Mi accidentada predicación del evangelio
Soy de Birmania. Acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días en 2019. Con la lectura de las palabras de Dios aprendí que Él realiza Su obra del juicio en los últimos días para salvar plenamente al hombre de la influencia de Satanás, con lo que nos introduce en un hermoso destino. Estoy muy agradecida por la salvación de Dios. Desde entonces, he estado difundiendo el evangelio en la iglesia. En una reunión, leímos un pasaje de las palabras de Dios: “Mi obra final es no solo para castigar al hombre, sino para ordenar el destino del hombre. Adicionalmente, es para que todas las personas reconozcan Mis hechos y acciones. Quiero que cada persona vea que todo lo que he hecho es lo correcto y que es una expresión de Mi carácter. No es la obra del hombre, ni mucho menos la naturaleza, lo que creó a la humanidad, sino que soy Yo el que nutre cada ser vivo de la creación. Sin Mi existencia, la humanidad solo puede morir y sufrir la invasión de las calamidades. Nadie podrá ver nunca más la belleza del sol y la luna o el mundo verde; la humanidad solo se enfrentará a la noche frígida y al valle inexorable de la sombra de la muerte. Yo soy la única salvación de la humanidad. Soy la única esperanza de la humanidad y, aún más, Yo soy Aquel sobre quien descansa la existencia de toda la humanidad. Sin Mí, la humanidad se detendrá de inmediato. Sin Mí, la humanidad sufrirá una catástrofe y será pisoteada por todo tipo de fantasmas, aunque nadie me presta atención. He realizado una obra que no puede ser realizada por nadie más, solo con la esperanza de que el hombre me retribuya con buenas acciones. Aunque pocos puedan haberme retribuido, de todos modos concluiré Mi viaje en el mundo humano y comenzaré con la obra que se desarrollará seguidamente, ya que Mi viaje entre los hombres durante todos estos años ha sido fructífero, y estoy muy satisfecho. No me importa el número de personas, sino más bien sus buenas acciones. En cualquier caso, espero que preparéis suficientes buenas obras para vuestro propio destino. Entonces Yo me sentiré satisfecho; de lo contrario, ninguno de vosotros puede escapar del desastre que os vendrá encima. El desastre se origina en Mí y, por supuesto, Yo lo orquesto. Si no podéis parecer buenos a Mis ojos, entonces no escaparéis de sufrir el desastre” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prepara suficientes buenas obras para tu destino). Me sentí sumamente motivada gracias a la lectura de las palabras de Dios. Como los desastres no paran de ir en aumento y muchos de los que anhelan la aparición de Dios no han oído Su voz ni aceptado Su salvación de los últimos días, yo estaba nerviosa y sentía cierto apremio. Por ello, oré para pedirle a Dios que me guiara para predicar Su evangelio de los últimos días a más gente.
A primeros de julio de 2022, fui a una aldea a predicar el evangelio con unos hermanos y hermanas. Habían denunciado y detenido a un hermano por predicar allí, y el jefe de la aldea les decía a los vecinos que no se les permitía ser religiosos cada vez que volvía de una reunión del condado. Si descubrían a algún creyente, le pondrían una gran multa, o incluso lo detendrían. Así nadie se atrevía a escuchar nuestra predicación. Querían que habláramos primero con el jefe de la aldea para que se atrevieran a investigarlo. Yo era forastera. Todos los que predicaban el evangelio conmigo eran de aldeas vecinas y no conocíamos al jefe. Los lugareños tampoco nos iban a llevar a verlo. No sabía cómo resolver estas dificultades y corríamos el peligro de ser denunciados y detenidos en cualquier momento. Oré para pedirle a Dios que nos mostrara el camino. Leímos un pasaje de Sus palabras en una reunión: “Debes creer que todo está en manos de Dios, y que la gente solo coopera. Si eres sincero, Dios lo percibirá y te ofrecerá una salida en cada situación. Ninguna dificultad es insuperable, esa es la fe que has de tener. Por tanto, cuando cumpláis con vuestros deberes, no hay necesidad de tener ningún recelo. Mientras lo des todo, de todo corazón, Dios no te pondrá en dificultades, ni te cargará con más de lo que puedas soportar” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. En la fe en Dios, lo principal es practicar y experimentar Sus palabras). Las palabras de Dios me dieron fe y fortaleza. Si podía conocer al jefe de la aldea como si me denunciaban y detenían, todo estaba exclusivamente en las manos de Dios. La expansión del evangelio es una orden de Dios, algo que Dios quiere que se cumpla. Aunque el Gobierno lo reprimiera y el jefe lo impidiera, no podrían frenar la expansión del evangelio del reino de Dios. No podrían impedir que las ovejas de Dios volvieran a Él. Mientras lo diéramos todo en nuestra labor, yo sabía que Dios nos mostraría el camino y nos abriría una senda. Una vez comprendida Su voluntad, todos teníamos confianza para ir a predicar el evangelio. Un hermano de una aldea vecina resultó ser familiar del jefe. Nos dijo que nos llevaría a verlo al día siguiente. Esa noche volvimos a la aldea y fuimos a predicar a unos lugareños de buena humanidad. Mientras hablábamos, aparecieron inesperadamente el jefe adjunto, el líder de sección y el tesorero de la aldea, que se fueron tras escuchar un rato. Un vecino advirtió: “Vinieron a ver si estaban predicando el evangelio. Debemos dejar de escuchar. Hablen primero con el jefe de la aldea, y escucharemos más si él accede”. No tuvimos más remedio que irnos. Ya en casa, me sentía bastante triste. El jefe adjunto sabía que predicábamos el evangelio. Si se interponía, los lugareños no estudiarían realmente el camino verdadero. Además, cuando detuvieron a ese hermano anteriormente, lo hicieron porque lo había denunciado el tesorero. Preocupada por si me detenían a mí, no quería ir a hablar con el jefe de la aldea. El supervisor se enteró de mi estado y me habló: “Ante ese tipo de situación, no podemos retroceder. Tenemos que aprovechar para hablar con el jefe de la aldea y predicarles el evangelio. Siempre que cumplamos con nuestras responsabilidades, acepten el evangelio o no, tendremos la conciencia tranquila”. Recordé entonces un pasaje de las palabras de Dios que ya había leído: “Al difundir el evangelio, la gente debe cumplir con su responsabilidad y tratar con seriedad a cada destinatario potencial del evangelio. Dios salva al hombre en la mayor medida posible, y la gente ha de estar atenta a Su voluntad, no debe ignorar descuidadamente a quien esté buscando e investigando el camino verdadero. […] Mientras estén dispuestos a investigar el camino verdadero y sean capaces de buscar la verdad, debes hacer todo lo que puedas para leerles más palabras de Dios y compartir más con ellos sobre la verdad, y para dar testimonio de la obra de Dios y resolver sus nociones y preguntas, de tal modo que puedas ganártelos y llevarlos ante Dios. Esto concuerda con los principios de la difusión del evangelio. Así pues, ¿cómo se los puede ganar? Si, al relacionarte con ella, determinas que la persona tiene buen calibre y buena humanidad, debes hacer todo lo posible por cumplir con tu responsabilidad; debes pagar cierto precio y utilizar ciertos métodos y medios, y no importa cuáles, siempre y cuando los emplees para ganarte a esa persona. En resumen, a fin de ganártela, debes cumplir con tu responsabilidad, usar el amor y hacer todo lo que esté a tu alcance. Debes hablar acerca de todas las verdades que comprendes y hacer todas las cosas que debes hacer. Aunque no te ganes a esta persona, te quedarás con la conciencia tranquila. Habrás hecho todo lo posible” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Difundir el evangelio es el deber al que están obligados por honor todos los creyentes). Las palabras de Dios nos dicen que, al predicar, hemos de cumplir nuestra responsabilidad para tener la conciencia tranquila. Si encaja con los principios la persona a la que vamos a predicar, debemos predicarle el evangelio de cualquier forma posible. A los lugareños les interesaba estudiar el camino verdadero. Solo por la opresión gubernamental, les asustaba ser multados o detenidos, y no nos escuchaban. Debía cumplir con mi responsabilidad y enseñarles más las palabras de Dios para resolver sus problemas y dificultades. Si el jefe de la aldea era una buena persona dispuesta a escuchar las palabras de Dios, yo debía intentarlo todo para predicarle. Eso sería cumplir de veras con mi responsabilidad, pero si no me atrevía a predicar por miedo a ser denunciada y detenida, estaría en deuda con Dios. Comprendida Su voluntad, tuve la confianza necesaria para hablar con el jefe y predicar a los lugareños.
Al día siguiente, el hermano nos llevó a casa del jefe. También estaban allí el jefe adjunto y el tesorero. Hablamos de cómo Dios lleva a cabo Sus tres etapas de la obra para salvar a la humanidad, y les dijimos que ya estamos en los últimos días y que Dios Todopoderoso es la venida del Salvador, que Él expresa verdades y realiza la obra del juicio para purificar y salvar al hombre, y de que hemos de aceptar Su juicio y purificación para que Dios nos proteja en los desastres y para que entremos en Su reino. El jefe de la aldea, intrigado, quería investigar. Tanto el jefe adjunto como el tesorero tuvieron, no obstante, una mala actitud. Dijeron: “Nosotros hacemos caso al Gobierno. Este no permite los credos religiosos, así que no podemos creer. Si no, nos detendrán”. Al verlos tan firmes en su posición, oré a Dios, se los encomendé y le pedí Su guía. Luego les leí un pasaje de las palabras de Dios Todopoderoso: “Quizá tu país hoy esté prosperando, pero si dejas que tu pueblo se aparte de Dios, entonces se verá cada vez más desprovisto de Sus bendiciones. La civilización de tu país se verá cada vez más pisoteada, y no pasará mucho tiempo antes de que las personas se levanten contra Dios y maldigan el cielo. Y, así, sin que el hombre lo sepa, se arruinará el destino de un país. Dios alzará países poderosos para ocuparse de aquellos países que Él ha maldecido y podría incluso borrarlos de la faz de la tierra. El surgimiento y la caída de un país o nación dependen de si sus gobernantes adoran a Dios y de si guían a su pueblo para que esté más cerca de Dios y lo adore” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice II: Dios preside el destino de toda la humanidad). Después les enseñé esto: “El Gobierno no permite tener fe actualmente, y hasta se opone a Dios. Ustedes le hacen caso y no se atreven a creer. ¿Quién puede salvar realmente a la gente, Dios o el Gobierno? La pandemia va cada vez a peor hoy día. Sean ricos o pobres, de posición más elevada o más baja, los seres humanos son insignificantes ante un desastre. Ninguna persona puede librarnos del poder de Satanás ni protegernos en los desastres. ¡Solo puede salvarnos Dios! Dios se ha hecho carne en los últimos días, cuando expresa verdades y obra para salvar al hombre. Es una oportunidad única en la vida. Todos ustedes están a cargo de esta aldea. Si no guían a los lugareños para que adoren a Dios, sino para que se opongan a Él, habrán malogrado el destino de todos”. El jefe de la aldea replicó: “Creo que el destino de la gente está en manos de Dios y quiero guiar a los lugareños para que crean en Él”. El tesorero señaló: “Sé que es bueno tener fe, pero el Gobierno nos detendrá si no nos sometemos a él. Tenemos las manos atadas”. Les leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Confiamos en que ningún país ni ningún poder puede interponerse en el camino de lo que Dios quiere lograr. Aquellos que obstruyen Su obra, se resisten a Su palabra e interrumpen y perjudican Su plan terminarán castigados por Él. El que resista la obra de Dios será enviado al infierno; cualquier país que se resista a la obra de Dios, será destruido; cualquier nación que se levante para oponerse a la obra de Dios será barrida de esta tierra y dejará de existir. Insto a las personas de todas las naciones, de todos los países e incluso de todas las industrias a escuchar la voz de Dios, contemplar Su obra y prestar atención al destino de la humanidad, con el fin de hacer que Dios sea el más santo, el más honorable, el superior y el único objeto de adoración entre la humanidad, y permitir así a toda la humanidad vivir bajo la bendición de Dios, así como los descendientes de Abraham vivieron bajo la promesa de Jehová, y como Adán y Eva, a quienes Dios creó primero, vivieron en el jardín del Edén” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice II: Dios preside el destino de toda la humanidad). Enseñé lo siguiente: “El carácter de Dios no tolera ofensa humana. Él castigará a todos aquellos que se opongan a Su obra. Ese es el carácter justo de Dios y nadie puede librarse de él. Los desastres continúan en aumento. Ese es el recordatorio, la advertencia y el castigo de Dios a la humanidad. Pensemos, por ejemplo, en que el Gobierno del sur del Estado de Wa, en Birmania, detiene con frecuencia a creyentes y no permite aceptar la obra de Dios Todopoderoso. Eso supone una grave resistencia a Dios. En junio hubo inundaciones allí y muchas casas fueron arrastradas. Da igual ofender a otras personas, pero las consecuencias de oponerse a Dios serán graves. Todos hemos actuado contra Dios en el pasado, pero, siempre que nos arrepintamos ante Él y guiemos a los lugareños a que estudien el camino verdadero y se vuelvan a Dios, Él se apiadará de nosotros y nos perdonará”. Tras mi enseñanza, la actitud del tesorero ya no parecía tan inflexible. El jefe y los demás accedieron a dejarnos predicar el evangelio a los lugareños. A la mañana siguiente, convocamos a los lugareños y les dimos testimonio de la obra de Dios de los últimos días. Después de más de 10 días enseñándoles, más de 40 lugareños, incluidos el jefe y el jefe adjunto, habían aceptado la obra de Dios Todopoderoso. Anhelaban las palabras de Dios, participaban con entusiasmo en las reuniones y traían a otros de forma activa a oír los sermones. Más adelante, con la cooperación y el esfuerzo de los hermanos y hermanas, la gente de muchas aldeas aceptó la obra de Dios Todopoderoso.
A medida que cada vez más personas aceptaban el evangelio de Dios de los últimos días, la represión del Gobierno se hizo más intensa. Me habían denunciado varias veces por predicar el evangelio. La mayoría de la gente de mi pueblo sabía que creía en Dios Todopoderoso y la policía me buscaba por todas partes. Como no estaba en casa, fueron a la de mis padres y detuvieron y encarcelaron a mi madre, incrédula. Yo estaba furiosa. Mi fe era justa y necesaria y, además, predicar el evangelio era lo correcto. El Gobierno me perseguía por todos lados por mi fe y mi evangelismo, y decía que no liberaría a mi mamá hasta no capturarme a mí. ¡Cuánta maldad! Mi familia no me entendía y se lamentaba de que habían detenido a mi mamá por mi fe. Me llamaron y me acusaron de no tener corazón. Mis hermanos llegaron a decirme que debía entregarme. Estaba triste y muy preocupada por si mi mamá sufría. Seguí predicando, pero no de forma tan activa como antes. Con dolor, oré a Dios: “Oh, Dios mío, mi estatura es demasiado pequeña. Detuvieron a mi mamá y mi familia no es comprensiva; estoy muy triste. Te pido fe para poder mantenerme firme”. Leí las palabras de Dios tras orar: “No hay ni una sola persona entre vosotros que esté protegida por la ley; por el contrario, sois sancionados por ella. Incluso más problemático es que la gente no os entienda. Ya sean vuestros familiares, vuestros padres, amigos o colegas, nadie os comprende. Cuando sois abandonados por Dios os es imposible seguir viviendo en la tierra pero, aun así, las personas no pueden soportar estar lejos de Dios, lo cual es el significado de Su conquista sobre las personas y es la gloria de Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Es la obra de Dios tan sencilla como el hombre imagina?). Las palabras de Dios me conmovieron mucho. Como creyentes, lo más virtuoso en este mundo es predicar el evangelio y tomar la senda correcta en la vida. Pero los creyentes no solo no tienen amparo legal en los países contrarios a Dios, sino que los condenan y detienen, y hasta se ven implicados sus familiares. Según funcionarios del Gobierno, se puede perdonar a narcotraficantes y asesinos; solo los creyentes son imperdonables. Asimismo, una vez capturado un creyente, se le multa, se le encarcela o se le entrega a un funcionario como jornalero. A los creyentes no se les trata para nada como humanos. Este es un país muy oscuro y malvado. Es la Sodoma contemporánea, contraria a Dios. Ser creyente, seguir a Dios hoy, implica persecución, pero yo vi Su voluntad en las palabras de Dios. Con esas dificultades, Dios estaba perfeccionando nuestra fe, mientras también nos permitía adquirir discernimiento de la malvada esencia, de oposición a Él, del Gobierno, para que pudiera rechazar y abandonar a Satanás y volverme sinceramente a Dios. No me sentía tan mal una vez que comprendí Su voluntad. Me sentí lista para ampararme en Él y seguir predicando.
Más adelante, reuní a los nuevos creyentes y les enseñé las palabras de Dios para ayudarlos a conocer Su obra y entender Su voluntad. Escuchamos juntos un himno de las palabras de Dios, “El tiempo perdido no regresará nunca”: “¡Despertad, hermanos! ¡Despertad, hermanas! Mi día no se retrasará; ¡el tiempo es vida, y aprovechar el tiempo es salvar la vida! ¡El tiempo no está muy lejos! Si reprobáis los exámenes de ingreso para la universidad, podéis estudiar e intentar otra vez cuantas veces queráis. Sin embargo, Mi día no tolerará más demora. ¡Recordad! ¡Recordad! Os exhorto con estas buenas palabras. El fin del mundo se desarrolla ante vuestros propios ojos, y grandes desastres se acercan rápidamente. ¿Qué es más importante: vuestra vida o dormir, comer, beber y vestirse? Ha llegado el momento de que sopeséis estas cosas” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 30). Tras escuchar el himno, les enseñé esto: “Algunos dicen que creerán cuando caigan las fuerzas satánicas y no haya más opresión, pero entonces acabará la obra de Dios para salvar a la humanidad y habremos perdido toda ocasión de que Él nos salve. Si nos frena el Gobierno y no nos atrevemos a tener fe si aquel dice que no tengamos, ¿puede salvarnos el Gobierno en Su lugar? Claro que no. Solo puede salvarnos Dios. Si les hacemos caso y no creemos, perderemos Su salvación en los últimos días. Al término de la obra de Dios, seremos aniquilados junto con Satanás. Hemos padecido la represión y las detenciones del Gobierno por nuestra fe, pero este sufrimiento tiene valor. Hemos de pagar un precio si queremos recibir la salvación de Dios. Y Dios lo gobierna todo, por lo que está exclusivamente en Sus manos que nos detengan o no. Si nos detienen, es con el permiso de Dios. Debemos someternos a Él y aprender la lección”. Luego leí más palabras de Dios Todopoderoso: “Aquellos a los que Dios alude como ‘vencedores’ son los que siguen siendo capaces de mantenerse firmes en el testimonio y de conservar su confianza y su devoción a Dios cuando están bajo la influencia de Satanás y mientras estén bajo su asedio, es decir, cuando se encuentren entre las fuerzas de las tinieblas. Si sigues siendo capaz de mantener un corazón puro ante Dios y tu amor genuino por Él pase lo que pase, entonces te estás manteniendo firme en el testimonio delante de Él, y esto es a lo que Él se refiere con ser un ‘vencedor’” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Debes mantener tu lealtad a Dios). “Ahora debes ver que la razón por la que Dios no destruye a Satanás durante la época de Su salvación del hombre es que los seres humanos puedan ver con claridad cómo Satanás los ha corrompido y hasta qué punto lo ha hecho, y cómo Dios los purifica y los salva. En última instancia, cuando la gente haya comprendido la verdad y haya visto claramente el odioso semblante de Satanás, y haya contemplado el monstruoso pecado de la corrupción de Satanás sobre ellos, Dios destruirá a Satanás, mostrándoles Su justicia” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Les enseñé lo siguiente: “Dios permite la represión y las detenciones del Gobierno. Esto prueba si creemos sinceramente en Dios, si tenemos fe o no. Con este tipo de opresión y sufrimiento, si somos capaces de conservar la fe y no retrocedemos con negatividad ni traicionamos a Dios, sino que continuamos siguiéndolo, reuniéndonos y predicando el evangelio, eso es tener testimonio, y Satanás será humillado y derrotado. Ese sufrimiento tiene valor. ¿Por qué no aniquila Dios a Satanás ya? Para usarlo para perfeccionar a un grupo de vencedores, mientras nos hace aprender a discernir el bien del mal. Podemos ver cómo obra Dios para salvar a la gente, y cómo la corrompe y perjudica Satanás. Un día, cuando Dios aniquile a Satanás, veremos lo justo que es Dios. Si Dios acabara directamente con Satanás, no discerniríamos cómo es este y no lo odiaríamos y rechazaríamos. Es igual que esos regímenes satánicos contrarios a Dios y esos demonios que dirigen el Gobierno: se les da muy bien disimular y mentir. Cuando parecen hacer algo bueno, lo hacen para que el pueblo los idolatre. Dios Todopoderoso ha aparecido y obra en los últimos días para salvar a la humanidad. Ha expuesto la demoníaca esencia, de oposición a Dios, de esos regímenes. Reniegan de Dios Todopoderoso y lo condenan, y detienen, multan, condenan y encarcelan a Sus creyentes. Son como el diablo, Satanás, que hace que la gente lo adore a él y no permite que crea en Dios y lo siga. A la larga, todos caerán en el infierno y serán castigados junto con Satanás”. Después de mis enseñanzas, los nuevos fieles tenían discernimiento y fe y todos participaron activamente en la reunión. Estaba contentísima.
Luego, esos nuevos creyentes trajeron a algunos seres queridos a escuchar los sermones. Días más tarde, más de 80 lugareños habían aceptado la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Vi que Dios ejerció Su sabiduría en función del ardid de Satanás. Satanás empleó todo tipo de trucos para frenar la evangelización, para dejarnos frustrados y deprimidos, pero las palabras de Dios nos dieron fe y fortaleza. Lo dimos todo por predicar el evangelio y conocimos la guía de Dios. Le estaba muy agradecida. Vi que ningún ser humano puede parar lo que Dios quiere cumplir y adquirí todavía más fe para predicar el evangelio.
En septiembre de 2022, una nueva creyente nos llevó a predicar el evangelio a la aldea de sus padres, donde había más de 40 interesados en el camino verdadero. Contentísima, me puse a darles testimonio de la obra de Dios de los últimos días. Luego recibí la noticia de que funcionarios del Gobierno regional habían mostrado mi foto en una reunión, señalaron que me estaban buscando y ordenaron al pueblo que me denunciara si me veía predicar el evangelio. La policía también detenía coches en controles de carretera, buscándome. Estuve reflexionando que, con la policía buscándome por todos lados, si algún día me atrapaba, probablemente me mataría. ¿Debía continuar predicando el evangelio? Si lo dejaba, ¿qué pasaría con los lugareños que estudiaban la obra de Dios? No podrían oír la voz de Dios y aceptar Su nueva obra. No estaría cumpliendo con mi responsabilidad. Los hermanos y hermanas querían mandarme a otro sitio por mi seguridad. Asustada, no esperé y me marché. Me sentí muy culpable después. Quería volver y continuar predicándoles el evangelio a aquellos lugareños. Por ello, oré a Dios: “Dios mío, la policía me busca por todos lados y tengo miedo, pero sé que está en Tus manos que me detenga o no. Quiero confiártelo todo a Ti. Por favor, guíame para tener la fe necesaria para predicar y dar testimonio de Ti”. Más tarde leí una cosa en las palabras de Dios: “¿Eres consciente de la carga que llevas a cuestas, de tu comisión y tu responsabilidad? ¿Dónde está tu sentido de misión histórica? ¿Cómo servirás adecuadamente como señor en la próxima era? ¿Tienes un fuerte sentido del señorío? ¿Cómo describirías al señor de todas las cosas? ¿Es realmente el señor de todas las criaturas vivientes y todas las cosas físicas del mundo? ¿Qué planes tienes para el progreso de la siguiente fase de la obra? ¿Cuántas personas están esperando a que seas su pastor? ¿Es pesada tu tarea? Son pobres, lastimosos, ciegos, están confundidos, lamentándose en las tinieblas: ¿dónde está el camino? ¡Cómo anhelan que la luz, como una estrella fugaz, descienda repentinamente y disperse a las fuerzas de la oscuridad que han oprimido a los hombres durante tantos años! ¿Quién puede conocer el alcance total de la ansiedad con la que esperan, y cómo anhelan día y noche esto? Incluso cuando la luz les pase por delante, estas personas que sufren profundamente permanecen encarceladas en una mazmorra oscura, sin esperanza de liberación; ¿cuándo dejarán de llorar? Es terrible la desgracia de estos espíritus frágiles que nunca han tenido reposo y han estado mucho tiempo atrapados en este estado por ataduras despiadadas e historia congelada. Y ¿quién ha oído los sonidos de sus gemidos? ¿Quién ha contemplado su estado miserable? ¿Has pensado alguna vez cuán afligido e inquieto está el corazón de Dios? ¿Cómo puede soportar Él ver a la humanidad inocente, que creó con Sus propias manos, sufriendo tal tormento? Después de todo, los seres humanos son las víctimas que han sido envenenadas. Y, aunque el hombre ha sobrevivido hasta hoy, ¿quién habría sabido que el maligno envenenó a la humanidad hace mucho tiempo? ¿Has olvidado que eres una de las víctimas? ¿No estás dispuesto a esforzarte por salvar a estos sobrevivientes por tu amor a Dios? ¿No estás dispuesto a dedicar toda tu energía para retribuir a Dios, que ama a la humanidad como a Su propia carne y sangre? A fin de cuentas, ¿cómo interpretarías el ser usado por Dios para vivir tu vida extraordinaria? ¿Tienes realmente la determinación y la confianza para vivir la vida llena de sentido de una persona piadosa y que sirve a Dios?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Cómo deberías ocuparte de tu misión futura?). Las palabras de Dios eran muy motivadoras, pero también me hicieron sentir culpable. Hay muchísima gente que aún no ha aceptado la salvación de Dios de los últimos días y vive bajo el poder de Satanás. Está desamparada y sufre. Dios siente dolor y cierto apremio respecto a ellos. Unos trabajan largas jornadas para ganar dinero y tienen una vida dura y agotadora, y algunos aún se sienten vacíos y tristes por dentro incluso tras ganar algo de dinero. No conocen el valor de la vida humana y no encuentran el rumbo. Hay gente que quiere buscar el camino verdadero, pero le da demasiado miedo por la opresión y las detenciones del Gobierno. Eso significa que hemos de enseñarle las palabras de Dios, dar testimonio de Su obra y resolver sus problemas por medio de las palabras de Dios para que vea la verdad, la luz y la esperanza en ellas y acepte la salvación de Dios. Asimismo, los desastres están empeorando hoy día y muchos todavía no han oído la voz de Dios. No tienen nada a lo que recurrir en el desastre. Yo tenía la responsabilidad de predicarles el evangelio. Dios no quiere que sucumba a los desastres nadie a quien Él desee salvar. Si dejaba de predicar el evangelio por mi seguridad, no estaría cumpliendo con el deber. Tendría una enorme deuda con Dios y no merecería ser llamada miembro de Su familia. Recordé que yo era como esos lugareños: vivía controlada por Satanás, sin metas ni esperanza. Dios inspiró a los hermanos y hermanas para que me predicaran una y otra vez, hasta que por fin oí Su voz y recibí Su salvación de los últimos días. Esos fueron el amor y la misericordia de Dios hacia mí. Tenía que considerar Su voluntad y hacer cuanto estuviera en mi mano para dar testimonio de Su obra y retribuirle Su amor. Al día siguiente volví a la aldea para continuar predicando el evangelio. Sin embargo, días después, la nueva fiel que nos llevó allí se fue por un asunto urgente. Estaba algo preocupada. ¿Acabaría detenida sin la protección de un lugareño? No obstante, si dejaba de predicar el evangelio, los que estudiaban el camino verdadero tardarían en aceptar la obra de Dios Todopoderoso. Aquellos días se habían acercado sigilosamente al monte para oírnos predicar, con el objetivo de buscar e investigar. Lo anhelaban enormemente. Si huía por miedo a ser detenida, sin querer predicar más, estaría en deuda con ellos y lastimaría a Dios. Así pues, me reuní de uno en uno con los que estudiaban el camino verdadero y les leí las palabras de Dios Todopoderoso. Al final todos aceptaron la obra de Dios Todopoderoso. Luego trajeron a otros para que oyeran nuestros sermones. Cada vez más gente aceptaba la nueva obra de Dios tras oír las palabras de Dios Todopoderoso. Al contemplar la guía de Dios, le estuve sumamente agradecida. La milicia de la aldea solía patrullar de noche, lo que limitaba nuestras reuniones. Por ello, enseñé las palabras de Dios a los nuevos creyentes para ayudarlos a descubrir los trucos de Satanás y a aprender a reunirse en secreto. Conociendo eso, ya no se veían afectados por el Gobierno. Se escabullían al monte o a los campos de verduras para reunirse de noche. Cuando yo lo veía, tenía incluso más energía para predicar.
Me acuerdo de que, una vez, una hermana me contó que el Gobierno había detenido a algunas personas, a quienes yo había predicado, por oír nuestros sermones. Su familia de incrédulos fue a mi casa a buscarme y dijeron que me matarían. Mi hermana me dijo que tuviera cuidado. Me resultó aterrador. Si hubiera estado en casa entonces, a saber qué me habrían hecho. Si seguía predicando el evangelio allí y me atrapaban, seguro que no me soltarían fácilmente. Quería irme de ese sitio y dejar de predicar allí el evangelio, pero me preocupaba mucho la idea de marcharme. Rememoré estas palabras de Dios: “Sabes que todas las cosas del entorno que te rodea están ahí porque Yo lo permito, todo planeado por Mí. Ve con claridad y satisface Mi corazón en el entorno que te he dado. No temas, el Dios Todopoderoso de los ejércitos sin duda estará contigo; Él guarda vuestras espaldas y es vuestro escudo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 26). Con las palabras de Dios vi que estaba ante esta situación con Su permiso. Como predicaba el evangelio y daba testimonio de la obra de Dios, seguro que Satanás era capaz de todo por interponerse, por perturbar mi ánimo, para que me diera demasiado miedo continuar predicando. Esa era su malvada intención. Si dejaba de predicar el evangelio por miedo y me aferraba a mi integridad física, ¿no estaría cayendo en las trampas de Satanás? En las manos de Dios estaba que me detuvieran o no y que muriera o no. Job padeció mucho cuando Satanás lo puso a prueba. Perdió a todos sus hijos y toda su riqueza y le salieron llagas en todo el cuerpo, pero Dios no permitiría que Satanás le quitara la vida. Satanás no osó oponerse a lo que dijo Dios: no osó dañar la vida de Job. Ahora, si Dios no dejaba que esa gente me hiciera daño, no podría hacerme nada. Mi vida estaba en las manos de Dios; ellos no decidían si vivía o moría. Si me detenían, la voluntad de Dios estaría detrás de ello y yo debería someterme. Pensé para mis adentros que, ya que las cosas estaban mal en esa aldea, podía irme a predicar a otra. No me pasaría nada si me cubría sabiamente las espaldas. Como dijo el Señor Jesús: “Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la otra” (Mateo 10:23). Leí entonces más palabras de Dios Todopoderoso: “Dios tiene un plan para cada uno de Sus seguidores. Cada cual tiene un entorno, acondicionado por Dios para el hombre, en el que cumplir con su deber, y tiene la gracia y el favor de Dios para disfrute del hombre. Tiene también unas circunstancias especiales, planteadas por Dios para el hombre, y debe experimentar mucho sufrimiento; no es nada parecido al camino de rosas que imagina el hombre. Aparte de esto, si reconoces que eres un ser creado, debes prepararte para sufrir y pagar un precio por cumplir con tu responsabilidad de difundir el evangelio y por cumplir adecuadamente con tu deber. El precio podría consistir en padecer una dolencia física o una adversidad, sufrir persecuciones del gran dragón rojo o malentendidos de la gente mundana, así como las tribulaciones que se padecen al difundir el evangelio: traiciones, palizas e injurias, ser condenado e incluso hostigado y correr peligro de muerte. Es posible que, en el transcurso de la difusión del evangelio, mueras antes de la consumación de la obra de Dios y no llegues a ver el día de Su gloria. Debéis estar preparados para esto. No pretendo atemorizaros; es una realidad. […] ¿cómo murieron esos discípulos del Señor Jesús? Entre los discípulos hubo quienes fueron lapidados, arrastrados por un caballo, crucificados cabeza abajo, desmembrados por cinco caballos; les acaecieron todo tipo de muertes. ¿Por qué murieron? ¿Los ejecutaron legalmente por sus delitos? No. Los condenaron, golpearon, acusaron y ajusticiaron porque difundían el evangelio del Señor y los rechazó la gente mundana; así los martirizaron. […] No importa cuál fuera el modo de su muerte y partida, ni cómo sucediera, así no fue como Dios determinó los resultados finales de esas vidas, de esos seres creados. Esto es algo que has de tener claro. Por el contrario, aprovecharon precisamente esos medios para condenar este mundo y dar testimonio de las acciones de Dios. Estos seres creados usaron sus tan preciadas vidas, aprovecharon el último momento de ellas para dar testimonio de las obras de Dios, de Su gran poder, y declarar ante Satanás y el mundo que las obras de Dios son correctas, que el Señor Jesús es Dios, que Él es el Señor y Dios encarnado. Hasta el último momento de su vida siguieron sin negar el nombre del Señor Jesús. ¿No fue esta una forma de juzgar a este mundo? Aprovecharon su vida para proclamar al mundo, para confirmar a los seres humanos, que el Señor Jesús es el Señor, Cristo, Dios encarnado, que la obra de redención que Él realizó para toda la humanidad le permite a esta continuar viviendo, una realidad que es eternamente inmutable. Los martirizados por predicar el evangelio del Señor Jesús, ¿hasta qué punto cumplieron con su deber? ¿Hasta el máximo logro? ¿Cómo se manifestó el máximo logro? (Ofrecieron sus vidas). Eso es, pagaron el precio con su vida. La familia, la riqueza y las cosas materiales de esta vida son cosas externas; lo único relacionado con uno mismo es la vida. Para cada persona viva, la vida es la cosa más digna de aprecio, la más preciada, y resulta que esas personas fueron capaces de ofrecer su posesión más preciada, la vida, como confirmación y testimonio del amor de Dios por la humanidad. Hasta el día de su muerte siguieron sin negar el nombre de Dios o Su obra y aprovecharon los últimos momentos de su vida para dar testimonio de la existencia de esta realidad; ¿no es esta la forma más elevada de testimonio? Esta es la mejor manera de cumplir con el deber, lo que significa cumplir con la responsabilidad. Cuando Satanás los amenazó y aterrorizó, y al final, incluso cuando les hizo pagar con su vida, no abandonaron su responsabilidad. Esto es cumplir con el deber hasta el fin. ¿Qué quiero decir con ello? ¿Quiero decir que utilicéis el mismo método para dar testimonio de Dios y difundir Su evangelio? No es necesario que lo hagas, pero debes entender que es tu responsabilidad, que si Dios necesita que lo hagas, debes aceptarlo como algo a lo que te obliga el honor” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Difundir el evangelio es el deber al que están obligados por honor todos los creyentes). Con las palabras de Dios entendí que los discípulos del Señor Jesús fueron condenados, encarcelados y sufrieron todo tipo de persecución por predicar el evangelio. A muchos los martirizaron, pero, fuera cual fuera su final, supieron dar su preciada vida sin renegar jamás de Dios, ni siquiera ante la muerte. Dieron testimonio de Dios y lo glorificaron con su vida. Ese es el testimonio más elevado y el mejor modo de cumplir con un deber. Sin embargo, yo, perseguida por el Gobierno y amenazada por gente malvada, me aferraba a la vida con avidez y quería huir de la aldea, no seguir predicando y regando a nuevos fieles. ¿Dónde estaba mi testimonio? Reflexioné: ¿por qué tenía miedo siempre que enfrentaba una situación de vida o muerte? Porque valoraba en exceso la vida sin entender la vida y la muerte. El caso es que Dios ya ha decidido nuestra vida y nuestra muerte. El martirio por causa de Dios, aunque muera la carne, no tiene realmente nada de muerte. No significa que no vayas a tener un buen resultado y un buen destino. El Señor Jesús dijo: “El que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 16:25). Si no cumplía con mi deber y traicionaba a Dios por aferrarme a la vida, podría no padecer mi carne, pero Dios me descartaría con repulsión y castigaría mi alma. Si era capaz de sacrificar la vida por dar testimonio de Dios y prefería morir a traicionarlo, eso humillaría a Satanás y tendría sentido. Al comprenderlo, ya no temí por mi vida, y decidí lo siguiente: “Mientras no esté bajo custodia, mientras aún respire, seguiré predicando y dando testimonio de Dios para humillar a Satanás”. Posteriormente continué predicando el evangelio. La mayoría de la gente de la aldea no tardó en aceptar la obra de Dios Todopoderoso.
Luego fui a otra aldea a predicar el evangelio. Al principio se unió más de una docena de personas, pero el Gobierno municipal nos descubrió mientras predicábamos a unos esposos. El jefe, el jefe adjunto, el tesorero y unos milicianos del pueblo, más de una docena de personas en total, irrumpieron en la sala y nos mandaron acompañarlos. Me sentía bastante nerviosa en ese momento. ¿Iban a detenerme y mandarme a la cárcel? El Gobierno andaba detrás de mí. Habían dado mi nombre en todas las casas y habían dicho que me denunciaran si me descubrían predicando. No me dejarían libre a la ligera si me reconocían. Y aquellos nuevos creyentes se verían afectados; ¿qué pasaría con ellos? Oraba sin cesar para pedirle a Dios fe para mantenerme firme en el testimonio. Pronto detuvieron también a un hermano y una hermana que habían ido a esa aldea a predicar el evangelio con nosotros. Nos llevaron a todos al gobierno municipal y nos quitaron los teléfonos. El jefe del municipio se puso a interrogarnos: “¿Quiénes son ustedes? ¿Han venido a predicar el evangelio?”. No respondimos. Así pues, nos encerraron en un cuarto oscuro y pusieron a cinco o seis milicianos a vigilarnos. Me preocupaba que me reconocieran. Si me mandaban a mi pueblo, seguro que allí me condenarían a ir a la cárcel y me torturarían y ultrajarían. El jefe del Gobierno Regional dijo que, cuando me atraparan, me cortarían el pelo, me colgarían un cartel al cuello y me pasearían. En ese momento, no dejé de orar a Dios: “Oh, Dios mío, estoy dispuesta a someterme a la detención, pero tengo poca estatura. Por favor, dame fe y vela por mí para que me mantenga firme”. Tras orar me acordé de un video de testimonio que había visto anteriormente. Unos hermanos y hermanas, muertos a golpes en la cárcel a manos de la policía china, no negaron ni traicionaron a Dios ni siquiera ante la muerte. Muchos otros fueron brutalmente torturados, condenados y encarcelados, pero, orando y amparándose en Dios, adquirieron auténtica fe por medio de Sus palabras. Juraron hasta la muerte no traicionar a Dios aunque los encarcelaran de por vida. Dieron testimonios firmes y rotundos. Me animé mucho. Recordé unas palabras de Dios: “En esta etapa de la obra se nos exige la mayor fe y el amor más grande. Podemos tropezar por el más ligero descuido, pues esta etapa de la obra es diferente de todas las anteriores. Lo que Dios está perfeccionando es la fe de la humanidad, que es tanto invisible como intangible. Lo que Dios hace es convertir las palabras en fe, amor y vida. Las personas deben llegar a un punto en el que hayan soportado centenares de refinamientos y en el que tengan una fe mayor que la de Job. Deben soportar un sufrimiento increíble y todo tipo de torturas sin dejar jamás a Dios. Cuando son obedientes hasta la muerte y tienen una gran fe en Dios, entonces esta etapa de la obra de Dios está completa” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La senda… (8)). Las palabras de Dios me enseñaron que Su obra en los últimos días es la de perfeccionar nuestra fe y nuestro amor mediante las palabras para que las practiquemos y experimentemos en la opresión y el sufrimiento y, así, se conviertan en nuestra vida. Eché la vista atrás a la opresión y persecución del Gobierno contra mí. Cuando me sentía cobarde y asustada, las palabras de Dios eran lo único que me guiaba dándome fe para seguir predicando. Ya detenida, debía tener fe para mantenerme firme. Aunque tuviera que cumplir condena y ser ultrajada, incluso aunque muriera, estaba dispuesta a someterme. Me vino a la mente un himno de la iglesia titulado “El testimonio de la vida”: “Si un día me capturan y persiguen por dar testimonio de Dios, tal sufrimiento es por el bien de la justicia, lo sé en mi corazón. Si mi vida se apaga en un abrir y cerrar de ojos, aún sentiré orgullo de seguir a Cristo y dar testimonio de Él. Si no puedo ver el gran acontecimiento de la difusión del evangelio del reino, aún podré ofrecer los más hermosos deseos. Si no puedo ver el día en el que el reino llega, pero hoy puedo avergonzar a Satanás, entonces mi corazón se llenará de paz y alegría. […] Las palabras de Dios llegan a todo el mundo, y la luz aparece entre los hombres. Surge el reino de Cristo y se establece en la adversidad. La oscuridad está por pasar, un justo amanecer llegó. El tiempo y la realidad han dado testimonio de Dios” (Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos). Este himno me resultó muy estimulante. Entendí que, si me detenían por predicar el evangelio, sería persecución por causa de la justicia. Ahora que me habían capturado, probablemente iría a la cárcel y ya no podría predicar. Sin embargo, aun detenida y perseguida, tenía la ocasión de dar un maravilloso testimonio de Dios y humillar a Satanás. Me sentí orgullosísima. Este pensamiento me dio fe. Nos interrogaron de nuevo después del amanecer. En vista de que no nos sonsacaban nada, nos multaron con 3000 kyats y nos soltaron. También nos advirtieron que no predicáramos y blasfemaron mucho contra Dios. Odié aún más a esos diablos.
Tras mi liberación continué predicando el evangelio. Un día me llamó un hermano: “Las autoridades municipales saben que eres una forastera que ha venido a predicar. Nos detuvieron a dos nuevos creyentes y a mí para que te traicionáramos, pero ninguno habló, así que nos multaron y nos soltaron. También dijeron que, si te encuentran predicando otra vez, te violan en el acto. Te buscan por todos lados; date prisa y huye…”. No daba crédito cuando me contó aquello este hermano. Cuando oí que habían dicho que me violarían si me descubrían predicando, me indigné. ¡Esa gente eran auténticos demonios sin humanidad! Yo era una mera creyente que predicaba el evangelio, pero ellos eran muy detestables. No nos dejaban tener fe y nos querían detener, perseguir y multar, y hasta violarme y ultrajarme a mí. Eran auténticos demonios contrarios a Dios. Cuanto más me oprimían, más ganas tenía de predicar y dar testimonio.
En octubre fuimos a otra aldea a predicar el evangelio. Ya habían predicado allí unos hermanos y hermanas, pero su pastor propagó rumores para que los creyentes no estudiaran el camino verdadero y el Gobierno empezó a detener a creyentes. Los lugareños, extraviados por los rumores y asustados por si los detenían, no se atrevían a estudiar el camino verdadero. Nos resultaría difícil predicar el evangelio. Oré para pedirle a Dios que me guiara. Luego busqué a cuatro personas con un entendimiento bastante bueno de la verdad y les enseñé lo que es el camino verdadero, lo que son los caminos falsos y cómo Dios utiliza la represión y las interrupciones de Satanás en los últimos días para revelar y perfeccionar a la gente, para separar el trigo de la cizaña, a las vírgenes prudentes de las insensatas. Las insensatas solo hacen caso a los humanos, a Satanás. No buscan e investigan cuando reciben la noticia de que el Señor ha venido y pronunciado palabras, con lo cual no pueden recibir al novio. Las prudentes son únicamente aquellas que procuran estar atentas a la voz de Dios, firmes en su fe para seguirlo. Son las únicas que pueden asistir con el Señor al banquete. Después de esa enseñanza, los cuatro quisieron continuar estudiando. Los siguientes días celebré reuniones con ellos para enseñarles las palabras de Dios. Uno señaló: “Antes hacía caso al pastor y al jefe de la aldea. Como decían que no escucháramos las palabras de Dios Todopoderoso, no lo hacía. Estuve a punto de perder la ocasión de recibir la venida del Señor. Ya no hago caso a la gente. Escucho a Dios”. Otro comentó: “La lectura de las palabras de Dios Todopoderoso me ha convencido de que Él es el regreso del Señor Jesús. Por más que se interpongan en mi camino, voy a aceptar a Dios Todopoderoso”. Me alegró mucho oírlos decir cosas como esas. Posteriormente trajeron a algunos parientes a escuchar los sermones y, en poco tiempo, más de 20 personas aceptaron la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Me emocionó mucho que estos nuevos creyentes pudieran buscar el camino verdadero y mantenerse firmes en medio de los rumores. Todo se debió a la guía de las palabras de Dios. Por fin soltaron a mi mamá en diciembre. Hizo trabajos forzados todos los días durante los varios meses que estuvo encerrada. Los funcionarios dijeron que, decididamente, me atraparían y me encerrarían. Recordé que, antes de que soltaran a mi mamá, solían ir a mi casa policías con armas y porras para detenerme y decían que no la liberarían hasta que yo no volviera a casa, pero ya han soltado a mi mamá sin haberme capturado a mí. He experimentado de veras que Dios lo gobierna todo, y que me detengan o no está exclusivamente en Sus manos. No estoy limitada: he seguido predicando y dando testimonio de Dios.
Al predicar el evangelio, me he topado con muchas dificultades, incluidos sentimientos de tristeza y debilidad, pero siempre me han guiado las palabras de Dios, que me han permitido mantenerme firme en la depresión y la debilidad y me han dado fe para predicar y dar testimonio de Él. He experimentado de verdad que Dios perfecciona mi fe por medio de estas dificultades. Doy gracias a Dios. Cumpliré mi responsabilidad, predicaré el evangelio de Dios de los últimos días a más gente y retribuiré el amor de Dios.
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