Una decisión irrevocable
Cuando yo tenía 15 años, mi papá murió de una enfermedad repentina. Mi mamá no pudo soportar este golpe y se puso muy enferma. Ningún familiar vino a ayudarnos por temor a tener que sacarnos de apuros, y me sentí muy desesperanzada. Mi padre ya no estaba, con lo cual, si a mi mamá le pasaba algo, no sabía qué haríamos mi hermana y yo. Más adelante nos predicaron el evangelio del Señor Jesús. Con la gracia del Señor, mi mamá mejoró tras asistir nada más que a dos congregaciones. Así empezamos a creer en el Señor. Cuando supe que lo habían crucificado para redimir a la humanidad, me conmovió el gran amor de Dios. El Señor Jesús dijo a Sus discípulos: “Sígueme” (Juan 1:43), y “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tenéis tribulación; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33). Estas palabras me reconfortaban mucho. Especialmente motivada cuando oía hablar de las experiencias de misioneros occidentales que habían dedicado su vida al Señor, tomé ante Él la determinación de esforzarme por Él y predicar el evangelio a mucha más gente. Por entonces creía que ningún afán mundano tenía sentido. Para mí solo tenía sentido y valía la pena seguir al Señor, trabajar y predicar para Él y llevar a más gente ante Él. A menudo esperaba con ansia el día en que pudiera irme de casa para ir a predicar y trabajar para el Señor. Cuando se enteró mi mamá, me regañó: “¿Cómo puedes ser tan tonta? ¿Por qué oras por eso? Debes creer en el Señor, ¡pero no puedes dejar los estudios! Acabas de entrar en secundaria; debes centrarte en tus tareas académicas. Nuestros familiares no tendrán buen concepto de ti si no tienes éxito”. Esto me hizo dudar. Pensé: “Tiene razón. Todas las esperanzas de la familia recaen sobre mis hombros. Si dejo los estudios por predicar el evangelio, a mi mamá le dolerá mucho. Ya ha sido bastante duro para ella mantenernos; no puedo causarle más dolor”. Así pues, enterré en silencio mi deseo de predicar y trabajar para el Señor.
En julio de 2001 acababa de hacer el examen de ingreso a la universidad, cuando conocí a unos hermanos y hermanas que predicaban el evangelio del reino. Al leer las palabras de Dios Todopoderoso, mi hermana y yo comprobamos que Él era el regreso del Señor Jesús. Estaba emocionada. El Señor, al que tanto había aguardado, por fin había regresado, y Dios me estaba mostrando verdaderamente Su inmensa gracia dejándome oír Su voz por mí misma y aceptar Su guía y Su salvación personales. Cuando leía la Biblia, solía envidiar a los discípulos del Señor por poder escuchar Sus enseñanzas todo el tiempo. Nunca imaginé que tendría tanta suerte como ellos. Sin embargo, mucha gente que anhelaba la aparición del Señor aún no sabía que había regresado. Como yo había recibido esta buena nueva antes que ellos, sabía que debía apresurarme a predicar el evangelio del reino. Pensé: “Será estupendo si no entro en la universidad. Entonces tendré el motivo perfecto para decirle a mi mamá que voy a salir a predicar el evangelio”.
Más de una semana después, mi profesor se emocionó al decirme que había entrado en una buena universidad. Mis compañeros me elogiaron: “Solo admitieron a diez personas de la provincia entre miles de solicitantes. Tú lo has hecho muy bien para entrar en esa universidad”. Mi mamá parecía muy contenta cuando se enteró, pero yo me sentía fatal. Estaba segura de que no me dejaría abandonar los estudios para predicar el evangelio. Cuando se enteraron nuestros familiares de que había entrado en la universidad, vinieron todos a felicitarme. Al ver a mi mamá charlando alegre con ellos, supe que la respetaban más porque yo había entrado en la universidad y que estaba muy orgullosa de mí. Si yo decidía no ir a la universidad, mi mamá, por supuesto, se vendría abajo, y todos nuestros familiares volverían a menospreciar a nuestra familia como antaño. Cuando recordé que, a menudo, mi mamá se había lamentado por cómo nos despreciaban nuestros familiares, pensé: “A mi mamá le ha costado mucho criarnos. Si no hago lo que ella quiere, ¿no la decepcionaré de veras?”. Por ello, me pareció que no tenía elección: tenía que ir a la universidad. Cuando empecé en ella, descubrí que había una enorme brecha entre los alumnos pobres y los ricos. Los hijos de familias ricas despreciaban a los alumnos pobres y los dominaban. Mis compañeros no hacían más que engañarse y utilizarse unos a otros, y allí no había nadie con quien pudiera hablar honestamente y en quien confiar. Todo esto me asqueaba, y empecé a extrañar todavía más la vida de iglesia y a mis hermanos y hermanas del pueblo. Tenía muchas ganas de dejar la universidad y volver con ellos.
Tras más de tres meses luchando por salir adelante en la vida universitaria, llegaron las vacaciones de invierno y pude volver de nuevo a la vida de iglesia. Muy contenta, me decidí a anunciarle a mi mamá que iba a dejar los estudios sí o sí.
El primer día en casa escuché un himno de las palabras de Dios, “Amor puro y sin mancha”:
1 “Amor” se refiere a un afecto que es puro y sin mancha, en el que usas tu corazón para amar, sentir y ser considerado. En el amor no hay condiciones, no hay barreras ni distancia. En el amor no hay sospecha, engaño ni astucia. En el amor no hay trueques ni nada impuro. Si amas, no engañarás, protestarás, traicionarás, no te rebelarás, no exigirás ni pretenderás ganar nada ni obtener una determinada cantidad.
2 “Amor” se refiere a un afecto que es puro y sin mancha, en el que usas tu corazón para amar, sentir y ser considerado. En el amor no hay condiciones, no hay barreras ni distancia. En el amor no hay sospecha, engaño ni astucia. En el amor no hay trueques ni nada impuro. Si amas, te dedicarás con gusto y sufrirás dificultades con agrado, serás compatible conmigo, dejarás todo lo que tienes por Mí, renunciarás a tu familia, tu futuro, tu juventud y tu matrimonio. De lo contrario, tu amor no sería amor en absoluto, ¡sino engaño y traición!
La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Muchos son llamados, pero pocos son escogidos
Las palabras de Dios me conmovieron e inspiraron profundamente, pero también sentí remordimiento y culpa. Había decidido dedicar toda mi vida a seguir a Dios, a aspirar a conocerlo y a amarlo. En el amor no hay engaño ni traición. Si lo amas sinceramente, te consagras a Él y lo dejas todo por Él. Sin embargo, mi amor por Él era mera palabrería. Cuando se trataba de algo real, no pensaba más que en mi familia y en mis vínculos emocionales con mi mamá. ¿Qué tenía eso de amor? Simplemente engañaba y traicionaba a Dios. Leí entonces un pasaje de Sus palabras: “Para cualquiera que aspire a amar a Dios, no hay verdades imposibles de conseguir y ninguna justicia por la que no puedan permanecer firmes. ¿Cómo deberías vivir tu vida? ¿Cómo debes amar a Dios y usar ese amor para satisfacer Su deseo? No hay asunto mayor en tu vida. Sobre todo, debes tener este tipo de aspiraciones y perseverancia, y no debes ser como esos invertebrados, esos que son débiles. Debes aprender cómo experimentar una vida que tenga sentido y cómo experimentar verdades significativas, y de esa manera no deberías tratarte a ti mismo a la ligera. Sin que te des cuenta, tu vida pasará; después de eso, ¿tendrás otra oportunidad para amar a Dios? ¿Puede el hombre amar a Dios una vez haya muerto? Debes tener las mismas aspiraciones y conciencia que Pedro; tu vida debe tener sentido y no debes jugar juegos contigo mismo. Como ser humano y como una persona que busca a Dios, tienes que considerar cuidadosamente cómo tratas tu vida, cómo te ofreces a Dios, cómo debes tener una fe más significativa en Dios y cómo, ya que amas a Dios, lo debes amar de una manera que sea más pura, más hermosa y mejor” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). En las palabras de Dios percibí Sus esperanzas para el hombre. Es muy poco común encontrarse con Dios siquiera una vez en la vida. Hace dos mil años, los discípulos del Señor Jesús se encontraron con Él, y ahora, dos mil años después, Dios me brindaba la oportunidad de mi vida de seguirlo, de aspirar a conocerlo y de amarlo. Si continuaba por la senda mundana de Satanás por no poder superar los vínculos emocionales con mi mamá y por miedo a hacerle daño, ¿no estaría perdiendo el tiempo? Me acordé de Pedro. Sus padres también querían que llegara a funcionario, pero no se vio limitado por sus vínculos emocionales con ellos. Optó por seguir a Dios, procuró amarlo y, al final, el Señor lo perfeccionó. Supe que debía seguir el ejemplo de Pedro y aspirar a conocer y amar a Dios. Esa es la vida que más sentido tiene. Luego ya no me sentía limitada por los vínculos emocionales con mi mamá.
El día anterior a la reanudación de las clases, le dije muy seria a mi mamá: “No quiero volver a la universidad”. Cuando lo oyó, me regañó inmediatamente: “Sé que quieres dejar los estudios y, por el contrario, creer en Dios, pero no puedes, ¡así que olvídate de esa idea!”. Le contesté: “Dios nos hizo a todos nosotros. Debemos adorarlo. Lo dispone el cielo. La Biblia, además, nos enseña: ‘No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él’ (1 Juan 2:15). Los creyentes en Dios no debemos seguir una senda laica de afán por las perspectivas mundanas. Esa no es la voluntad de Dios. Yo quiero seguir a Dios y cumplir con mi deber”. Mi mamá replicó: “Nosotras no somos como otras familias. Tu papá murió joven, no tenemos dinero y nuestros familiares nos desprecian. ¿Para qué he sufrido y me he agotado tanto durante todos estos años? ¡Para que pudieras ir a la universidad, tener éxito y vivir bien! Ha sido durísimo. Estás llegando a la meta, pero quieres abandonar la carrera. ¿Cómo has podido hacerme este desaire?”. Empecé a flaquear cuando dijo eso. Pensé: “Tiene razón. Si termino la universidad y consigo un buen trabajo, la familia tendrá dinero y nuestros parientes ya no despreciarán a mi mamá”. No obstante, reflexioné: “Puede que vivamos bien en lo material y que los demás nos admiren, pero ¿qué importa eso? Cuando termine la obra de Dios, este mundo de Satanás será aniquilado. No quedará sino el reino de Cristo, y todos los placeres y vanidades desaparecerán en un abrir y cerrar de ojos”. Por ello, le dije a mi mamá: “Somos meros peregrinos aquí en la tierra. Sin importar cuánto nos esforcemos ni lo bien que vivamos, cuando la obra de salvación de Dios termine, la humanidad se enfrentará a los grandes desastres y nuestra ‘buena’ vida será destruida. Tengamos el dinero que tengamos, no podremos disfrutarlo. El Señor Jesús dijo: ‘¿Qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma?’ (Mateo 16:26)”. Mi mamá me interrumpió: “No me opongo a que creas en Dios. Sencillamente, no te lo tomes tan en serio. Debes creer en Dios, pero no renuncies completamente al mundo; si no, ¿cómo vas a vivir feliz? ¿Cómo podría haberlas criado a ambas de no haber ganado dinero?”. Cuando dijo esto, me di cuenta de que su fe en el Señor era mera palabrería. Ella nadaba entre dos aguas: quería creer en Dios y recibir bendiciones, pero también quería el mundo. Lo único que pude hacer fue intentar convencerla: “Sin la bendición de Dios, la gente no puede hacerse rica por más que se esfuerce. Dios dispone la riqueza que tenemos en la vida y, sin la verdad, toda riqueza carece de sentido”. No me escuchaba y estaba decidida a oponerse a mis deseos. Llamó entonces a mis parientes y les pidió que vinieran a disuadirme. Me molestó mucho que mi mamá no cediera. Como no sabía qué iba a pasar a continuación, me apresuré a orar en silencio a Dios para pedirle que me guardara para poder mantenerme firme.
Todos mis parientes habían venido en un abrir y cerrar de ojos. En cuanto llegó mi tío, me dijo, enojado: “¿De qué va eso de Dios? ¡Eres demasiado joven como para ser tan supersticiosa!”. Mi tía me advirtió: “Tu mamá solo quiere lo mejor para ti”. Todos terciaron para regañarme uno tras otro. Sabía que eran ateos y que no me escucharían dijera lo que dijera. Si yo hablaba, no dirían más que palabras blasfemas y de resistencia hacia Dios, por lo que callé. No esperaba que mi tío le señalara de repente a mi mamá de una forma tan dura: “Cree en Dios porque tiene miedo de morir en los desastres, así que déjala que muera antes. Llama a la policía y que la golpeen con porras eléctricas, ¡a ver si sigue creyendo!”. Nunca imaginé que mi propio tío argumentaría algo tan atroz. Pensé: “¿Es un pariente o un diablo?”. Para mi sorpresa, intervino mi mamá: “Necesita disciplina, ¡es muy desobediente!”. Me decepcionó que se pusiera de su parte y tratara de obligarme a renunciar a mi fe. Mi primo habló después: “Si dejas de creer y te centras en terminar la universidad, todos te apoyaremos. A ti te ayudaremos a cuidar de tu mamá, y a tu hermana, a encontrar un buen trabajo. Sin embargo, si conservas tu fe, cortaremos toda relación con tu familia y, a partir de entonces, sin importar qué dificultades afronten, no ayudaremos a ninguna de ustedes. Ya no seremos familia. ¡Piénsatelo bien!”. Estaba segura de que él solamente quería que dejara de seguir a Cristo. ¡Ninguno de ellos nos había ayudado en los tres años en que estudié secundaria! Ahora que quería seguir a Dios e ir por la senda correcta, todos venían a frenarme diciéndome cosas “bonitas” para extraviarme. Era una trama de Satanás y no podía caer en ella. No obstante, recapacité: “Si, efectivamente, no vuelvo a la universidad, eso le dolerá mucho a mi mamá. Ya ha sufrido bastante estos últimos años. ¿Cómo podré tener la conciencia tranquila si le causo todavía más dolor?”. Tras esta reflexión, me apresuré a orar en silencio a Dios: “Amado Dios, sé que la senda correcta es seguirte y buscar la verdad, pero siento confusión cuando pienso en mi mamá. No sé qué hacer. Te pido esclarecimiento y ayuda”. Seguidamente, rememoré unas palabras de Dios: “La cantidad de sufrimiento que una persona debe soportar y la distancia que debe recorrer en su senda están ordenadas por Dios, y, en realidad, nadie puede ayudar a alguien más” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La senda… (6)). De pronto comprendí. “Sí”, pensé. “Dios dispone cuánto debe sufrir cada cual. No es algo que pueda decidir una persona, y yo no puedo paliar el sufrimiento de mi mamá ni evitar que sufra ganando mucho dinero y dándoselo a ella. La raíz de nuestro dolor es la corrupción de Satanás y todos los venenos satánicos y deseos extravagantes que albergamos dentro. Si la gente no adora a Dios y no acepta Su juicio para purificarse, nunca se librará del dolor. Sin embargo, cuando la gente cree en Dios y busca la verdad, aunque sufra algo de dolor físico, si es capaz de comprender la verdad, se esfuerza por Dios, da testimonio de Él, halla la paz y la alegría, no se deja engañar y corromper por Satanás y alcanza la libertad y la liberación, tendrá una vida más feliz. Yo pensaba que estudiar mucho, ganar mucho dinero y granjearme la estima de los demás aliviaría el sufrimiento de mi mamá. No obstante, eso era absurdo. Casi caigo en la trampa de Satanás”. Estas ideas reforzaron mi determinación. Fueran cuales fueran sus blasfemias y calumnias, a mí no me hacían efecto. Ante mi silencio, mi mamá se enojó mucho. Me empujó y me tumbó sobre la cama. Me sorprendió que me hiciera eso. Muy alterada, no pude evitar echarme a llorar. Seguí orando en silencio a Dios para pedirle que me guardara para poder mantenerme firme en mi testimonio en esas circunstancias y no ceder ante mi familia. Me acordé de la palabra de Dios Todopoderoso: “Las personas jóvenes deberían tener la perseverancia de seguir el camino de la verdad que han escogido ahora para hacer realidad su deseo de dedicar toda su vida a Mí. No deberían carecer de la verdad ni albergar hipocresía e injusticia, sino mantenerse firmes en la postura apropiada. No deberían simplemente dejarse llevar, sino tener el espíritu de atreverse a hacer sacrificios y luchar por la justicia y la verdad. Las personas jóvenes deberían tener la valentía de no sucumbir ante la opresión de las fuerzas de la oscuridad y de transformar el sentido de su existencia” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Palabras para los jóvenes y los viejos). Las palabras de Dios me dieron fe, fortaleza y confianza para aferrarme a la senda que había elegido.
Después, mi mamá dejó de ir a trabajar y se quedó en casa sin quitarnos la vista de encima a mi hermana y a mí. Buscó entre mis cosas mis libros de las palabras de Dios y mis casetes de himnos y, enojada, me advirtió: “A partir de ahora, ninguna de las dos podrá ir a reuniones. Me quedaré en casa vigilándolas y las seguiré adonde vayan. ¡Voy a encontrar su lugar de reunión!”. Me sentía como si estuviera en arresto domiciliario. No podía leer las palabras de Dios y no me atrevía a hablar con mi hermana de nuestra fe, y mucho menos a tener vida de iglesia. Era muy angustioso. No paraba de orar a Dios para pedirle que nos mostrara una salida. Unos días más tarde, a mediodía, mi mamá estaba en el baño, así que aproveché para ir corriendo a casa de la hermana Tang Hui, líder de nuestra iglesia. Le conté lo que había pasado y lo que yo opinaba al respecto: “Seguir a Dios es la senda de la luz y de la salvación. Quiero cumplir con mi deber en la iglesia, pero mi mamá no deja de intentar cohibirme y frenarme. Ahora, mi hermana y yo no podemos asistir con normalidad a las reuniones. Me siento muy disgustada. ¿Por qué no hacen más que sucedernos todas estas cosas?”. Tang Hui me habló pacientemente: “Cuando una persona se enfrenta a la presión de los miembros de su familia, esto, en realidad, es una perturbación y manipulación de Satanás. Queremos esforzarnos por Dios, pero Satanás utiliza a los miembros de nuestra familia para frenarnos y explota nuestras debilidades para atacarnos, de modo que traicionemos a Dios y perdamos la ocasión de salvarnos. Debemos ampararnos en Dios para descubrir las tramas de Satanás”. Me leyó un pasaje de las palabras de Dios: “En cada paso de la obra que Dios hace en las personas, externamente parece que se producen interacciones entre ellas, como nacidas de disposiciones humanas o de la perturbación humana. Sin embargo, detrás de bambalinas, cada etapa de la obra y todo lo que acontece es una apuesta hecha por Satanás ante Dios y exige que las personas se mantengan firmes en su testimonio de Dios. Mira cuando Job fue probado, por ejemplo: detrás de escena, Satanás estaba haciendo una apuesta con Dios, y lo que aconteció a Job fue obra de los hombres y la perturbación de estos. Detrás de cada paso de la obra que Dios hace en vosotros está la apuesta de Satanás con Él, detrás de todo ello hay una batalla. […] Cuando Él y Satanás luchan en el ámbito espiritual, ¿cómo deberías satisfacer a Dios? Y ¿cómo deberías mantenerte firme en el testimonio de Él? Deberías saber que todo lo que te ocurre es una gran prueba y es el momento en que Dios necesita que des testimonio” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo amar a Dios es realmente creer en Él). Estas palabras me enseñaron que, si quería seguir a Cristo en este mundo tenebroso y malvado, no iba a ser fácil. Estaría plagado de batallas espirituales y decisiones difíciles. La obra de juicio de Dios Todopoderoso en los últimos días es la etapa final y más crucial de Su obra de purificación y salvación del hombre. Dios espera que todo el mundo reciba la verdad y la vida de Él, que todos seamos salvos y sobrevivamos. Sin embargo, no obliga a la gente, nos deja elegir por nosotros mismos. Como mi mamá se había dejado engañar por Satanás, no veía lo vacío que es el afán por el prestigio y el estatus y continuaba obligándome a ir a la universidad, a estudiar y a tener éxito. A diferencia de ella, yo no podía elegir la senda equivocada. Prosiguió Tang Hui: “Ves que carece de sentido afanarse por el conocimiento y las perspectivas de futuro, has jurado que te esforzarás por Dios y has elegido la senda de búsqueda de la verdad. Esto agrada a Dios. No obstante, de ti depende lo que elijas para tu propia senda en la vida, y debes orar y buscar más al respecto”. Pensé: “Aunque he jurado seguir a Cristo, ahora mismo mi mamá no me quita ojo y dice que va a averiguar dónde nos reunimos. Si me empeño en no volver a la universidad, seguro que ella les ocasionará problemas a los hermanos y hermanas”. Así pues, le prometí a mi mamá que volvería a la universidad.
Cuando llegué allí, solicité la suspensión de mis estudios. La universidad aprobó mi solicitud, pero, sin embargo, necesitaba el consentimiento de mi tutor legal. Cuando se enteró mi mamá, se opuso firmemente. No paraba de llorar por lo que había sufrido y lo duro que había sido criarnos a mi hermana y a mí, y no iba a dejar que interrumpiera mis estudios. Me inquietó mucho verla así, y pensé: “Mi mamá se ha esforzado mucho para criarnos y no se lo he retribuido. Si no hago lo que ella quiere, ¿no la estaré defraudando de veras?”. Me apresuré a orar a Dios: “Amado Dios, ¿qué hago? Te pido esclarecimiento y ayuda”. Justo entonces me vino a la mente un pasaje de las palabras de Dios: “Cuando el calor de la primavera llega y las flores florecen, cuando todo debajo de los cielos se cubre de verde y todas las cosas en la tierra están en su lugar, entonces todas las personas y cosas entrarán gradualmente en el castigo de Dios y en ese momento toda la obra de Dios en la tierra terminará. Dios ya no obrará ni vivirá en la tierra, porque la gran obra de Dios habrá sido terminada. ¿Las personas son incapaces de hacer a un lado su carne por este corto tiempo? ¿Qué cosas pueden resquebrajar el amor entre el hombre y Dios? ¿Quién puede deshacer el amor entre el hombre y Dios? ¿Son los padres, esposos, hermanas, esposas o el refinamiento doloroso? ¿Pueden los sentimientos de conciencia borrar la imagen de Dios dentro del hombre? ¿El estar en deuda y las acciones de las personas entre sí son actos propios? ¿Pueden ser remediados por el hombre? ¿Quién es capaz de protegerse a sí mismo? ¿Pueden las personas proveer para ellas mismas? ¿Quiénes son los fuertes en la vida? ¿Quién puede dejarme y vivir por su cuenta?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Interpretaciones de los misterios de “las palabras de Dios al universo entero”, Capítulos 24 y 25). Las palabras de Dios me enseñaron que toda persona vive bajo la soberanía y las disposiciones de Dios. Parecía que mi mamá me había criado, pero, en realidad, nuestras vidas provienen de Dios. Es Dios quien nos provee y cría. Al criar a los hijos, los padres solo cumplen con una responsabilidad y una obligación humanas; nadie debe nada a nadie. Dios había provisto todo lo que yo necesitaba para sobrevivir y dispuso toda clase de personas, circunstancias y cosas para llevarme ante Él paso a paso y aceptar Su salvación. ¡Cuán grande es el amor de Dios! Había disfrutado de abundante cuidado, protección y provisión de parte de Dios, pero no se lo había retribuido en absoluto. Y cuando me sobrevinieron algunas dificultades, la promesa que le había hecho a Dios se convirtió en una mentira. Era Dios, el Creador, con quien realmente estaba en deuda. Al recordar que la obra actual de Dios en la tierra sería breve como la del Señor Jesús, supe que tenía que valorar esta oportunidad única de cumplir con mi deber de ser creado y retribuirle Su amor. Y justo cuando decidí seguir a Cristo, las cosas cambiaron inesperadamente. Mi mamá se enteró de que, si faltaba a demasiadas clases, me expulsarían, y temió que no pudiera ir más a la universidad, por lo que dejó que interrumpiera mis estudios y regresara a casa. Cuando llegué, me advirtió: “Ya no te permito creer en Dios. Te vas a portar bien, vas a buscar trabajo cerca, vas a trabajar un año y luego vas a volver obedientemente a la universidad”. Le prometí que lo haría, pero pensé para mis adentros: “Dios ha dispuesto que siga a Cristo ahora, y esa es mi decisión. No renunciaré a ella fácilmente”.
Así pues, encontré empleo, iba al trabajo y a las reuniones de la iglesia y predicaba el evangelio con los demás hermanos y hermanas en mi tiempo libre. Al practicar y experimentar las palabras de Dios, poco a poco logré comprender algunas verdades y entendí que la búsqueda de la verdad es la vida que más sentido tiene, y adquirí más fe para seguir a Dios. Para cuando quise darme cuenta, era el momento de volver a la universidad y tenía que tomar una decisión definitiva. ¡Elegí la fe en Dios! Cuando llegué a casa ese día, encontré a mi mamá recogiendo sus cosas. Descubrí que un vecino le había presentado un hombre a mi mamá y que se iba a casar con él. Muy sorprendida y dolida, le pregunté si ya no nos quería. Me contestó: “El problema no es que no las quiera, sino que se empeñan en creer en Dios y ya no puedo contar con ustedes. Te daré una última oportunidad. Este es el número de teléfono de mi prometido. Si vuelves a la universidad, llama a este número cuando vengas a casa por vacaciones, e iremos a buscarte. Sin embargo, si tu hermana y tú se empeñan en conservar su fe, yo ya no estaré aquí para ayudarlas”. Sin tiempo de pensarlo más, mi mamá nos llevó al autobús para la universidad. Por el camino pensé mucho. En un solo día, mi hermana y yo nos habíamos quedado sin hogar y ya no dependíamos de nadie. Era muy angustioso. Mi hermana me dijo con impotencia: “Mamá ya no nos quiere. ¿Qué haremos si no vuelves a la universidad?”. Las palabras de mi hermana me llegaron a lo más tierno del corazón. Pensé: “Sí, ahora, nuestros parientes nos han desamparado y mamá se va a casar con otro. ¿Cómo viviremos si conservo mi fe en Dios? ¿Adónde iremos? ¿Qué diablos debo hacer?”. Muy dolida y débil, oré a Dios: “Amado Dios, la verdad, no puedo superar esto. Quiero satisfacerte, pero me he quedado sin fe y sin fuerzas para seguir adelante. Sé que has hecho muchísimo por mí, pero soy demasiado débil. No soy digna de Tu salvación”. Justo entonces me vino a la mente, con gran claridad, un pasaje de las palabras de Dios: “Cuando llegue el día en que esta obra se esparza y veas la totalidad de ella, lo lamentarás y, en ese momento, te quedarás boquiabierto. Existen bendiciones, pero no sabes cómo disfrutarlas; y existe la verdad, pero no la buscas. ¿No atraes desprecio sobre ti mismo? […] Nadie es más insensato que los que han contemplado la salvación, pero no buscan ganarla; estas son personas que se atiborran de la carne y disfrutan a Satanás” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). Cierto. La obra de Dios terminaría pronto y yo había descubierto el camino verdadero. Si optaba por satisfacer la carne por no poder soportar el sufrimiento, cuando la obra de Dios terminara habría perdido esta oportunidad única en la vida de alcanzar la verdad, y sin duda lo lamentaría. Pensé en el último año, que había pasado cumpliendo con mi deber en la iglesia. Regada y sustentada por las palabras de Dios, había comprendido algunas verdades y poco a poco me había hecho una idea de muchas cosas del mundo. Comprobé que solo las palabras de Dios Todopoderoso pueden purificar y salvar a la gente, y que la senda de la luz y de la salvación es seguir a Cristo. No podía seguir dudando. Mi vida provenía de Dios y Él me lo había dado todo. ¡El cumplimiento de mi deber de ser creado es perfectamente natural y justificado! Mi mamá no apoyaba mi fe y quería que fuera en pos del conocimiento y tuviera éxito. Si hacía lo que ella quería y elegía la senda equivocada, Satanás me corrompería cada vez más a fondo y acabaría castigada y aniquilada. El conocimiento no podía liberarme de mis actitudes corruptas ni purificarme y transformarme. Solamente Dios puede salvarnos. Si mi familia no me quería, todavía tenía a Dios. Cuando recordé todo lo ocurrido, me percaté de que, cada vez que me había sentido negativa y débil, las palabras de Dios habían sido lo que me había sustentado, ayudado y fortalecido. A punto de alejarme de Dios en mis momentos más angustiosos y débiles, Sus palabras me habían removido por dentro. En este mundo, ¡el único amor real para mí es el de Dios! Al pensarlo reapareció mi fe. Me enjugué las lágrimas y le dije a mi hermana: “Dios es el único en quien podemos ampararnos. Debemos tener fe en que Él nos guiará. Volvamos con los hermanos y hermanas”. Al día siguiente tomamos el autobús de vuelta a casa, y luego empezamos a cumplir con nuestros deberes. ¡Demos gracias a Dios! Las palabras de Dios me llevaron a superar la debilidad carnal y a elegir esta senda luminosa y correcta en la vida.
Ahora ya han aparecido varios desastres inusuales, y según las profecías de la Biblia, habrá desastres aún mayores en el futuro. Entonces, ¿cómo obtener la protección de Dios en medio de los grandes desastres? Contáctanos, y te mostraremos el camino.