La amargura de ser complaciente
El año pasado, el hermano Gabriel, con quien yo viajaba predicando el evangelio, fue destituido. Cuando le pregunté al respecto, me dijo que él no había estado haciendo un buen trabajo en el deber en los últimos años; que hizo las cosas a su manera y fue caprichoso, lo que perturbó seriamente el trabajo de la iglesia, y que por eso fue destituido. Me sentí mal por que él hubiera llegado a este punto, y al verlo que se sentía terrible y muy arrepentido. Recordé nuestro trabajo juntos: yo había notado que él salía del paso y hacía las cosas a su manera. Quise hacérselo notar para ayudarlo a reflexionar y que lograra conocerse a sí mismo, pero cuando estaba a punto de abrir la boca, dudaba. Supuse: “El líder sin duda lo ha expuesto y ha tratado con él lo suficiente cuando lo destituyó, así que ya debe sentirse bastante mal. Si yo también le digo algo, ¿no será echarle sal a la herida? ¿Él no pensará que me falta empatía? Además, los problemas que yo noté, el líder ya debió habérselos mencionado, así que solo lo consolaré”. Así pues, le dije, “Estoy seguro de que has obtenido mucha experiencia en estos años viajando y compartiendo el evangelio, o que al menos tienes mucho conocimiento. Muchos hermanos y hermanas de esta iglesia son nuevos creyentes que se unieron en los últimos años; no tienen mucha experiencia en la difusión del evangelio. Tú serás capaz de ayudar a todos cuando vuelvas a casa”. Para mi sorpresa, su respuesta fue: “Hermano, escucharte decir eso me perturba. Creí que me señalarías mis problemas y me ayudarías para que pudiera hacer introspección y conocerme mejor; eso habría sido beneficioso para mi vida. Pero en vez de eso tú me elogias, aun cuando me he hundido tanto, con lo que me haces creer que mi destitución no es tan importante y que soy más capaz que los demás. ¡Estás siendo un agradador, actúas como un lacayo de Satanás, empujándome más hacia el infierno! Esas palabras amables no son edificantes para las personas, así que ya no hables así. Eso no es amor, sino que en verdad es dañino y destructivo”. Me sentí muy avergonzado al oír al hermano decir eso, y solo quería encontrar un hueco dónde esconderme. Sabía muy bien que el carácter corrupto de Gabriel no se había transformado mucho a pesar de sus años de fe, y que jamás había logrado resultados evidentes en su deber y eso era peligroso. Yo no solo no le señalaba sus problemas y lo ayudaba, sino que solo decía cosas amables. Era un farsante, amable y halagador de una forma muy mundana. ¿Eso no era jugar con él y engañarlo? La actual destitución de Gabriel era una gran oportunidad para que él reflexionara y se conociera mejor a sí mismo. Si él podía buscar la verdad, hacer introspección y arrepentirse realmente, este fracaso podría ser un punto crucial en su fe. Pero yo era un obstáculo, lanzando tonterías nada sinceras para jugar con él, perturbarlo y confundirlo. Era un lacayo de Satanás. Dios hace su mayor esfuerzo por salvar a las personas, mientras que Satanás trama y maquina para perturbar y obstaculizar a la gente y arrastrarla hacia el infierno. Ese disparate mío solo estaba lastimando a mi hermano. Sentí un gran temor al pensarlo, así que busqué algunas palabras de Dios para leer y, con ellas, comencé a reflexionar y a conocer mi problema.
Vi que la palabra de Dios dice: “Si tienes buena relación con un hermano o hermana y te pide que le señales lo que le pasa, ¿cómo debes hacerlo? Esto tiene que ver con cómo te plantees el asunto. ¿Se basa tu enfoque en los principios verdad o utilizas filosofías para lidiar con el mundo? Si ves claro que tiene un problema, pero no se lo comentas directamente para evitar dañar la relación, e incluso te excusas diciendo: ‘Ahora mi estatura es pequeña y no tengo un entendimiento profundo de tus problemas. Cuando lo tenga, te lo diré’, ¿cuál es el problema? Esto está relacionado con una filosofía para lidiar con el mundo. ¿Acaso no es esto tratar de engañar a los demás? Debes hablar de cuanto puedas ver claramente; y si algo no te resulta evidente, menciónalo. En eso consiste decir lo que hay en tu corazón. Si tienes ciertos pensamientos y algunas cosas te resultan evidentes, pero te da miedo ofender a la persona, te aterra herir sus sentimientos, y por eso eliges no decir nada, eso es entonces vivir según una filosofía para lidiar con el mundo. Si descubres que alguien tiene un problema o se ha desviado, aunque no puedas ayudarle con amor, al menos debes señalarle el problema para que pueda reflexionar sobre él. Si lo ignoras, ¿acaso no le estás haciendo daño?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo con la búsqueda de la verdad se pueden corregir las nociones y los malentendidos propios acerca de Dios). Y está este pasaje sobre la gente maliciosa: “Porque no estima las cosas positivas, ni anhela la luz ni ama el camino de Dios ni la verdad. Le gusta seguir las tendencias mundanales, está enamorada del prestigio, del beneficio y de la posición y adora todo ello, le encanta sobresalir de la multitud, y reverencia a los grandes y famosos, pero, en realidad, venera a los demonios y a Satanás. A lo que aspira en el corazón no es la verdad ni las cosas positivas; por el contrario, exalta el conocimiento. […] Estas personas emplean las filosofías de Satanás, su lógica, utilizan cada uno de sus ardides y tretas, en cada situación, para aprovecharse de la confianza personal de los demás y engañarlos, y hacer que las adoren y las sigan. Quienes creen en Dios no deberían recorrer esta senda; no solo no se salvarán, sino que también se encontrarán con el castigo de Dios: no puede caber la menor duda de esto” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. No es posible salvarse por creer en la religión ni participar en ceremonias religiosas). Las palabras de Dios expusieron por completo la verdad sobre mi intención y mi corrupción. Tenía claros los problemas de Gabriel: había sido descuidado en el deber y no ponía el corazón en él. No era tenaz ni tenía principios en su trabajo. Hacía lo que quería, y había perturbado el trabajo de la iglesia. Yo había sido complaciente y temía ofenderlo, por eso jamás le señalaba estas cosas. Ahora que lo habían destituido y se sinceraba conmigo en comunión sobre sus errores, yo debí haberle hablado sobre sus problemas y compartirle la voluntad de Dios para ayudarlo a conocerse a sí mismo y arrepentirse ante Dios. Eso habría sido realmente amoroso, beneficioso y edificante para él. Pero yo era complaciente y decía un montón de tonterías falsas. ¿No estaba tratando de engañarlo para agradarle? Quise que sintiera que, al experimentar un fracaso, era el líder quien trataba con él y lo exponía, pero yo reconfortaba su corazón y lo consolaba. Así, él se sentiría agradecido y tendría una buena impresión de mí. Al interactuar con mi hermano, estaba usando las filosofías profanas de los incrédulos, como: “si pegas a otro, no le pegues en la cara; si increpas a alguien, no le llames la atención por sus defectos”, “di palabras de bien de acuerdo con los sentimientos y la razón de los demás, pues la franqueza incomoda”, “callar los errores de los amigos garantiza una amistad buena y duradera” y cosas así. Todas ellas son palabras maliciosas y mundanas para obedecer y no son más que filosofías satánicas. Las interacciones de los incrédulos siempre defienden el estilo mundano de Satanás, y sus palabras siempre son aduladoras e hipócritas. Fingen, ponen a prueba a los demás, usan engaños en todo lo que dicen y no pronuncian una sola palabra cierta o auténtica. Yo era un creyente de larga data que había comido y bebido mucho de la palabra de Dios, pero no podía decir una sola cosa que fuera cierta. En vez de eso, utilicé filosofías satánicas igual que un incrédulo, y fui un conducto para Satanás, volviéndome cada vez más evasivo y embustero. Era patético. Esto me recordó las palabras de Dios: “Si los creyentes son tan casuales y desenfrenados en sus palabras y su conducta como lo son los incrédulos, entonces son todavía más malvados que los incrédulos; son demonios arquetípicos” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Una advertencia a los que no practican la verdad). “Cuanto más estés en la presencia de Dios, más experiencias tendrás. Si sigues viviendo en el mundo como una bestia, profesando con la boca creer en Dios, pero con el corazón en otro lugar, y si sigues estudiando las filosofías mundanas para la vida, ¿no habrán sido en vano todas tus labores previas?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Sobre la experiencia). Pensé en mis años de fe: yo no había obtenido la verdad ni me había vuelto una persona simple y honesta, más bien seguía aferrado a las formas de vida mundanas. No era una persona que amara o aceptara la verdad. Me presenté ante Dios y oré, “Dios mío, ¡soy muy taimado! Quiero arrepentirme y dejar de obedecer filosofías mundanas satánicas”.
Tras esa experiencia y esa lección, pude ser más cuidadoso al interactuar con los demás, practiqué una forma de hablar que beneficiara a las personas, en lugar de esquivar los asuntos para ser complaciente. Pero como estaba tan profundamente corrompido por Satanás, cuando algo involucraba mis intereses personales, no podía evitar volver a ser complaciente.
En esa época, trabajaba con el hermano Hudson en videoproducción. Él tenía opiniones muy firmes y trabajaba mucho mejor que yo. Sentí que yo debía ser modesto para que él no tuviera la impresión de que yo era un arrogante que no sabía nada. Así que en el curso de nuestro deber, cuando nuestras opiniones diferían, yo intentaba apegarme a: “la armonía es un tesoro y la paciencia, una virtud” para evitar dañar nuestra relación y llevarme bien con él. A veces, yo veía errores en los videos que él hacía y le sugería que los corrigiera, pero él no creía que las cosas que yo mencionaba fueran problemas. Solo daba algunas excusas u opiniones personales. Aunque yo no estaba completamente de acuerdo con él, temía que una discusión más extensa nos llevara a un punto muerto o un altercado, y que todos me llamaran arrogante, santurrón y testarudo, así que dejaba de insistir. Trabajamos juntos de esa forma por algunos meses, pero cuando salían nuestros videos, siempre había problemas aquí y allá, y la mayoría de ellos eran los que yo había señalado desde el principio. En consecuencia, tuvimos que rehacer los videos. Hudson terminó siendo destituido por arrogante, santurrón y testarudo. Aunque los videos al final fueron terminados, yo no me sentía conforme ni en paz con ello. En cambio, me sentía incómodo y culpable. Siempre era complaciente en mi deber, mantenía una armonía superficial, temía ofender a otros, y no defendía los principios. No había cumplido con mi función como compañero de verdad y estaba obstaculizando el trabajo de video. Me sentía completamente fatal. Luego, la líder vino a hablar conmigo y me expuso, diciendo: “No has mantenido los principios verdad en el trabajo con tus hermanos y hermanas. Claramente sabías que la opinión de Hudson durante la producción estaba equivocada, pero aun así lo seguiste ciegamente para evitar conflictos y preservar tu imagen. Eso significó que los videos tuvieran que rehacerse y retrasó nuestro trabajo”. Y luego me dijo: “Tiendes a seguir la corriente. Necesitas buscar la verdad para resolver esto de inmediato”. Para mí fue difícil escuchar eso. Oré y reflexioné sobre el asunto unos días, y leí la palabra de Dios.
Vi que la palabra de Dios dice: “Según las apariencias, las palabras del anticristo parecen especialmente amables, cultas y distinguidas. Aquel que viola los principios, que interrumpe y perturba el trabajo de la iglesia, no es expuesto o criticado, da igual quién sea. El anticristo hace la vista gorda, deja que la gente piense que es magnánimo en todos los asuntos. Cada corrupción y acto malvado de la gente es recibido con caridad y tolerancia. No se enfadan o tienen estallidos de rabia, no se molestan ni culpan a la gente cuando esta hace algo mal y daña los intereses de la casa de Dios. No importa quién cometa la maldad y perturbe la obra de la iglesia, no le prestan atención, como si no tuviera nada que ver con ellos, y nunca ofenderán a la gente por este motivo. ¿Qué es lo que más les preocupa a los anticristos? Cuánta gente los admira y cuánta les ve sufrir y los tiene en alta consideración por ello. Los anticristos creen que el sufrimiento nunca debe ser por nada, sin importar la dificultad que sufran, el precio que paguen, qué buenas acciones hagan, cómo de cariñosos, considerados y amables sean con los demás, todo ello debe llevarse a cabo delante de otros, debe verlo más gente. ¿Y cuál es su objetivo al actuar así? Ganarse a las personas, hacer que más gente sienta admiración y aprobación hacia sus actos, hacia su comportamiento, hacia su personalidad. Existen incluso anticristos que intentan establecer una imagen de sí mismos como alguien bueno mediante este buen comportamiento de cara al exterior, de tal modo que más gente acuda a ellos en busca de ayuda. […] Sus acciones no inspiran simplemente veneración en los corazones de la gente, sino que hasta incluso les dedican un hueco en ellos. Los anticristos desean ocupar el lugar de Dios. A esto aspiran cuando hacen estas cosas. Evidentemente, sus acciones ya han dado frutos tempranos. En los corazones de esas personas que carecen de discernimiento, ahora tienen un lugar los anticristos, y ahora hay personas que los veneran y admiran, lo cual era precisamente el objetivo de estos anticristos” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (X)). Dios muestra que los anticristos son sumamente malvados y despreciables. Son buenos para demostrar amabilidad y decir cosas agradables para simular y cautivar los corazones de otros, y que así la gente piense que son los únicos tolerantes y comprensivos, de modo que los demás busquen su consuelo. Eso provoca que la gente se aleje cada vez más de Dios, y los anticristos toman Su lugar en su corazón. Yo era exactamente así. Los hermanos y hermanas tienen que señalarse las cosas y ayudarse entre sí en sus deberes, pero yo evitaba hacer cualquier cosa ofensiva solo para proteger mi reputación. Vi algunos problemas en los videos de Hudson, y sin embargo no defendí los principios verdad; solo seguía la corriente. Era complaciente y no practicaba la verdad. No quería que nadie pensara que era arrogante, sino tolerante, comprensivo, y que me importaban los sentimientos ajenos. Quería hacer felices a todas las personas con las que yo interactuaba, para agradarles y que tuvieran una buena impresión de mí. Para lograr mi vil propósito, ni siquiera cuidaba el trabajo de la iglesia en mi intento por mantener una imagen positiva. ¡Era muy egoísta! Por la revelación y el juicio de Dios, vi que siendo complaciente estaba en la senda de un anticristo. Me sentí muy culpable cuando me di cuenta. Continué haciendo introspección después de eso. Recordé que, en todo el tiempo que llevaba como creyente, siempre había puesto un rostro agradable ante los demás. Cuando veía a alguien que parecía benevolente, cultivado y refinado en sus actos y su forma de hablar, intentaba imitarlo y copiarlo. Quería parecer de trato más fácil y accesible para salvaguardar mi imagen en la mente de mis hermanos y hermanas. Apenas hablaba cuando veía problemas en otros o que revelaban un carácter corrupto, por miedo a avergonzarlos al exponerlos. Recuerdo que antes, cuando era diácono del evangelio, siempre me esforzaba en tener un bajo perfil y hablar con humildad. Cuando veía que otros eran descuidados y no tenían principios en su deber, me daba miedo que todos pensaran que era desconsiderado si lo mencionaba y que eso arruinara mi imagen de “buen tipo”. Así que, por un supuesto afecto, cuando intentaba ayudar a los demás, era cuidadoso con mis palabras, gentil e indirecto. Jamás exponía a alguien directamente ni le ayudaba a ver la seriedad de lo que había hecho. Solo les daba una pista indirecta. Cuando tenía que destituir a alguien, sentía que eso lo ofendería y ni siquiera sabía qué decir. Me esforzaba por que otros compartieran sus enseñanzas en vez de mí, y lo evitaba siempre que podía. De esa forma, hacía mi mayor esfuerzo para manejar y proteger mi estatus e imagen, y los hermanos y hermanas decían que yo jamás me daba aires y que era fácil llevarse bien conmigo. Incluso me recomendaron para una posición de líder, porque yo “tenía buena humanidad” y no oprimía a los demás. Me sentía muy satisfecho. Los anticristos usan buenas actitudes superficiales para confundir y atraer a las personas. ¿Acaso yo no albergaba la misma intención y objetivos en mi interior? Jamás había reflexionado sobre mi despreciable intención ni mi naturaleza corrupta, y sentía que no había nada de malo con ser complaciente. Podía ganarme la aprobación y el apoyo de los demás y hacer que la gente pensara bien de mí: creía que era una buena forma de vivir. Pero ahora veía que, al ser complaciente, me estaba estableciendo en el camino más oculto y encubierto para engañar a otros y atraerlos. ¡Iba por la senda de los anticristos!
Un día, leí un pasaje de las palabras de Dios en mi práctica devocional que de verdad me conmovió: “¿Cuál es la consecuencia cuando la gente siempre piensa en sus propios intereses, cuando siempre trata de proteger su orgullo y su vanidad, cuando revela un carácter corrupto, pero no busca la verdad para corregirlo? Que no tiene entrada en la vida, que carece de testimonio vivencial verdadero. Y esto es peligroso, ¿no? Si nunca practicas la verdad, si no tienes testimonio vivencial, quedarás en evidencia y descartado a su debido tiempo. ¿Qué utilidad tiene la gente sin testimonio vivencial en la casa de Dios? Está destinada a cumplir mal con cualquier deber y a ser incapaz de hacer nada correctamente. ¿No es simple basura? Si las personas nunca practican la verdad tras años de fe en Dios, son no creyentes, son malvadas. Si nunca practicas la verdad, y si tus transgresiones son cada vez más numerosas, tu fin está fijado. Es evidente que todas tus transgresiones, la senda equivocada por la que vas y tu negativa a arrepentirte conforman una multitud de malas acciones, por lo que tu final es que irás al infierno: serás castigado. ¿Os parece un asunto trivial? Si no se te ha castigado, no tienes ni idea de lo aterrador que es esto. Cuando llegue ese día en que te enfrentes realmente a la hecatombe y la muerte, será demasiado tarde para lamentarse. Si en tu fe en Dios no aceptas la verdad, y si crees en Dios desde hace años pero no se ha producido ninguna transformación en ti, la consecuencia final es que serás descartado y abandonado” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Siempre era un tipo agradable y no practicaba la verdad. Al cooperar con los demás, siempre era a expensas de los intereses de la iglesia que lograba el malvado objetivo de atraer a la gente y ganarme su corazón. Todo lo que hacía era malvado. Si seguía así, ¡terminaría descartado y castigado por Dios! Con las palabras de Dios, pude percibir Su carácter justo y que Él siente repulsión por aquellos que no practican la verdad. Quise arrepentirme de inmediato para buscar una senda de práctica y corregir mi carácter complaciente.
Leí que la palabra de Dios dice: “Cuando tu relación con Dios se haya vuelto normal, también tendrás relaciones normales con las personas. Para establecer una relación normal con Dios, todo debe construirse sobre el fundamento de las palabras de Dios, debes ser capaz de cumplir con tu deber de acuerdo con Sus palabras y lo que Él pide, debes poner tus puntos de vista en orden, y debes buscar la verdad en todas las cosas. Debes practicar la verdad cuando la entiendas, e independientemente de lo que te ocurra, debes orar a Dios y buscar con un corazón obediente a Dios. Practicando así, podrás mantener una relación normal con Dios. Al mismo tiempo que realizas tu deber correctamente, también debes asegurarte de no hacer nada que no beneficie a la entrada en la vida de los escogidos de Dios, y de no decir nada que no sea útil para los hermanos y hermanas. Como mínimo, no debes hacer nada que vaya en contra de tu conciencia y no debes hacer absolutamente nada que sea vergonzoso. En particular, no hagas nada en absoluto que se rebele o se resista a Dios, y no debes hacer nada que altere el trabajo o la vida de la iglesia. Sé justo y honorable en todo lo que hagas y asegúrate de que cada acción sea presentable delante de Dios. Aunque la carne pueda algunas veces ser débil, debes ser capaz de poner los intereses de la casa de Dios en primer lugar, sin ambición de obtener un beneficio personal, sin hacer nada egoísta o despreciable, reflexionando a menudo sobre ti mismo. Así, podrás vivir a menudo ante Dios, y tu relación con él se volverá completamente normal” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Cómo es tu relación con Dios?). “Para todos los que cumplen con un deber, da igual lo profundo o superficial que sea su entendimiento de la verdad, la manera más sencilla de practicar la entrada en la realidad verdad es pensar en los intereses de la casa de Dios en todo, y renunciar a los propios deseos egoístas, a las intenciones, motivos, orgullo y estatus personales. Poner los intereses de la casa de Dios en primer lugar; esto es lo menos que debéis hacer. Si una persona que lleva a cabo un deber ni siquiera puede hacer esto, entonces ¿cómo puede decir que está llevando a cabo su deber? Esto no es llevar a cabo el propio deber. Primero debes pensar en los intereses de la casa de Dios, tener en cuenta la voluntad de Dios y considerar la obra de la iglesia. Coloca estas cosas antes que nada; solo después de eso puedes pensar en la estabilidad de tu estatus o en cómo te consideran los demás. ¿No os parece que esto se vuelve un poco más fácil cuando lo dividís en dos pasos y hacéis algunas concesiones? Si practicáis de esta manera durante un tiempo, llegaréis a sentir que satisfacer a Dios no es algo tan difícil. Además, deberías ser capaz de cumplir con tus responsabilidades, llevar a cabo tus obligaciones y tu deber, dejar de lado tus deseos egoístas, intenciones y motivos. Debes tener consideración hacia la voluntad de Dios y poner primero los intereses de la casa de Dios, la obra de la iglesia y el deber que se supone que has de cumplir. Después de experimentar esto durante un tiempo, considerarás que esta es una buena forma de comportarte. Es vivir sin rodeos y honestamente, y no ser una persona vil y miserable; es vivir justa y honorablemente en vez de ser despreciable, vil y un inútil. Considerarás que así es como una persona debe actuar y la imagen por la que debe vivir” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando la propia corrupción). A partir de la lectura de la palabra de Dios, entendí que solo aquellos que buscan la verdad en todo y se posicionan del lado de Dios, quienes olvidan sus deseos personales y defienden la obra de la iglesia, están viviendo una semejanza humana y pueden llevar relaciones normales con los demás. Después de eso, comencé a practicar anteponer los intereses de la iglesia en cualquier situación, y traté de satisfacer la voluntad de Dios con mis palabras y mis actos. Después de hacer esto por un tiempo, vi que tenía muchas oportunidades de practicar la verdad en la vida diaria y en mi deber. Por ejemplo, en las reuniones, vi que algunas personas hablaban de palabras y doctrinas o que se salían del tema. O que alguien divagaba durante la comunión, con lo que prolongaba la duración de la reunión. Esto perjudicaba la vida en la iglesia, pero el líder del equipo no lo señalaba ni lo corregía. Al principio no quise decir nada, pero me sentí algo culpable: ¿por qué quería ser complaciente otra vez? Oré a Dios de inmediato, renunciando a mi intención errada. Casi al terminar la reunión mencioné los problemas que había visto y sugerí soluciones. Sentí que olvidarme de mí y defender la obra de la iglesia de esta manera me aportaba muchísima paz. Además, un hermano que conocía muy bien fue destituido. Me dijo que fue porque estuvo anhelando comodidades, era astuto y evasivo, e ineficiente en su deber. Al principio quise reconfortarlo y hacer que pensara bien de mí, pero luego me di cuenta de que esta vez tenía que practicar la verdad. Así que aquieté mi corazón y consideré lo que debía decir para ayudar a edificar a este hermano. Recordé nuestras interacciones previas. Su anhelo de comodidad había sido muy obvio en su deber. Sin cuidar mis palabras, le señalé los problemas de actitud que mostraba en el deber y le envié algunas palabras de Dios que eran relevantes. Me agradeció y dijo que al decirle todo eso lo había ayudado. Después de hacer eso me sentí muy tranquilo y muy en paz.
A través del juicio y la revelación de las palabras de Dios, vi que si continuaba viviendo según las filosofías mundanas de Satanás, solo me volvería más evasivo y taimado; quedaría por debajo del estándar mínimo de lo que significa ser humano, y acabaría lastimando a otros y a mí mismo. También aprendí que vivir según las palabras de Dios y comportarme de acuerdo con los principios verdad es la única forma de tener humanidad y ser de veras una buena persona.
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