Después de las mentiras
Dios Todopoderoso dice: “Debéis saber que a Dios le gustan los que son honestos. En esencia, Dios es fiel, y por lo tanto siempre se puede confiar en Sus palabras. Más aún, Sus acciones son intachables e incuestionables, razón por la cual a Dios le gustan aquellos que son absolutamente honestos con Él. Honestidad significa dar tu corazón a Dios; ser auténtico y abierto con Dios en todas las cosas, nunca esconderle los hechos, no tratar de engañar a aquellos por encima y por debajo de ti, y no hacer cosas solo para ganaros el favor de Dios. En pocas palabras, ser honesto es ser puro en tus acciones y palabras, y no engañar ni a Dios ni al hombre” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tres advertencias). El Señor Jesús también dijo: “En verdad os digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mateo 18:3). A partir de las palabras de Dios podemos ver que Él es fiel, que le gustan las personas honestas y desprecia a quienes engañan, y que solo las personas honestas pueden ser salvas y entrar en el reino de los cielos. Es por eso que Dios exige una y otra vez que seamos honestos y resolvamos nuestras motivaciones de mentira y engaño. Sin embargo, en la vida real, cuando algo afectaba mi reputación y mi estatus, no podía más que mentir y engañar. Sin el juicio y la revelación de las palabras de Dios, sin Su castigo y Su disciplina, jamás me habría arrepentido de verdad, no me habría alejado de las mentiras ni habría practicado la verdad como una persona honesta.
Hace un par de años, yo desempeñaba el deber de líder de la iglesia. Un día, mi líder me pidió que asistiera a una reunión de colaboradores. Yo estaba muy contenta. Pensé en lo duro que había trabajado en la iglesia recientemente, llevando a cabo reuniones y dando enseñanza todos los días, y la mayoría de los hermanos y hermanas participaban activamente en su deber. Algunos grupos habían progresado mucho, así que pensé que seguramente esa reunión sería una oportunidad para que me vieran. Podría mostrar a la líder y a mis colegas mi capacidad y que era mejor que los demás. Cuando llegué, vi que la hermana Liu tenía el ceño fruncido por preocupación, y dijo, suspirando: “¿Cómo va tu labor de riego y de apoyo a los hermanos y hermanas? Nos está costando trabajo. Seguramente carezco de la realidad de la verdad. Hay muchos asuntos que simplemente no puedo resolver”. Sonreí y dije: “La obra de riego está yendo bastante bien en nuestra Iglesia, mucho mejor que antes”. La líder entró justo en ese momento y comenzó a preguntar acerca de la obra de riego en las iglesias. Pensé que era mi oportunidad de brillar, así que tenía que dar un buen espectáculo. Sorprendentemente, no nos preguntó sobre nuestros éxitos en la obra de riego, sino sobre cuáles eran las dificultades que habían surgido, cómo se habían resuelto a través de la enseñanza de la verdad y cuáles no se habían resuelto. Entré en pánico. Por lo general, yo solo organizaba el trabajo y no conocía todos los detalles, así que no había llevado a cabo realmente ningún tipo de riego. No sabía qué hacer. ¿Qué debía decir cuando la líder me preguntara? Si decía la verdad, ¿pensaría que yo no estaba llevando a cabo obra práctica? Acababa de alardear con la hermana Liu, diciendo que la obra de la que yo era responsable había estado yendo bien. Si no podía hablar sobre los detalles, ¿diría ella que había alardeado por nada? ¿Qué podía hacer? Cada vez me sentía más preocupada. Justo en ese momento, el hermano Zhou habló acerca de algunos problemas que habían encontrado en la obra de riego en su iglesia y las corrupciones que él había puesto al descubierto en su obra. Luego, explicó cómo había buscado la verdad para resolver estas cosas. Lo explicó de una forma muy práctica y detallada que nos mostró una senda de práctica. Sentí una enorme vergüenza tras escuchar lo que compartió. Como sabía que yo no había llevado a cabo ninguna obra práctica, bajé la cabeza y me sonrojé. Entonces la líder me pidió que hablara. Me sobresalté. ¿Qué debía decir? No tenía detalles que compartir y dar únicamente un panorama general mostraría que no estaba haciendo obra práctica. ¿Qué pensarían las personas de mí si decía la verdad? Sentí que no podía ser sincera. Así que simplemente dije: “Mi situación es bastante parecida a la del hermano Zhou. No hay necesidad de repetirlo”. La líder escuchó y no dijo nada, y luego comenzó la reunión con una lectura de las palabras de Dios. En aquella reunión, sentí como si le hubiera robado algo a alguien. En verdad estaba con el alma en vilo, temerosa de que el día que mi líder verificara o supervisara mi obra, descubriera que mi práctica no era como la del hermano Zhou y me quitara de mi deber por no llevar a cabo obra práctica; por mentir y engañar. Mi ansiedad creció, pero yo seguía sin tener el valor de decir la verdad. En silencio, decidí: “Definitivamente, tengo que trabajar como lo hace el hermano Zhou para compensar mi deshonestidad de hoy”.
Cuando regresé a la iglesia, me reuní de inmediato con los diáconos y los líderes del grupo, di una enseñanza detallada en persona, y les pedí que comenzaran de inmediato. Luego me fui en bicicleta a casa de la hermana Lyu. Le conté detalladamente sobre la senda del hermano Zhou, y le dije que lo compartiera con los demás hermanos y hermanas a cargo del deber de riego. Sin darme cuenta, ya habían pasado tres días, y esperé con gran alegría cosechar el fruto de mis labores. Para mi sorpresa, me dijeron que se habían encontrado con muchos problemas en su obra de riego, algunos de los cuales no habían podido resolver, y que las personas nuevas habían caído en las mentiras del PCCh y los pastores religiosos debido a que no habían sido regadas a tiempo, así que ya no se atrevían a asistir a las reuniones. Mi mente daba vueltas. ¿Cómo pudo haber pasado eso? Corrí de vuelta a casa de la hermana Lyu, y, apenas me vio, me dijo nerviosa: “¿Qué debemos hacer ahora acerca de estos problemas con nuestra obra de riego? En verdad, no lo sé”. Simplemente no supe qué decir. A través de la enseñanza la había instruido especialmente y había sido muy detallada en mi comunicación, pero ella seguía sin entender. Me pregunté qué les ocurría a esas personas. Yo había dado una enseñanza muy clara, pero seguían sin entenderla. ¿Qué pensaría la líder de mí si mi obra no estaba bien hecha? Cuanto más pensaba en eso, más frustrada y deprimida me sentía. Di vueltas y vueltas en la cama esa noche, sin poder dormir, sintiéndome totalmente desprovista de energía. Finalmente, fui ante Dios y oré: “Dios, he trabajado con mucha mayor intensidad en mi deber estos últimos días, pero no he logrado nada. No puedo sentir Tu guía y estoy viviendo en oscuridad. Dios, ¿acaso estoy haciendo algo contrario a Tu voluntad y estoy despertando Tu disgusto y Tu odio? Por favor, esclaréceme para que pueda comprender mi propio estado”.
Luego, leí estas reveladoras palabras de Dios: “¿Estableces tus metas e intenciones teniéndome en mente? ¿Dices todas tus palabras y llevas a cabo todas tus acciones en Mi presencia? Yo examino todos tus pensamientos e ideas. ¿No te sientes culpable? Presentas una fachada falsa a la vista de los demás y adoptas tranquilamente un aire de santurronería; lo haces para protegerte. Actúas así para ocultar tu maldad, e incluso buscas formas de empujar esa maldad sobre otros. ¡Qué astucia hay en tu corazón!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 13). “No actúes de una manera frente a los demás, pero de otra a sus espaldas; Yo veo con claridad todo lo que haces y, aunque puedas engañar a los demás, no puedes engañarme a Mí. Lo veo todo claramente. No es posible que ocultes nada; todo está en Mis manos. No te creas tan inteligente por hacer que tus pequeños cálculos sean para tu beneficio. Yo te digo: no importa cuántos planes pueda incubar el hombre, aunque sean miles o decenas de miles, al final, no pueden escapar de la palma de Mi mano. Mis manos controlan todas las cosas y objetos, ¡y, ni hablar de una persona! No intentes evadirme u ocultarte; no trates de engatusarme o de esconderte. ¿Puede ser que aún no veas que Mi glorioso rostro, Mi ira y Mi juicio se han revelado públicamente? A aquel que no me quiera sinceramente, Yo lo juzgaré de inmediato y sin misericordia. Mi piedad ha llegado a su fin; ya no queda más. Ya no sean hipócritas y detengan sus comportamientos salvajes e imprudentes” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 44). Después de leer esto, reflexioné sobre mí misma. Había estado yendo de un lado para otro, llevando a cabo reuniones y conversando con diáconos y líderes de grupo, pero ¿de qué había servido? ¿En verdad había estado haciéndolo en beneficio de la obra de la Iglesia, de la vida de mis hermanos y hermanas? ¿Estaba haciéndolo para resolver sus problemas prácticos? Luego pensé en cómo había mentido en aquella reunión. Cuando la líder preguntó sobre la obra de riego, yo sabía muy bien que no había llevado a cabo ninguna obra práctica, pero mentí para no verme como una tonta, para que las personas no me descubrieran o me menospreciaran. Me apresuré a tapar los hoyos que había en mi obra, simplemente para que la líder no descubriera que yo había mentido. Luego me di cuenta de que había trabajado muy duro simplemente para mantener viva mi mentira, para encubrir la verdad de que no había llevado a cabo ninguna obra práctica, y para mi propia reputación y estatus. Yo simplemente había utilizado la senda de la cual el hermano Zhou había hablado, en lugar de haber comprendido verdaderamente las dificultades reales de los hermanos y hermanas y de haber resuelto sus problemas mediante la enseñanza de la verdad. Había sido descuidada en mi deber y había albergado un motivo despreciable. ¿Cómo podría estar eso alineado con la voluntad de Dios? Dios puede ver lo que hay en lo profundo de nuestro corazón; así pues ¿cómo podría no estar disgustado conmigo por haber tratado de engañarlo, embaucarlo y timarlo de esa manera? La oscuridad en la que había caído era Dios que estaba castigándome y disciplinándome. Cuando me di cuenta de esto, me sentí un tanto temerosa y pensé en practicar la verdad y en ponerme al descubierto en la siguiente reunión. Sin embargo, sentí cierta preocupación al pensar en cómo había dicho tan grande mentira. ¿Qué pensarían de mí los demás si lo admitía? ¿Dirían que soy mentirosa?
Luego leí otro pasaje de las palabras de Dios. “Cuando mientes no quedas mal en ese momento, pero para tus adentros te sientes totalmente desacreditado y tu conciencia te acusará de ser deshonesto. En el fondo te menospreciarás y te despreciarás, y pensarás: ‘¿Por qué vivo de una manera tan lamentable? ¿Realmente cuesta tanto decir la verdad? ¿Debo decir estas mentiras nada más que por mi reputación? ¿Por qué la vida me parece tan tediosa?’. No tienes por qué llevar una vida tediosa, pero no has elegido una senda de comodidad y libertad. Has elegido una senda de conservación de tu reputación y tu vanidad; por eso la vida para ti es muy tediosa. ¿Qué reputación te granjeas mintiendo? La reputación es algo vacío y, sencillamente, no vale un real. Al mentir traicionas tu integridad y dignidad. Estas mentiras hacen que pierdas la dignidad y no tengas integridad ante Dios. Dios no se deleita en esto y lo aborrece. Así pues, ¿vale la pena? ¿Es correcta esta senda? No, y al seguirla no vives en la luz. Cuando no vives en la luz estás agotado. Siempre estás mintiendo y tratando de hacer que las mentiras parezcan plausibles, devanándote los sesos para que se te ocurra alguna tontería que decir, provocándote mucho sufrimiento, hasta que finalmente piensas: ‘No debo seguir mintiendo. Me quedaré callado y hablaré poco’. Sin embargo, no puedes evitarlo. ¿Por qué? Como no puedes renunciar a cosas como tu reputación y tu prestigio, solamente puedes conservarlos con mentiras. Crees que puedes utilizar las mentiras para aferrarte a estas cosas, pero en realidad no es así. No solo no has logrado mantener tu integridad y dignidad con tus falsedades, sino que, sobre todo, has perdido la oportunidad de practicar la verdad. Aunque hayas conservado tu reputación y tu prestigio, has perdido la verdad; has perdido la oportunidad de ponerla en práctica, así como la de ser una persona honesta. Esta es la mayor de las pérdidas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se es honesto se puede vivir con auténtica semejanza humana). Cada una de las palabras de Dios fue directo a mi corazón. Mantuve mi reputación después de contar mi mentira, pero no pude sentir ni una pizca de felicidad. Por el contrario, estaba intranquila, y constantemente me sentía mal por lo que había hecho. Algunas veces no quería ver a las personas a los ojos cuando hablaba con ellas, pues temía que vieran mi engaño y ya no confiaran más en mí. Incluso probé todo tipo de cosas para encubrir mi mentira, para hacerla creíble. Era una forma difícil y agotadora de vivir y no podía encontrar alivio. Había mentido y había sido engañosa, y vivía de una manera despreciable y poco digna. Como ya no quería encubrirme, oré a Dios para confesarme y arrepentirme y decidí que abandonaría mi carne y la próxima vez que viera a los hermanos y hermanas me pondría al descubierto.
Unos días después, la líder asistió a una reunión con nosotros, y sentí que era Dios que estaba dándome la oportunidad de practicar la verdad. Oré: “Oh, Dios, estoy dispuesta a revelar mi mentira y mi engaño. Por favor, dame la determinación de practicar la verdad”. Cuando llegué, me enteré de que había venido a elegir a un compañero de trabajo de entre los líderes de la iglesia. Surgió en mi interior un conflicto. De entre nosotros, los líderes de la iglesia, mi calibre y mis logros eran, de algún modo, mejores que los de los demás, así que, tal vez, ellos ya me veían como una candidata apropiada. Sin embargo, si yo contaba la verdad y revelaba mi mentira, ¿me tendrían en menor estima? ¿Pensarían que yo era demasiado mentirosa y no me elegirían? ¿Cómo podría volver a dar la cara si alguien más era elegido? Me imaginé que no podría hablar de ello. Justo cuando estaba cabizbaja, perdida en mis pensamientos, la líder me pidió que compartiera cómo me había ido recientemente. Tropezándome con mis palabras, evité hablar de ello. “Me ha ido bien. Cuando me he enfrentado con dificultades, he sabido orar a Dios y buscar la verdad para resolverlas”. Tras decir esto, sentí que había hecho algo vergonzoso, y me puse muy ansiosa. Comencé a sudar. Como vio que seguía secándome el sudor, la líder me trajo una taza de agua caliente y amablemente me preguntó si tenía un resfriado. Dije: “No sé por qué; simplemente me siento ansiosa y no puedo dejar de sudar”. De hecho, yo sabía muy bien que era porque había vuelto a mentir y no había practicado la verdad. Oré en silencio a Dios: “Dios, he mentido una y otra vez y me he negado obstinadamente a practicar la verdad. Soy muy rígida, muy rebelde. Por favor, guíame para que pueda practicar la verdad y ser una persona honesta”.
Luego, la hermana Liu sugirió que cantáramos un himno de las palabras de Dios. “Honestidad significa dar tu corazón a Dios; ser auténtico y abierto con Dios en todas las cosas, nunca esconderle los hechos, no tratar de engañar a aquellos por encima y por debajo de ti, y no hacer cosas solo para ganaros el favor de Dios. En pocas palabras, ser honesto es ser puro en tus acciones y palabras, y no engañar ni a Dios ni al hombre. Si tus palabras están llenas de excusas y justificaciones que nada valen, entonces Yo te digo que eres alguien muy poco dispuesto a practicar la verdad. Si tienes muchas confidencias que eres reacio a compartir, si eres tan reticente a dejar al descubierto tus secretos, tus dificultades, ante los demás para buscar el camino de la luz, entonces digo que eres alguien que no logrará la salvación fácilmente ni saldrá de las tinieblas. Si buscar el camino de la verdad te causa placer, entonces eres alguien que vive siempre en la luz” (‘Dios bendice a aquellos que son honestos’ en “Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos”). Cuando canté este himno, me sentí tanto angustiada como avergonzada. Antes de la reunión había orado porque quería abrirme acerca de cómo había mentido y había sido deshonesta, pero cuando vi que la líder iba a elegir a alguien para que trabajara con ella, no quise divulgar nada. Tenía miedo de que la líder y mis colegas supieran que yo no había llevado a cabo obra práctica e, incluso, que había mentido; que dijeran que yo era demasiado mentirosa y que no me eligieran para el puesto. Entonces perdería la oportunidad de ser líder. ¡Estaba siendo muy deshonesta! Dios lo ve todo. Puedo engañar a los demás, pero no puedo engañar a Dios. Estas palabras resaltaron mucho: “Si tienes muchas confidencias que eres reacio a compartir, si eres tan reticente a dejar al descubierto tus secretos, tus dificultades, ante los demás para buscar el camino de la luz, entonces digo que eres alguien que no logrará la salvación fácilmente ni saldrá de las tinieblas”. Me sentí todavía más incómoda. ¿Acaso no era yo una persona con muchos secretos que estaba renuente a compartir, tal y como Dios lo dijo? Yo sabía perfectamente bien que no conocía los detalles específicos de la obra de riego, pero cuando la líder me preguntó al respecto, yo había jugado y había mentido conscientemente, y cuando regresé a la iglesia no me abrí frente a los demás para revelar mi corrupción y las faltas en mi obra. Por el contrario, había tratado de encubrir mis mentiras y mantenerlas al tiempo que parecía que llevaba a cabo mi deber. ¿Cómo podía ser eso llevar a cabo mi deber? Todo lo hacía para proteger mi nombre y mi estatus. Estaba tratando de engañar a Dios y confundir a las personas. Y, una vez más, para ganar este nuevo puesto, desvergonzadamente rompí mis votos, engañando a Dios y al hombre. ¡Yo estaba mintiendo y siendo deshonesta una y otra y otra vez! Las siguientes palabras de Dios me vinieron a la mente en ese momento: “Antes bien, sea vuestro hablar: ‘Sí, sí’ o ‘No, no’; y lo que es más de esto, procede del mal” (Mateo 5:37). “Sois de vuestro padre el diablo y queréis hacer los deseos de vuestro padre. Él fue un homicida desde el principio, y no se ha mantenido en la verdad porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, habla de su propia naturaleza, porque es mentiroso y el padre de la mentira” (Juan 8:44). Sabía muy bien que a Dios le gustan las personas honestas, pero yo había mentido y había encubierto mis mentiras una y otra vez, tratando de engañar a Dios y a mis hermanos y hermanas. ¿En qué era distinta a Satanás? ¿Acaso tenía al menos una pizca de humanidad apropiada? Si no me arrepentía y cambiaba, sabía que estaría destinada al mismo fin que Satanás. Este pensamiento me atemorizaba, así que oré a Dios y reuní el coraje para hacer añicos mi propia reputación. Revelé las mentiras y el encubrimiento que había estado practicando y mis motivos despreciables y astutos con gran detalle, sin dejar nada fuera. Después de que me había purificado por completo, sentí como si me hubieran quitado un gran peso y de repente me sentí mucho más relajada. Sentí paz y libertad en mi corazón.
Los hermanos y hermanas no me menospreciaron y la líder incluso me leyó un pasaje de las palabras de Dios. “Cuando las personas engañan, ¿qué intenciones se derivan de ello? ¿Qué clase de carácter revelan? ¿Por qué son capaces de manifestar esta clase de carácter? ¿En qué radica este? En que la gente considera sus intereses de mayor importancia que todo lo demás. Engaña en beneficio propio, con lo que revela su carácter engañoso. ¿De qué modo debe resolverse este problema? Primero debes renunciar a tus intereses. Conseguir que la gente renuncie a sus intereses es lo más difícil. La mayoría no busca más que el beneficio; sus intereses son su vida y hacerle renunciar a esas cosas es tanto como obligarle a renunciar a su vida. Entonces, ¿qué debes hacer tú? Debes aprender a renunciar, a abandonar, a sufrir y a soportar el dolor de dejar ir los intereses que amas. Una vez que hayas soportado este dolor y renunciado a algunos intereses, te sentirás un poco aliviado y liberado y, así, vencerás la carne. Sin embargo, si te aferras a tus intereses y no los dejas de lado —alegando ‘He engañado, ¿y qué? Si Dios no me ha castigado, ¿qué puede hacerme la gente? ¡No renunciaré a nada!’—, cuando no renuncias a nada, nadie más pierde; eres tú quien al final sale perdiendo. Cuando reconoces tu carácter corrupto, esta es, en realidad, una oportunidad para que entres, progreses y te transformes, una oportunidad para que te presentes ante Dios y aceptes Su escrutinio, Su juicio y Su castigo. Es, además, una oportunidad para que alcances la salvación. Si desistes de buscar la verdad, eso equivale a desistir de la oportunidad de alcanzar la salvación y de aceptar el juicio y el castigo. Si quieres beneficios, no la verdad, y has elegido los beneficios, al final será eso lo que obtengas, aunque habrás abandonado la verdad. Dime, ¿es esto una pérdida o una ganancia? Los beneficios no son eternos. El estatus, el amor propio, el dinero, lo material… es todo pasajero. Cuando hayas anulado este elemento de tu carácter corrupto, obtenido este aspecto de la verdad y alcanzado la salvación, serás valioso a ojos de Dios. Además, las verdades que recibe la gente son eternas; ni Satanás ni nadie puede quitarle estas verdades. Tú has renunciado a tus intereses, pero lo que has ganado es la verdad y la salvación; estos resultados son tuyos. Te los has ganado. Si la gente opta por practicar la verdad, entonces, aunque haya perdido sus intereses, va a recibir la salvación de Dios y la vida eterna. Esas personas son las más inteligentes. Si la gente se beneficia a costa de la verdad, lo que pierde es la vida y la salvación de Dios; esas personas son las más estúpidas. Lo que una persona acabe eligiendo, sean sus intereses o la verdad, es la cuestión que más revela a una persona. Quienes aman la verdad elegirán la verdad; elegirán someterse a Dios y seguirlo. Preferirán abandonar sus intereses. Por más que tengan que sufrir, están decididos a mantenerse firmes en el testimonio para satisfacer a Dios. Esta es la principal vía para practicar la verdad y entrar en la realidad de la verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El conocimiento del propio carácter es la base de su transformación). Escuchar estas palabras iluminó mi corazón. Reflexioné acerca de cómo había mentido y engañado una y otra vez, principalmente porque me preocupaba mucho mi reputación y mi posición, y porque tenía una naturaleza deshonesta. Satanás me había educado y adoctrinado desde pequeña y yo había absorbido muchos de sus venenos como “Cada hombre por sí mismo y sálvese quien pueda”, “Al igual que un árbol vive por su corteza, el hombre vive por su imagen”, “Una mentira repetida diez mil veces se convierte en verdad”, “Uno no logra éxito sin mentir”, “Piensa antes de hablar y mide tus palabras”, etc. Esas filosofías satánicas se habían convertido en mis leyes de supervivencia. Había vivido de acuerdo con ellas y me había vuelto más egoísta, deshonesta y falsa. Solo pensaba en mis propios intereses y no podía evitar mentir y engañar con ese propósito. Aunque me sentía culpable y me reprochaba a mí misma después de mentir y quería arrepentirme delante de Dios y abrirme ante los demás, mi miedo a ser avergonzada y a que se rieran de mí hizo que siguiera encubriéndome y dando una falsa imagen. No estaba dispuesta a abrirme y a revelar mis propios motivos engañosos y mi conducta deshonesta. Particularmente, me faltaba el valor para hacer a un lado mi prestigio y ser honesta, pues pensaba que, en el momento en el que dijera la verdad, las personas me verían tal como era, y ya no tendrían un buen concepto de mí. Preferí luchar en la oscuridad y el dolor a practicar la verdad y ser honesta. ¡Vi cuán profundamente corrompida estaba por Satanás! Si Dios no me hubiera expuesto de esa manera y si no hubiera tenido el juicio y la revelación de Sus palabras, jamás habría visto cuán engañosa era mi naturaleza, y jamás me habría sentido motivada a practicar la verdad y a revelar mi verdadero yo. En ese momento percibí que el juicio y el castigo de Dios eran Él protegiéndome y salvándome, y sentí cuán importante es buscar la verdad y practicar la honestidad.
A partir de ese momento, tomé la decisión de practicar decir la verdad y ser una persona honesta. Después de un tiempo, me di cuenta de que una líder que nos acompañaba en las reuniones algunas veces era arrogante y santurrona, y no aceptaba fácilmente las sugerencias de otras personas. Quise mencionárselo algunas veces, pero luego pensé: “Todo estará bien si acepta lo que digo, pero, si no, ¿qué pensará de mí?”. Decidí esperar y ver qué pasaba. Un día, ella me preguntó: “Hermana, ya llevamos mucho tiempo de conocernos. Si ves algún problema en mí, por favor, házmelo saber. Eso me ayudaría”. La miré y estuve a punto de decirle: “No he notado nada. Eres grandiosa”. Pero me di cuenta de que eso sería un engaño, así que oré a Dios y estuve dispuesta a aceptar Su escrutinio. No podía seguir mintiendo y engañando, incitando el disgusto de Dios. Así pues, me abrí y le hablé sobre su problema. Ella escuchó y de inmediato asintió y dijo: “¡Gracias a Dios! Jamás me habría dado cuenta de esto si no me lo hubieras dicho. En verdad necesito reflexionar sobre mí misma y comprender esto”. Me sentí muy contenta cuando vi que pudo aceptarlo. Tuve una increíble sensación de paz y liberación ¡y experimenté verdaderamente cuán maravilloso es practicar la verdad y ser una persona honesta!
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