Un dolor imborrable

19 Sep 2024

Por Wu Fan, China

Un día, en la segunda mitad de 2002, la policía me arrestó repentinamente mientras cumplía con mis deberes. Me llevaron a un hostal, me mostraron vídeos de mis transacciones bancarias y me interrogaron sin descanso sobre el origen del dinero, me preguntaron dónde vivía, quién dirigía la iglesia y otras cosas. Cuando me negué a responder, me torturaron con varios métodos: me obligaron a mantenerme en cuclillas, me abofetearon la cara brutalmente con zapatos de cuero y me sometieron a un interrogatorio con más de una docena de policías, en el que utilizaron tácticas de “privación del sueño”, lo que significaba que no me dejaban dormir. Cada vez que cerraba los ojos, los policías me abofeteaban la cara con fuerza o me pateaban con violencia, o me gritaban en el oído de repente. Debido a esa prolongada falta de sueño, me sentía confundido, tenía mucha fiebre, mareos y me zumbaban los oídos. Incluso empecé a ver doble. Al vigésimo día de tortura policial, mi cuerpo había llegado a su límite. Me desplomé en el suelo y no tenía fuerzas para levantarme. No podía abrir los ojos y empecé a perder la conciencia. Incluso me costaba respirar y sentí que me podía morir en cualquier momento. Estaba aterrado y no podía dejar de pensar en mi madre, mi esposa y mis hijos. Me preocupaba que, si moría, quizás no serían capaces de superarlo y les daría un ataque de nervios. ¿Cómo seguirían viviendo tras eso? En mi aturdimiento, oí a la policía decir: “¡A nadie le importará si mueren tipos tan tercos como tú! ¡Te enterraremos en algún lugar donde nadie lo sepa!”. También dijeron: “¡Solo dinos dónde vives y cerraremos el caso! No queremos quedarnos despiertos toda la noche mientras sufres”. Pensé para mí mismo: “Si no digo nada esta noche, es probable que no sobreviva. Quizás deba contarles algo insignificante”. Pensé en la hermana mayor que me había hospedado. Ella sabía poco sobre los asuntos de la iglesia. Si admitía que me había quedado en su casa, no le haría daño a la iglesia, ¿verdad? Ya habían pasado veinte días desde mi arresto, por lo que hace tiempo que debían haber trasladado los libros de las palabras de Dios que había en su casa. Si la policía no encontraba ninguna evidencia, no le haría nada a la hermana, ¿verdad? Mencioné la casa de la hermana. Apenas las palabras salieron de mis labios, se me aclaró de inmediato la mente y me di cuenta de que me había convertido en un Judas. Empecé a sentir un gran temor y se me entumeció todo el cuerpo. Me culpé a mí mismo, me arrepentí terriblemente y me odié por haberme convertido en un Judas y traicionar a la hermana. Deseaba volver el tiempo atrás para retractarme de lo que había dicho, pero ya era demasiado tarde. Pensé en cómo la hermana me había hospedado sin preocuparse por su propia seguridad, pero yo la había traicionado para salvarme a mí mismo. Mi conciencia se volvió cada vez más atormentada y me odié a mí mismo por no tener humanidad, sobre todo cuando recordé las palabras de Dios: “Ya no seré misericordioso con los que no me mostraron la más mínima lealtad durante los tiempos de tribulación, ya que Mi misericordia llega solo hasta allí. Además, no me siento complacido hacia aquellos quienes alguna vez me han traicionado, y mucho menos deseo relacionarme con los que venden los intereses de los amigos. Este es Mi carácter, independientemente de quién sea la persona. Debo deciros esto: cualquiera que quebrante Mi corazón no volverá a recibir clemencia, y cualquiera que me haya sido fiel permanecerá por siempre en Mi corazón(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prepara suficientes buenas obras para tu destino). Estas palabras atravesaron mi corazón como un cuchillo, y mi conciencia me hizo sentir aún más acusado y condenado. Entendí en mi corazón que el carácter de Dios es justo y santo, y que no tolera las ofensas humanas. Dios odia a quienes lo traicionan y delatan a los hermanos y hermanas para salvarse a sí mismos. Me convertí en un Judas despreciable al delatar a esa hermana y herí el corazón de Dios. Dios ya no podría salvarme; fui yo que me aparté de la senda de la fe en Él. Mientras pensaba en todo esto, sentía que mi corazón se desgarraba de dolor. No podía dormir noche tras noche, y vivía angustiado y culpándome. Estaba en deuda con Dios y con esa hermana. No me lo podía perdonar. Después de eso, cuando la policía vio que ya no podía sacarme nada más, inventaron cargos en mi contra y me dieron una condena de un año y medio. Mi cuerpo estaba demasiado débil entonces y jadeaba mucho después de dar unos pocos pasos al hacer ejercicio al aire libre. La policía temía ser responsable de mi muerte, así que me dejaron en libertad condicional por motivos médicos al cabo de cincuenta días, pero no me dejaban salir del área local. Tenía que informar mensualmente mi paradero y hacer un informe ideológico en la comisaría cada tres meses. Entretanto, la policía visitó el domicilio de la hermana, quien ya no pudo seguir adelante con sus tareas.

Permanecí en mi casa durante más de un mes, pero luego la policía iba a arrestarme nuevamente, así que me apresuré a huir a otra ciudad para trabajar. Poco tiempo después, me localizaron en una obra en construcción e iban a arrestarme, pero logré escaparme durante la noche. Esa fue la época más difícil para mí. Perdí contacto con la iglesia, y mis parientes y amigos se apartaron de mí. No tenía dónde ocultarme y vagaba por todas partes. A menudo dormía bajo algún puente. Me sentía realmente desamparado entonces, como si Dios ya no me quisiera. Sabía que había ofendido el carácter de Dios y que eso era lo que merecía. En realidad, podía soportar el sufrimiento físico, pero el hecho de perder a Dios, la vida en la iglesia y la posibilidad de leer Su palabra me hizo desear la muerte. No me atrevía a orar a Dios, ni me sentía digno de hacerlo. Sentía que me había convertido en un Judas, alguien que Dios detestaba. ¿Seguiría Dios escuchando mis oraciones? No podía dormir noche tras noche. Sentía tanto remordimiento que no sé cuántas veces me abofeteé a mí mismo y muchas otras deseé la muerte para acabar con mi dolor. Luego medité en las palabras de Dios y empecé a entender un poco mejor Su intención. Las palabras de Dios dicen: “En la actualidad la mayoría de las personas no tienen ese conocimiento. Creen que sufrir no tiene valor, que el mundo reniega de ellas, que su vida familiar es problemática, que Dios no las ama y que sus perspectivas son sombrías. El sufrimiento de algunas personas llega al extremo y piensan en la muerte. Este no es el verdadero amor hacia Dios; ¡esas personas son cobardes, no perseveran, son débiles e impotentes! Dios está ansioso de que el hombre lo ame, pero cuanto más ame el hombre a Dios, mayor es su sufrimiento, y cuanto más el hombre lo ame, mayores son sus pruebas(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios). Al reflexionar sobre las palabras de Dios, me di cuenta de que las circunstancias que enfrentaba eran la justicia de Dios, una retribución merecida por mis actos que se asemejaban a los de Judas. Sin embargo, Dios me creó y yo no debía elegir la muerte, sino que debía aceptar el castigo de Dios. En el futuro, siempre que tuviera la oportunidad, continuaría siguiendo a Dios. Lo haría con gusto, incluso si significaba rendir servicio a Dios. Así que descarté cualquier pensamiento sobre la muerte y me arrodillé llorando en oración: “¡Dios! Merezco la muerte, merezco ser maldito…”. Durante mucho tiempo, eso fue lo único que podía decir en oración a Dios hasta que me abrumaban las lágrimas y no podía continuar.

En 2008, los hermanos y hermanas me encontraron y me dijeron que mi traición a la hermana había sido un momento de debilidad de mi carne, pero que no había causado una gran pérdida a la iglesia. Dijeron que hacía bien mi deber de forma constante y que la iglesia me había vuelto a asignar un deber. En ese momento, me conmoví hasta las lágrimas. Creí que traicionar a Dios y comportarme como Judas merecía castigo, incluso si eso significaba ir al infierno. Pero Dios no me trató según mi transgresión, sino que me dio una oportunidad para arrepentirme. Sentí un remordimiento y un odio a mí mismo aún mayores al darme cuenta de cuánto le debía a Dios. Decidí con el corazón que, sin importar los deberes que la iglesia me asignara en el futuro, los apreciaría y cumpliría para retribuir a Dios. Más tarde, el Partido Comunista empezó a arrestar a creyentes en varios lugares y también arrestó a dos líderes de nuestra iglesia. Poco después, oí que se habían comportado como Judas y que los habían expulsado de la iglesia. En ese momento, pensé: “Si a ellos los expulsaron por convertirse en Judas y yo también actué de esa manera, ¿no es solo cuestión de tiempo que me expulsen a mí también?”. Al pensar en estas cosas, me dolía un poco el corazón. Sentía que mi transgresión era demasiado grande y que no importaba cuánto persiguiera la verdad, ya que tenía pocas esperanzas de salvarme. Tal vez, un día, la iglesia me expulsaría si cometía un error al hacer mis deberes. Entonces me arrepentí aún más y me odié a mí mismo por no haberme mantenido firme en mi testimonio. Si tan solo me hubiera mantenido firme en mi testimonio esa vez, no estaría sufriendo de esa manera. Todo había sido porque le tenía demasiado miedo a la muerte y prefería vivir una vida mezquina. Me las había buscado y ahora tenía que lidiar con las consecuencias, por lo que no podía echarle la culpa a nadie. Por lo tanto, me esforcé aún más en hacer mis deberes, con la esperanza de compensar mi transgresión con más buenos actos. En cuanto a las bendiciones de Dios, Sus promesas y las palabras de consuelo y aliento que les daba a las personas, sentí que ya no me concernían ni tenían nada que ver conmigo. Más tarde, mientras colaboraba en la organización de materiales para echar a personas de la iglesia, cada vez que recogía y organizaba los materiales sobre aquellos que se habían comportado como Judas, recordaba el daño que le había causado a la hermana al actuar como un Judas. Este asunto era como una marca que me había quedado grabada a fuego en el corazón. Cada vez que pensaba en ello, me sentía acusado y el dolor era como si me apuñalaran con un cuchillo. Ese asunto se había convertido en una mancha y un dolor eterno en mi corazón. Más tarde, tuve varias enfermedades, como cardiopatías y alta presión, y mi salud empeoró. Comencé a preguntarme: ¿Estaba siendo castigado? ¿O acaso Dios me había abandonado? Esto hizo que mi corazón sufriese y se debilitase aún más. A veces, cuando revelaba mi corrupción al desempeñar mi deber, sabía que necesitaba buscar la verdad para enmendar mi carácter corrupto. Pero luego pensaba en lo grande que era mi transgresión, lo grave de su naturaleza y me preguntaba: ¿Podía Dios salvarme todavía? ¿Aún me esclarecería para entender la verdad? Por eso, había estado viviendo en un estado de depresión.

Un día, una hermana se enteró de mi estado y compartió sus experiencias conmigo para ayudarme. También me leyó un pasaje de las palabras de Dios. Dios dice: “¿Se basa Dios en el grado de corrupción de las personas para determinar si deben o no ser salvadas? ¿Se basa en la envergadura de sus transgresiones o en el volumen de su corrupción para determinar si deben o no ser juzgadas y castigadas? ¿Se basa en su aspecto, sus antecedentes familiares, el nivel de su calibre o su grado de sufrimiento para determinar su destino y final? Dios no usa esas cosas como base para Sus decisiones, ni siquiera se fija en ellas. Por lo tanto, debes entender que, ya que Dios no mide a las personas en función de esas cosas, tú tampoco debes seguir ese criterio(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para ganar la verdad, uno debe aprender de las personas, los acontecimientos y las cosas cercanas). Las palabras de Dios me ayudaron a entender que Dios no determina el desenlace y el destino de una persona en función del tamaño de su transgresión o el grado de su corrupción. En cambio, Dios se fija en si una persona se arrepiente de verdad tras cometer una transgresión y, en última instancia, determina su desenlace y el destino en función de si posee la verdad y su carácter ha cambiado. Debía dejar de lado mis propias nociones, buscar la verdad, reflexionar y resolver mis propios problemas. Eso es conforme a la intención de Dios. Al comprender esas cosas, me liberé de muchas de las emociones reprimidas con las que había cargado durante tantos años. Se me caían las lágrimas y oré a Dios: “¡Dios mío! Durante años he estado viviendo en un estado negativo, preocupado por mis perspectivas y mi destino, y sin pensar en perseguir la verdad. Gracias por ayudarme a través de la hermana. Estoy dispuesto a arrepentirme ante Ti. ¡Dios mío! Te ruego que me guíes para resolver mis propios problemas”.

Después de orar, leí un pasaje de las palabras de Dios: “También existe otra causa para que la gente se hunda en la emoción de la depresión, que es que a la gente le ocurren algunas cosas concretas antes de llegar a la mayoría de edad o después de convertirse en adultos, es decir, cometen algunas transgresiones o hacen algunas cosas idiotas, necias e ignorantes. Se hunden en la depresión debido a estas transgresiones, debido a estas cosas idiotas e ignorantes que han hecho. Este tipo de depresión es una condena a uno mismo, y también es una especie de determinación del tipo de persona que son. […] Cada vez que escuchan un sermón o una comunicación sobre la verdad, esta depresión se cuela lentamente en su mente y en lo más profundo de su corazón, y se reprenden a sí mismos, preguntándose: ‘¿Puedo hacerlo? ¿Soy capaz de perseguir la verdad? ¿Soy capaz de alcanzar la salvación? ¿Qué clase de persona soy? Antes hacía eso, antes era esa clase de persona. ¿Ya no hay salvación posible para mí? ¿Me salvará Dios?’. A veces, algunas personas pueden desprenderse de su emoción de depresión y dejarla atrás. Toman su sinceridad y toda la energía que pueden reunir y las aplican al cumplimiento de su deber, sus obligaciones y sus responsabilidades, e incluso pueden dedicar todo su corazón y su mente a perseguir la verdad y contemplar las palabras de Dios, y a volcar sus esfuerzos en ellas. Sin embargo, en el momento en que se presenta alguna situación o circunstancia especial, la emoción de la depresión se apodera de ellos una vez más y les hace sentirse incriminados de nuevo en lo profundo de su corazón. Piensan para sus adentros: ‘Ya hiciste eso antes, y eras de esa clase de persona. ¿Puedes alcanzar la salvación? ¿Tiene sentido practicar la verdad? ¿Qué piensa Dios de lo que has hecho? ¿Te perdonará por haberlo hecho? ¿Pagar el precio ahora de esta manera puede compensar esa transgresión?’. A menudo se reprochan a sí mismos y se sienten incriminados en lo más profundo de su ser, y siempre están dudando, siempre acribillándose a preguntas. Nunca pueden dejar atrás esta emoción de depresión ni desprenderse de ella, y tienen una perpetua sensación de malestar por esa cosa vergonzosa que hicieron. Así que, a pesar de haber creído en Dios durante tantos años, es como si nunca hubieran escuchado nada de lo que Dios ha dicho ni lo hubieran entendido. Es como si no supieran si alcanzar la salvación tiene algo que ver con ellos, si pueden ser absueltos y redimidos, o si están cualificados para recibir el juicio y el castigo de Dios y Su salvación. No tienen ni idea de todas estas cosas. Como no reciben ninguna respuesta, y tampoco ningún veredicto exacto, se sienten constantemente deprimidos en lo más profundo de su ser. En el fondo de su corazón, recuerdan una y otra vez lo que hicieron, lo repiten en su mente sin cesar, rememorando cómo empezó todo y cómo terminó, reviviéndolo todo de principio a fin. Con independencia de cómo lo recuerden, siempre se sienten pecadores, y por eso se encuentran constantemente deprimidos por este asunto a lo largo de los años. Incluso cuando cumplen con su deber, aunque se estén encargando de un determinado trabajo, les sigue pareciendo que no tienen esperanzas de salvarse. Por tanto, nunca afrontan de lleno la cuestión de perseguir la verdad y considerarla algo muy correcto e importante. Creen que el error que han cometido o lo que han hecho en el pasado está mal visto por la mayoría de la gente, o que es posible que los condenen y desprecien, o incluso que Dios los condene. No importa en qué etapa se encuentre la obra de Dios o cuántas declaraciones Él haya hecho, nunca afrontan el asunto de perseguir la verdad de la manera correcta. ¿A qué se debe esto? No tienen el coraje de dejar atrás su depresión. Esta es la conclusión que este tipo de personas saca de haber experimentado este tipo de cosas, y debido a que no se trata de la conclusión correcta, son incapaces de dejar atrás su depresión(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad 1. Cómo perseguir la verdad (2)). Las palabras de Dios me penetraron el corazón y lo que dejaron en evidencia fue mi verdadero estado. Me habían arrestado y me había comportado como un Judas al traicionar a Dios y vender a la hermana. Ese asunto me había quedado grabado en el corazón. Aunque la iglesia me había acogido y me había permitido cumplir con mis deberes, nunca había sido capaz de superar ese obstáculo. Cada vez que pensaba en mi traición y el daño que le había causado a la hermana, decidía que yo era alguien que no tenía esperanzas de salvarse. Cada vez que veía videos vivenciales de hermanos y hermanas que eran arrestados y torturados, pero se mantenían firmes en sus testimonios, me sentía avergonzado, culpable y me acusaba la conciencia. Cada vez que recopilaba y organizaba materiales para echar a los Judas, sentía que me apuñalaban el corazón con un cuchillo y me odiaba a mí mismo por no haberme mantenido firme en mi testimonio en aquel entonces. Si tan solo me hubiera mantenido firme, mi corazón no estaría tan atormentado. Aunque por fuera desempeñaba mis deberes, por dentro siempre estaba deprimido y sentía que era distinto a los demás. Había traicionado a Dios y actuado como un Judas, una persona a la que Dios detestaba. ¿Aún me quería Dios? ¿Todavía me salvaría? Pensar en estas cosas me llenaba de dolor e inquietud. Ni siquiera me atrevía a orar a Dios al creer que Dios me despreciaba y no escucharía mis oraciones. Lo mismo sucedía con leer las palabras de Dios. Cada vez que leía palabras de exhortación, consuelo, promesas o bendiciones, sentía que no se dirigían a alguien como yo. ¡No merecía las promesas ni las bendiciones de Dios; solo merecía maldiciones y castigo! Había vivido durante mucho tiempo sin entender a Dios, sin la determinación para perseguir la verdad y solo me contentaba con hacer bien mi trabajo para expiar mi transgresión. En realidad, Dios no me había privado del derecho a comer y beber Sus palabras, y me había dado la oportunidad de hacer mis deberes y perseguir la verdad. Todo eso era gracias al favor de Dios. Sin embargo, vivía en un estado de depresión. Cuando se revelaba mi corrupción al cumplir mis deberes, sabía que debía buscar la verdad para resolverlo. Pero siempre que pensaba en que me había comportado como Judas, sentía que, por mucho que lo intentara o lo persiguiera, todo era en vano. ¿Todavía salvaría Dios a quienes lo traicionaron? Si seguía trabajando duro y cumplía con mis deberes para resarcirme, quizás un día Dios vería mis esfuerzos leales y me impondría un castigo más leve. Había soportado la carga constante de mi transgresión y había vivido en un estado de depresión. A lo largo de los años, aunque ocurrieron muchas cosas, me bastaba con esforzarme y hacer las cosas sin centrarme en mi entrada en la vida, y me perdí muchas oportunidades de ganar la verdad.

Al reflexionar, encontré un pasaje de las palabras de Dios: “La gente cree en Dios para ser bendecida, recompensada y coronada. ¿Esto no se encuentra en el corazón de todo el mundo? Es un hecho que sí. Aunque la gente no suele hablar de ello e incluso encubre su motivación y su deseo de recibir bendiciones, este deseo y esta motivación que hay en el fondo del corazón de la gente han sido siempre inquebrantables. Sin importar cuántas teorías espirituales comprenda la gente, qué experiencia o conocimiento tenga, qué deber pueda cumplir, cuánto sufrimiento soporte ni cuánto precio pague, nunca renuncia a la motivación por las bendiciones que oculta en el fondo del corazón, y siempre se esfuerza silenciosamente a su servicio. ¿No es esto lo que hay enterrado en lo más profundo del corazón de la gente? Sin esta motivación por recibir bendiciones, ¿cómo os sentiríais? ¿Con qué actitud cumpliríais con el deber y seguiríais a Dios? ¿Qué sería de la gente si se eliminara esta motivación por recibir bendiciones que se oculta en sus corazones? Es posible que muchos se volvieran negativos, mientras que algunos podrían desmotivarse en el deber. Perderían el interés por su fe en Dios, como si su alma se hubiera desvanecido. Parecería que les hubieran robado el corazón. Por eso digo que la motivación por las bendiciones es algo oculto en lo más profundo del corazón de las personas. Tal vez, al cumplir con el deber o vivir la vida de iglesia, se sienten capaces de abandonar a su familia y de esforzarse gustosamente por Dios, y ahora creen conocer su motivación por recibir bendiciones y la han dejado de lado, y ya no están gobernadas o limitadas por ella. Piensan entonces que ya no tienen la motivación de ser bendecidas, pero Dios cree lo contrario. La gente solo considera las cosas superficialmente. Sin pruebas, se siente bien consigo misma. Mientras no abandone la iglesia ni reniegue del nombre de Dios y persevere en esforzarse por Él, cree haberse transformado. Cree que ya no se deja llevar por el entusiasmo personal ni por los impulsos momentáneos en el cumplimiento del deber. En cambio, se cree capaz de perseguir la verdad, de buscarla y practicarla continuamente mientras cumple con tal deber, de modo que sus actitudes corruptas se purifican y la persona alcanza una transformación verdadera. Sin embargo, cuando suceden cosas directamente relacionadas con el destino y desenlace de las personas, ¿cómo se comportan? La verdad se revela en su totalidad(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Seis indicadores de crecimiento vital). Dios puso en evidencia que la fe que las personas tienen en Él lleva motivos ocultos que son todos por el bien de su destino y perspectivas, así como de bendiciones personales. Si un día no son capaces de obtener bendiciones o ver un destino o perspectivas, sienten que creer en Dios no tiene sentido y empiezan a vivir en un estado de depresión. Pensé en Pablo: Al principio se resistió al Señor Jesús y arrestaba y perseguía a los discípulos del Señor. Luego, en el camino a Damasco, Dios derribó a Pablo con una gran luz y lo llamó a ser apóstol. Pablo difundió el evangelio durante muchos años, al principio para expiar sus pecados y resarcirse. No persiguió la verdad para cambiar su carácter corrupto en absoluto. Como resultado, tras muchos años de trabajo, no cambió su naturaleza satánica de resistirse a Dios y también sentía que su trabajo y esfuerzo de muchos años ya habían expiado sus pecados, así como que sus méritos superaban sus fallos, por lo que le pidió a Dios abiertamente una corona, pero Dios lo eliminó en última instancia. Al reflexionar sobre mí mismo, me di cuenta de que había seguido la misma senda que Pablo. Como había traicionado a la hermana y había actuado como un Judas, pensé que apenas tenía esperanzas de recibir bendiciones. Sobre todo, al ver que echaban a dos líderes de la iglesia por convertirse en Judas, ya que me preocupaba que la iglesia también me echara algún día. Me volví negativo y deprimido, sin determinación para perseguir la verdad, y sentía que Dios ya no me salvaría. No importaba cuánto lo intentara o persiguiera, no obtendría un buen desenlace o destino. Vi que mi propósito al creer en Dios y hacer mis deberes era obtener bendiciones, pero no ganar la verdad y someterme a Dios o satisfacerlo cumpliendo con el deber de un ser creado. En los últimos años, mi transgresión me había acuciado constantemente y me inquietaban mis perspectivas y mi destino. Aunque estaba algo arrepentido y odiaba mi transgresión, mi arraigado punto de vista de buscar bendiciones no se había resuelto. Esto me hizo darme cuenta de que no me había arrepentido de verdad ante Dios, sino que estaba tratando de expiar mi transgresión ante Él pagando un precio y esforzándome para que mi conciencia dejara de acusarme. Vi que todavía estaba buscando hacer transacciones con Dios tras haber cometido una gran maldad, lo que era verdaderamente feo, egoísta y vil. Esto me hizo sentir aún más remordimiento y odio hacia mí mismo.

Mientras buscaba, encontré dos pasajes de las palabras de Dios que me ayudaron a entender un poco más sobre Su carácter justo. Las palabras de Dios dicen: “La mayoría de la gente ha transgredido y se ha mancillado de determinadas maneras. Por ejemplo, algunas personas se han resistido a Dios y han dicho cosas blasfemas; otras han rechazado la comisión de Dios y no han cumplido con su deber, y Dios las ha despreciado; algunas personas han traicionado a Dios cuando se han enfrentado a las tentaciones; algunas lo han traicionado firmando las ‘Tres cartas’ cuando estaban arrestadas; algunas han robado ofrendas; otros han despilfarrado las ofrendas; algunos han perturbado a menudo la vida de iglesia y han causado daño al pueblo escogido de Dios; algunos han formado camarillas y han maltratado a otros, dejando la iglesia hecha un desastre; algunos han difundido a menudo nociones y muerte, perjudicando a los hermanos y hermanas; y otros se han dedicado a la fornicación y la promiscuidad, y han sido una terrible influencia. Baste decir que todos tienen sus transgresiones y manchas. Sin embargo, algunas personas son capaces de aceptar la verdad y arrepentirse, mientras que otras no pueden y morirían antes de arrepentirse. Por tanto, se debe tratar a las personas de acuerdo con su esencia-naturaleza y con la consistencia de su comportamiento. Los que son capaces de arrepentirse son aquellos que creen realmente en Dios; pero en cuanto a los que no se arrepienten de veras, a aquellos que deben ser apartados y expulsados, eso precisamente es lo que va a sucederles. Algunas personas son malvadas, otras son ignorantes o necias y otras son bestias. Todo el mundo es diferente. Algunos malvados están poseídos por espíritus malvados, mientras que otros son lacayos de Satanás y los diablos. Algunos son especialmente siniestros por naturaleza, mientras que hay quienes son deshonestos, otros son avariciosos respecto al dinero y algunos disfrutan con la promiscuidad sexual. Cada persona tiene un comportamiento diferente, por lo que hay que considerar a todas las personas de forma integral, de acuerdo con su naturaleza y sus comportamientos habituales. […] El manejo que Dios hace de una persona no es tan sencillo como la gente se imagina. Cuando Su actitud hacia cierta persona es de aversión o repulsión, o cuando se trata de lo que esta persona dice en un contexto determinado, Él tiene un buen conocimiento de sus estados. Esto se debe a que Dios escruta el corazón y la esencia del hombre. La gente siempre piensa: ‘Dios solo tiene Su divinidad. Él es justo y no admite ofensas del hombre. Él no considera las dificultades del hombre ni se pone en el lugar de la gente. Si una persona se resiste a Dios, Él la castigará’. Las cosas no son así en absoluto. Si así es como alguien entiende Su justicia, Su obra y Su tratamiento de las personas, está gravemente equivocado. La determinación de Dios del desenlace de cada persona no se basa en las nociones y figuraciones del hombre, sino en el carácter justo de Dios. Él retribuirá a cada persona según lo que haya hecho. Dios es justo, y tarde o temprano se encargará de que todas las personas queden convencidas, de principio a fin(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). “Todas las personas que se hayan aceptado la conquista de las palabras de Dios tendrán suficiente oportunidad de salvación. La salvación de Dios de cada una de estas personas les mostrará Su máxima indulgencia. En otras palabras, se les mostrará la máxima tolerancia. Siempre que las personas regresen de la senda equivocada y siempre que se puedan arrepentir, Dios les dará oportunidades de obtener Su salvación(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Debes dejar de lado las bendiciones del estatus y entender la intención de Dios para traer la salvación al hombre). Las palabras de Dios me ayudaron a entender que el carácter de Dios es verdaderamente justo. En Su justicia no solo hay juicio e ira, sino también misericordia y tolerancia. El trato que Dios da a las personas se fundamenta especialmente en principios. No emite un veredicto sobre ellas en función de sus transgresiones temporales, sino que evalúa de manera integral la naturaleza y el contexto de sus actos, así como su estatura y las consecuencias que acarrean. Si una persona, debido a un momento de debilidad, traiciona a alguien sin ocasionarle una gran pérdida a la iglesia y sin rechazar ni traicionar a Dios de corazón, y más tarde se arrepiente de verdad, Dios aún es misericordioso con ella y le da la oportunidad de arrepentirse. Sin embargo, hay personas que, después de que las arresten, se alinean por completo con el gran dragón rojo; traicionan a los hermanos y hermanas y los intereses de la iglesia, e incluso se convierten en cómplices del gran dragón rojo. Todas estas personas quedan en evidencia como malhechores irredimibles a quienes Dios no les tiene ninguna misericordia. Recordé mi propia experiencia cuando me capturaron, me torturaron y me llevaron a mis límites físicos por la prolongada falta de sueño, tras lo cual traicioné a la hermana mayor sin ocasionarle una gran pérdida a la iglesia. Después de eso, sentí un profundo remordimiento y odio hacia mí mismo. Mis actos constituyeron una grave transgresión, pero la casa de Dios aún me dio una oportunidad de arrepentirme. En cuanto a esos dos líderes de la iglesia, después de que los capturasen y sin tener que soportar ninguna tortura, decidieron comportarse como Judas por miedo al sufrimiento físico y no solo firmaron las “Tres Cartas”, sino que también traicionaron a líderes y obreros de más de una docena de iglesias, lo que paró por completo el trabajo de muchas iglesias y ocasionó una gran pérdida. Sus actos no se debieron a un momento de debilidad, sino que su esencia era como la de Judas y eran malhechores irredimibles. La decisión de la iglesia de echarlos estaba completamente conforme con los principios: era la justicia de Dios. Me di cuenta de que había creído en Dios durante muchos años, pero no lo conocía de verdad. Vivía en un estado de confusión y desconfianza hacia Dios, y creía que Dios era igual de mezquino que los seres humanos, que condena a las personas apenas cometen transgresiones sin darles una oportunidad de salvarse. Vi lo falso y perverso que me había vuelto.

Más tarde, encontré la senda para practicar a través de las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Si las personas quieren resolver sus malentendidos sobre Dios, en cierto sentido, deben reconocer sus propias actitudes corruptas y diseccionar y comprender sus errores anteriores, sus sendas equivocadas, sus transgresiones y su negligencia. De ese modo, serán capaces de comprender y ver claramente su propia naturaleza. Además, deben ver con claridad por qué las personas se desvían y hacen tantas cosas que vulneran los principios-verdad, y cuál es la naturaleza de dichas acciones. Más aún, deben comprender cuáles son concretamente las intenciones de Dios y Sus requisitos para la humanidad, por qué las personas son siempre incapaces de actuar conforme a los requisitos de Dios, se oponen constantemente a Sus intenciones y hacen lo que quieren. Exponed estas cosas ante Dios y orad, comprendedlas claramente, y seréis capaces de modificar vuestro estado, cambiar vuestra mentalidad y resolver vuestro malentendido sobre Dios. Algunas personas siempre albergan intenciones inadecuadas independientemente de lo que hagan, siempre tienen ideas malvadas y no pueden analizar si su estado interior es correcto o no, así como tampoco discernirlo de acuerdo con las palabras de Dios. Estas personas son atolondradas. Una de las características más evidentes de una persona atolondrada es que, después de haber hecho algo malo, mantiene una actitud negativa ante la poda, e incluso cae en la desesperación al sentir que está acabada y que no puede ser salvada. ¿No es esa la conducta más lamentable de una persona atolondrada? No puede reflexionar sobre sí misma de acuerdo con la palabra de Dios ni buscar la verdad para resolver el problema cuando afrontan dificultades. ¿Acaso eso no es ser profundamente atolondrado? ¿Sumirse en la desesperación puede resolver los problemas? ¿Luchar constantemente con una actitud negativa soluciona algo? Las personas deben comprender que, si cometen un error o tienen un problema, han de buscar la verdad para resolverlo. Primero deben reflexionar y comprender por qué actuaron mal, cuál era su intención y la idea inicial que las empujó a ello, por qué quisieron hacerlo, cuál era su objetivo, si alguien las animó, incitó o desorientó, o si lo hicieron de forma consciente. Es preciso reflexionar sobre estas cuestiones y comprenderlas con claridad, para así saber qué errores cometieron y quiénes son ellas mismas. Si no sois capaces de reconocer la esencia de vuestras acciones malvadas ni de aprender una lección a partir de estas, es imposible resolver el problema. Muchas personas hacen cosas malas y nunca reflexionan sobre sí mismas; entonces ¿cómo pueden arrepentirse de verdad? ¿Existe esperanza de salvación para ellas? La humanidad es la descendencia de Satanás y, más allá de si han ofendido el carácter de Dios o no, su esencia-naturaleza es la misma. Deben reflexionar sobre sí mismas y llegar a conocerse mejor, ver claramente en qué medida se han rebelado contra Dios y resistido a Él, y si todavía pueden aceptar y practicar la verdad. Si lo entienden con claridad, sabrán cuánto peligro corren. De hecho, debido a su esencia-naturaleza, todos los seres humanos corruptos están en peligro; necesitan esforzarse mucho para aceptar la verdad y no les resulta fácil. Algunas personas han hecho el mal y han puesto en evidencia su esencia-naturaleza; otras, si bien todavía no han hecho el mal, no necesariamente son mejores que las demás, sino que sencillamente no han tenido la oportunidad ni han encontrado la situación para hacerlo. Como has cometido estas transgresiones, debes tener claro en el corazón cuál es la actitud que deberías tener ahora, qué es lo que deberías justificar ante Dios y qué es lo que Él quiere ver. Debes aclarar esas cuestiones a través de la oración y la búsqueda; así sabrás cómo debe ser tu búsqueda en el futuro y ya no estarás influenciado ni constreñido por los errores cometidos en el pasado(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo con la búsqueda de la verdad se pueden corregir las nociones y los malentendidos propios acerca de Dios). Al reflexionar sobre las palabras de Dios, mi corazón se conmovió profundamente. Dios no se fija en las transgresiones pasadas de las personas. Siempre que una persona vaya ante Dios, acepte la verdad, cumpla con sus deberes con lealtad y responsabilidad, y se muestre arrepentida a través de actos reales, Dios le dará la oportunidad de salvarse si ve su transformación. Tomemos a Pedro de ejemplo. Cuando capturaron al Señor Jesús, Pedro lo rechazó tres veces. Se arrepintió profundamente de hacerlo y, a partir de ese momento, se centró en perseguir la verdad, amar a Dios y someterse a Él. Al final, Pedro fue crucificado con la cabeza hacia abajo por su dedicación a Dios, dando un hermoso testimonio de Él. Luego está David, que estuvo con la esposa de Urías y recibió un severo castigo de Dios. David se arrepintió profundamente y nunca repitió la ofensa, incluso en sus últimos años de vida cuando una joven dormía en su cama para darle calor. Dedicó su vida a prepararse para construir el templo y guiar al pueblo de Israel en la adoración a Dios, demostrándole a Dios su arrepentimiento a través de actos reales. Reflexionar sobre las experiencias de Pedro y David me mostró el camino a seguir. Necesitaba enfrentar mi transgresión de forma correcta, reflexionar a fondo sobre mí mismo, buscar la verdad para resolver mi transgresión y arrepentirme genuinamente ante Dios. Más tarde, me di cuenta de que había perdido mi testimonio al traicionar a la hermana debido a dos razones principales. En primer lugar, mis afectos me habían abrumado. Cuando la policía me torturó y amenazó con matarme, no fui capaz de dejar de aferrarme a mi madre, mis hijos y mi esposa. Temía que, si moría, no serían capaces de superar el golpe, así que traicioné a Dios, vendí a la hermana y desempeñé el vergonzoso papel de un Judas. De hecho, el destino de mi familia estaba en manos de Dios. Dios ya había predestinado cualquier sufrimiento o dolor que fueran a soportar en la vida. Incluso si hubiera permanecido a su lado, habrían tenido que enfrentar el sufrimiento que les correspondía, lo que era algo que yo no podía cambiar en absoluto. Pero no fui capaz de ver a través de estas cosas, todavía me constreñían mis afectos, lo que fue una verdadera necedad de mi parte. La otra razón fue que no fui capaz de ver más allá de la muerte y no tenía una fe sincera en Dios. Luego de que la policía me torturase durante veinte días, mi resistencia física había llegado a su límite. En ese momento, sentí un especial miedo a la muerte y llegué a un acuerdo con Satanás. Pensé en los discípulos del Señor Jesús, quienes, para difundir el evangelio del Señor, fueron apedreados hasta la muerte, arrastrados por caballos o crucificados. Padecieron la persecución por la causa de la justicia. Sus muertes fueron un testimonio de la victoria sobre Satanás y su humillación, y fueron recordados por Dios. El Señor Jesús dijo: “El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí, la hallará(Mateo 16:25). Pero yo ansiaba la vida y temía la muerte, por lo que vendí a la hermana y me aferré a una existencia indigna. Aunque mi cuerpo aún seguía con vida, mi mente padecía tormentos todos los días y vivía la vida de un cadáver ambulante. Ahora me di cuenta de que, incluso si la policía me hubiera mutilado o matado por mi fe, eso habría sido algo que Dios aprobaba. Al reconocer esto, decidí de corazón que, si alguna vez me volvía a capturar el gran dragón rojo, incluso si tuviera que sacrificar mi vida, me mantendría firme en mi testimonio por Dios y enmendaría mi transgresión pasada.

Poco después, la iglesia enfrentó otros arrestos masivos y dispuso que me encargara del trabajo posterior a los mismos. Durante las discusiones sobre varias tareas, participé activamente y me centré en actuar según los principios y dar lo mejor de mí para cumplir con mis responsabilidades. En el proceso de cumplir con mis deberes, siempre que se revelaba mi carácter corrupto, buscaba activamente la verdad para enmendarlo. También practicaba escribiendo artículos de testimonio vivencial. Decidí de corazón que, incluso si mi futuro no tuviera un buen desenlace o destino, seguiría esforzándome por cumplir con mis deberes y perseguir la verdad con sinceridad, dándole un poco de consuelo al corazón de Dios.

Estos años he estado viviendo en un estado de depresión. Aunque sentía remordimiento y me odiaba a mí mismo, nunca buscaba la verdad para abordar mis problemas. Esto hizo que mi vida no progresara en los últimos años y que me perdiera muchas oportunidades de ganar la verdad. A través de la guía de las palabras de Dios, aclaré mis malentendidos, derribé mis barreras con Dios y me liberé de las ataduras y limitaciones de mi transgresión, lo que me permitió cumplir con mis deberes y perseguir la verdad con normalidad. Le estoy verdaderamente agradecido a Dios desde lo más profundo de mi corazón.

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