Un despertar tras la venganza
Durante un tiempo ejercí de líder en una iglesia. La hermana Zhang, diaconisa de evangelización, llevaba una carga en el deber y era muy activa en él, pero era bastante franca y tendía a emplear un tono duro. A veces señalaba de forma muy directa problemas que advertía en mí. Según ella, reprendía de manera autoritaria a la gente, que se sentía limitada. Al principio sabía tomármelo con una actitud positiva. Para mí, lo que decía no sonaba agradable, pero era cierto, así que lo admitía y procuraba hacer introspección. Sin embargo, con el tiempo, que señalara los problemas de mi deber delante de todos, sin consideración por mi imagen, yo ya no podía aceptarlo más y empecé a tener prejuicios hacia ella.
Una vez, en una reunión con unos diáconos, como nadie hablaba, los animé a plantear cualquier cuestión o problema. La hermana Zhang dijo secamente: “No te gusta que hable con demasiada palabrería; siento que me limitas”. Añadió que también otros hermanos y hermanas sentían que los frenaba. Algunos otros asintieron con la cabeza. Noté que me ruborizaba. Para guardar las formas, me justifiqué alegando que hablar con dureza era algo innato en mí. Ella replicó que no era un problema de tono, sino fruto de una naturaleza arrogante. La hermana Zhang no pensaba en mi dignidad; yo estaba totalmente agitada por dentro. Estuve pensando que era cierto que hablaba con mucha palabrería; entonces, ¿por qué no hacía introspección y me generaba problemas a mí? Debía de tener algo contra mí y quería dejarme mal delante de los demás. ¿Se incomodarían conmigo y dirían que reprendía a la gente y que era demasiado arrogante? Estas ideas reforzaron mucho mis prejuicios hacia ella.
En otra reunión con diáconos, señaló delante de todos que yo solamente hablaba de cosas positivas, no de mi corrupción, y que no había cambiado mucho mi forma de ser arrogante y de limitar a la gente. Sentí que no había comentado mis puntos fuertes, solo mis fallos. ¿En serio era tan mala yo? Seguro que los demás se iban a llevar una mala impresión de mí, y si se enteraba la líder, quizás dijera que no había cambiado tras todo ese tiempo y que no me llevaba bien con los hermanos y hermanas, por lo que podría ser destituida. Cuanto más vueltas le daba, peor me caía la hermana Zhang. Siempre me increpaba en público y yo siempre cedía ante ella sin discutir. Era una desagradecida e iba demasiado lejos. Planteaba numerosos problemas míos sin pensar en qué imagen me daba eso. Sentía que tenía que buscar la ocasión adecuada para yo también revelar sus problemas, para hacerle pasar apuros. Con esa idea, me mordí la lengua y no hablé.
En una reunión posterior supe que la labor evangelizadora que dirigía la hermana Zhang no lograba resultados y que había problemas en su deber. Quería señalarlo abiertamente y dejarla en mal lugar, pero, sin que me diera tiempo, me preguntó por mis esfuerzos recientes por difundir el evangelio. Me quedé sin respuesta y fue muy incómodo. A mi parecer, ella debía hacer introspección si no iba bien la labor evangelizadora, no culparme a mí. Sabía que yo estaba ocupada con el trabajo de la iglesia y que no estaba predicando, con lo que, al preguntarme eso, ¿no estaba tratando de dejarme en mal lugar? Siempre trataba de avergonzarme; no podía aceptarlo de brazos cruzados. Debía hablar abiertamente de sus problemas yo también para que no pudiera estar orgullosa. Con segundas intenciones, le dije luego a un diácono: “Hay problemas en la labor evangelizadora de la hermana Zhang y ella no acepta las críticas. No hace introspección, sino que siempre ataca los problemas de otros”. Entonces me sentí algo culpable, pero luego pensé que, como ella fue la que me criticó y avergonzó primero, se merecía eso de mi parte. Luego aproveché que compartía mi estado en las reuniones para difundir mis prejuicios hacia ella. Dije: “Cuando, en la última reunión, se le preguntó a la hermana Zhang por la labor evangelizadora, no hizo introspección sobre por qué no hacía un trabajo práctico, sino que me preguntó a mí cómo predicaba el evangelio. Empecé a tener prejuicios hacia ella, como que no aprende lecciones frente a los problemas”. Otros lo oyeron y también creían que a la hermana Zhang le faltaba autoconocimiento. Me alegré mucho en ese momento porque, a partir de entonces, los hermanos y hermanas sabrían que ella no aceptaba la verdad y, con suerte, comenzarían a tenerle rabia y a aislarla. Así no se fiarían de lo que dijera y creerían que antes no fue objetiva al revelar mis problemas. Yo conservaría mi imagen a ojos de los hermanos y hermanas. Cuando la líder investigara las cosas, los demás dirían que la hermana Zhang no servía y que no era problema mío.
En esa época, al ver los problemas de la hermana Zhang, no la ayudaba como antes ni hacía seguimiento o supervisión de su trabajo. Pensaba que, cuando la líder viniera a ver qué tal iban las cosas y descubriera que la hermana Zhang no hacía un trabajo práctico, tal vez tratara con ella o incluso la destituyera. Pronto vino la líder a investigar por qué no iba bien nuestra labor evangelizadora. Yo quería aprovechar la ocasión para hablar de los problemas de la hermana Zhang, de modo que la líder viera que no hacía un trabajo práctico ni aceptaba supervisión alguna y la destituyera. Luego podría evitarla. Así pues, solo le hablé a la líder de los problemas de la hermana Zhang en el deber, sin comentar nada de cómo había aprendido, se había arrepentido y había cambiado. La líder me escuchó y creyó que la hermana Zhang tenía graves problemas, por lo que me pidió que recabara evaluaciones de otros sobre ella y me ocupara yo una vez que entendiera las cosas. En una reunión posterior, traté con la hermana Zhang muy duramente. Le dije que no obtenía resultados ni dejaba que le preguntaran por su trabajo; que no admitía supervisión de los líderes, sino que perturbaba la labor de la casa de Dios. Añadí que hablaba sin tener en cuenta los sentimientos ajenos y que tenía poca humanidad. La hermana Zhang se alteró mucho al oír todo eso. Pensaba que, como no era capaz de aceptar la verdad, decía cosas hirientes, era de poca humanidad y no sabía hacer un trabajo práctico, había que destituirla. Después se quedó estancada en un estado negativo, que no podía cambiar, y se resintió nuestra labor evangelizadora. Realmente, yo sí lo pasé mal al verla tan dolida. Me preguntaba si me había pasado de la raya, pero, al pensar cómo me había avergonzado tanto anteriormente, lastimándome y humillándome, quería que probara lo que es quedar un poco mal. Y si la destituían, los demás sabrían que tenía poca humanidad y que eso no era problema mío. Luego mandé a los demás que redactaran evaluaciones sobre ella. Preocupada por si no escribían lo suficiente sobre sus problemas como para que la destituyeran, hablé y hablé de sus defectos delante de ellos. También pregunté adrede si resolvía o no problemas reales, con la única intención de hallar indicios de que no hacía un trabajo práctico.
Una vez que la hermana Liu, líder superior, comprendió la situación, trató conmigo duramente: “La hermana Zhang señalaba tus problemas, y tú no lo aceptabas y la juzgaste delante de una líder, con lo que hiciste una montaña de un grano de arena. La oprimes y se lo estás haciendo pasar mal. Quieres que sea destituida, ¿no? La hermana Zhang es directa, pero no tiene malas intenciones. Dice lo que hay. Según los demás, eres arrogante y te gusta reprender a la gente, frenarla. ¿Por qué no aceptas sugerencias y ayuda y, en cambio, llegas a oprimir a los demás?”. Tuve cierta resistencia. Pensé: “No puede ser todo problema mío, la hermana Zhang ha de tener defectos. ¿Te pones de su parte sin investigar nada?”. Hablé sobre otros problemas suyos, pero, por miedo a que la líder creyera que no percibía los míos, hablé brevemente de parte de mi corrupción. La hermana Liu comprobó que no me comprendía en absoluto, así que me dijo que leyera las palabras de Dios sobre cómo los anticristos rechazan las críticas, excluyen a los disidentes y oprimen a otros. También analizó que yo hacía esto para preservar mi imagen y estatus, que iba por la senda de un anticristo. Eso le resultaba hiriente a la hermana Zhang y afectaba al trabajo de la casa de Dios. Afirmó que sería destituida si no me transformaba y arrepentía. Eso me asustó mucho. Con la sensación de haber sido revelada y descartada, me sumí en un estado negativo. Durante un tiempo cumplí con el deber por pura inercia. No quería enseñar y ayudar a los hermanos y hermanas que se hallaran en un estado negativo, y los proyectos de la iglesia no estaban dando resultado. Más adelante, fracasé muchas veces y por fin me di cuenta de que estaba mal no aprender lecciones de las críticas y, por el contrario, volverme negativa y reacia. Finalmente, empecé a pensar en cómo me relacionaba con la hermana Zhang, por lo que oré y reflexioné.
Leí estas palabras de Dios: “Cuando se poda y se trata con un anticristo, da igual quién lo haga, a qué se refiera, el grado de culpa que tenga en el asunto, lo flagrante que sea el error, la cantidad de maldades que cometa, o las consecuencias que su maldad cree para la iglesia; el anticristo no tiene en cuenta nada de esto. Para los anticristos, el que los poda y los trata los está señalando o busca deliberadamente faltas para castigarlos. El anticristo puede incluso llegar a decir que está siendo intimidado y humillado, que no está siendo tratado humanamente, y que está siendo menospreciado y ridiculizado. Después de que un anticristo es podado y tratado, nunca reflexiona sobre qué fue lo que realmente ha hecho mal, qué tipo de carácter corrupto ha revelado, si buscó los principios en el asunto, o si actuó de acuerdo con los principios de la verdad o cumplió con sus responsabilidades. No se examinan a sí mismos ni reflexionan sobre nada de esto, tampoco sopesan estas cuestiones. En cambio, se enfrentan al trato y la poda con una perspectiva humana, y lo abordan con un ánimo acalorado. Cada vez que un anticristo es podado y tratado, se llenará de ira, resentimiento y descontento, y no escuchará el consejo de nadie. Se niegan a aceptar que se les pode y les trate, y son incapaces de regresar ante Dios para aprender y reflexionar sobre sí mismos, para abordar sus acciones que violan los principios, como ser superficiales o descuidados o descontrolarse en su deber, ni tampoco utilizan esta oportunidad para resolver su propio carácter corrupto. En cambio, hallan excusas para defenderse, para reivindicarse, e incluso dirán cosas para provocar la discordia e incitar a los demás. […] En general, tanto en lo que dicen como en lo que hacen, los anticristos nunca aceptan la verdad. ¿Cómo es un carácter que no acepta la verdad? ¿Acaso no es lo mismo que estar harto de la verdad? Eso es precisamente lo que es” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Quieren echarse atrás cuando no hay ninguna posición ni esperanza de recibir bendiciones). Con las palabras de Dios entendí que los anticristos están hartos de la verdad y la odian. No admiten de parte de Dios que se trate con ellos y jamás buscan la verdad ni reflexionan sobre sus problemas, sino que están llenos de quejas y malestar y hacen lo imposible por justificarse y defenderse. Creen que los demás les dificultan las cosas y que se valen de sus defectos para humillarlos y despreciarlos, con lo que se niegan a aceptar la verdad. Yo también era así. Cuando la hermana Zhang señalaba mi arrogancia y los problemas de mi trabajo, no hacía introspección. Creía que me estaba enmendando la plana, tratando de dejarme en mal lugar. Por eso me vengué y le di un escarmiento con rabia. Cuando la líder superior me reveló por oprimir a la hermana Zhang y tener poca humanidad, con lo que iba por la senda de un anticristo, sentí un malestar aún mayor y me defendí igualmente. Pensé que favorecía a la hermana Zhang, por lo que me volví negativa y me mostré en contra. Comprendí que veía las críticas justo igual que los anticristos y que revelaba un carácter satánico de hartazgo de la verdad. A esas alturas, sentí que me hallaba en un estado peligroso. Quería hacer introspección y arrepentirme ya para salirme del camino equivocado.
Después leí un pasaje en mis devociones. “¿Sois capaces de idear diversas maneras de castigar a las personas porque no son de vuestro agrado o no se llevan bien con vosotros? ¿Habéis hecho alguna vez algo así? ¿En qué medida? ¿No habéis despreciado siempre a la gente de forma indirecta con exabruptos y muestras de sarcasmo? ¿En qué estados os hallabais al hacer esas cosas? En ese momento os estabais desahogando y os sentíais felices; habíais ganado la partida. Sin embargo, luego pensasteis para vuestros adentros: ‘Qué ruindad he cometido. No temo a Dios y he tratado muy injustamente a esa persona’. En el fondo, ¿os sentíais culpables? (Sí). Aunque no temáis a Dios, al menos tenéis cierta conciencia. Por lo tanto, ¿continuáis siendo capaces de repetir este tipo de cosas en lo sucesivo? ¿Eres capaz de barajar la posibilidad de atacar a las personas y vengarte de ellas, cada vez que las desprecias y no te llevas bien con ellas, o cada vez que no te obedecen o no te escuchan? ¿Has hecho algo así? ¿Qué clase de humanidad tiene una persona que hace algo así? En materia de humanidad, es malévola. Cuando se considera la verdad, no venera a Dios. Al hablar y actuar no tiene principios; actúa deliberadamente y hace lo que le da la gana. En cuanto al temor de Dios, ¿ha alcanzado esta clase de persona cualquier entrada? Por supuesto que no; la respuesta es 100 % ‘no’” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los cinco estados necesarios para ir por el camino correcto en la fe propia). Las palabras de Dios revelaban mi estado preciso. Carecía de toda veneración por Dios y tenía una humanidad ruin. Atacaba y me vengaba de cualquiera que me ofendiera. Cuando la hermana Zhang era tan franca sobre mis problemas, sentía que me hacía quedar mal delante de los diáconos. Al principio podía contenerme y forzarme a aceptarlo, pero me resentí con ella después de que sucediera varias veces. Quería enmendarle la plana, vengarme de ella y darle a probar lo que es quedar mal. Cuando descubrí problemas en su labor, no la ayudé y hasta aproveché la ocasión para reprenderla y dejarla en mal lugar. Como no me salí con la mía, me enfadé aún más y la juzgué a sus espaldas para que a los hermanos y hermanas les cayera mal y la excluyeran. Le hablé adrede de sus problemas a la líder con la esperanza de que la criticara y destituyera. Pensé que luego no me daría más problemas y yo podría rescatar mi imagen ante los hermanos y hermanas. Mis actos no fueron solo sumamente dolorosos e hirientes para la hermana Zhang, sino que realmente perturbaron la labor evangelizadora. Vi que tenía una naturaleza muy siniestra y ruin. No soportaba la más mínima ofensa, carecía de toda humanidad. Pensé en que Dios me encumbró al servicio de líder. Lo hizo para que trabajara bien con los demás en el deber y así pudiéramos ayudarnos y transformar nuestro carácter vital. Sin embargo, yo ataqué y me vengué de la hermana Zhang por mi reputación y mi estatus, con lo que causé problemas y puse nerviosas a otras personas. Lastimé a los hermanos y hermanas y entorpecí mucho la labor de la casa de Dios. Vi que realmente cometía el mal.
Más tarde, al leer las palabras de Dios, entendí un poco mi naturaleza ruin. Las palabras de Dios dicen: “El ataque y la venganza son un tipo de acción y de revelación que provienen de una naturaleza satánica maligna. También son una clase de carácter corrupto. La gente piensa de la siguiente manera: ‘Si tú no eres amable conmigo, ¡entonces yo no seré justo contigo! Si no me tratas con dignidad, ¿por qué habría yo de tratarte con dignidad?’. ¿Qué tipo de mentalidad es esta? ¿No es una forma de pensar vengativa? A los ojos de una persona corriente, ¿no es esta una perspectiva viable? ¿No es sostenible? ‘No atacaremos a menos que nos ataquen; si nos atacan, sin duda contraatacaremos’ y ‘Toma una dosis de tu propia medicina’ son cosas que los incrédulos dicen a menudo; entre ellos, todos estos razonamientos tienen sentido y están completamente de acuerdo con las nociones humanas. No obstante, ¿cómo deberían ver estas palabras quienes creen en Dios y buscan la verdad? ¿Son correctas estas ideas? (No). ¿Por qué no lo son? ¿Cómo deberían caracterizarse? ¿De dónde provienen tales cosas? (De Satanás). Provienen de Satanás, de eso no hay duda. ¿De qué actitudes satánicas provienen? Vienen de la naturaleza maligna de Satanás; contienen veneno y el verdadero rostro de Satanás con toda su maldad y fealdad. Contienen la esencia misma de esa naturaleza. ¿Cuál es la naturaleza de las perspectivas, los pensamientos, las expresiones, el discurso e, incluso, las acciones que contienen la esencia de esa naturaleza? ¿No son de Satanás? ¿Están estos aspectos de Satanás en concordancia con las palabras de Dios? ¿Están acordes con la verdad? ¿Tienen fundamento en las palabras de Dios? (No). ¿Son las acciones que deben llevar a cabo los seguidores de Dios y los pensamientos y puntos de vista que deberían poseer? (No).” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Corregir tu carácter corrupto es lo que puede liberarte de un estado negativo). “Los anticristos tienen una naturaleza feroz. ¿En qué tipo de personas es este el carácter principal? (En las personas malvadas). Así es. El aspecto primordial del carácter de una persona malvada es la ferocidad. Cuando una persona feroz se enfrenta a cualquier tipo de exhortación, acusación, enseñanza o ayuda bien intencionada, su actitud no es la de agradecerla o aceptarla humildemente, sino que se enfurece, y siente un odio extremo, hostilidad, e incluso un deseo de venganza. […] Por supuesto, cuando toman represalias contra alguien motivadas por el odio, no es que tengan un viejo rencor, sino que esa persona ha puesto al descubierto sus errores. Esto demuestra que, independientemente de quién lo haga y de su relación con el anticristo, el mero hecho de exponerlos puede desencadenar su odio e instigar su venganza. Da igual quién sea, si la persona que lo hace entiende la verdad, o si es un líder o un obrero o un miembro ordinario del pueblo escogido de Dios. Si alguien expone, poda y trata al anticristo, considerarán a esa persona como un enemigo, e incluso dirán abiertamente: ‘Si alguien me trata, le daré duro. Si alguien me trata, me poda, expone mis secretos, hace que me expulsen de la casa de Dios y me roba mi parte de las bendiciones, no lo dejaré en paz jamás. Así soy yo en el mundo secular: nadie se atreve a causarme problemas, ¡todavía no ha nacido quien se atreva a molestarme!’. Este es el tipo de palabras rabiosas que dicen los anticristos cuando se enfrentan a la poda y el trato. Cuando dicen estas palabras rabiosas, no es para intimidar a los demás, ni tampoco se trata de desfogarse con intención de protegerse. Son auténticas promesas de maldad, y pueden recurrir a cualquier medio a su alcance para cumplirlas. Tal es el carácter feroz de los anticristos” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Cumplen con su deber solo para distinguirse a sí mismos y satisfacer sus propios intereses y ambiciones; nunca consideran los intereses de la casa de Dios, e incluso los venden a cambio de su propia gloria (VIII)). En las palabras de Dios descubrí que los anticristos son ruines y que, si alguien los provoca o pone en riesgo su imagen o su estatus, lo considerarán su enemigo y se vengarán de él. Eso es un auténtico demonio. Si comparo el carácter y la conducta de un anticristo con los míos, ¿no era yo igual? “Si nos atacan, sin duda contraatacaremos”, “ojo por ojo y diente por diente” y “hazte cordero, y te comerán los lobos” son venenos satánicos que creía correctos. Como la hermana Zhang señaló mis problemas muchas veces y me hizo quedar mal, me pareció bien vengarme de ella. Si no le devolvía el golpe, la gente creería que era posible acosarme y aprovecharse de mí. Temía que, si ella siempre me revelaba delante de todos, la líder pensara que tenía poca humanidad, me destituyera y mi futuro y mi posición no estuvieran a salvo. Aunque la hermana Zhang revelaba un problema que tenía, yo no hacía nada de introspección. En cambio, la atacaba, la consideraba enemiga y quería excluirla. Fui indiferente incluso cuando vi a la hermana Zhang triste en su estado de negatividad y que eso afectaba a su deber. La criticaba para proteger mis intereses personales sin pensar en el trabajo de la iglesia ni preocuparme en absoluto de cuánto daño le hiciera a ella. ¡Qué maligna era! Vivía de acuerdo con estos venenos satánicos, con un carácter satánico ruin y malvado y sin humanidad. Me acordé de un anticristo con quien me había topado antaño. También le gustaba que la gente lo elogiara y le hablara con amabilidad, pero cuando los hermanos y hermanas lo revelaban, lo cual afectaba a su imagen y estatus, atacaba, se vengaba y se lo hacía pasar mal, con lo que ellos se sentían negativos y débiles. No aceptaba que los líderes lo revelaran y buscaba cosas en contra de ellos, de quienes difundía nociones y críticas. Perturbaba tanto que el trabajo de la iglesia no podía continuar con normalidad. Los líderes hablaron con él y lo ayudaron muchas veces, pero no quería arrepentirse. Terminó expulsado de la iglesia por hacer tanto el mal. Al vengarme de la hermana Zhang, ¿no era yo tan ruin como él? Sentí repugnancia y aversión por mi conducta. Decidí arrepentirme y transformarme sinceramente y ser otra clase de persona.
Busqué los principios del trato al prójimo y sobre cómo abordar las cosas cuando tuviera prejuicios hacia un hermano o hermana. Leí unas palabras de Dios. “En la casa de Dios, ¿cuáles son los principios para tratar a la gente? Debes tratar a todos según los principios de la verdad y a todos los hermanos y las hermanas de manera justa. ¿Cómo se trata de manera justa? Debe hacerse según las palabras de Dios, por las que Dios salva, y por las que descarta, por las que se agrada y por las que aborrece; estos son los principios de la verdad. Los hermanos y las hermanas deben ser tratados con ayuda y amor y con tolerancia y paciencia mutuas. Los malvados e incrédulos deben ser identificados, deben ser separados y hay que mantenerlos a distancia. Solo de esta manera se trata a la gente con principios. Cada hermano y hermana tiene virtudes y defectos, y todos tienen un carácter corrupto, así que, cuando la gente lleva bien, debe ayudarse, tolerarse y tener paciencia, y no buscar defectos ni ser demasiado duros. […] Debes ver cómo trata Dios a las personas ignorantes y estúpidas, cómo trata a los de estatura inmadura, cómo trata las manifestaciones normales del carácter corrupto del hombre y cómo trata a los que son maliciosos. Dios trata a distintas personas de diferentes maneras y también tiene varias maneras de gestionar las innumerables condiciones de las diferentes personas. Debes entender estas verdades. Una vez que has entendido estas verdades, entonces sabrás cómo experimentar los asuntos y tratar a la gente según los principios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para ganar la verdad, debes aprender de las personas, los asuntos y las cosas que te rodean). “Aprende a trabajar en armonía con todos y a relacionarte con los demás por la verdad, la palabra de Dios y los principios, no por la emoción o la impetuosidad. De esta manera, ¿no reinará la verdad en la iglesia? Mientras que reine la verdad, ¿no serán las cosas justas y razonables? ¿No creéis que la cooperación en armonía es beneficiosa para todos? Hacer las cosas de esta manera es beneficioso para vosotros. En primer lugar, os edifica de manera positiva y significativa en el cumplimiento del deber. Además, evita que cometáis errores, causéis interrupciones y perturbaciones, y toméis la senda de los anticristos” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Con esto entendí que Dios nos dice que tratemos a todo tipo de personas según los principios de la verdad. Si los auténticos creyentes, capaces de aceptar la verdad, revelan un poco de corrupción, como ser arrogantes, demasiado directos e hirientes hacia nosotros, debemos ser tolerantes y pacientes, ayudarlos y hablarles con amor, no fijarnos excesivamente en sus defectos. Pero los malhechores o anticristos, que critican y agreden, o que atacan a los líderes y obreros en su pugna por el estatus, han de ser revelados, analizados y expulsados. Sabía que la hermana Zhang era una creyente sincera con sentido de la justicia y que defendía la labor de la iglesia. Simplemente no se mordía la lengua y tenía un tono duro, pero sin mala intención. Me señalaba mis problemas para ayudarme a comprender mi carácter corrupto, de modo que no me apartara de la senda correcta ni perturbara la labor de la iglesia. Comentaba mis fallos en las reuniones para que descubriera los defectos de mi trabajo y siguiera los principios de la verdad en el deber, para proteger los intereses de la iglesia. Al hacerlo, demostraba cierta corrupción, pero yo debía ser comprensiva, tolerante y justa con ella. De hecho, aceptar la supervisión y las sugerencias de otros me beneficia mucho. Tengo una naturaleza arrogante. Siempre desprecié a otras personas y aprovechaba mi puesto para reprenderlas. Eso les resultaba hiriente y limitante, y yo no lo veía. Que la hermana Zhang me revelara y señalara estas cosas me ayudaba a mí y favorecía el trabajo de la casa de Dios. Sin embargo, yo la ataqué y me vengué con deseos de aislarla. Era muy ruin y carente de humanidad. Me resultó perturbador descubrir esto; me sentí muy en deuda con la hermana Zhang. Después me sinceré con ella. Le hablé de cómo me había negado a admitir sus consejos y su ayuda, de que la ataqué y me vengué para preservar mi imagen y mi estatus, lo que la lastimó, y de lo arrogante y maligna que era. La hermana Zhang no me odió por todo ello, sino que descubrió su propia arrogancia, que hablaba sin tener en cuenta los sentimientos de otros, lo cual no los ayudaba ni edificaba. Esta comunión abierta diluyó la barrera entre las dos y nos acercamos la una a la otra. Me hice una idea real de la paz fruto de practicar las palabras de Dios, que es buena para los demás y para mí.
Luego me pregunté: “En lo sucesivo, cuando otros me revelen y me señalen cosas, cuando hieran mi orgullo y tenga pensamientos ruines, ¿qué debo hacer?”. Leí entonces unas palabras de Dios. “Cuando la mayoría de las personas son podadas y tratadas, se puede deber a que expusieron actitudes corruptas. También puede ser que hayan hecho algo malo por desconocimiento y hayan traicionado los intereses de la casa de Dios. O quizá sea porque sus intentos de entorpecer su deber causaron daño a la obra de la casa de Dios. La razón más flagrante es cuando la gente hace descaradamente lo que quiere sin restricciones, viola los principios y perturba y altera la obra de la casa de Dios. Estas son las razones principales por las que la gente es podada y tratada. Independientemente de las circunstancias que causan que alguien sea tratado o podado, ¿qué actitud es fundamental tener al respecto? En primer lugar, debes aceptarlo, no importa quién te trate, por qué razón, si es duro o cuál es el tono y la formulación, debes aceptarlo. Luego, debes reconocer qué has hecho mal, qué carácter corrupto has expuesto, y si has actuado de acuerdo con los principios de la verdad. Cuando se te poda y trata, antes que nada, esta es la actitud que debes tener” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Cumplen con su deber solo para distinguirse a sí mismos y satisfacer sus propios intereses y ambiciones; nunca consideran los intereses de la casa de Dios, e incluso los venden a cambio de su propia gloria (VIII)). “Si albergas odio hacia tus hermanos y hermanas, te inclinarás a reprimirlos y vengarte de ellos, lo que sería muy sobrecogedor; y este es el carácter de una persona malvada. Algunas personas simplemente tienen pensamientos e ideas llenos de odio, pero nunca harían nada malvado; si son capaces de llevarse bien con alguien, lo harán, y si no son capaces, se distanciarán, y esto no repercutirá en su deber ni influirá en sus relaciones interpersonales normales, ya que llevan a Dios en el corazón y lo veneran. No quieren ofender a Dios y tienen miedo de hacerlo. Aunque estas personas puedan albergar determinados pensamientos e ideas incorrectos, son capaces de rechazarlos y dejarlos de lado. Se controlan en sus acciones y ni siguiera pronuncian una sola palabra fuera de lugar, y no están dispuestas a ofender a Dios en esta cuestión. Alguien que habla y actúa de esta forma es alguien que tiene principios y practica la verdad. Podrías ser incompatible con la personalidad de alguien y podría no gustarte esa persona, pero cuando trabajas al lado de ella, permaneces imparcial y no expresas tus frustraciones al llevar a cabo tu deber ni sacrificas tu deber ni sacas tus frustraciones y las lanzas sobre los intereses de la casa de Dios; puedes hacer cosas de acuerdo con los principios. ¿Qué manifiesta esto? Es la manifestación de tener una reverencia básica hacia Dios. Si tienes un poco más, cuando ves que alguien tiene fallos o debilidades, aunque te haya ofendido o tenga un prejuicio contra ti, todavía eres capaz de tratar a esa persona de manera adecuada y ayudarla con amor. Esto significa que tienes amor, que eres una persona con humanidad, que eres amable y capaz de practicar la verdad, que eres una persona honesta que posee las realidades de la verdad, y que tienes reverencia por Dios. Si tu estatura todavía es baja, pero tienes voluntad, y estás dispuesto a esforzarte por la verdad y por hacer las cosas con principio, y si eres capaz de tratar los asuntos y actuar hacia los demás con principio, entonces esto también se considera tener cierta reverencia por Dios; esto es completamente fundamental. Si ni siquiera puedes lograr esto ni contenerte, corres un gran peligro y eres bastante aterrador. Si te dieran un puesto, podrías castigar a la gente y hacérselo pasar mal, con lo que podrías convertirte en un anticristo en cualquier momento” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los cinco estados necesarios para ir por el camino correcto en la fe propia). Las palabras de Dios me ofrecían una senda de práctica. Si me podaban o trataban conmigo, debía de haber algún problema comigo, o bien había revelado un carácter corrupto o perturbado la labor de la iglesia. Sin importar el tono empleado ni lo desagradable de las palabras, primero debía admitirlo y hacer introspección. Aunque, entretanto, se resintiera mi orgullo, yo quedara mal y sintiera resistencia, debía tener veneración por Dios y paciencia y tolerancia hacia otras personas. No podía atacar ni vengarme por corrupción. Una vez que entendí todo esto, me esforcé por practicar y entrar en la verdad. Posteriormente, cuando otros señalaban mis problemas y herían mi orgullo en mi deber, primero lo admitía, e incluso si tenía pensamientos crueles, era capaz de orar, de renunciar a mí misma, de no dejarme frenar por mis pensamientos y de priorizar la labor de la iglesia; también, de debatir y buscar con los hermanos y hermanas la forma de lograr mejores resultados. Tras hacer así las cosas durante un tiempo, comprobé de veras ¡lo sumamente beneficiosas que son para mí la supervisión y las críticas los demás! Con ello fui más capaz de aplicar los principios de la verdad y de evitar hacer el mal y oponerme a Dios. ¡Gracias a Dios!