Lo que ocultan la negatividad y la holgazanería en el deber
La líder me puso a cargo de unas reuniones de grupo. Con cierta práctica, logré comprender algunos principios y aprendí a discernir algunos estados que experimenta la gente. Sentía que ese deber me ayudaba a conocer muchas verdades y a progresar rápido. Sin embargo, luego la policía empezó a seguir a la diaconisa de asuntos generales y esta no podía tener contacto con los demás, así que la líder me mandó que me ocupara yo de los asuntos generales. En esa época detuvieron sucesivamente a varios hermanos y hermanas. Había que ocuparse de muchas cosas, como el transporte de libros, la búsqueda de nuevas casas de acogida para los hermanos y hermanas, y demás. Prácticamente me pasaba todos los días por ahí organizando todas estas cosas. Con el tiempo, no pude evitar sentirme un poco malhumorada e insatisfecha. Me parecía mero trabajo de campo y que, al pasarme todo el tiempo de aquí para allá, no podría alcanzar la verdad. De seguir así, ¿me salvaría? Empecé a ser reacia al trabajo en asuntos generales y ya no tenía ganas de hacerlo.
En bastantes ocasiones vi a hermanos y hermanas hablando en reuniones cuando llevaba cosas a las casas de acogida. Me sentía muy perjudicada y hasta tenía rencor hacia la líder. ¿Por qué me puso a cargo de los asuntos generales? Ellos compartían juntos la verdad, aprendían muchísimo y maduraban rápido, pero yo solo hacía recados; ¿cómo podría alcanzar la verdad? Sin la verdad, ni tendría vida ni podría salvarme. ¿No tenía las de perder? Cuanto más lo pensaba, más me disgustaba, y ya no tenía energía para mi deber. Una vez descubrí un riesgo de seguridad en casa de una hermana, y había que trasladar cuanto antes los libros que había allí a un lugar seguro. Me pregunté: “¿Por qué hay tantas tareas generales? Consumen tiempo y energía, pero yo no puedo alcanzar la verdad. ¿No estoy haciendo todo esto para nada?”. Así pensado, no quería hacerlo, pero la situación era urgente, por lo que tenía que ir a ayudar a trasladar los libros. Inesperadamente, nada más terminar allí, surgió algo en otra casa donde se guardaban libros. Mientras trasladaba estos libros, era, una vez más, el mismo proceso de organización y empaquetado y, tras un día entero de trabajo, me inundaban las quejas. Cuando volvía a casa arrastrándome de cansancio, la líder y el diácono de riego estaban en pleno debate de trabajo. La líder me preguntó: “¿No ibas a llevar a una hermana a una nueva casa de acogida? ¿Por qué tardaste todo el día?”. Me sentí muy ofendida con aquello. Todos ellos compartían juntos la verdad y los principios mientras yo estaba de aquí para allá. ¿Qué podía aprender ocupándome nada más que de los asuntos generales? Por más que hiciera, ¿no acabaría, a lo sumo, como hacedora de servicio? ¿No sería estupendo que pudiera quedarme allí leyendo las palabras de Dios, reuniéndome y hablando con todos, debatiendo el trabajo? Sería más fácil y podría alcanzar la verdad, con lo que en el futuro me salvaría. Conforme lo pensaba, más me enojaba, y me quedé deprimida y totalmente agotada. No dejaba de preocuparme por eso: ¿Por qué estaba a cargo de los asuntos generales? ¿Quería Dios que fuera una hacedora de servicio? De continuar así, ¿solo llegaría a ser buena para los recados? ¿Qué podría aprender?
Al día siguiente había que ocuparse de muchas tareas generales, y yo no pude reprimir mis quejas. La líder observó que no me hallaba en un buen estado y me advirtió que hiciera introspección y aprendiera de esto. Eso me supuso una cierta llamada de atención. En esa época en que gestionaba los asuntos generales, hacía el trabajo, pero en el fondo me sentía rebelde. Estaba descontenta porque quería elegir yo misma un deber. Llegué a pensar que Dios era injusto conmigo. Comprendí que me hallaba en un estado peligroso. No podía evitar ser tan reacia. Tenía que buscar la verdad y arrepentirme ante Dios.
Leí algo en las palabras de Dios. “Los principios que debes entender y las verdades que debes poner en práctica son idénticos independientemente del deber que estés cumpliendo. Ya sea que se te pida que seas un líder o un obrero, que cocines en tu papel de anfitrión, que te ocupes de algunos asuntos externos o hagas algún trabajo físico, los principios de la verdad que deben observarse al realizar esos diferentes deberes son los mismos, en tanto deben basarse en la verdad y en las palabras de Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se buscan los principios de la verdad es posible cumplir bien con el deber). “Muchos no tienen claro lo que significa salvarse. Algunas personas creen que, cuantos más años lleven creyendo en Dios, más probabilidades tienen de salvarse. Hay quienes piensan que, cuantas más doctrinas espirituales comprendan, más probabilidades tendrán de salvarse, y los hay que creen que, desde luego, los líderes y obreros se salvarán. Todas estas son nociones y fantasías humanas. La clave de esto es que la gente debe entender lo que significa la salvación. Salvarse significa, principalmente, librarse del pecado, librarse de la influencia de Satanás, y volverse a Dios y obedecerlo sinceramente. ¿Qué debéis tener para ser libres de pecado y de la influencia de Satanás? La verdad. Si la gente espera recibir la verdad, debe dotarse de muchas palabras de Dios, ser capaz de experimentarlas y practicarlas, para que pueda comprender la verdad y entrar en su realidad. Será entonces cuando podrá salvarse. No tiene nada que ver que uno pueda salvarse o no con cuánto tiempo lleve creyendo en Dios, con cuánto conocimiento tenga, con si posee dones o puntos fuertes, o con cuánto sufra. Lo único que guarda relación directa con la salvación es si una persona es capaz o no de recibir la verdad. Así pues, el día de hoy, ¿cuántas verdades has comprendido realmente? ¿Y cuántas palabras de Dios se han convertido en tu vida? De todas las exigencias de Dios, ¿en cuáles has logrado entrar? En tus años de fe en Dios, ¿cuánto has logrado entrar en la realidad de Su palabra? Si no lo sabes o no has logrado entrar en ninguna realidad de la palabra de Dios, francamente, no tienes esperanza de salvación. Es imposible que te salves” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Atesorar las palabras de Dios es la base de la fe en Dios). En las palabras de Dios descubrí que, trátese de la labor de riego o de los asuntos generales de la iglesia, estos son deberes que hay que cumplir. Dios espera que, mientras cumplamos con el deber, busquemos la verdad y tengamos cierta entrada en la vida. Aunque tengamos deberes distintos, los principios de la verdad que practicamos en ellos son los mismos. Todos exhibimos corrupción sea cual sea nuestro deber. Siempre que busquemos la verdad cuando exhibamos corrupción, nos arrepintamos y nos transformemos, podremos avanzar en la vida. Entonces podremos alcanzar la verdad y salvarnos. Sin embargo, si no aprendemos ninguna lección cuando surgen las cosas, o si lo que hacemos no guarda relación con la práctica de la verdad ni con la transformación del carácter, Dios lo considera trabajo y nosotros no alcanzaremos la verdad, y menos todavía Su salvación, pero yo creía erróneamente que no podría alcanzar la verdad ocupándome de los asuntos generales y que, por más que hiciera, sería, a lo sumo, una hacedora de servicio. Creía que, por ser líder o líder de grupo, enseñar la verdad, sustentar a otros, leer y hablar a diario de las palabras de Dios, enseguida avanzarías en la vida y podrías alcanzar la verdad y salvarte. ¿No era algo absurdo de mi parte? No en vano, alguien que realmente busca la verdad puede aprender de las cosas que afronte sea cual sea su deber y lograr avances prácticos reales. Es como en los videos de testimonios que he visto. Algunos hermanos y hermanas se ocupan de asuntos generales, pero son capaces de esforzarse por poner en práctica las palabras de Dios, por buscar la verdad y corregir la corrupción una vez revelada. Pueden transformarse tras una experiencia y compartir su propio testimonio real. Y hay líderes que suelen leer las palabras de Dios a otros y ayudarlos a resolver sus problemas, pero que, de hecho, no predican con el ejemplo, solo hablan de doctrinas y terminan siendo revelados y descartados. Esto pasa realmente, ¿verdad que sí? Dios no muestra favoritismo porque la gente cumpla deberes distintos. Los que no buscan la verdad son los que simplemente prestan servicio. Alguien que busque la verdad obtiene fruto de cualquier deber. Dios es justo y no favorece a nadie, pero yo estaba estancada en mis ideas desencaminadas y quería elegir yo misma un deber. Era reacia a ocuparme de los asuntos generales, no quería hacerlo. Llegué a tener rencor a la líder, molesta porque me asignara esa clase de trabajo. No buscaba la verdad. Exhibía corrupción, pero no hacía introspección ni la corregía. No obstante, era negativa y quejica y culpaba de todo a los demás. Creía que Dios me iba a tener haciendo servicio nada más. Lo malinterpretaba. Estaba en un entorno muy práctico, pero no aprendía ninguna lección. Me embargaban las quejas. ¡Qué irracional! De haber seguido así, sin alcanzar ninguna verdad, me habría convertido en una auténtica hacedora de servicio. Se me había presentado algo de trabajo en asuntos generales y no era capaz de aceptarlo de parte de Dios y someterme. No sabía solucionar mis propios problemas, menos todavía los de otros hermanos y hermanas, ¡y quería trabajar en riego en esa situación! ¿No es irracional? Rememoré unas palabras de Dios: “En última instancia, que las personas puedan alcanzar la salvación no depende del deber que cumplan, sino de si pueden comprender y obtener la verdad y de si son capaces de finalmente someterse a Dios por completo, de ponerse a merced de lo que Él disponga, no tener consideración hacia su propio futuro y destino, y convertirse en seres creados aptos. Dios es justo y santo y este es el estándar que usa para medir a toda la humanidad. Recuerda: este estándar es inmutable. Fíjalo en tu mente y no pienses en buscar otra senda para perseguir algo que no es real. Los requisitos y las pautas que Dios tiene para todos los que desean alcanzar la salvación son inalterables para siempre. Son los mismos seas quien seas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Al leer las palabras de Dios entendí que, tanto si uno se ocupa de los asuntos generales como si sirve como líder, la clave es que busque la verdad mientras lleva a cabo su deber. Los que se pueden salvar son aquellos capaces de buscar la verdad en el entorno dispuesto por Dios y de comprenderse a sí mismos, arrepentirse y transformarse. Al comprender esto se me iluminó el corazón.
Luego me puse a meditar de nuevo las cosas. ¿Por qué me alteré tanto y no quería trabajar cuando me asignaron los asuntos generales? Leí estas palabras de Dios: “Lo más triste acerca de cómo cree la humanidad en Dios es que el hombre lleva a cabo su propia gestión en medio de la obra de Dios y, sin embargo, no presta atención a la gestión de Dios. El fracaso más grande del hombre radica en cómo, al mismo tiempo que busca someterse a Dios y adorarlo, está construyendo su propio destino ideal y tramando cómo recibir la mayor bendición y el mejor destino. Incluso si alguien entiende lo lamentable, aborrecible y patético que es, ¿cuántos podrían abandonar fácilmente sus ideales y esperanzas? Y ¿quién es capaz de detener sus propios pasos y dejar de pensar únicamente en sí mismo? Dios necesita a quienes van a cooperar de cerca con Él para completar Su gestión. Necesita a quienes se someterán a Él a través de dedicar toda su mente y todo su cuerpo a la obra de Su gestión. Él no necesita a las personas que estiran las manos para suplicarle cada día y, mucho menos, a quienes dan un poco y después esperan ser recompensados. Dios desprecia a los que hacen una contribución insignificante y después se duermen en sus laureles. Aborrece a esas personas de sangre fría que se molestan con la obra de Su gestión y solo quieren hablar sobre ir al cielo y obtener bendiciones. Aborrece aún más a los que se aprovechan de la oportunidad presentada por la obra que Él hace al salvar a la humanidad. Eso es debido a que estas personas nunca se han preocupado por lo que Dios desea conseguir y adquirir por medio de la obra de Su gestión. Solo les interesa cómo pueden usar la oportunidad provista por la obra de Dios para obtener bendiciones. No les importa el corazón de Dios, pues lo único que les preocupa es su propio futuro y destino. Los que se molestan con la obra de gestión de Dios y no tienen el más mínimo interés en cómo Dios salva a la humanidad ni en Su voluntad, solo están haciendo lo que les place de una forma que está desconectada de la obra de gestión de Dios. Dios no recuerda su comportamiento ni lo aprueba, y ni mucho menos lo ve con buenos ojos” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice III: El hombre sólo puede salvarse en medio de la gestión de Dios). Las palabras de Dios revelaban mi estado. Era reacia a ocuparme de los asuntos generales porque no tenía la motivación correcta en el deber. Cumplía con él para poder ser bendecida y siempre calculaba las pérdidas y ganancias para mis adentros. Pagaba con ilusión cualquier precio cuando algo iba a beneficiarme, pero, en cuanto vi que me habían asignado los asuntos generales y que podría ser una simple hacedora de servicio, me pareció una gran pérdida. Ponía cara larga, refunfuñaba y, aunque trabajara un poco, estaba descontenta. Vivía de acuerdo con filosofías satánicas como “cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, “sal ganando siempre” y “no muevas un dedo si no hay recompensa”. Siempre primaba la “recompensa”, y hasta mis esfuerzos por Dios eran una transacción con Él. Desde un principio no pensaba en cómo cumplir bien con mi deber. Incluso en esas duras condiciones, lo primero que tenía en cuenta no era proteger a los hermanos, las hermanas y los bienes de la iglesia llevándolos cuanto antes a un lugar seguro, sino si valía la pena hacer ese trabajo, si sería beneficioso para mi destino. Vi cómo me había corrompido Satanás para que fuera así de egoísta y despreciable, sin conciencia ni razón. Era muy insensible; solo miraba por mí. Como miembro de la iglesia, fuera cual fuera el proyecto que hubiera que hacer, yo debería haber cooperado para proteger los intereses de la iglesia. Sin embargo, era una persona muy orientada a objetivos en todo lo que hacía. Creía que saldría perdiendo mucho si no recibía bendiciones tras tanto esfuerzo. Tenía la cabeza llena de ideas de cómo podría ser bendecida y salir ganando. La realidad me demostró que la motivación de mis años de esfuerzos en la fe era un mero deseo de bendiciones. Eso me recordó unas palabras de Dios: “Hasta los hombres que son bondadosos con otros son recompensados; sin embargo, Cristo, que ha hecho tal obra entre vosotros, no ha recibido ni el amor del hombre ni su recompensa y sumisión. ¿Acaso no es eso algo sumamente desgarrador?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Quienes son incompatibles con Cristo indudablemente se oponen a Dios). Frente a las palabras de Dios, me sentí aún más arrepentida y peor. Había comido y bebido mucho de la palabra de Dios y gozado de gran parte de Su gracia y Su bendición, pero jamás pensé en retribuirle Su amor cumpliendo bien con mi deber. Me centraba en la idea fija de recibir. Insaciable, pedía ayuda a Dios para recibir bendiciones, con el deseo de que me otorgara un buen destino. Cuando no lo lograba era displicente, y me embargaban las quejas cuando cumplía con el más mínimo deber. Se me habían insensibilizado mucho la conciencia y la razón, cosa muy hiriente para Dios. Al reflexionar sobre ello, me sentí más en deuda y más culpable. Me odié por ser tan carente de conciencia y humanidad.
Luego leí otra cosa en las palabras de Dios. “En la casa de Dios, cuando se dispone que hagas algo, ya sea que implique alguna penuria o trabajo extenuante, y sea que te agrade o no, es tu deber. Si puedes considerarlo una comisión y responsabilidad que Dios te ha dado, entonces eres relevante en Su obra de salvar al hombre. Y si lo que haces y el deber que cumples son relevantes para la obra de Dios de salvar al hombre, y puedes aceptar seria y sinceramente la comisión que Dios te ha dado, ¿cómo te considerará Él? Te considerará un miembro de Su familia. ¿Es eso una bendición o una maldición? (Una bendición). Es un gran bendición” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es el desempeño adecuado del deber?). Este pasaje me emocionó mucho. Siempre que alguien quiera cumplir con un deber, Dios le da una oportunidad. En la iglesia, todo trabajo tiene sentido, incluso aquellos aparentemente mediocres. Hay que aceptarlos todos y considerarlos un deber y una responsabilidad. Si procuras buscar la verdad en el deber y lo haces correctamente, en línea con lo exigido por Dios, tendrás la ocasión de salvarte. Si consideras tu deber un negocio, un capital a cambio de bendiciones o un boleto al reino de Dios, por mucho que te esfuerces, nunca entrarás en la verdad, pues son incorrectas tus ideas sobre la búsqueda y la senda por la que vas. La oportunidad de cumplir con un deber y de prestar servicio a la obra de Dios supone una exaltación por parte de Dios y una enorme bendición. Entonces, ¿cómo podía ser exigente respecto a mi deber? Debería haberlo aceptado y haberme sometido. Eso debería haber hecho como ser creado. Sin embargo, estaba ciega a las bendiciones que me rodeaban y no valoraba la oportunidad de buscar la verdad en este deber. Consideraba mi deber un esfuerzo, una baza para negociar con Dios. Además, malinterpretaba y culpaba a Dios. Estaba muy ciega. Consciente de esto, dejé de ser reacia a ocuparme de los asuntos generales. Me sentí verdaderamente feliz de aceptarlo y de cumplir bien con aquel deber.
Leí otro pasaje. “En el cumplimiento de su deber, la gente utiliza la búsqueda de la verdad para experimentar la obra de Dios, entender poco a poco y aceptar la verdad, y luego practicarla. Entonces alcanzan un estado en el que se deshacen de su carácter corrupto, se liberan de las ataduras y el control del carácter corrupto de Satanás, y así se convierten en alguien que tiene la realidad de la verdad y una humanidad normal. Solo cuando tengas una humanidad normal, tu cumplimiento del deber y tus acciones resultarán edificantes para la gente y satisfactorios para Dios. Y solo cuando las personas sean alabadas por Dios por el cumplimiento de su deber, podrán ser criaturas aceptadas por Él. Así pues, en cuanto al cumplimiento de vuestro deber, si bien lo que actualmente dedicáis y aportáis con devoción son las diversas capacidades, el aprendizaje y conocimiento que habéis adquirido, estos son precisamente los que proveen el canal a través del cual podéis entender la verdad mientras cumplís con vuestro deber, y saber qué es cumplir con el deber, qué es presentarse ante Dios, qué es esforzarse sinceramente por Él. A través de este canal, aprenderéis a desechar vuestro carácter corrupto, y a renunciar a vosotros mismos, a no ser arrogantes y santurrones, y a obedecer la verdad y a Dios. Solo así podréis alcanzar la salvación” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Para ganar la verdad, uno debe aprender de las personas, los asuntos y las cosas cercanas). Con las palabras de Dios aprendí que cumplir con un deber es la senda que lleva a la transformación del carácter y a alcanzar la verdad. No tiene que ver con recibir bendiciones ni beneficios. Hagas lo que hagas, la única senda correcta es la de buscar la verdad y centrarte en la transformación del carácter. No aprendía nada trabajando en asuntos generales porque no buscaba la verdad ni me esforzaba por entrar en la vida. Eso no tenía nada que ver con el deber que cumplía. Creía que trabajar en asuntos generales era un simple esfuerzo. Cuando exhibía corrupción, no me centraba en buscar la verdad y corregirla. Estaba apática y holgazaneaba en el deber y, aunque hacía el trabajo, no aprendía nada y mi carácter nunca se transformó en absoluto. De haber seguido así, es imposible que hubiera llegado a salvarme. Esto que comprendí me aportó una senda de práctica. Se tratara de los asuntos generales o del riego y sustento a los hermanos y hermanas, no podía continuar considerándolo una tarea. Tenía que centrarme en orar y en buscar los principios de la verdad y, cuando exhibiera corrupción, tenía que hacer introspección y buscar la verdad para corregirla. Después de practicar de este modo durante un tiempo, sin darme cuenta, me comprendí mejor a mí misma y logré una comprensión más práctica de la verdad.
Me acuerdo de una hermana que siempre solía pedirme que me uniera a lo que ella estuviera planeando. Incluso me pedía ayuda en cosas sencillas que podía hacer ella sola. La siguiente vez que me preguntó, enmendé mi actitud y no me resistí por tener mucho trabajo. Mientras colaborábamos, observé que ella no llevaba una carga real en el deber y que codiciaba las comodidades. Quise señalárselo, pero temía que creyera que era difícil llevarse bien conmigo, así que tuve en consideración su carne. Supuse que tal vez iba a tensar la cuerda; no se lo comenté ni lo hablé con ella. Luego, tras leer las palabras de Dios y hacer introspección, me di cuenta de que estaba siendo complaciente. Parecía considerada y comprensiva, pero en realidad tenía una motivación: darle buena impresión. Eso no sería beneficioso para su vida y haría que siempre dependiera de mí. En ese punto me sinceré con ella y le hablé de mi corrupción, y también le comenté sus problemas. Luego hizo algunos cambios: se volvió más activa en el deber y menos dependiente de mí. Estas experiencias me enseñaron que se puede conocer la verdad y entrar sin importar qué clase de deber cumplas. En verdad, Dios no muestra favoritismo hacia nadie. También comprendí que, sea cual sea mi trabajo o la situación que afronte, lo importante es que sea capaz de buscar la verdad y de ponerla en práctica.
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