las clases a las que enseñaba tenían las peores calificaciones de ese grado. Si quiero alcanzar a las otras clases, tendré que invertir todavía más tiempo y esfuerzo en ello”. An Ran se decidió: “Debo mejorar los resultados de las evaluaciones de mis estudiantes y convertirme en una maestra excelente a la que los padres de los estudiantes elogien”. Al pensar en todo esto, An Ran no pudo evitar respirar profundamente. ¡Era demasiada presión!

Desde ese momento, An Ran parecía un reloj de cuerda, nunca se atrevía a relajarse ni un momento. Trabajar horas extras y quedarse despierta hasta tarde se convirtieron en algo rutinario. Por la noche corregía tareas y daba clases particulares a estudiantes con dificultades para que pudieran mejorar sus calificaciones. Varios meses más tarde, las clases a las que An Ran enseñaba pasaron de ser las últimas a estar en primer y segundo lugar. A ello le siguieron los elogios de los padres y un gran respeto de los directivos, lo que satisfizo enormemente la vanidad de An Ran. Estaba entusiasmada y caminaba con la cabeza en alto, sintiéndose orgullosa cuando se encontraba con personas de su pueblo. Creía que todas las dificultades que atravesaba valían la pena, sin importar cuán duras y agotadoras fueran.

Sin embargo, bajo esa apariencia pulcra, solo ella sabía toda la amargura y todo el sufrimiento que había tenido que pasar.

“Te lo he dicho tantas veces, ¿no puedes buscar un trabajo menos exigente? Mírate, has perdido más de doce libras en apenas un año y medio. Estás tomando medicamentos y recibiendo inyecciones continuamente, y trabajas hasta agotarte. ¿Acaso intentas acabar con tu vida? ¿Cómo puedes creer en Dios si ni siquiera eres capaz de asistir a las reuniones? ¿Puedes entender la verdad y ser salvada de esta manera?”. La madre de An Ran se sentó junto a su cama y, con los ojos llenos de pena, la regañó.

“Mamá, sé que este trabajo es demasiado exigente y no me deja tiempo para asistir a las reuniones, pero…”. An Ran comenzó a sentir dolor de garganta antes de poder terminar de hablar.

Su madre se dio vuelta y le alcanzó un vaso de agua. Cuando su madre se fue, An Ran comenzó a recordar el pasado año. La competencia abierta y las luchas ocultas entre colegas, las noches trabajando hasta tarde y la presión del trabajo provocaron insomnio a An Ran, además de pesadillas frecuentes en los momentos en que lograba dormir. Su sistema inmunitario se había debilitado bastante, y tomaba medicamentos casi todos los días. La gran carga de trabajo diaria no dejaba a An Ran tiempo ni energía para presentarse ante Dios. Sentía que era una máquina que nunca dejaba de funcionar, sin conocer casi nada, excepto el trabajo. Algunas veces pensaba: “¿Debería cambiar de trabajo? Seguir de este modo realmente está afectando mi entrada en la vida. Pero, si renuncio, ¿no se hará añicos el sueño de toda mi vida de poder sobresalir? ¿Volveré alguna vez a encontrar una oportunidad tan buena como esta?”. Las miradas de admiración de parientes y amigos, y los elogios de los padres de los estudiantes y los directivos de la escuela, eran todo lo que An Ran había soñado. “Como dice el dicho”, pensaba, “‘hay que tener agallas para luchar por la dignidad’. Las personas viven para demostrar su valor y obtener respeto, ¿no es así? ¿Qué sentido tiene vivir si vas a ser mediocre toda tu vida?”. An Ran se levantó, volvió a su escritorio y tomó el bolígrafo para continuar planificando las lecciones. Había tomado una decisión: no podía renunciar a su trabajo. Sería lo mismo si aprovechaba bien sus días libres para comer y beber la palabra de Dios y asistir a más reuniones.

Durante el Festival de la Primavera de 2011, mientras limpiaba la casa con su madre, An Ran de repente se dio cuenta de que no podía levantar su brazo derecho, y no se animó a agachar la cabeza. Cuando intentó agachar la cabeza, escuchó un sonido como un chasquido. An Ran tuvo miedo y se sintió desconcertada.

“Sufres de hombro congelado y espondilosis cervical. Ambas son enfermedades laborales. Si no comienzas pronto el tratamiento, podrían volverse incurables. Tu cuerpo está en malas condiciones, necesitas comenzar el tratamiento de inmediato”. Este fue el consejo que el médico del centro de salud le dio solemnemente a An Ran.

Al escuchar las palabras del médico, An Ran se sintió particularmente asustada: “Tengo solo diecinueve años. Mi vida acaba de comenzar y tengo tantos sueños por cumplir. Si mi hombro congelado y mi espondilosis cervical empeoran, ¿cómo haré para sobrellevar los días por venir? ¿Podré ir a clase y trabajar normalmente?”. Al pensar en la posibilidad de que su sueño de éxito acabara, An Ran se sintió especialmente reacia y no pudo evitar quejarse. “¿Por qué mi vida es tan amarga? ¿Por qué no puedo cumplir mis deseos? ¿Estoy destinada a sufrir desprecio toda mi vida?”. An Ran comenzó a llorar.

El cielo estaba gris, parecía que iba a nevar. Soplaba un viento frío que hacía tiritar a las personas como si estuvieran dentro de un congelador.

An Ran se acurrucó en la cama, con su rostro invadido por la frustración. Sintió que no tenía futuro, y le faltaba entusiasmo en todo lo que hacía. En su dolor, solo pudo presentarse ante Dios en oración. “Oh, Dios, de repente contraje esta enfermedad tan grave, y tengo miedo. No sé cómo seguir adelante a partir de ahora. El año pasado, he estado trabajando todo el tiempo y no he asistido mucho a las reuniones. Sé que eso no está de acuerdo con Tu intención, pero no puedo dejar mi trabajo. Siento que mi vida es amarga, y no sé por qué me ha pasado todo esto a mí. Esclaréceme y permíteme salir de este dolor”.

En ese momento era el receso de invierno, y An Ran pudo pasar su tiempo en reuniones o leyendo las palabras de Dios en su hogar. Disfrutó especialmente ver películas y videos sobre el evangelio. Al ver que, durante la Era de la Gracia, muchos misioneros viajaron por toda China, dejando sus familias y matrimonios y sufriendo toda clase de persecución, pero aun así transmitían incansablemente el evangelio y deseaban entregarse a Dios, sin arrepentirse de su decisión, An Ran se sintió profundamente inspirada. Pensó: “Ellos creyeron en el Señor Jesús con tal fervor, y hoy he aceptado la obra de Dios en la tercera etapa, recibiendo de buena gana el regreso del Señor Jesús. He escuchado más de las palabras de Dios y entendido más de las verdades y los misterios que ellos. He disfrutado tanto el riego y la provisión de las palabras de Dios, que debo transmitir el evangelio y dar testimonio de Dios todavía más”. An Ran recordó a muchos hermanos y hermanas cercanos que habían dejado el matrimonio y el trabajo para cumplir sus deberes en la iglesia y retribuir el amor de Dios. Ella había creído en Dios por muchos años, disfrutando de Su gracia, pero, en vez de cumplir con sus deberes, no podía siquiera asistir regularmente a las reuniones. Se preguntó si realmente creía en Dios. Pensó entonces en las hermanas con las que solía reunirse, quienes ahora desempeñaban sus deberes en la iglesia, mientras ella había estado persiguiendo riqueza, fama y ganancias. An Ran se preguntó: “¿Por qué no puedo dejar de buscar riqueza, fama y ganancias?”.

Un día, An Ran leyó un pasaje de las palabras de Dios: “La suerte del hombre está controlada por las manos de Dios. Tú eres incapaz de controlarte a ti mismo: a pesar de que el hombre siempre está ocupándose para sí mismo, permanece incapaz de controlarse. Si pudieras conocer tu propia perspectiva, si pudieras controlar tu propio sino, ¿seguirías siendo un ser creado? En resumen, independientemente de cómo obre Dios, toda Su obra es por el bien del hombre. Considera, por ejemplo, los cielos y la tierra, y todas las cosas que Dios creó para que sirvieran al hombre: la luna, el sol y las estrellas que Él hizo para el hombre; los animales y las plantas, la primavera, el verano, el otoño y el invierno, etc., todo está hecho para beneficio de la existencia del hombre. Y así, independientemente de cómo Dios castigue y juzgue al hombre, todo es por el bien de la salvación de este. Aunque despoje al hombre de sus esperanzas carnales, es por el bien de su purificación, y su purificación es para que él pueda sobrevivir. El destino del hombre está en manos del Creador, por tanto, ¿cómo podría el hombre controlarse a sí mismo?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Restaurar la vida normal del hombre y llevarlo a un destino maravilloso). An Ran entendió que el destino del hombre está en manos de Dios y no sujeto a sus propios deseos. Comprendió que era solo un ser creado insignificante que no podía controlar las experiencias que atravesaría durante su vida. Sin embargo, siempre quiso hacer las cosas a su manera y no se sometió a la soberanía y las disposiciones de Dios. Creía que su vida era amarga porque enfermó y no pudo continuar con su trabajo ni sobresalir. ¿Acaso no era esto quejarse de Dios? Al reflexionar sobre el año pasado, An Ran se dio cuenta de que su relación con Dios se había vuelto distante debido a su dedicación al trabajo. De no ser por su enfermedad, habría seguido concentrada únicamente en trabajar y ganar dinero, sin tiempo ni energía para presentarse ante Dios. Ahora, a pesar de su sufrimiento físico, podía estar en calma y pasar tiempo leyendo la palabra de Dios, lo cual era bueno. An Ran estaba dispuesta a someterse y buscar la intención de Dios.

El sol de invierno comenzaba a salir, y su calor era particularmente acogedor. La luz del sol cubría cada rincón del patio, envolviendo su cuerpo en calor.

An Ran se sentó en el patio, se recostó en la silla, y leyó tranquilamente las palabras de Dios: “Este es el momento en el que Mi Espíritu lleva a cabo una gran obra y es el momento en el que comienzo Mi obra entre las naciones gentiles. Más aún, es el momento en el que clasifico a todos los seres creados, poniendo a cada uno en su categoría respectiva, para que Mi obra pueda proceder con mayor rapidez y efectividad. Y, así, lo que os pido sigue siendo que cada uno ofrezca todo su ser a toda Mi obra y, además, que discernáis claramente y tengáis la certeza de toda la obra que Yo he realizado en ti, y que pongas todas tus fuerzas en Mi obra para que esta pueda ser más efectiva. Esto es lo que debes entender. Desistid de pelear entre vosotros, de buscar una senda de retorno o las comodidades de la carne, las cuales retrasarían Mi obra y tu maravilloso futuro. Lejos de protegerte, hacer eso traería destrucción sobre ti. ¿No sería esto una necedad de tu parte? Aquello que hoy disfrutas con avidez es, precisamente, lo que está arruinando tu futuro, mientras que el dolor que hoy sufres es justamente lo que te protege. Debes ser claramente consciente de estas cosas a fin de evitar caer preso de las tentaciones de las que te será difícil liberarte y evitar tropezar en la densa niebla y ser incapaz de encontrar el sol. Cuando la densa niebla se disipe, te encontrarás en medio del juicio del gran día(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra de difundir el evangelio es también la obra de salvar al hombre). Al reflexionar sobre las palabras de Dios, An Ran poco a poco llegó a comprender que, desde la infancia, siempre había buscado la excelencia, deseando cambiar su destino por sí misma. Siempre sintió que uno debía llegar a ser alguien de renombre en el mundo y obtener la admiración de los demás; de lo contrario, la vida no tendría sentido. ¿Cuál era el objetivo de vivir si uno continuaba siendo de clase baja? En su búsqueda de la excelencia y la gloria, An Ran trabajó mucho para ganar dinero. Luego de aceptar la obra de Dios en los últimos días, si bien sabía que esta etapa de la obra tenía por propósito depurar y transformar a las personas, que era la etapa final de la obra de Dios, y que solo ocurría una vez en la vida y, si la dejaba pasar, perdería la oportunidad de ser salvada, aún así, se alejó de Dios para buscar riqueza, fama y ganancias, y consideró que el valor de la vida estaba en cumplir sus ideales y deseos y buscar la excelencia. Trabajó sin cesar para lograrlo, luchando amargamente en una vorágine de fama, ganancias y fortuna, que finalmente la llevó a un sufrimiento físico total y un profundo dolor. Sobre todo, se alejó de Dios y lo traicionó para sobresalir y en beneficio de supuestas oportunidades, retrasando la posibilidad de reunirse con otros y ganar la verdad. ¿No era esto exactamente lo que decían las palabras de Dios: “Aquello que hoy disfrutas con avidez es, precisamente, lo que está arruinando tu futuro”? La búsqueda de riqueza, fama y ganancias no genera buenas oportunidades; ¡en realidad daña y arruina a la propia persona! An Ran se dio cuenta de que, aunque su enfermedad le causaba algo de dolor, también obstaculizaba su búsqueda de fama y ganancias. A simple vista, esta enfermedad parecía hacer añicos sus sueños, pero en el fondo, la protegía. Durante su enfermedad, An Ran pudo presentarse ante Dios, reflexionar sobre su propia senda y contemplar realmente su vida: ¿Qué era más importante, perseguir la verdad y la vida o fama y ganancias? En ese momento, An Ran comprendió. Pensó en las palabras de la Biblia: “He visto todas las obras que se han hecho bajo el sol, y he aquí, todo es vanidad y correr tras el viento” (Eclesiastés 1:14). “¿Qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?(Mateo 16:26). La riqueza, la fama y las ganancias pueden generar un placer temporal, hacer que uno se destaque y lograr la estima de los demás. Pero, si eso significa perder la oportunidad de ganar la verdad y la salvación, es como sacrificar la propia vida. ¿Qué sentido tiene?

An Ran continuó leyendo otro pasaje de las palabras de Dios: “El Todopoderoso tiene misericordia de estas personas que han sufrido profundamente. Al mismo tiempo, siente aversión hacia estas personas que carecen de conciencia, porque ha tenido que esperar demasiado para obtener una respuesta por parte de los humanos. Él desea buscar, buscar tu corazón y tu espíritu, traerte alimento y agua para despertarte, de modo que ya no tengas sed ni hambre. Cuando estés cansado y cuando comiences a sentir algo de la lúgubre desolación de este mundo, no estés perdido, no llores. Dios Todopoderoso, el Vigilante, acogerá tu llegada en cualquier momento. Está vigilando a tu lado, esperando que des marcha atrás. Está esperando el día en el que recuperes la memoria de repente: cuando seas consciente del hecho de que viniste de Dios, que, en un momento desconocido, te perdiste, en un momento desconocido, perdiste el conocimiento a lo largo del camino y en un momento desconocido, adquiriste un ‘padre’. Además, cuando te des cuenta de que el Todopoderoso ha estado siempre vigilando en ese lugar, esperando durante mucho, mucho tiempo tu regreso. Él ha estado vigilando con un anhelo desesperado, esperando una respuesta sin tener una. Su vigilancia y espera no tienen precio y son por el corazón y el espíritu de los seres humanos. Tal vez esta vigilancia y espera sean indefinidas y, quizá, ya estén llegando a su fin. Pero tú debes saber exactamente dónde se encuentran tu corazón y tu espíritu ahora mismo(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El suspiro del Todopoderoso). Al ver que las palabras de Dios llamaban una y otra vez a la humanidad, An Ran se conmovió profundamente, y las lágrimas le nublaron la vista. Suspiró y pensó para sí: “Entonces, Dios siempre ha estado esperando mi regreso, sin renunciar nunca a salvarme”. An Ran se dio cuenta de que había escuchado la voz de Dios hace tiempo y había leído muchas de Sus palabras. Sabía que, en los últimos días, Dios se había hecho carne para salvar personalmente a la humanidad. Una oportunidad sumamente excepcional. Sin embargo, había sido demasiado intransigente y su corazón había estado adormecido, centraba sus pensamientos, su energía y su tiempo en trabajar por dinero, buscar la estima de los demás, y esforzarse por engrandecerse. Si continuaba por ese camino, solo lograría agotarse y convertirse en una víctima sacrificada por fama y ganancias, incapaz de conseguir buenas perspectivas. Así, terminaría arruinándose. En ese momento, An Ran se conmovió profundamente, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Reconoció que todo lo que Dios le había dado era amor y salvación, mientras ella había respondido con rechazo, evasión y resistencia. Se sintió en deuda con Dios. En silencio, tomó la decisión de comer y beber las palabras de Dios y participar en las reuniones en serio, y nunca más caer en el desánimo y la degradación.

Entonces, escuchó una lectura de las palabras de Dios: “Eres un ser creado, debes por supuesto adorar a Dios y buscar una vida con significado. Si no adoras a Dios, sino que vives en tu carne inmunda, ¿no eres solo una bestia, vestida de humano? Como eres un ser humano, ¡te debes gastar para Dios y soportar todo el sufrimiento! El pequeño sufrimiento que estás experimentando ahora, lo debes aceptar con alegría y con confianza y vivir una vida significativa como Job y Pedro. En este mundo, el hombre usa la ropa del diablo, come la comida del diablo, trabaja y sirve bajo el campo de acción del diablo, pisoteado completamente en su inmundicia. Si no captas el significado de la vida u obtienes el camino verdadero, entonces, ¿qué significado tiene vivir así? Vosotros sois personas que buscáis la senda correcta, los que buscáis mejorar. Sois personas que os levantáis en la nación del gran dragón rojo, aquellos a quienes Dios llama justos. ¿No es esa la vida con mayor sentido?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Práctica (2)). Al escuchar las palabras de Dios, An Ran encontró el objetivo correcto en su vida, y se sintió particularmente liberada y tranquila. Reflexionó sobre todos los años en que había vivido para alcanzar la fama y las ganancias, provocándose un terrible sufrimiento al querer sobresalir, agobiada por el estrés, el dolor y la amargura. En última instancia, se enfrentaría a la destrucción junto a Satanás. Todo esto por vivir de acuerdo con una visión equivocada de la vida. Entonces, An Ran entendió que la riqueza, el estatus, la fama y las ganancias eran solo cosas vacías. Como ser creado, vivir para dedicar la propia vida a Dios, perseguir la verdad y conocer a Dios es la existencia más significativa. Si podía perseguir en serio la verdad durante la obra de Dios, desechando su carácter corrupto, finalmente podría convertirse en alguien que Dios aprobara. Aunque no recibiera el reconocimiento de las personas durante su vida, ser aprobada por Dios sería el mayor honor. Pensó en tantos hermanos y hermanas, algunos graduados de la universidad, otros con negocios familiares, que pudieron abandonar su propia fama y ganancias para cumplir con sus deberes. ¿Qué era lo que ella, una humilde maestra, no podía soltar? An Ran cerró el libro de las palabras de Dios, se arrodilló y oró. “Dios, he sido rebelde, he vivido en busca de fortuna, fama y ganancias, y me he negado a presentarme ante ti. Hoy he despertado y me he dado cuenta de que no vale la pena sacrificar mi vida en busca de fama, ganancias y fortuna. Dios, gracias por no renunciar nunca a salvarme, esperando siempre mi regreso. A partir de ahora, estoy dispuesta a centrarme en comer y beber tus palabras, participar más en las reuniones y cumplir con mis deberes. No quiero que Satanás siga engañándome y haciéndome daño”. Después de orar, An Ran sintió una sensación de estabilidad en su corazón. En los días siguientes, diligentemente comió y bebió las palabras de Dios todos los días y asistió a más reuniones.

Poco después del Festival de la Primavera, recibió la llamada de un compañero de clase con quien no había mantenido el contacto. Llamó para ofrecerle trabajar en el programa extraescolar de la ciudad, dando clases particulares a estudiantes solamente durante los horarios de comida. Si bien este trabajo pagaba menos y no le traería reconocimiento ni admiración, An Ran estaba encantada de tener más tiempo para comer y beber las palabras de Dios y cumplir con sus deberes.

Una mañana de domingo, An Ran caminaba hacia su casa. Mientras los demás iban deprisa de un lado a otro, ella comenzó a caminar más despacio, con la cabeza dándole vueltas. El día anterior la había llamado su primo para pedirle que regresara a trabajar a la escuela. Sus familiares también se lo pidieron. An Ran pensó: su enfermedad había mejorado y todavía era joven. ¿Por qué no volver a intentarlo? Si regresaba a la escuela, recibiría el aprecio y la admiración de los demás.

Sintió la brisa y recordó los amargos días en la escuela. Ahora, finalmente había logrado salir de allí y podía asistir a las reuniones, comer y beber las palabras de Dios y cumplir con sus deberes con regularidad. Si volvía a trabajar en la escuela, ¿eso no le traería dificultades innecesarias?

Tras pensar en todo esto, An Ran tomó el teléfono y envió un mensaje a su primo, rechazando amablemente la oferta.

Se escuchó el sonido de una bocina. Con un bocinazo, un automóvil se detuvo frente a An Ran. Ella tomó su maleta y se adentró en el camino de cumplir con sus deberes.

Sentada junto a la ventana, recordó lo vivido, cómo pasó de ser alguien profundamente interesada en el dinero, la fama y las ganancias a convertirse en un miembro que cumplía con sus deberes en la casa de Dios. Sin duda, cada paso estuvo guiado por Dios y lleno de Su amor y salvación. Si no hubiera sido por las palabras de Dios que le proporcionaron esclarecimiento y guía, todavía estaría atrapada en la vorágine de perseguir fama, ganancias y estatus. Agradeció a Dios en silencio en su corazón, deseando valorar solamente el precioso tiempo que ahora tenía, para poder perseguir realmente la verdad y cumplir con sus deberes y así reconfortar el corazón de Dios.

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