Después de que me diagnosticaran cáncer

27 Mar 2025

Por Li Yuan, China

En abril de 2023, la iglesia me envió a cumplir mis deberes a otro lugar. Estaba muy emocionada e hice las maletas con rapidez, ansiosa por partir. Sin embargo, recordé que tenía un problema ginecológico y, como podría ser difícil recibir atención médica en un lugar que no conocía, fui al hospital para hacerme un control antes de irme. Después de conocer mis síntomas, el médico recomendó un legrado uterino para hacer una biopsia, ya que le preocupaba que cualquier retraso podría permitir que la enfermedad derivara en un cáncer. Mientras esperaba los resultados, me sentía intranquila sin saber lo que revelaría el diagnóstico. Unos días después, llegaron los resultados. El informe decía: “Posible cáncer de endometrio”. Me quedé estupefacta. Cuando conseguí tranquilizarme, pregunté: “Dice ‘posible cáncer’, ¿entonces significa que puede que no sea cáncer?”. El médico respondió: “Los médicos rara vez afirman que es cáncer con toda seguridad y dejan espacio para la interpretación. Es necesario hacer más pruebas para determinar el tipo de cáncer que es y el tratamiento se basará en la afección específica”. Tras escuchar esto, se me quedó la mente en blanco y no pude asimilar nada más de lo que dijo el médico. No estaba en absoluto preparada para hacer frente a un cáncer inesperado. Pensé: “¿Cómo puede ser cáncer? ¿Cómo puedo tener cáncer?”. Aunque no expresé ningún resentimiento hacia Dios, internamente no estaba dispuesta a aceptar esa realidad. Me preguntaba: “¿Será este diagnóstico de cáncer la forma que Dios tiene de revelarme y descartarme, o será un refinamiento? ¿Cuál es la intención de Dios?”.

Cuando regresé a casa, sentí un vacío por dentro y tenía la mente llena de pensamientos sobre los pocos días que me quedaban de vida. Cuando fui a cumplir mis deberes con una hermana esa tarde, no tenía ganas de hacerlo y estaba distraída y desmotivada. De camino a casa, miré hacia el cielo azul y pensé: “¡Qué hermoso es! ¿Cuántos días más me quedan de vida? ¿Cuánto tiempo más podré mirar este hermoso cielo? Si muero, nunca llegaré a presenciar la magnificencia sin precedentes de la difusión del evangelio”. Después de eso, busqué información sobre el cáncer uterino en mi teléfono. Vi en línea que algunas personas que tienen cáncer de endometrio a los cincuenta años consiguen curarse, mientras que otras no lo hacen. Decía que los pacientes en etapa avanzada solo viven de tres a cinco años y, en casos más graves, incluso puede que sobrevivan solo un año. Cuanto más leía, más asustada me sentía y me preguntaba en qué etapa estaba mi cáncer y cuánto tiempo me quedaba. Esa noche, mientras estaba recostada en la cama, la mente no paraba de darme vueltas y pensaba: “Tenía la esperanza de que creer en Dios significaría que sería salvada y nunca enfrentaría la muerte, pero ¿no moriré ahora que tengo cáncer? ¿Han sido en vano todos estos años de fe? ¡Mejor habría sido no creer en Dios!”. Cuando se me vinieron estos pensamientos a la cabeza, me di cuenta de que no eran correctos y que eran una traición a Dios. Pensé en que incluso las personas que no creen en Dios se enferman y, como creyente, yo también debo enfrentar la enfermedad. ¿Hay alguien en el mundo que no se enferme? Además, como persona corrupta, ¿no era bastante normal que me enfermara? Como estaba enferma, tenía que someterme a las orquestaciones y arreglos de Dios. Pero la idea de morir me hacía sentir abatida. “Dios mío, no quiero morir. He abandonado a mi familia, renunciado a mi carrera y cumplido mi deber todos estos años, y ahora tengo cáncer. ¿Significa esto que me estás abandonando y descartando?”. Vivía angustiada y preocupada, y las lágrimas me corrían por el rostro. Le dije a Dios en mi corazón: “Dios, ¿qué debo hacer?”. En ese momento, recordé las palabras de Dios: “¿Cómo debes vivir la enfermedad cuando llegue? Debes presentarte ante Dios a orar, buscar y averiguar Su intención […]. Normalmente, cuando te enfrentas a una enfermedad grave o a una dolencia rara que te hace sufrir mucho, esto no sucede por casualidad. Tanto si estás enfermo como si gozas de buena salud, la intención de Dios está presente(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Al creer en Dios, lo más crucial es recibir la verdad). Las palabras de Dios me recordaron que las personas no sufren enfermedades graves por casualidad; las intenciones de Dios siempre están detrás. Así que oré a Dios en mi corazón: “Dios, sé que Tu intención está detrás de que tenga cáncer y que hay lecciones que debo aprender de mi enfermedad, pero no entiendo cuál es Tu intención. Te ruego que me esclarezcas y me guíes”.

Más tarde, mis hermanos y hermanas me enviaron un pasaje de las palabras de Dios: “Cuando la enfermedad llega, ¿qué senda han de seguir las personas? ¿Cómo deben elegir? No deben sumirse en la angustia, la ansiedad y la preocupación, y contemplar sus propias perspectivas y sendas de futuro. En cambio, cuanto más se encuentren en momentos como estos y en situaciones y contextos tan especiales, y cuanto más se vean en dificultades tan inmediatas, más deben buscar la verdad y perseguirla. Solo así los sermones que has oído en el pasado y las verdades que has comprendido no serán en vano y surtirán efecto. Cuanto más te encuentres en dificultades como estas, más deberás renunciar a tus propios deseos y someterte a las instrumentaciones de Dios. El propósito de Dios al establecer este tipo de situaciones y arreglar estas condiciones para ti no es que te sumas en las emociones de angustia, ansiedad y preocupación, y tampoco tiene como fin que verifiques a Dios para ver si te va a curar cuando te sobrevenga la enfermedad, tanteando así la verdad del asunto. Dios establece para ti estas situaciones y condiciones especiales para que puedas aprender las lecciones prácticas en tales situaciones y condiciones, para lograr una entrada más profunda en la verdad y en la sumisión a Dios, y para que sepas con mayor claridad y precisión cómo Dios orquesta todas las personas, acontecimientos y cosas. Los sinos de los hombres están en manos de Dios y, tanto si pueden percibirlo como si no, tanto si son realmente conscientes de ello como si no, deben someterse y no resistirse, no rechazar y, desde luego, no poner a prueba a Dios. En cualquier caso, puedes morir, y si te resistes, rechazas y verificas a Dios, no hace falta decir cuál será tu final. Por el contrario, si en las mismas situaciones y condiciones eres capaz de buscar cómo debe un ser creado someterse a las instrumentaciones del Creador, buscar qué lecciones debes aprender, qué actitudes corruptas debes conocer en las situaciones que Dios te presenta, comprender Sus intenciones en tales situaciones, y dar bien tu testimonio para cumplir las exigencias de Dios, entonces esto es lo que debes hacer. Cuando Dios dispone que alguien contraiga una enfermedad, ya sea grave o leve, Su propósito al hacerlo no es que aprecies los pormenores de estar enfermo, el daño que la enfermedad te hace, las molestias y dificultades que la enfermedad te causa, y todo el catálogo de sentimientos que te hace sentir; Su propósito no es que aprecies la enfermedad por el hecho de estar enfermo. Más bien, Su propósito es que adquieras lecciones a partir de la enfermedad, que aprendas a captar las intenciones de Dios, que conozcas las actitudes corruptas que revelas y las posturas erróneas que adoptas hacia Él cuando estás enfermo, y que aprendas a someterte a la soberanía y a los arreglos de Dios, para que puedas lograr la verdadera sumisión a Él y seas capaz de mantenerte firme en tu testimonio; esto es absolutamente clave. Dios desea salvarte y purificarte mediante la enfermedad. ¿Qué desea purificar en ti? Desea purificar todos tus deseos y exigencias extravagantes hacia Dios, e incluso las diversas calculaciones, juicios y planes que elaboras para sobrevivir y vivir a cualquier precio. Dios no te pide que hagas planes, no te pide que juzgues, y no te permite que tengas deseos extravagantes hacia Él; solo te pide que te sometas a Él y que, en tu práctica y experiencia de someterte, conozcas tu propia actitud hacia la enfermedad, y hacia estas condiciones corporales que Él te da, así como tus propios deseos personales. Cuando llegas a conocer estas cosas, puedes apreciar lo beneficioso que te resulta que Dios haya dispuesto las circunstancias de la enfermedad para ti o que te haya dado estas condiciones corporales; y puedes apreciar lo útiles que son para cambiar tu carácter, para que alcances la salvación y para tu entrada en la vida. Por eso, cuando la enfermedad te llama, no debes preguntarte siempre cómo escapar, huir de ella o rechazarla(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Las palabras de Dios me permitieron entender que la intención de Dios al darme esa enfermedad no era que viviera angustiada y afligida ni tampoco que entendiera los pormenores de mi enfermedad a través de esa experiencia. Más bien, era que aprendiera lecciones a través de la enfermedad y que llegara a conocer las impurezas en mi fe y los deseos extravagantes que le pedía a Dios. Dios quería usar esa enfermedad para purificarme, transformarme y salvarme. Pero no había entendido la intención de Dios. Cuando me enteré de que tenía cáncer, viví con angustia y ansiedad, con la constante preocupación de que mi enfermedad fuera incurable y el temor de que, si me moría, nunca más podría leer las palabras de Dios ni cumplir mis deberes, por lo que no podría alcanzar la salvación. Incluso traté de razonar con Dios y pensaba que, como había abandonado a mi familia y renunciado a mi carrera para cumplir mi deber en todos esos años de mi fe en Dios, y no había traicionado a Dios al enfrentar la persecución por parte de mi familia, Dios no debería haber permitido que tuviera cáncer. Vivía con miedo a la muerte, no tenía fe en Dios y no tenía la motivación para hacer mis deberes. A través de la revelación de los hechos, vi que carecía de conciencia, razón y humanidad, y que no tenía a Dios en mi corazón en absoluto. Una vez que comprendí todo eso, pude enfrentar mi enfermedad de manera correcta.

Dos días después, el médico me llamó para decirme que tenía los resultados y que el cáncer estaba en la etapa inicial. Dijo que había tenido suerte de haberlo detectado temprano y que fuera al hospital para operarme lo antes posible. La noche antes de la operación, estaba recostada dando vueltas en la cama sin poder dormir y me sentía algo intranquila y asustada. No sabía si la operación tendría éxito, si saldría bien o si moriría en el quirófano. Oré en silencio a Dios: “Dios, mañana me operan. Independientemente de que la operación tenga éxito o no, o de que muera en la mesa de operaciones, dejo todo en Tus manos y me someto a Tus orquestaciones y arreglos”. Luego, leí más palabras de Dios: “Tanto si te enfrentas a una enfermedad grave como a una leve, en el momento en que esta empeore o te enfrentes a la muerte, recuerda una cosa: no temas a la muerte. Aunque estés en la fase final de un cáncer, aunque la tasa de mortalidad de tu enfermedad concreta sea muy alta, no temas a la muerte. Por grande que sea tu sufrimiento, si temes a la muerte, no te someterás. Algunas personas dicen: ‘Al oírte decir esto, me siento inspirado y tengo una idea aún mejor. No solo no temeré a la muerte, sino que suplicaré su llegada. ¿Acaso no hará eso que sea más fácil pasar por ella?’. ¿Por qué suplicar la muerte? Se trata de una idea extrema, mientras que no temerla es una actitud razonable. ¿No es así? (Es cierto). ¿Cuál es la actitud adecuada que debes adoptar para no temer a la muerte? Si tu enfermedad se vuelve tan grave que puedes morir, y la tasa de mortalidad que tiene es alta, sin que importe la edad de la persona que la contrae, y además el tiempo desde que se contrae hasta la muerte es muy corto, ¿qué debes pensar en tus adentros? ‘No debo temer a la muerte, al final todo el mundo muere. Sin embargo, someterse a Dios es algo que la mayoría de la gente no es capaz de hacer, y puedo utilizar esta enfermedad para practicar la sumisión a Dios. Debo tener el pensamiento y la actitud de someterme a las instrumentaciones y arreglos de Dios, y no debo temer a la muerte’. Morir es fácil, mucho más que vivir. Puedes estar sufriendo un dolor extremo y no ser consciente de ello, y en cuanto tus ojos se cierren, tu respiración cesará, tu alma abandonará el cuerpo y tu vida terminará. Así es la muerte, así de simple. No temer a la muerte es una actitud que hay que adoptar. Además de esto, no debes preocuparte por si tu enfermedad va a empeorar o no, ni por si morirás si no tienes cura, ni por cuánto tiempo pasará hasta que mueras, ni por el dolor que sentirás cuando llegue el momento de morir. Nada de eso debe preocuparte; no son cosas por las que debas preocuparte. Esto es porque el momento debe llegar, y lo hará algún año, algún mes y algún día concreto. No puedes esconderte de ello ni escapar: es tu sino. El denominado sino ha sido predestinado por Dios y Él ya lo ha dispuesto. Tu esperanza de vida y la edad y el momento en que mueres ya los ha fijado Dios, así que ¿de qué te preocupas? Te puedes preocupar por ello, pero eso no cambiará nada, no puedes evitar que ocurra, no puedes evitar que llegue ese día. Por consiguiente, tu preocupación es superflua, y lo único que consigue es hacer aún más pesada la carga de tu enfermedad(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). “El asunto de la muerte es de la misma naturaleza que otros. No depende de la gente elegir por sí mismos, y mucho menos se puede cambiar por la voluntad del hombre. La muerte es lo mismo que cualquier otro acontecimiento importante de la vida: se encuentra por entero bajo la predestinación y soberanía del Creador. Si alguien rogara por la muerte, no moriría necesariamente; si rogara por vivir, tampoco viviría necesariamente. Todo esto está bajo la soberanía y predestinación de Dios, y lo cambia y decide la autoridad de Dios, Su carácter justo y Su soberanía y arreglos. Por tanto, imagina que contraes una enfermedad grave, una potencialmente mortal, no morirás necesariamente: ¿quién decide si morirás o no? (Dios). Él lo decide. Y puesto que Dios decide y nadie puede decidir una cosa así, ¿por qué las personas se sienten ansiosas y angustiadas? Es lo mismo que quiénes son tus padres y cuándo y dónde naces: tampoco puedes elegir estas cosas. La elección más sabia en estos asuntos es dejar que todo siga su curso natural, someterse y no elegir, no gastar ningún pensamiento o energía en este asunto, y no sentirse angustiado, ansioso o preocupado por ello. Ya que la gente es incapaz de elegir por sí misma, gastar tanta energía y pensamientos en esta cuestión es algo insensato e imprudente. Lo que la gente debe hacer cuando se enfrenta al asunto de la muerte, que es sumamente importante, no es angustiarse, inquietarse ni temerla, pero ¿qué si no? La gente debe esperar, ¿verdad? (Sí). ¿Me equivoco? ¿Esperar significa aguardar la muerte? ¿Esperar a morir cuando nos enfrentamos a la muerte? ¿Es eso lo correcto? (No, la gente debe afrontarla con positividad y someterse). Así es, no significa esperar a la muerte. No te quedes petrificado ante la muerte y no emplees toda tu energía pensando en ella. No te pases el día pensando: ‘¿Moriré? ¿Cuándo moriré? ¿Qué haré después de morir?’. Limítate a no pensar en ello. Algunas personas dicen: ‘¿Por qué no pensar en ello? ¿Por qué no pensar en ello cuando estoy a punto de morir?’. Porque no se sabe si vas a morir o no, y no se sabe si Dios permitirá que mueras; se desconocen tales cosas. En concreto, no se sabe cuándo vas a morir, dónde morirás, a qué hora o cómo se sentirá tu cuerpo cuando eso suceda. ¿Acaso no te convierte en un necio devanarte los sesos pensando y reflexionando sobre cosas que desconoces y sintiéndote ansioso y preocupado por ellas? Puesto que te convierte en un necio, no deberías devanarte los sesos pensando en tales cosas(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (4)). Las palabras de Dios me ayudaron a entender que Dios predestina la vida y la muerte de las personas. Incluso si alguien tiene cáncer, no morirá si no está destinado a hacerlo y, cuando llega el momento de una persona, morirá, aunque no esté enferma. Nadie puede morir ni vivir durante más tiempo solo porque lo desee. Dios es soberano y Él decide y dispone todas las cosas. Al reflexionar sobre el período desde que me enteré de que tenía cáncer, había estado preocupada por las posibilidades de curar de mi enfermedad, de que muriera o falleciera en el quirófano. Había vivido cada día en un estado constante de angustia y ansiedad. Normalmente, siempre decía que Dios es soberano sobre todo y que la vida y la muerte del hombre están en Sus manos, pero, cuando realmente me enfermé, quedó revelado que no tenía ninguna comprensión de la omnipotencia y soberanía de Dios, ninguna fe genuina en Él ni mucho menos sumisión. Al comprenderlo, me sentí profundamente avergonzada. Me di cuenta de que necesitaba enfrentar la operación de forma positiva. Que tuviera éxito o que fracasara estaba en manos de Dios, e incluso si eso significaba que muriera ese día, me sometería a Sus orquestaciones y arreglos. Las palabras de Dios me dieron una fe y un valor inmensos. Cuando me llevaron al quirófano, ya no estaba tan asustada. La operación duró seis horas. Cuando desperté y me di cuenta de que aún estaba viva, me sentí muy feliz. Al día siguiente, el médico vino a verme y dijo: “La operación fue un gran éxito. A menos que surjan circunstancias posteriores excepcionales, no hará falta que realices otro tratamiento. Haremos un control de seguimiento dentro de unos días y veremos lo que dicen los resultados de las pruebas. Si es necesario hacer radioterapia, la haremos, pero tu situación no es grave”. Al oír esto, supe en mi corazón que no se debía a la habilidad del médico, sino a la soberanía y los arreglos de Dios.

Más tarde, leí en secreto las palabras de Dios en mi habitación del hospital y encontré dos pasajes: “En su creencia en Dios, lo que las personas buscan es obtener bendiciones para el futuro; este es el objetivo de su fe. Todo el mundo tiene esta intención y esta esperanza, pero la corrupción en su naturaleza debe resolverse por medio de pruebas y refinamiento. En los aspectos en los que no estás purificado y revelas corrupción, en esos aspectos debes ser refinado: este es el arreglo de Dios. Dios crea un entorno para ti y te fuerza a ser refinado en ese entorno para que puedas conocer tu propia corrupción. Finalmente, llegas a un punto en el que preferirías morir para renunciar a tus propósitos y deseos y someterte a la soberanía y el arreglo de Dios. Por tanto, si las personas no pasan por varios años de refinamiento, si no soportan una cierta cantidad de sufrimiento, no serán capaces de deshacerse de la limitación de la corrupción de la carne en sus pensamientos y en su corazón. En aquellos aspectos en los que la gente sigue sujeta a la limitación de su naturaleza satánica y en los que todavía tiene sus propios deseos y sus propias exigencias, esos son los aspectos en los que debe sufrir. Solo a través del sufrimiento pueden aprenderse lecciones; es decir, puede obtenerse la verdad y comprenderse las intenciones de Dios. De hecho, muchas verdades se entienden al experimentar sufrimiento y pruebas. Nadie puede entender las intenciones de Dios, reconocer la omnipotencia de Dios y Su sabiduría o apreciar el carácter justo de Dios cuando se encuentra en un entorno cómodo y fácil o cuando las circunstancias son favorables. ¡Eso sería imposible!(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). “Muchos creen en Mí solo para que pueda sanarlos. Muchos creen en Mí solo para que use Mi poder para expulsar espíritus inmundos de sus cuerpos, y muchos creen en Mí simplemente para poder recibir de Mí paz y gozo. Muchos creen en Mí solo para exigir de Mí una mayor riqueza material. Muchos creen en Mí solo para pasar esta vida en paz y estar sanos y salvos en el mundo venidero. Muchos creen en Mí para evitar el sufrimiento del infierno y recibir las bendiciones del cielo. Muchos creen en Mí solo por una comodidad temporal, sin embargo, no buscan obtener nada en el mundo venidero. Cuando descargo Mi furia sobre las personas y les quito todo el gozo y la paz que antes poseían, tienen dudas. Cuando les descargo el sufrimiento del infierno y recupero las bendiciones del cielo, se enfurecen. Cuando las personas me piden que las sane y Yo no les presto atención y siento aborrecimiento hacia ellas, se alejan de Mí para en su lugar buscar el camino de la medicina maligna y la hechicería. Cuando les quito todo lo que me han exigido, todas desaparecen sin dejar rastro. Así, digo que la gente tiene fe en Mí porque Mi gracia es demasiado abundante y porque hay demasiados beneficios que ganar(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Qué sabes de la fe?). Las palabras de Dios precisaron el motivo y el objetivo de mi fe durante todos esos años. Había sufrido, pagado un precio, renunciado a cosas y me había esforzado en mis deberes para obtener bendiciones y asegurarme un desenlace libre de la muerte. Pensé en cuando comencé a creer en Dios. Había aprendido que los creyentes podían obtener la salvación y la vida eterna, así que leía de forma proactiva las palabras de Dios y cumplía mis deberes. Incluso cuando mi familia trató de perseguirme y obstaculizarme y mi esposo se divorció de mí, aun así, no traicioné a Dios. Colaboraba de forma proactiva en cualquier deber que la iglesia me asignara y nunca intentaba eludirlo. Pero, cuando me diagnosticaron cáncer y pensé que de todas formas terminaría muriendo a pesar de haber renunciado a muchas cosas y de haberme esforzado durante tantos años por mi fe en Dios, comencé a razonar con Él. Pensé que el cáncer no era algo que debería haberme sucedido e incluso me arrepentí de mi fe, ¡lo que reveló nada más que mi rebeldía y traición! Vi que no me estaba esforzando por Dios de forma genuina al abandonar a mi familia y renunciar a mi carrera para cumplir mi deber, sino que estaba motivada por mi vulgar objetivo de obtener bendiciones. Quería intercambiar mis esfuerzos y sacrificios por la bendición de entrar al reino y estaba intentando negociar con Dios. Es perfectamente natural y justificado que un ser creado cumpla un deber. Esa es la responsabilidad del hombre, que no debería exigirle nada a Dios. Sin embargo, cuando tuve mi enfermedad, no solo razoné con Dios y me quejé de Él, sino que también le hice una exigencia y le pedí que me curara. Vi que no tenía en absoluto un corazón temeroso de Dios. Pensé en cómo Job perdió todo su ganado e hijos y cómo su cuerpo se cubrió de llagas. Padeció muchísimo dolor, pero no solo no se quejó de Dios, sino que tampoco quiso que Él viera su dolor y no deseaba entristecerlo. Job prefería maldecirse a sí mismo antes que abandonar a Dios. Aún era capaz de alabar el nombre de Dios y, en última instancia, dio un hermoso testimonio por Dios. Vi que Job tenía una humanidad honesta y amable, y que se sometía a Dios y le temía. También estaba Pedro. Tenía un verdadero conocimiento de Dios, aceptó tanto el refinamiento como la tribulación, no malinterpretó a Dios, no se quejó de Él ni le exigió nada y se sometió a Sus arreglos. Al final, lo crucificaron boca abajo por Dios. En cambio, mi propio comportamiento era verdaderamente vergonzoso. No creía en Dios ni cumplía mis deberes para conocer a Dios ni para perseguir la verdad y transformar mi carácter-vida, sino para obtener bendiciones y un desenlace sin la muerte. Era como Pablo, quien creía que había terminado peleado la buena batalla, había acabado la carrera, y que le esperaba una corona de justicia. Se esforzó y se entregó para negociar con Dios, para intercambiarlo por recompensas y una corona, y ofendió el carácter de Dios y sufrió Su castigo. Mi perspectiva sobre la fe en Dios era la misma que la de Pablo. Si Dios no me hubiera revelado a través de esta enfermedad, nunca habría podido darme cuenta. En su lugar, habría seguido por esta senda equivocada y, en última instancia, Dios me habría descartado. En ese momento, me di cuenta de que esta enfermedad era, de hecho, la salvación de Dios.

Más tarde, leí más de las palabras de Dios: “Decidme, ¿quién de entre los miles de millones de personas de todo el mundo tiene la bendición de escuchar tantas palabras de Dios, de comprender tantas verdades de la vida y de entender tantos misterios? ¿Quién puede recibir personalmente la guía y la provisión de Dios, Su cuidado y protección? ¿Quiénes están tan bendecidos? Muy pocos. Por tanto, que vosotros, que sois pocos, podáis vivir hoy en la casa de Dios, recibir Su salvación y Su provisión, hace que todo valga la pena, aunque fuerais a morir ahora mismo. ¿Acaso no sois muy bendecidos? (Sí). Mirándolo desde esta perspectiva, la gente no debe asustarse por el asunto de la muerte, ni debe sentirse constreñida por ella. Aunque no hayas disfrutado de la gloria y la riqueza del mundo, has recibido la compasión del Creador y has escuchado muchas de las palabras de Dios, ¿no es eso maravilloso? (Lo es). No importa cuántos años vivas en esta vida, todo vale la pena y no sientes remordimientos, porque has estado cumpliendo constantemente con tu deber en la obra de Dios, has comprendido la verdad, has entendido los misterios de la vida y has comprendido la senda y los objetivos que debes perseguir en tu existencia; has ganado mucho. Has vivido una vida que vale la pena. Aunque no puedas explicarlo con mucha claridad, eres capaz de practicar algunas verdades y de poseer cierta realidad, y eso demuestra que has ganado alguna provisión de vida y has comprendido algunas verdades de la obra de Dios. Has ganado mucho, una verdadera abundancia, y esa es una gran bendición. Desde el principio de la historia de la humanidad, nadie a lo largo de todas las épocas ha disfrutado de esta bendición, sin embargo, la estáis disfrutando. ¿Estáis ahora dispuestos a morir? Con semejante disposición, vuestra postura respecto a la muerte sería realmente sumisa, ¿verdad? (Sí)” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (4)). Leer las palabras de Dios me conmovió hasta las lágrimas. En esta era perversa, entre miles de millones de personas, yo había tenido la suerte de entrar en la casa de Dios, donde recibí Su riego y provisión, los cuales me permitieron entender muchas verdades y misterios. Aprendí que el hombre viene de Dios y que Él da la vida a cada persona. Aprendí cómo uno debe adorar a Dios, cómo debe vivir y ser una persona honesta, lo que es el bien y lo que es el mal, y más. Eso me dio un objetivo para mi búsqueda y me puso en la senda de vida correcta. Había ganado tanto al seguir a Dios todos esos años y había recibido tantas bendiciones que, incluso si fuera a morir en ese momento, todo habría valido la pena. Al meditar las palabras de Dios, me puse a llorar de la enorme felicidad. Más tarde, me hicieron otro control y el médico me dijo que no había signos de que el cáncer se hubiera extendido, por lo que no era necesario hacer radioterapia. Solo tenía que hacer un control de seguimiento cada tres meses y me podían dar el alta para irme a casa. Al oír la noticia, me sentí tan feliz que no paraba de agradecer a Dios. Más tarde, me hice un control de seguimiento y los resultados mostraron que todo era normal.

Al experimentar esta enfermedad, obtuve cierto conocimiento sobre mi perspectiva equivocada sobre qué perseguir en mi fe y también obtuve algo de comprensión sobre la omnipotencia y soberanía de Dios. Las cosas que una persona experimenta en su vida, su nacimiento, el paso de los años, la enfermedad y la muerte no son cosas que uno pueda elegir, sino que Dios lo predestina todo. Independientemente de que vaya a vivir o morir en el futuro, solo deseo someterme a las orquestaciones y arreglos de Dios, perseguir la verdad y cumplir bien con mis deberes.

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