Un despertar tras ser tratada
A fines de 2020, asumí la responsabilidad de regar a los recién llegados a la iglesia. Al principio, no había muchos, así que, cuando enfrentaban cualquier problema, me esforzaba por ayudarlos a resolverlos en cuanto hablaban conmigo. Cuando en verdad no podía resolver algo, buscaba a la líder. Me preocupaba que si no se regaba bien a los nuevos creyentes, ellos no podrían permanecer firmes. Después, cada vez hubo más nuevos miembros, por lo que la líder asignó a dos hermanas para que trabajaran conmigo, y a cada una de nosotras se nos asignó un determinado número de nuevos miembros para regar. A veces, algunos recién llegados hablaron conmigo de algunos problemas. Veía que eran responsabilidad de las otras hermanas, y pensé que mi tiempo era limitado. Si los ayudaba, ¿no entorpecería eso el riego a los nuevos creyentes de los que era responsable? Ya que esas hermanas eran responsables de ellos, deberían asumir sus problemas. No era mi problema. Por eso, no compartí enseñanza con aquellos recién llegados. Cuando lo hacía, era superficial, solo lo hacía por inercia. Unos días después supe que algunos de ellos no habían asistido a reuniones en toda la semana porque no habían sido agregados a un grupo, y algunos no asistían a reuniones porque sus nociones no habían sido corregidas a través de la enseñanza. Me alteré al oír esto. Me di cuenta de que esto sucedió porque yo había sido irresponsable y no me había ocupado de ellos, pero no hice introspección ni intenté entender mi problema. Pronto, algunos nuevos creyentes que eran responsabilidad de las dos hermanas estaban un poco negativos debido a algunas dificultades en sus vidas, y dejaron de asistir a reuniones. Como yo los conocía un poco más, la líder me pidió que los ayudara. Yo no quería hacerlo. Las otras hermanas eran responsables por esos nuevos creyentes ahora, y el tiempo que pasara apoyándolos impactaría en los resultados de mi trabajo. Cuando más lo pensaba, más sentía que estaba en desventaja, y buscaba excusas para negarme. Dije que estaba demasiado ocupada como para regar a más recién llegados.
Después, la líder supervisó el progreso de nuestro trabajo y nos preguntó por los recién llegados no habían sido agregados a los grupos, y por qué muchos de ellos no asistían a reuniones. Quería saber la razón. Con confianza, dije: “He hablado de esto con las otras hermanas, pero no han lidiado con esto de modo oportuno”. Entonces la líder me preguntó: “¿Es solo responsabilidad de ellas, y no tiene nada que ver contigo?”. Yo seguía justificándome las cosas: No había hecho nada malo, había asumido todas mis responsabilidades y les había pasado esos recién llegados a las dos hermanas. No era parte de mi responsabilidad. Era perfectamente razonable que yo no me preocupara por ellos. La líder me criticó por ser egoísta y por solo ocuparme de mi propio trabajo en mi deber. Había problemas con el trabajo de las otras hermanas, pero no me ocupé de ellos cuando los noté, lo que generó que muchos nuevos creyentes no asistieran a reuniones. Eso fue irresponsable. Me hizo pausar mi deber por un tiempo para que reflexionara sobre mis problemas personales. En el momento, quedé sorprendida. En ese momento, no podía aceptarlo. ¿Era la única responsable de que los recién llegados no asistieran a reuniones? Las otras hermanas eran responsables de regarlos en esa época. No debería ser yo la única a la que responsabilizaran. Sin un deber que cumplir, estaba abatida, y no podía evitar llorar. Durante unos días, estuve abatida, como si me hubieran clavado una daga en el corazón. Seguí orando, clamando a Dios y haciendo introspección.
En mi búsqueda, leí este pasaje de las palabras de Dios: “Independientemente de lo que pienses, no practicas la verdad, no tienes lealtad y siempre se ven implicadas tus propias consideraciones personales, y siempre albergas tus propios pensamientos e ideas. Dios observa estas cosas, Dios las sabe, ¿acaso creías que Dios no las sabe? Eres muy estúpido. Y si no te arrepientes inmediatamente, perderás la obra de Dios. ¿Por qué la perderás? Porque Dios estudia lo más íntimo del ser de las personas. Él ve, con absoluta claridad, todos los trucos y argucias que tienen, y sabe que su corazón está amurallado contra Él, que no tienen un solo corazón con Él. ¿Cuáles son las principales cosas que apartan a Dios de su corazón? Sus pensamientos, sus intereses y su orgullo, y sus propias pequeñas estratagemas. Cuando en el corazón de las personas existen cosas que las separan de Dios, y están constantemente preocupadas por tales cosas, siempre con argucias, eso supone un problema. Si tienes escaso calibre y poca experiencia, pero estás dispuesto a buscar la verdad, si tienes siempre un solo corazón con Dios, si te dedicas por completo a aquello que Dios te confía, sin caer en trucos mezquinos, entonces Dios lo verá. Si en tu corazón hay un muro contra Dios, si siempre albergas planes mezquinos, siempre vives para tus propios intereses y tu orgullo, siempre estás calculando tales cosas en tu corazón y estás poseído por ellas, entonces Dios no estará complacido contigo, y Él no te esclarecerá, iluminará o te prestará atención, y tu corazón se oscurecerá cada vez más, lo que significa que cuando cumplas con tu deber o hagas algo, lo harás mal y no servirá casi para nada. Esto se debe a que eres muy egoísta y vil, siempre estás maquinando por tu propio interés y no eres sincero con Dios, se debe a que te atreves a ser astuto y tratas de engañar a Dios, y no solo no aceptas la verdad, sino que eres huidizo en el cumplimiento de tu deber, algo que realmente no supone esforzarse por Dios. Cuando no pones tu corazón en el cumplimiento de tu deber, y simplemente haces algún esfuerzo simbólico, utilizando esto como una oportunidad para obtener más beneficios, para conseguir estatus y reputación para ti mismo, y si no aceptas y obedeces cuando eres podado y tratado, es muy probable que ofendas el carácter de Dios. Dios mira el ser más íntimo del hombre: si no te arrepientes, estarás en peligro y probablemente serás descartado por Dios, en cuyo caso nunca más tendrás la oportunidad de recibir Su aprobación” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Lo más importante al creer en Dios es poner en práctica la verdad). Las palabras de Dios revelaban mi verdadero estado. En mi deber, era calculadora con Dios, tramaba planes según mis propios intereses. Era perfectamente feliz trabajando en cualquier cosa que me beneficiara, pero, si no, no le prestaba atención. Me concentraba de verdad en los nuevos creyentes a los que era responsable de regar, temía que abandonaran si no los regaba bien, pero no les prestaba atención a aquellos que no eran mi responsabilidad. Creía que como habían sido transferidos a las otras hermanas, si no se los regaba bien y había problemas, no tendría nada que ver conmigo, por lo que no debía asumir la responsabilidad, y no afectaría a mis intereses. Cuando esos nuevos creyentes me buscaron para hablar sobre sus problemas, al ver que no estaban a mi cargo, no quise compartir enseñanza con ellos. Cuando sí les di un poco de ayuda, solo lo hice por inercia. La líder vio que no asistían a reuniones con normalidad y me pidió que los apoyara, pero yo hallé excusas para no hacerlo. No pensaba en cómo regar bien a los recién llegados para que pudieran afianzarse en el camino verdadero lo antes posible. Pensaba en mis propios intereses, pero no consideraba la voluntad de Dios para nada. ¡Era muy vil y egoísta! Tracé con mucha claridad los límites de nuestros trabajos, de nuestras responsabilidades. Pensaba que era totalmente razonable que no prestara atención a nada que no fuera mi responsabilidad, y los problemas no eran asunto mío. Era como una incrédula que trabajaba para un jefe, como si se me pagara según el trabajo que hiciera. Solo pensaba en mis propios intereses y no quería hacer nada más. No estaba dispuesta a esforzarme en lo más mínimo. ¿Acaso eso era cumplir mi deber? Solo era una hacedora de servicio. Esa actitud mía en verdad desagradaba a Dios. Algunos recién llegados no podrían hallar un grupo de reunión y parecían muy ansiosos, como niños pequeños que estuvieran perdidos. Me buscaron, y yo debería haberlos ayudado a encontrar un grupo al que unirse, debería haber hablado con ellos sobre sus problemas. En cambio, de un modo egoísta, estaba muy ocupada con mis propias tareas y los ignoré, por lo que esos recién llegados no asistieron a reuniones. Este pensamiento me llenó de remordimiento y culpa, sentía que carecía de humanidad. Que me podaran y trataran conmigo, y que pausaran mi deber era la justicia de Dios.
Después vi un video testimonial que citaba un pasaje de las palabras de Dios que me ayudó a entenderme. “Los anticristos no tienen conciencia, razón o humanidad. No solo no tienen ninguna vergüenza, sino que también alcanzan otra marca distintiva: su egoísmo y vileza son poco comunes. El sentido literal de su ‘egoísmo y vileza’ no es difícil de captar. Están ciegos a todo lo que no sean sus propios intereses. Cualquier cosa que tenga que ver con sus propios intereses recibe su máxima atención y sufren por ello, pagan un precio, están absorbidos por sus asuntos y solo se dedican a ellos. Todo aquello que no tenga relación con sus propios intereses lo ignoran y no lo tienen en cuenta. Los demás pueden hacer lo que quieran, a los anticristos les da igual que alguien sea conflictivo o perturbador, consideran que esto no tiene nada que ver con ellos. Dicho con tacto, se ocupan de sus propios asuntos. Pero es más acertado decir que este tipo de personas son viles, sórdidas, miserables. Las definimos como ‘egoístas y viles’. […] Independientemente del trabajo que lleven a cabo, las personas que son del tipo de un anticristo no consideran para nada los intereses de la casa de Dios. Solo consideran si los suyos propios van a verse afectados, solo piensan en ese poquito de trabajo frente a ellos que los beneficia. Para ellos, la obra principal de la iglesia solo es algo que hacen en su tiempo libre. No se la toman en serio para nada. Simplemente hacen un esfuerzo superficial, solo hacen lo que les gusta y solo trabajan para mantener su posición y su poder. A sus ojos, toda labor dispuesta por la casa de Dios, la labor de difundir el evangelio y la entrada en la vida del pueblo escogido de Dios no son importantes. No importa qué dificultades tengan otras personas en su trabajo, qué cuestiones hayan identificado o les hayan informado, o lo sinceras que sean sus palabras, los anticristos no prestan atención, no se involucran, es como si no tuviera nada que ver con ellos. Los asuntos de la iglesia les resultan totalmente indiferentes, por importantes que sean. Incluso cuando tienen el problema delante, solo lo abordan de manera superficial. Solo cuando lo alto trata con ellos directamente y se les ordena que resuelvan un problema, hacen a regañadientes un poco de trabajo real y le muestran algo a lo alto. Poco después, siguen con sus propios asuntos. Con respecto al trabajo de la iglesia, a las cosas importantes en el contexto más amplio, no están interesados, se muestran ajenos. Incluso ignoran los problemas que descubren, y dan respuestas superficiales o utilizan palabrería para quitarte de encima cuando se les pregunta por los problemas, y solo los abordan con gran reticencia. ¿Acaso no es esto la manifestación del egoísmo y la vileza?” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Digresión cuatro: Resumen de la naturaleza humana de los anticristos y de la esencia de su carácter (I)). Este pasaje de las palabras de Dios me llegó justo al corazón. Yo actuaba como un anticristo, era muy egoísta y vil, solo pensaba en mis propios intereses en todo lo que hacía. Cuando un recién llegado no asistía a reuniones, si afectaba mis propios resultados, sin importar el precio que yo tuviera que pagar o cuánto debiera esforzarme, me alegraba regarlo y apoyarlo, y nunca me agotaba. Pero cuando vi que los nuevos creyentes que eran responsabilidad de las otras hermanas no podían hallar grupos de reunión, podría haberlo resuelto con tan solo mover un dedo, pero no lo hice. Me di cuenta de que estaba profundamente corrompida por Satanás. “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, “Que cada quien se ocupe de lo suyo”, y “No muevas un dedo si no hay recompensa” eran venenos satánicos que obedecía. Era egoísta, vil y muy calculadora. Esos nuevos creyentes recién habían aceptado la obra de Dios de los últimos días, y enfrentaban todo tipo de tentaciones. No tenían quien los apoyara ni reuniones a las que asistir. Satanás podía tomarlos en cualquier momento. Regar bien a los recién llegados es un trabajo importante en la casa de Dios. No es fácil para nadie presentarse ante Dios. No sabemos cuánto se esfuerza Dios solo por salvar a una persona. Alguien con conciencia y humanidad se preocupa cuando ve que los recién llegados no asisten a reuniones. Piensa en cómo apoyarlos junto con otros, compartiendo la forma de pensar y sentir, para que puedan comprender la verdad y afianzarse en el camino verdadero lo antes posible. Pero yo antepuse mis propios intereses, y no me importó que los recién llegados no asistieran a reuniones con normalidad. No estaba dispuesta a hacerme algo de tiempo para ayudarlos. ¿Acaso mostraba algo de consideración por la voluntad de Dios? Me criticaron, pero aún no me conocía, y rehuí de mis responsabilidades impetuosamente. Luego me di cuenta de que no tenía conciencia, era en verdad fría y despiadada. Pensé que era inteligente si solo me encargaba de mis propias responsabilidades, me aseguraba de mis propios resultados, y así no sería destituida. Qué absurda. Dios mira las intenciones de la gente en sus acciones, si de verdad se esfuerza por Él, si defiende la obra de la iglesia y piensa en la voluntad de Dios, no si solo mira sus resultados superficiales. Si siempre proteges tus intereses personales en tu deber, aunque sufras y pagues un precio, si tu carácter corrupto no cambia, al final serás revelado y descartado por Dios, No comprendía la voluntad ni el carácter de Dios. Para protegerme, hacía trampas y solo me preocupaba por mi propio trabajo, y así retrasaba y dañaba a estos nuevos creyentes. Mis pequeños cálculos e intenciones viles no podían escapar al escrutinio de Dios. Al final, no me protegí, sino que fui revelada y destituida. El carácter justo de Dios caía sobre mí, yo estaba cosechando lo que había sembrado. Estaba llena de remordimiento y me odiaba por ser tan egoísta. Oré a Dios: “Dios Todopoderoso, solo pienso en mis intereses personales al actuar, lo que llevó a que los nuevos creyentes no asistieran a reuniones. No tengo nada de humanidad y merezco un castigo. Mi destitución fue Tu justicia e incluso más, fue Tu amor. Quiero arrepentirme ante Ti y apoyar y ayudar a estos nuevos creyentes para que vivan una vida de iglesia lo antes posible”.
Después, trabajé con las dos hermanas para apoyar a los recién llegados que no asistían a reuniones. Supimos que algunos de ellos tenían dificultades en sus vidas, y los ayudamos enseñándoles las palabras de Dios. Empezaron a mejorar mucho y querían participar en la vida de iglesia. Tras ser ayudados y apoyados con la enseñanza, algunos recién llegados quisieron volver a asistir a reuniones. Yo estaba muy feliz. También les dije a las hermanas con las que trabajaba que me avisaran de inmediato si un nuevo creyente no quería asistir a reuniones con normalidad o si dejaba de estar en contacto, para que yo pudiera regarlo y apoyarlo. Poner esto en práctica me dio más paz. Tras unos días, la líder dijo que podía volver a hacerme cargo de regar a los nuevos creyentes. No pude evitar llorar cuando me enteré. Había sido muy irresponsable con los hermanos y hermanas, muy egoísta, pero la iglesia me daba otra oportunidad para cumplir ese deber. ¡Agradecí sinceramente a Dios por Su misericordia!
Después leí esto en las palabras de Dios: “Cuando descubras un problema, averigua primero si puedes resolverlo tú mismo. Si puedes, encárgate del asunto y procura llevarlo hasta el final. Termínalo; cumple bien tu responsabilidad, de modo que puedas rendir cuentas ante Dios. Eso es cumplir con el deber, actuar y conducirse con los pies en tierra firme. Si no puedes resolver el problema, comunícalo a un líder y comprueba quién sería el adecuado para el trabajo. Primero debes cumplir con tu propia responsabilidad. Al hacerlo, estarás cumpliendo con tu deber y ocupando la posición adecuada. Si, habiendo encontrado un problema, no puedes resolverlo pero se lo comunicas a un líder, habrás cumplido con tu primera responsabilidad. Si crees que el asunto es un deber que debes cumplir y que estás a la altura, entonces debes buscar la ayuda de tus hermanos y hermanas. Comienza por comunicar sobre los principios y determinar su solución, y luego coopera en armonía con ellos para llevar el asunto a término. Esta es tu segunda responsabilidad. Si puedes asumir ambas responsabilidades, entonces eres un ser creado satisfactorio y estarás cumpliendo bien con tu deber. El deber del hombre no es más que estas dos cosas. Si puedes asumir todo lo que ves y puedes gestionar, y hacer bien tu deber, estarás alineado con la voluntad de Dios” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 4: Se enaltecen y dan testimonio de sí mismos). Las palabras de Dios son muy claras. En la casa de Dios, aunque todos tienen diferentes deberes y nuestras responsabilidades están divididas, hay diferentes trabajos, pero una sola familia. Tal vez algo no esté dentro de tus responsabilidades, pero si ves un problema, haz lo que deberías hacer. Piensa en cómo trabajar con los hermanos y hermanas para que no se afecte la obra de la iglesia. Si no puedes resolver algo sola, coopera con otros hermanos y hermanas, o habla sobre ello con un líder para defender la obra de la iglesia y cumplir tu deber. Si ves un problema, y no haces nada, no le prestas atención, solo eres una empleada, una hacedora de servicio, no un miembro de la familia de Dios. Cuando me di cuenta de eso, oré a Dios en mi corazón, lista para cumplir mi deber con solidez según las exigencias de Dios.
Recuerdo que una vez, una nueva creyente que había asistido a reuniones adecuadamente antes dejó de asistir, y no sabíamos por qué. No podíamos contactarla. Una noche, me escribió, de la nada, y me preguntó cómo estaba. Pensé que contactarla era muy difícil, por lo que debía aprovechar esta oportunidad para hablar con ella, ver si había tenido problemas. Pero luego pensé que estaba ocupada preparando el material para una reunión y tenía poco tiempo. Si usaba mi tiempo para apoyarla, retrasaría mi propio trabajo. Pensé en buscar a alguien más que hablara con ella, y, además, ella no era mi responsabilidad. Así tendría paz mental para hacer lo que debía hacer. Al pensar esto me di cuenta de que rehuir así era egoísta e irresponsable otra vez. Esta hermana había hecho el esfuerzo de contactarme, yo debería aprovechar la oportunidad para ayudarla y apoyarla. Por eso, hice una videollamada con ella. En nuestra charla, descubrí que su esposo se oponía a que ella asistiera a las reuniones. Se sentía limitada, y se había afectado su estado, por lo que dejó de asistir a reuniones. Hallé algunas palabras de Dios para enviarle que hablaban de su estado, y compartí enseñanza sobre la voluntad de Dios. También la alenté a ampararse en Dios para sobrellevar la situación. Leer las palabras de Dios la hizo sonreír, y ella expresó confianza para sobrellevar esto. También dijo que esas palabras de Dios eran justo lo que necesitaba y expresó su deseo de volver a las reuniones. Cuando dijo eso, me sentí feliz, pero también me reproché. Me reproché porque había considerado mis propios intereses. Casi había rehuido de mi responsabilidad, casi la había ignorado. La felicidad se debía a que había hecho lo mínimo que debía hacer: compartir las palabras de Dios con ella. Las palabras de Dios le habían dado confianza a esa hermana, una senda de práctica para liberarse de las restricciones de su esposo. Al fin había puesto en práctica la verdad, sentía un poco de paz interna. Después de eso, al enfrentar situaciones similares, tenía mucho mejor actitud. Dejé de calcular mis propias pérdidas y ganancias, y me esforcé todo lo que fui capaz. Que traten con nosotras es una buena oportunidad para que entremos en la vida. Gracias al trato, y a que comí y bebí las palabras de Dios, aprendí un poco sobre mí misma y empecé a cumplir mis responsabilidades. ¡Gracias a Dios!